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Karl Marx ✆ Ombu |
En 1881,
Vera
Zasúlich le preguntó a Marx qué debían hacer los marxistas rusos hasta que
el capitalismo hubiera preparado las condiciones en Rusia para una revolución
proletaria [*]. Esto escribía Zasulich:
“Si por un lado, la
comuna aldeana (el mir ruso) está condenada a la destrucción, lo que le resta
hacer a un socialista es buscar instrumentos de medida bien fundados para
determinar aproximadamente en cuántas décadas pasará la tierra de los
campesinos rusos a manos de la burguesía y cuántas centenas de años
transcurrirán antes que el capitalismo alcance en Rusia el mismo nivel de
desarrollo que en Europa occidental. En ese caso, los socialistas tendrán que
hacer propaganda solamente entre los obreros de las ciudades que estarán
diluidos dentro de la masa de campesinos arrojados a las calles de las grandes
ciudades, en busca de un salario, conducidos hasta allí a causa de la
desintegración de la comuna aldeana” | Cita extraída de una carta de Vera
Zasulich a Marx, el 16 de febrero de 1881, edición rusa del libro Grupo Emancipación
del Trabajo, p. 222.
Lo que es más destacable en esta cita es que la revolución
socialista está separada de la transformación democrática por varios siglos.
Los representantes de la generación pos-Octubre considerarán esto monstruoso.
Pero, esta idea, indiscutiblemente, prevaleció de hecho entre los marxistas
rusos hasta 1905 y también, en una gran medida, hasta 1917. Por supuesto, no
todos medían en siglos la distancia a la revolución socialista. Aquí, Zasulich
miraba simplemente la historia de Inglaterra como si se tratara de un espejo
para las naciones más atrasadas. Pero, la idea principal, a saber, que primero
debe tener lugar una revolución democrática burguesa; luego, que las fuerzas
productivas deben desarrollarse durante un período de duración indeterminada
sobre fundamentos capitalistas y que, únicamente después, vendrá la era de la
revolución socialista en pleno derecho, era la idea predominante, como lo
muestran las minutas de la conferencia del Partido Bolchevique de marzo de
1917. Todos sus participantes, sin excepción, consideraban el tema en el
sentido que la revolución democrática debía estar concluida, y no que la
revolución socialista debía ser preparada. Aquellos que, después de Octubre,
han tratado de hacer un balance crítico de su actitud con respecto a la
revolución de Febrero han reconocido honestamente que se dirigían hacia una
puerta pero que se chocaron con otra. Veamos lo que escribía, por ejemplo [Mijail
Alexandrov] Olminsky
[2], sobre este
tema, en 1921: “La revolución que viene sólo podrá ser una revolución
burguesa...Era esta una premisa obligatoria para todo miembro del partido, la
opinión oficial del partido, la consigna permanente e inmutable hasta la
revolución de Febrero, y aún un poco después”.
De ningún modo se trataba de que la revolución debía
realizar primero las tareas democráticas y que era únicamente sobre esta base
que podía amplificarse en revolución socialista. Ninguno de los participantes
de la conferencia de marzo tenían la menor sospecha de tal idea antes de la
llegada de Lenin. En esta época, Stalin no sólo no hacía ninguna referencia al
artículo de Lenin de 1915, sino que advertía contra el peligro de espantar a la
burguesía, exactamente con el mismo espíritu que Jordania. La convicción de que
la historia no se atrevía a saltar por encima de una etapa dictada por alguna
prescripción filistea estaba ya firmemente implantada en su cráneo. Había tres
etapas: primero, la revolución democrática llevada hasta su término, luego; un
período de desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas y, por último, el
período de la revolución socialista. La segunda etapa se concebía como una
etapa bastante prolongada, medida, ya no en siglos, como lo hacía Zasulich,
sino en todo caso, en varias décadas. Se admitía que una revolución proletaria
victoriosa en Europa podía reducir la segunda etapa, pero, en el mejor de los
casos, sólo estaba incluida como una posibilidad teórica. Según esta teoría
estereotipada, defendida por Stalin, y que prevalecía entonces casi totalmente,
la posición de la revolución permanente, que unía las revoluciones democrática
y socialista en el marco de una sola etapa, era absolutamente inadmisible, anti-marxista,
monstruosa.
