► Evolución histórica de las crisis
generales del capitalismo. Sus causas inmanentes. Fase actual de la crisis, con
tendencia a hacerse permanente y sistémica. Propuestas de regulación económica
alternativas, de carácter social, para superar la crisis en favor de los
sectores populares.
Carlos Mendoza |
El capitalismo de esta época está sumido en una crisis caracterizada
como de carácter sistémico. Por otro lado a lo largo de su historia el sistema
ha pasado por otras etapas de crisis profundas y generalizadas. Ocurre que el
sistema se rige por leyes inmanentes o de esencia, descubiertas por Carlos Marx
(y desarrolladas por otros teóricos marxistas), que le generan tendencia
intrínseca a la crisis. Para recorrer la historia de las principales crisis del
capitalismo, conviene siempre recordar cuáles son esas leyes de esencia que lo
rigen. En tal sentido, retomo a continuación lo escrito por mí (con algunas
modificaciones) en un artículo anterior (Crisis Financiera. Crisis Sistémica- Revista Tesis 11, Nº 89)
Las leyes de
esencia del capitalismo
En el capitalismo, como en cualquier sistema mercantil, el
valor de los bienes y servicios está dado por la cantidad de trabajo social
medio necesario para producirlos. El sistema capitalista está basado en la
explotación, por parte de la clase social propietaria de los medios de
producción, de la fuerza de trabajo de la clase social que no posee medios de
producción, con el objetivo de producir bienes y servicios cuya masa de valor
sea superior a la consumida para producirlos.
Es lo que se denomina proceso de valorización del capital.
De hecho, el capital es precisamente un valor que se valoriza mediante ese
proceso de explotación de la fuerza de trabajo y el plusvalor creado se
reinvierte como más capital, en lo que se denomina proceso de acumulación de
capital.
A su vez, este proceso impulsa el desarrollo de la ciencia y
la tecnología, lo cual ha hecho que los medios de producción reemplacen
gradualmente funciones de la mano del hombre («revolución industrial») y, más
recientemente, funciones del cerebro humano («revolución informacional»). Es
decir que hay una tendencia al reemplazo de la fuerza de trabajo humano por
medios de producción cada vez más sofisticados y a que se invierta
relativamente cada vez menos capital en fuerza de trabajo (capital variable),
respecto del capital que se invierte en medios de producción (capital
constante).
Pero esto produce una doble contradicción fundamental en el
capitalismo:
- Por un lado, hay cada vez más masa de valor acumulado en
medios de producción, que hay que valorizar mediante la explotación de fuerza
de trabajo, pero simultáneamente hay tendencia a una disminución relativa de la
masa de fuerza de trabajo requerida para hacer funcionar los medios de
producción en el proceso de trabajo (tendencia al aumento de la relación entre
capital constante y capital variable, denominada “tendencia al aumento de la
composición orgánica del capital”). Esto genera que el plusvalor generado por
el trabajo nuevo sea relativamente cada vez menor respecto del valor contenido
en los medios de producción, con lo cual la cadencia de valorización del
capital invertido tiende a disminuir. Esto se expresa como una tendencia a que
disminuya la relación entre la ganancia obtenida y la masa de capital
invertido, lo que se denomina «ley de la tendencia decreciente de la tasa de
ganancia».
- Por otro lado, la competencia impulsa la acumulación de
capital y con ello el aumento de la masa de bienes y servicios producida, la
cual debe ser consumida para que se concreten las ganancias y la valorización
del capital invertido, pero como al mismo tiempo hay tendencia a emplear cada
vez menos masa de fuerza de trabajo, con relación al capital invertido en
medios de producción, la capacidad de consumo de la masa de asalariados crece
menos que la oferta de bienes y servicios, con lo cual hay “tendencia al exceso
de producción para la capacidad solvente del mercado”.
Estas tendencias en el capitalismo han provocado
históricamente una recurrencia a la crisis de sobreproducción para la demanda
real y a que la parte menos competitiva del capital invertido no consiga la
tasa de ganancia mínima necesaria para seguir funcionando, por lo que aparece
como invertido en exceso, que no se valoriza, en lo que se denomina “tendencia
a la desvalorización del capital”.
