Ariel Mayo |
[...] Las derrotas sufridas por el movimiento obrero en el período
comprendido entre las décadas del 70 y el 90 del siglo pasado acarrearon, en el
plano de la teoría del Estado, un retroceso hacia concepciones que rechazan la
lucha de clases como fundamento de la política y que conciben al Estado como un
ente neutral, capaz de conducir a la sociedad rumbo a la “justicia social”. La
democracia es elevada al rango de remedio universal para todos los problemas
sociales. En este contexto, todas las obras que “huelan a clase social”, que
utilicen ese concepto para caracterizar los procesos políticos, son condenadas
al olvido. En nombre del respeto a la pluralidad es canonizado un pensamiento
que ignora prolijamente la realidad de desigualdad, de opresión y de sometimiento
que padecemos todos los días. El progresismo hace un elogio del lugar común y
combate la desigualdad en las palabras, mientras la fortalece en los hechos. El
capitalismo es convertido en el estado natural de la humanidad y la explotación
es aceptada como algo que no se puede remediar.
Volver a leer a los clásicos (¡tantas veces se ha dicho esta
frase!) significa adoptar un punto de partida que arranca en el reconocimiento
de la existencia de las clases sociales como hecho primordial para analizar los
procesos políticos. Ni más ni menos. Lejos de leerlos en búsqueda de una receta
universal para los problemas de nuestra época, su lectura nos proporciona
pistas para orientarnos en el mundo dominado por el capital, con la certeza de
que esa lectura es sólo el comienzo y no el final de la crítica de la realidad.
Los clásicos del marxismo, así como otros autores que han abordado la relación
entre el Estado, la política y las clases desde diferentes perspectivas
teóricas, se encuentran al comienzo del camino, no en la línea de llegada. Los
dogmatismos pueden ser buenos para las iglesias, no así para los trabajadores.
Engels y la discusión
de la autonomía de la política en la “Introducción de 1895”
La ‘Introducción’ de Friedrich Engels (1820-1895) a ‘Las
luchas de clases en Francia’ de Karl Marx (1818-1883) ha sido calificada
de verdadero “testamento político” del primero (1). Es un documento dirigido a
la socialdemocracia alemana; por tanto, su lectura exige, para su cabal
comprensión, cierto conocimiento de la situación del partido alemán en 1895 (en
especial, de las tensiones existentes al interior de éste). En este trabajo no
voy a ahondar en esta cuestión, ni tampoco propondré un análisis del modo en
que Engels caracteriza al libro de Marx. En otro lugar haré un comentario
de Las luchas de clases; esta postura puede justificarse a partir del
mismo Engels, quien en la ‘Introducción’ se concentra en el período posterior a
las Revoluciones de 1848.
La ‘Introducción’ gira en torno a la idea de que los cambios
en la estructura económica permiten explicar las transformaciones en la
política. Así, las Revoluciones de 1848 son consecuencia de la crisis comercial
de 1846, en tanto que su derrota es efecto del ascenso económico experimentado
a partir de 1848.
“El trabajo que aquí
reeditamos fue el primer ensayo de Marx para explicar un fragmento de la
historia contemporánea mediante su concepción materialista, partiendo de la
situación económica existente.” (p. 9).
¿En qué consiste el mecanismo explicativo empleado por Marx?
“…se trataba de poner
de manifiesto, a lo largo de una evolución de varios años, tan crítica como
típica para toda Europa, el nexo causal interno; se trataba pues de reducir,
siguiendo la concepción del autor, los acontecimientos políticos a efectos de
causas, en última instancia económicas.” (p. 9-10).
Desde el punto de vista engelsiano, la política no es
autónoma. Esto significa que el político no crea la realidad a gusto, sino que
el menú de opciones de que dispone se encuentra limitado por las condiciones
económicas con las que se encuentra (2). El político puede elegir, más no puede
elegir cualquier cosa. Esto, y no otra cosa, es la “concepción materialista de
la historia”.
