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Cornelius Castoriadis ✆ A.d.
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1. El «en sí» puramente económico del proletariado Cornelius Castoriadis
«El proletariado en sí, escribía Trotsky, no es más
que objeto sometido a la explotación.» Este momento originario del ser del
proletariado aparece históricamente durante la primera fase de su existencia en
el seno de la sociedad capitalista, y pese a quedar suprimido por su inclusión
en un conjunto más vasto en el curso de la evolución ulterior, no deja por ello
,de seguir constituyendo el momento fundamental del proletariado a través de
todas las fases del desarrollo. En cada momento de su existencia y en cada fase
de la sociedad de clases, el proletariado será en primer lugar ese «en sí», objeto
sometido a la explotación. Ese «en sí» va a constituir el fundamento de su ser
activo, y ello hasta cuando intente superarlo, hasta cuando logre superarlo
efectivamente elevándose a otro plano, el plano del «para sí» político: ya que
ese «para sí» político sólo adquiere su pleno significado mediante su relación
con el «en sí» económico cuya negación constituye (negación que contiene lo que
así niega). Sólo la negación de esa negación y de aquello que ésta niega, o sea
la superación tanto del «en sí» económico como del «para sí» político, la
abolición de toda explotación y de todo Estado, y en definitiva la supresión en
el seno de la totalidad comunista de la condición misma de proletariado como
ser específico, podrá acabar con esa determinación de objeto
sometido a la
explotación que tiene el proletario, determinación que ha de conservar mientras
tanto.
Pero durante la primera fase del desarrollo ese «en
sí» sólo nos interesa en la medida en que agota la determinación del
proletariado, en la medida en que ser proletariado sólo significa esto: ser
objeto sometido a la explotación. En esa medida, el «en sí» ciego agota el ser
proletario, y ese «en sí» está desprovisto de toda conciencia. Su «ser en sí»
no es por consiguiente más que un «ser para otro», un ser para el capitalista.
Si el capitalista es mediante el proletario, el proletario es para el
capitalista durante esa primera fase, y ese «ser para otro» seguirá siendo un
momento constitutivo del ser proletario mientras éste continúe existiendo como
tal. Insistir en el «en sí» del proletariado, intentar en todo momento reducir
totalmente el ser proletario a ese «en sí» ciego, hacer de él pura y
simplemente un objeto sometido a la explotación: esa será la orientación
general del proceso económico y político en la sociedad capitalista.
2. La totalidad inmediata de la conciencia
proletaria primitiva. El «para sí» inmediato de la rebelión
Pero ese «en sí» inmediato no es más que una
abstracción. El proceso de la producción capitalista tiende a reducir cada vez
más al proletario a esa abstracción pero nunca lo consigue plenamente. En
primer lugar porque están contenidos (negados y conservados) en el ser
proletario todos los elementos del proceso que ha conducido a esa forma, y ante
todo el momento de la conciencia, el «para sí» de lo humano. Pero también
porque el proletariado ve en su «ser en sí» un «ser para otro», comprende la
negación de su ser que constituye ese ser para otro y se alza a la negación de
esa negación mediante la rebelión.
a) El punto de partida de ese proceso se encuentra
en la negación implicada en el «ser para otro» del proletario. En esa
contradicción está ya contenido desde el principio el fracaso del capitalismo
como reducción absoluta del proletariado a su «en sí». Por un lado, el
capitalismo intenta convertir al proletario en simple materia bruta de la
economía: el proletario ha de convertirse en una pieza más de la máquina. Pero
lo que constituye el valor del proletario para el capitalista es precisamente
que el proletario es más que una simple pieza de la máquina; el fundamento de
la existencia del capitalista es la plusvalía y sólo hay plusvalía porque hoy
oposición absoluta entre el hombre y la máquina, entre la repetición y la
creación en el proceso de producción. La máquina es el momento de la identidad
en ese proceso; sólo hay desarrollo porque hay intervención de lo que se opone
fundamentalmente a la máquina o sea del hombre. Por lo tanto, ese «ser en sí»
del proletariado sólo puede ser un «ser para el capitalista» en la medida en
que contiene un «para sí» elemental. Ahora bien, el capitalismo se ve obligado
a afirmar y negar a la vez ese «para sí». A negarlo con su continuo esfuerzo de
reducción del proletario a un mero «en sí»; a afirmarlo no sólo por cuanto se
ve obligado a conservar la esencia biológica del proletariado como clase, sino
también porque se ve obligado a conservar en cierta medida la esencia humana de
esa clase, sin la cual pierde precisamente el valor que tiene para él.
