Rolando Astarita | En muchas
discusiones acerca de la relación entre los países capitalistas más poderosos y
los países atrasados, subyace el tema del imperialismo. Buena parte de la
izquierda radical continúa basando sus análisis en las tesis leninistas del
imperialismo. Desde hace años sostengo que estas tesis no permiten entender el
modo de producción capitalista de hoy, y que la perspectiva de El Capital (esto
es, asentada en la teoría del valor trabajo y la plusvalía) permite una aproximación
más justa. Tres cuestiones, por lo menos, me impulsaron a realizar esta
revisión crítica. En primer lugar, el comprobar que la tesis del monopolio (los
monopolios manejan más o menos a voluntad los precios) no tiene validez
empírica en el capitalismo contemporáneo (lo cual implica que rige la ley del
valor “a lo Marx”). En segundo término, comprobar que no se verificaba la tesis
del estancamiento permanente del Tercer Mundo, una idea que dominaba en
prácticamente todos los escritos sobre imperialismo y dependencia desde los
años 50. En tercer término, el hecho de que desde hace más de siete décadas no
han vuelto a producirse guerras interimperialistas. En este último respecto
recuerdo que en una mesa redonda, convocada a raíz de la agresión a Irak
(segunda invasión), uno de los panelistas, dirigente de un partido de
izquierda, sostenía que la intervención era el primer paso de un conflicto
armado a gran escala de EEUU y Gran Bretaña contra Alemania, Francia y Japón.
Cuando le manifesté que no veía nada de eso en el horizonte, me respondió con
el “está en la
naturaleza del imperialismo, como Lenin dijo” y pronosticó la
ruptura de la OTAN y la ONU. Algunos años antes, también en una mesa redonda,
un militante de otro partido me acusó de
“embellecer al capitalismo” porque se
me ocurrió afirmar que no había en puertas una nueva guerra entre las
potencias. Como siempre, el argumento principal de mi crítico era
“Lenin
dijo…”. En esta nota presento las dificultades que, a mi entender, encierran
las tesis sobre el imperialismo. Para esto, reproduzco una parte del capítulo 1
de mi libro Monopolio, imperialismo e intercambio desigual (Madrid, Maia,
2009).
“La cuestión del imperialismo continúa estando en el centro de los
análisis de las fuerzas de la izquierda y nacionalistas radicalizadas de los
países subdesarrollados. Para los marxistas la referencia obligada es el famoso
folleto de Lenin, El imperialismo fase superior del imperialismo; complementado
con Hilferding (1963), Hobson (1902) y Bujarin (1971). Si bien en los años que
siguieron a la muerte de Lenin hubo muchos trabajos sobre el imperialismo, su
idea de que el imperialismo se caracteriza por el predominio del monopolio y la
explotación de las colonias, las semicolonias y los países dependientes por los
países industrializados, pocas veces fue cuestionada en el marxismo. El
objetivo de este capítulo es discutir los problemas que plantea esa visión
tradicional”.
La visión clásica del
imperialismo
La concepción de los marxistas de principios de siglo XX
sobre el imperialismo gira en torno a algunas pocas ideas claves, y vinculadas.
En primer lugar se identifica el imperialismo con una nueva etapa del
capitalismo que habría surgido con la irrupción del monopolio, hacia fines del
siglo XIX. Lenin plantea explícitamente que la principal característica del
imperialismo es el monopolio, que consiste en “la dominación de las
asociaciones monopolistas de grandes patronos” (Lenin, 1973, p. 451). Considera
que el capitalismo monopolista ha reemplazado al capitalismo de la libre
competencia. La competencia se ha transformado en monopolio, que es la base de
la vida económica. Esto implica que prevalece la violencia en la manipulación
de precios; la ley mercantil pierde relevancia, y las ganancias son más el
producto de “maquinaciones financieras y estafas”, y del robo, que de la ley
económica.
