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Foto: Iñaki Gil de San Vicente
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Iñaki Gil de San Vicente | La
ponencia que aquí se ofrece es la continuación de la presentada a debate en
2010, de la que luego se habla. En estos cinco años la crisis socioecológica se
ha agravado a la vez que se ha endurecido el imperialismo ecológico [1].
Recientemente, Beinstein ha recurrido al mito antiguo greco-egipcio de
Uróboros, la serpiente que se come a sí misma empezando por su cola hasta la
cabeza para reiniciarlo de nuevo, una y otra vez [2] para mostrarnos
lo que realmente sucede. El aumento de la precariedad vital está dando la razón
a Engels: «La organización de los obreros y su resistencia creciente sin cesar
levantarán en lo posible cierto dique ante el crecimiento de la miseria.
Pero, lo que crece indiscutiblemente es el carácter precario de la
existencia» [3]. La ONU y la FAO recomiendan que se produzcan en masas
insectos, escarabajos y gusanos comestibles [4] para prevenir las
hambrunas que se acercan.
Con el actual nivel de desarrollo potencial de las
fuerzas productivas bajo control de poderes populares, se podría acabar con esa
precariedad vital que destroza la vida. Hoy existen recursos científicos y
técnicos capaces de prevenir con alta verosimilitud el agravamiento de la
crisis socioecológica y el consiguiente empeoramiento de la precarización de la
vida humana. Por ejemplo, es muy probable que los efectos causados por el
calentamiento climático en Europa y en el Ártico sean desastrosos para las
clases explotadas, aunque «las petroleras ven en el deshielo del Ártico la
oportunidad económica» [5].
Mientras que las grandes corporaciones energéticas
se frotan las manos pensando en pingües negocios gracias a los desastres
socionaturales, aparecen modas ideológicas abiertamente capitalistas o
reformistas que se niegan a ir a la raíz de la solución: solo el poder político
de las clases y naciones explotadas, de las mujeres trabajadoras, puede
revertir esta situación expropiando la propiedad capitalista de la naturaleza y
haciendo que la naturaleza sea propietaria de sí misma, como veremos. Con un
poder socialista internacional se avanzaría rápidamente en la reunificación de
la especie humana con y en la naturaleza, e incluso con poderes obreros y
populares y hasta con Estados dignos que se resistieran al imperialismo, solo
con esto adelantaríamos mucho en la reversión de la crisis socioecológica, que
no es una «crisis de la naturaleza» sino una crisis del capital. De todo esto y
de más, vamos a debatir.
Un adelanto premonitor en 1843
En 1843 Engels, cuando tenía 23 años de edad,
escribió la primera referencia directa a la privatización de la tierra por la
burguesía, y lo hizo en el primer texto crítico de la economía política que
elaborarían él y Marx durante su larga vida teórica. Es un texto que muestra el
increíble potencial emancipador del pensamiento comunista de aquella época pero
también muestra su dependencia inevitable hacia la época objetiva en la que
vivía Engels. Vayamos por partes. El autor es radicalmente crítico:
Convertir
la tierra en objeto de tráfico, que es para nosotros lo uno y el todo, la
condición primordial de nuestra existencia, representa el paso definitivo hacia
el tráfico de sí mismo. Era y sigue siendo hasta el día de hoy una inmoralidad
solo superada por la inmoralidad de su propia enajenación. Y la apropiación
originaria, la monopolización de la tierra por un puñado de gentes, eliminando
a los demás de lo que constituye la condición de su vida, nada tiene que
envidiar en cuanto a inmoralidad al sistema posterior de tráfico del suelo [6].
Un poco después, tras mostrar la «irracionalidad» del
capital-dinero que produce intereses, «del cobrar sin trabajar» [7], y de
estudiar la función del capital especulativo y sus devastadores efectos [8],
y poco antes de la crítica a Malthus, escribe:
«La
capacidad de producción de que dispone la humanidad es ilimitada. La inversión
de capital, de trabajo y ciencia puede potenciar hasta el infinito la capacidad
de rendimiento de la tierra [...] Esta ilimitada capacidad de producción,
manejada de un modo consciente y en interés de todos, no tardaría en reducir al
mínimo la carga de trabajo que pesa sobre la humanidad; confiada a la
competencia, hace lo mismo, pero dentro del marco de la contradicción [...]
Unos obreros trabajan hasta catorce y dieciséis horas al día, mientras que
otros están sin hacer nada, parados y pasando hambre» [9].
A pesar de sus obvias limitaciones, este escrito,
apenas tenido en cuenta excepto por los estudiosos, fue sin embargo decisivo
por varias razones para la evolución posterior de lo que se dio en denominar
«marxismo». La primera de ellas fue su impacto intelectual en Marx, tanto que
al poco tiempo este empezaría a estudiar la economía capitalista. La segunda es
que en él se adelantan ya las constantes materialistas esenciales al
metabolismo entre la especie humana y la naturaleza como se verá menos de dos
años después, en 1844, cuando Marx escriba los célebres Manuscritos
económicos y filosóficos, dando forma a una idea central que se irá
enriqueciendo con el tiempo.
La tercera es que esta continuidad progresivamente
enriquecida en la obra de Marx y Engels llega incluso a rozar la reproducción
casi literal en el libro III de El Capital de expresiones
engelsianas escritas en su texto, precisamente sobre el monopolio privado de la
tierra [10], poniendo así en valor la tesis que sostiene la importante
influencia de Engels sobre Marx [11]. Y la cuarta es que abre un debate
entre el potencial liberador de la ciencia no sujeta al dictado capitalista y
los límites de la productividad de la tierra.
Faltaban todavía 16 años para que en 1859, W.
Rankine escribiera el primer libro sobre termodinámica, no fue hasta 1865 con
Clausius y1872 con Boltzmann que la ley de la entropía adquirió rigor, y no fue
hasta 1880-1883 cuando empezaron a publicarse en cuatro lenguas diferentes los
primeros y limitados escritos de Podolinsky. Dejando ahora de lado los debates
sobre la termodinámica [12] y la entropia [13], los críticos del
marxismo han utilizado a Podolinsky para mostrar su despreocupación por la
ecología y su defensa del desarrollismo economicista. Veremos que no es así, y
en lo relacionado con este último J. Iglesias muestra lo superficial de esos
ataques indicando las «indudables limitaciones» [14] teóricas de
Podolinsky.
Pero nunca hay que olvidar que esta evolución
enriquecedora se produce dentro de una praxis comunista cuyo objetivo es
derrocar el Estado capitalista para acelerar el avance al socialismo. Nace
carente de base toda reflexión sobre el contenido ecológico del marxismo que no
tenga en cuenta la permanente interrelación de, al menos, cuatro componentes:
la praxis revolucionaria en su forma esencial de lucha de clases política; la
concepción dialéctico-materialista de la ruptura del metabolismo socionatural y
el papel de la libertad humana en la reunificación; la teoría del conocimiento;
y la crítica radical de la economía política.
Esta compleja totalidad formada por diversos
componentes con relativa autonomía, explica que, por un lado, siempre haya que
insistir en que no se puede escindir al ser humano en una parte «natural»,
«biológica», etc., y en otra partes «social», «cultural», «psicológica», etc.,
sino que es un todo psicofísico y socionatural; y, por otro lado, hace que lo
que ahora se denomina «ecología» tuviera su propio ritmo.
Sobre el primer aspecto, hay que decir que el marxismo
desde su inicio criticó, junto a la alienación, también los destrozos que la
explotación causaba en la unidad psicosomática de la clase trabajadora,
teniendo en cuenta la totalidad de sus condiciones de vida y trabajo. Engels
volvió a ser pionero ya en 1845 en estas cuestiones con su estudio sobre la
clase obrera inglesa e irlandesa, y su escalofriante crítica del trabajo en las
minas [15] en la que desmenuzaba el destrozo de la totalidad
psicofísica de los y las trabajadoras adultas e infantiles. Marx seguiría esta
senda especialmente en El Capital al denunciar la «depauperación
moral» y la «degeneración intelectual» [16] de las y los
trabajadores, y más concretamente:
Al igual que en la industria urbana, en la moderna
agricultura la intensificación de la fuerza productiva y la más rápida
movilización del trabajo se consigue a costa de devastar y agotar la fuerza de
trabajo del obrero. Además, todo progreso, realizado en la agricultura
capitalista, no es solamente un progreso en el arte de esquilmar al
obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra, y cada
paso que se da en la intensificación de su fertilidad dentro de un período de
tiempo determinado es a la vez un paso dado en el agotamiento de las fuentes
perennes que alimentan dicha fertilidad. Este proceso de aniquilación es tanto
más rápido cuanto más se apoya en un país, como ocurre por ejemplo con los
Estados Unidos de América, sobre la gran industria, como base de su desarrollo
Por tanto, la producción capitalista solo sabe
desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción
socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la
tierra y el hombre [17].
