► "... es indispensable
y debe hacerse en una medida mucho más grande de lo que se ha hecho hasta
ahora, siguiendo las preciosas indicaciones que nos deja Antonio Gramsci"
|
Antonio Labriola ✆ Tondo
|
Palmiro Togliatti
| Durante
cuarenta años por lo menos, a partir de su muerte, en Italia casi no se ha
hablado de Antonio Labriola. El fascismo dominaba en la vida política y social:
dominaba el idealismo en el campo de la cultura, de los estudios. El libro de
Luigi Dal Pane,[1] [Antonio Labriola. La vita e il pensiero. Prólogo de Gioacchino
Volpe. Edizioni Roma, 1935] que apareció en el año XIII de la llamada "era
fascista", es la excepción y por ello debe elogiarse sin reservas. A
través de esta obra, a la que aún hoy debemos referirnos para estar exactamente
informados, aunque desgraciadamente todavía en forma parcial, sobre esa parte y
sobre aquellos aspectos de la producción intelectual de Labriola que no pasaron
de la exposición oral en cursos universitarios, de apuntes para lecciones o de
apuntes para trabajos no concluidos, a través de esta obra, digo, el
pensamiento de Antonio Labriola pudo nuevamente ser conocido y estudiado. Lo
cual tuvo entonces un grandísimo valor no sólo porque era el momento en que se
quemaban los textos tradicionales, clásicos, del socialismo, sino porque tanto
el dominio político del fascismo cuanto el dominio cultural de las corrientes
idealistas comenzaban a sufrir los primeros golpes y una nueva generación de
militantes políticos y de estudiosos se estaba orientando hacia el socialismo y
hacia el marxismo.
No pudo tener la misma eficacia el
trabajo de Diambrini Palazzi [2] [Il pensiero filosofico di Antonio Labriola, con prólogo
de Rodolfo Mondolfo de la Universidad de Bolonia, editado por Nicola
Zanichelli, sin fecha, 1922-23] publicado en la época de la marcha sobre Roma,
y no sólo por este motivo, sino por su carácter de investigación a menudo
puramente teórica, realizada la mayoría de las veces de un modo muy limitado,
sin ninguna amplitud de miras en relación al mundo intelectual, cultural,
social, en el que había surgido y se había manifestado el pensamiento de
Labriola.
A distancia de 3 años del libro de Luigi Dal
Pane, en 1938, se reeditaban, sin embargo, al cuidado de Benedetto Croce,
los Ensayos en torno a la
concepción materialista de la historia,[3] obra
fundamental que en ese entonces se encontraba agotada desde hacía años y que
incluso había desaparecido de las bibliotecas, habiéndose reeditado en 1934
sólo el primer ensayo en una colección científica.[4] Esta
nueva publicación se debió, dice Croce en una Advertencia, a la necesidad
de satisfacer "peticiones" y "necesidades".
|
Palmiro Togliatti ✆ Francesca Romana Brogani
|
Pero, sin duda, no sólo a esto. Él mismo
reconoce, en efecto, que peticiones y necesidades, se derivan de la “renovada
importancia política del marxismo“. Una caída del régimen fascista, en el curso
de la tormenta que se estaba ya desencadenando sobre Europa, no era
difícilmente previsible. En el movimiento antifascista clandestino, que estaba
tomando impulso en nuevos grupos de la población y en cuyas filas los debates
eran sumamente animados en lo que se refiere a la búsqueda de nuevas
orientaciones teóricas y políticas, las corrientes socialistas y comunistas se
presentaban ya como las más robustas. No podía impedirse que se conociera
nuevamente a Antonio Labriola, incluso porque tarde o temprano toda su obra
hubiera sido, sin duda, puesta nuevamente en circulación por los partidarios
del marxismo. Ya que no es posible creer que las iniciativas de Croce en el
campo de la cultura y de la política –y en este caso se trataban también de
política- se debieron, alguna vez a improvisaciones o a motivaciones emotivas,
debe admitirse que la razón señalada jugó un importante papel en su decisión de
hacer una nueva edición. Naturalmente que el poderoso pensamiento de Antonio
Labriola lanzado nuevamente a la circulación, hubiera avanzado por sus propios
medios; sin embargo era conveniente tomar alguna pequeña precaución, no sólo
con las dos Advertencias donde
se repite sumariamente la desvalorización del marxismo como filosofía, según un
esquema conocido de todos (vuelta a la metafísica con ropaje materialista,
imposibilidad de desarrollo como corriente de pensamiento), sino con el
agregado de todo un relato acerca de la manera como nació y como murió el
marxismo teórico en Italia.
Sobre algunos elementos de este relato
probablemente tendremos todavía ocasión, de ocuparnos en el curso de nuestro
estudio, sobre todo porque se citan allí algunos pasajes importantes de cartas
de Labriola a Croce sin duda numerosísimas y cuya publicación integral hubiera
sido un verdadero regalo, que Croce no quiso hacer, a la cultura italiana. El
relato no puede dejar de provocar la sonrisa a quien lo lea hoy. El
"marxismo teórico en Italia" tiene como fecha de nacimiento una carta
que recibió Benedetto Croce y muere con la edición en libro de algunos escritos
suyos. El escritor napolitano estaba tan compenetrado, tan convencido de su
función hegemónica en la cultura italiana, que no podía advertir la falta de
modestia, cuando menos, de estas observaciones. Pero no es esto lo que ahora
nos interesa. Este relato nos interesa porque nos lleva directamente a la
cuestión que queremos plantear y discutir aquí y que se refiere al modo cómo,
en general, los estudiosos que se adhieren a las posiciones políticas y
filosóficas de Labriola tienden a considerarlo. En el relato de Croce no se
encuentra ninguna indicación seria relativa al lugar que debe asignársele al
pensamiento marxista de Antonio Labriola en el desenvolvimiento total del
pensamiento italiano de ese periodo. Ni siquiera hay un intento lejano de
señalar una filiación teórica nacional, un terreno más amplio de adhesión y de
oposición, como no sea el de las conversaciones entre los dos estudiosos. Un
profesor de filosofía, curioso de las nuevas corrientes de pensamiento cuyo
desarrollo está acompañado por el del movimiento socialista, se informa del
contenido de ellas, se adhiere a él, lo expone en algunos escritos bajo el
estímulo del propio Croce y luego se retira y calla (en realidad ni se retira
ni se calla, sino que sólo desaparece de la escena terrestre), en tanto que
Croce extrae de la experiencia realizada algunas indicaciones útiles para la
mejor sistematización de ciertos conceptos suyos. A esto se reduce todo, y
quien quiera releer el relato crociano verá que la nuestra no es una
caricatura. Es evidente, por tanto, la intención. Se trata de aislar el
supuesto "nacimiento y muerte del
marxismo" del curso y de la lucha de las corrientes teóricas en la
filosofía y en la cultura italiana del siglo XIX. "Nacimiento y muerte del marxismo" deben considerarse
como un episodio aislado, una especie de roca solitaria, caída desde fuera, una
novedad y una experiencia interesantes, pero nada más, y destinadas a dejar una
escasa huella. En el trabajo fundamental que Croce le dedicó a la Historia
de la historiografía italiana en el siglo diecinueve no se llega hasta
este punto extremo de desvalorización) pero de todos modos al marxismo sólo se
le atribuye un valor indirecto y marginal, por el impulso que surgió de él para
una renovación de la historiografía. Y no hablemos de Giovanni Gentile, quien,
al estudiar, en una de sus obras principales, los Orígenes de la filosofía italiana contemporánea ni siquiera
hace una mención de Antonio Labriola y de una corriente marxista. El asunto,
sin embargo, no debe asombrar. Tanto Croce como Gentile habían sacado y
conservado de Hegel la costumbre de considerar el pensamiento propio como el
punto de llegada necesario de todo el anterior desarrollo de las ideas. Ambos
siempre subordinan el juicio sobre las corrientes de pensamiento del pasado a
la valoración de la contribución que, según ellos, hicieron estas corrientes
para lograr esta etapa final. A Antonio Labriola hay que tenerlo presente y es
valioso sólo porque fue un impulso para el descubrimiento del concepto de lo
útil, que hasta ese entonces faltaba para perfeccionar la euritmia
cuatripartita de la "filosofía del espíritu" croceana; y en cuanto a
Gentile, puesto que en su verbalismo filosófico incluso desaparecen las huellas
de una preocupación y de una investigación acerca de la efectiva realidad de la
vida social, es natural que borre al marxismo hasta del recuerdo. Como a ambos
les falta una visión adecuada y unitaria de la lucha que a lo largo del curso
del pensamiento humano se ha llevado a cabo entre la concepción materialista y
la concepción idealista de la realidad, no podía menos que faltar, entonces, la
capacidad para valorar exactamente el elemento nuevo que el marxismo aporta en
esta lucha y poder, así, comprender su importancia en cuanto cambio decisivo en
las orientaciones del pensamiento. Pero aquí nos encontramos ya muy lejos del
punto que ahora nos interesa. Ahora nos interesa mostrar esta tendencia a
colocar el marxismo en los márgenes del desarrollo de las corrientes del
pensamiento en Italia en el siglo XIX y a excluirlo incluso de todo este
desarrollo; nos interesa porque de esta tendencia se deriva una posición
inicial equivocada en la consideración y en los juicios sobre Antonio Labriola,
y porque esta posición equivocada es en sustancia aún hoy la predominante, al
grado de que se encuentra también entre estudiosos que nada tienen que ver con
el idealismo filosófico y que son admiradores de Labriola y seguidores de su
pensamiento y de su política.
Sobre este asunto se repite, cuando menos en
parte, lo que a menudo sucede en el campo de los estudios sobre la historia del
movimiento obrero. Aun los mejores entre aquellos que se dedican a este tema no
logran escapar a la impresión de que se mueven no sólo sobre un terreno
particular reservado a los especialistas, sino sobre un terreno que no siempre
logran mantener ligado, como parte integrante, a la historia general económica
y política del país. De lo cual sólo pueden dejar derivarse incomprensiones y
errores, tanto en el planteamiento general cuanto en los juicios concretos.