Siendo la ley de la “tendencia decreciente de la tasa de
ganancia” de tanta importancia en la teoría y en el desarrollo concreto del
capitalismo y sus crisis, creo interesante para el lector acceder a
estadísticas sobre esto en varios países y en largos períodos de tiempo, por lo
que los invito a hacerlo cliqueando en el siguiente enlace:
(Tasa
de ganancia en varios países, en largos períodos de tiempo)
En la época de la libre competencia, las crisis eran
cíclicas y terminaban con que los capitales más grandes, generalmente más
competitivos, absorbían a los más chicos, menos competitivos, en un proceso de
concentración y centralización de capital, que tendió gradualmente a la
monopolización, la integración del capital industrial, agropecuario, comercial
y financiero y la internacionalización del capital, hasta la época actual de un
capitalismo monopolizado, globalizado y hegemonizado por el capital financiero,
principalmente el especulativo.
La crisis de
1870
La primer crisis general del capitalismo se produjo en 1870
y duró más de 20 años, se inició en EE.UU., se extendió a Inglaterra, cuya
economía estaba muy vinculada con la estadounidense y luego a otros países. La
crisis se inició porque las empresas constructoras de ferrocarriles en EE.UU.
habían emitido una excesiva cantidad de bonos para financiarse y los habían
colocado localmente y en el extranjero, hasta que la economía real resultó
insuficiente para remunerar tal cantidad de bonos. Ya se observa en esta primer
gran crisis que el detonante fue la explosión de una burbuja financiera.
Se considera que esta crisis marcó convencionalmente el fin
de la etapa de la libre competencia, cuando habían múltiples empresas por ramas
de la economía, y el comienzo de la monopolización generalizada de los mercados
nacionales de los países más desarrollados, con lo cual los monopolios
empezaron a sufrir directamente las consecuencias de la tendencia a la
sobreproducción, la caída de la tasa de ganancia y el exceso de capital
invertido. Esto provocó la necesidad objetiva de que se expandieran, a un nuevo
nivel cualitativo, fuera de sus fronteras nacionales, al mercado mundial, lo
cual dio comienzo a la etapa
imperialista del capitalismo.
La primera
guerra mundial interimperialista de 1914 – 1918
El reparto colonialista-imperialista del mundo, provocó el
choque de intereses entre los imperialismos y se produjo la segunda crisis
general que llevó a la primera guerra mundial de 1914 a 1918, con la enorme
destrucción humana y material que se conoce. Entre otras cosas, como
consecuencia de esta guerra se produjo la revolución soviética de 1917 en
Rusia. A su vez, los EE.UU., que entraron en la guerra pero no la sufrieron en casa,
emergieron al fin de la guerra como la potencia capitalista dominante.
Los países europeos sufrieron gran destrucción humana y
material y además su esfuerzo armamentista los llevó a perder competencia a
nivel mundial con su industria, lo cual favoreció sobre todo a EE.UU, aunque
también a países como Japón, Australia y Canadá. En los países europeos hubo un
exponencial crecimiento del déficit fiscal y la deuda pública, particularmente
en Alemania, jaqueada además por las leoninas condiciones del “Tratado de
Versalles” que le impusieron las potencias ganadoras de la primera guerra
mundial.
La crisis de
1929
Los EE.UU., por un lado se vieron afectados por la crisis en
Europa, por la subsiguiente caída de la demanda en el mercado mundial y, por
otro lado, sus monopolios estaban jaqueados por las tendencias internas del
capitalismo, en particular la caída de la tasa de ganancia, con lo cual se
siguió el camino de financiarlas mediante una desenfrenada colocación de
acciones en la bolsa, para lo cual se orientó el crédito bancario a los
particulares para que compraran acciones en la bolsa, al punto que, para 1929,
el 75% de las inversiones bursátiles de pequeños y medianos ahorristas
provenían de créditos bancarios. Esto hizo subir artificialmente el precio de
las acciones, al punto que el índice indicativo del precio de las acciones, el
Dow Jones, se había multiplicado por 7 entre 1921 y 1929. La explosión de
semejante burbuja financiera se produjo el famoso “Jueves negro“ del 24 de
Octubre de 1929. La mitad de los bancos cerraron sus puertas y unas 100.000
empresas, faltas de crédito, cerraron también y la desocupación llegó en 1932
al 25%.
La crisis de EE.UU. se extendió a Gran Bretaña, agravó la
situación en Europa continental y afectó profundamente a todo el mundo
capitalista. El aumento de las quiebras de empresas y el desempleo en Italia
favorecieron el ascenso del fascismo al gobierno en 1932 y la hiperinflación en
Alemania creo las condiciones para la llegada de Hitler y el nazismo al
gobierno en 1933.
