Eduardo Anguita |
Karl Marx nacía un día como hoy, 5 de mayo, pero de 1818, cuando
campeaban en Europa los primeros años de la restauración monárquica y muchos
aristócratas creían que los sueños de libertad estaban conjurados por siempre
jamás. Quisieron las coincidencias que Napoleón Bonaparte, otro hombre que dejó
una marca en la historia, muriera el mismo día en que el niño Karl cumplía tres
años. Marx moría a los 63, y entre la cantidad de libros que dejó escritos,
pudo ver publicada la edición del primer tomo de El Capital. Los dos restantes de esa obra monumental, fueron
publicados por Friedrich Engels en los años sucesivos. Esos tres volúmenes, intrincados, de lectura compleja para
una inteligencia normal, a poco de salir al ruedo y durante casi todo el siglo
XX, se convertían en una biblia para el dogma del llamado socialismo real que
terminó con la implosión de la Unión Soviética. Pero también fueron la columna
teórica de casi todas las escuelas de pensamiento anticapitalistas y también un
texto muy incómodo para los defensores de los intereses de las minorías con
poder económico. Pese a ser una figura central, casi el profeta de una
religión sin dioses, Marx no tuvo un entierro muy distinto al de muchos hombres
y mujeres que marcaron la historia, como San Martín o Artigas, por mencionar a
dos grandes luchadores de estas latitudes, cuya idea de patria trascendía las
fronteras del pensamiento centrado en la idea del Estado Nación.
Karl Marx
murió en Londres el 14 de marzo de 1881, la ciudad donde pasó la mitad de su
vida. Nunca había adquirido la ciudadanía inglesa en la época victoriana y, sin
embargo, el imperio prusiano le había quitado la nacionalidad alemana. Los
restos de este filósofo apátrida fueron acompañados por una veintena de
personas, entre ellos su hija Eleonora y su marido, el dirigente socialista
francés Charles Longuet, así como su compañero de escritura de El Manifiesto, Friedrich Engels. Una
concurrencia minúscula para quien había comprometido su vida en luchar para
terminar con la explotación humana. Como epitafio, su tumba reza:
"Trabajadores de todos los países, únanse" (Workers of all lands, unite). Marx moría unos años después de
Charles Dickens, quien había sufrido en carne propia el oprobio del trabajo
infantil y retrató en su personaje Oliver Twist esa cara del capitalismo
arrollador. Dickens, también era enterrado en Londres y en su lápida puede
leerse: "Fue simpatizante del pobre,
del miserable y del oprimido. Con su muerte, el mundo pierde a uno de los más
grandes escritores ingleses."
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Casa natal de Karl Marx, Tréveris, Alemania
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La trascendencia de Marx se potenció porque la primera
edición de El Manifiesto Comunista coincidió con las insurrecciones de París.
Ambos hechos ocurrieron en febrero de 1848. El Manifiesto fue encargado a Marx
y Engels por la Liga de los comunistas, una organización de militantes e
intelectuales de diversas nacionalidades que pasó a la historia como la Primera
Internacional. El Manifiesto del Partido
Comunista fue un diagnóstico severo del capitalismo y la descripción de la
burguesía como nueva clase propietaria de los medios de producción, cuya
conclusión era un programa que propiciaba el gobierno obrero. La primera
edición de El Manifiesto salió en
Londres el 18 de febrero, mientras que en París, tras tres décadas de
restauración monárquica, el 22 de febrero comenzaron las manifestaciones y
luchas que tan bien retrató Victor Hugo en Los
miserables y que derribaron al régimen. Así, de la mano de una insurrección
popular, se imponía el voto universal (masculino) y la derogación definitiva
del esclavismo en Francia. La efervescencia del socialismo en el Viejo Mundo
tuvo en Marx al más radical de quienes abogaron por un sistema sin explotadores
ni explotados. Ese 1848, con una crisis económica mediante, fue un año de
luchas en Italia, Alemania, Irlanda, Hungría y Austria, entre otros. Fue una
bisagra para muchos movimientos socialistas y anarquistas.
En ese contexto, Marx viajó de Londres a París, pero no pudo
quedarse mucho tiempo en Francia. A su regreso escribió uno de los textos más
citados –al menos en la chicana periodística– de su vasta producción. En
efecto, El XVIII brumario de Luis
Bonaparte analiza el auge del sobrino nieto de Napoleón. La fecha está
tomada del calendario republicano francés que da cuenta del golpe de Estado a
través del cual Napoleón Bonaparte iniciaba su carrera política en el
consulado. Casi medio siglo después, en una Francia muy distinta comenzaba la
carrera ascendente de alguien que llevaba el apellido Bonaparte y que terminaba
coronado emperador como Napoleón III. En El
XVIII brumario…, Marx afirma que la historia suele repetirse: la primera
vez como comedia y la segunda como farsa. Era la manera de comparar a los dos
Bonaparte. La ironía es tan gráfica que la frase suele usarse con liviandad
ante cualquier suceso que tenga una segunda parte patética.
Sin dudas, Marx no podría haber sido el gran apóstol de la
lucha por una sociedad sin clases si no hubiera vivido esa Europa del siglo
XIX. Pero, más allá del contexto histórico, su producción teórica fue posible
gracias a Jenny von Westphalen, la joven de familia aristocrática con quien se
comprometió cuando él tenía 18 años y ella 22. Karl y Jenny provenían de
orígenes sociales muy distintos. El abuelo de Karl era rabino, su padre se
convirtió al luteranismo mientras que él mismo no creyó en dios alguno. Antes
bien, sus estudios filosóficos lo llevaron a definir la religión como el opio
de los pueblos. Por su parte, Jenny contrarió a su padre, el barón Von
Westphalen, al dejar plantado a un joven oficial prusiano que la hubiera
consolidado en la aristocracia. Llegó a darse la paradoja de que mientras Karl
y Jenny se volcaban a ideas radicales, el hermano mayor de esta era ministro
del Interior de Prusia.