Es cierto que pasajes como el que hemos citado abonan la
tesis de que el marxismo es un reduccionismo económico. Dicha tesis implica el
desconocimiento de la concepción marxista del proceso de producción. A este
respecto conviene tener presente la conocida afirmación del Manifiesto de
que “la historia de todas las sociedades es
la historia de la lucha de clases” (3). El énfasis en el papel de la
economía no debe ser tomado como la negación de la lucha de clases, sino como
un recordatorio de que esa lucha de clases se libra sobre un terreno concreto,
que no es elegido por los contendientes y que limita las opciones que estos
pueden elegir. Así, en el prólogo a la Contribución a la crítica de la
economía política, Marx afirma lo siguiente:
“Una formación social
jamás perece hasta tanto no se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas
para las cuales resulta ampliamente suficiente, y jamás ocupan su lugar
relaciones de producción nuevas y superiores antes de que las condiciones de
existencia de las mismas no hayan sido incubadas en el seno de la propia
antigua sociedad. De ahí que la
humanidad siempre se plantee solo tareas que puede resolver, pues
considerándolo más profundamente siempre hallaremos que la propia tarea sólo
surge cuando las condiciones materiales para su resolución ya existen o, cuando
menos, se hallan en proceso de devenir.” (4). (El resaltado es mío – AM-).
El pretendido determinismo económico es, en rigor, el
reconocimiento de que la lucha de clases no es autónoma. Pero la concepción de
fondo, el núcleo duro de la teoría de Marx, sigue siendo la tesis de que la
historia es lucha de clases.
Engels aplica las ideas sobre la relación entre política y economía en su análisis de los cambios en la situación política europea a partir de 1848. Corresponde, desde el punto de vista analítico, dos momentos en dicha utilización. El primero consiste en el examen de las causas de la derrota de las revoluciones de 1848. El segundo, en el estudio de las condiciones que posibilitaron el crecimiento del movimiento socialista en las décadas que siguieron a la derrota de las revoluciones.
Las revoluciones europeas de 1848 o, mejor dicho, el ciclo de su desarrollo y derrota, requieren para su explicación del análisis de las condiciones económicas del período (2). Según Engels, Marx llegó a esta conclusión cuando pudo retomar los estudios de historia económica en 1850:
“La crisis del comercio mundial producida en 1847 había sido la verdadera madre de las revoluciones de febrero y marzo, y que la prosperidad industrial, que había vuelto a producirse desde mediados de 1848 y que en 1849 y 1850 llegaba a su pleno apogeo, fue la fuerza animadora que dio nuevos bríos a la reacción europea otra vez fortalecida.” (p. 12).
La lucha por la “libertad” se había dado dentro de límites bien precisos. Las aspiraciones de emancipación de los sectores populares chocaron contra el muro constituido por las posibilidades latentes de desarrollo capitalista, las que comenzaron a desplegarse a partir de 1850. Las condiciones económicas existentes en 1848-1850 eliminaban al socialismo del menú de salidas posibles a la crisis revolucionaria. En este sentido, el texto de Engels puede ser leído como una autocrítica de las ilusiones marxistas en 1848:
“Cuando estalló la revolución de febrero, todos nosotros nos hallábamos en lo tocante a nuestra manera de representarnos las condiciones y el curso de los movimientos revolucionarios, bajo la fascinación de la experiencia histórica anterior, particularmente la de Francia (…) no podía caber para nosotros ninguna duda, en las circunstancias de entonces, de que había comenzado el gran combate decisivo y de que este combate había de llevarse a término en un solo período revolucionario, largo y lleno de vicisitudes, pero que sólo podía acabar con la victoria definitiva del proletariado.” (p. 14-15).
La afirmación del peso de las condiciones económicas va dirigida, aunque suene paradójico, contra las mencionadas ilusiones marxistas de la época. No se trata de establecer un férreo determinismo económico, sino de marcar los límites de lo que es posible hacer en política. Tampoco es, por cierto, el elogio del posibilismo, sino el reconocimiento de que la construcción política no sale de la nada. La voluntad revolucionaria no aumenta el número de opciones disponibles en un momento y lugar determinados, pero es imprescindible para obtener el mejor resultado una vez que se ha tomado partido por una de las opciones del menú.
La derrota de las revoluciones de 1848 es concebida, por tanto, como la confirmación de que la política revolucionaria no es autónoma y, a la vez, como el quiebre de un modelo de acción revolucionaria identificado con la Revolución Francesa de 1789.
“El período de las revoluciones desde abajo se había cerrado, por el momento; a éste siguió un período de revoluciones desde arriba.” (p. 21).