Una consecuencia lateral positiva importante de esta gran
crisis fueron los trabajos del economista británico John Maynard Keynes, sobre
que el mercado capitalista no autorregula la equivalencia entre oferta y
demanda y mucho menos el pleno empleo, y preconizó como necesaria la
intervención del Estado, entre otras cosas mediante la inversión y gasto
públicos contra cíclicos de las crisis, para corregir esta profunda
deficiencia. Franklin Delano Roosevelt, presidente norteamericano del partido
demócrata desde 1933 a 1945, aplicó esos criterios con su política del “New
Deal”, con resultados económicos y sociales positivos.
La Segunda Guerra
Mundial de 1939 a 1945
Las contradicciones interimperialistas en Europa, no
resueltas mediante la guerra 1914-1918, el Tratado de Versalles y su influencia
en la llegada del nazismo al poder en Alemania, la llegada del fascismo en
Italia y sus ideologías, corporativistas, racistas, bélicas y expansionistas,
más las contradicciones entre los imperialismos norteamericano y japonés,
provocaron la segunda guerra mundial, aun más mortífera y destructiva que la
primera. La Unión Soviética se vio envuelta también en el conflicto armado y su
heroica resistencia y posterior contraofensiva, ante la agresión nazi, fueron
fundamentales para la derrota del nazismo.
A la salida de la guerra, nuevamente EE.UU. salió
fortalecido, al haber participado del conflicto mundial nuevamente fuera de sus
fronteras, mientras que Europa y Asia estaban destruidas.
Por otro lado, sobre el final de la guerra se produjo un
evento de extraordinaria importancia para el futuro del capitalismo y de todo
el mundo: Se realizó una conferencia monetaria y financiera de Naciones Unidas
en Bretón Woods, New Hampshire, EE.UU., en Julio de 1944, donde se
establecieron reglas para las relaciones comerciales y financieras
internacionales, la creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco
Mundial y, muy particularmente, se adoptó el dólar norteamericano como
moneda internacional, con la condición de que EE.UU. se comprometiera a tener
en su Reserva Federal (el Banco Central norteamericano) igual cantidad de oro
como el valor representativo de la masa de dólares en circulación y que se
pudiera canjear dólares por la cantidad equivalente de oro en la Resrva
Federal, lo cual le otorgó a los EE.UU. una extraordinaria ventaja económica y
estratégica ante el resto del mundo.
Los “30 años
gloriosos” y el comienzo de la tendencia a la crisis permanente desde los años
70
Desde el fin de la segunda guerra mundial, hubo un período
de crecimiento sostenido de la economía capitalista (no analizaremos aquí lo
sucedido en el mundo del denominado “socialismo real”), principalmente en
EE.UU., Europa Occidental y Japón, denominado como “los 30 años gloriosos”, con
masiva creación de empleo, aumento salarial en términos reales y considerables
mejoras en la protección social. A ello contribuyeron variadas causas, como ser
la nefasta experiencia de las crisis de 1870 y 1929, cuando se pretendió que
los mercados se regularan solos, la positiva experiencia del “New Deal” de
Roosevelt aplicando conceptos keynesianos para salir de la crisis iniciada en
1929, el fortalecimiento de la izquierda y de los sindicatos y la presencia de
la Unión Soviética y demás países del “socialismo real”, que obligaban a los
países centrales del capitalismo a una competencia emulatoria, para otorgar
empleo, buenos salarios y servicios y beneficios sociales públicos, mediante
una importante y creciente intervención del Estado en la economía, como
regulador, inversor y empresario. Fue lo que se denominó “Estado de Bienestar”
Pero, la clase capitalista siempre bregó por utilizar al
Estado al servicio de sus intereses, y la cuantía del Estado de Bienestar dio a
los monopolios la chance de utilizar en su servicio esa herramienta estatal
mucho más poderosa. Estamos ya hablando de monopolios que unificaban en sus
manos la propiedad agrícola, industrial y financiera, con predominio de esta
última, que ya habían considerablemente avanzado en su internacionalización e
interpenetración y que, luego del período muy favorable de reconstrucción de
post guerra, volvieron a sufrir las consecuencias de la tendencia a la baja de
la tasa de ganancia, el exceso de producción y de capital invertido y la
desvalorización de la parte del capital más afectado.
A esto se sumó lo que se considera la segunda revolución en
las fuerzas productivas de la época histórica del capitalismo, denominada
“Revolución Informacional”, con el advenimiento de la computadora, las máquinas
herramientas a comando numérico, la televisión satelital, posteriormente la
telefonía celular, Internet y las redes sociales. Si la “Revolución
Industrial”, primera revolución en las fuerzas productivas en el capitalismo,
reemplazó las funciones de la mano del hombre por la máquina herramienta,
tendiendo así a expulsar fuerza de trabajo humana, la “Revolución
Informacional” reemplaza funciones del cerebro humano por la computadora, con
lo que es aun más macro expulsadora de fuerza de trabajo humana.
