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Karl Marx ✆ A.d.
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Jesús P. García
Brigos, Rafael Alhama Belamaric, Roberto Lima Ferrer & Daniel Rafuls Pineda | Al
margen de diferencias en matices, a la situación encontrada en la obra internacional
valdría aplicarle mutatis mutandi la
consideración siguiente del argentino Atilio Borón: “Sea por ignorancia o por un arraigado prejuicio, lo cierto es que la
flagrante deformación de lo que Marx dejó prolijamente escrito en buen alemán
ha potenciado los gruesos errores interpretativos de una legión de críticos de
la teoría marxista”. Concluimos, entonces, con una nueva cita del libro de
Lukács, en este caso extraída de su capítulo dedicado al marxismo de Rosa
Luxemburgo. Allí el teórico húngaro, con razón, afirma:
“… no es la primacía
de los motivos económicos en la explicación histórica lo que constituye la
diferencia decisiva entre el marxismo y el pensamiento burgués, sino el punto
de vista de la totalidad. La categoría de totalidad, la penetrante supremacía
del todo sobre las partes, es la esencia del método que Marx tomó de Hegel y
brillantemente lo transformó en los cimientos de una nueva ciencia” (Lukács, 1971: 27).
Esta primacía del principio de la totalidad es tanto más
relevante si se recuerda la fragmentación y reificación de las relaciones
sociales característica del pensamiento burgués. El fetichismo propio de la
sociedad capitalista tiene como resultado, en el plano teórico, la construcción
de un conjunto de “saberes disciplinados” como la economía, la sociología, la ciencia
política, la antropología cultural y social, que pretenden dar cuenta, en su
espléndido aislamiento, de la supuesta separación y fragmentación que existe,
en la sociedad burguesa, entre la vida económica, la sociedad, la política y la
cultura, concebidas como esferas separadas y distintas de la vida social, cada
una reclamando un saber propio y específico, e independiente de las demás. En
contra de esta operación, sostiene Lukács, “la
dialéctica afirma la unidad concreta del todo”, lo cual no significa, sin embargo,
hacer tabula rasa con sus componentes
o reducir “sus varios elementos a una
uniformidad indiferenciada, a la identidad” (Lukács, 1971).
Lukács está en lo cierto cuando afirma que los “determinantes sociales y los elementos en
operación en cualquier formación social concreta son muchos, pero la
independencia y autonomía que aparentan tener es una ilusión, puesto que todos
se encuentran dialécticamente relacionados entre sí”. De ahí que nuestro
autor concluya que tales elementos “solo
pueden ser adecuadamente pensados como los aspectos dinámicos y dialécticos de
un todo igualmente dinámico y dialéctico”. (Kosík, 2 1967: 25-67).
El reclamo de la atención a la totalidad, lamentablemente a
veces por no haber sido atendido, es válido para cualquiera de los problemas
particulares que enfrentamos en la actualidad.
En el tema de la propiedad la no atención a este reclamo
objetivo, ni siquiera por los que se declaran partidarios de su validez, es
quizás la causa esencial del constante “resurgir” y no “resolver”, de los
debates acerca del socialismo de mercado, del papel del mercado en su relación
con el Estado, de los “mecanismos de retribución”, las posibilidades de
“combinar planificación y mercado” en pro de objetivos socialistas, y de otros muchos,
de importancia teórica, pero sobre todo de trascendencia decisiva en el
enfrentamiento práctico de la construcción socialista.
Es en estos aspectos del sistema de la propiedad que se
cimentan mayormente los debates, y los riesgos de las acciones en la práctica.
Tras la no atención a la totalidad que existe “objetiva e independiente de
nuestra conciencia”, se precipitan las respuestas pragmáticas, con implementaciones
en su esencia fragmentadas y fragmentadoras, que se expresan en comportamientos
“de sentido común”, “realistas”, pero preñados de riesgos, como cuando se
promueve acrítica y como acto de fe la búsqueda del “socialismo posible” en
nuestras condiciones, concepto que ahora se introduce en el debate político
público cubano, pero es tan viejo al menos como la obra de 1983 del británico
Alec Nove a la que nos hemos referido en
páginas anteriores, La economía del socialismo
posible, con su propuesta del “socialismo
que se puede concebir alcanzar dentro de la reproducción de una generación o
durante los cincuenta años más próximos”.