b) A partir de ese momento, el capitalismo suscita
su propia negación social. Ese «para sí» elemental, ese núcleo de conciencia
mantenido a pesar suyo en el proletariado, capta como primer objeto el «en sí»
que lo sostiene; adquiere así la certeza inmediata y sensible de su
explotación. Pero esa certeza no va más allá de la cosidad; como el «en sí»
captado por esa primera conciencia es únicamente el « en sí» físico, la
enajenación de ese «en sí» aparece en un plano físico y el «ser para otro» del
proletario es captado por su conciencia como un «ser para una cosa»; y esa cosa
es la cosa que está ahí en el proceso de producción, esto es: la máquina. La
primera negación de la enajenación se afirma pues como negación de la máquina,
como intento de destrucción de la máquina. Pero esa conciencia que niega a la máquina
está doblemente mistificada; en primer lugar por cuanto hace de una cosa su
propio otro ?y el otro de la conciencia sólo puede ser otra conciencia? y se
rebaja así al nivel de la cosa; mas también en la medida en que su objetivo se
presenta como una vuelta atrás, o sea quiere no ya superar la condición de
proletario sino reducir de nuevo esa condición a su expresión más primitiva.
Hay pues una doble imposibilidad, interna y externa, en esa primera negación;
hay además ignorancia de lo que constituye la fuerza propia del proletariado.
El naufragio ante esa doble imposibilidad, la comprensión de lo que es la
fuerza propia del proletariado y el paso a la conciencia de la enajenación.
como enajenación en provecho no de la cosa sino del capitalista como persona,
determinan la negación de esa primera negación y el paso a la totalidad de la
rebelión.
c) La rebelión es la primera totalidad a la que
llega la conciencia proletaria. La rebelión supone que la enajenación es
captada como explotación total, como tentativa de reducir tanto el «en si»
físico como el «para sí» consciente del proletario a un «ser para otro»; un
otro precisamente determinado de ahora en adelante como capitalista. La
rebelión alcanza una comprensión de la totalidad tanto por lo que respecta a su
propio sujeto, afirmado no va como sujeto individual o particular sino como
totalidad de la clase desposeída, como por lo que respecta a su objeto, por
cuanto esa totalidad de la clase se opone a la totalidad de la otra clase y a
su expresión más general que es el Estado. Su contenido mismo es total puesto
que exige la supresión de la particularidad, la realización de una igual
participación en lo universal económico y la atribución a cada individuo de una
fracción real del poder político mediante el pueblo en armas x la Comuna
política. En ese sentido, la rebelión constituye la primera exteriorización
completa del «para sí» proletario.
Pero ese «para sí» de la rebelión sigue siendo un
«para sí» inmediato; la totalidad que pone es una totalidad inmediata por
cuanto la realización total de la negación del otro se refiere todavía al otro
exterior, a todo lo que se opone al proletariado fuera del proletariado mismo.
La clase es afirmada aquí como unidad inmediata, simple y directa, o sea en
definitiva como abstracción que ha de conducir forzosamente a la derrota. La
derrota de la rebelión es la derrota de la abstracción ante lo concreto
negativo del capitalismo como opuesto al proletariado. .Es la derrota de la
inmediatez ingenua frente a la mediación desarrollada contenida en lo concreto
negativo. El carácter forzoso de esa derrota significa el carácter forzoso del
paso a través de una serie de mediaciones durante el cual la conciencia
proletaria se profundiza volviendo sobre sí misma, desarrollando su propio otro
en el interior de sí misma, para captar y superar su negación no sólo como
negación exterior realizada por el capitalismo, sino también como negación
interna, oposición intrínseca que tiene primero que llegar a ser explícita, ser
captada después como tal, y en definitiva suprimida en la totalidad concreta de
la conciencia revolucionaria absoluta.