Desde el momento en que la clase obrera se presenta sobre la escena de la vida
política y social europea con una fisonomía y una fuerza propia, desde ese
momento los problemas del movimiento obrero en todos los países europeos,
comprendidos aquellos donde el desarrollo industrial es menos avanzado, son
problemas de toda la nación y lo son tanto objetivamente por el peso que tienen
en el curso de los acontecimientos, cuanto por los aspectos subjetivos en donde
precisamente el miedo disparatado de las clases dirigentes anticipa posiciones
y acciones que sólo mucho más tarde podrían encontrar una explicación en las
cosas.
Por lo que toca al campo del pensamiento, nada
es más propicio a la conservación de las posiciones tradicionales y a la
defensa de las corrientes de pensamiento predominantes en las capas dirigentes
de la sociedad, que el considerar la doctrina del marxismo como algo que en un
cierto momento surge, sí, de la crisis de determinadas orientaciones,
filosóficas, como algo que jugó, sin duda, un papel en la historia, pero
únicamente como "doctrina historiográfica y económica", adecuada para
"impulsar y darle consistencia al movimiento obrero", "creada
especialmente para esto",[5] aunque
carente de consistencia lógica, incapaz de una eficacia decisiva en el campo
del pensamiento y, por ,consiguiente, incapaz incluso de desarrollo.
Los escritos dedicados a Labriola en los años
inmediatamente posteriores a su muerte están todos ellos llenos de una
conmovida simpatía por el hombre y de un respeto profundo por el pensador. Sin
embargo, en ninguno de estos escritos se encuentra un intento de valorar su
grandeza en relación al esfuerzo múltiple que lleva a cabo el pensamiento
italiano del siglo XIX para abrirse un camino nuevo, que lo ligue a sus mejores
conquistas del pasado y le abra una ruta, segura. En cambio, es precisamente
bajo esta luz que la grandeza y la eficacia de nuestro pensador se ven y se
comprenden cabalmente. En el discurso conmemorativo pronunciado por Andrea
Torre en la Universidad de Roma en 1906,[6] que
tiene interés, la investigación de los posibles orígenes teóricos del
pensamiento de Labriola se realiza con atención y con cierta agudeza, pero
también aquí todo se limita al ámbito de una investigación casi psicológica,
para descubrir a partir de cuáles impulsos se alimentó este pensamiento en su
desarrollo, pero no para llegar a apresar el contenido y el ritmo de una gran
circulación o, si se quiere, de una gran batalla teórica en la que Labriola
asume la parte de un protagonista, maestro del presente, maestro del porvenir.
No hablemos luego del Medaglione de
Paolo Orano [7] en donde las pretensiones son
muchas, la fraseología imponente, pero también extrema la superficialidad y
escasa la sustancia. Es verdad que aquí se indica una descendencia teórica de
Labriola de su "antepasado napolitano" Giovanni Battista Vico, pero
éste sería el iniciador nada menos que de la "doctrina positiva
determinista" y la exposición presenta, entre otras cosas, una
diletantesca representación de la vida romana después de Porta Pia,[8] así como consideraciones sobre
los cafés del centro de Roma.
No hay duda que en cincuenta años se han hecho
grandes progresos en lo que respecta a la capacidad para estudiar y comprender
a Antonio Labriola de una manera completa. Los decisivos pasos hacia adelante
que se han dado en el desarrollo de la doctrina marxista, bajo el impulso de la
práctica revolucionaria y estrechamente ligada a ella, suministran la ayuda más
grande para este fin. Es decisivo, por ejemplo, como veremos en su momento, el
conocimiento de Lenin para valorar a fondo la tormentosa investigación que
agita al gran pensador italiano en los últimos años de su vida y que se refleja
en los últimos escritos. Pero ésta es ya una cuestión particular. La cuestión
fundamental que debe plantearse en primer lugar y a cuya luz deben examinarse y
resolverse todos los problemas individuales es la del lugar preeminente que
ocupa Labriola en el siglo XIX en un momento de crisis, de descomposición y de
transformación del pensamiento italiano. Le correspondió a él traducir en acto,
en nuestro país y en relación con nuestra historia, ese viraje radical de
orientaciones teóricas que el marxismo llevó a cabo en toda la cultura europea.
Multiplíquense las investigaciones particulares, los estudios cada vez más
profundos de su pensamiento en sus aspectos específicos. Todo esto es
necesario. Todo esto es indispensable y debe hacerse en una medida mucho más
grande de lo que se ha hecho hasta ahora, siguiendo las preciosas indicaciones
que nos deja Antonio Gramsci. Evítese, sin embargo, recaer en el error de
convertir a Labriola en un especialista, si puede decirse así de la
introducción en Italia de las ideologías socialistas, tarea que habría llevado
a cabo debido a las necesidades teóricas y prácticas del movimiento obrero y
estimulado por la influencia de corrientes llegadas de aquí y de allá y que él
unificó. La aparición del marxismo en el pensamiento y en la cultura italiana
es la respuesta y la solución que debían darse a los problemas que maduraban
tanto entre nosotros como en otros sitios, pero entre nosotros en formas
particulares que respondían a la índole, al contenido, a las corrientes, a la
tradición intelectual y cultural nuestras en ese grande pero atormentado siglo
que fue el XIX. Los desarrollos posteriores han contribuido y todavía
contribuyen a demostrar hasta qué punto esa respuesta y esa solución fueron
justas.
En nuestro trabajo, por tanto, seguiremos una
línea que aquí sólo puede indicarse a grandes rasgos. El estudio sobre la
derivación filosófica del pensamiento de Labriola deberá llevarse a cabo de una
manera tal que se vea con claridad cómo desde el comienzo Labriola trabajó
alrededor de algunas cuestiones fundamentales, que no cayeron del cielo sino que
se encontraban presentes en todo el debate intelectual de la época y que sólo
en el marxismo podían encontrar una solución justa, orgánica. De aquí se
desprende el modo como Labriola se mueve entre las grandes corrientes que
entonces se disputaban el campo y a la vez se desprende -y quizá éste es el
punto más importante- el esfuerzo que realizó para entender el marxismo y
elaborarlo como una filosofía completa y suficiente en sí misma y no sólo como
un medio de investigación o como una ayuda para la propaganda. Era inevitable,
llegado a este punto, la fuerte rebelión contra los intentos revisionistas,
rebelión cuyo origen teórico se encontraba por lo demás, aunque algunos
filósofos idealistas no se dieron cuenta justamente en esa degeneración
positivista contra la cual se había luchado con tanta rudeza y razón. Otras
consecuencias eran también inevitables, pero debían manifestarse en posteriores
desarrollos de nuestro pensamiento y de nuestra investigación económica y
política que Labriola no alcanzó a ver.
“Las fuentes" de un pensamiento original
Es inevitable, y también es justo, que de la
obra de un pensador como Antonio Labriola se investigue lo que los doctos
llaman “las fuentes", es decir, los puntos de contacto que puedan
encontrarse con la obra de otros pensadores, con corrientes teóricas de la
época o de tiempos pasados y que se intente establecer, por consiguiente, una
derivación de posiciones intelectuales. La investigación es, en este caso, muy
importante porque el desarrollo del pensamiento de Labriola tuvo lugar en
aquella segunda mitad del siglo XIX que también para Italia fue un periodo de
intensa circulación y lucha de ideas. En este periodo maduraron y se realizaron
cambios radicales en la orientación del pensamiento, causados entre otras cosas
por la crisis interna y por la descomposición de los sistemas filosóficos que
habían prevalecido hasta entonces, por los intentos múltiples que se hicieron
para encontrar nuevos caminos, por la aparición y por la rápida desaparición,
como resultado de los intentos pero también de su vanidad, de nuevas y
pretendidas síntesis orgánicas de la especulación y del saber humano. La
concepción marxista del mundo, que a mediados del siglo ya estaba elaborada
cuando menos en los principios fundamentales que la informan (el primer volumen
de El Capital se publicó,
sin embargo, sólo en 1867), se constituye y se desarrolla en el corazón de esta
gran batalla intelectual. Quienes fueron sus corifeos, y Antonio Labriola entre
los primeros, no podían dejar de moverse entre la solicitud, el estímulo, la
confrontación y la continua oposición de diversas ideas y sistemas, tanto más
cuanto más profunda y solitaria -como ocurrió en el caso de Labriola- era su
investigación.
Antonio Labriola fue socialista y marxista,
pero quien recuerde la manera cómo se entendieron en Italia el socialismo y el
marxismo cómo fueron expuestos, defendidos o bien combatidos por los
pensadores, los escritores y los hombres políticos de aquella época y la
compare con la obra de Labriola, tiene la visión no sólo de una insuperable
distancia, sino de una diferencia tal de calidad que llega a sorprender.
Tampoco los socialistas más conocidos, y no hablamos sólo de aquellos que ya la
propia época juzgó como demagogos carentes de consistencia y como politiqueros
mezquinos, sino también de aquellos que desenvolvieron una política seria y no
rehuyeron el estudio de problemas generales, tampoco ellos pueden ser tomados
en consideración como exponentes de una corriente de pensamiento que tenga un
mínimo de profundidad. Los mejores casi huyen, conscientes quizá de su
debilidad orgánica, del debate de las ideas se refugian en la práctica, ceden
el campo sin combatir incluso a adversarios de poca monta, o bien intentan
llevar a cabo con ellos conciliaciones imposibles, absurdas. Lo mismo, puede
decirse, sin embargo, de los adversarios y valdrá la pena, a un cierto punto de
nuestra exposición suministrar la prueba de ello. La polémica de los hombres de
ciencia y de pensamiento, de los economistas, de los escritores políticos
contra la nueva concepción del mundo conquistada por el marxismo, se
desenvuelve la mayoría de las veces a un nivel miserable. Los promotores del
pensamiento idealista constituyen la excepción, pero son la excepción sólo en
parte y en los comienzos, porque al final también ellos recaen en la banalidad
corriente de las publicaciones reaccionarias y esto pone de manifiesto el
origen práctico de sus críticas al marxismo, es decir, el origen que surge de
intuiciones y preocupaciones de conservación política y social. En este cuadro
Labriola ocupa verdaderamente un lugar aparte, tanto por la seriedad y la
coherencia interior de su investigación conceptual, como por la novedad misma
de su investigación y de las conclusiones a las que llega. El desdén casi
soberbio con el que en tantas cartas suyas, en algunos de los escritos y, según
dicen, sobre todo en las conversaciones, daba un juicio negativo tan áspero
acerca de hombres y circunstancias de su época, tiene por tanto una evidente
justificación. Pertenecía, y ciertamente así lo sentía, a otro círculo de
pensadores y actores, de la historia. Incluso una investigación superficial de
los puntos de partida de su pensamiento lo pone inmediatamente en contacto, en
polémica, en oposición, y esto desde los primeros pasos que da, con las mentes
más grandes, más originales, más profundas. Las cuestiones que encara y que lo
atormentan nunca son marginales, jamás de un valor secundario. Siempre se
encuentran entre aquellas que deciden toda una dirección.
