► “La industria
moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en la fábrica
del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica, son
organizadas en forma militar. Como soldados rasos de la industria, están
colocados bajo la vigilancia de toda una jerarquía de oficiales y suboficiales.
No son solamente esclavos de la clase burguesía, del Estado burgués, sino
diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre todo,
del burgués individual, patrón de la fábrica. Y este despotismo es tanto más
mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que proclama
que no tiene otro fin que el lucro” | Karl Marx, 2007a: 163
Augusto Velásquez Forero | Cuando se pone de por medio la idea de progreso para
interpretar los acontecimientos políticos, económicos, sociales y filosóficos a
través de la historia, a primera instancia parece que la figura legendaria del
doctor Karl Marx 1 no tuviera nada que ver con el proyecto de la modernidad;
sin embargo, sus escritos 2 y especialmente “El manifiesto del Partido Comunista de 1848” supera
las expectativas de cualquier duda acerca de las contribuciones de este paladín
del proletariado a la idea de progreso, ya que, sus análisis históricos se
traducen continuamente en un tránsito revolucionario de las fuerzas
productivas, es decir, en una transformación de los medios de producción y los
bienes de consumo; esto según Marshall Berman (1991) es una forma de reconocer que
todavía tenemos deseos de seguir viviendo dentro de los escombros de la
vorágine del «desarrollo», a
pesar de los desafíos de la destrucción innovadora de la ciencia y la
tecnología.
Dentro de la gran cantidad de literatura modernista Marx no aparece como uno de los gestores de
esta gran irrupción filosófica, tal vez porque sus principales aportes a la
humanidad se reconfiguran en el campo de los acontecimientos políticos, sin
desconocer que su actividad filosófica supera analíticamente el predomino de la
metafísica de su época (siglo XIX). Pero ¿por qué este filósofo tan perseguido
y odiado por todo el mundo no ganó por entonces un lugar privilegiado en el
surgimiento de una nueva forma de ver el mundo, a la cual los científicos
sociales de la época bautizaron con el nombre de modernidad?, simplemente
porque en la mente de este gran hombre se tejía una visión totalmente
revolucionaria sobre el devenir de la humanidad, cuyas
complejidades interpretativas de la vida, la política, la economía y la
filosofía todavía no estaban al alcance de la tradición de la mayor parte de su
sociedad; por lo tanto, su doctrina debió enfrentar una lucha con todos los
estamentos jurídicos, políticos, religiosos, económicos y sociales del siglo
XIX hasta nuestros días.
Esa lucha por la igualdad, la libertad y la dignidad humana la
sigue confrontando el espectro de Marx en cada uno de los acontecimientos de
la sociedad del siglo XXI, pero en una forma más canalla a la que este filosofo
debió enfrentar cuando sus teorías descalificaron la concepción del mundo
prevaleciente. No hubo un ser más perseguido sobre la faz de la tierra, que el
propio Marx de carne y hueso, ni tampoco hay en la
sociedad contemporánea una filosofía tan temida como la del materialismo
dialéctico e histórico, las luchas de clases y la dictadura del proletariado;
aunque, hace más de dos siglos las contradicciones de clase han venido
evolucionando en forma acelerada en cualquiera de las formas de organización o
planificación socioeconómica. Por consiguiente, el fantasma de Marx en las sociedades actuales reaparece
en las luchas de los trabajadores industriales, en las marchas de los
campesinos sin tierra, en los paros de los docentes latinoamericanos, en las
organizaciones y movilizaciones del los indígenas, en las reivindicaciones
feministas, en los conflictos multiculturalistas, en las exigencias por la
dignidad étnica, y en fin, en todos los actos en que se ponga de por medio la
condición humana de los desposeídos o marginados por la clase burguesa, porque
allí en esas manifestaciones por la justicia el espectro de la libertad aparece
sin querer en la voluntad de quienes siguen siendo víctimas de la relación
entre el capital y el trabajo.
Aunque no queramos aceptarlo, Marx sigue teniendo vigencia mientras el
sistema capitalista prevalezca con todas sus características que lo distinguen
desde su origen en Inglaterra (siglo XVI), pues a pesar de llevar más de un
siglo de su muerte (1883) se le sigue teniendo miedo y su espectro es perseguido
por todas partes mediante la censura a la lectura de sus obras 3, el
asesinato de líderes sindicales 4, la
desaparición forzada de campesinos, el destierro de artistas e intelectuales,
las masacres colectivas de sectores de la izquierda, el señalamiento
discriminatorio de quienes profesan sus ideas, el rechazo a
las movilizaciones por los derechos humanos, las ejecuciones
extrajudiciales de librepensadores, el boicoteo a cualquier forma de protesta
social y el extermino velado o abierto de todo aquel que se declare enemigo del
sistema capitalista. El propio Marx tuvo claridad sobre esta situación
después del fracaso de la revolución europea en 1848 cuando inicia su Manifiesto
Comunista con las
siguientes palabras: “Un fantasma recorre a Europa:
el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en
santa cruzada para acosar a ese fantasma: el papa y el zar, Metternich y
Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes” (Marx,
2007a: 155). Lo que no previó la burguesía del siglo XIX es que este enemigo
mortal del capitalismo se había constituido en uno de los principales filósofos
de la modernidad, al descifrar en forma fascinante el auge y desarrollo de las
fuerzas productivas, pues ningún otro pensador de la época organizó su doctrina
a partir de los conflictos sociales en la historia; esta es quizás la principal
diferencia de Marx con el resto de sus predecesores. Bajo
tales premisas el fundador del socialismo científico interpretó la concepción
del desarrollo de las sociedades a partir de la evolución de los modos de
producción: comunismo primitivo, régimen despótico tributario -modo de
producción asiático- , esclavismo, feudalismo, capitalismo y socialismo. No
obstante, cada tránsito hacia una nueva formación económica y social, lleva
implícita una serie de características de la economía, la política, la cultura
y la filosofía con las cuales se asume la producción, distribución, cambio y
consumo de los bienes y servicios necesarios para el funcionamiento de la sociedad
y, además, con estos antecedentes de carácter histórico se define también la
forma como los hombres interpretan el mundo: naturalismo, empirismo, idealismo,
materialismo, racionalismo etc.
La nueva concepción del mundo inspirada por Marx es materialista y modernista, por
cuanto el hombre es el motor del desarrollo, el centro de todas las
motivaciones terrenales que le dan sentido a la existencia y a la creación de
nuevas técnicas e instrumentos de trabajo para forjar el mundo a su libre
albedrío. Estas transformaciones de la realidad existencial son el producto de
la misma evolución de la condición humana en el tiempo, o en términos marxistas
se pueden definir como el avance de las fuerzas productivas y las relaciones de
producción, por eso cada momento histórico nos define unas cualidades
específicas del entorno social: en la comunidad primitiva las
relaciones de producción eran solidarias y colectivas, mientras que las
fuerzas productivas se reducían al trabajo del grupo y a los ofrecimientos de
la madre naturaleza: caza, pesca y recolección; de igual forma, con el
crecimiento de la población las necesidades también se multiplicaron,
aparecieron las guerras por el territorio, el dominio de la naturaleza se hizo
cada vez más necesario y nace la agricultura como un medio para proveer
mejor la existencia de tribus, aldeas y clanes; ya no basta con la recolección
de frutos de la madre tierra, sino que es necesario apropiarse de ella y
ponerla a producir.