Y Marx añade en el libro III:
La
gran propiedad de la tierra mina la fuerza de trabajo en la última región a que
va a refugiarse su energía natural y donde se acumula como fondo de reserva
para la renovación de la energía vital de las naciones: en la tierra misma. La
gran industria y la gran agricultura explotada industrialmente actúan de un
modo conjunto y crean una unidad. Si bien en un principio se separan por el
hecho de que la primera devasta y arruina más bien la fuerza de trabajo y, por
tanto, la fuerza natural del hombre y la segunda más directamente la fuerza
natural de la tierra, más tarde tienden cada vez más a darse la mano, pues el
sistema industrial acaba robando también las energías de los trabajadores del
campo, a la par que la industria y el comercio suministran a la agricultura los
medios para el agotamiento de la tierra [18].
La destrucción de la fuerza natural del hombre y de
la tierra, si bien actuaba con ritmos relativamente diferentes antes del
capitalismo, tiende a interrelacionarse, como veremos más adelante. Si en la
segunda mitad del siglo XIX se aceleraba la tendencia a la unión entre la gran
industria y la gran agricultura industrializada, en la segunda mitad del siglo
XX las grandes agrobusines adquirían ya un poder sobrecogedor aunque lo peor estaba
a punto de llegar con la irrupción del poder omnívoro del capital financiero
desde finales de ese siglo y con la omnipotencia del capital ficticio desde el
inicio del siglo XXI. Se ha podido entrar así, en opinión de D. Harvey, en una
fase de acumulación especulativa [19] con impactos apenas imaginables
sobre la naturaleza, como veremos.
La destrucción de la fuerza natural de la tierra y
de la especie humana por el capitalismo obliga a recuperar la concepción
socio-natural o simplemente materialista del ser humano como especie-genérica
destrozada y rota en su unidad material por la explotación. Es por esto que
debamos introducir el empeoramiento de la salud humana en el concepto aséptico
de «crisis ecológica». Sabemos que los y las niñas empobrecidas [20] sufrirán
durante el resto de su vida adulta los efectos dañinos causados por las medidas
burguesas para multiplicar su tasa de beneficios: pues bien, esta inhumanidad
forma parte de la crisis socioecológica, socioambiental o socionatural, sin
mayores precisiones ahora.
Sabemos también que en escuelas infantiles de
Euskal Herria se padece pobreza energética [21], como denuncia el
sindicato LAB: pues bien, ese frío injusto que atenaza a la infancia reduciendo
sus facultades intelectivas por razones estrictamente sociopolíticas burguesas,
también entra en la ruptura del metabolismo de la especie humana-genérica con
la naturaleza, ruptura causada por el capital. Otro tanto debe decirse de las
causas socioecológicas que matan a 500.000 personas al año en la Unión Europea [22],
así como del hecho de que combatirlas exige a la Unión Europea unos gastos
similares al PIB de Finlandia [23].
Los siete millones de personas muertas al año en el
mundo por el aire contaminado [24] también son parte del desastre
originado por el capitalismo y no por una «crisis ecológica» sin contenido
socioeconómico burgués alguno. En suma, el «ecocidio» [25] es parte
inserta en la totalidad de la historia, presente y futuro de la civilización
del capital, y la expresión más directa de la ruptura del metabolismo
socionatural.
Como vemos, el concepto de metabolismo natural y de
«intercambio orgánico», y de su ruptura, es decisivo para entender lo que el
reformismo denomina «crisis ecológica», pero sobre todo es fundamental para la
entera concepción marxista. Según D. Harvey: «La idea del “metabolismo”, con el
trabajo como mediador entre la existencia humana y la naturaleza, es central
para el argumento materialistas histórico de Marx. Volverá a parecer en
distintos puntos de El Capital, aunque no quede nunca muy
desarrollada» [26], por lo que una de las mejores definiciones que Marx
nos ofrece en El Capital es esta: «Como creador de valores de
uso, es decir, como trabajo útil, el trabajo es por tanto
condición de vida del hombre, y condición independiente de todas las formas de
sociedad, una necesidad perenne y natural sin la que no se concebiría el
intercambio orgánico entre el hombre y la naturaleza ni, por consiguiente, la
vida humana» [27].
Pero más exactamente, ¿qué debemos entender por
ruptura del intercambio orgánico, del metabolismo natural o universal de la
naturaleza. La respuesta nos la da J.B. Foster:
Para explicar el vasto ámbito natural en el que
había surgido la sociedad humana, y en el que existía necesariamente, Marx
empleó el concepto del «metabolismo universal de la naturaleza». La producción
mediaba entre la existencia humana y este «metabolismo universal». Al mismo
tiempo, la sociedad y la producción humana seguían estando en el interior
de este metabolismo terrenal mayor y dependían del mismo,
que había precedido a la aparición de la vida humana misma. Marx explicaba que
esto constituía «la condición universal para la interacción entre la naturaleza
y el hombre, y como tal, una condición natural de la vida humana». La humanidad,
a través de su producción, «extrae» sus valores de uso naturales y materiales
de este «metabolismo universal de la naturaleza», al mismo tiempo «insuflando
una [nueva] vida» a estas condiciones naturales «como elementos de una nueva
formación [social]», generando por ese motivo una especie de segunda
naturaleza. Sin embargo, en una economía mercantil capitalista esta segunda
naturaleza asume una forma alienada, dominada por el valor de cambio antes que
por el valor de uso, conduciendo a una fractura en este metabolismo universal [28].
Pero cada modo de producción tiene sus formas
propias de metabolismo socionatural, de intercambio orgánico entre la especie
humana y la naturaleza. Desde los criterios del materialismo histórico y
dialéctico en la medida en que la producción de valores de cambio, de
mercancías va desplazando la producción de valores de uso, en esa medida la
fractura del intercambio metabólico socionatural va variando, va
complejizándose en la medida en que aumenta la división social del trabajo [29],
según Marx. La complejización de la fractura socionatural en el capitalismo
está esencialmente unida con la esencia contradictoria de la mercancía,
contradicción inserta en la dialéctica valor de uso, valor de cambio y valor:
«Marx reconocía que los valores de uso son increíblemente diversos, que los
valores de cambio son accidentales y relativos y que el valor tiene (o parece
tener) una “objetividad fantasmagórica”, que está sometido a continuas
revoluciones causadas por los cambios tecnológicos y las turbulencias en las
relaciones sociales y naturales. Esa totalidad no es estática y cerrada, sino
fluida y abierta y, por tanto, en perpetua transformación»[30].
Volveremos a la importancia crucial de conocer las
contradicciones en la mercancía, en el capitalismo en suma, para conocer qué es
la crisis socioecológica, de dónde surge, por qué se expande y cómo debemos
combatirla, pero antes debemos sentar las bases de otro componente elemental
del marxismo: el de la historia como proceso dialéctico, abierto a la
posibilidad y probabilidad de la derrota, la ruina, la destrucción.
Dialéctica de avance y destrucción
D. Tagliavini e I. Sabbatella han demostrado cómo
en la obra de Marx y Engels sí se encuentran análisis concretos sobre la
naturaleza finita, agotable, de los recursos naturales, etc.; y además de otras
consideraciones sobre el debate de la acogida de las tesis de Podolinsky por
ambos amigos, tema del que ya hemos hablado, nos recuerdan la existencia de
«eco-marxistas» de mucho renombre teórico y político, con especial mención a
Lenin, o a Bujarin, «cuyos escritos ecológicos fueron escondidos por Stalin» tras
su fusilamiento en 1938. Fue el estalinismo el que anuló el rico contenido
ecológico del marxismo imponiendo un mecanicismo productivista y desarrollista [31].