La “Revolución Informacional” agudiza las contradicciones
del capitalismo porque por un lado expulsa fuerza de trabajo, siendo que ésta
es la generadora de valor, de plusvalía y por lo tanto de ganancia. Por otro
lado la información pasa gradualmente a ser el principal producido del proceso
económico y así como una mercancía cuando se la vende se la enajena y no se la
puede seguir usando, la información cuando se la vende o transmite sí se la
puede seguir usando, lo que da la base para compartir ilimitadamente los
crecientes costos de la investigación y de esa manera desarrollarla, lo cual
está en contradicción con la tendencia capitalista a apropiarse privadamente de
los resultados de la investigación y de la información.
Por otro lado se produjo un hecho de singular importancia en
EE.UU. Desde los años 60, la economía de ese país sufrió crecientemente en el
mercado mundial la competencia de países emergentes de la segunda guerra, como
Japón y Alemania, y enfrentó dificultades para sus exportaciones, por lo que
trató de compensar esto mediante la emisión de dólares, aprovechando que era
considerada moneda mundial, para inyectarlos en el mercado interno. Cuando
resultó evidente que la Reserva Federal había emitido tal masa de dólares que
le resultaría imposible sostener la convertibilidad con el oro, Richard Nixon,
en 1971, declaró unilateralmente la inconvertibilidad del dólar con el oro, en
flagrante violación de los acuerdos internacionales de Bretón Woods, lo cual
constituyó una colosal estafa al mundo y dejó a los EE.UU. en condiciones de
emitir cuantos dólares quisiera y, recordemos, como moneda mundial, (con ello
EE.UU. financió sus déficits, expandió sus capitales por el mundo, financió su
armamentismo y sus guerras, etc). Esto, a su vez, liberó a todos los bancos
centrales del mundo a hacer emisiones sin límites objetivos, ya que las
monedas, sobre todo de los otros principales países capitalistas, habían estado
vinculadas al dólar según determinados tipos de cambio, y con ello
indirectamente vinculadas a una relación con el oro.
Los estados europeos, jaqueados ya por los inicios de la
crisis en los comienzos de los 70, utilizados crecientemente por los monopolios
en su favor, con los consiguientes déficits crecientes, comenzaron también a
emitir moneda para financiarlos.
El mundo capitalista comenzó a funcionar como un sistema
económico hegemonizado por monopolios internacionalizados, con predominio en
ellos del capital financiero, con una importante intervención del estado en la
economía, donde el conjunto tendía a funcionar esencialmente a favor de la
rentabilidad del sector monopolista privado, en lo que dio en llamarse sistema
del “Capitalismo Monopolista y de Estado”, con déficits estatales, emisión
monetaria sin contravalor, inflación creciente y tendencia al desempleo.
Reacción
capitalista: Consenso de Washington y neoliberalismo
Las dificultades continuaron y se produjo el denominado
“Consenso de Washington”, según criterios básicamente formulados originalmente
por John Williamson, economista británico que fue funcionario del Banco Mundial
y del Fondo Monetario Internacional, en un documento en noviembre de 1989 en el
“Institute for International Economics”, considerado “think tank” integrado por
funcionarios y altos “gurúes” de la economía capitalista. Independientemente de
lo dicho en ese documento, el recetario objetivamente aplicado a todos los
países del mundo, cualquiera fuera su situación, es conocido: Apertura de los
mercados nacionales; libertad de circulación, inversión y repatriación de
ganancias para los capitales, principalmente para los financieros;
privatizaciones en favor de los capitales transnacionalizados, incluyendo
servicios públicos y asuntos como salud, educación y jubilaciones; ajustes
fiscales; flexibilización laboral y baja de salarios y aportes patronales. Toda
una regulación económica propia de los conceptos económicos liberales de la
época de la libre competencia y la Revolución Industrial, pero aplicada en la
época de la monopolización globalizada, con hegemonía del capital financiero y
dentro de éste del especulativo y de la Revolución Informacional. Por eso a
este programa se lo denominó “neoliberalismo”.
La caída del denominado “socialismo real”, con el
consiguiente retroceso de las izquierdas y espacios progresistas y de la fuerza
sindical, en todo el mundo, más los problemas económicos provocados por la
utilización de los Estados por los monopolios, que generaron la alienación de culpar
de esas consecuencias a la intervención del estado en la economía, favorecieron
que el programa neoliberal se empleara generalizadamente en todo el mundo
capitalista.