En segundo término la visión clásica del imperialismo
sostiene que la monopolización opera en el plano nacional. Bujarin, en
particular, destaca la “tendencia a la nacionalización de los intereses
capitalistas (1971, p. 80) y “la cartelización nacional de la industria”
(ibid., p. 80) en asociación con los Estados nacionales. La competencia se
desplaza del mercado interno al mercado mundial, y se desarrolla a través de
conflictos armados entre las potencias.
En tercer lugar prevalece la idea de que el capitalismo
monopolista se caracteriza por el estancamiento de las fuerzas productivas. Por
un lado porque la eliminación de la competencia hace desaparecer el impulso al
cambio tecnológico por parte del capital. Por otra parte porque se piensa que
el capitalismo llegó a un estadio en que la sobreproducción es estructural,
debido a que las masas trabajadoras y campesinas están empobrecidas, y no
tienen poder de consumo. Es la visión subconsumista de Hobson, aceptada por
Lenin y otros marxistas de la época. De manera que los países adelantados
ofrecen cada vez menos oportunidades de inversión. De ahí las repetidas referencias
de Lenin a la “putrefacción” y “descomposición” del sistema capitalista. La
tendencia al estancamiento en el centro explica a su vez la exportación de
capitales hacia la periferia, que pasa a ser un fenómeno característico de la
época. Las inversiones irán desde los países adelantados hacia las colonias y
zonas de influencia; no se contempla que las inversiones entre países
adelantados sean importantes, dada la falta de oportunidades rentables.
En cuarto lugar se sostiene que el desarrollo del capitalismo
ha llevado a la fusión del capital bancario con el capital industrial, y al
dominio del primero sobre el segundo. Se trata del capital financiero. El
capital financiero es parasitario; el parasitismo del capital financiero es
otro factor que explica el estancamiento del capitalismo maduro.
En quinto lugar, se piensa que frente al estancamiento la
respuesta de los capitalismos adelantados es la conquista de la periferia y la
empresa colonial. Ésta garantiza mercados, territorios para la exportación de
capitales y fuentes de aprovisionamiento. El impulso al colonialismo es
inevitable y creciente, los grandes países industriales explotan a las regiones
atrasadas. Se prevé que la entrada del capital extranjero en la periferia
desarrollará el capitalismo, pero al mismo tiempo los países dominados estarán
sometidos al saqueo, el pillaje y la devastación.
Por último, se plantea que las guerras entre las potencias
son inherentes al capitalismo monopolista. El razonamiento que lleva a esta
afirmación es que el mundo ya está repartido entre las potencias y sus
monopolios. A su vez, los Estados se identifican con sus monopolios, y la
empresa colonial es decisiva para la supervivencia del capitalismo en el
centro. Por lo tanto, los países desarrollados que tengan menos posesiones
coloniales (o con menos riquezas) estarán obligados a luchar por nuevos
repartos del mundo. Así las guerras ínter-imperialistas son inevitables, y
características de la nueva era del capitalismo.
En conclusión, el marxismo de principios de siglo XX –por lo
menos el que estuvo bajo influencia de Lenin– pensó que el sistema capitalista
había entrado en una nueva era en la que habría una combinación de guerras:
guerras mundiales entre las potencias; guerras de los pueblos oprimidos contra
el imperialismo y por su liberación nacional; y guerras civiles de los
trabajadores contra el capital en los países industriales avanzados. Era la
época de “la agonía del capitalismo”. Obsérvese que en esta visión el espacio
económico mundial se construye desde la competencia de los Estados-nación,
unidos a los monopolios nacionales. Ese espacio se articula a partir del
dominio político y militar de los países adelantados sobre los atrasados
(colonias, semicolonias y zonas de influencia).