A veces, sin embargo, se pierde la noción de
esta originalidad de pensamiento debido a la manera superficial como se trata
esta cuestión de "las fuentes". Se tiende a establecer una derivación
de temas y de soluciones a partir de diversos pensadores a menudo muy lejanos
entre si e incluso de poco valor; se pierde la visión unitaria de la
investigación y de los resultados.
No sólo para dar un ejemplo, sino también
porque la posición que se presenta aquí ha sido y todavía es aceptada por
muchos, tomemos el estudio de Andrea Torre, del que ya hemos hablado. Después
de la acostumbrada presentación de Labriola, en términos respetuosos, y
admirativos como un pensador, un crítico permanente de las ideas ajenas y
propias, maestro y expositor de insuperable eficacia, se dice que “la
orientación del espíritu de Labriola y su formación mental han tenido tres
diferentes influencias principales: de Hegel, Herbart y Marx"[9] Sorprende el término
"diferentes" sobre todo porque se refiere a conceptos tan generales
como la "orientación" y la "formación mental". Hegel,
Herbart y Marx son, sin duda, pensadores muy diferentes entre sí. Podría
decirse que son tres puntos del horizonte intelectual del Siglo XIX, distintos
y muy lejanos los unos de los otros. Sumamente tempestuosa debería haber sido
la ruta de la mente acosada por vientos tan contrarios. Pero a estas
“influencias" Torre quisiera también agregar la de Renouvier, de donde
habría derivado Labriola la crítica a la idea de un proceso histórico continuo,
de una unidad y continuidad de la historia, y la afirmación de la existencia de
centros múltiples de civilización primitiva. El propio Labriola, en verdad,
interrogado sobre este punto, había negado la influencia y a nosotros no nos
queda más que tomar nota después de señalar la ingenuidad pedante de la
observación. En efecto, el tema de la unidad de la historia se debate desde el
principio hasta el fin en la obra de Labriola y no podía menos de ser así. La
unidad se plantea en el momento en que se afirma que decir hombre quiere decir
historia; que "si eliminas la
satisfacción de las necesidades animales primitivas, toda la restante actividad
humana es fruto de esta vida social que el hombre se ha hecho en el proceso de
la historia";[10] la multiplicidad surge cuando se
reconoce que el individuo “es la suma de
múltiples estados internos y punto de reunión de múltiples relaciones en la
vida”,[11] que "la manera real de ser del hombre” está constituida por una
"variedad y multitud de elementos naturales sociales e históricos", [12] Renouvier no tiene nada que ver
aquí, como no sea por coincidencia ocasional de formulaciones. De lo que se
trata es de elaborar una concepción general del mundo en la cual la unidad
racional del proceso histórico, que se contó entre las grandes conquistas del
pensamiento de Hegel, no se reduzca a una pura y vacía abstracción lógica, sino
que se realice en lo concreto de la realidad, tal como la conocemos y podemos
conocer mediante la investigación científica. El marxismo fue la conquista de
esta concepción y en esta conquista trabajó Antonio Labriola toda su vida, Por
esto, sin duda, tiene un cierto valor aunque no decisivo, la observación,
siempre de Torre, según la cual el alejamiento de la filosofía hegeliana habría
consistido en el rechazo a aceptar esta filosofía como sistema definitivo de la
realidad. Sin duda este rechazo lo hubo, pero su valor se deriva de una crítica
que atacaba los fundamentos de la doctrina hegeliana y no sólo las exageraciones
del sistema.
En suma, el método seguido por Torre debe
criticarse y rechazarse porque ya no permite descubrir una unidad del
desarrollo intelectual allí donde ésta, en cambio, existe. El análisis no sólo
se vuelve fragmentario sino, lo que es peor, el pensamiento mismo objeto de
estudio se reduce a un montón de fragmentos. El propio Benedetto Croce, al
seguir el mismo método criticado por nosotros, llegaba a esta conclusión
profundamente equivocada. El desarrollo intelectual de Labriola, afirmaba
Croce, "se pareció más a un salto
brusco que a un camino progresivo", Y documentaba esta opinión de la
siguiente manera: "De joven fue hegeliano y luego, sin embargo, abandonó a
Hegel para pasar a Herbart; pero de Herbart no logró asimilar ni la metafísica
ni la lógica; y se pasó por último al hegelianismo, un tanto espurio, de Marx
y, más aún, de Federico Engels. De su paso a través de Herbart no guardó huella
alguna, porque lo único que un hegeliano puede aprender de Herbart es la suma
importancia de la distinción; y Labriola, cuando menos en su último
periodo, no persiguió con mucho amor los conceptos distintos, a los que llamaba
la escolástica tradicional."[13] Como
se advierte, aquí se comienza presentando la evolución de un gran pensador
verdaderamente en términos de "saltos bruscos" y se concluye
reprochándole no haber sabido sacar de Herbart aquella doctrina de los
distintos que el propio Croce extrajo de ella. No debe pensarse, sin embargo,
que Labriola se dirigió a Herbart para aprender de él algo nuevo, que tuviera
que conciliar o combinar con la doctrina hegeliana. Desde el comienzo, por el
contrario, es evidente su tendencia no a superar o a corregir esta o aquella
parte del hegelianismo, sino a superarlo todo, cumpliendo esa operación que
Karl Marx y Friedrich Engels llamaron la vuelta al revés del sistema hegeliano.
El acercamiento a Herbart fue un elemento de esta operación y si al final no
quedó huella alguna, o muy poca, esto no puede causar asombro. Pero se habían
resuelto las cuestiones fundamentales, y determinadas posiciones herbatas
habían servido para aclararlas y profundizarlas.
Que se busquen, entonces, las relaciones de
ideas entre Labriola y los más grandes pensadores de su época y del pasado,
pero, no nos limitamos a una serie de nombres y a meras aproximaciones.
Dignémonos acercarnos al contenido efectivo de estas relaciones de pensamiento
y entonces seguramente desaparecerá la imagen del "salto brusco" y de
la fragmentariedad para dar lugar a la visión del proceso unitario.
Por lo demás, el propio Antonio Labriola,
pensador honesto y serio, jamás ocultó cuáles fueran los puntos de partida y
los contactos conceptuales de su especulación. Más aún, los expuso con
modestia, pero a la vez con la prudencia de quien tenía conciencia del propio
valor. En la primera de sus cartas a Friedrich Engels que nosotros conocemos,
se presenta a sí mismo de la siguiente manera:
"Puesto
que usted en su espíritu no sólo domina toda la cultura moderna, sino que ha
contribuido tan directa y notablemente al desarrollo de las nuevas ideas
sociales, no encontrará extraño que desde las alturas de la filosofía moral de
Kant y pasando a través de la filosofía de la historia de Hegel y a través de
la psicología de los pueblos de Herbart, un docto haya llegado a la convicción
de profesar públicamente el socialismo como vocación propia." [14]
Sigue la afirmación de haber
"asistido" al renacimiento napolitano del hegelianismo y el pasaje
entero tiene principalmente el valor de un recuento de la actividad filosófica
del autor para que tenga un contenido la presentación que le hace al lejano
Engels de sí mismo. La alusión, sin embargo, a la "filosofía moral de
Kant" impide que este pasaje pueda interpretarse como la indicación de las
sucesivas adhesiones a doctrinas, puesto que en la obra de Labriola que hasta
hoy nos es conocida no existe un periodo anterior al hegeliano que pueda
señalarse como kantiano.
Más preciso, aunque no diferente en sustancia,
es el contenido del pasaje del discurso La Universidad y la libertad de
las ciencias, donde Labriola habla explícitamente de los comienzos de su
actividad filosófica:
“Cuando
hace veintitrés años, en esta misma Aula Magna sostuve la prueba pública del
concurso… yo no había venido como representante de una ortodoxia filosófica, ni
como expositor de un sistema nuevo. Debido a las contingencias afortunadas de
mi vida, yo me había educado bajo la influencia directa y genuina de dos
grandes sistemas, en los que había llegado a término toda la filosofía que
ahora ya podemos llamar clásica; es decir, los sistemas de Herbart y de Hegel,
en los que había llegado al extremo de las consecuencias la antítesis entre
realismo e idealismo, entre pluralismo y monismo, entre psicología científica y
fenomenología del espíritu, entre especificación de los métodos y anticipación
de todo método en la omnisciente dialéctica." [15]
Adviértase cómo tampoco aquí se habla de
derivación o filiación conceptual, sino de “educación" en general. Los dos
sistemas de Hegel y de Herbart se colocan el uno junto al otro, en una
confrontación que le suministra un especial relieve a ese debate entre el
"idealismo" y el "realismo" que el marxismo debía afrontar
y resolver para lograr volver del revés al hegelianismo.
Totalmente explícito es, en cambio, otro
pasaje de una carta a Engels del 14 de marzo de 1804, en el sentido de que no
sólo habla de una "educación", sino de una derivación teórica casi
necesaria:
"Quizás
-más aún, sin el quizás- yo me he vuelto comunista debido a mi educación (rigurosamente)
hegeliana, después de haber pasado a través de la psicología de Herbart y de
la Völkerpsychologie de Steinthal y de otras cosas." [16]
Es necesario partir de esta afirmación y de
esta posición. De la educación rigurosamente hegeliana al comunismo. De Hegel a
Marx. Es el camino clásico y la tarea reside en averiguar cómo se recorrió y,
en particular, si el punto de llegada ya estaba contenido en las primeras
valoraciones críticas de la doctrina hegeliana y si, por consiguiente, los sucesivos
"pasos", lejos de haber sido "saltos bruscos", no fueron
más bien momentos necesarios para explicitar una orientación cuya intuición se
había tenido desde un principio y que se había buscado como algo nuevo.