Los Estados nacionales, sometidos a estos programas,
terminaron generando recesión, desindustrialización, desocupación, pobreza e
indigencia, déficit fiscal y recurrencia al endeudamiento externo para
paliarlo, entre otras calamidades. Así, no podía sino suceder otra cosa que la
crisis, sobre todo en los países emergentes: Crisis de México en 1994, crisis
asiática de 1997, crisis rusa de 1998, crisis de Brasil en 1998/9, crisis de
Turquía en 2000/1, y el derrumbe de Argentina a fines del 2001. En un mundo tan
globalizado esto afectó a todo el sistema capitalista.
Por otro lado, las grandes empresas de los países centrales
del capitalismo, realizaron una masiva transferencia de capitales hacia países
emergentes, que les aseguraban bajos salarios, materias primas más baratas,
escaso control ecológico, facilidades impositivas, repatriación de ganancias y
otras bondades. El éxodo de grandes industrias sobre todo, se produjo hacia
países asiáticos, aunque también a países de América Latina. Un caso
particularmente importante y diferente fue el de China, que decidió atraer
capitales de los países capitalistas centrales, para conseguir tecnologías y
desarrollar su economía, pero en el marco de una planificación central estatal,
de reglas de juego fijadas por el Estado y, en muchos casos con empresas
estatales asociándose con los capitales foráneos. El resultado de esto en los
países centrales capitalistas fue el estancamiento y la caída de la producción
industrial, la desocupación y finalmente las quiebras: Así, durante los 80 y
comienzos de los 90 se sucedieron las quiebras. Por ejemplo, muchas compañías
norteamericanas conocidas se declararon en quiebra, incluidas: LTV, Eastern
Airlines, Texaco, Continental Airlines, Allied Stores, Federated Department
Stores, Greyhound, R H Macy, Pan Am, Maxwell Communication y Olympia &
York. La misma historia se repitió en mayor escala durante la crisis de
2001-2002. Por ejemplo, el colapso de Enron fue, como escribe Joseph Stiglitz,
“la mayor quiebra corporativa de todos los tiempos, hasta que llegó WorldCom”.
Esto no fue solo un fenómeno norteamericano. Fue por ejemplo característico de
la Gran Bretaña de comienzos de los 90, como lo mostraron las quiebras de
Maxwell Empire y de Olympia & Cork. Y aunque Gran Bretaña evitó la recesión
total en 2001-2002, dos grandes compañías, Marconi/GEC y Rover, cayeron, así como
también la cotización de las nuevas compañías puntocom y de alta tecnología.
Recurso al
capital financiero, a un nuevo nivel cualitativo
Ante la crisis, se recurrió al capital financiero a un nuevo
nivel cualitativo, tratando de sostener los mercados internos, por ejemplo de
países como EE.UU., España e Irlanda, que desarrollaron una intensa política de
préstamos hipotecarios y de utilización de las hipotecas, por el sector
bancario-financiero, para producir productos financieros denominados “derivados”
que, en teoría, estaban garantizados por las propias hipotecas sobre las
propiedades. Cuando la insuficiencia de ingresos de los deudores comenzó a
hacer imposible el pago de las hipotecas se produjeron las grandes crisis
hipotecarias, por ejemplo en EE.UU. en 2008/9, que comenzó al derrumbarse el
otrora poderoso banco de inversión Lehman Brothers, y en España e Irlanda en
2010/11, lo cual afectó a todo el mundo capitalista, sobre todo a su sector
financiero.
Por otro lado, para sostener la demanda de bienes y
servicios de importación provenientes de los países centrales del capitalismo,
armas por ejemplo, el sector financiero-bancario intensificó los préstamos a
países tales como los del sur de Europa, cuyo caso más paradigmático es Grecia,
hasta que resultó evidente que no tenían capacidad para pagar sus enormes
endeudamientos externos y sobrevinieron las crisis de deuda externa de Grecia
en 2011, y luego de España, Irlanda, Italia y más recientemente Chipre, lo cual
incrementó la crisis del sistema financiero-bancario de los países centrales
del capitalismo, ya jaqueado por la crisis de las hipotecas “basura”.
