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Ilustración ✆ Natalia Rizzo
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José
Gandarilla | Luego del estallido de la crisis económica
de proporciones colosales que se ha extendido por el globo entero, en su más
reciente forma de manifestación desde 2008 a la fecha, se ha actualizado la
discusión sobre los problemas de la desigualdad económica, la concentración de
la riqueza y los inmensos problemas asociados a la pobreza y a las malogradas
promesas del desarrollo. De ello
fueron expresión no solo el debate animado a propósito de la aparición del
libro de Thomas Piketty (El capital en el siglo XXI, México, FCE, 2014,
663 pp.); o la consigna aglutinadora de los distintos movimientos ocuppy y
el grito de “los indignados” (interpelaciones que se dirigían en contra de un
orden social que favorece y enriquece insultantemente al 1% de los grandes
propietarios del capital corporativo mundializado, y a los grupos de poder que
instrumentan políticamente dicho proyecto); sino también la conciencia
creciente de que los problemas de la economía anuncian desequilibrios más
profundos que se instalan en los perfiles de lo que se ha dado en llamar
“crisis civilizatoria”, al seno de la cual la continuación del modelo
neoliberal (asumido como el agregado de recomendaciones crematísticas que han
conducido a este desastre), no hace sino confirmar el carácter irracional de la
racionalidad, que se pretende criterio de rigor indisputable y dictaminación científica
de la disciplina económica, y que bajo ese amparo aspira conducir los destinos
de la humanidad.
En el
marco de un contexto de esta índole se explica que el filósofo Enrique Dussel
se ocupara en los últimos años de conducir su seminario de grado y posgrado
hacia una reflexión de este peculiar campo de la actividad humana, quizá
dejando para más adelante o trabajando en simultáneo la conclusión de su obra
de filosofía política (integrada no solo por sus 20 tesis de política,
sino por los dos tomos de su Política de la liberación), cierre que
ha de ser ocupado por la exposición de las categorías críticas del poder y la
política (el muy esperado Tomo III de la política). Dussel nos sorprende de
nueva cuenta pues no solo ocupó su tiempo más reciente en las labores que una
parte de la comunidad educativa le consignaron para servir en
calidad de rector interino de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México,
que de tal modo superaba un período de agudizado conflicto, sino que se dio a
la tarea de dar forma escrita y definitiva a ese proyecto en el que venía
trabajando, y que expresaba su incursión o interpretación filosófica del “campo
económico”. Nos ha entregado finalmente un conjunto de 16 tesis, en un libro de
poco más de 400 páginas.
El libro
del que ahora nos ocupamos está compuesto por una introducción sistemática e
histórica (de la tesis uno a la cuatro), dos partes bien diferenciadas
(primera, crítica del sistema capitalista, de la tesis cinco a la once, y
segunda, principios normativos de una transición hacia otra economía, de la
tesis doce a la dieciséis) y un apéndice sobre la cuestión poiética y el lugar
de la técnica en el análisis de Marx. Esta parte última se justifica no solo
por el necesario esclarecimiento del significado de la tecnología cuando se
intenta clarificar filosóficamente al campo material por excelencia: dado que
lo económico o productivo incide en y decide la producción y reproducción de la
vida material de toda colectividad gregariamente aglutinada, y de la humanidad
toda en último término. También se hace válida la inclusión de este texto
(originalmente escrito hace más de treinta años) cuando nuestro autor hace
explícito que este conjunto de tesis “se basan en la elaboración teórica de
Marx” (pág. 74).