3. La particularidad de la conciencia
reivindicativa La mistificación de la mediación infinita y el «ser para otro»
del reformismo
La derrota de la rebelión no suprime el «para sí»
activo de la conciencia proletaria, mas significa la caída en la mediación;
pero esa caída es también un ahondar. La totalidad inmediata del primer «para
sí» se fragmenta en una serie de momentos particulares. Esa reducción a lo particular
se efectúa de dos modos: en primer lugar como fragmentación del objetivo final
que se había dado la rebelión (y que parece ahora inmediatamente inaccesible)
en una serie de objetivos particulares. Así se constituye la reivindicación
como momento central del «para sí» proletario durante esa fase. En segundo
lugar como división del trabajo en el seno de la propia clase, una clase que
parece haber sido convencida por la derrota de la rebelión de que su acción
total es vana y peligrosa y que permite pues que de su acción se haga cargo una
de sus partes. Así se constituye la burocracia obrera ?sindical y política?
como base real del «para sí» proletario durante esa fase.
Da así la conciencia proletaria un gran paso
adelante. Realiza parte de los objetivos que se proponía alcanzar
primitivamente y que parecen ahora no poder ser realizados en su totalidad. Esa
realización aleja a su ser de ese nudo «en sí» al que quería reducirle el
capitalismo. Limita cuantitativamente su enajenación, tanto por lo que respecta
a la magnitud de la plusvalía como por lo que respecta a la jornada de trabajo.
Se alza por último en una de sus partes ?esa burocracia obrera que surge y se
desarrolla sobre el terreno de la reivindicación? por encima de la condición
proletaria, y parece llegar a un «para sí» absoluto.
Pero bajo esa positividad exterior aparece cada vez
más claramente el engaño contenido en germen. La base de ese engaño es la
presentación de lo particular como idéntico a lo universal: la reivindicación
se presenta como la mediación necesaria entre la enajenación presente y la
libertad futura, y es efectivamente esa mediación; comienza el engaño a partir
del momento en que esa mediación se presenta como un fin, o mejor dicho, a
partir del momento en que el paso de la enajenación a la libertad se presenta
como una serie infinita de mediaciones que parecen no tener término («el
objetivo no es nada, el movimiento lo es todo»). La totalidad del objetivo
sería pues el resultado de una simple adición aritmética de los fragmentos
particulares de ese objetivo. A1 descomponer así una totalidad cualitativa en
partes cuantitativas, la conciencia reivindicativa se mistifica a sí misma, por
cuanto cree que un movimiento en sentido inverso es igualmente posible, sin
tener en cuenta la cualidad del todo, irremediablemente perdida en sus
fragmentos cuantitativos. El reformismo es en el fondo esa imposible
substitución de trozos sucesivos de enajenación suprimida por trozos sucesivos
de libertad conquistada. Esa concepción cuantitativa se hace añicos ante la
realidad de la libertad, que es totalidad o no es nada.
El reformismo implica además una mediación personal
entre el proletario y el capitalista: el burócrata obrero. La burocracia se
presenta también a sí misma como una mediación necesaria. La mistificación
contenida en esa mediación consiste, por lo que se refiere al propio
proletariado, en que se pretende suprimir una enajenación substituyéndola por
otra. En la medida en que el burócrata se presenta como un elemento necesario
de la liberación, y en la medida en que su existencia implica que la liberación
sólo es posible gracias a él, una parte de la clase se substituye al conjunto
de la clase, presentándose como ese conjunto. Verdad es que la burocracia está
ahí efectivamente en lugar de ese conjunto, puesto que localiza y concentra el
«para sí», la conciencia y la dirección de la clase; puesto que, en definitiva,
se pone a sí misma como un «para sí», como un fin de sí mismo en la historia.
El proletariado se enajena de nuevo, y esa enajenación se añade a la
enajenación fundamental a la que le somete el capitalismo.