Políticas
estatales regulatorias de salvataje de los países centrales del capitalismo,
pero para el sector financiero-bancario
El capitalismo está sumergido en una crisis estructural,
sistémica y de tendencia permanente, desde los años 70, ahondándose con el
tiempo. Pero a diferencia de lo que pasaba en las crisis de 1870, 1918 (guerra
mundial), 1929 y 1939 (guerra mundial), el capitalismo tiene ahora una
formidable superestructura institucional internacional, que fue construyendo
con los años, especialmente desde la segunda guerra mundial y que le otorga una
capacidad de regulación que no tenía por aquellos tiempos: Naciones Unidas,
Corte Internacional de Justicia de La Haya, FMI, Banco Mundial, Organización
Mundial de Comercio, Unión Europea, Banco Central Europeo, organismos de
consulta y coordinación de políticas económicas como el G8 y luego el G20,
consultas sistemáticas entre las grandes potencias como EE.UU., Unión Europea,
Rusia, Japón, China y otras.
Es así que ante la profundización de los problemas, luego de
la crisis de las hipotecas y de las deudas externas, se produjo una cuantiosa
intervención de la Reserva Federal, en EE.UU. y de la Comisión Europea, el
Banco Central Europeo y el FMI, en Europa. Pero el objetivo principal ha sido,
una vez más, el salvataje de los bancos y del sistema financiero y no una
regulación para la recuperación de la producción y circulación de bienes y
servicios y la generación de empleos.
La Reserva Federal de EE.UU. inyectó ya más de 3 millones de
millones de dólares en EE.UU. para fondear a sus bancos y financieras, mientras
que la Comisión Europea con el Banco Central Europeo y participación del FMI,
han inyectado euros por más de 2 millones de millones de dólares equivalentes
en la Eurozona, para fondear también a sus bancos y financieras y para otorgar
préstamos a países endeudaos y en crisis, como por ejemplo Grecia y España,
pero condicionando tal “ayuda” a que se apliquen allí los mismos criterios
neoliberales de los años 90, que son precisamente los que condujeron a la
situación de crisis actual. Algo así como “si no quieres sopa ¡ tómate dos
tazas!” o tropezar una y otra vez con la misma piedra.
Crisis sistémica
del capitalismo y necesidad objetiva de una nueva regulación alternativa, de
carácter social, basada en un desarrollo de la democracia participativa
El capitalismo, como fase histórica del desarrollo social,
en el proceso de humanización de nuestra especie, ha entrado desde los años 70
en una tendencia a que la crisis sea cada vez más de carácter permanente. Se
tornan permanentes las tendencias intrínsecas del sistema al aumento de la
composición orgánica del capital, la tendencia decreciente de la tasa de
ganancia, la sobreproducción, no para la satisfacción de las crecientes
necesidades sociales a medida que avanza la civilización, sino para la
capacidad real de la demanda, la desvalorización de parte del capital invertido
que no obtiene tasa de ganancia mínima y, finalmente, el hecho de que es
crecientemente el propio capital monopolista, globalizado y hegemonizado por su
componente financiera y especulativa, quienes sufren cada vez más directamente
las consecuencias de la acción de las leyes inmanentes del capitalismo, que
conducen objetivamente a la crisis.
A su vez, la monopolización globalizada del capital,
contradice a su vez el motor impulsor del propio capitalismo, que ha sido la
libre competencia.
Para resarcirse de las crecientes dificultades para
conseguir ganancias en la producción y circulación de bienes y servicios, el
gran capital monopolista y transnacional, recurre cada vez más a la
especulación financiera, al aumento de precios monopolista por encima del
aumento real de costos, a la fabricación de armas y, en general a actividades
parasitarias, como forma de lograr la redistribución en su beneficio de la
renta mundial, generada por el trabajo humano.
Los monopolios necesitan también crecientemente de la
utilización del sistema del Capitalismo Monopolista y de Estado, para lograr
redistribución de renta mundial en su favor y socializar sus pérdidas. Pero el
Estado es una institución de la superestructura de la sociedad, objeto de
disputa entre las clases sociales, que con el desarrollo de la democracia, y
más aun de la democracia participativa, puede contradecir los intereses
monopolistas, según se desarrolle eventualmente la lucha de clases en favor de
los sectores populares.
Por otro lado, la principal potencia capitalista, los
EE.UU., depende cada vez más de la emisión de dólares sin contravalor real,
gracias a haber declarado unilateralmente la inconvertibilidad del dólar y el
oro, y de la emisión de bonos de deuda externa, para financiar sus pavorosos y
sistemáticos déficits fiscal y comercial (7% y 4% respectivamente de su PBI, en
2012), bonos que les compra particularmente China, país que se reclama del
socialismo y donde se impone la intervención y la planificación del Estado, con
la particularidad de que si China dejara tan solo de seguir comprando bonos de
deuda externa de EE.UU. le generaría una colosal crisis, que se extendería a
todo el mundo.