Aquí se
hace necesario traer a cuenta otra circunstancia, y es la que se expresa en el
trabajo filosófico como la maduración de una determinada idea, proyecto o
propuesta, y este es el caso con relación al libro que presentamos. Dussel se
viene ocupando de esta temática desde hace casi cuatro décadas y por ello en la
expresión arquitectónica de este libro se conjugan cuando menos tres
perspectivas de reflexión; en primer lugar, sus iniciales elaboraciones
atinentes a la sistematización de un pensamiento que distinga claramente las
cuestiones de la praxis en relación con el “acto poiético” (y que fueron
recogidas en su Filosofía de la producción, Bogotá: Nueva América,
1984, 242 pp.), en segundo lugar, su visión del conjunto categorial del
proyecto de crítica de la economía política que fue alcanzando en su
pormenorizada lectura de la obra de Marx, y que se explayó en su tetralogía
sobre el pensamiento del filósofo alemán, en tercer lugar, sus avances
alcanzados con relación al asunto de los principios, lo normativo y la cuestión
transicional puestos en mira de considerar cómo estos temas (de la ética y la
política de la liberación) se expresan en la consideración del “campo
económico”, o dicho con mayor precisión, con relación al modo en que la
humanidad construye sus sistemas económicos y en ello se juega el universo de
sus posibilidades de darle salida justa o injusta a la producción y
reproducción material del conglomerado humano. Esto es, de si la humanidad será
capaz de construir un determinado orden social que asegure la vida de lo humano
y lo no humano que ocupan el globo entero, o si persistirá en esa acelerada e
irracional carrera por anular la humanidad de lo humano cuando éste no es capaz
de mirar al semejante que sufre mayoritariamente por ver insatisfechas sus
necesidades más esenciales, cuando para otros (la muy exclusiva minoría del 1%)
el acceder a la experiencia de la vida buena o de una vida acorde con la
satisfacción a plenitud de sus necesidades, expresa a este logro como
consecución de la estrategia moderna del existir que se finca, sin embargo, en
el desastre colectivo (por sus impactos en la base ecológica) y en la opción
por la barbarie que acompaña al trato deshumanizado del otro (aunque
sistemáticamente a ambos hechos se les busque ocultar o invisibilizar).
Si en la
temprana incursión hacia un filosofar sobre la poiésis (trabajo originalmente escrito en 1976, y que obra como
capítulo primero de Filosofía de la producción), la propuesta va
encaminada a subrayar que Marx incluye en su concepto de “praxis” tanto lo que
es praxis específicamente (la relación ética y política del sujeto – sujeto)
como lo que es poiésis (la relación
del sujeto con el objeto, naturaleza o entorno, y que incluye todo género de
producciones, tanto materiales como inmateriales, tanto lingüístico-comunicativas
como pragmático-productivas) apostando a que es necesario aclarar dicho
equívoco; asimismo se busca señalar, en una visión histórica de muy largo
plazo, “que la naturaleza no es infinitamente explotable”, y que por tal razón
es necesario dirigir el quehacer poiético
y reorientar el hacer técnico, como plasmación más acabada de la “causa
efectora”, hacia una sociedad que libere de la necesidad y de la explotación
capitalista de unas naciones por otras.
De aquel
escrito a lo que se sabe actualmente sobre los principios de la entropía, las
estructuras disipativas, la flecha del tiempo y la dinámica no lineal, las
distancias son enormes, pero con ello se ha clarificado también de una mejor
manera la cuestión de la técnica y que la intención de liberar del “uso
capitalista” a ésta significará también modificarla en un sentido material y
modificar nuestras propias consideraciones sobre la perspectiva materialista:
distendiendo anteriores certezas (progresistas) para ensayar nuevos enfoques,
que en lo que al materialismo se refiere buscan entender a éste en una visión
más metabólica y ecológica del término, con lo que se vuelve a conferir
la entera prioridad a lamater, esto es, a la base material y
territorial, a lo que desde las sociedades originarias de América se designa
como Pachamama entre los andinos, o
Madre Tierra y Madre Diosa, en otras culturas, esto es, poner nuestra actividad
humana de producción y consumo de satisfactores en la mira a conferir prioridad
hacia aquello desde dónde provenimos y a quien se debe honrar y no devastar; y
que tiende a operar en el más profundo inconsciente humano como esa especie de
principio primigenio al que se busca volver ensoñadamente cuando el existente
humano experimenta inusitados instantes de peligro (en este específico tema las
reflexiones de Dussel; “la primera relación analógica práctico-productiva … es
la que se establece entre la madre y la prole … (e)l mejor sistema económico
futuro será como un recuerdo subjetivo de ese acto originario” (pág. 35), son
muy similares a las que nos legó el último Rozitchner en el último trabajo que
se encontraba elaborando poco antes de fallecer, esto es, su propuesta
del “materialismo ensoñado”).