Pero el «para sí» del burócrata es un falso «para
sí», y el propio burócrata está mistificado. Como la razón de ser del burócrata
es la reivindicación, y que el único resultado objetivo de la reivindicación es
alejar, mediante lo particular que puede ser inmediatamente captado, lo
universal constantemente postergado, la conservación del capitalismo se
convierte en razón de ser objetiva del burócrata reformista; luego el «ser para
sí» del reformista se convierte en «ser para el capitalista», y los propios
mistificadores son mistificados. Cuando toma conciencia de esa situación, el
burócrata reformista se transforma subjetivamente en agente del capitalismo en
el seno del proletariado; y se realiza así completamente la enajenación del
propio burócrata, por cuanto se separa de su propia clase. La mistificación
reformista se convierte en algo totalmente explícito y visible, como tal, para
el proletariado.
4. La singularidad de la conciencia anarquista
Al mismo tiempo que cae con una de sus partes en lo
particular, la conciencia proletaria se alza, a través de otra parte, hasta el
momento de la singularidad. Si la conciencia reformista significa la reducción
del fin histórico a una serie de objetivos particulares y la particularización
real de la base humana del movimiento (al substituirse la burocracia a la
clase), la conciencia anarquista parece mantener la totalidad del objetivo al
reducir el sujeto del movimiento al individuo, a lo singular, donde parece
haberse refugiado la vitalidad de la clase vencida. En realidad la conciencia
anarquista permite mantener durante ese período la totalidad inmediata del
objetivo de la rebelión, totalidad ocultada por el reformismo, al presentarse como
oposición constante a éste; pero en ese mantenimiento, que no es más que
repetición, hay un doble engaño: engaño porque substituye a la clase por el
individuo y hasta afirma que el objetivo puede ser ya realizado individualmente
en el seno de la enajenación capitalista; pero también porque, aun cuando se
despoje de su individualismo (en el «anarco?comunismo»), presenta el objetivo
como objetivo inmediato en su totalidad sin tener en cuenta la mediación, o sea
en definitiva intentando saltar por encima de ese «para sí» que todavía no se
ha alcanzado. Y ese salto no es en realidad más que una vuelta hacia atrás,
hacia la rebelión inmediata.
5. La síntesis imperfecta de la rebelión
revolucionaria y el «partido revolucionario»
El mantenimiento de una oposición cada vez más
radical entre el proletariado y la burocracia reformista y la supresión de la
oposición entre la burocracia reformista y el capitalismo determinan a la larga
una identificación entre capitalismo y burocracia reformista. A partir del
momento en que esa identificación es captada como tal por la conciencia
proletaria, la mistificación reformista aparece explícitamente, y se impone la
necesidad de la destrucción del reformismo al mismo tiempo, y por los mismos
motivos, que el capitalismo. Surge de nuevo la voluntad de negación de la
enajenación contenida en la reivindicación, pero sin la mistificación de esa
mediación infinita que ha resultado ser mediación para el capitalismo. Surge la
reivindicación revolucionaria como concretización de la negación del
capitalismo, negación incompatible exteriormente con éste, negación cuya
realización supone la supresión de éste. Surge el «partido revolucionario» como
concretización, en el seno del proletariado, de la voluntad de supresión del
capitalismo y de la conciencia revolucionaria.
De ese modo el proletariado «llega al poder» y
destruye exteriormente el capitalismo. Y cuando no «llega al poder», se agrupa
en torno al «partido revolucionario», dándose como objetivo explícito la
destrucción del capitalismo. Ese momento aparece pues como lo que es en
realidad: una victoria de la conciencia revolucionaria.
Pero esa victoria contiene su propia negación; ya
que mantiene, en el plano del sujeto de la revolución, el momento de la
particularidad como momento no suprimido. Ese momento de la particularidad está
constituido por el «partido revolucionario», que se diferencia de la totalidad
de la clase tanto desde el punto de vista de la estructura como desde el punto
de vista del contenido. Esa particularización está fundada además en el
mantenimiento de un principio eminentemente alienante, el principio de la
división del trabajo: división fija y estable entre la «dirección» y la
«ejecución», entre el trabajo intelectual y el trabajo físico, distinción y
división a la postre entre la «conciencia del proletariado», localizada ahora
en el «partido revolucionario», y un cuerpo del proletariado privado de
conciencia; privación continuamente agravada por esa «conciencia» que es el
partido, que se afirma así ella misma como conciencia irreemplazable. La
distinción se convierte en división, la división en oposición, y la oposición,
por último, en contradicción entre el proletariado y su propio «partido
revolucionario».