Llegados a este punto es necesario, por tanto, ver con mayor atención lo que
significa el paso de Hegel a Marx, más aún, qué significó y de qué modo se
llevó a cabo en los fundadores mismos de la doctrina marxista.
De paso y para cerrar esta parte, permítasenos
simplemente recordar que la "educación hegeliana” muy probablemente
también comenzó antes del acercamiento a los círculos hegelianos y a la escuela
hegeliana de Nápoles donde enseñaban Spaventa, Vera y los otros. Carlos
Fiorilli, en un escrito de 1906,[17] contaba
cómo Antonio Labriola recibió su primera educación filosófica de un cierto
abate Pappalettere justamente en el Convento de Monte Cassino, y que el abate,
perseguido por los borbones a causa de sus ideas liberales habría sido un
seguidor de las doctrinas del Cusano. Hoy día es difícil precisar si esta
última afirmación es exacta, pero del Rev. mop.d. Simplicio Pappalettere di
Varletta puede establecerse no sólo que fue "de un ingenio rápido y vivaz,
de natural facundia y de una actividad febril", no sólo que “algo influido
por las doctrinas liberales fue denunciado a la policía de Nápoles y
encarcelado durante algunos meses en San Francisco y luego puesto en
libertad" y que posteriormente, después de una intervención con el Papa
Pío IX, fue "promovido del priorato a la cancillería" y admitido para
enseñar filosofía, sino que también puede establecerse que sus simpatías
intelectuales, aunque no la adhesión abierta, se inclinaban hacia el
pensamiento filosófico alemán. Nos lo presentan como "confiado en todo y
en todos, especialmente en el elemento alemán, al que observa con avidez".
Las amistades alemanas "le abrieron al P. Abate el camino peligroso hacía
las amistades de algunos güntherianos y en una audiencia con el S. Padre tuvo
que postrarse a los pies de aquel "pidiéndole perdón por todos sus
errores, declarándose contrario especialmente a las doctrinas del profesor
Günther de Viena, que en aquel entonces desertaba el campo de la teología
católica, y ofreciéndose para invitarlo a opiniones más moderadas. Luego lloró,
conmovió el tierno corazón de Pío IX, triunfó al fin". El reverendo Padre
que así narra esta "conmovedora" audiencia papal inmediatamente
agrega, sin embargo, que "en todo esto había algo verdadero y algo de
comedia: como lo han demostrado todos los hechos y las palabras de
Pappalettere"[18]. Un "güntheriano", por
tanto es decir un seguidor o simpatizante de una dirección teológica condenada
por la iglesia, primero con un Breve de 1857 de Pío IX y luego por el Concilio
Vaticano, porque se fundaba “sobre los errores de Descartes de Kant y de
Hegel". Lo que era la teología gunthenana no nos interesa ahora. Nos
interesa saber que el "facundo", “franco, expansivo y confiado"
abate, que sin duda fue el primer maestro de filosofía de Labriola y que
incluso después de la audiencia pontificia continuó cultivando relaciones con
eminentes eclesiásticos alemanes, seguidores también de Günther, no pudo dejar
de dar a su discípulo el primer empujón enérgico hacia aquellas orientaciones
filosóficas de las que más tarde debía también surgir su marxismo. Incluso en
el convento, en aquellas tempestuosas décadas del siglo XIX, el diablo
hegeliano había logrado meter su cola.
De
Hegel al marxismo
El marxismo es, en la historia del pensamiento
humano, un vuelco radical, una revolución. Es el punto de llegada de una lucha
que se combatió durante siglos y siglos, a través de la formación, la crítica,
la superación y la disolución de numerosísimos sistemas y métodos de
pensamiento, entre la concepción materialista del mundo y las diferentes
concepciones no materialistas. El materialismo filosófico se abre camino
lentamente, conquista con dificultad sus propias posiciones, las extiende y,
por lo general, parece triunfar en el momento en que se asoman a la historia clases
nuevas, revolucionarias; las pierde durante los periodos en que domina la
reacción y en los periodos de decadencia; la reconquista con una polémica que
nunca cesa, ni siquiera en las épocas del espiritualismo más exaltado y del
mayor desprecio por la razón humana. Su progreso es verdad se realiza en
antítesis con las concepciones, casi siempre dominantes, que lo rechazan y lo
condenan, pero sus manifestaciones y sus conquistas a menudo se realizan en el
campo mismo del enemigo y por obra de pensadores que tendrían repugnancia y
hasta miedo si se les considerara materialistas o incluso sólo inclinados hacia
el materialismo. Posiciones que contribuyen a una concepción materialista han
sido descubiertas, elaboradas y defendidas por corrientes del pensamiento
escolástico medieval, por los creadores de los grandes sistemas metafísicos del
renacimiento, pensadores y científicos que por lo demás siguen las enseñanzas
tradicionales de la religión. El marxismo es una revolución en la historia del
pensamiento, en primer lugar porque vuelve totalmente explícitas las posiciones
del materialismo y liquida, por tanto, los medios términos, pero sobre todo
porque le da al materialismo un contenido y un método totalmente nuevos, lo
hace salir de los arenales en que se encontraba, lo capacita no sólo para
entender racionalmente al hombre, la naturaleza y la historia, sino que funda
además una nueva doctrina de la acción. Esto sucede porque los creadores del
marxismo, habiendo seguido el pensamiento filosófico hasta los puntos más altos
a los que llegó en los periodos críticos del triunfo de las revoluciones
burguesas y del posterior regreso nostálgico al pasado, supieron extraer de
allí los elementos substanciales a partir de los cuales la concepción del mundo
del materialismo se renovó completamente y de una manera tal que le da una
superioridad definitiva sobre todos los otros sistemas filosóficos. No hay duda
alguna de que la lucha entre las opuestas concepciones del mundo, aun después
de la revolución llevada a cabo por el marxismo, continúa y continuará. El
marxismo, sin embargo, ya es superior en esta lucha por el hecho de que su
propio método le permite explicar todos los momentos, en tanto que el
adversario sólo puede negarlos, no puede comprender la necesidad que nosotros
expresamos. Para suprimirnos, se necesitaría clausurar el curso de la historia.
Además, la concepción marxista misma no puede ni podrá jamás mantenerse cerrada
en las posiciones elaboradas por sus más grandes creadores y maestros. El
desarrollo de las cosas reales y de las relaciones entre los hombres, el
progreso del pensamiento científico, de la investigación filosófica y de la
acción concreta no pueden dejar de plantear nuevos problemas, cuya solución no
podía conocerse con anterioridad. ¿Acaso el propio Friedrch Engels no ha dicho
explícitamente y no lo ha confirmado Lenin que la concepción materialista del
mundo debe “cambiar su forma a cada descubrimiento fundamental de las ciencias
naturales”, es decir, según progrese nuestro conocimiento del mundo?
Estas observaciones de índole general tienen
para nosotros una doble importancia. En primer lugar, nos importa subrayar
desde ahora esta necesidad del desarrollo continuo del pensamiento marxista en
relación con el desarrollo del mundo real, porque Antonio Labriola sin duda
sintió profundamente esta exigencia cuando, habiendo logrado su concepción
marxista, se acercó al conjunto de los hechos de orden nacional e internacional
e intentó comprender todo su significado y ajustar a ellos una acción. Por otra
parte, nos interesa aquilatar el pensamiento mismo de Labriola para descubrir
de qué manera, a través de qué proceso de crítica del pensamiento ajeno y a
través de qué investigación original llegó al materialismo marxista y, con
consiguiente, si su pensamiento conservó una huella particular derivada de este
proceso y cuál sea esa huella.
Aquí es inevitable que se tome como
punto de partida y como punto de comparación el desarrollo que se realizó,
partiendo de la filosofía hegeliana, en el pensamiento del creador del
marxismo, es decir, de Kart Marx. Ahora bien, en lo tocante a esta
investigación, que intenta establecer la relación que media entre el sistema
filosófico hegeliano y la doctrina marxista, los resultados generales son
claros, conocidos y fuera de discusión para nosotros, pero no lo son igualmente
claros los momentos particulares concretos de la relación que son los que
tienen, justamente, un valor para nuestro examen.
El propio Marx, en un prólogo (de
1873) a la segunda edición de El
Capital [19]despachó la cuestión muy rápidamente.
Mi
método dialéctico –dice él- no sólo es fundamentalmente distinto del método de Hegel, sino que es,
en todo y por todo, su reverso. Para Hegel, el proceso del pensamiento, al que
convierte incluso, bajo el nombre de idea, en sujeto o en vida propia, es el
demiurgo de lo real y este la simple forma externa en que toma cuerpo. Para mí,
lo ideal no es, por el contrario, más que lo material traducido y transpuesto a
la cabeza del hombre.
Aquí sólo encontramos la contraposición
general de los dos métodos de pensamiento, pero después de recordar cómo,
alrededor de 30 años antes, en Alemania se volvió casi una moda considerar a
Hegel como "un perro muerto", Marx prosigue así:
Esto fue
lo que me decidió a declararme abiertamente discípulo de aquel gran pensador y
hasta llegué a coquetear de vez en cuando, por ejemplo, en el capítulo
consagrado a la teoría del valor, con su lenguaje peculiar.[20] El
hecho de que la dialéctica sufra en manos de Hegel una mistificación, no obsta
para que este filósofo fuese el primero que supo exponer de un modo amplio y
consciente sus formas generales de movimiento. Lo que ocurre es que en él la
dialéctica aparece invertida, vuelta del revés. No hay más que darle la vuelta,
mejor dicho enderezarla, y enseguida se descubre bajo la corteza mística la
semilla racional.