Si la
física determinista es cuestionada con los nuevos conocimientos, lo es también
la ciencia económica que la utilizó como criterio de determinación de lo que
significa hacer ciencia; una nueva ciencia económica se hace necesaria y cobra
pertinencia por la mayor complejidad detectada en las ciencias de la materia,
de la vida y de lo social, en ello busca aportar el libro del que hablamos. Por
otro lado, si en aquella obra primigenia la cuestión de la productualidad ocupa
unas cuantas páginas, en la obra más reciente Dussel se explaya en la
consideración de ese ángulo y lo pondrá en relación con el otro aspecto en el
que se juega la consideración de “lo económico” por Marx, su
intercambiabilidad, será así que la cuestión del trabajo vivo (en el que se
juega toda creación de valor del producto, como trabajo objetivado) complejiza
las consideraciones de lo que se valoriza (pues no hay garantía de
intercambiabilidad cuando se pisa el terreno del mercado, y dicha accidentalidad
azarosa puede expresar políticas de competencia o monopólicas en que se juega
la apropiación del excedente producido). Las consideraciones del trabajo vivo
despojadas de su conexión con el problema económico del trabajo-valor, y
colocadas en su dimensión ética cuando se vincula el trabajo vivo con la
dignidad de la persona, serán el suelo y terreno en el que se llevarán a cabo
la reflexión filosófica sobre la actividad de producción de los valores de uso
y los arreglos sociales o comunitarios entre seres humanos necesitados para
ejecutar dicha producción.
El modo en
que históricamente desenvuelvan tales tareas y estrategias de producción y
re-producción (en el consumo, y en la re-generación del viviente humano y de la
articulación política más acorde al modo societario en que dicho conglomerado
se conduzca) separará la historia de las sociedades por el modo en que definen
la producción, uso y apropiación de su excedente. La larga historia de la
humanidad separaría entre sistemas económicos equivalenciales y sistemas
económicos no equivalenciales, de entre los cuales el vigente cobra la
forma de capitalismo, aunque aquí es pertinente la acotación que nuestro autor
despliega a lo largo de las tesis en cuanto a la necesidad de distinguir entre
capital y sistema capitalista. Para Dussel la historia humana se distingue de
la de otras especies gregarias en que aún cuando se conservan en el humano
diversas formas de su vida que no le despojan de su animalidad, tiene la
capacidad exclusiva de producir, y planifica para producir, por encima de lo
estrictamente necesario; el curso histórico de los “sistemas económicos”
separará definitivamente entre aquellos de tipo comunitario en que hay un uso
horizontal, transparente y recíprocamente común en el uso del excedente (sistemas
equivalenciales), y otros diametralmente opuestos a éstos en que hay un
uso, apropiación y destino heterónomo del excedente (sistemas no
equivalenciales), esto es, que consiente políticas de dominación,
apropiación y explotación de quienes aportan el trabajo vivo creador de los
valores y quienes usufructúan del mismo, y se enriquecen en grados indignos
puestos en consideración de aquellos que viven la imperfección de todo sistema
social como víctimas, y que bajo el capitalismo asumirán la forma de explotados
(subsumidos ya a la lógica del capital) o excluidos. Evidentemente, vivimos
bajo el esquema social del capitalismo, y en tal orden socio-político que
acompaña a ese específico modo de producir, el trabajo excedente asume la forma
de plusvalor, una de cuyas mayores peculiaridades es su carácter encubierto y
su forma cada vez más fetichista de funcionar y de expresarse en sus formas de
obtención del mismo. Si en determinados momentos del capitalismo el plusvalor
se expresa más prístinamente como ganancia industrial, actualmente aspiraría no
a surgir “desde la nada” (esto es, del trabajo vivo como fuente creadora de
todo nuevo valor, pero que es nada o “no es” en el marco de la totalidad
existente), sino a emerger como mágicamente “de la nada” (como corresponde al
capital ficticio que aspira a enriquecer a su poseedor como si derivase de un
acto de prestidigitación o de un juego de dados).
Damos aquí
con el ángulo de lectura que le confiere peculiaridad al modo en que Dussel
asume el pensamiento de Marx, será por dicha razón que se ha de distinguir,
para desarrollar de un modo más completo la crítica al capitalismo, entre una
primera explotación, la del trabajador por el capitalista, y una segunda
explotación, la que se da entre naciones o entre capitales globales nacionales
por los diferenciales de la medida alcanzada por sus composiciones orgánicas de
capital y que bajo la competencia capitalista han de regular transferencias del
excedente que operan no solo entre sectores o ramas sino de modo global.