Dicotomía teórica
La teoría leninista del imperialismo, que hemos descrito en
sus grandes rasgos, tuvo el mérito de dar cuenta de la expansión colonialista
del capitalismo de fines de siglo XIX; de la intensificación de la
centralización del capital y la exportación de capitales a las periferias; y
del aumento de las tensiones entre las potencias, que terminarían en las dos
grandes guerras. Desde este punto de vista se compara muy ventajosamente con
cualquier producción del pensamiento burgués de su época. Sin embargo, y a
pesar de la variedad y riqueza de los fenómenos contemplados, nunca quedaron
debidamente precisados el contenido y los límites del concepto del imperialismo.
En particular, y como lo explicaron Sutcliffe y Owen, porque el término
“imperialismo” parece aludir por una parte a todo el sistema –con un
funcionamiento económico distinto al del capitalismo de libre competencia–,
pero por otro lado se refiere a una “superestructura” conformada por las
relaciones entre los países opresores y oprimidos, caracterizada por la tendencia
a la guerra y el aparato político militar implicado. En otras palabras, la
categoría admite más de una lectura, ya que se puede interpretar como
designando al sistema capitalista o como refiriéndose a las relaciones entre
los Estados. Sutcliffe y Owen, como también Arrighi, se refirieron por eso a la
“ambigüedad” de la noción de imperialismo.Surcliffe planteaba que
“A partir de Lenin los
marxistas han fluctuado, de hecho, en su empleo del término imperialismo. Muy
frecuentemente se usa para describir todo el sistema capitalista; con igual
frecuencia se refiere a las relaciones entre países avanzados y atrasados
dentro del sistema. A veces se usa en ambos sentidos simultáneamente, bien sea
con, o más a menudo, sin tener conciencia de la ambigüedad implicada”
(citado por Arrighi, 1978, p. 10).
Pero cuando hablamos de “ambigüedad” estamos aludiendo a una
situación equívoca, esto es, a aquello que admite más de una interpretación y
carece de precisión. Sin embargo, pensamos que en la base del problema existe
otra cuestión, que es de dualidad teórica, y se vincula al hecho de que el
enfoque del imperialismo introduce una matriz de pensamiento cualitativamente
distinta a la desarrollada por Marx, que se basa en la teoría del valor trabajo.
En otras palabras, existen en el fondo dos teorías. Una, de Hilferding y Lenin,
que dice que los precios se establecen por el poder de mercado de las
corporaciones. La otra, de Marx, sostiene que los precios se determinan de
manera objetiva en los mercados, a través de la competencia. Y si bien cada una
de estas tesis da lugar a desarrollos y perspectivas globales distintas, en las
tesis clásicas del imperialismo ambas coexisten, sin hacerse nunca explícito
que había un problema que podríamos llamar “de unificación teórica”.
Apuntemos que fue Lenin quien parece haber tenido más
conciencia de esta cuestión entre los teóricos sobre el imperialismo. En 1919,
cuando se discutió el cambio del programa en el partido Comunista ruso, Bujarin
planteó que si el imperialismo era el capitalismo monopolista –esto es, si
existía una relación de identidad– había que volver a escribir la parte del
viejo programa que hablaba de la producción mercantil, la ley del valor y la
dinámica del capitalismo. En última instancia se debía unificar la explicación
a partir de reconocer que el monopolio dominaba las leyes del desarrollo
capitalista. Pero significativamente Lenin se opuso a la propuesta de Bujarin,
argumentando que el capitalismo monopolista coexistía con la libre competencia,
y por lo tanto el imperialismo no había reemplazado completamente a la vieja
estructura. El imperialismo, precisó, es una “superestructura” del capitalismo,
en el sentido que en una serie de ramas “el antiguo capitalismo… ha crecido
hasta imperialismo”, pero por debajo de esta superestructura sigue existiendo
“el enorme subsuelo del antiguo capitalismo” (Lenin, 1973a, p. 408).
La discusión tenía consecuencias para la política soviética,
ya que la experiencia de los primeros años de la revolución demostraba que no
bastaba con tomar las “palancas fundamentales”, y expropiar a los grandes
bancos y grupos monopolistas para avanzar en la construcción de una economía
socialista. Pero además tenía implicancias para el análisis de los países
dominados. Es que por un lado la tesis sobre el imperialismo sostenía que los
países atrasados se convertían en objeto de saqueo y pillaje, lo que implicaba
la imposibilidad de desarrollo capitalista y de reformas democrático burguesas.