Y sin embargo, en sentido general, la idea de revolución
permanente era una de las ideas más importantes de Marx y de Engels. El
Manifiesto Comunista fue escrito en 1847, algunos meses antes de la revolución
de 1848 que pasó a la historia como una revolución burguesa parcial e
inacabada. Alemania en esa época era un país muy atrasado, aferrado
estrechamente a las cadenas del feudalismo y de la servidumbre. No obstante,
Marx y Engels no desarrollaron en ninguna parte una perspectiva que
comprendiera tres etapas. Consideraban a la revolución que vendría como una
revolución transitoria, es decir, que comenzaría por aplicar un programa
democrático burgués pero se transformaría mediante el mecanismo interno de las
fuerzas involucradas y se transformaría en revolución socialista. Veamos lo que
dice, sobre este punto, el Manifiesto Comunista:
“Los comunistas
dedican su atención principalmente a Alemania, porque este país está en
vísperas de una revolución burguesa que debe ser llevada a cabo en las
condiciones más avanzadas de la civilización europea, y con un proletariado
mucho más desarrollado que el de Inglaterra en el siglo XVII o el de Francia
del siglo XVIII, pero además, porque la revolución burguesa en Alemania no será
más que el preludio de una revolución proletaria que se desencadenará
inmediatamente”.
Esta idea no era para nada accidental. En la Neue Rheinische Zeitung, durante el
transcurso mismo de la revolución de 1848, Marx y Engels propusieron el programa
de la revolución permanente y Marx incluso escribió un artículo que tenía estas
palabras como título.
La revolución de 1848 no se transformó en una revolución
socialista. Pero tampoco se concluyó como una revolución democrática. Para
comprender la dinámica histórica, el segundo hecho no es menos importante que
el primero. En 1848 se ha demostrado que, si bien las condiciones no estaban
aún maduras para una dictadura del proletariado, tampoco había ningún lugar
para una realización auténtica de la revolución democrática. La primera y la
tercera etapa se revelaron unidas inseparablemente. En este sentido
fundamental, el Manifiesto Comunista tenía completa razón.
¿Ignoraba Marx la cuestión campesina y la tarea de la
eliminación de la basura feudal en general? Es hasta absurdo plantear la
pregunta. Marx no tenía nada en común con la metafísica idealista de un
Lasalle, quien pensaba que el campesinado en general encarnaba principios
reaccionarios. Por supuesto, Marx no consideraba al campesinado como una clase
socialista. Apreciaba dialécticamente el papel histórico del campesinado. La
teoría marxista en su conjunto no solamente habla sobre esto con mucha
elocuencia, sino que habla también de esto y en particular en la Neue Rheinische Zeitung de 1848.
Luego de la victoria de la contrarrevolución, Marx tuvo que
hacer algunas correcciones, aplazando el día en que la revolución podía
esperarse nuevamente. ¿Pero Marx admitió un error? ¿Llegó a comprender que se
podía saltar por encima de las etapas?
¿Comprendió finalmente que había, precisamente, tres etapas?
No. Marx se demostró incorregible. En la época de la contrarrevolución
victoriosa, subrayó las perspectivas de un nuevo ascenso revolucionario, y, una
vez más, ligó la revolución democrática, sobre todo la revolución agraria, a la
dictadura del proletariado, utilizando el acento de la permanencia. Esto es lo
que escribió Marx en 1856: “Todo el
asunto en Alemania dependerá de la posibilidad de sostener a la revolución
proletaria con algunas reediciones de la guerra campesina. Entonces el asunto
será espléndido”.