Por otro lado, la reivindicación revolucionaria que
anima durante esa fase la toma de conciencia revolucionaria no es más que una
negación exterior del capitalismo; no hay todavía verdadera síntesis, ya que no
sólo lo que se niega así es únicamente la exterioridad de la enajenación, sino
que, además, esa negación no es todavía la afirmación propia del proletariado
por sí mismo; lo que se reivindica es la abolición del poder capitalista; el
poder propio del proletariado sólo se afirma como poder del «partido
revolucionario», o sea a la postre como negación del poder propio del
proletariado.
6. La universalidad abstracta del burocratismo.
Engaño universal de la abstracción burocrática. El «ser para sí» absoluto de la
burocracia es en definitiva un «ser para nadie»
Partiendo de la enajenación de la conciencia, la
burocracia revolucionaria realiza rápidamente la enajenación total; ya que para
el proletariado no hay otra alternativa: conciencia total y poder universal o
enajenación total y mistificación universal. La expropiación de la conciencia
en provecho de la burocracia y la expropiación física corren parejas, ya que el
monopolio de la conciencia sólo es posible sobre la base del monopolio de las
condiciones de la conciencia. Como esas condiciones son esencialmente
materiales, vuelve a aparecer la explotación y con ella la tendencia a reducir
al proletariado a su pura materia física. Esa tendencia puede obrar ahora de
modo más profundo que en el marco del capitalismo. La explotación capitalista
contiene una contradicción a la que ya hemos aludido (2). Esa contradicción
está determinada en último término por la búsqueda de la ganancia en su forma
capitalista. Pero con la dominación de la burocracia, la ganancia se convierte
en ganancia universal abstracta, desaparece la competencia, al menos en su
forma económica, y en la producción, que ya no está determinada por su ganancia
concreta, puede desarrollarse ahora libremente el intento de reducir al
proletariado a una simple pieza de la máquina. De ahí que el paso del «en sí»
al «para sí» sea infinitamente más difícil para el proletariado en este caso.
Como la burocracia surge en el terreno mismo de la
destrucción del capitalismo y mediante ésta; como la aparición de su oposición
al proletariado no significa la supresión de su oposición al capitalismo (como
con el reformismo) sino al contrario, agudiza esa oposición; como su llegada al
poder, por último, implica la lucha física del proletariado contra el
capitalismo y la eliminación de éste, la burocracia aparece como la negación
del capitalismo. Pero esa negación no es más que una negación abstracta y el
poder de la burocracia no es más que la forma abstracta del pode del
proletariado; puede decirse que la burocracia es, en ese sentido, la síntesis
negativa del capitalismo y del proletariado. Es la síntesis negativa en la
medida en que mantiene (en tanto que no suprimidos) la negatividad total del
contenido capitalista como enajenación y la negatividad del momento de la
conciencia proletaria que es su fundamento, o sea de la universalidad
abstracta. La forma en la que esa universalidad abstracta aparece en primer
lugar es la forma de la economía, con la supresión de la posesión singular o
particular de las formas productivas y la aparición del Estado como poseedor
universal. Pero como el Estado no es más que una abstracción, esa posesión
estatal es una universalidad abstracta que oculta la posesión de la burocracia
y al mismo tiempo la domina. La universalidad abstracta aparece también en la
política, puesto que el Estado o el «pueblo» es presentado como sujeto del
poder siendo en realidad ese poder el de la burocracia.