Sin embargo, y por otro lado, los marxistas seguían pensando que el capitalismo
“de libre competencia” se desarrollaba en los países atrasados, dando lugar a
regímenes democrático burgueses. Así, en la discusión del octavo Congreso del
PC Lenin se inclina por este segundo escenario:
“… lo característico
de todos los países es que el capitalismo sigue todavía desarrollándose en
muchos lugares. Esto es así para toda Asia, para todos los países que marchan
hacia la democracia burguesa, como lo es para toda una serie de regiones de
Rusia” (Lenin, 1973a, p. 429).
Lo que equivalía a afirmar que el fenómeno imperialista no
afectaba las leyes de la acumulación en los países atrasados. Sin embargo, si
prevalecían el pillaje y el robo colonial como método de extracción del
excedente, el desarrollo capitalista estaría bloqueado y no habría posibilidad
de evolución hacia la democracia burguesa. En el plano nacional, en los países
atrasados, parecía predominar, a pesar de la influencia creciente del
monopolio, la ley del valor y de la acumulación en un sentido “marxiano”. Pero en
el terreno internacional se daba peso a las relaciones de fuerza y a la
extracción del excedente por medios no económicos, lo que afectaría también las
economías internas. Esta cuestión va a estar en el centro de los problemas de
las teorías sobre la dependencia y el imperialismo a lo largo del siglo XX.
La dicotomía teórica se expresa también en el sentido que
Lenin da a la palabra “superestructura” cuando se refiere al imperialismo.
Lenin explica que utiliza el término de la misma manera que Marx lo había
empleado para describir la relación entre la manufactura y la producción
doméstica rural o artesanal. Según Marx, la manufactura no había podido
apoderarse ni revolucionar en profundidad la producción social, debido a su
estrecha base técnica; la pequeña producción había continuado más o menos
inalterada, en tanto la manufactura coronaba esa base a la manera de una “obra
económica de artificio”. (Marx, 1999, t. 1, p. 448). De esta manera Marx hace
referencia a leyes cualitativamente distintas, las que rigen la pequeña
producción artesanal y doméstica, por un lado; y las que gobiernan la
producción capitalista desarrollada. Parece justificado entonces concluir que
el significado que da Lenin a la noción de imperialismo es el de una forma
económica distinta –por lo menos en aspectos esenciales– a la del capitalismo.
Esto explicaría también que hable de “la transformación del capitalismo en
imperialismo” (Lenin, 1973b, p. 100, énfasis nuestro) y que considere que esta
forma económica afectaba “sólo” algunas ramas o aspectos del sistema. En
síntesis, según Lenin coexistían dos dinámicas, dando lugar a una formación
económico-social heterogénea: en la “base”, la producción capitalista,
determinada por la ley del valor, que seguía operando en el plano nacional. En
la “superestructura”, el monopolio, con el pillaje, la manipulación de precios
y la disminución en importancia de la ley del valor y de la plusvalía. Esta
superestructura económica a su vez determinaría otra “superestructura”,
conformada por la política colonial y anexionista, el armamentismo, la
diplomacia de la fuerza y la guerra, dando forma al espacio del mercado mundial
y las relaciones entre los países.
Dualidad en las
contradicciones fundamentales
La problemática anterior se puede plantear también desde el
punto de vista de las contradicciones fundamentales del sistema que analizaron
Marx, y los marxistas. Es que en la visión de El Capital las crisis son el
resultado del desarrollo contradictorio de las fuerzas productivas; los
capitales invierten azuzados por la guerra competitiva, lo cual debilita
tendencialmente la tasa de ganancia, y esto está en el origen de las crisis.