El ciclo de revoluciones iniciado en 1789 no podía escapar a su carácter burgués, porque las condiciones económicas imperantes durante todo el período (que se cierra en 1848) no permitían otra cosa. La lucha por un régimen democrático era lo mejor a que podían aspirar los sectores populares; sin embargo, los dirigentes y militantes socialistas creían que la instauración del régimen democrático sería el punto de partida para el inmediato pasaje al socialismo. De ahí el énfasis engelsiano en afirmar el peso de la economía sobre la política.
A modo de resumen de lo anterior, el socialismo no era factible en 1848 porque el capitalismo estaba en pañales. Engels expresa esto de manera rotunda:
“La historia nos ha dado un mentís a nosotros y a cuantos pensaban de un modo parecido. Ha puesto de manifiesto que, por aquel entonces, el estado del desarrollo económico en el continente distaba mucho de estar maduro para poder eliminar la producción capitalista; lo ha demostrado por medio de la revolución económica que desde 1848 se ha adueñado de todo el continente, dando, por vez primera, verdadera carta de ciudadanía a la gran industria en Francia, Austria, Hungría, Polonia y últimamente en Rusia, y haciendo de Alemania un país industrial de primer orden. Y todo sobre la base capitalista, lo cual quiere decir que esta base tenía todavía, en 1848, gran capacidad de expandirse.” (p. 19).
El límite de las revoluciones de 1848 era la capacidad de expansión de las fuerzas productivas bajo el capitalismo. Dicho en términos generales, el límite de la política es, pues, el conjunto de condiciones económicas. La voluntad, por más tenaz que sea, no puede ir más allá de ese límite.
Las revoluciones de 1848, a pesar del entusiasmo y la voluntad, no podían ser otra cosa que revoluciones burguesas. Marx y Engels tomaron conciencia de ello dándose la cabeza contra la pared. Pero el horizonte burgués de la política europea también se impuso sobre las esperanzas de los sectores conservadores que derrotaron a los revolucionarios. Ellos también comprobaron en carne propia que era imposible volver al mundo anterior a 1789. Los vencedores terminaron realizando los objetivos (burgueses) de las revoluciones de 1848. Las ilusiones populares fueron desechadas, las realidades burguesas se vieron concretadas. Este, y no otro, fue el contenido de las “revoluciones desde arriba” que se llevaron adelante en las décadas de 1850 y 1860.
Notas
(1) Para la redacción de este trabajo utilicé la traducción
española de la ‘Introducción’ de Engels, incluida en la siguiente edición:
Marx, Karl. (1973). Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850. Buenos
Aires: Anteo. (pp. 9-38).
(2) En La ideología alemana Marx y Engels
abordaron la cuestión: “en cada una de
sus fases [se refieren a cada fase de la historia de las sociedades] se encuentra un resultado material, una suma
de fuerzas de producción, una relación históricamente creada con la naturaleza
y entre unos y otros individuos, que cada generación transfiere a la que le
sigue, una masa de fuerzas productivas, capitales y circunstancias, que, aunque
de una parte sean modificadas por la nueva generación, dictan a ésta, de otra
parte, sus propias condiciones de vida y le imprimen un determinado desarrollo,
un carácter especial; de que, por tanto, las circunstancias hacen al
hombre en la misma medida que éste hace a las circunstancias.” (p. 41; el
resaltado es mío – AM -). (Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1985). La
ideología alemana. Buenos Aires: Cartago y Ediciones Pueblos Unidos.). Cabe
señalar que Marx y Engels rechazan explícitamente la concepción que sostiene
que son las circunstancias (económicas) las que determinan exclusivamente la
conducta de los hombres. En la aceptación de que los hombres hacen a las
circunstancias está contenida en germen la tesis de la historia como lucha de
clases.
(3) El pasaje completo dice: “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia
de la lucha de clases.” A continuación, Marx y Engels agregan: “Hombres libres y esclavos, patricios y
plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y
oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas
veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación
revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna.” (p.
32-33). La cita está tomada de: Marx, Karl y Engels, Friedrich.
(1983). Obras escogidas. Moscú: Progreso.
(4) Marx, Karl. (2000). [1° edición:
1859]. Contribución a la crítica de la economía política. México D. F.:
Siglo XXI. El fragmento citado se encuentra en la página 5.