Es muy interesante esta referencia al ocultamiento
de los escritos de Bujarin y de la corriente eco-marxista liderada por Vernädsky, como veremos, porque
nos recuerda la necesidad de tener siempre en cuenta la realidad histórica,
exigencia que se desprecia frecuentemente. Es por esto que tampoco hay que
olvidar las durísimas condiciones de miseria extrema, feroces ataques militares
y férreos cercos de asfixia económica y tecnocientífica que sufrió la URSS
desde el primer instante de su existencia, y a la vez los logros obtenidos [32].
Las agresiones sucesivas y permanentes del imperialismo a la URSS han causado
al conjunto de sus pueblos infinitamente más destrozos socionaturales que los
derivados de la marginación y ocultación del eco-marxismo por la burocracia
desde finales de la década de 1930, sobre todo con la invasión nazifascista.
El casi inconcebible grado de arrasamiento y
devastación de la vida realizado por el nazifascismo en la URSS y grandes zonas
del Este europeo nos sirve como lección necesaria para la crisis ecológica
actual: la ventaja cualitativa de la economía planificada [33]. Y si
avanzamos un poco más hasta llegar a la crisis socioecológica, es decir, por un
lado, al principio dialéctico de que la especie humana es parte de la
naturaleza y por tanto parte del ecosistema concreto y de la «ecología» en sí
misma, y, por otro lado, esa unidad socionatural fue destrozada por el
capitalismo, partiendo de aquí queda claro que todo lo que concierne a nuestra
especie debe insertarse en la socioecología. Pues bien, cuando J. M. Olarieta
reivindica con absoluta razón que «la era de la salud pública nació en la URSS» [34] está
dejando constancia de un avance socioecológico decisivo para la libertad humana
pero antagónico con la industria capitalista de la salud, que es más rentable [35] que
los gigantescos beneficios de la banca burguesa.
Según C. C. Vizia, en la teoría de Marx y Engels sí
estaba presente una crítica de los efectos negativos de la mercantilización de
la naturaleza por el capitalismo, del mismo modo que en Engels había una
crítica bastante razonada de las ideas de Podolinsky teniendo en cuenta las
condiciones de la época, y también opina que fue el estalinismo el que arrasó
con el contenido ecológico del marxismo al anular y marginar Vernädsky y a su grupo de ecólogos y aupar a
Lysenko. Volviendo a Marx y Engels, el autor sostiene que:
Las razones por las cuales la problemática de la
naturaleza, si bien central en su concepción filosófica, no adquirió mayor
preponderancia en sus análisis de la sociedad capitalista, salvo los señalados
respecto a la agricultura, la contaminación de las ciudades y las deficientes
condiciones sanitarias de la clase trabajadora, se basan en la creencia afín
con el clima político de la época en la inminencia de una revolución socialista
de alcance internacional, que debería resolver estos y otros problemas de la
humanidad [36].
Pero no era solo un clima político de próxima
revolución social, que también, sino que esa proximidad estaba apremiada por
una visión de las contradicciones capitalistas que admitía la posibilidad de
una especie de catástrofe si la clase trabajadora no se imponía a la clase
burguesa: todo dependía de la lucha de clases, nada estaba ciegamente
determinado con antelación. En 1848, tras exponer la larga y permanente lucha
entre explotados y explotadores, añaden: «una lucha constante, velada unas
veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación
revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna» [37].
Y más adelante: «Las relaciones burguesas de
producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta
sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes
medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de
dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros» [38].
El capital ha desencadenado monstruos del averno,
esto es cierto y más con los datos disponibles desde mediados del siglo XX;
pero su destructividad puede ser domeñada si el proletariado desarrolla una
conciencia política revolucionaria que incida en todas y cada una de las
contradicciones del sistema, anulándolas y superándolas. Los llamados «textos
políticos» de Marx y Engels profundizan en esta problemática con sofisticados
análisis sin parangón en su época. Avanzando en el tiempo, vemos que en 1874
Engels escribe una verdadera «profecía» que se materializará cuarenta años más
tarde, en 1914:
Para Prusia-Alemania no hay posibilidad de hacer
otra guerra que no sea la mundial. Y sería una guerra mundial de magnitud
desconocida hasta ahora, de una potencia inusitada. De ocho a diez millones de
soldados se aniquilarán mutuamente y, además, se engullirán toda Europa,
dejándola tan devastada, como jamás lo habían hecho las nubes de langosta. La
devastación producida por la guerra de los Treinta Años condensada en tres o
cuatro años y extendida a todo el continente; el hambre, las epidemias, el
embrutecimiento de las tropas y también de las masas populares, provocados por
la aguda necesidad, el desquiciamiento insalvable de nuestro mecanismo artificial
en el comercio, la industria y el crédito: todo ello termina con la bancarrota
general; el derrumbe de los viejos Estados y de su sabiduría estatal rutinaria
–una quiebra de tal magnitud, que las coronas estarán tiradas a docenas por el
pavimento y no se encontrará a nadie que las levante-; una imposibilidad
absoluta de prever cómo terminará todo esto y quien saldrá vencedor de la
lucha. solo un resultado no deja lugar a dudas: el agotamiento total y la
creación de las condiciones para la victoria definitiva de la clase obrera [39].
Engels se equivocó en una sola cosa: que la guerra
duró cinco años en vez de tres o cuatro, acertando en lo demás, en especial en
que la guerra crearía las condiciones para la victoria de la revolución obrera
como efectivamente sucedió. Desde 1916 los pueblos trabajadores de Europa
empezaron a sublevarse contra la masacre, estallando en 1917 la oleada de
revoluciones que todos y todas conocemos. Y en otro escrito algo posterior
vaticina que Prusia-Alemania perderá esa guerra que solo de reportará
«malestares y huesos rotos» [40].
En 1877, Engels, escribiendo sobre las
contradicciones internas capitalistas, dice que: «la sociedad corre hacia la
ruina como una locomotora cuyo maquinista fuera demasiado débil para abrir la
bloqueada válvula de escape» [41], y poco más tarde, insistiendo sobre el
comportamiento de la burguesía, dice: «sus propias fuerzas productivas han
rebasado el alcance de su dirección y empujan a toda la sociedad burguesa, como
con necesidad natural, hacia la ruina o la subversión» [42]. Aun así no es
la última vez que Engels advierte sobre el estallido de crisis que culminen en
la ruina o en la subversión ya que muy poco antes de morir escribe en 1895
sobre la inevitabilidad de próximas insurrecciones [43] urbanas
obreras y populares como realmente sucedió en 1905.
Esta visión de la historia capitalista como
historia dialéctica, contradictoria y por eso abierta a futuros diferentes
según sea el resultado de la lucha de clases y de la acción consciente humana
como fuerza material una vez que la teoría ha prendido en el pueblo explotado [44],
ya estaba presente en el Marx de 1842-1843. En cuanto historia «sin cerrar»,
las medidas impuestas por la burguesía en el proceso de explotación laboral, o
proceso productivo, también repercuten directamente en la victoria e imposición
de uno u otros futuros concretos y en el general, en el futuro de la especie
humana como parte de la naturaleza. En este sentido, las advertencias sobre el
posible y hasta previsible estallido de conflictos atroces, de exterminios
mutuos, ruinas y catástrofes, esta dialéctica lleva implícita como elemento
necesario de su unidad y lucha de contrarios la agudización de lo que ahora se
denomina muy restrictivamente «crisis ecológica».
Carecemos de espacio para seguir desarrollando cómo
marxistas posteriores actualizaron en sus condiciones específicas esta
concepción dialéctica de la historia capitalista, en la que se van fundiendo
las crisis inicialmente parciales –económica, ecológica, política, social,
militar, etc., en una crisis general. Cuando hablamos de «crisis parciales» no
afirmamos su absoluta desconexión y aislamiento, sino que decimos que, en
realidad, todas ellas están sujetas internamente a tres de los grandes
descubrimientos de Marx: uno es la ley general de la acumulación capitalista [45],
que F. Jameson ha definido esta ley como el punto desde el cual se hace visible
todo el capitalismo porque explica «la identidad entre producción y miseria» [46],
y el otro es la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia [47],
ley tendencial negada siempre por la burguesía y cuestionada abierta o
solapadamente por el reformismo porque pone el dedo en la llaga de la
irracionalidad global del sistema; ley tendencial decisiva para comprender la
ruptura del metabolismo socionatural, junto con el apoyo de otras aportaciones
básicas del marxismo como «la fortaleza de la ley del valor, del fetichismo de
la mercancía y del trabajo alienado» [48].