Este dominio sobre la naturaleza y las fuerzas productivas son
una forma de evidenciar la idea de progreso en sociedades todavía muy
prehistóricas, pero siempre con tendencias muy marcadas hacia la evolución de
estadios superiores en pro de encontrar condiciones más favorables para la
existencia del género humano. Entre el estado primitivo de la humanidad y la
esclavitud se distingue una etapa de transición que para Marx marca la ruptura con el antiguo
sistema de cooperación al cual denominó como el modo asiático de producción;
este novedoso sistema se distingue por imponer por primera vez en la historia
la dominación del hombre por el hombre, aunque en unas condiciones totalmente
distintas a la explotación de la fuerza de trabajo de la sociedad moderna. Los
prisioneros de guerra en las luchas por el territorio ya no son eliminados ni
devorados por tribus de antropófagos, sino por el contrario, estas
víctimas de los conflictos ancestrales fueron obligadas a trabajar en las
tierras del triunfante conquistador, para de esa forma acelerar el proceso de
transición hacia uno de los períodos más tristes de la historia del hombre
supuestamente racional: la esclavitud.
En la sociedad esclavista las condiciones sociales del hombre
cambian por las mismas necesidades de su época, es decir, por la evolución de
las fuerza productivas que ya tienen un destino seriamente marcado en la
minería y la agricultura. Los llamados esclavos son seres humanos provenientes
de los prisioneros de guerra, del saqueo por la fuerza bruta de las tribus
africanas o del descenso social por crisis económica de algunos sectores de la
población, pero la mayor connotación de este modo de producción fue la de
utilizar mano de obra proveniente de la cacería humana en las tribus del
continente africano, para luego trascender a la sociedad del siglo XXI en forma
transfigurada y simbólica con el calificativo respetuoso de afro descendientes.
Sin embargo, esa procedencia es más trágica que idílica porque los seres
humanos de «color negro»
fueron tratados peor que las bestias, se compraban y vendían en el mercado como
cualquier producto, se les negaron todos sus derechos y fueron idiotizados
mediante el cristianismo para volverlos más dóciles al arduo trabajo de las
minas, ya que no existían como seres sociales sino como herramientas de
trabajo. En esta etapa de la humanidad el esclavo junto con la tierra
ocuparon el lugar de las fuerzas productivas y las relaciones de
producción fueron en su totalidad determinadas por la subordinación del más
débil sobre el más fuerte; es decir, entre el dueño de los medios de producción
y quienes escasamente tenían un nivel de existencia por debajo de la
categoría de las bestias. Históricamente estos vínculos humanos no han
desaparecido, tan sólo han cambiado de nombre y se han fortalecido en
detrimento de los desposeídos o miserables de la sociedad moderna, tal como el
mismo Marx lo planteara en la siguiente
reflexión: “La moderna sociedad burguesa,
que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las
contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las
viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas”
(Marx, 2007a: 156).
A qué nos induce Marx en su Manifiesto
del Partido Comunista, cuando en los dos primeros renglones del
capítulo I: Burgueses y proletarios, de esta magistral obra nos dice que: “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días, es la
historia de la lucha de clases” (Marx, 2007a: 155), simplemente, a
reconocer los conflictos como punto de referencia de nuestros asuntos
cotidianos y a interpretar la realidad social desde los diferentes cambios en
la historia; es decir, no podemos asumir la vida humana como algo determinado
por el más allá o la divina providencia porque somos sujetos políticos con
capacidad para definir nuestra propia existencia; es en estos términos que el
materialismo histórico nos define una idea revolucionaria de progreso. El
esclavismo entra en declive porque las condiciones económicas de este sistema
no resisten el avituallamiento, sostenimiento y control de la gran multitud de
mano de obra prácticamente improductiva que se requería para una labor
específica, por lo tanto, fue mucho más viable agudizar la rebelión de los
esclavos y permitir el surgimiento de otra forma más dinámica de la renta del
suelo.
Con la abolición de la esclavitud las relaciones de producción
se orientan hacia la servidumbre en un nuevo sistema que dura alrededor de
uno mil años (siglos V-XV) comúnmente conocido por la historia tradicional como
la edad media o el feudalismo. ParaMarx (2000) cuando las relaciones de
producción no coinciden históricamente con las fuerzas productivas se genera un
conflicto que da origen a cambios estructurales o revoluciones, las cuales no
siempre culminan en actos de barbarie o violencia, pero inducen a cambios
significativos desde el punto de vista de la economía, la política y la
cultura. Con el feudalismo se elimina en parte el sometimiento infrahumano de
la figura del esclavo y se pone en boga la palabra «libertad»
dentro de un nuevo contexto: el «hombre»
encadenado a la mina se convierte ahora en siervo de la gleba, adquiere otros
derechos que le permiten tener mayor autonomía como actor social, sin embargo,
sigue aferrado al trabajo y en condiciones muy críticas.
Como en el feudalismo las fuerzas
productivas de mayor consideración son la tierra y la fuerza de trabajo del
esclavo ahora convertido en siervo, las relaciones de producción también se
transforman en un nuevo contexto social de autoridad y obediencia regulado por
la supremacía entre señores y vasallos. Mientras los señores son los dueños de
la tierra fragmentada en feudos, los siervos fueron los encargados de sostener
mediante su trabajo la hegemonía de un régimen que los mantenía por siempre
atados a la madre tierra. La renta de la tierra se pagaba en dinero, trabajo y
en especie; en dinero mediante la transferencia al señor de una parte de su
recaudo por la venta de la cosecha, en trabajo a través de los cuidados y
labores de mayor preferencia en el feudo del patrón durante mínimo tres días a
la semana y en especie por el reparto de la cosecha en partes desiguales,
quedándose el señor feudal con la mejor porción del producto del trabajo ajeno:
la historia no miente, los ladrones genialmente han cambiado sus estrategias
para apropiarse mediante el derecho positivo lo que no les pertenece.
Para Marx la historia del capital es un proceso
violento con evoluciones siniestras cuando se trata de la propiedad
privada sobre los medios de producción y la desigualdad entre clases sociales;
en Roma existieron los patricios, caballeros, vasallos, plebeyos y
esclavos; durante la Edad Media, señores, maestros, oficiales y siervos (Marx,
2007a), y en el sistema capitalista moderno hay burgueses y proletarios,
lo primeros se presentan a la luz pública con sus vacías existencias como los
dueños del capital y los segundos como seres humanos desnaturalizados que
trabajan arduamente para incrementar las desventura de sus propias vidas.
Clérigos, guerreros y trabajadores
son las clases sociales de este régimen que también entra en un proceso de
descomposición debido al deterioro de sus propias condiciones históricas de
dominación y reproducción; es decir, la hegemonía de la nobleza feudal se
empieza a deteriorar cuando los siervos y lo militares no asumen la obediencia
como el imperativo esencial para mantener el orden preestablecido por la
sociedad de la servidumbre. Dentro del orden de jerarquías el campesino o
siervo y el ejército de la época se ponían al servicio de la iglesia, quienes
por entonces eran los dueños de una cuarta parte de la tierra, la cual de
acuerdo con su sistema económico se encontraba dividida en feudos, o parcelas,
cuya explotación había creado una total dependencia del siervo con la tierra en
condiciones relativamente desventajosas y perpetuas en términos de su
autorrealización como sujeto social. La idea de progreso o «desarrollo» como la han mitificado ciertos tecnócratas
de la ciencia económica ha tenido sus holocaustos en la evolución de las
diferentes formaciones económicas y sociales en la historia da la
humanidad, en especial cuando el capital celebra sus orgías (Marx, 1977) a
ultranza del bienestar de quienes tan sólo poseen como medio de vida su fuerza
física de trabajo.
