Jesús Ruiz Moreno | Paul Sweezy y Paul Baran lanzaron hace casi
ya 50 años El capital monopolista,
primera edición en EEUU en 1966, con objeto de señalar las diferencias que
existirían en el capitalismo monopolista frente al capitalismo de competencia,
en el funcionamiento de la economía estadounidense. Aunque el texto parece
lejano para escribir hoy sobre él, su relevancia se muestra en que la primera
edición española es de 1968 y la que hemos trabajado nosotros, de 1982, es la
décimo séptima. Confrontan el capitalismo de competencia que sería el que
estudió Marx en El Capital, al capitalismo monopolista desde una especificidad
propia, puesto que, Baran y Sweezy, entienden que los análisis del capitalismo
monopolista hasta entonces, salvo textos esporádicos de Mao y Lenin, solo
habían repetido de manera ampliada las categorías del capitalismo de
competencia por lo que sus análisis eran erróneos.
No es que Marx haya
ignorado la existencia del monopolio en la economía británica de su tiempo,
verdadero sistema histórico real del cual sacó su modelo teórico. Pero como los
economistas clásicos antes que él, Marx consideró los monopolios no como
elementos esenciales del capitalismo sino más bien como un remanente del pasado
feudal y mercantilista del que había que abstraerse para poder obtener la
visión más clara posible de la estructura básica y de las tendencias del
capitalismo. (p. 9)
Para esta descripción van a descartar muchos de los
conceptos básicos que usa Marx en su análisis del modo de producción capitalista
en El Capital o va a cambiar su causa o motivación. Por ejemplo, la tendencia
a la innovación tecnológica no se produce por la tensión de la competencia
mediante la que se obtendrían temporalmente ganancias extraordinarias, sino por
la búsqueda nuevos productos con los que inundar el mercado:
Ésta [la necesidad
endógena de reducir los costos de producción mediante la innovación
tecnológica] resulta de las exigencias de la ausencia de la competencia de
precios en las industrias productoras de bienes. Aquí, como en las industrias
que producen bienes de consumo, los vendedores deben estar buscando
constantemente lanzar alguna novedad en el mercado. Pero no están tratando con
compradores cuyo interés primario es la última moda o estar al nivel de sus
vecinos. Están tratando con compradores sofisticados, cuyo interés es el de
incrementar las ganancias. De aquí que el nuevo producto ofrecido a los
compradores en perspectiva debe diseñarse en tal forma que les ayude sus
ganancias, lo que en general significa ayudarlos a reducir sus costos. Si el fabricante
puede convencer a sus clientes de que su nuevo instrumento, material o máquina,
les ahorrará dinero, la venta se llevará a cabo casi automáticamente. (p.
60)
Pero sobre la distinción que queremos detenernos en este
breve texto es en la sustitución de la plusvalía por excedente y en las
consecuencias que esto tendría sobre, no ya el valor de la fuerza de trabajo y
su relación con el salario, sino sobre la misma existencia de un valor de la
fuerza de trabajo.
Empecemos desgranando la argumentación de Sweezy y Baran.
Los excedentes se diferencian de la plusvalía en que
.... el excedente
económico, para definirlo brevemente, es la diferencia entre lo que una
sociedad produce y los costos de producción. La magnitud del excedente es un
índice de productividad y riqueza, de la libertad que tiene una sociedad para
alcanzar las metas que se ha fijado a sí misma. La composición del excedente
muestra cómo se hace uso de esta libertad: cuánto invierte en ampliar su
capacidad productiva, cuánto consume en diversas formas, cuánto desperdicia y
de qué manera. (p. 13)
Como vemos el excedente queda en un punto intermedio entre
la explotación y la riqueza considerada del modo en que la considera la
economía clásica. La diferencia entre lo producido y los costos de producción
no es el trabajo no pagado: no es la plusvalía; puesto que esa diferencia entre
ambos supone que el precio de la mercancía no oscile a partir de un valor de la
mercancía fijado por el trabajo objetivado en él, antes al contrario el precio
de la mercancía se desentiende por completo de su valor ya que su precio tiende
a subir a un máximo social permitido que se fija socialmente por lo «que el
consumidor esté dispuesto a pagar antes de abandonar el producto por otro más
barato» (de ahí la función central que dan a la publicidad estos autores porque
garantiza la posición dominante mediante la que la corporación monopolista hace los precios).