En la
consideración de la llamada “primera explotación” Dussel no solo recupera el
orden categorial de Marx enclavándolo en un eje de interpretación que enlaza
totalidad con exterioridad, y que en esta obra hará comparecer dicha temática
señalando que hay una persistente lógica de exterioridad y de exteriorización
de aquellos que han de ser conformados como víctimas del proceso económico
cuando éste se desenvuelve bajo sistemas de uso heterónomo del excedente. El
existente humano que aporta el trabajo vivo se presenta en exterioridad a la
totalidad existente y dominadora no solo como fuente primigenia y creadora del
nuevo valor, eso es, en condición de exterior(idad) ante festum,
vale decir, que era integrante de un previo ordenamiento comunal o comunitario
en que prevalecía un uso del excedente por el común o en que éste era asumido
como bien del común o “bien común”, o como parte de “los comunes” que no se
pueden privatizar, y por tal razón se ven imposibilitados de ser colocados en
cuanto cosas puestas para el cambio, porque solo puede ser vendido lo que se ha
separado del común y se ha adjudicado como suyo de alguien, como propio y que
por tal reconocimiento (de lo gregario a-socialmente socializado) lo puedo
presentar al mercado como susceptible de venta. En segundo lugar, la condición
de exterioridad persiste cuando, con el capitalismo, la victima experimenta la
lógica del proceso como capacidad viva de trabajo puesta para su explotación
por estar ya subsumida en la lógica productiva del sistema (y lo experimentará
ónticamente como asalariado y ontológicamente como viviente humano reducido en
su dignidad por no encontrar nunca un nivel remunerativo correspondiente a su
aporte de vida humana que se plasma en trabajo objetivado por el que se paga un
salario), o bien cuando es excluido, por ser colocado al margen de dicho
proceso y dejado a su suerte por el incremento de las productividades
necesarias a que orilla la competencia y que terminan por expulsar trabajo,
exterioridad post festum (la persona es colocada en
franca indignidad por no encontrar acomodo en el nuevo arreglo social
capitalista, viéndose condenada a que le sea imposible aportar generosamente su
actividad y cuando ésta se vea no reconocida o infra valorizada, dicho sujeto se
verá plenamente des-humanizado), por último, hay exterioridad porque aún en
dicha condición de explotado, subsumido o excluido del orden capitalista, en la
persona humana del sujeto corporalmente sufriente como víctima del proceso hay
un sentido de resguardo de lo posible a ser construido porque hay memoria y
sustrato cultural en el que lo común reaparece justamente en los intersticios
en que se deja ver la crisis de la totalidad vigente.
Con
relación a la llamada “segunda explotación”, por Dussel, aquí lo que se
recupera de Marx tiene que ver con las temáticas del conjunto conocido por la
tradición como “Manuscrito del 63 – 65”, y del que Engels preparó los Tomos II
y III de El capital. El juego conceptual al que se acude es el par
de conceptos “precios de producción” y “ganancia media”, los cuales son
recuperados para apuntar a las líneas identificatorias de lo que hubiese sido
el libro de “la competencia” si es que Marx hubiese tenido tiempo de concluir
su proyecto de seis libros. En el marco de ese conjunto, el “libro sobre la
competencia” entre capitales correspondía al quinto de un total de seis. Dussel
siempre ha insistido en que su incursión al pensamiento de Marx era siempre
orientada hacia esclarecer el tema de “la dependencia”, esto es, de si Marx
tenía una respuesta a la cuestión de la dependencia o si era posible de ser
pensada de manera coherentemente marxista, o desde Marx, la cuestión de la
dependencia de nuestras sociedades. En este específico renglón, y como una de
las aportaciones más importante de este libro, se le da salida temática y se
sugiere una resolución teórica del asunto: el lugar teórico de la dependencia
lo es en el libro sobre la competencia. Desde dicho marco teórico conceptual la
cuestión se salda a través de un conjunto de procesos que facultan a los
capitales globales más desarrollados para ser los receptores y usufructuarios
del excedente producido en otra parte del sistema (sus periferias) que es
transferido hacia las matrices de las corporaciones multinacionales, hacia los
bancos acreedores internacionales o hacia los muy diversos entramados
monopólicos que se benefician, también porque los Estados desde los que estos
capitales globales se impulsan cumplen con las tareas que funcionalmente les
han sido adjudicadas, igualmente por los diferenciales alcanzados por las
composiciones orgánicas de capital y los niveles de intensidad y productividad
con que son explotados los trabajadores del Sur del mundo.