Pero no solo los EE.UU. aumentan a gran ritmo su deuda
externa, sino el conjunto de los países desarrollados, como se puede observar
en la siguiente estadística, publicada en el siguiente portal:
http://www.datosmacro.com/deuda
|
Año
|
Millones €
|
% PIB
|
|
2012
|
883.873,00€
|
84,20%
|
|
2012
|
2.166.278,40€
|
81,90%
|
|
2012
|
1.700.080,90€
|
90,00%
|
|
2012
|
1.833.810,00€
|
90,20%
|
|
2012
|
1.988.658,00€
|
127,00%
|
|
2012
|
204.485,00€
|
123,60%
|
|
2012
|
12.990.416,00€
|
106,53%
|
|
2010
|
202.381,00€
|
48,76%
|
|
2011
|
9.759.637,00€
|
230,28%
|
|
2012
|
1.461.515,00€
|
22,85%
|
Zona Euro aprox. 90% del PBI (2012)
Para enfrentar la crisis, los monopolios que hegemonizan la
economía, los medios de comunicación y en definitiva la política en el mundo
capitalista, incorporan la “Revolución Informacional” expulsando fuerza de
trabajo a la desocupación, imponiendo a los estados nacionales y
plurinacionales políticas de ajuste, deteriorando servicios vitales como la
educación y la salud pública y la formación de la fuerza de trabajo humana,
cuando lo que objetivamente se requiere es la formación creciente y el cuidado
de la salud de la fuerza de trabajo para aprovechar la potencialidad ilimitada
de la Revolución Informacional.
A su vez, los esfuerzos monopolistas por acaparar
privadamente los resultados de la investigación y la información en general,
contradicen las posibilidades de su difusión ilimitada, que da las bases
objetivas para una también ilimitada coparticipación en los crecientes costos
de la investigación y la producción de nuevos conocimientos, es decir más
creación de información en beneficio de todos.
El sistema capitalista ha llegado a un estadio de profunda
crisis sistémica y, visto desde el interés popular, se requiere de una nueva
regulación económica, de carácter social, alternativa a la regulación
capitalista basada fundamentalmente en la tasa de ganancia, avanzar en formas
de propiedad social alternativas a la propiedad privada monopolista,
desarrollar la democracia participativa y las formas de autogestión, empezando
por los sectores de propiedad social, pero disputándole también la gestión a
los monopolios privados en su propio seno, como formas crecientes de las luchas
democráticas de los trabajadoers y las clases populares en general. La
Revolución Informacional da bases técnicas objetivas y de desarrollo acelerado,
que se pueden utilizar para tales objetivos de progreso social.
Nuevas
propuestas de una regulación alternativa de carácter social
Existen nuevas ideas, desde el campo progresista, para
superar la crisis en favor de los trabajadores y demás sectores populares. Voy
a mencionar sintéticamente las propuestas de dos reconocidos economistas
marxistas: Paul Boccara, francés, que dirige la Escuela Francesa de la
Regulación Sistémica y Carlo Vercellone, italiano, utilizando, con algunas
modificaciones, partes de mi artículo “Algunas propuestas superadoras de la
regulación capitalista en crisis…”, publicado en el nº 105 de “Tesis 11”:
Paul Boccara: Pone el acento en que, en el contexto de
la Revolución Informacional, la información pasa a ser lo predominante en la
producción humana; las inversiones en investigación predominan en los costos de
funcionamiento del capital; hay un acceso masivo a la información, al
conocimiento y a la comunicación; se requiere objetivamente de una formación
creciente y constante de la fuerza de trabajo para incorporar el potencial de
las nuevas fuerzas productivas.
Plantea entonces una regulación alternativa, desde el
interés de los trabajadores y demás sectores populares, que va de la micro a la
macro economía.
En la micro economía: A nivel de las empresas, en lugar
de la tasa de ganancia, propone aplicar reguladores que denomina de “eficiencia
social”, que derivan básicamente de dos principales reguladores:
- “eficiencia social del capital”: consistente en aumentar
la producción de valor agregado por unidad de capital total invertido.
- “eficiencia social del valor agregado”: consistente en aumentar, en el valor
agregado, la parte que queda disponible para salarios, cargas sociales, gastos
de formación del personal e impuestos para financiar al Estado.