El progreso como bien lo describe Marx en el Manifiesto y la mayor parte de sus obras tiene
connotaciones de orden trágico, porque la transformación de una formación
social y económica implica romper con ciertos estilos de vida, métodos de
producción, innovación en los instrumentos de trabajo, clasificación de
las formas de poder y sobre todo la capacidad para asumir filosófica y
culturalmente la visión del sistema mundo implícita en cualquier proyecto de
cambio en la sociedad. Los esclavos en cierta forma se tuvieron que rebelar
contra la opresión impuesta por sus verdugos con el fin de buscar la libertad;
de igual forma, el siervo de la gleba es desplazado de su actividad por el auge
del comercio, el surgimiento de la industria, las rivalidades entre el nuevo
taller fabril y los gremios artesanales, el advenimiento de las ciudades como
centros metropolitanos de convergencia mercantil y la expropiación de la tierra
en poder de la iglesia por parte de una nueva élite que empezaba a superar en
poder y riqueza a la nobleza del régimen feudal.
Con la caída del sistema económico
feudal se da en la historia política universal un hecho de trascendencia
que va a regular sistemáticamente los nuevos conflictos de la humanidad, al
desplazar los poderes de la nobleza eclesiástica de la Edad Media por el
surgimiento de dos nuevas clases sociales antagónicas; la burguesía y el
proletariado. Para Marx estas dos clases sociales son los
arquetipos ejemplares de la sociedad moderna capitalista cuando dice. “Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin
embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad
va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes
clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado”
(Marx, 2007a: 156). Lo que Marx ha mostrado con sus extraordinarias
deducciones en el Manifiesto (1848)
es una evolución progresiva de las fuerzas productivas con sus
respectivos conflictos en el tiempo, es la forma más sencilla de poder
comprender la idea de progreso con todas sus posibles adversidades en la
historia hasta el día de hoy, tendiendo en cuenta que esa historia llena de
acontecimientos novedosos, revolucionarios y en algunos casos fatídicos es
hecha por lo hombres.
Hasta el ocaso del feudalismo el
progreso se había visto supeditado a un avance muy limitado de las fuerzas
productivas que coincide con las tradiciones metafísicas de comprender la
realidad existencial y la forma de ver el mundo. El capitalismo (siglo,
XVI) aparece como el modo de producción más revolucionario desde el punto de
vista del desarrollo de las fuerzas productivas y es quizás lo que más
impresionó a Marx en el momento de estudiar la historia
del capital, pues este novedoso sistema se caracteriza por la siguientes
cualidades: propiedad privada sobre los medios de producción, explotación del
hombre por el hombre, lucha de clases antagónicas y el surgimiento de un
sistema de trabajo asalariado entre otras. Por primera vez en la historia
económica al trabajador se le paga un salario como remuneración a su esfuerzo
físico y mental para que resuelva todas las necesidades de su existencia como
ser genérico y hombre mercancía.
Para el modo de producción
capitalista es fundamental que el obrero aparezca como un ser «libre», en cuanto no tenga ataduras de ninguna índole
para ser contratado en el mercado de trabajo a través de la libre movilidad
entre la oferta y la demanda, pues sólo de esta forma se garantiza su completa
explotación como ser desguarnecido e instrumento del proceso de acumulación del
capital. Si bien el sistema capitalista fue visto por Marx como el modelo económico más
depredador de la condición humana, debido al alto grado de explotación de la
fuerza de trabajo de los obreros, las desigualdades económicas entre la
burguesía y el proletariado y la creciente pauperización de la clase
trabajadora; también encuentra en la propuesta del capitalismo aspectos
extraordinarios que ningún modo de producción anterior había logrado: el
desarrollo acelerado de las fuerzas productivas y el surgimiento de la
burguesía como una clase realmente innovadora. La burguesía logra poner a su
servicio todos los estamentos de la sociedad, aprovecha en forma lucrativa el
oro saqueado en «América» por parte
de los mal llamados conquistadores, abre nuevas rutas de navegación para
impulsar el comercio a nivel mundial y pone en evidencia las revoluciones
industriales como instrumentos para promover el capitalismo con su fuerza
creadora; así lo expresa Marx en el siguiente fragmento de su Manifiesto
Comunista:
“El descubrimiento de América y la circunnavegación de África
ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados
de la India y de China, la colonización de América, el intercambio con las
colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en
general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso
hasta entonces desconocido y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento
revolucionario de la sociedad feudal en descomposición” (Marx, 2007a: 157).
Para Marx la burguesía es una invención del
capitalismo tal como lo es también el nacimiento del proletariado, pero con
serias diferencias en la forma de concebir la idea de progreso en estas
dos clases sociales, ya que la primera es revolucionaria en tanto pone a su
servicio los nuevos descubrimientos de la ciencia para acelerar el proceso de
la acumulación de capital y la segunda se convierte verdaderamente en clase
revolucionaria, mediante su organización política al servicio de una nueva
sociedad. Es un poco difícil aceptar a la burguesía como una clase progresista,
pero así lo vio Marx en el siglo XIX, cuando el ferrocarril
más avanzado tenía una velocidad máxima de cuarenta kilómetros por hora y
muchas de la herramientas de trabajo y recreación de hoy podrían haberle
parecido una fantasía prospectiva, pues la electricidad, la televisión, los
microcomputadores, los celulares, el Internet, el auto moderno, los tanques y
aviones de guerra, los submarinos y las armas de destrucción masiva son
producto de esa burguesía que desarrolló las fuerzas productivas para
apropiarse del mundo a través del principal incentivo del capitalismo: la
acumulación de riqueza.
Los antiguos lectores del Manifiesto Comunista, nunca pudieron aceptar la
dualidad revolucionaria entre la burguesía y el proletariado, y quizás tampoco
comprendieron que en la fuerza progresiva de los descubrimientos y adelantos
del modo de producción capitalista se encontraba también la esencia de su
propia destrucción, ya que este sistema, además de producir cosas tan
asombrosas para la sociedad moderna, también produjo a sus propios
sepultureros: el proletariado (Marx, 2007a). La incipiente industria en los
albores del capitalismo con la invención de la máquina a vapor desplazó a la
manufactura e impuso la producción fabril con serias consecuencias laborales en
los talleres manuales y el sector artesanal, pero generó una apertura
significativa en los mercados internos y externos al promover el comercio
en una forma más dinámica, es decir, el capital empezaba a crear sus propios
estragos, aunque los vestigios del viejo mundo todavía se resistían al
desbordado avance de las fuerzas productivas. Marx no vivió lo suficiente para apreciar
los adelantos de la sociedad moderna del siglo XXI, de la cual estamos seguros
le habría causado un gran impacto, sobre todo por la barbarie destructiva de la
globalización neoliberal; sin embargo, atendiendo a su momento histórico nos
revela cómo el auge de los mercados, el transporte, la industria, el comercio
mundial y el desplazamiento político y social de las jerarquías de la Edad
Media nos forjan una verdadera noción del «desarrollo»
que tan sólo es posible mediante la dialéctica evanescente de los tiempos
modernos. Esta efervescencia incontenible del modernismo la resume el fundador
del socialismo científico en el siguiente conjunto de ideas reguladoras del
progreso para un sistema mundo todavía embrionario desde el punto de vista de
los alcances del «desarrollo» en la
sociedad capitalista:
“Los mercados crecían sin cesar; pero la demanda iba siempre en
aumento. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El vapor y la maquinaria
revolucionaron entonces la producción industrial. La gran industria
moderna sustituyó a la manufactura; el lugar del estamento medio
industrial vinieron a ocuparlo los industriales millonarios -jefes de
verdaderos ejércitos industriales-, los burgueses modernos” […] “La gran
industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de
América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio,
de la navegación y de los medios de transporte por tierra. Este desarrollo
influyó, a su vez, en el auge de la industria, y a medida que se iban
extendiendo la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles,
desarrollábase la burguesía, multiplicando sus capitales y relegando a segundo
término a todas las clases legadas por la Edad Media”(Marx, 2007a:
157).