En la
Segunda Parte del libro nos interesa destacar la cuestión de lo normativo de un
orden económico nuevo, pero en lo que tiene que ver con la puesta en relación
de los principios postulados con lo que todavía, en diversas experiencias hoy
existentes, hay de persistente y activo de las formas comunarias, o lo que se
asume como característico en sociedades originarias que, de algún modo u otro,
siendo que son enclavadas por un específico modo de proceder de la modernidad
capitalista como construcciones societales propias del atraso o lo
insuficientemente desarrollado, pueden, antes bien, estar alojando
posibilidades alternativas y modos de ejercer los procesos de la economía del
futuro pleno y humano. Si la crisis actual sigue su curso, con las
características de hundimiento de un programa civilizatorio, y se imponen las
tendencias entrópicas del sistema (potenciadas por la forma capitalista de
producir y consumir) aquellas experiencias comunitarias prevalecientes podrían
ser asimiladas como las propuestas más viables y las más avanzadas, como
salidas potenciales en escenarios de desastre societario y devastación
ambiental. Si esa perspectiva se impone, la de la irrebasabilidad de límites
que se revelan como absolutos, cobrará pertinencia “una economía futura
trans-capitalista (momento material esencial de la trans-modernidad) que desarrollará
una economía que se comportará como un (…) subsistema de la ciencia
ecológica como afirmación y crecimiento cualitativo de la vida, cuya máxima
dignidad se manifiesta en la vida humana” (pág. 186, cursivas en el
original). Es ahí que Dussel se permite desarrollar muy creativamente los
principios de la eticidad que todavía regula a las sociedades de base indígena
en las comunidades andinas, pero no solo hará comparecer este hecho en su
argumentación de los principios normativos de la nueva economía, sino que de
algún modo, con este proceder, se le está confiriendo pertinencia a la
necesidad de recuperar de Marx una veta romántica insospechada, en una clara
sintonía a como lo ha venido señalando Michael Löwy, “la comunidad primitiva
(el pasado) tiene valores … que superan muchos aspectos de la sociedad
presente” (pág. 325). Tanto para Löwy como para Dussel, “Marx recupera dicho
pasado para criticar el presente (…) para lanzarlo hacia una nueva alternativa
futura” (pág. 326). Lo peculiar del planteo de Dussel en este aspecto es que
aquí habrá de reposar también el elemento de peso de su argumentación para dar
con el “concepto diferente” que separaría a su propuesta de la
trans-modernidad, de aquellas otras formulaciones que pretenden separar al actuar
humano futuro respecto a la vigente modernidad (sea el caso de modernidades
alternativas, anti-modernidad, altermodernidad o contra-modernidad). Y es que
para Dussel es claro y definitivo que el punto de arranque de toda crítica a la
modernidad ha de partir de “ámbitos o momentos que guardan exterioridad con
respecto a la totalidad de la modernidad. Esa exterioridad negada y despreciada
son las culturas en aquello que la modernidad no pudo dominar” (pág. 302).
Los
principios normativos que Dussel ha de recuperar de estas culturas en lo que la
modernidad no les ha podido dominar o subsumir, van justamente en la línea de
poner en consideración lo económico con un orden, podríamos decir, superior,
sea este ecológico o cosmológico; será de tal modo que los principios que en
lengua quechua se enuncian Ama sawa, Ama hulla, y Ama
quella, y que podrían erigirse más limitada o cotidianamente como una serie
de mandatos (No robes, no mientas, no seas perezoso) se abren a una
consideración filosófica que pretende ampliar su alcance para establecerles
como base de los principios normativos y críticos de un nuevo orden económico,
en que las comunidades comprometidas en dicho propósito se abren camino en una
situación o momento transicional hacia lo trans-moderno o trans-capitalista. En
el primer caso, puede traducirse como “no te apropies de los bienes que no has
producido, que han sido hechos por otros”; esta primera exigencia normativa
puede, para Dussel, obrar como “principio de justicia que … se dirige a la
indignidad de apropiarse de algo que otro ha creado”. En el segundo caso, puede
traducirse como “no ocultes lo verdadero”; esta segunda exigencia normativa
puede, para nuestro autor, erigirse en “principio que posibilita la
convivialidad, comunidad, el consenso discursivo”. Por último, en el tercer
caso, puede traducirse como “no dejes de crear” que como tercera exigencia
normativa establece el principio de “la iniciativa, del crecimiento”. El cierre
argumentativo de esta formulación desplegada de las exigencias normativas no
podría ser más precisa para la propuesta de Dussel pues “los tres principios
tienen raigambre económica. El primero tiene que ver con la materialidad
económica (tesis 13) el segundo con la consensualidad formal
(tesis 14) y el tercero con la eficacia, la factibilidad industriosa
(tesis 15)” (pág. 187).