En el capitalismo del siglo XXI es ya innegable, en
especial desde 2007, que la llamada «crisis ecológica» no solo va unida a la
«crisis económica» sino que incluso la estaba agravando desde hace algunos
años. Es tan innegable que hasta los defensores del reformismo ecologista lo
admiten, pero [49] cometiendo la incoherencia de no extraer de ello
las lecciones sociopolíticas pertinentes, muy en especial la que demuestra el
acierto histórico de la concepción de la historia abierta al desastre
dependiendo del resultado de la lucha de clases. El Estado burgués y sus
fuerzas militares tienen la decisiva tarea, además de otras, del vencer en esa
guerra social. Desde la visión marxista aquí expuesta, los ejércitos del
capital, la militarización en suma, son fuerzas materiales destructivas a la
vez que reflejo ideológico de la civilización burguesa.
Engels lo explicó así: «La moderna nave de combate
no es solo un producto de la gran industria moderna, sino también una muestra
de la misma; es una fábrica flotante –aunque, ciertamente, una fábrica
destinada sobre todo a dilapidar dinero» [50]. Es cierto que el llamado
«keynesianismo militar» puede reactivar algunos capitalismos concretos durante
un período y mantener la supremacía de una potencia durante un período gracias
a las sobreganancias de su burguesía como es el caso yanqui [51], pero a
la larga y visto el sistema en su totalidad es un despilfarro que, además,
refuerza la necesidad de saquear aún más la naturaleza y a sus pueblos. La
militarización es una de las características fundamentales del «progreso
destructivo» [52]. Pero hablar de la militarización estructural del
capitalismo es reabrir el debate estratégico de la necesidad de la revolución
comunista, lo que produce pánico en el capital y miedo histérico en el
reformismo.
Fractura del metabolismo socionatural
Después de analizado el funcionamiento interno de
la destrucción de la fuerza natural de la tierra y de la especie humana y de la
dialéctica de la historia abierta a la destrucción y a la ruina, visto esto,
debemos avanzar algo en otra de las cuestiones planteadas por Engels en 1843:
las condiciones sociales necesarias para que la ciencia pueda facilitar y
acelerar la reunificación entre la especie humana y la naturaleza. La condición
inexcusable es el dominio práctico de la dialéctica materialista de la
interpenetración entre lo natural y lo social, y cómo a partir de su dialéctica
pueden surgir nefastas contradicciones nuevas que exigen a la conciencia humana
avances intelectuales cualitativos:
El materialismo marxista, que en sí mismo supone la
adopción de un enfoque realista de la naturaleza, no puede sin embargo
identificarse con formas ingenuas de realismo en las que la naturaleza aparece
como una esencia ahistórica e inmutable. La historicidad de la naturaleza, que
las investigaciones de Darwin vinieron
a confirmarla a ojos de Marx, elimina
esa posibilidad. La combinación de la misma con la historicidad social da lugar
a una relación sociedad-naturaleza dinámica y cambiante, donde ambas están en
constante transformación y mutuamente se influyen. El realismo de Marx es pues un realismo
ontológico, que afirma la existencia independiente de los procesos y
estructuras causales de la naturaleza a un nivel profundo, pero reconoce su
esencial modificabilidad y la inexistencia a ojos del hombre de una naturaleza
identificable como esencia inmutable. La interpenetración de sociedad y
naturaleza, la fusión de historia social e historia natural, apuntan en la
misma dirección: el carácter sociohistórico de la naturaleza. No hay una
naturaleza prístina, separada del hombre y definida por su independencia
respecto de la acción transformadora de este [53].
Para no extendernos asumimos que «la dialéctica
consiste, exactamente, en la habilidad de comprender la contradicción interna
de una cosa, el estímulo de su autodesarrollo, donde, el metafísico ve solo una
contradicción externa resultando de una colisión más o menos accidental de dos
cosas internamente no contradictorias» [54]. Engels ya nos ilustró sobre
este mismo concepto con una explicación de la dialéctica del metabolismo socioambiental:
El animal no hace más que usar su ambiente, y
provoca cambios en él, nada más que con su presencia; con sus cambios, el
hombre lo hace servir a sus fines, lo domina. Esta es la diferencia final,
esencial, entre el hombre y otros animales, y, una vez más, es el trabajo el
que la produce. Pero no nos jactemos demasiado de nuestras victorias humanas
sobre la naturaleza. Pues por cada una de esas victorias, se venga de nosotros.
Cada triunfo, es verdad, produce ante todo los resultados que esperamos, pero
en segundo y en tercer lugar provoca efectos distintos, imprevistos, que muy a
menudo anulan al primero […] Y así, a cada paso que damos se nos recuerda que
en modo alguno gobernamos la naturaleza como un conquistador a un pueblo
extranjero, como alguien que se encuentra fuera de la naturaleza, sino que
nosotros, seres de carne, hueso y cerebro, pertenecemos a la naturaleza, y
existimos en su seno, y que todo nuestro dominio sobre ella consiste en el
hecho de que poseemos, sobre las demás criaturas, la ventaja de aprender sus
leyes y aplicarlas en forma correcta [55].
Si algo han confirmado todas las investigaciones es
que, por un lado, la evolución de la vida únicamente es comprensible accediendo
a su dialéctica interna [56], y que por otro lado:
La
ciencia moderna muestra, en general, que el movimiento lineal o la acumulación
de algunas de las variables involucradas provoca saltos repentinos; que el
movimiento implica la dinámica de fuerzas y tendencias opuestas y diversas, y
que los saltos cualitativos, debido a la acumulación cuantitativa por medio de
contradicciones, dan lugar a nuevos fenómenos y estabilidades relativas, que
niegan las leyes anteriores al surgir nuevas y, al mismo tiempo, procesos en
los que se puede rastrear sus antecesores porque conservan algunas leyes como
subordinadas. Estas son, a grandes rasgos, las tres leyes generales del método
dialéctico abstraído de la naturaleza y de la sociedad como un modelo que
refleja en su generalidad la dinámica del movimiento y que puede ser aplicado a
lo concreto, nuevamente para comprender sus múltiples determinaciones
específicas en sus manifestaciones infinitas [57].
G. Foladori sostiene que «la ciencia moderna, por
vía de la experimentación en la física, en la química, en la biología, y en campos
interdisciplinarios, está descubriendo lo que la filosofía dialéctica había
anunciado hace cien años» [58], presenta una brillante comparación en
siete principios entre lo que él, y toda una corriente científico-filosófica,
define como «nuevo paradigma científico» (NPC) y la dialéctica de la naturaleza
de Engels [59]:
1) NPC: La naturaleza es irreversible y en
permanente cambio, pero creando estructuras que resisten el cambio.
Engels: Las tendencias se presentan como resultado
de múltiples fuerzas contratendenciales.
2) NPC: En determinados momentos surge una transición
de fase, una estructura nueva.
Engels: Los cambios cuantitativos se convierten en
alteraciones cualitativas.
3) NPC: Los sistemas adaptativos complejos cambian
Engels: La totalidad es un proceso histórico.
4) NPC: Las leyes de la física deben explicar los
sistemas adaptativos complejos (inclusive la conciencia y la sociedad).
Engels: La conciencia es un producto tardío del
desarrollo de la materia. El ser social solo puede surgir del ser orgánico, y
este del ser material inorgánico.
5) NPC: El Universo es rico en diversidades
cualitativas y sorpresas potenciales. Los sistemas complejos presentan
resultados imprevistos.
Engels: La realidad es siempre más rica que la
teoría. La interconexión de los elementos de la naturaleza genera resultados
imprevistos.
6) NPC: El atractor es una región
del espacio de fases que ejerce una tracción «magnética» sobre todo el sistema.
Engels: Existe una jerarquía en las relaciones. Las
relaciones sociales de producción determinan «en última instancia» al resto.
7) NPC: La previsibilidad es asintótica, aunque el
movimiento se da dentro de ciertos límites.
