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Karl Marx ✆ Yann Moix |
José María
Durán Medraño
Este artículo trata de plantear una serie de
cuestiones preliminares en torno al estudio del valor de las obras de arte
desde una perspectiva marxista, es decir, desde una perspectiva que tenga en
cuenta la teoría laboral del valor desarrollada por Marx. El artículo comienza
con una serie de cuestiones preliminares que desde nuestro punta de vista son
fundamentales a la hora de exponer el problema del valor/precio de las
obras de arte. Continúa examinando críticamente planteamientos recientes sobre la
teoría de formación precios en Adam Smith; y concluye volviendo a Marx y la
teoría laboral del valor con el fin de proponer un posible camino para la
investigación futura.
I. Cuestiones
preliminares acerca del valor de las obras de arte
Comencemos con dos comentarios en torno al valor. El primero
es del conocido escritor francés Émile Zola y el segundo del filósofo alemán
Boris Groys. En un ensayo titulado “El dinero en la literatura” que se publicó
por primera vez en 1880, Zola escribía: “a partir del momento en el que el
pueblo sabe leer y puede leer a precio económico, el comercio de la librería
duplica sus negocios y el escritor encuentra con amplitud el medio de vivir de
su pluma… un autor es un obrero como otro cualquiera que
gana su vida con su
trabajo” (Zola, 1989, pp. 212-213). Lo que aquí Zola está implícitamente
afirmando (sea o no consciente de ello) es que el autor, o el productor de
arte, es un trabajador que en el proceso de trabajo es capaz de crear valor.
Zola atribuye este hecho al poder casi mágico del dinero, “ese beneficio
legítimo –escribe Zola– obtenido con las obras” que “ha librado al escritor de
toda protección humillante… [que] ha creado las letras modernas” (ibíd., p.
226). Hemos de ser conscientes de que la libertad aparente que la circulación
monetaria otorga presupone una serie de relaciones sociales que se corresponden
con aquellas que le son propias a una sociedad productora de mercancías. Por
ejemplo, cuando Zola habla de la independencia que el autor moderno ha
conquistado gracias al dinero está haciendo referencia a una independencia con
respecto a relaciones sociales anteriores, pues Zola menciona al saltimbanqui
de la corte y al bufón de antecámara. Esto coincide con el planteamiento básico
de Marx cuando se refiere a que lo que el capitalismo ha supuesto
históricamente ha sido la separación de los productores de sus medios de vida
resultando que para obtener su sustento no tienen otra opción que vender en el
mercado su fuerza de trabajo de la que disponen ‘libremente’, es decir, como
propietarios ‘libres’ de la misma. Esta separación supone también la disolución
de relaciones sociales de dependencia anteriores. Es en este contexto
específico que hemos de entender a Zola cuando presenta al artista del siglo
XIX como fuerza de trabajo ‘libre’. La fuerza de trabajo artística es en este caso
una fuerza de trabajo que se encuentra en el mercado con el editor o el librero
al que les ofrece el producto de su trabajo como mercancía; o si se quiere,
como mercancía en potencia aún no realizada de forma completa pues para ello
necesita, por ejemplo, del editor, es decir, de canales específicos de
mercantilización y distribución que operan sobre una base capitalista con
trabajo asalariado. En cualquier caso es nuestra posición aquí sostener que el
producto ofrecido por la fuerza de trabajo artística es un producto cuya
determinación es la forma mercancía. Prestemos atención a algo importante en
este sentido. No hemos afirmado que el artista ofrece su fuerza de trabajo como
mercancía, sino que el artista ofrece el producto de su trabajo como mercancía.
Esta distinción es fundamental y será objeto de discusión en la sección tercera
de este artículo. Ahora nos interesa eso de que los productos del trabajo de
los artistas son mercancías.
El filósofo alemán Boris Groys comienza su libro Topologie
der Kunst de forma tajante: “El arte es antes de nada una rama de la economía.
La función del arte consiste en la producción, distribución y venta de obras de
arte. La obra de arte es una mercancía como cualquier otra. El mercado del arte
forma parte del mercado y funciona de acuerdo a la leyes habituales de la
economía de mercado. Las obras de arte circulan en nuestra economía como
cualquier otra mercancía en el contexto de la circulación general de
mercancías. Estos hechos son hoy incuestionables” (Groys, 2003, p. 9). Aunque
la afirmación de Groys pueda parecer obvia, implica también una serie de
presupuestos que no son fácilmente observables en la superficie de las
relaciones mercantiles descritas por Groys. Evidentemente, si nos conformamos
con una teoría en la que el consumidor de mercancías se presenta como un
hedonista maximizador de utilidades entonces las obras de arte no dejan de ser
mercancías de lo más corriente. Pero, ¿qué implica hablar de mercancías o,
mejor, de producción de mercancías desde un punto de vista marxista? Supone
tener en cuenta una forma de producción de valor para el mercado que conlleva
a) la producción de bienes en cuanto materialización del valor cuya expresión
en el mercado es el precio, y b) el uso de la fuerza de trabajo de una forma
que conlleva su explotación en beneficio de aquel que la ha comprado, es decir,
de aquel que ha comprado el derecho de su uso: “El valor es la “propiedad” que
los productos del trabajo adquieren en el capitalismo, una propiedad que
adquiere sustancia material, que es actualizada, en el mercado, a través de la
intercambiabilidad de los productos del trabajo, esto es, a través de su
carácter de mercancías que alcanzan un determinado (monetario) precio en el
mercado” (Milios, Dimoulis y Economakis, 2002, p. 18). La cuestión será
entonces examinar si el trabajo de los artistas está también sujeto a estas
determinaciones. Nuestra suposición teórica es que las determinaciones
concretas que conforman la producción (capitalista) de mercancías en las
sociedades burguesas dominadas por el modo capitalista de producción son
determinaciones generales a un nivel social, en el sentido de que crean un
marco de referencia general en relación al cual se definen y se miden todos los
trabajos, procesos y actividades humanas sean o no productoras de valor.