En términos análogos, el propio Marx y
Friedrich Engels definen, en otros lugares de las obras posteriores al periodo
juvenil, las dos opuestas concepciones filosóficas, Engels dedicó, en 1886, uno
de sus escritos más conocidos a la exposición de las relaciones entre el
materialismo filosófico marxista y la filosofía clásica alemana, en el que
genialmente relampaguean algunas verdades que muchos años más tarde otros
pensadores ostentarán como descubrimiento propio; así, por ejemplo, aquella
relativa a la reducción de la filosofía a metodología de la historia y de las
ciencias naturales. En este escrito, sin embargo, la atención se concentra
particularmente sobre la parte que tuvo Ludwig Feuerbach en la superación de la
concepción idealista hegeliana y en la vuelta a una concepción materialista, y
la concepción materialista de Feuerbach es ampliamente criticada después de
haber reconocido que jugó un papel importante más aún decisivo, en provocar la
crisis y la descomposición del idealismo filosófico alemán. En este escrito
falta, en cambio, lo que más nos interesa a nosotros en este momento, es decir,
una exposición detallada del proceso crítico a través del cual Marx determinó
su posición respecto de la filosofía hegeliana, y es necesario reconocer que
este tema hasta ahora no ha sido estudiado como merece por parte de quien
pretenda aclarar qué es el marxismo en relación al filosofar precedente.
Un escrito de Plejánov está dedicado a este
tema, con el título de Evolución
filosófica de Marx, [21] pero,
sin embargo, no es satisfactorio y sus conclusiones en gran parte hay que
rechazarlas. Plejánov distingue tres “diferentes fases” en las relaciones de
Marx con Hegel. En un primer período, Marx había sido un seguidor incondicional
de Hegel. Es el período de los estudios universitarios y de los primeros
escritos originales; llega hasta 1840 y el escrito más notable de esta etapa es
la disertación sobre la Diferencia
entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y Epicuro. Toda ella se
movería en el ámbito del pensamiento hegeliano. El segundo período, que
comenzaría hacia 1840, en particular con la publicación de La sagrada familia (febrero 1845),
sería el de la lucha decidida contra el hegelianismo tradicional. En este
período, la relación con la filosofía de Hegel sería exclusivamente negativa y
se expresaría de la manera más radical, a través de las críticas destructivas
dirigidas al grupo de los seguidores de Hegel pertenecientes a la llamada
“izquierda”. En los escritos de este período no se encontraría ninguna huella
de un juicio positivo, ni siguiera por lo que toca a la elaboración del método
dialéctico. Sucesivamente, en cambio, en el tercer período, habiendo llegado
los creadores del marxismo a la elaboración plena de las doctrinas del
socialismo científico, habiéndose finalmente colocado sobre un terreno
totalmente propio, se habrían encontrado en grado de ponerle algunas reservas a
sus viejas críticas a la filosofía hegeliana y habrían así llegado a apreciar
de manera positiva el descubrimiento de la dialéctica hecho por el gran
filósofo de Stuttgart.
Las cosas, sin embargo, no son así y el error
de Plejánov sólo puede explicarse, aparte de su tendencia a generalizaciones
esquemáticas y superficiales, por el conocimiento imperfecto de importantes
documentos acerca de la actividad intelectual de Marx y de Engels que sólo más
tarde fueron descubiertos.
La Disertación (de
1841) sin duda es un trabajo que muestra una influencia profunda, decisiva, de
la filosofía de Hegel. [22] Hegeliana
es la terminología, hegeliano es el método de deducir una posición de la otra,
de definir las diferentes doctrinas filosóficas con diferentes manifestaciones
de la autoconciencia, etc. Sin embargo, no puede dejarse de notar
inmediatamente que el estudio, que quiere demostrar cómo Epicuro superó el
carácter mecánico del materialismo de Demócrito (Epicuro considerado como fundador
de una “ciencia natural de la autoconciencia”), se resuelve en sustancia en un
primer intento por encontrar una filosofía materialista a la que no le sea
ajena el concepto de movimiento, de desarrollo, de libertad. Si se examina el
trabajo con atención, debe en suma concluirse que esta es la obra de un
discípulo de Hegel, que sin embargo, se siente ya incómodo dentro de la
ortodoxia hegeliana y busca una vía nueva, pero sin haber logrado encontrarla
todavía. La misma elección del tema tiene un cierto contenido polémico. El
joven Marx atribuye a los pensadores del periodo más tardío de la filosofía
griega (estoicos, cínicos, epicúreos, escépticos) una posición particularmente
importante en la historia del pensamiento y es evidente su propósito de
demostrarlo en oposición y en oculta polémica precisamente con el modo como
Hegel había tratado estos filósofos en su Historia de la Filosofía. Por consiguiente, en un
breve Prefacio) comienza afirmando que sólo a partir de la obra de Hegel
puede fecharse el comienzo de una historia de la filosofía en general,
afirmación que también hoy puede suscribirse porque es verdadera, pero luego
agrega que la misma maravillosa audacia y grandeza de los planos ha
imposibilitado a Hegel reconocer el alto significado que para la historia de la
filosofía griega y el espíritu griego tienen los pensadores que la Disertación se propone estudiar.
Cuál es este alto significado resulta, más que de los capítulos de la Disertación que han sido
conservados, de algunas observaciones al texto y de fragmentos muy interesantes
de los trabajos preparatorios. Se señala el periodo alejandrino como uno de
aquellos puntos nodales en que habiéndose "cerrado de un modo completo,
total", la filosofía encuentra su desarrollo en una "relación
práctica con la realidad", en la cual la totalidad se rompe
("habiéndose puesto el sol de todos –dice Marx con una imagen fascinante-,
la mariposa nocturna busca la luz de la lámpara de lo privado"). Hay aquí
un esbozo original de historia de la filosofía y es comprensible que durante
mucho tiempo Marx haya cultivado la idea de volver sobre él y desarrollarlo. Lo
que más interesa, sin embargo, es que el estado de crisis señalado en la
filosofía griega es relacionado, en otro fragmento, con el pensamiento
filosófico alemán. Se ha terminado el periodo en el cual el hegelianismo era
una ciencia en devenir (Werdende). Ahora es una ciencia recibida (emp-langene). Ha llegado el momento del
"paso de la disciplina a la libertad" y es una ley psicológica que
“el espíritu teórico una vez liberado se convierta en energía práctica",
se dirija a la realidad del mundo, que existía sin él. Así la filosofía entra
en un proceso contradictorio; la autoconciencia filosófica se divide en dos
direcciones, de las cuales una de ellas mantiene firme el momento y el
principio de la filosofía, el otro el momento de la realidad. La primera es
"el partido liberal", la otra "la filosofía positiva", y de
su contraposición surgen al fin dos corrientes filosóficas opuestas.
Aquí se expresa claramente la idea de que la
ortodoxia hegeliana debe ser y está por ser superada, y es claro que se piensa
que el nuevo camino debe encontrarse pasando del pensamiento puro a la
práctica, de la filosofía a la política. Inmediatamente después, sin embargo,
los epígonos de Hegel, los pensadores que surgen después de que se ha apagado
su voz y a quienes les correspondería la tarea de abrir el nuevo camino, son
calificados, con juvenil insolencia, como "asnos bajo una piel de
león", aunque se coloquen detrás de una colosal figura del pasado. La
tarea, por tanto, ha sido planteada. Pero falta aún la persona que esté en
capacidad de cumplirla.
En este primer trabajo, en el que los motivos
que se amontonaban en la cabeza del autor, como en general se amontonaban en el
ambiente filosófico de la época, ciertamente no han llegado a formar una
unidad, ni están adecuadamente expresados, el joven Marx, sin embargo, se
coloca ya de un modo explícito en una posición que preanuncia los puntos de
partida de su largo camino posterior. Ya no es un seguidor de la ortodoxia
filosófica de la época y ya es un crítico de los epígonos del gran Maestro,
pertenezcan a una u otra dirección. Participa, no obstante, con ímpetu juvenil,
en la polémica antirreligiosa de los hegelianos de izquierda. Lanza ataques
contra los Padres de la Iglesia y la Edad Media que han prohibido a Epicuro.
Desarrolla una animada polémica contra Hegel a propósito de las pruebas de la
existencia de Dios, a las que llama puras tautologías (“la prueba ontológica no
significa más que esto: lo que yo verdaderamente [realiter] me represento es para mí una representación verdadera”,
etc.), o bien pruebas de que Dios no existe. Habla, en términos de incredulidad
filosófica, de la inmortalidad individual. Siempre que en la exposición crítica
del pensamiento de los griegos aflora un tema actual, lo trata con una libertad
carente de prejuicios.
Aun al precio de alejarnos un poco de nuestro
camino, hemos querido detenernos sobre este primer escrito filosófico de Marx,
no sólo porque usualmente no nos ocupamos de él, sino sobre todo para indicar
que en Marx nunca se encuentra una adhesión obtusa a la filosofía de Hegel, ni
siguiera en los trabajos que con justicia son considerados los más cercanos a
esta filosofía. Marx nunca ha sido hegeliano ortodoxo, salvo tal vez en apuntes
escolares que no han llegado hasta nosotros. Siempre hay en él un fuerte
impulso crítico. Siempre surge, de una manera o de otra, la tendencia no sólo a
rechazar, sino a invertir totalmente una u otra de las posiciones hegelianas, y
debe siempre reconocerse que la crítica y los intentos de inversión se realizan
en la misma dirección. Lo que, por una parte, Marx busca es valorizar y
desarrollar el contenido revolucionario del pensamiento de Hegel, dedicándose a
la crítica no tanto de la religión cuanto del orden civil y político existente
en su época. Por otra parte, es también continua y evidente la tendencia a
servirse de las formas del pensamiento elaboradas por Hegel para acercarse a la
realidad y comprender su desarrollo mientras descarta las deducciones y
conclusiones puramente conceptuales abstractas. Cuando Marx logre, entre 1843
1845, tomar conciencia de estas aspiraciones presentes desde el comienzo, su
crítica al pensamiento de Hegel adquirirá una forma definitiva, será expuesta
de una manera completa y se habrán puesto las bases para una nueva concepción
del mundo.