Engels: El conocimiento es asintótico, las
posibilidades de libertad están limitadas por las restricciones impuestas a la
estructura material pasada.
Cuando G. Feladori sostiene con razón que Engels
defiende la tesis de que l a interconexión de los elementos de la naturaleza
genera resultados imprevistos, está reconociendo la verosimilitud de la tesis
marxista del desencadenamiento brusco, abrupto de desastres y conflictos
catastróficos, tremendos, que van gestándose en el subsuelo siempre agitado y
tenso de la realidad, movimiento interno que hace que lo real siempre vaya por
delante del pensamiento. ¿Qué método científico-filosófico puede acortar en
cierta medida esta distancia inevitable? Según F. Cordón:
Mi experiencia de científico me ha demostrado que
el materialismo dialéctico en el estado actual del pensamiento constituye una
primera guía certera para ordenar los conocimientos de no importa que ciencia y
de que, a su vez, él puede ser ampliado o corregido a la validez universal por
los avances más generales de cualesquiera de las grandes ciencias [60].
Según la dialéctica materialista la llamada transición
de fase puede definirse también como «punto de inflexión» o punto
de no retorno: el momento del salto cualitativo a partir del cual aparece
una nueva realidad que impide volver a la situación anterior, en este caso el
derretimiento de una gran parte de los glaciares del Antártico Oeste [61] ha
entrado en deshielo irreversible por el calentamiento climático. La necesidad
de recurrir a la dialéctica interna de los procesos para conocer la realidad
siempre en movimiento, aunque se oculte o se niegue hacerlo, vuelve a
confirmarse de nuevo con este dato científicamente demostrado [62], de la
misma manera en que la tesis científica de que «el tiempo de agota» [63] en
la lucha contra el calentamiento climático solo es entendible si descubrimos la
dialéctica interna del incremento cuantitativo que precede al salto
cualitativo, a la transición de fase, al punto de inflexión y no retorno.
La misma lógica dialéctica está activa en las
contradicciones internas del espacio-tiempo en el que se mueve la
mercancía-dinero en sus movimientos de valor de uso, valor de cambio y valor,
como explica D. Harvey:
Esos tres conceptos diferentes interiorizan
referentes espacio-temporales fundamentalmente diferentes. Los valores de uso
existen en el mundo material físico de las cosas que se pueden describir en
términos newtonianos y cartesianos del espacio y el tiempo absolutos. Los
valores de cambio residen en el espacio-tiempo relativo del movimiento y el
intercambio de mercancías, mientras que los valores solo se pueden entender en
términos del espacio y el tiempo relacional del mercado mundial (el valor
relacional inmaterial del tiempo de trabajo socialmente necesario nace en el
espacio-tiempo evolutivo del desarrollo global capitalista). Pero como Marx ha
mostrado ya convincentemente, los valores no pueden existir sin los valores de
cambio, y el intercambio no puede existir sin los valores de uso. Los tres
conceptos están dialécticamente integrados entre sí [...] el espacio-tiempo del
capitalismo no es constante, sino variable (como sucede con la velocidad y lo
que Marx denomina en otro lugarz «la aniquilación del espacio mediante el
tiempo» efectuada mediante las repetidas revoluciones en los transportes y las
comunicaciones) [64].
En el metabolismo socionatural, en el intercambio
orgánico global, los saltos cualitativos entre fases y la evolución
espacio-temporal se materializan definitivamente cuando irrumpe el capitalismo
en 1450-1640, «largo siglo XVI» que marca «el punto de inflexión» [65] en
las relaciones entre la especie humana y la naturaleza, habiendo llegado ya a
su fusión desde hace un tiempo, como muestra la eco-historia [66].
Realizado ese irreversible salto cualitativo, el capitalismo evoluciona
aceleradamente desde la revolución industrial dando «giros» [67] hacia
la crisis ecológica moderna.
A pesar de que todo confirma la dialéctica de la
naturaleza [68], el reduccionismo inherente a la ideología burguesa está
profundamente anclado en la burocracia intelectual y en el aparato
tecno-científico, en especial en la biología, sirviendo fielmente a los
intereses de la clase burguesa. Para negar la dialéctica, desde finales del
siglo XIX el reformismo se lanzó frontalmente contra Engels acusándole entre
otras cosas de privilegiar el determinismo naturalista. J. M. Bermudo ha
desmontado esta acusación:
Aun así podría insistirse que, no obstante, Engels
no olvida nunca la determinación natural, tendiendo a privilegiarla. Pensamos
que no es así y que, si lo fuera, habría sido una intuición engelsiana digna
hoy de ser elogiada. Pues hoy, precisamente, se pone de relieve el insuficiente
tratamiento histórico del elemento natural en su determinación natural y humana
en el marxismo occidental. El desprecio en el marxismo -y aquí el estalinismo
es protagonista- por ciertas ciencias, de la psicología a la embriología,
expresa ese olvido. El comprensible esfuerzo por poner en lo social la raíz, el
factor único del mal y del bien, de la miseria o de la libertad, de la barbarie
o de la salvación, hoy muestra sus límites. Y con ello Engels debería –dentro
del marxismo- ganar puestos, ya que –aún con las limitaciones indicadas- fue
quien más insistió en unir a la determinación histórica la determinación
natural [69].
Por su parte, la profesora y médico C. Cruz Rojo
amplia esta defensa de la dialéctica socionatural argumentando la necesidad de
una ciencia no reduccionista, dialéctica, basada en la interacción de todos los
factores naturales y sociales que forman la vida humana. La autora explica que
existen dos grandes bloques de reduccionismo, el biológico y el cultural,
dividiéndose este segundo en otros dos menores, y afirma:
Dar preponderancia a lo biológico (en el caso del
determinismo biológico) o dársela a lo social (en el del determinismo
cultural), es no entender la necesaria interrelación dialéctica entre lo
biológico y lo social que se codeterminan mutuamente en el devenir de la vida.
En el primer caso se considera que las partes (por ejemplo, los genes) existen
de forma independiente y con anterioridad a su integración en estructuras
complejas (por ejemplo, los organismos), y que son las propiedades intrínsecas
de las partes las que producen y explican las propiedades del conjunto. Sin
embargo, la dialéctica no separa las propiedades de las partes aisladas de las
que adquieren cuando forman conjuntos, porque ambas se influyen mutuamente […]
solo a través de la dialéctica se consigue integrar los antagonismos o
antítesis entre las causas y los efectos, entre la biología humana y la
educación o entre la herencia genética y el medio ambiente en una visión en la
que ambos polos no están aislados uno del otro ni están determinados en una
sola dirección, sino que mantienen una constante y activa compenetración [70].
La dialéctica del conocimiento es interdisciplinar
porque la realidad es compleja lucha de contrarios:
El
estudio e intervención de este grupo de enfermedades actuales es un ejemplo
clarificador de la importancia de abordar procesos complejos desde un enfoque
multidisciplinar e interdisciplinar […] Dejar su solución a la exclusiva
competencia de la disciplina médica o sanitaria sería condenarla para siempre a
la cronicidad. La curación, o mejor la prevención, de los problemas de salud
pasa por la labor coordinada, interrelacionada y complementaria de distintas
ciencias, incluyendo las ciencias sociales [71].
y más adelante:
El
mundo material posee una naturaleza ontológica unitaria donde es imposible
dividir las «causas» en un porcentaje social y otro porcentaje biológico. Desde
una visión dialéctica, lo biológico y lo social, lo interno y lo externo, no
son separables, ni alternativos ni complementarios [72].
Concepción Cruz vuelve a uno de los puntos citados
por el Engels de 1843, arriba visto: una ciencia al servicio del pueblo y no de
la burguesía: «En relación con el derecho y la utilización ética de la
tecnociencia en el ámbito de la alimentación, llámese biotecnología, biología
sintética o nanotecnología, debe ser radicalmente rechazada mientras esté en
manos y favorezca la convergencia de las corporaciones privadas y, además,
entren en la maquinaria financiera (bolsa) afectando a los precios de los
alimentos y productos de primera necesidad» [73].