La mistificación que engendra así la burocracia es
pues universal. Es un engaño de proporciones infinitamente mayores que la
mistificación reformista, que puede ser fácilmente descubierta y denunciada
puesto que el reformismo no es de hecho más que una expresión del capitalismo y
que esa identidad puede ser ya percibida en la vida en el seno de la sociedad
capitalista. Como, por definición, el objeto y el propio ser del reformismo
sólo pueden ser parciales, la mistificación que representa sólo puede ser
parcial. Pero el objeto de la burocracia es objeto universal, es el Estado y la
sociedad en su conjunto; la propia burocracia se afirma como sujeto universal
para sí. Su mistificación sólo puede ser universal, engaño de todos y en todo.
La esencia de ese engaño es la abstracción, y la presentación de lo universal
abstracto, que por cuanto abstracto cubre forzosamente un concreto determinado,
como idéntico a lo universal concreto, la presentación de la negación abstracta
como idéntica a la negación concreta, única posición positiva. La burocracia
presenta pues al proletariado la supresión de la enajenación capitalista como
idéntica a la supresión de la enajenación en general y de toda enajenación;
presenta la «nacionalización» y la «planificación estatal» de la economía como
idénticas a la colectivización y a la planificación comunista; la destrucción
del poder capitalista como idéntica a la destrucción del poder de clase; al
«pueblo» abstracto como idéntico al pueblo concreto, y el terror como idéntico
a la libertad.
Pero si en ese estadio la enajenación es total, y
universal el engaño, eso significa que son también enajenación y mistificación
de la propia burocracia. La burocracia se pone ante sí misma como «ser para sí»
absoluto; mas ese «para sí» se hunde en la abstracción que constituye la
esencia de la burocracia. La burocracia se pone como conciencia de la historia,
separada del cuerpo de ésta; pero esa conciencia sin cuerpo no es más que una
conciencia fantasmagórica que se desvanece por sí misma; privada de cuerpo, la
burocracia pierde también rápidamente la «conciencia» a partir de la cual se
formó. Se convierte en cuerpo empequeñecido y parcial, y lo que le queda de
conciencia se pone al servicio de ese cuerpo; se enajena así ella misma en
provecho de su nuda corporeidad, y enmudece. Su intento de reducir al
proletariado a no ser sino una pieza más de la máquina de producción se vuelve
contra ella misma; ya que la continuidad de lo social, de lo social hecho de
abstracciones, hace que todos los medios empleados contra el proletariado
tengan un efecto en el seno de la propia burocracia; el terror utilizado contra
el proletariado se convierte rápidamente en terror universal; a la expropiación
física del proletariado, a su reducción a un «ser explotado», corresponde como
antítesis simétrica la expropiación del burócrata por su propio cuerpo, su
reducción a un «ser para la explotación», su destino de parásito social e
histórico; y la expropiación intelectual a la que es sometido el proletariado
se convierte por último en cretinismo e imbecilidad de la propia burocracia. La
propia burocracia se convierte a la postre en simple pieza de la máquina social
al servicio de la abstracción; ya que su propia corporeidad, a cuyo servicio
cree estar, se convierte en pura abstracción a medida que se descubre su total
ausencia de significación histórica; ya que resulta que tras esa corporeidad no
hay nada, y hasta que, en el marco de la enajenación total, ni siquiera es para
sí misma. El «ser para sí» de la burocracia resulta ser un «ser para la
abstracción», o sea en definitiva un «ser para nadie».
Diríase pues que la sociedad misma llega a ser algo
totalmente vano, y que la historia se hunde en la nada de la abstracción
universal. Y es que la ambigüedad que determina todo momento de la conciencia
llega a ser aquí totalmente explícita: o la conciencia revolucionaria volverá a
afirmarse para pasar a la universalidad concreta, para suprimir la abstracción
burocrática y realizar el comunismo; o será vencida por la abstracción y la
historia se hundirá en lo monstruoso, del que sólo podrá entonces salvarse tras
nuevas mediaciones y nuevos avatares. Hasta aquí puede llegar el conocimiento;
en lo que viene después no se trata ya de conocimiento sino de voluntad
histórica, voluntad que acepta como supuestos la ambigüedad de todo
conocimiento, la victoria y el fracaso, y que ha suprimido unilateralmente esa
ambigüedad en su identificación total con su objetivo pensado.