Para cualquier desprevenido embaucador de las ciencias sociales
o traficante de la cultura moderna, una lectura del Manifiesto
Comunista en pleno
siglo XXI, le podría decir que Marx es un defensor acérrimo del
capitalismo y de la burguesía, lo cual es totalmente falso, porque esas
alabanzas del marxismo son una forma de reconocer la irrupción del progreso en
una forma nunca antes imaginada. Marx no llega con su pluma al Manifiesto para degradar a la burguesía ni a
ponerla en ridículo, todo lo contrario, enaltece con decoro los alcances de la
sociedad capitalista al decir que todos sus resultados tanto en la producción
como en el arte y la cultura provienen de una fuerza innovadora tan sólo
posible en una sociedad fragmentada, en donde la vida se vuelve una lucha
permanente de todos contra todos. Los conflictos de clase son en parte la causa
fundamental del auge del desarrollo en el capitalismo, en cuanto hacen de la
competencia y la desigualdad el verdadero motor de la historia, incitan al
deseo, a la propiedad y a la acumulación del fetiche dinero.
Si Marx en el Manifiesto es justo con los alcances de la
burguesía desde el punto de vista del desarrollo de las fuerzas productivas,
también ve en ella el ocaso del capitalismo cuando por sus propias
contradicciones esta clase no sea capaz de ofrecerle a la sociedad las mínimas
condiciones para su existencia. Crisis económicas y revoluciones harán de los
conflictos de clase un hervidero de movimientos políticos liderados por los
trabajadores, ya que como bien lo plantea el mismo Marx:
“[…] la
burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha
producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos,
los proletarios” (Marx, 2007a: 162).
Desde la perspectiva
política para el marxismo no hay otra alternativa para el futuro de la
humanidad que la de elevar al proletariado a la condición de clase
verdaderamente revolucionaria, pues veía en ésta el punto central de la
planificación y el bienestar de una sociedad regida por la dictadura de los
desposeídos.
Marx en su condición visionaria construyó una
utopía que quizás tenía sentido para occidente 5 al
proclamar a los obreros como los abanderados de la nueva sociedad y los
portadores del progreso en un mundo convulsionando por el mercado, el deseo del
tener, la avaricia, los avances tecnológicos y las desigualdades sociales.
Hoy en el siglo XXI, los obreros del «Tercer
Mundo» están distantes de asumir el legado de Marx, no tanto
por la difusión del capitalismo a escala internacional, sino por las decadencia
de la condición humana de este sector de la sociedad que les va a impedir
pensar en cualquier proyecto de transformación hacia el futuro; por su
generalidad, están consumidos el los vicios tradicionales como el consumismo
publicitario, el alcohol, la religión, los juegos de azar y la esperanza por una
vida mejor con el mínimo esfuerzo: bajo estas condiciones no es posible esperar
en ninguna parte del planeta una nueva revolución proletaria ni mucho menos un
futuro promisorio liderado por la plebe de la sociedad postmoderna. En el siglo
XIX, los proletarios de Marx estaban más decididos por cambiar la
rueda de la historia, los de hoy tan sólo aspiran a vegetar, a encontrar un
lugar donde resguardar su miseria con tal de no rebelarse al impacto del
industrialismo aberrante de una sociedad de masas cada vez más alienada y
distorsionada por el avance de las fuerzas productivas que tanto admiró Marxen la
burguesía de su época.
La sociedad postindustrial y postmoderna del siglo XXI, le está
vendiendo una nueva idea de progreso a sus marginados sociales a través del
multiculturalismo, la diversidad, la diferencia, la postcolonialidad, la
indiferencia y la individualidad. Uno de los puntos esenciales en la nueva
retórica de los grupos alternativos que de todo tienen menos de proletarios es
la de la inclusión en las políticas públicas estatales, con el fin de
participar de los beneficios de la democracia liberal y desviar la atención de
los problemas más relevantes de la sociedad: los indígenas reclaman en forma
beligerante su derecho ancestral a la propiedad de la tierra bajo el criterio
de considerarla como un patrimonio cultural y no como un factor de producción,
los «negros» hoy
afrodescendientes exigen ser tratados con los mismos derechos de los blancos,
los movimientos feministas rechazan los maltratos de la sociedad machista y
luchan por el respeto y la dignidad de las mujeres, los ambientalistas quieren
mantener un planeta exento de contaminación, lo grupos «gays»
aspiran al reconocimiento como pareja sin discriminación, los campesinos
también abogan por el derecho a la tierra, los jóvenes metaleros quieren una
vida libertaria para el consumo de drogas y la negación de su folclor nativo;
en síntesis, todas estas organizaciones postmodernas protestan porque quieren
ser autónomas, pero de ninguna forma plantean una revolución radical por la
toma del poder político, tan sólo reivindican sus derechos particulares sin
ningún tipo de interacción con el resto de la sociedad; los atormenta el
fantasma del comunismo. ¿Acaso necesitamos otro Marx modernista para comprender los
acontecimientos de la sociedad contemporánea? No estamos totalmente convencidos
de esto, aunque debemos reconocer nuestra imperiosa necesidad de otros actores
sociales más beligerantes con capacidad de interlocución y de comprensión de la
realidad social, política, económica y cultural de nuestros pueblos.
Los problemas que reclaman estos novedosos grupos alternativos
ya fueron tratados con altura por Marx en su Manifiesto
Comunista de 1848, en
especial, en el capítulo II, titulado: Proletarios y Comunistas; allí en esas
cortas páginas el hombre más temido por la burguesía moderna 6 replantea
la situación engorrosa de la propiedad privada, la educación, la religión,
el matrimonio 7,
la prostitución 8, el arte,
la cultura, la nacionalidad 9 y el
rol de la mujer 10 como
instrumento de producción. Para Marx todas estas categorías socioculturales
estaban supeditadas al domino de la sociedad burguesa, luego todas sus
expresiones tenían un sello de clase contraproducente a los intereses de
los obreros, por consiguiente, la única forma de generar un ambiente de
bienestar social era sustituyendo las contradicciones de clase, y eso tan sólo
se podía conseguir mediante la revolución, ya que desde los albores del sistema
capitalista: “[…] El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que
administra los negocios comunes de toda la clase burguesa (Marx, 2007a: 158), por lo tanto, su
eliminación era inminente a través de otra dictadura; la del proletariado.