Las explicaciones de Concepción Cruz nos facilitan
el entendimiento de los procesos en espiral que van integrando reivindicaciones
y luchas parciales sin conexión interna a simple vista hasta subsumirlas en un
todo superior. Comprendemos así que lo simplemente ecológico pertenece a la
totalidad socionatural en la que malviven los pueblos explotados. J. Castillo
detalla esta dinámica ascendente al estudiar las integraciones de las luchas
directamente ecologistas con las movilizaciones sociales y populares en defensa
de parques públicos, viviendas dignas, condiciones de trabajo, transportes
sociales, reordenación del suelo urbano, servicios de salud y un largo etcétera [74].
Este mismo autor profundiza también en las relaciones
entre el sindicalismo de clase y la ecología desde los primeros choques duros
entre el capital y el trabajo ya en el siglo XIX: «Como nos muestra el
desarrollo del movimiento obrero, las plantillas se movilizan frente a impactos
socioambientales que afectan a su salud directamente y que, habitualmente,
impactan también fuera de los centros de trabajo» [75].
La naturaleza dueña de sí misma
Siendo verdad que «durante la última década y media
los investigadores ecológicos han utilizado la perspectiva teórica del análisis
de Marx sobre la fractura metabólica para estudiar las contradicciones
capitalistas que se desarrollan en una amplia variedad de áreas: los límites
del planeta, el metabolismo del carbono, el agotamiento del suelo, la
producción de fertilizantes, el metabolismo oceánico, la explotación
indiscriminada de la pesca, la desforestación, la utilización de los incendios
forestales, los ciclos hidrológicos, la megaminería a cielo abierto, la cría de
ganado, los agro-combustibles, la apropiación de tierras a nivel mundial, y la
contradicción entre la ciudad y el campo» [76]; siendo esto cierto lo es
aún más que pese a este empleo silencioso del método dialéctico, existe una
negativa a reconocerlo.
El rechazo sutil o descarnado de la dialéctica es imprescindible
para asentar cualquier política reformista en alguna de las múltiples versiones
de la extravagancia kantiana de la incognoscibilidad de la «cosa en sí». F.
Jameson sostiene que la amputación de la dialéctica en el marxismo conduce al
reformismo socialdemócrata: «El impacto de la formulación dialéctica apuntaba a
subrayar la fatídica unidad del capitalismo como modo de producción cuya
expansión no puede ser frenada a voluntad mediante la reforma socialdemócrata,
ya que a medida que acumula nuevo valor, el capitalismo continua produciendo un
ejército de reserva de desempleados que nunca para de crecer, ahora a escala
global [...] lo que pasa por alto en la mencionada revisión -y en verdad,
escisión- de la dialéctica de El Capital es la función central
que cumplen la negatividad y la contradicción» [77].
Una valiosa síntesis actual sobre los permanentes
ataques que ha sufrido la dialéctica materialista, intentando expulsarla de un
supuesto «marxismo científico» neokantiano y neopositivista, la encontramos en
el texto de R. Astarita: «el rechazo de la dialéctica dentro del marxismo tiene
una larga data; recorre casi toda su historia, hasta nuestros días. A pesar de
que el sesgo antidialéctico ha dominado en los movimientos políticos de masas
(Segunda y Tercera Internacional, el movimiento comunista oficial), y en buena
parte del marxismo académico, la mayor parte del tiempo (primero con el
estructuralismo marxista, incluyendo al regulacionismo marxista, y luego con el
marxismo analítico), sus frutos teóricos no son llamativos» [78].
Simultáneamente al intento de ridiculización de la
dialéctica, los enemigos del marxismo la emprendieron con su teoría de la
explotación social, la teoría de la plusvalía y del valor, etc., y con su
teoría del Estado. Es significativo que el grueso del reformismo ecologista se
sume a esta santa cruzada. De entrada se niegan a profundizar en el contenido
de la muy correcta afirmación de J. Cervantes: «Crisis ecológica: una crisis
del capital». Dado que para el capitalismo la acumulación ampliada es una
necesidad de supervivencia, todo, absolutamente todo debe ser mercantilizado: «
Para el capital, la naturaleza es el requisito ineludible para la obtención de
un excedente a partir de una fuerza de trabajo dada, y por tanto, a la
materialización de este excedente en valores de uso vendibles –productos,
mercancías– este tratamiento instrumental de la naturaleza se manifiesta en la
forma del valor del tiempo de trabajo, el cual representado en dinero,
constituye la sustancia social de acumulación del capital» [79].
J. Cervantes está en lo cierto al plantear la
necesidad del empleo de la teoría marxista del valor, etc., para conocer tanto
causas de la fractura del intercambio orgánico o crisis socioecológica, como
los métodos para salir de ella reintroduciendo lo social en lo natural, esta
verdad es confirmada empíricamente por la agudización de las tensiones
mundiales por la manipulación político-económica de los precios del crudo de
petróleo [80] y del carbón [81], y los «desastres naturales»,
como veremos, y a la vez reafirmada teóricamente por los marxistas como D.
Harvey:
Si alguien cree que puede resolver una seria
cuestión medioambiental como el calentamiento global sin afrontar siquiera la
cuestión de quién y cómo determina la estructura básica de valores de nuestra
sociedad, se está engañando a sí mismo. Por eso Marx insiste en que debemos
entender qué es el valor de las mercancías y cuáles son las necesidades
sociales que las determinan [...] el valor es sensible a las revoluciones
tecnológicas y a la productividad [...] Las transformaciones en el entorno
natural o la migración a lugares con condiciones naturales más favorables
(recursos más baratos) revolucionan los valores. Los valores de las mercancías,
en resumen, están sometidos a una amplia variedad de fuerzas [...] lo que
llamamos «valor» no es una cantidad constante, sino que está sometido a
incesantes transformaciones revolucionarias [82].
La privatización burguesa de la naturaleza responde
a la objetividad ciega de la ley de la acumulación ampliada del capital en
general y a la agudización de las contradicciones interimperialistas por la
posesión de los cada vez más escasos recursos energéticos y materiales. Frente
a esta voracidad depredadora basada en la propiedad burguesa de la naturaleza,
el marxismo opone lo irreconciliablemente opuesto: la naturaleza es de ella
misma y no de la burguesía. Decir que la naturaleza se pertenece a sí misma y
no al capital implica que ni siquiera la humanidad concreta que existe físicamente
en un momento preciso de la historia, lo que se dice «ahora mismo», ni siquiera
ella es propietaria de la tierra. En el libro III de El Capital Marx
escribe que: « Ni la sociedad en su conjunto, ni la nación ni todas las
sociedades que coexistan en un momento dado, son propietarias de la tierra.
Son, simplemente, sus poseedoras, sus usufructuarias, llamadas a usarla como boni
patres familias y a trasmitirla mejorada a las futuras generaciones » [83].
La naturaleza es dueña de sí misma porque la especie
humana, el ser-humano-genérico, es parte integrada en ella, pero separada y
enfrentada a ella desde la fractura del metabolismo socionatural, una de cuyas
expresiones es la actual crisis socioecológica. Engels nos ofrece la única
alternativa para unir esa fractura, una política radical de regulación de las
relaciones de propiedad, de producción, de distribución y de consumo:
Pero esta regulación exige algo más que un simple
conocimiento. Exige una revolución total en nuestro modo de producción
existente hasta ahora y al mismo tiempo una revolución en todo nuestro orden
social contemporáneo. Todos los modos de producción conocidos hasta ahora
apuntaron nada más que al logro del efecto útil más inmediato y directo del
trabajo. Las consecuencias posteriores, que solo aparecen después y adquieren
efectividad debido a la repetición gradual y a la acumulación, fueron
desatendidas […] Los capitalistas que dominan la producción y el intercambio
pueden dedicarse solo al efecto útil más inmediato de sus acciones […] Mientras
el fabricante o comerciante vende una mercancía fabricada o comprada, con la
habitual y ansiada ganancia, se siente satisfecho y no se ocupa de lo que luego
pueda suceder con la mercancía y sus compradores. Lo mismo rige para los
efectos naturales de sus acciones [84].