Las crisis son de sobreacumulación de capital. Sin embargo la idea de que el
capitalismo había llegado a un punto en que el monopolio dominaba sobre la
competencia planteaba una dinámica muy distinta, marcada por el estancamiento.
Por eso no es de extrañar que en ese clima teórico de primacía del monopolio y
de las formas no económicas de extracción del excedente, la ley (de Marx) de la
caída tendencial de la tasa de ganancia apenas se discutiera entre los
marxistas de principios de siglo XX. Tampoco debería asombrar que Lenin apelara
a teorías subconsumistas para explicar la crisis. Estos sesgos son reveladores
de que la tesis del monopolio afectaba la idea de un desarrollo capitalista
según lo planteado en El Capital. Esto explica también por qué los marxistas
pensaban que los antagonismos centrales –con una importancia por lo menos igual
al antagonismo entre el capital y el trabajo– se ubicaban a nivel de los
Estados. La idea de “el eslabón más débil de la cadena imperialista” (Lenin) y
la situación revolucionaria que derivaba de ello, se inscribe en esta lógica.
La contradicción fundamental se daba entre “el crecimiento de las fuerzas
productivas de producción de la economía mundial y las fronteras que separan
naciones y Estados” (citado por Trotski, 1974, p. 124). Esta formulación, que
pertenece ya a la Tercera Internacional en época de Stalin –Programa para el
Sexto Congreso–, era ampliamente compartida por la izquierda. Es sintomático
que Trotski, crítico de las tesis del Sexto Congreso, cite el anterior pasaje
afirmando que “debería ser la piedra angular de un programa internacional”
(1974, p. 124). La suma de contradicciones haría imposible un desarrollo
medianamente “normal” del sistema imperialista-monopolista, y su derrumbe
tendría como base la contradicción entre los Estados-nación y las fuerzas
productivas internacionalizadas. La dicotomía teórica que hemos apuntado de
hecho se reabsorbía en una visión monista de la tendencia a la catástrofe del
sistema, a partir del peso que adquirían los antagonismos entre los Estados.
Ley del valor y tesis
del capital monopolista-imperialista
Lo anterior explica un hecho que planteó hace unos años
David Harvey con agudeza: la dificultad de poner los estudios sobre el
imperialismo en consonancia con la teoría del valor y del capital de Marx. Harvey
planteaba que los estudios sobre el imperialismo se ven en apuros para basar
sus descubrimientos en la propia estructura teórica de Marx” (1999, p. 441).
Para que la cuestión se vea con mayor claridad, podemos sintetizar los rasgos
principales que se desprenden de la ley del valor y la plusvalía (LVP), por un
lado, y de la tesis del capital monopolista-imperialista (TCMI) por el otro, de
la siguiente manera:
La LVP plantea que el capital domina los precios; éstos
constituyen un fenómeno objetivo, son las formas fetichizadas en las que se
expresan los tiempos de trabajo socialmente necesarios y como tales no pueden
ser controladas conscientemente. La TCMI plantea que los monopolios dominan los
precios; que la economía hasta cierto punto está controlada conscientemente por
estos monopolios.
La LVP plantea que los mecanismos de extracción del excedente
son económicos; el trabajador, no propietario de los medios de producción, está
obligado a vender su fuerza de trabajo al capitalista; la coerción
político-militar actúa como garante o “marco” de la explotación. La TCMI
plantea como central la coerción extraeconómica para la extracción del
excedente; la subordinación política y militar (régimen colonial o
semicolonial) es esencial; por eso habla de robo o pillaje.
La LVP plantea que la explotación se da principalmente entre
clases sociales. La explotación de clases adquiere cada vez mayor centralidad y
la polarización social se acentúa en el interior de la formación capitalista.
La TCMI pone la explotación de poblaciones y países por otras poblaciones y
países en un plano de importancia por lo menos similar a la explotación de
clases. La primera crece en importancia en la medida en que las fuerzas
productivas se estancan en los países maduros y capas de la clase obrera de
estos países son sobornadas con los frutos de la explotación de los países más
débiles.