7. El paso a la universalidad concreta. La
conciencia revolucionaria absoluta
a) El burocratismo tiende a realizar mucho más
completamente que el capitalismo la reducción del proletariado a su pura
materia física. La base de esa posibilidad es la supresión de la competencia,
que es en definitiva la supresión del motor de la acumulación, y por tanto la
reducción de la plusvalía a una función puramente estática: el mantenimiento de
la clase parásita. De ahí que, en esa medida, la clase burocrática no esté ya
obligada a mantener la creatividad del trabajo. Pero la contradicción que
contiene la enajenación de la fuerza de trabajo vuelve a surgir, aunque sea con
distinta forma: el intento de suprimir el «para sí» del trabajador (que se manifiesta
de modo elemental como creatividad) y de insistir en el «en sí» (o sea de
aumentar continuamente la explotación), contiene una contradicción patente que
se traduce aquí por la disminución del producto de la fuerza de trabajo y por
consiguiente de la propia plusvalía; cuanto más pesa la burocracia sobre el
nivel de vida del proletariado, más baja globalmente el valor de los productos,
debido al descenso brutal de la productividad cuantitativa. A ese descenso, la
burocracia sólo puede responder con un aumento del número de obreros, con una
proletarización aún más completa del conjunto de la sociedad.
b) Si el paso del «en sí» al «para sí» se convierte
en esas condiciones en algo subjetivamente más difícil, es sin embargo
muchísimo más fácil objetivamente. Mucho más fácil objetivamente: esto quiere
decir que todos los datos del problema y hasta su solución están ahí, puestos
explícitamente. El papel parásito de la burocracia aparece claramente; de todas
las oposiciones, suprimidas, sólo queda una: la oposición entre explotadores y
explotados; toda falsa mediación ?como por ejemplo una reivindicación
reformista o una «burocracia obrera» especial? es ahora radicalmente imposible;
hasta la forma misma de la solución está puesta ahí; puesto que toda relación
individual con los medios de producción ha sido suprimida, al ser el Estado el
sujeto de toda propiedad, basta con suprimir ese Estado y substituirlo por el
propio proletariado. La sociedad burocrática plantea al proletariado este
dilema en sus términos más desnudos, más sencillos y más profundos; le grita a
cada recodo: o lo serás todo o no serás nada; entre tu propio poder y los
campos de concentración no hay término medio; de ti depende que en la sociedad
seas amo o esclavo.
c) La realización del poder de la burocracia, al
presentar la forma más brutal y más total de la explotación, es al mismo tiempo
el fin del engaño burocrático. La esencia de la burocracia como negación propia
del proletariado se pone al descubierto. En la medida en que el proletariado
capta esa negación, la capta como conclusión y síntesis de toda la evolución
anterior. El proletariado puede ahora liberarse de todo engaño, no sólo
exterior sino también interno. Puede comprender que de lo que se trata ahora
es, no sólo de oponerse exteriormente a otro, de destruir todo poder fuera de
él, sino de realizar positivamente su propio poder. Tiende por tanto a suprimir
desde el primer momento en su propio seno toda distinción fija, tanto respecto
al poder como en lo que se refiere a los ingresos. Esa conciencia del
proletariado, que es conciencia de sí, afirmación de sí misma como objetivo
propio, que ha llegado a afirmar todo lo otro, tanto dentro como fuera de sí
misma, bajo la forma del sí mismo, y cuyo único objetivo es ahora llevar al poder
su propio «sí mismo», es la conciencia revolucionaria absoluta, que sólo ha
podido realizarse tras la serie de mediaciones y extrañamientos que supone.
Pero una vez realizado su objetivo exterior, la conquista del poder, lo suprime
y se suprime así a sí misma como conciencia revolucionaria del proletariado; se
convierte así en conciencia absoluta a secas, en humanidad comunista,
universalidad concreta infinitamente diferenciada en el seno de sí misma.
Escrito en marzo de 1948 y
publicado por vez primera en francés en La société bureaucratique: 1, Les
rapports de production en Russie, París, UGE, 1973. Versión castellana incluida
en La experiencia del movimiento obrero (Vol. 1. Cómo luchar,
Barcelona, Tusquets, 1979). Traducción de Enrique Escobar