Es urgente una «revolución total» que avance
resueltamente en las medidas imprescindibles para soldar la fractura del
metabolismo socionatural, porque será imposible lograrlo con políticas
reformistas que respeten el poder del capital. J. R. Fabelo desarrolla
pormenorizadamente la lógica de la expansión del imperialismo y, con ella, la
creciente agudización de las contradicciones irreconciliables que enfrentan al
modo de producción capitalista con la naturaleza y por tanto con la especie
humana, y concluye:
No hay duda, la lógica mercantil cada vez se hace
más divergente de la lógica de la vida. La racionalidad instrumental se ha
tornado irracionalidad humana. El capitalismo nunca podrá salvar la miopía
congénita que caracteriza al mercado: el interés a corto plazo, sin importar el
costo natural y humano que su consecución presuponga. El fetiche mercantil
continúa ocultando las realidades. En la mercancía que encontramos en el
mercado no es fácil ver su costo social y ecológico, solo distinguiremos sus
muchas veces inducido y enaltecido valor de uso y su precio, como expresión
este último de su abstracto valor de cambio. Pero, aun suponiendo, que la
sociedad capitalista supere todo fetiche y alcance plena conciencia de lo que
sucede, la solución seguirá estando en el estricto control y regulación del
mercado. ¿Es esto posible en el capitalismo? [85].
Hay que partir de la certidumbre de que el sistema
capitalista puede cambiar de color, como los camaleones [86], para
sobrevivir a sus crisis: puede volverse verde cuando se trata de hacer negocio
de la crisis socioecológica, o naranja cuando quiere aparentar ser demócrata y
humanista, y hasta «africano» cuando hay que poner una «cara negra» que
legitime las nuevas políticas militares [87] y a la vez las disfrace
bajo el celofán de negociaciones con Cuba, Irán, etc., mientras endurece sus
ataques a Venezuela y a otros muchos pueblos.
La camaleónica adaptabilidad de la burguesía es una
de las razones que justifican el catastrofismo de muchos movimientos
ecologistas que ignorando lo básico del capitalismo creen que se hundirá debido
a la hecatombe medioambiental. Pero este sistema tiene grandes recursos para
integrar los desastres ecológicos que él genera en su propia reproducción:
desde el llamado «capitalismo verde» o eco-capitalismo, hasta las salidas más
típicamente burguesas como los bonos para financiar los costos de las crisis
como la militarización, según explica R. Keucheyan:
Los «bonos de catástrofe» -llamados bonos CAT- no
están vinculados a inversiones futuras, como los bonos gubernamentales o
privados tradicionales, sino a la posible ocurrencia de una catástrofe, por
ejemplo, un terremoto en Japón o las inundaciones en Gran Bretaña, cuyo coste
para el sector de seguros se estimó en 3.000 millones de libras. Un gobierno
emite bonos CAT para acumular fondos. A cambio paga un interés interesante para
los inversores. Si la catástrofe se produce, el gobierno cuenta con el dinero
para reconstruir las infraestructuras o compensar a las víctimas. Si no se
produce, los inversores recuperan al final del plazo su dinero (y se quedan con
los intereses) [...] Un informe publicado en Estados Unidos en 2007 titulado Seguridad
nacional y cambio climático, entre cuyos autores se incluyen a once
generales y almirantes de tres y cuatro estrellas, define el cambio climático
como un «multiplicador»que intensificará las amenazas existentes. Por
ejemplo, al debilitar más a los «Estados fallidos», permitirá que los
terroristas encuentren refugio en ellos más fácilmente. O al provocar
migraciones climáticas, desestabilizará las regiones a las que lleguen los
migrantes y se exacerbarán los conflictos étnicos. El informe concluye que el
ejército de Estados Unidos debía adaptar sus tácticas y su equipamiento a un medio
ambiente que cambia [88].
D. Harvey sostiene en contra del catastrofismo que
el sistema capitalista tiene cuatro soluciones para mantener su explotación de
la naturaleza: 1) su larga y prolongada experiencia de resolución de estas
dificultades; 2) la naturaleza está ya «internalizada en la circulación y
acumulación de capital»; 3) «el capital ha convertido los asuntos
medioambientales en una gran área de actividad empresarial»; y 4)
«perfectamente posible que el capital continúe circulando y acumulándose en
medio de catástrofes medioambientales» [89]. Insiste en que debemos ser
conscientes de las capacidades de supervivencia del capitalismo y de su
fanática determinación para sobrevivir a cualquier costo por inhumano que sea,
y pone como ejemplo el engaño sobre las llamadas «catástrofes naturales»:
Los así llamados desastres naturales no tienen nada
de naturales y la humanidad sabe ya lo suficiente como para mejorar o controlar
la amenaza que suponen la mayoría de las catástrofes medioambientales, aunque
nunca todas. Sin embargo, es poco probable que el capital tome las medidas
oportunas sin que se produzca una lucha tanto entre sus facciones enfrentadas
como con otros actores que se ven afectados por las transferencias de costes
que tan oportunamente se está produciendo. Los motivos por los que persisten
los problemas son de orden político, institucional e ideológico y en ningún
caso atribuibles a límites naturales [90].
Antes de seguir, y para reforzar lo que acabamos de
leer, debemos saber que según el Banco Mundial en su último informe al respecto
cuantifica en 148.000 millones de dólares los costos provocados por los
llamados «desastres naturales». Afirma cínicamente que si los países
subdesarrollados invirtieran en edificios e infraestructuras antes de los
desastres reducirían en un 50% estos costos. Según datos de la aseguradora
alemana Munich Re «las pérdidas relacionadas con el clima han aumentado desde
los 37.000 millones de euros anuales en la década de los 80, hasta cerca de
148.000 millones de euros durante la última década [...] El total de daños
llega a 2,8 billones de euros entre 1980 y 2012. De ellos, el 74% se relaciona
con las condiciones meteorológicas extremas» [91].
D. Harvey indica que el capitalismo ha creado un
ecosistema adecuado a sus necesidades, pero que sus contradicciones internas
son tales que se irán incrementando los problemas que retrasan y dificultan la
acumulación ampliada del capital encorsetado en el ecosistema que él mismo ha
creado. Y esto por dos razones básicas: 1) porque el capital rentista que
obtiene beneficios extras gigantescos con la explotación de la naturaleza, de
su propio ecosistema, podría terminar estrangulando al capital productivo, el
único que produce valor y vital por ello mismo para el sistema; y 2) la
alienación impuesta al ser humano por el ecosistema capitalista «funcionalista,
artificial y tecnocrático [...] privatizado, comercializado, monetizado y
orientado a la maximización de la producción de valores de cambio (rentas,
concretamente) mediante la apropiación y producción de valores de uso», por
ambas razones, el capitalismo va comiéndose su propio futuro [92], lo que
refuerza sus dinámicas opresoras.
Ante esta perspectiva los defensores menos obtusos
del capitalismo presentan tres grandes «soluciones»: una es el decrecimiento,
sobre el cual no vamos a hablar aquí porque ya lo hicimos en el debate [93] de
2010 realizado en el Parlamento Latinoamericano, en Caracas, y pensamos que el
lustro transcurrido ha zanjado la cuestión [94], como era previsible. Otra
es el cuento del capitalismo verde, el eco-capitalismo, etc.; y última es la
«tercera vía» propuesta por casi la totalidad de la llamada Ecología Política.
Con respecto a la segunda «solución», M. Husson
sostiene que deberían cumplirse tres requisitos para que fueran efectivas las
propuestas que hacen los defensores del capitalismo verde: 1) que el
capitalismo verde no debería provocar una disminución de la tasa de beneficio;
2) que se defina un régimen de acumulación coherente: mercados, configuraciones
de la economía mundial, organización de la competencia; y 3) la más
fundamental: cómo transitar del capitalismo neoliberal al capitalismo verde [95].
M. Husson analiza una a una de las medidas
argumentando la imposibilidad de su desarrollo real en aislado y menos en
conjunto porque son normas totalmente extrañas que en muchos puntos entrar en
contradicción con los mecanismos fundamentales del sistema capitalista, incluso
aunque se invirtieran grandes sumas en innovación tecnológica y en ecotasas
porque estas medidas terminan teniendo un rendimiento decreciente [96].