Como el progreso y el «desarrollo»
no se reflejan tan sólo en la transformación de los medios de producción, sino
también en la forma de entender la sociedad y el mundo en general, fue
necesario entonces que la modernidad se sobrepusiera racionalmente sobre la
tradición del pensamiento antiguo para crear bajo la autonomía del sujeto
humano las nuevas maravillas del mundo: la navegación, la aviación, la radio,
el teléfono, las comunicaciones, la robótica, la industria cultural, la nueva
imprenta, la medicina, la química, la física y la ciencia en general para
ponerlas al servicio del hombre y del capital. Dentro de todas estas creaciones
y muchas más hay para Marx una de vital importancia en la
consolidación del modo de producción capitalista y es la del surgimiento
de la burguesía como clase emprendedora o coautora de los mayores
progresos en la historia de la humanidad, por eso no duda en reconocerle sus
méritos cuando dice:
“La burguesía a lo largo de su dominio de
clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas
productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas
juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las
máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la
navegación de vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la asimilación
para el cultivo de continentes enteros, la apertura de los ríos a la
navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si salieran de la
tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes
fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo social?” (Marx,
2007a: 160 – 161).
Si tenemos que admirar algo en el proyecto de la modernidad es
el alto sentido de progreso de la burguesía hasta el día de hoy, pues ninguna
clase social anterior había logrado un desarrollo tan impresionante de las
fuerzas productivas; es por eso que Marx en cierta forma se siente admirado y
sorprendido por los avances de la sociedad moderna cuando dice: “La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente
revolucionario” (Marx, 2007a: 158). Los comunistas ortodoxos, por
lo general, formados en los manuales del Instituto de Marxismo y Leninismo de
Moscú no podrán nunca admitir este carácter revolucionario de la burguesía, ya
que, su catecismo neoconservador no les permitió nunca superar la demagogia del
bolchevismo soviético, inspirado en un marxismo revisionista. En la antigua
U.R.S.S, los Manuscritos de Economía y Filosofía (1844) de Marx fueron censurados, a pesar de ser esta
la mejor crítica hecha por su autor a la economía burguesa desde una
perspectiva filosófica 11.
Esta humildad de Marx no es gratuita como algunos lo han
imaginado, en especial aquellos viejos marxistas de tradición ortodoxa que
nunca pudieron aceptar estas palabras de su progenitor político. Lo
revolucionario de la burguesía está en su carácter de dominación de los
sectores más pudientes y venerables de la sociedad, es en ese sentido que
nuestro dilecto amigo del proletariado, nos explica como la burguesía pone al
servicio del capital a los intelectuales, científicos, médicos, sacerdotes,
literatos, artistas, profesores, abogados, economistas etc., sin que medie
un motivo más razonable al del lucro incesante del mercado, lo cual de igual
forma, promueve un desarrollo incontenible de las fuerzas productivas que ha
dado origen a las más novedosas invenciones de la sociedad moderna: ese el
carácter revolucionario de la burguesía.
A los intelectuales, científicos y artistas al
servicio del capital no les agrada mucho que sean considerados como
asalariados, pero su destino no es muy promisorio si no están arrodillados ante
el poder de quienes ostentan la propiedad privada sobre los medios de
producción. Con el capitalismo se pierde la veneración y el culto a las
profesiones, lo sagrado es profanado sin que se condene a nadie a la hoguera,
el sacerdote comercia con el paraíso celestial, el abogado hace de su oficio un
negocio en complicidad con el crimen organizado, los dioses blancos ya no
luchan contra las enfermedades de sus pacientes porque éstos tan sólo existen
como un número; todas las aureolas se pierden, tan sólo se profesa el respeto
al fetiche dinero, todo se ha mercantilizado y los hombres de piadoso
reconocimiento se han transformado en mercancías útiles, en autómatas de la
fábrica o en simples mecanismos de la revolución industrial.
En su versión de la idea de progreso Marx (2007a) le dedica una buena parte a
los asombrosos descubrimientos de la clase burguesa, los cuales saltan a la
palestra pública por la imperiosa necesidad de acumulación de capital, o de lo
contrario, los avances en la ciencia, la tecnología y las demás disciplinas del
conocimiento no habrían tenido el auge que les impuso la modernidad. Los modos
de producción anteriores no tuvieron la capacidad de revolucionar en forma
productiva las fortalezas del cerebro humano, tan sólo la burguesía es capaz de
explotar con ánimo de lucro lo que por cientos de años estuvo estancado y
velado por la teología y la metafísica; fue necesario entonces violar todos los
estamentos sagrados para revolucionar las fuerzas productivas que nos conducen
a disfrutar de las maravillas del legado de la ilustración. Para Marx todo esto
fue posible únicamente con el surgimiento de una burguesía progresista tal como
lo describe a continuación:
“La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones
que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto.
Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia
los ha convertido en sus servidores asalariados” (Marx, 2007: 158).[…] Ha sido
la primera en demostrar lo que puede realizar la actividad humana; ha
creado maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a los acueductos
romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distintas a las
migraciones de los pueblos y a las Cruzadas” “[…] Una revolución continua en la
producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una
inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las
anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de
creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se
hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se
esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a
considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones
recíprocas” (Marx, 2007a:
159).
Pero ¿por qué Marx se empeña en alabar a la burguesía y
no en destruirla?, o ¿es que esa fuerza innovadora del capitalismo lleva
implícita su propia decadencia?, por supuesto, no le correspondía a un
teórico de la modernidad y quizás al más controvertido, eliminar los efectos
nefastos del conflicto de clases en la historia reciente, pues este compromiso
de vital importancia para la construcción de una sociedad nueva, libre y
autorreguladora de la dignidad humana estaba designado a quienes debían pagar
el precio más alto del desarrollismo: los obreros. Marx no teme ni duda en calificar a la
burguesía como una clase progresista que transformó todos los estamentos de la
monarquía feudal para ponerlos al servicio del mercado y la industrialización,
algo con lo que nunca soñó la nobleza de la Edad Media.
La invención de la máquina y la naciente
industria promueven con mayor dinamismo los mercados nacionales e
internacionales al disminuir los costos de producción y hacer más competitivas
las florecientes empresas del sistema fabril moderno. La competencia entre
capitalistas expande el comercio local y foráneo, la mano de obra abunda y se
pone más barata, las materias primas para la elaboración de cualquier bien o
servicio atraviesan las fronteras para llegar al país en donde se encuentra la
fábrica, los productos terminados ya no tienen una nacionalidad única, tal como
ocurre con la mano de obra; los mercados superan las simples ferias a la orilla
de los caminos o desembocadura de los ríos que prevaleció durante la
segunda mitad del período feudal para darle paso a los negocios entre naciones,
sin que las distancias fueran un problema mayor para impulsar desde hace
más de dos siglos la globalización, no sólo económica, sino también, política y
cultural.