Debe igualmente decirse que, en el período de
distanciamiento de la filosofía hegeliana, Marx nunca apoyó plenamente ninguna
de las corrientes de pensamiento que estaban surgiendo de la disgregación de la
escuela hegeliana. Perteneció al círculo de jóvenes hegelianos de izquierda y
le prestó su colaboración a la obra de alguno de ellos, se inspiró y sacó
algunas ideas de la animadísima polémica antirreligiosa que llevaban a cabo y
en la que tomó parte, pero no hay ningún trabajo de Marx que permita clasificar
su pensamiento como perteneciente a esta corriente. Por el contrario, la
batalla que encabezó esta corriente contra la retórica filosófica y social y
contra el misticismo seudorracionalista, la llevó a cabo Marx aun antes del
definitivo "arreglo de cuentas" con la filosofía de Hegel y la
condujo no sólo con animación, sino con violencia y públicamente, casi para
desembarazar el campo de un puñado de estorbosas marionetas y poder así medirse
serenamente con el adversario serio. También sería un error decir que Marx fue
un seguidor de Feuerbach, que sin embargo fue un pensador de un temple muy
distinto al de Bauer, Stirner y compañeros. No nos interesa averiguarlo ahora,
pero cuando se lleve a cabo una investigación seria creemos que deberá
concluirse con la constatación de que la influencia y el entusiasmo por la obra
de Feuerbach (recuérdese el "por un momento todos nos volvimos feuerbachianos"
de Friedrich Engels) [23] tuvieron un valor decisivo sobre
todo porque aceleraron un proceso de liberación que ya estaba en curso,
contribuyeron a la modulación de un pensamiento que desde hacía tiempo se
encontraba en vías de elaboración. Según han escrito los propios creadores de
la doctrina marxista, en los años de 1842-1845 se asistió en Alemania a un
"vuelco sin paralelo". Fue, nos dicen, "una revolución en
comparación con la cual la Revolución Francesa era un juego de niños, fue una
lucha mundial frente a la cual las luchas de los Diadocos parecen cosa de nada.
Los principios se demolían, los héroes del pensamiento se derribaban los unos a
los otros con furia inaudita, y en los tres años que van desde 1845 hasta 1848
se despejó en Alemania el ambiente más que en tres siglos... Se trata en verdad
de un acontecimiento interesante: el proceso de descomposición del espíritu
absoluto",[24] Debe reconocerse, juzgando las
cosas con la distancia actual, que la mayor parte de esos "héroes del
pensamiento" desaparecieron sin dejar grandes huellas. Su parte, por lo
demás, consistió en ayudar a una gran renovación, demoliendo una tras otra las
barreras que obstaculizaban la revolución filosófica cuyo autor fue Karl Marx.
Que el punto de partida de esta revolución
haya sido y tuviese que ser la filosofía hegeliana es algo que no ha menester
de largas explicaciones salvo con el objeto de precisar el alcance histórico
del sistema hegeliano. La historiografía filosófica idealista usualmente
subraya la importancia de esta filosofía como punto de llegada de un desarrollo
que parte del criticismo kantiano y, a través de éste, del empirismo y del
escepticismo de los filósofos ingleses del siglo XVII. Es decir, se obstina en
explicar a Hegel mediante Kant y casi exclusivamente con Kant y, por
consiguiente, ocultan su verdadero significado. A nosotros, en cambio, nos
interesa mostrar otro elemento. El sistema filosófico hegeliano debe
considerarse como el punto de llegada de una profundísima crisis que, en primer
lugar y de la manera más evidente, abarca no tanto a las viejas doctrinas
gnoseológicas y metafísicas, cuanto a la vida real de los hombres, la economía,
la sociedad civil, la sociedad política y los viejos modos de ser y de pensar en
todos los campos. El filósofo idealista tenía plena conciencia de la existencia
de esta crisis. No en balde en 1806, al finalizar sus lecciones sobre la Fenomenología, afirmaba que el mundo
"se encontraba en un momento importante, en un fermento en que el espíritu
ha dado un salto, ha abandonado su figura anterior y adquiere otra". En
la Fenomenología esta idea
se desarrolla en el prólogo.
No es difícil darse cuenta, por lo demás, que
la nuestra es una época de nacimiento y de tránsito a un nuevo periodo. El
espíritu ha roto con el mundo de su existencia y representación anteriores y se
dispone a echarlo en el pasado trabajando en su propia transformación.[25]
Ciertamente no había sido el descubrimiento
kantiano de la "síntesis a priori" y del imperativo categórico el que
determinó este "nacimiento de un nuevo periodo". Ante todo había sido
la Revolución Francesa la que sacudió a toda la sociedad europea e impulsó a
las mentes audaces a que buscaran nuevas vías abiertas al desarrollo de la
humanidad. El derrumbe del ordenamiento feudal no podía dejar de traducirse en
una catástrofe de las viejas doctrinas del Estado, y cualquier otra doctrina
nueva no podía dejar de tomar en cuenta la prueba, dada con los hechos, del
carácter histórico, transitorio, relativo de las instituciones políticas. En
Inglaterra, mientras tanto, se realizaba aquella revolución industrial de la
que surgió renovada una ciencia, la economía, que Hegel había estudiado en los
años juveniles y que suministró una nueva luz, ignorada por los filósofos
políticos de la ilustración, sobre las relaciones entre los hombres en
sociedad. También las ciencias naturales afrontaban un periodo crítico. Se
proponían (¡y por el propio Kant!) las primeras hipótesis evolucionistas, es
decir, se introducía en el estudio de la naturaleza la noción del tiempo,
precisamente cuando quería hacerse del tiempo una simple forma de la
sensibilidad. La vieja filosofía ya no era adecuada a la realidad. Los viejos
sistemas materialistas no resistieron la prueba. El sistema hegeliano ofrece
respuestas de carácter especulativo a las cuestiones que surgen en este momento
de crisis general. Sin embargo, en la medida en que el hegeliano es un sistema
coherente de la razón, aunque puramente especulativo y abstracto, no sólo
limpia el terreno de los equívocos kantianos, sino que elabora un método de
pensamiento que traduce en términos de filosofía la nueva conciencia
revolucionaria, la conciencia de que no hay nada, en la realidad de las cosas y
de la vida social, que no esté sujeto a cambio, que no pueda ser transformado.
Marx y Engels trabajaron con agudeza (fueron
los primeros en hacerlo) en torno a la distinción entre el sistema y el método
de la filosofía hegeliana.
Sobre las rarezas y exageraciones del sistema,
con su enorme edificio de conceptos que en un orden riguroso abarcan a toda la
realidad, la crítica de ambos no se detuvo excesivamente. Más tarde, Friedrich
Engels no vaciló en decir que la filosofía hegeliana de la naturaleza, aun
estando llena de tonterías y de fantasías, no contenía más de las que se
encontraban en las doctrinas de los naturalistas empíricos de la época,
habiendo en ella, en cambio, mucha sensatez.[26]
Por lo demás, la capacidad del sistema
hegeliano de disponer a toda la realidad en un orden estrictamente racional era
y es todavía uno de los motivos de la fuerza de este sistema y no puede haber
duda alguna de que el joven Marx, experimentando la fascinación de esta fuerza,
estuviera dominado por la idea de una crítica que no destruyera el resultado
alcanzado por Hegel: una visión unitaria de todo lo real que no recayera en los
equívocos del criticismo kantiano y, al mismo tiempo, evitara las absurdas
vanidades del idealismo subjetivo. Estudioso y “discípulo” de Hegel, Marx, sin
embargo, examina los sistemas materialistas del pasado. Hegel había igualado el
materialismo del siglo XVIII al teísmo, en cuanto que ambos colocan en la base
de la realidad un “atributo sin predicados”[27].
Rechazando el teísmo, se trataba de superar la inmovilidad abstracta del viejo
materialismo sin por ello caer nuevamente en una abstracción vacía. Este
resultado se alcanza concentrando la atención y la crítica sobre el método de
la construcción hegeliana y sobre aquella parte de la construcción que más
directamente interesaba por las consecuencias prácticas, esto es, sobre las
doctrinas del derecho y del Estado. El estudio crítico de Marx se dirigió, por
consiguiente, a la Fenomenología del
espíritu y a la Filosofía
del derecho y descuidó otras obras. La Fenomenología era y sigue siendo la creación más
característica de Hegel, aunque quizá la más difícil. El predominio del
pensamiento hegeliano sobre otras corrientes del idealismo alemán puede
fecharse a partir de su aparición. Marx la llama, con razón, “el verdadero
lugar de nacimiento y el secreto de la filosofía de Hegel”[28] y
desde las primeras observaciones se advierte que no sólo siente la superioridad
de este modo de pensar y de explicar la realidad, sino que ha asimilado y acepta
el esencial momento nuevo, que es la dialéctica:
La
grandeza de la Fenomenología de Hegel –escribe- y de su resultado
final – la dialéctica de la negatividad como principio motor y creador- reside,
por tanto, en que Hegel concibe la creación del hombre por parte de sí mismo
como un proceso, la objetivación como contraposición, como enajenación y
superación de esta enajenación; reside, por consiguiente, en que concibe la
esencia del trabajo y de los hombres objetivos,
verdaderos porque son hombres reales, como resultado del propio trabajo [29]
Estas palabras fueron escritas en 1844 y
contienen la afirmación más clara de que la dialéctica es precisamente esa
“semilla racional” de la filosofía hegeliana que debía ser asumida y
desarrollada puesto que constituía la más grande conquista de la filosofía
clásica y podía y debía ser el punto de partida de la nueva concepción del
mundo. ¿Dónde está el error de Hegel? Está en haber hecho del movimiento
negativo un proceso puramente ideal, que se lleva a cambo entre abstracciones y
no entre entidades reales (de la naturaleza o bien de la vida y de la sociedad
humana y, por tanto, de la historia). La abstracción es la verdadera esencia
del espíritu absoluto, que anima y mueve a toda la construcción hegeliana.