Como lo ha
venido planteando Dussel para su análisis filosófico de la política, le
interesa destacar que, también en el caso que nos ocupa, lo más acostumbrado o
frecuente es separar o negar cualquier utilidad en la economía de “pretendidos
principios normativos” (pág. 200), por el contrario desde su propuesta, tales
exigencias han de ser subsumidas para la consecución de un actuar económico
futuro que pudiera restablecer, y por tal razón sería alternativo, un sistema
económico equivalencial. Para llegar a ese punto, en el horizonte del
tiempo, las exigencias normativas se expresan en postulados, que como tales
sintetizan expresiones de la actividad humana en determinados campos que pueden
ser pensadas teóricamente pero que para su construcción requerirán de que, en
lo poiético y lo práctico, la actividad comunitaria de la humanidad conduzca su
actuación hacia dichas metas, y entre conflictos y negociaciones, en el marco
de disputas y acuerdos, pueda la humanidad entera, de algún modo u otro,
acercarse a tales propósitos.
Será así
que, en cuanto al momento material en la economía, Dussel postula: “Debemos, es
un deber y un derecho, en el campo económico producir, distribuir, intercambiar
y consumir productos del trabajo humano, haciendo uso de las instituciones
económicas de un sistema creado a tal efecto, teniendo en cuenta siempre y en
último término la afirmación y crecimiento cualitativo de la vida humana de
todos los miembros de la comunidad, en última instancia de toda la humanidad,
según las exigencias del estado de las necesidades y de los recursos ecológicos
determinados por la historia humana en el presente que nos toca vivir” (pág.
237).
Por lo que
al aspecto formal o consensual de la economía se refiere, el principio
normativo y crítico pretende dirigir dicho campo de la actividad humana desde
el concepto límite que establece el postulado: “Es legítima toda decisión
(tecnológica, productiva, organizativa, publicitaria, etc.) de la nueva empresa
productiva, aun en el marco de las decisiones políticas sobre el campo
económico, cuando los afectados (trabajadores, empleados, etc.) puedan
participar de manera simétrica en las decisiones políticas en todos los niveles
(de la producción, distribución, intercambio, etc.)institucionales, siendo
garantizada esa participación por medio de una propiedad comunitaria o social
de los medios de producción, gestionada discursivamente … teniendo en cuenta
las necesidades de todo tipo no solo de la comunidad productiva, sino
fundamentalmente y como servicio y responsabilidad de toda la sociedad, y en último
término de la humanidad, dentro de los límites enmarcados por el principio de
factibilidad (…) y de la afirmación de la vida humana como bien común” (pág.
255).
Por
último, con relación a los problemas de la eficacia y la creatividad en dicho
campo de la actividad humana, el principio normativo y crítico de la
factibilidad establecería de manera tentativa lo siguiente: “¡Haz lo posible!,
porque intentar lo imposible es quimera, y no intentar lo posible es
conservadurismo o cobardía” (pág. 290).
Para Dussel
no hay duda, y lo dijo desde un inicio del texto que estamos comentando, la
alternativa no es abstracta o pre-determinada desde a priori teóricos
o establecida por iluminado alguno (“hoy no hay proyecto (…) lo que hay son
criterios o principios normativos que orientan”) (pág. 322). En lo que la
historia reciente nos ofrece y, en medio de las terribles consecuencias que la
modernidad capitalista de cuño neoliberal ha impuesto en la humanidad entera,
las salidas alternativas se construyen en la lucha y en la gesta de los
pueblos, en el campo experimental de los conflictos y sus contradicciones, por
ello, para Dussel “ese ideal es vivido ya (…) por los pueblos originarios de
nuestra América (el pasado en el presente) (…) la “vida buena” (Sumak Kawsay)
es un tipo de existencia en equilibrio con la naturaleza ecológicamente cuidada
y con la vida social de la comunidad humana restringida a necesidades
razonables y consumo que guarda los límites de una salud tradicionalmente
lograda” (pág. 326).