Para globalizar los mercados la burguesía
necesitó darle un perfil cosmopolita no sólo a la producción, sino también al
consumo, y hacer de las industrias nativas proyectos expansivos mediante
la aplicación de tecnologías que circulan por todo el planeta en busca de
mejores tasas de rentabilidad; de igual forma, la irrupción del comercio a
nivel transnacional lleva implícita la destrucción de las industrias
tradicionales para darle preferencia a un proceso de maquinización que
desde entonces ha desplazado la fuerza de trabajo de los obreros y ha generado
un choque permanente entre la población económicamente activa y la demanda de
trabajo en la industria moderna. En las primeras huelgas y marchas de los
trabajadores (ludistas y cartistas) se reclamaba la no inserción de las
máquinas en las fábricas hasta llegado el caso extremo de ser destruidas por
los manifestantes; no obstante, la industria sigue aportando a través de la
invención del trabajo humano más herramientas que promueven en cierta forma la
división y especialización del trabajo.
La supremacía de las máquinas en velocidad, tiempo y trabajo
hizo del obrero manual un simple dispositivo al servicio de un gran sistema
dominado por servomecanismos y la planificación de la producción en masa para
armonizar la dualidad existente entre la producción y el consumo. Estas
transformaciones estratégicas de la industrialización también tienen sus
propios esclavos, ya que, para su normal funcionamiento las máquinas necesitan
de quien las programe y las ponga en funcionamiento, en la mayoría de las veces
durante la jornada de trabajo o simplemente para el disfrute personal, tal como
ocurre con los autos u otros bienes de uso particular. Desde el punto de
vista de las dimensiones del mercado y las revoluciones industriales, para Marx la burguesía ha ganando un espacio muy
significativo en la consolidación de la sociedad moderna cuando dice que:
“Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha
dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países.
Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base
nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están
destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya
introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones
civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas indígenas, sino
materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos
productos no sólo se consumen en el propio país sino en todas las partes del
globo” (Marx, 2007a:
159).
El Manifiesto Comunista, no nos plantea aunque sea en
forma visionaria si la clase obrera en la sociedad comunista tendrá ese
espíritu emprendedor para impulsar significativamente la fuerzas productivas,
tal como lo ha hecho la burguesía durante cerca de cuatro siglos (XVI-XX), ya
que, el aforismo sobre «a cada cual según sus
necesidades y a cada cual según sus capacidades», no deja entrever
a quién corresponde en esta sociedad el impulso progresivo y creativo de la
producción. Para un marxista romántico, recién iniciado en las lecturas de su
doctrina salvadora esa responsabilidad acerca de la idea de progreso es de toda
la sociedad, es decir, del proletariado, de la nueva clase dirigente
transformada en el sector más revolucionario y justo que se haya podido
construir en los tiempos modernos; sin embargo, el significado de la palabra
revolución tal como Marx lo describe debe superar los
escenarios políticos de la anarquía para trascender al de las fuerzas
productivas dentro de un proceso continuo de renovación de la producción a
través de la innovación tecnológica (maquinaria y gran industria), algo que
realmente el socialismo soviético no fue capaz de sostener por mucho tiempo.
El comunismo como el emporio de la «igualdad
y la libertad», edificada por su clase más revolucionaria; el
proletariado, pregonaba en su doctrina una sociedad nueva, más objetiva desde
el punto de vista de la distribución de los recursos escasos de la economía y
el bienestar social, ya que, todas sus necesidades estaban centralmente
planificadas desde el punto de vista de la producción. En términos marxistas
esta sociedad eliminaba de raíz el fetichismo sobre las mercancías al controlar
eficientemente la producción sin caer en los extrañamientos que nos produce en
el capitalismo los productos de nuestro trabajo; es decir, en el comunismo el
hombre domina la producción. Si esto es así, a nadie le puede faltar el
sustento cotidiano, la vivienda, educación, salud y servicios básicos
necesarios para el normal funcionamiento de la vida, pues al fin y al cabo
todas estas necesidades prioritarias se resuelven con el trabajo colectivo; sin
embargo, es necesario preguntar por los incentivos que motivan a cualquier
ciudadano a ser un hombre genérico.
En el capitalismo los incentivos son claros para cualquier
actividad productiva, bien sea esta la de un simple obrero asalariado o la de
un industrial con grandes propiedades, pues de por medio están el salario, el
lucro y el reconocimiento en los artistas e intelectuales, quienes de diferentes
formas también contribuyen al proceso de la acumulación del capital. ¿Será
posible pensar entonces en que Marx proyectó el comunismo desde una visión
modernista?, ya que sus elogios a la burguesía dan la impresión de querer
imitar una sociedad nueva pero fuertemente desarrollada, con ciudades
esplendorosas, industrias tecnificadas, medios de comunicación sofisticados,
producción a escala humana y domino del hombre sobre las fuerzas de la
naturaleza; acaso no es esta la esencia de la modernidad con su predominio del
imperio de la razón.
Si en el comunismo «el
hombre nuevo» actúa bajo los principios de la razón y se transforma
en el motor del desarrollo de la pujante sociedad sin clases ni propiedad
privada sobre los medios reproducción, sus incentivos como actor social quedan
supeditados a la superación de las desigualdades humanas, al reconocimiento de
una libertad que no está regulada por el mercado, al restablecimiento del
bienestar general de la sociedad y a la ambición de ser pueblos dignos de
respeto por su álgido desarrollo de su propia condición humana. Estas motivaciones
de la sociedad comunista son vulneradas por la pasión y el deseo del tener que
surgen en un momento determinado de la socialización de la producción y la
distribución de los recursos económicos, lo cual evidentemente contribuye a
prácticas desleales en relación con los principios inspirados en la revolución
proletaria, tales como: corrupción en la militancia política, mercado
subterráneo de bienes y servicios, traición a la revolución y proclama hacia
una apertura de economías de mercado. El trabajo cooperativo empieza a perder
su encanto ideológico, la sociedad como un conjunto de individuos busca superar
la racionalidad colectiva por la iniciativa individual y los estímulos de la
organización solidaria comienzan a ser vulnerados por una simpatía del egoísmo
y el interés particular.
Marx no pronosticó que el fin de la historia lo
celebraría la burguesía, sino por el contrario, esta figura filosófica de
tradición hegeliana llegaría a su máximo esplendor con el comunismo; sobre
todo, cuando en su etapa de madurez política los obreros hayan resuelto la
mayoría de sus problemas sociales en mutua coexistencia con una ideología
completa del proletariado, sólo en estas condiciones históricas la sociedad
comunista sustituye por completo al Estado burgués; aunque, en nuestras
condiciones reales de existencia el socialismo no superó las contradicciones
políticas de la sociedad en el siglo XX, y debió conformarse con la guerra
fría, la caída del muro de Berlín y la supremacía de las economías de mercado.
Los elogios de Marx a la burguesía se fortalecen después
de transcurridos más de un siglo y medio de la publicación de su Manifiesto Comunista, cuando
afirma los siguientes acontecimientos de orden político todavía vigentes en la
sociedad postindustrial del siglo XXI:
“La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha
creado urbes inmensas; ha aumentado enormemente la población de las ciudades en
comparación con la del campo, sustrayendo una gran parte de la
población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado
el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los
países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, Oriente a
Occidente” (Marx, 2007a:
160).