Así Marx se adueña, aunque renovando
totalmente el contenido, del concepto y del término “enajenación” (Entausserung) mediante el cual la
filosofía hegeliana indicaba la naturaleza de la relación dialéctica. En la Fenomenología con la “enajenación”
se explica sobre todo la relación entre sujeto y objeto, es decir, se origina
la objetividad. El objeto surge de la “enajenación” del sujeto. Aun cuando en
esta posición se encuentre implícita una corrección interesante, que el
marxismo explicitará, de lo sistemas materialistas del siglo XVIII, el error
consiste en el hecho de que el sujeto que se enajena no es el hombre real, que
con su actividad práctica da origen, por ejemplo, tanto al conocimiento de la
naturaleza como al mundo objetivo de las relaciones civiles y sociales, sino
que es una abstracción lógica, a la que se llega a través de una serie de
relaciones análogas entre entidades puramente abstractas. Al final, observa
Marx con malicia, el pensamiento debe sentir fastidio de moverse entre
abstracciones y por eso sale de sí mismo para crear la naturaleza [30]. Pero también la naturaleza, a la que
se ha llegado siguiendo este proceso, es sólo una serie de abstracciones, y
puesto que todo el proceso dialéctico sigue siendo algo sólo formal, abstracto,
cuando al fin llega, mediante la superación de las enajenaciones anteriores, a
la vida humana ésta no es ya la vida real de los hombres. "El hombre verdadero y la verdadera naturaleza se convierten
únicamente en predicados, en símbolos del espíritu absoluto, de un oculto
hombre irreal y de una naturaleza irreal oculta.” [31] Por
lo que toca a la historia, al moverse Hegel dialécticamente entre una y otra
abstracción, únicamente ha encontrado "la
expresión abstracta, lógica, especulativa del movimiento de la historia",
pero ésta “no es aún la historia real del hombre como sujeto presupuesto, sino
más bien es sólo el acto generador, el acto de origen del hombre," [32]
Aquí aparece la importancia de la ayuda que
suministró la filosofía de Feuerbach a la crítica y a la superación del
hegelianismo, pero también aparecen los límites de esta ayuda y la necesidad
que sintió Marx de avanzar más para liberarse también de Feuerbach. Este había
demostrado que el sistema de las abstracciones hegelianas daba pie a una
restauración, en términos filosóficos, de la religión y de la teología y lo
había rechazado poniendo, como punto de partida, ya no a las abstracciones
lógicas, sino a la naturaleza y al hombre. Este impulso a una nueva dirección
de pensamiento es recogida y elogiada por Marx; pero él no puede abandonar
"los momentos positivos de la dialéctica hegeliana".[33] Es verdad que el hombre es
naturaleza, que la naturaleza existe fuera del hombre y antes del hombre y es
condición de su existencia, pero un verdadero conocimiento de la naturaleza y
del hombre, es decir, un verdadero naturalismo, un verdadero humanismo, sólo
pueden alcanzarse si la realización de la naturaleza humana es vista como el
resultado de un proceso cuyo resorte es la dialéctica de la negatividad, pero
que debe ser un proceso real.
El hombre es, de modo inmediato, ser
natural. Como ser natural y como ser natural viviente está por una parte dotado
de fuerzas naturales, de fuerzas vitales, es un ser
natural activo; estas fuerzas existen en él como disposiciones y capacidades,
como impulsos; por otra parte, en cuanto ser natural, corporal, sensible,
objetivo, es un ser pasivo, condicional y limitado, como lo es también el
animal y la planta, es decir, los objetos de sus impulsos existen
fuera de él, como objetos independientes de él, pero estos objetos
son objetos de su necesidad, objetos esenciales, indispensables para la
realización y confirmación de sus fuerzas esenciales. Que el hombre sea un
ser corporal, dotado de fuerzas naturales, viviente, real, sensible,
objetivo, significa que tiene como objeto de su ser, de la manifestación de su
vida, objetos reales, sensibles o que puede exteriorizar su vida
sólo con objetos reales, sensibles. Ser objetivo, natural, sensible y
a la vez tener fuera de sí el objeto, la naturaleza, el sentido, o bien ser
objeto, naturaleza, sentido para otro, son cosas idénticas. [34]
Se mantiene la dialéctica de la relación entre
sujeto y objeto, pero partiendo justamente de esta dialéctica se supera la
posición idealista en una serie de relaciones reales concretas.
“El naturalismo o humanismo llevado a su
término se distingue tanto del idealismo cuanto del materialismo y es, al mismo
tiempo, la verdad que los une.... sólo el naturalismo es capaz de concebir el
movimiento de la historia universal” [35].
No tanto consecuencia, cuanto más bien parte
integrante y expresión concreta de esta concepción radicalmente nueva es, por
un lado, el estudio de las relaciones económicas trama elemental de las
relaciones que se establecen entre los hombres en la base de la vida social y,
por otro lado, una crítica destructiva de la doctrina hegeliana del derecho y
del Estado. Con este estudio y esta crítica se entrelazan los resultados de la
rica experiencia política de la época.
Por otra parte, el propio Hegel había abierto
el camino al estudio de la economía política. Hegel, dice Marx, “se atiene a la posición de la economía
moderna" en cuanto "concibe el trabajo como la esencia que
se realiza en el hombre". Pero él "ve
únicamente el lado positivo del trabajo, no el negativo... el trabajo que Hegel
conoce y reconoce es el trabajo espiritual abstracto".[36] Substituir esto por el trabajo
concreto tal como se produce realmente, significa no sólo colocar en sus
verdaderos términos la relación entre el hombre y la naturaleza sino, sobre
todo, abrir y desarrollar el nuevo capítulo sobre la crítica de la economía
política. Por esto las páginas que Marx le dedica a la crítica del método
hegeliano están precedidas por la primera, exposición crítica amplia de las
nociones fundamentales de la economía, del salario, del capital, de la
ganancia, de la renta de bienes raíces. La posición es concreta, precisa,
detallada, pero toda ella está iluminada por el concepto hegeliano de la
enajenación. Constituida la esencia de la humanidad por el trabajo concreto, la
enajenación del trabajo concreto se vuelve la forma fundamental de la
enajenación, aquella que precede a todas las otras. La economía se vuelve por
tanto, la base de la historia. El hombre, convirtiéndose en asalariado, enajena
su naturaleza humana, se vuelve mercancía. El objeto del trabajo se vuelve
extraño a quien lo produce. La sociedad se fragmenta en clases diversas, la de
los propietarios, de los trabajadores, etc. Las categorías económicas se
reducen a expresión necesaria de un proceso dialéctico real. Se abre el camino
a la crítica que de toda la sociedad burguesa se hará en los años y en las
obras posteriores y que culminará en El
Capital, más aún puede decirse que en una gran parte esta crítica esté ya
completa.
¿Pero cómo nos liberamos a nuestra vez, de la
enajenación del trabajo? Cuando afronta este problema, Marx, desde hace tiempo
está alejado del puro debate formal de las ideas. Ha vivido un intenso período
de lucha política; ha experimentado la inconsistencia de las veleidades
liberales de la clase burguesa, la cual avanza por el escenario de la Alemania
reaccionaria y feudal con cautela y llena de respeto por la autoridad; se ha
vuelto escéptico en cuanto a las posibilidades de un movimiento democrático
radical que no tenga puntos de apoyo más sólidos de los que puedan ser las
convicciones de los teóricos de izquierda de la filosofía. Emigrado a París
revive entre los libros la gran Revolución Francesa y en la vida real toma contacto
con el movimiento socialista y comunista de los trabajadores franceses. La
relación es crítica. La pura reivindicación de la abolición de la propiedad
privada, en la práctica, es vacía e incluso se traduce en su contrario. La vía
de salida sólo se presenta cuando "todo
el movimiento revolucionario encuentre tanto su base empírica cuanto su base
teórica en el movimiento de la propiedad privada".[37] Así "todo el movimiento de la historia... es el acto real de
generación del comunismo" (id. lbid.). "Toda la llamada historia del mundo no es más que la
generación del hombre mediante el trabajo humano." [38]
La emancipación por parte de la sociedad de la
propiedad privada, etc., de la esclavitud, se expresa en la forma política de
la emancipación de los obreros, no como si únicamente se tratara de esta
emancipación, sino porque en esta emancipación está contenida la emancipación
universal del hombre; la cual está allí contenida porque en la relación del
obrero con la producción está incluido todo el sometimiento del hombre y todas
las relaciones de sumisión no son mas que las consecuencias y las
modificaciones de la primera relación.[39]
Aun cuando la forma no es simple se siente que
aquí ya está contenido todo el marxismo. Está presente el resultado del nuevo
impulso decisivo que llegó al pensamiento de Karl Marx del movimiento
socialista está presente el alejamiento del utopismo, la concepción del
movimiento histórico como movimiento que se realiza en una dialéctica que hunde
las raíces en la realidad de las cosas y en la vida de los hombres y que, justo
por esto, puede ser y es objeto de investigación concreta de análisis
científicos y de conclusiones en conformidad con dichos análisis.
Se ha superado completamente la concepción
hegeliana del derecho y del Estado y, por tanto, de la historia. A esta le
dedicó Marx dos trabajos, sobre los cuales aún tenemos que hacer alguna
indicación. El primero la Crítica de la
filosofía del derecho de Hegel [40] es
una obra larga, paciente, detallada, que sigue de una manera analítica, paso a
paso, el texto hegeliano y, a diferencia de los Manuscritos
económico-filosóficos a los que antes nos referíamos, y no obstante que se
remonten al mismo periodo de tiempo, tiene con respecto a la doctrina hegeliana
el tono de una crítica áspera, que de una manera despiadada, insistente,
incluso pedante, subraya y denuncia las incongruencias, las contradicciones, el
carácter a menudo puramente tautológico de las proposiciones, de estilo oscuro
y pomposo, con que se definen en el texto hegeliano las instituciones civiles y
políticas. El error fundamental de Hegel siempre es el mismo. Transformada la
idea absoluta en sujeto los sujetos reales, es decir, las diferentes instituciones,
la familia, el Estado se vuelven todos predicados de este sujeto, momentos de
la Idea absoluta. La doctrina del Estado se vuelve un "formalismo de
Estado".
El verdadero
principio material es... la idea, la forma abstracta pensada del
Estado en cuanto sujeto; es la idea absoluta que no lleva en sí misma ningún
elemento pasivo, material. Respecto a la abstracción de esta idea, las
determinaciones del formalismo empírico del Estado aparecen como contenido y el
contenido real, por tanto, aparece como materia informe, inorgánica (aquí:
el hombre real, la sociedad real, etc.).