Estas palabras son citadas a menudo, pero, como lo han
demostrado las discusiones y los escritos de los últimos años, su significado
fundamental siempre fue mal comprendido. Sostener la dictadura del proletariado
por una guerra campesina significa que la revolución agraria es llevada a cabo
no antes de la dictadura del proletariado sino a través de ella. A pesar de la
lección de 1848, Marx no adoptó la filosofía pedante de las tres etapas, una
filosofía que constituye de hecho la inmortalización de una incomprensión mal
digerida de la experiencia de Inglaterra y Francia. Marx pensaba que la
revolución que vendría llevaría al proletariado al poder antes que la
revolución democrática burguesa haya sido llevada a término. Marx hacía
depender la victoria de la guerra campesina de la llegada al poder del
proletariado. Hacía depender la capacidad de duración de la dictadura del
proletariado de la cuestión de saber si ésta se había instaurado y desarrollado
paralela o simultáneamente, a un desarrollo de la guerra campesina. ¿Era justa
la orientación de Marx? Al responder a esta pregunta en la actualidad, tenemos
una experiencia mucho más rica que la que tenía Marx. El se basaba en la
experiencia de las revoluciones burguesas clásicas, ante todo en la revolución
francesa, y hacía su pronóstico de revolución permanente sobre la base de
relaciones de fuerza que cambiaban entre la burguesía y el proletariado.
Engels, en su libro “Las Guerras campesinas en Alemania”, demostró que las
guerras campesinas del siglo XVI siempre fueron dirigidas por alguna fracción
urbana, es decir, por una u otra ala de la burguesía. Partiendo del hecho que
la burguesía en su conjunto ya no era apta para un rol revolucionario, Marx y
Engels llegaron a la conclusión que la dirección de una guerra campesina debía
estar asegurada por el proletariado que extraería una renovada fuerza de la
guerra campesina, y que la dictadura del proletariado podría, en el transcurso
de su primera y más difícil etapa, encontrar una base sólida en la guerra
campesina, es decir en la revolución agraria democrática.
El año 1848 suministró una confirmación incompleta y
únicamente negativa de esta idea. La revolución agraria no fue llevada a la
victoria y el proletariado no se desarrolló plenamente y no llegó al poder.
Desde entonces, sin embargo, hemos visto las experiencias de las revoluciones
rusas de 1905 y 1917 y la china. Ahora, la concepción de Marx ha sido
confirmada de manera decisiva e irrefutable: una confirmación positiva en la
revolución rusa y una confirmación negativa en la revolución china.
La dictadura del proletariado se ha comprobado como posible
en la Rusia atrasada, precisamente porque estaba sostenida por una guerra
campesina. En otros términos, la dictadura del proletariado se comprobó como
posible y durable únicamente porque ninguna de las fracciones de la sociedad
burguesa se mostró capaz de asegurar la dirección resolviendo la cuestión
agraria. O para decirlo más brevemente y más precisamente, la dictadura del
proletariado se demostró posible por la simple razón de que la dictadura
democrática se ha demostrado imposible.
En China, por otro lado, el intento para resolver el
problema agrario a través de una dictadura democrática especial sustentada por
la autoridad de la Internacional Comunista, del Partido Comunista Soviético, de
la URSS, no ha conducido más que a la derrota de la revolución. Así, el esquema
histórico fundamental de Marx está total e íntegramente confirmado. Las
revoluciones, en la nueva era histórica, combinarán, o bien la primera y la
tercera fase, o bien rodarán hacia atrás y retrocederán en la misma primera
fase.
[*] Este artículo fue publicado
en diciembre de 1928
[1] Traducción
inédita del francés para esta edición, de la versión publicada en
Oeuvres, León Trotsky, Tomo II, p. 425,
publicada por el
Institut Leon Trotsky
de Francia. A su vez fue traducido del inglés de
The Challenge of the Left Opposition (1928-29), p. 347.
[2] Mijail
Alexandrov Olminsky (1863-1933): Se unió a los populistas en 1883 y a los
bolcheviques en 1904. Jugó un importante rol a la cabeza del Instituto de
Historia del Partido luego de la revolución.