Con la caída del socialismo real en la Unión Soviética el
poderío de occidente se impuso sobre el planeta en forma mucho más violenta,
bajo la consigna de la lucha contra el terrorismo, ya que la amenaza del
comunismo prácticamente había desaparecido y entonces era necesario buscar
otras formas de mantener el poder de la burguesía a nivel global, no importa si
esta cruzada por la democracia liberal necesite usar la violencia para
conseguir sus propósitos, pues desde hace siglos los imperios se han sostenido
en el poder mediante el despotismo. Las apreciaciones de Marx sobre la burguesía siguen vigentes, no
se han hecho añejas a pesar de haberlas enunciado hace mucho tiempo, su dominio
de clase sigue manteniendo las diferencias entre el campo y la ciudad, las
viejas ciudades de la Edad Media se están transformando en megalópolis, el
«desarrollo» sigue estando concentrado en las capitales
de los países hoy más industrializados, y la subordinación de países
pobres por los ricos ha cambiado su nombre por el de neocolonias, pero la
situación de expoliación se ha seguido manteniendo en el tiempo quizás con
mayor inteligencia que en los siglos anteriores.
Si el desarrollo de las fuerzas productivas llevó a Marx a emitir calificativos muy valiosos
sobre los aportes de la burguesía en el advenimiento de la
modernidad, también, estas alabanzas se constituyen en un punto de
referencia para el ocaso del modo de producción capitalista, en especial cuando
la mayoría de la población mundial caiga en condiciones de miseria por la
devastación del capital sobre la multitud de pueblos que en otrora fueron
productivos y ricos en recursos naturales. Quienes hacen con su trabajo los
edificios, las fábricas, las máquinas, las ciudades y todas las mercancías en
última instancia son los obreros, pero por su situación de asalariados no les
queda más alternativa que reproducir sus condiciones de existencia y aumentar
el proceso de acumulación de capital del patrón mediante su contribución
diaria de plusvalía.
El ambiente laboral enajenado de los obreros los convierte en
mercancías útiles, en instrumentos del capital y en seres desprotegidos de su
humilde condición humana, por eso permanentemente deben acudir al mercado de
trabajo para ofrecer su única fuente de riqueza al mejor postor, pero en
estos casos puede más la astucia del señor burgués que la de los harapientos
trabajadores porque la competencia es extrema debido a la multiplicación
demográfica del proletariado, lo cual garantiza que los salarios sean lo
suficientemente bajos para sostener una buena tasa de ganancia y perpetuar la
miseria de los trabajadores. Entonces, si la burguesía ha ganando en Marx el calificativo de ser una clase «revolucionaria», también sobre ella recae el peso de
la desgracia de millones de asalariados: los excesos de la jornada de trabajo
con sus míseros sueldos se ratifica en el marxismo como explotación, las
desigualdades sociales se reivindican como un conflicto cotidiano de luchas de
clases, la agonía de los trabajadores por su simple existencia se transforma en
la ley de la tendencia creciente de la pauperización del sector más vulnerable
de la sociedad, el capital se reproduce en relación inversa a las condiciones
de vida de los obreros, y la categoría de la plusvalía como trabajo no
remunerado es una forma transfigurada del robo legalizado por el dueño de los
medios de producción, es decir, de la burguesía. Marx fue de los primeros en reconocer el
estado de descomposición social de los trabajadores y el declive de la
burguesía en tiempos modernos cuando dice que:
“[…] El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con
el progreso de la industria, desciende siempre más y más por debajo de las
condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el
pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es,
pues, evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel
de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora,
las condiciones de existencia de su clase” (Marx, 2007a:
167).
Se comprende ahora por qué Marx,
después de los elogios a la clase burguesa, también le vaticina su trágica
desaparición en manos de uno de sus mejores inventos: el proletariado. La ley
dialéctica de los contrarios surte su efecto histórico y ahora los explotadores
y expropiadores se verán despojados de todo su poder; todas sus maravillas
construidas durante siglos de admiración por el creciente impulso de las fuerzas
productivas se vendrá abajo como un castillo de naipes, para ellos también
tiene sentido la expresión de «todo lo sólido se desvanece en
el aire», nada es eterno, porque los cambios en la
producción y el consumo son mucho más rápidos que antes; el alfa y el
omega de la burguesía modernista se disuelve con la revolución proletaria,
aunque muchos de nosotros no vivamos para contarlo y tengamos que conformarnos en
las futuras luchas por la dignidad y la igualdad con el fantasma de Marx. Como los
espectros asustan cuando hacen su aparición (Shakespeare, 2000), el de nuestro
clandestino barbudo y amigo de los obreros del mundo espanta con gran temor, no
sólo a la burguesía, sino también, a los disfrazados obreros postmodernos del
siglo XXI.
Si la idea de progreso en la burguesía de la sociedad moderna
estuvo fuertemente auspiciada por el incentivo de la acumulación de
capital, en el proletariado comunista estos motivos no existen, por lo
tanto, la producción en masa planificada desde el comité central de los
partidos únicos estaba orientada a resolver las necesidades básicas para el
normal desarrollo de la vida en la nueva sociedad. Los liberales le llaman «desarrollo» al desbordado crecimiento de las fuerzas
productivas, los comunistas le decían planificación al aprovechamiento
eficiente de los recursos escasos, no importa si para ello el Estado debía
subsidiar parcial o totalmente ciertos servicios de vital importancia para
el bienestar de su población, tales como: salud., educación, recreación,
vivienda, servicios básicos domiciliarios y defensa nacional; por consiguiente,
la interpretación sobre una idea de progreso desde las afirmaciones de Marx en el Manifiesto
Comunista, y las de la burguesía con su legado de dominación son
antagónicas, aunque con características muy especiales en su bifurcación; con
el capitalismo asistimos al torbellino de la opresión, la explotación de la
fuerza de trabajo, la desigualdad desde todo punto de vista y a la rivalidad
entre la opulencia y la miseria, en tanto que con la propuesta de Marxnos hicimos a
la ilusión de la igualdad, la abolición de la propiedad burguesa y la muerte
del Estado.
Con el Manifiesto o
sin él los habitantes del planeta nos hemos acostumbrado a un desarrollismo sin
límites, a la contaminación brutal del medio ambiente, a la diversificación
masiva de los mercados, a la basura de la industria cultural y a la miseria y
el hambre mundial, sin que podamos racionalmente medir las consecuencias de lo
que los tecnócratas de la economía denominan crecimiento. Con la
destrucción de lo poco que nos queda en el mundo por culpa de la
industrialización y el avance incontrolable de las fuerzas productivas, aún
así, en medio se semejante holocausto de la depredación, Marx vive todavía con su idea de progreso
en la mente de quienes abrigamos la esperanza de una sociedad más digna.
Notas
1. Karl Marx, como científico social se graduó de doctor en
Filosofía con su tesis sobre la: Diferencia entre la filosofía de la naturaleza
de Demócrito y Epicuro.
2. Tanto los de juventud como los del Marx científico, es
decir, desde los debates de la dieta renana, el manifiesto, los manuscritos
hasta su obra más trascendental: El Capital.
3. El manifiesto del partido comunista, la ideología
alemana, la cuestión judía, la lucha de clases en Francia, la contribución a la
crítica de la economía política, los manuscritos de economía y filosofía y el
Capital entre otras.
4. En Colombia los escuadrones de la muerte y sicarios
asesinaron a más de tres mil líderes del grupo político de izquierda denominado
Unión Patriótica, por considerarlo como el soporte ideológico de una de las
guerrillas más fuertemente consolidadas en el mundo: las FARC. Con este acto de
barbarie se frustró cualquier intento de solucionar por la vía democrática y
del diálogo, el problema del conflicto armado que vive el país desde hace más
de medio siglo.