Hegel describe efectivamente el ser del Estado
moderno tal cual es y no hay que condenarlo por esto, sino más bien “porque despacha a lo que es como la esencia
del Estado", un ser por un deber ser. El contraste entre la sociedad
civil y la sociedad política, que él siente como una contradicción, es
justificado, idealizado por él, y todo está justificado de la misma manera,
incluso los pares por nacimiento, sostén del trono y de la sociedad. Su Estado
tiene a ser un Estado de servidores del Estado, etc. (1.c., passim). El
tono áspero de la crítica revela que cuando Marx se dedicaba a este trabajo, ya
se había formado en él la convicción de que el impulso revolucionario presente
en la filosofía hegeliana, y que se desprende teóricamente de la doctrina de la
negatividad, debe realizarse en una crítica radical de toda la sociedad, que
prepare su renovación, su transformación. Por esto, cuanto más hacia atrás se
desplaza la fecha de este escrito usualmente descuidado porque en verdad es un
tanto farragoso, (hay quien lo situaría entre 1841-42, en lugar de 1843), tanto
más se subraya su importancia. Nos presenta un Marx adversario y destructor
despiadado de los aspectos más reaccionarios de la ideología hegeliana e
inclinado desde un comienzo a relacionar nuevamente las instituciones civiles y
políticas, el derecho y el Estado, con formas de la voluntad y de la acción
humanas que tienen su origen no en la idea abstracta y tampoco en la naturaleza
abstracta del hombre, sino en su naturaleza de ser social y en sus cualidades
sociales y, por tanto, en el desarrollo de las relaciones entre los hombres en
sociedad. El sujeto de la historia ya no es la idea, sino el pueblo y las
instituciones jurídicas y el Estado son formas de su vida y de sus luchas
reales.
El segundo trabajo, aparecido en 1843
(diciembre) con el título de Para la
crítica de la filosofía del derecho hegeliana. Introducción, [41]es muy diferente en cuanto a la forma,
y el contenido tiene la pujanza de la polémica política. Por la profundidad del
pensamiento, por la amplitud de los horizontes abarcados y por la calidad del
estilo se coloca, junto con el trabajo Sobre la cuestión judía, que es del
mismo periodo, a la altura del Manifiesto de 1848. Del hegelianismo han
quedado la agudeza del análisis y el empuje del método dialéctico, pero, por lo
que toca al contenido, tanto Hegel como los jóvenes hegelianos y Feuerbach
están ya lejanos. En el centro se encuentran las condiciones políticas y
sociales de Alemania, a la que se le declara la guerra: punto de partida es el
hombre, pero no como ser abstracto, colocado fuera del mundo. El hombre es el
mundo del hombre Estado, sociedad. Este Estado y esta sociedad producen la
religión (y, podría agregarse, producen la filosofía idealista), que es una
conciencia del mundo invertida porque ella misma es un mundo invertido. Es
necesario restablecer la verdad del más acá y ésta es una tarea de la historia.
La crítica del cielo se transforma en la crítica de la tierra, la crítica de la
religión en la crítica del derecho, la crítica de la teología en la crítica de
la política. Esta crítica se encuentra en el centro de la contienda y quiere
golpear al adversario, no sólo comprenderlo. No rechaza la filosofía, pero
quiere realizarla y puesto que de la filosofía deduce que el hombre es para el
hombre el ser supremo, quiere destruir todas las relaciones en las que el
hombre es degradado, sometido, abandonado, abyecto. ¿Pero cómo llevar a cabo
esta revolución radical? Es necesario un fundamento material y éste debe
suministrarlo una clase radical cuya emancipación coincide con la liberación de
toda la sociedad. Esta clase, que por su situación constituye la pérdida
completa del hombre y que, por tanto, puede ganarse a sí misma sólo a través de
la completa reconquista del hombre, es el proletariado.
Como se ve, nos encontramos en el punto de
llegada, sobre cuya base la doctrina del materialismo histórico se desplegará
de ahora en adelante en toda su riqueza. Las tesis sobre Feuerbach, escritas probablemente en el mes de
marzo de 1845 y publicadas por primera vez por Engels en 1888 (MEGA, 1, 5,
págs. 533-35), en tanto que completan y precisan la crítica del materialismo de
Feuerbach, no agregan mucho en lo tocante a la relación crítica directa con la
doctrina hegeliana. Definen exactamente cómo entendía Marx el materialismo de
su concepción de la filosofía y de la historia. Sus afirmaciones, sin embargo,
si no se quiere que esta concepción se vuelva demasiado árida esquematizándola
excesivamente, no pueden valorarse de manera exacta más que colocándolas
siempre en relación ya sea con la crítica de la dialéctica hegeliana o ya sea
con toda la crítica paralela de las relaciones económicas, del derecho y del
Estado. Este es un tema sobre el que se habrá de volver más tarde.
No es ahora tarea nuestra examinar el modo
como la concepción marxista del mundo se fue posteriormente enriqueciendo y
perfeccionando. Únicamente nos importaba, a través de una documentación amplia
y precisa (nos excusamos con el lector si tuvo el carácter de una digresión)
demostrar la verdadera naturaleza y la complejidad de la relación entre el
pensamiento marxista y la filosofía hegeliana. Esto nos suministrará preciosos puntos
de referencia y de guía para la valoración exacta del pensamiento de Antonio
Labriola. Es necesario agregar inmediatamente, sin embargo, que, por una parte,
el hegelianismo se presentó en Italia con algunas características particulares,
en las que se han perdido ciertos rasgos del robusto pensamiento que conquistó
a las gentes en Alemania en la primera mitad del siglo pasado, acentuándose e
incluso exagerándose otros; por otra parte, las condiciones de la lucha real en
que se formó el pensamiento de Kart Marx eran demasiado diferentes de las que
había en Italia cuan el joven Labriola se asomó a la vida intelectual y a la
vida práctica.
Notas
1 Luigi Dal Pane, Antonio Labriola. La vita e il pensiero. Prólogo
de Gioacchino Volpe. Edizioni Roma, 1935.
[2] Sandro Diambrini Palazzi, Il pensiero filosofico di Antonio Labriola, con prólogo
de Rodolfo Mondolfo de la Universidad de Bolonia, editado por Nicola
Zanichelli, sin fecha [1922-23].
[3] Antonio Labriola, La concezione
materialistica della storia. Nueva edición con un apéndice de
Benedetto Croce sobre la crítica del marxismo de 1895 a 1900. Bari, Gius,
Laterza e figli, 1938. Ibid., Discorrendo di socialismo e di
filosofía, al cuidado de Benedetto Croce,Ibid.
[4] Nuova collana di economisti
stranieri e italiani, dirigida por Giuseppe Bottai y Celestino Arena.
Volumen XII : Politica ed economia al cuidado de Roberto Michels.
Turín, 1934.[1]
[5] Benedetto Croce, Come
nacque e come morì il marxismo teorico in Italia, en Labriola, La
concezione materialistica della storia, ed. cit.
[6] Andrea Torre, Le idee
filosofiche di Antonio Labriola, en Rivista Italiana di sociologia, año X,
1906. La Universidad de Roma rechazó este año la propuesta de renovar la
conmemoración a propósito del cincuentenario de su muerte. En tanto que las
ideas por las que Labriola vivió y luchó conquistan el mundo, los círculos
oficiales de la cultura italiana padecen el peso humillante de una doble
sujeción: a la tiranía clerical y a aquélla, a menudo no menos fastidiosa y
ciertamente no más inteligente, de los epígonos pigmeos del idealismo
filosófico "actual" y no actual.
[7] Paolo Orano, I
moderni. Medaglioni, tercera parte. Milán, Treves, 1909.
[8] Nos complace hacer notar la imagen, francamente peregrina,
mediante la cual Orano convierte a la libertad italiana en "La gentil hija
del cauto amor del Conde de Cavour con la audaz belleza de la unidad
Mazzini"; ¡también el resto es a menudo de esta clase!
[9] Andrea Torre, op. cit.
[10] Antonio Labriola, Della
coscienza morale. Nápoles, 1873.
[13] Benedetto Croce, Note
sulla Letteratura italiana ecc. XXIII. Giovani Bovio e la poesia
della filosofia, Parte seconda, La Critica, anno V, 1907: Un juicio análogo
se expresa casi en los mismos términos con los Ricordi publicados por
Marzocco de Florencia el 14 de febrero de 1904 y reeditados en un Apéndice a
los Scritti vari de Labriola (Laterza, 1906).
[14] Antonio Labriola, "Lettere
a Engels", Rinascita, 1949.
[15] Antonio Labriola, L’Università
a la Liberta della scienza, Roma, 1897.
[16] Antonio Labriola, "Lettere
a Engels", Rinascita. 1949.
[17] Carlo Fiorilli, Antonio
Labriola. Ricordi di giovinezza. Nuova Antología, 1906
[18] De las Memorie del S.
Monastero Di S. Paolo dall’agosto 1850 a tutto il 1859, escritas por el P.
de Francesco Leopoldo Zelli Jacobuzzi da Viterbo. Cordialmente le agradecemos a
Monseñor Giuseppe De Luca, quien nos ha ayudado en la búsqueda de estos datos
tan interesantes.
[19] Karl Marx, Das Capital.
Berlin, Dietz, 1947, p.18
[20] En realidad se trata de algo más que el simple modo de expresión.
Este es precisamente el capítulo que hizo que Lenin dijera que "El Capital de Marx, y
especialmente el primer capítulo, no pueden comprenderse perfectamente si no se
ha estudiado a fondo y, si no se ha entendido toda (¡subrayado por Lenin!) la Lógica de Hegel Por tanto,
durante casi medio siglo ninguno de los marxistas entendió a Marx"
(Lenin, Cuadernos de Filosofía).
[21] G.V. Plejánov, Obras (ed.
rusa), vol. XVIII, PP. 324 y sigs.
[22] MEGA (con esta sigla
indicamos la edición completa, en lengua alemana, de las obras de Marx y
Engels, al cuidado del Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú. Entre 1927 y 1940
aparecieron once volúmenes, de los cuales siete son de obras y cuatro de
correspondencia). I, 1, pp. 5 y sigs.
[25] Phenomenologie des Geistes,
Leipzig, 1949, p. 15. Edición castellana: Fenomenología del espíritu. Fondo de Cultura Económica, México,
1966. p. 12.
[26] En el prólogo al Antidüring.
[27] Op. Cit., pp. 409-10
[30] MEGA, I, 3, pág. 169.
[34] Oekonomisch·philosophische Manuskripte
(1844) MEGA, 1, 5, pp. 160-61.
[40] Ibid., I, 1, 1º, pp. 401-553.
Palmiro Togliatti, “Para una justa
comprensión del pensamiento de Antonio Labriola”, en “Palmiro
Togliatti. Escritos políticos”, México, Era, 1979