Esto a su vez, vinculado con la institucionalización de
sistemas permanentes de “empleo y formación”, donde los trabajadores de todas
las categorías estén, en permanencia, ora trabajando ora en formación,
alternando periódicamente entre ambas actividades y percibiendo remuneraciones
dignas y crecientes, independientemente de que estén en una u otra de esas
actividades. Esto complementado con reducción gradual de la duración de la
jornada de trabajo, a medida que aumente la productividad del trabajo.
Esta propuesta sale al cruce de dos problemas: Por un lado, el acelerado
desarrollo de las fuerzas productivas generado por la Revolución Informacional,
no expulsaría así fuerza de trabajo a la desocupación y a su descalificación
consecuente, sino que pasaría al sistema permanente de formación. Por otro
lado, la calificación permanente de la fuerza de trabajo satisfaría la necesidad
objetiva de la Revolución Informacional de que haya fuerza de trabajo cada vez
más calificada, para poder incorporar al proceso económico social el enorme
potencial de la Revolución Informacional.
En la macro economía: A nivel de los Estados nacionales,
regionales y a nivel mundial, propone utilizar la facilidad de emitir moneda,
desde que se desvinculó de la relación con el oro, para financiar a los Estados
nacionales y regionales, condicionando esto a que inviertan crecientemente en
educación, salud, servicios sociales, financiación de emprendimientos
generadores de mayor valor agregado y valor agregado disponible por unidad de
capital invertido, e inversión creciente en sistemas de empleo y formación.
Para ello, propone reemplazar al dólar como moneda mundial, mediante la
creación de una nueva moneda mundial basada en los Derechos Especiales de Giro
del FMI, para lo cual se requeriría de una profunda democratización de esta
institución (digamos además que esto ya ha sido formalmente planteado por China,
Rusia y Brasil).
Carlo Vercellone: Concibe que el actual nivel de
desarrollo de las fuerzas productivas ha transformado al conocimiento y su
difusión en la característica principal del sistema capitalista, al que
denomina “Capitalismo Cognitivo”. La principal generación de valor creado por
la acción de la fuerza de trabajo humana, se concretaría así en conocimiento. A
su vez, el acceso al conocimiento y su circulación, por fuera del ámbito de las
empresas y administración pública, generaría a su vez nuevo conocimiento, es
decir nuevo valor generado pero fuera del ámbito de las empresas.
Es por ello que el recurso creciente del capitalismo
monopolista para captar renta a través de la actividad financiera, sería en
realidad la forma que tendría la oligarquía monopolista mundial de apropiarse
de ese valor generado fuera del ámbito empresario. Diríamos que la
monopolización de la economía transforma la posesión de medios de producción y
circulación en un bien escaso y, como tal, le permite a la oligarquía monopolista
la exigencia de percibir una renta por su uso, que es lo que percibiría como
renta financiera; esto sería similar al caso de la monopolización de un bien
escaso como la tierra por los terratenientes, que los coloca en la posición de
reclamar la renta de la tierra por permitir su explotación. En ambos casos, el
acaparamiento de un bien escaso les permite redistribuir renta social en su
favor, es decir parte de la plusvalía social. En el caso de la renta
financiera, se apropiaría específicamente de plusvalía generada fuera del
ámbito de las empresas y suplementaria de la que se genera dentro de las
empresas y que se apropia como ganancia.
Pero si hay un valor creciente que los trabajadores generan
fuera del ámbito empresario, por su participación en el acceso al conocimiento
y su circulación, lo cual es generador de nuevo conocimiento, los trabajadores
tendrían derecho a percibir la parte similar al salario que perciben por el
valor que generan dentro del ámbito de las empresas. Es por ello que Vercellone
propone se institucionalice una renta mínima garantizada que deberían
percibir universalmente los trabajadores, aparte del salario que reciben por su
trabajo dentro del ámbito de la empresas.
Vincular las
luchas populares con las nuevas propuestas regulatorias
Estos programas económicos solo pueden avanzar gradualmente
con las luchas democráticas y el desarrollo de la democracia participativa,
utilizando para ello las herramientas de la Revolución Informacional, como lo
vienen haciendo crecientemente las organizaciones sociales y los movimientos de
autoconvocados. Se necesita además de su vinculación y coordinación cada vez
más estrecha con las organizaciones sindicales y partidos políticos
progresistas.Vincular las nuevas y viejas formas de la lucha de clases, para ir
creando las células de una sociedad de carácter social cualitativamente más
elevado y superadora del capitalismo en crisis sistémica y de tendencia
permanente.