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Tréveris, ciudad natal de Karl Marx |
Karl y Jenny se casaron tras siete años de noviazgo y luego
tuvieron siete hijos, de los cuales dos murieron antes de cumplir el año, otro
a los seis años y el último hijo que tuvieron murió al nacer. Sobrevivieron
tres hijas mujeres, de las cuales dos se quitaron la vida. Una de ellas porque
hizo un acuerdo con su marido para no tener una vejez espantosa. Otra se
suicidó por un conflicto amoroso que la sumió en la depresión. Tan estrecha era
la relación entre Karl y Jenny que el hombre que sobrevivió censura,
persecuciones y que libró mil batallas intelectuales, enfermó tras la muerte de
su esposa y sobrellevó sus últimos años con mala salud. Fue Eleanor, la hija
menor de Karl y de Jenny, quien se ocupó de publicar algunas de las cartas de
su padre a su madre. El filósofo de prosa intrincada y filosa, a la hora del
amor, era soberanamente cursi. Un párrafo de una carta escrita cuando la pareja
llevaba 20 años juntos, retrata al Marx de la intimidad familiar:
"Hay, en verdad, muchas mujeres en el
mundo, y algunas de ellas son hermosas. ¿Pero dónde más encontraré una cara de
la cual cada gesto, cada arruguilla aun, logre recordarme las mejores y más
dulces memorias de mi vida? En tu dulce rostro puedo aún leer mis infinitas
penas, mis irremplazables pérdidas, pero cuando beso tu dulce cara alejo mi
dolor."
Los biógrafos de Marx, no obstante, muestran también al
hombre colérico y ausente de la vida cotidiana, al punto de que su familia pasó
penurias económicas severas. También hay una página de su vida oscura: tuvo un
hijo al que no reconoció y cuya identidad dejó en manos de su amigo Engels. En
efecto, el pequeño Freddy –que llevó el apellido Hemmuth– fue el fruto de la
relación entre Karl y Lenchen, la criada que acompañó al matrimonio Marx por
muchísimos años. Freddy fue dado en adopción a una familia obrera de Londres y
nunca supo su verdadero origen. Para despistar, atribuyeron el niño a Engels.
Fue una criada de este quien, muchos años después, escribía en una carta a una
amiga que, en el lecho de muerte, Engels le reveló que Freddy era obra del
autor de El Capital. Este compañero
de militancia, que procedía de una familia de industriales textiles y tenía
fuertes recursos económicos, fue el gran benefactor de Marx. El auxilio
prestado para mantener en silencio la paternidad del hijo de la criada, pone en
evidencia que, además de darle apoyo material, lo quiso con gran amistad y
lealtad.
En el cementerio de Highgate, cuando terminaba el invierno
de 1881 y los restos de Karl eran enterrados al lado de la tumba de Jenny,
Engels dijo entre otras cosas:
"Tal como Darwin
descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, así Marx descubrió
la ley del desarrollo de la historia humana: este sencillo hecho, hasta ahora
oculto bajo las malezas de la ideología, de que la humanidad necesita ante todo
comer, beber, tener un techo y vestirse antes de llevar adelante la política,
la ciencia, el arte y la religión, que por lo tanto la producción de los medios
de subsistencia material, inmediatos, y por consiguiente la correspondiente
base económica de desarrollo de un pueblo o de una época, es la base sobre la
cual han evolucionado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas,
el arte e inclusive las ideas sobre la religión, del pueblo de que se trata, y
a la luz de lo cual, en consecuencia, deben ser explicados, y no a la inversa,
tal como fue hasta hoy el caso. Pero eso no es todo. Marx también descubrió la
ley específica del movimiento que gobierna el actual modo de producción
capitalista y de la sociedad burguesa creada por él. El descubrimiento de la
plusvalía arrojó luz de pronto sobre el problema, en cuyo intento de solución
todas las investigaciones anteriores, tanto de los economistas burgueses como
de los críticos socialistas, eran simples tanteos en la oscuridad."
En estos últimos años, la desigualdad entre los seres
humanos está más presente que nunca. Lo pusieron en evidencia algunos de los
multipremiados economistas norteamericanos como Joseph Stiglitz en obras claves
como El malestar en la globalización y El precio de la desigualdad. La
reciente aparición de El capital en el
siglo XXI del francés Tomas Piketty creó el espejismo en buena parte de los
comentarios que despertó en la prensa de que el trabajo de este brillante
economista está dirigido a exhumar y poner en debate la obra El Capital. La realidad es que Piketty
realiza un diagnóstico crudo y desapasionado del nivel de concentración de la
riqueza y de ningún modo su investigación de tantos años va dirigida a
propagandizar las ideas de Marx. Sin embargo, El capital en el siglo XXI ingresa en un tema tabú: la desigualdad
no es sólo de ingresos sino de propiedad, un puñado de supermillonarios no sólo
tiene altísimos ingresos cada año sino que son propietarios del capital que
genera esos ingresos. Un tema inquietante como para que, una vez más, haya
quienes crean que un fantasma recorre no sólo Europa sino todo el planeta.