5. Los obreros de la sociedad del siglo XXI, no se pueden
considerar como la vanguardia de la revolución, tal como pretendió Marx (1848)
en su momento porque sus aspiraciones no son las de construir un Estado
comunitario para el bienestar social; los actuales obreros se encuentran lejos
de poder aspirar al calificativo de líderes de una nueva sociedad, pues tan
sólo aspiran a la ilusión de la propiedad privada la cual nunca conseguirán
mediante el trabajo, beberán consolarse con seguir siendo esclavos de la
maquinaria del capital. Los proletarios de Marx pertenecían a una sociedad
occidental como la de Inglaterra en el siglo XIX, con una población ilustrada y
formada para las futuras revoluciones industriales; nuestros obreros, no
tienen aspiraciones desde el punto de vista social, no quieren cambiar ninguna
rueda de la historia y cuando mucho acuden idiotizados por los aparatos
ideológicos de Estado a la urnas para elegir a sus futuros dictadores, e
incluso los reeligen para seguir manteniendo sus cadenas al cuello como símbolo
de la decadencia política. Con estos obreros con categoría de lumpenproletarido
o plebe postmoderna no se hará ningún tipo de revolución, ni tampoco se podrá
considerar a estos especímenes como los seres virtuosos que van a liderar el
futuro de la humanidad.
6. Marx en vida fue exageradamente perseguido por los
estamentos oficiales al servicio de la burguesía, al extremo que vivió gran
parte de su vida en el exilio, sin embargo, su disciplina y capacidad de
trabajo le permitieron producir las obras con las cuales los proletarios del
mundo han podido enfrentar al capitalismo y su burguesía. Después de su muerte
(1883), el espectro de Marx sigue atormentado a la clase burguesa, por eso,
todavía se persigue y si es posible se elimina a quien profese sus ideas y las
siga difundiendo como medio de lucha contra la opresión y la desigualdad; en la
actualidad los gobiernos fascistas disfrazados de demócratas le han declarado
una guerra abierta, sucia y descarada, aunque su fantasma tan sólo reaparece
cuando los conflictos sociales superan los embates de la cotidianidad.
7. En la sociedad burguesa el matrimonio es una farsa
encubierta con el antifaz de los valores que impone la clase dominante y sus
estamentos oficiales: la educación, la iglesia y los medios de información;
desde la perspectiva de Marx: “El matrimonio burgués es, en realidad, la
comunidad de las esposas. A lo sumo, se podrá acusar a los comunistas de querer
sustituir una comunidad de las mujeres hipócritamente disimulada por una
comunidad franca y oficial. Es evidente por otra parte, que con la abolición de
las relaciones de producción actuales desparecerá la comunidad de las mujeres
que de ellas se deriva, es decir, la prostitución oficial y privada” (Marx,
2007a: 173). En la sociedad comunista la mujer debe asumir el estatus de
un actor social con auténtica libertad y autonomía, porque esta nueva sociedad
se lo va a permitir, no le va a coartar sus derechos; sino por el contrario, le
va ofrecer los medios necesarios para alcanzar una vida digna como mujer,
esposa, madre de familia y como actora política de la nueva sociedad.
8. La prostitución, esa práctica inhumana de
comercialización del cuerpo de la mujer y tan antigua en el género humano ha
desbordado las dimensiones de su accionar en la sociedad capitalista moderna
hasta el extremo de transformar en mercancía los sentimientos humanos. Por su
condición heurística y exegética de la sociedad burguesa el marxismo rechaza de
plano cualquier actividad que atente contra la condición humana, más cuando,
tales atrocidades provienen de la trashumancia del capital, por eso nuestro
gran adalid del proletariado nos manifiesta abiertamente que: “Nuestros
burgueses, no satisfechos con tener a su disposición a las mujeres y las hijas
de sus obreros, sin hablar de la prostitución oficial, encuentran un placer
singular en seducirse mutuamente las esposas”(Marx, 2007a: 173).
9. En la concepción marxista los obreros no tienen
patria porque pertenecen al lugar donde trabajan, su alienación no les permite
reconocer otro espacio diferente al de su explotación; al respecto Marx en el Manifiesto
Comunista se refiere al tema con las siguientes palabras:“Los obreros no
tienen patria. No se les pude quitar lo que no poseen. Más por cuanto el
proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, elevarse a la
condición de clase nacional, constituirse en la nación, todavía es nacional,
aunque de ninguna manera en el sentido burgués” (Marx, 2007a: 173).
10. En la sociedad burguesa la mujer es tratada simplemente
como un instrumento de producción e incluso en la mayor parte de los casos es
considerada como un objeto sexual. Los comerciales de la radio, la prensa y la
televisión la presentan como un nicho sexual con el que se puede vender de
todo, aunque estemos convencidos de sus capacidades y valores la degradación de
la sociedad de consumo la ha venido utilizando como una herramienta al servicio
del capital y no como un sujeto social con capacidad para transformar su
entorno sociocultural. Para Marx el comunismo no pretende establecer la
comunidad de las mujeres porque ésta siempre ha existido, pues lo que se busca
con la nueva sociedad es dignificar su condición humana, ya que: “Para el
burgués, su mujer no es otra cosa que un instrumento de producción. Oye decir
que los instrumentos de producción deben ser de utilización común, y,
naturalmente, no puede por menos de pensar que las mujeres correrán la misma
suerte de la socialización” (Marx, 2007a: 173).
11. La crítica de Marx a la Economía en los Manuscritos de
1844, tienen una gran influencia de la filosofía hegeliana, de donde extrajo
finalmente los elementos esenciales de la dialéctica. La base fundamental de
los manuscritos está en mostrar como el ser humano en la sociedad capitalista
es enajenado por el consumo, la fábrica, el mercado y el trabajo; aunque todas
las mercancías que circulan de un lugar a otro sean producto del trabajo
abstracto humano, su poder de seducción está regulado por la pasión del tener y
los atributos que genera en la conciencia de cualquier individuo el coqueteo de
la prostituta universal: el dinero. De todos los alienados, el obrero es quien
sufre las peores calamidades de la ignominia social, por cuanto está sometido a
vivir en carne propia las diferentes formas de explotación, lo cual también lo
califica para ser el actor social más revolucionario; sin embargo, por sus
condiciones de existencia y con la ayuda de los aparatos ideológicos de Estado
(prensa, radio, educación, farándula, iglesia y televisión), se ha convertido
en un instrumento que reproduce la maquinaria de la opresión estatal y entre
los múltiples ejemplos se pueden mencionar los siguientes: los ejércitos están
conformados por los hijos de campesinos y asalariados, los gobernantes
fascistas disfrazados de demócratas son en su mayoría elegidos y reelegidos por
la plebe, pero cuando se trata de reclamar los verdaderos derechos de su clase
no lo hacen, porque han perdido su identidad política; se podría argumentar
entonces, que la burguesía históricamente ha hecho un excelente trabajo al
idiotizar a los obreros, intelectuales, artistas, literatos, docentes,
empresarios etc., para ponerlos al servicio de su capital. La propuesta de
Marx, está orientada precisamente a eliminar estos obstáculos, pero para
conseguirlo es necesario educar a los obreros de todo el mundo bajo un solo
proyecto político: «proletarios de todos los países uníos».
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