Jorge Beinstein | En
ciertos rituales funerarios de tiempos remotos los muertos eran colocados en
posición fetal, por ejemplo se han encontrado restos de neardentales sepultados
de esa manera con la cabeza apuntando hacia el Oeste y los pies hacia el Este,
algunas hipótesis antropológicas sostienen que esa disposición del cadáver
estaba relacionada con la creencia en el renacimiento del muerto. La
civilización burguesa a medida que avanza su senilidad parece reiterar esos
ritos, preparándose para el desenlace final apunta la cabeza hacia su origen
occidental y va acomodando el cuerpo degradado buscando recuperar las formas
prenatales intentando tal vez así conseguir una vitalidad irremediablemente
perdida.
El fin y el origen aparentan converger, pero el anciano no
consigue volver al pasado sino más bien reproducirlo de manera grotesca,
decadente. Hacia el final de su recorrido histórico el capitalismo se vuelca
prioritariamente hacia las finanzas, el comercio y el militarismo en su nivel
más aventurero “copiando” sus comienzos cuando Occidente consiguió saquear
recursos naturales, sobreexplotar
poblaciones y realizar genocidios acumulando
de ese modo riquezas desmesuradas con relación a su tamaño lo que le permitió
expandir sus mercados internos, invertir en nuevas formas productivas, desarrollar
instituciones, capacidad científica y técnica. En suma construir la “civilización”
que llevó Voltaire a señalar: “la civilización no suprime la barbarie, la
perfecciona”.
La decadencia del mundo burgués imita en cierto modo a su
origen pero no lo hace a partir de un protagonista joven sino decrépito y en un
contexto completamente diferente: el de la gestación era un planeta rico en
recursos humanos y naturales disponibles, virgen desde el punto de vista de los
apetitos capitalistas, el actual es un contexto saturado de capitalismo, con
fuertes espacios resistentes o poco manejables en la periferia, con numerosos
recursos naturales decisivos en rápido agotamiento y un medio ambiente global
desquiciado.