En consecuencia, el capitalismo monopolista rompe la ley de
la tendencia decreciente de la tasa de ganancia definida en el tercer libro de El Capital puesto que el cambio de la
relación capital fijo/capital variable no determinaría ya una contradicción
interna fundamental del capitalismo que quedaría sustituida por una tendencia
al estancamiento por la imposibilidad de reinvertir la cantidad cada vez mayor
de excedentes que harían caer la economía capitalista en sucesivas crisis que
solo aplaza con publicidad, inversiones en infraestructuras, exportación de
capitales y sucesivas innovaciones tecnológicas que absorban grandes cantidades
de estos inmensos excedentes. El ejemplo que historifica este proceso está
marcado por la construcción de los ferrocarriles a finales del XIX, primer hito
del proceso de monopolización de la economía, al primer momento dorado con la
industria automovilística y su generalización en el consumo de vehículos.
Cada corporación multinacional luchará por una posición
dominante dentro del mercado que significa alcanzar la posición en que se
«hacen los precios» -toda vez que en la lucha entre grandes corporaciones
excluye la lucha mediante la guerra de precios- con las armas que le da la
publicidad y la posibilidad de establecer una diferenciación de producto:
Esta diferenciación
[entre los productos de una empresa y sus competidores] se busca principalmente
por medio de la publicidad, marcas de fábrica, envolturas características, y
variaciones de producto; si tiene éxito, esto conduce a una condición en la
cual los productos diferenciados dejan de servir, en opinión del consumidor,
como sustitutos uno del otro. Cuanto más se insiste en la diferenciación del
producto, más cerca está el vendedor del producto diferenciado de la posición
monopolista. Y cuanto más atraído se sienta el público a esta marca en
particular, menos elástica se vuelve la demanda con la que tiene que contar y
más capaz será de elevar el precio sin sufrir una pérdida proporcional de
ingresos. (p. 96)
Es necesario insistir en que Sweezy y Baran no incluyen en
los costos de producción el gasto en publicidad, no forma parte de la
producción; la publicidad forma parte de la absorción de excedentes; la
publicidad en el capitalismo monopolista tiene una doble función económica: la
necesidad de absorber una cantidad cada vez mayor de capital excedente y la
lucha por la obtención de una posición monopolista que le permita hacer los precios.
En este punto encontramos la mayor dificultad en el texto
de Sweezy y Baran ¿qué fija el valor de la fuerza de trabajo como mercancía en
el capitalismo monopolista? Desde luego, no está sujeto a su valor, es decir,
no equivale al valor de los costes de (re)producción socialmente dados; parece
estar sujeta a otra contradicción, en este sentido, propia de la economía
clásica: el valor de la fuerza de trabajo estará presa en la contradicción de
la búsqueda de la reducción de los costes de producción -algo que sigue
existiendo, a pesar de que los excedentes aumentan exponencialmente y el
precio de la mercancía no está sujeto al valor de la mercancía- y la necesidad
de que estos mismos obreros -y no sólo las facciones de la pequeña burguesía-
adquieran estos productos que tienden a un precio máximo de la posición
monopolista.
En definitiva, la separación del precio de las mercancías de
consumo y de las mercancías de producción, en particular, de la fuerza de
trabajo aparece como la mayor debilidad del andamiaje del análisis de Sweezy y
Baran que despojan de validez a la teoría del valor y recupera, por la puerta
de atrás, la primacía de la oferta y la demanda con las terribles consecuencias
que tendría para la lucha de la clase obrera.