La LVP plantea que el colonialismo se asocia al capitalismo
temprano, pero luego da lugar al desarrollo del mercado mundial capitalista; en
las periferias se desarrollan modos de producción capitalistas y clases
capitalistas autóctonas, dependientes del mercado mundial. La TCMI plantea que
existe un impulso al bloqueo del desarrollo capitalista en la periferia –debido
la extracción del excedente por medio del colonialismo, pillaje, robo– y en
consecuencia considera imposible (o por lo menos muy improbable) que surja una
clase burguesa con raíces propias en esos países.
La LVP plantea que la expansión mundial del capital está
fundada en la dinámica de la acumulación; los esquemas de reproducción ampliada
(de Marx) demuestran que la barrera al desarrollo de las fuerzas productivas no
es la falta de consumo de las masas trabajadoras; las crisis son periódicas,
pero nada demuestra que se haya llegado a un estadio último a partir del cual
sea imposible, en términos económicos, un desarrollo ulterior de las fuerzas
productivas; lo cual plantea la necesidad de la acción revolucionaria de la
clase obrera para acabar con el capitalismo. La TCMI plantea que la exportación
de capitales y el impulso al colonialismo y la anexión derivan de la
imposibilidad de realización de los productos en las metrópolis, o de
inversiones rentables. Esto es, del agotamiento tendencial del sistema.
La LVP plantea que el capital financiero –al que identifica
con el capital dinerario– participa de la plusvalía, en cuanto encarna la
propiedad privada de los medios de producción y es una forma de existencia del
capital; el capital bancario entra en la igualación de la tasa de ganancia como
otra fracción del capital; el capital dinerario cumple una función
imprescindible para el ciclo del capital, ya que no existe capitalismo sin
crédito. La TCMI plantea que el capital financiero cumple el rol de parásito, y
ha pasado a dominar definitivamente al capital productivo. La idea de
“parásito” alude a un organismo que vive a costa de otro –el capital
productivo– y no cumple función alguna en la sociedad.
La LVP plantea que la contradicción fundamental se ubica al
nivel de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción, y se
manifiesta en la guerra de clases entre el capital y el trabajo. La TCMI señala
como contradicción esencial, y que llevaría a la destrucción del sistema, la
que existe entre las fronteras nacionales y las fuerzas productivas
internacionalizadas. Esta contradicción estalla en las guerras mundiales y se
articula, por lo menos en un mismo nivel de importancia, con la contradicción
fuerzas productivas-relaciones de producción, y los antagonismos de clase
correspondientes”.
La idea que estoy planteando, a partir de estas cuestiones,
es que en el capitalismo mundializado de hoy la ley del valor trabajo opera a
todos los niveles -en el plano del mercado mundial y las grandes corporaciones
transnacionales, y también al interior de los países- y por lo tanto no existen
dos estructuras, con leyes distintas, sino una, la del modo de producción
capitalista. En particular, sostengo que el capital en la periferia se
reproduce según la lógica de la acumulación estudiada por Marx, y al hacerlo,
reproduce en escala ampliada la relación de explotación, tal como sucede, en
sus líneas esenciales, en los países del centro. Lo cual implica que la
contradicción entre el capital y el trabajo pasó a ser dominante también en el
tercer mundo, en la misma medida en que las formas de coerción extraeconómica
(colonialismo en particular) para la extracción del excedente perdieron
relevancia.
Bibliografía
Arrighi, G. (1978): La geometría del imperialismo, México,
Siglo XXI.
Bujarin, N. (1971): El imperialismo y la economía mundial,
Córdoba, Pasado y Presente.
Harvey, D. (1990): Los límites del capitalismo y la teoría
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Lenin, N. (1973b): “Séptimo Congreso extraordinario del
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Trotsky, L. (1974): Stalin, el gran organizador de derrotas,
Buenos Aires, Yunque.