- “Ese pretendido paralelismo, que pretende dar a entender que la
filosofía del derecho natural moderno, la teoría de la revolución de los
derechos humanos y ciudadanos, habría sido la ideología de los capitalistas,
está en manifiesta contradicción con el hecho de que esa filosofía fue, muy al contrario,
expresión señera de la consciencia crítica de la barbarie europea.”
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La libertad guiando al pueblo ✆ Eugene Delacroix
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Florence Gauthier | La tradición marxista ha
solido ver en las revoluciones de la libertad y de la igualdad –que precedieron
a lo que se ha llamado “la revolución proletaria” inaugurada por la Revolución rusa—
“revoluciones burguesas”. Es sabido que Marx dejó elementos de análisis que presentan
momentos diferentes y aun contradictorios de su reflexión, conforme a la
evolución de sus conocimientos y de su comprensión de la Revolución francesa.
El esquema interpretativo que discutiremos aquí fue producido, no por Marx,
sino por la tradición marxista, y no es, como tal esquema, sino una
interpretación de los distintos análisis dejados por Marx. Sin embargo, no me
propongo aquí reconstruir el proceso que llevó a la cristalización de ese esquema
interpretativo: ese trabajo está por hacer, y yo diría que es urgente hacerlo.
Lo que me propongo es más bien discutir si ese esquema se corresponde con la
realidad histórica. Para situar el problema, me limitaré al ejemplo de lo
que
se llama “la Revolución francesa”. Y querría empezar recordando sumariamente
los quebraderos de cabeza a los que algunos grandes historiadores marxistas han
sucumbido a la hora de hacer cuadrar los resultados de su investigación
historiográfica con el esquema interpretativo de la “revolución burguesa”.
A comienzos del siglo XX, se entendía la
Revolución francesa como “revolución burguesa” en el sentido de que la
dirección política de la revolución se habría mantenido en manos burguesas,
pasando de una fracción de la burguesía a otra. Las tareas de esa revolución habrían
ido cumpliéndose bajo la presión de un movimiento popular concebido como
incapaz de pensar y, por lo mismo, incapaz de desempeñar el menor papel
dirigente.
Con todo, puesto que se trataba de una
revolución “burguesa”, había que buscar la existencia de un embrión de “proletariado”.
Y así se llegó a interpretar la presencia de los enragés, de los hebertistas o de los babuvistas como pequeños grupos “comunistas”,
présago del movimiento futuro, el de la “revolución proletaria”.
Esta interpretación se halla ya
en Jean Jaurès, en su Historia socialista de la
Revolución francesa.
Sin embargo, la obra rebasa por mucho ese esquema interpretativo gracias a la publicación
de numerosos documentos, a veces in extenso, que
dejan oír las voces múltiples de los revolucionarios y que muy a menudo
contradicen el esquema interpretativo.
Albert Mathiez reaccionó a
esta interpretación “marxista” de una revolución “burguesa” que hacía
incomprensible el acontecimiento histórico: no se privó de hablar de una “enorme
necedad”, una y otra vez repetida por “dóciles escoliastas”.
El esquema terminó estallando
tras la publicación de las grandes monografías basadas en trabajo de erudición,
y consagradas por vez primera a los movimientos populares, escritas por Georges
Lefebvre y sus discípulos, Richard Cobb, George Rudé, Albert Soboul y Kare Tonnesson.
Lefebvre arrojó luz sobre la presencia de una revolución campesina autónoma en sus
expresiones y en sus formas de organización y de acción. Sus alumnos realizaron
un trabajo de parecida magnitud para las ciudades, arrojando luz sobre la
revolución sansculotte. El pueblo recuperó entonces
su nombre y su dignidad. La “revolución burguesa” quedó petrificada. La tesis
de Soboul escandalizó al descubrir lo que la historiografía conservadora ahora
dominante busca disimular como sea: la democracia comunal, viva, ideadora de
nuevas formas de vida política y social apoyadas en la ciudadanía y la
soberanía popular, creadora de un espacio público democrático, alimentada por
los derechos humanos y ciudadanos y aun inventora ella misma –de concierto con
la revolución campesina— de un nuevo derecho humano: el derecho a la existencia
y a los medios para conservarla. En suma: el descubrimiento de un verdadero
continente histórico desconocido hasta la aparición de esos trabajos
académicamente eruditos.
Sin embargo, Lefebvre y,
luego, Soboul trataron de encuadrar la revolución popular autónoma en el
esquema sedicentemente “marxista” de la “revolución burguesa”. Curiosa
invención: contra la democracia comunal, Robespierre y la Montaña habrían
instituido la llamada “dictadura del gobierno revolucionario”, que vendría a
ser una suerte de reacción termidoriana avant la lettre y
cuyo objetivo no sería otro que desbaratar el impulso democrático. Esta invención
resulta asombrosa e incomprensible, desde luego. Pero no dejó de abrir brechas
en distintos planos del esquema anterior.
Para empezar, los enragés, los hebertistas y los babuvistas no
son ya aquí expresiones de un proletariado balbuciente, sino que han recuperado
su lugar en la revolución popular autónoma. La revolución ha recobrado, así
pues, una consistencia que le confiere un poderoso atractivo. Aparece una seria
duda en lo atinente al carácter revolucionario de la burguesía, la cual, aquí, combate
contra la democracia y contra los derechos humanos y ciudadanos. Y surgen más dudas:
¿hubo dictadura el año II? Sólo la tradición “marxista” lo ha sostenido. ¡Ni
siquiera existe en la tradición termidoriana, que cultivaba las sospechas sobre
la intención de Robespierre de aspirar a la tiranía! Sospechar una intención no
es lo mismo que afirmar un hecho cumplido. Tampoco existe en la historiografía
democrática de Alphonse Aulard y Philippe Sagnac. La cosa no ofrece duda: es
una invención de la tradición “marxista”. Grave error, pero –¡qué interesante!—
error hecho suyo sin vacilación ni ponderación crítica por parte de la actual
historiografía conservadora dominante, a fin de promover su tesis bienpensante
de que
la revolución o las
revoluciones son la antítesis del derecho y no pueden sino conducir a dictaduras:
y para demostrarlo, se apela a la tradición “marxista”.
Por lo demás, ¿de verdad fueron los
robiesperristas una fracción de la burguesía? Albert Mathiez ya puso seriamente
en causa este asunto. ¿Cómo explicar, a fin de cuentas, el 9 de Termidor, si ya
estaba en curso una reacción antipopular?
Repárese en que Lefebvre y Soboul, para
mantener la coherencia, se vieron obligados –no sin dolor— a hacer pasar por un
proyecto progresista el liberalismo económico al que se oponía el programa
económico popular. Y a la Declaración de los Derechos Humanos y Ciudadanos, por
un asunto de burgueses.
Traducción del francés por
Antoni Domènech