En el contexto de los debates que tuvieron lugar en las
últimas décadas muy importante fue la crítica de Ernst Mandel en su artículo “En defensa de la planificación socialista”,
1986, seguida de la réplica de Nove El mercado
en el socialismo (1987), y la vuelta a la carga de Mandel con El mito del socialismo de mercado, 1988.
Intervinieron en esos debates con importantes argumentos P. Auerbach, M. Desai
y A. Shamsavari, en La transición del
capitalismo realmente existente, 1988, obra en la cual destacan cómo en el
mundo real no ha existido una relación mutuamente excluyente, sino una conexión
dialéctica simbiótica entre planificación y mercado.
En los planteamientos de Auerbach, Desai y Shamsavari la
planificación tiene un papel intrínseco inevitable en el socialismo, no solo
como respuesta a los “fallos del mercado” como sugieren los partidarios del socialismo
de mercado, lo cual de hecho ocurre en el capitalismo realmente existente,
especialmente mostrado, según ellos , en la experiencia japonesa. Según refiere
Makoto Itoh:
(…) La planificación
de las inversiones y las investigaciones por las empresas, lo mismo que ayudan
a coordinar la actividad de estas entidades en el futuro —se está refiriendo a
empresas capitalistas—, permanece como una actividad relevante en el
socialismo. Formas más innovadoras de planificación económica involucrarían la
reconfiguración del trabajo para satisfacer las necesidades y los deseos de la
población, lo que es ahora llamado “planificación del poder humano” (manpower
planning). La realización del potencial humano es, por supuesto, el arma mayor
y más valiosa en el arsenal socialista.
A pesar de sus conclusiones acerca de la necesidad de la
“planificación del poder humano”, que sugieren una interesante posibilidad de
futuro, la mayoría de los comentarios de estos autores no son favorables al socialismo,
al mismo tiempo que no examinan a profundidad los argumentos a favor del
socialismo de mercado. Así están de nuevo sobre este tema los trabajos de Diane
Elson, ¿Socialismo de mercado o socialización
del mercado? (1988), quien comparte la visión de Mandel acerca de una
alternativa ente el mercado y la planificación burocrática, apoya la idea de
Nove en relación con el papel de los mecanismos de precios como instrumento de
coordinación para las economías socialistas, pero argumentando que ello tiene
que ser socializado, y presta especial atención al proceso de reproducción de
la fuerza laboral, incluso desde el trabajo doméstico, con un marcado enfoque
feminista. Muy importante para
profundizar en este debate es la obra también referida en páginas anteriores, Comparando sistemas económicos. Una
aproximación desde la economía políticas, de A. Zimbalist, H. J. Sherman y
S. Brown. Más recientes son los trabajos a favor y en contra del mercado,
compilados por P. K. Bardham y J. E. Roemer en el libro Market Socialism; the Current Debate (1993),10 y, de insoslayable
consulta, la obra de David Mc Nally Contra
el mercado. Economía Política, socialismo de mercado y la crítica marxista (1993),11
que somete a rigurosa crítica las concepciones de Elson y otros, y en sus
conclusiones plantea algo de importancia cardinal en los momentos actuales
cuando afirma que:
“(…) no es la
supervivencia de varios mecanismos de mercado en una sociedad que se está
moviendo dejando atrás el capitalismo, sino si el mercado puede ser el
principal regulador de una economía socialista, si los seres humanos son
capaces de regular sus relaciones económicas de modo diferente a la ciega y
elemental tiranía de las cosas. La elección se plantea entre la socialización
de la vida económica (y la subordinación de los mercados a la regulación
social) o la regulación del mercado y sus sistemáticamente antisociales
efectos.”