Viendo la imposibilidad del capitalismo verde como
alternativa, el autor sostiene que la alternativa a la crisis socioecológica ha
de ser el ecosocialismo, con planificación internacional de medidas que rompan
con la lógica de producción y consumo capitalista, como «una bajada
significativa de la tasa de excedente social o en todo caso una profunda
transformación de su contenido [...] el aumento de la duración de los bienes de
consumo sería en sí un factor de bajada de la rentabilidad». También proponer
«verdear» es decir «un crecimiento más rápido de los sectores dedicados a
producir nuevas fuentes de energía, mejorar la calidad técnica de las
viviendas, etcétera» [97], pero advierte que «verdear» el capitalismo
chocará inevitablemente con la lógica del beneficio.
Es esta lógica la que determina que no hayan tenido
éxito las medidas tomadas en las seis últimas décadas de políticas económicas
destinadas a acabar definitivamente con las crisis y el desempleo, si partimos
de la situación de la década de 1970, como explican J. A. Tapia y R. Astarita:
este sistema sufre fases de «normalidad» y de crisis pese a todos los intentos
de acabar con las segundas y «normalizar» la normalidad, pero «el sistema de
mercado recrea permanentemente el ejército de desocupados y arroja
periódicamente al pauperismo y a la miseria a millones de personas» [98].
La desocupación, el pauperismo y la miseria son formas de la crisis
socioecológica global, no son «costos sociales» corregibles técnicamente con
políticas keynesianas, socioliberales, verdes o/y de la ecología política
reformista.
Ambos autores sostienen que conocer los efectos del
CO2 fue uno de los
descubrimientos científicos claves del final del siglo XX. Esto se confirma al
saberse que una de las consecuencias más demoledoras de calentamiento
climático, según la ONU, es la pérdida de la biodiversidad genética en los
alimentos Entre el 16 y 22 por ciento de las especies de cultivos silvestres
podrían estar en peligro de extinción dentro de los próximos cincuenta años,
según el documento de la FAO. Incluyen un 61 por ciento de especies de maní, 12
por ciento de especies de papas y un 8 por ciento de especies de caupí. Pérdida
que frenaría grandemente la posibilidad de aumentar en un 60% la producción
mundial de alimentos para 2050, logro imprescindible para luchar contra el
hambre en el mundo [99].
Pese a los conocimientos científicos, han fracasado
los intentos de reducir la emisión de CO2 porque los gobiernos
a menudo han sido los representantes de las empresas y de los intereses
comerciales: «preocupados por la repercusión que sobre sus ganancias podrían
tener las regulaciones o las políticas fiscales destinadas a reducir las
emisiones de CO2» [100]:
Poderosos intereses –sobre todo las compañías
petroleras y las empresas mineras que explotan el carbón- forman un lobby de
enorme influencia que financia a científicos y presiona a los políticos para
crear incertidumbre sobre los riesgos del cambio climático y para bloquear
cualesquiera medidas tendentes a reducir las emisiones de CO2, que
serían también medidas que reducirían las ventas y por tanto las ganancias de
esas empresas. Como, además, el transporte y la generación de energía necesaria
para la industria son las fuentes principales de las emisiones de CO2,
las políticas para reducir las emisiones aumentarían los costos de producción o
de distribución en general y así reducirían las ganancias empresariales. Es esa
la razón por la que, a pesar de las personas bienintencionadas que predican al business
community las bondades de un capitalismo verde, la
comunidad empresarial se opone a cualquier medida efectiva que reduzca las
emisiones [101].
Tapia y Astarita vuelven así a una de las
cuestiones claves presentadas por Engels en 1843: el papel de la ciencia al
servicio del capital o del trabajo. Es una pugna esencial que recorre al
proceso de producción de verdad científica con sus radicales implicaciones
ontológicas, gnoseológicas y axiológicas [102] en las que no podemos
entrar ahora sino solo para denunciar las mentiras deliberadas y manipulaciones [103] que
realizan las grandes corporaciones en sus laboratorios industrializados
sometidos a la dictadura del máximo beneficio en el mínimo tiempo posible.
Citamos tres casos de los muchos existentes, uno
sobre las mentiras «científicas» que dañan la salud humana y agravan la crisis
socioecológica y la fractura del metabolismo socionatural:
Uno, «el llamado Contramovimiento por el Cambio
Climático suma unas 140 organizaciones en Estados Unidos, logrando redirigir la
discusión pública y la comprensión del público sobre el cambio climático. Para
ello reciben millones de dólares al año, un financiamiento que nunca ha sido
muy claro [...] reciben cerca de 900 millones de dólares al año -en gran parte
de sociedades conservadoras-, señala que el “dinero negro” -que bautiza así al
señalar que no es posible rastrear quién lo dona- ha crecido del 3,3% que
representaba en 2003 al 23,7%, en 2010» [104], obstinado en negar la
evidencia científica de la crisis socioecológica, y en legitimar el
desarrollismo. La económicamente interesada obstinación negacionista raya el
fanatismo y «ha alcanzado unos niveles de carácter casi religioso» [105].
Otro es especialmente descarado e insultante porque
se basa en el empleo manipulador de los difusos y limitados sentimientos
ecologistas para vender comida-basura [106]. Y el último incide en los
intereses irreconciliables entre la salud humana y el capitalismo porque la
industria burguesa de la salud es una de las que más beneficios producen al
capital mundial: «Que el sector farmacéutico es capitalismo puro lo indica que,
en la lista de las 500 mayores empresas del mundo, los beneficios de las 10
mayores farmacéuticas superan los de las otras 490 empresas de esa relación.» [107].
El capitalismo verde estaría anclado en dos
pilares: el mercado como medio de racionalización de los costos e inversiones
mediante la ley de la oferta y la demanda, y el reciclaje, la eficiencia
tecnológica, el uso de la ciencia para producir mercancías verdes. La
naturaleza es vista para esta corriente como «capital natural» que hay que
rentabilizar respetando lo más posible sus propias características [108].
Una vez que se ha puesto precio a la naturaleza [109]se hunde
definitivamente y para siempre cualquier viabilidad del reformismo ecologista
porque la vida no puede ser evaluada en precio alguno y menos si se utilizan
los parámetros mercantiles capitalistas. Absorbidos por el agujero negro de la
rentabilidad mercantil como criterio evaluador, el reformismo ecologista queda
condenado para siempre a buscar el «justo equilibrio de mercado entre calidad y
precio» de sus reivindicaciones.
Aunque algunos defensores del capitalismo verde
intentan endulzarlo hablando de «economía verde», la oportuna respuesta de
Silvia Ribeiro ha sido concluyente: en realidad es «economía fúnebre» [110].
J. Beinstein piensa exactamente lo mismo cuando analiza la depredación de la
naturaleza por el capitalismo:
Desde
el punto de vista de las relaciones entre el sistema económico y su base
material la depredación (en tanto que comportamiento central del sistema)
comenzó a desplazar a la reproducción. En realidad, el núcleo cultural
depredador existió desde el gran despegue histórico del capitalismo industrial
(hacia fines del siglo XVIII), principalmente en Inglaterra, y aún antes
durante el largo período precapitalista occidental. Marcó para siempre a los
sistemas tecnológicos y al desarrollo científico, empezando por su pilar energético
(carbón mineral primero, luego petróleo) y una amplia variedad de explotaciones
mineras de recursos naturales no renovables. Esa exacerbación depredadora es
uno de los rasgos distintivos de la civilización burguesa con respecto a las
civilizaciones anteriores; sin embargo, durante las etapas de juventud y
madurez del capitalismo la depredación estaba subordinada a la reproducción
ampliada del sistema [111].
J. Beinstein narra cómo se ha llegado al «techo
energético» que convergen con otros techos de recursos renovables que
disminuirán y encarecerán de las actividades mineras, que junto a la
explotación salvaje de los recursos naturales renovables hace que nos
encontremos ante «un escenario de agotamiento general de recursos renovables».
Unido a esto, la «fiesta financiera (que tuvo en su recorrido numerosos
accidentes) se convierte en techo financiero que bloquea el crecimiento» [112]. Frente a este panorama, el autor propone como única alternativa «el comunismo
del siglo XXI» cuyas características debieran ser: plural, radical,
democrático, revolucionario, libertario e insurgente [113].
Una de las muchas buenas aportaciones de J.
Beinstein en este libro es precisamente esta de plantear radicalmente la
necesidad del comunismo como única alternativa factible a la depredación
causada por la «economía fúnebre». Otros autores también han descrito con
extremo rigor la capacidad de autodestrucción del sistema, los límites de su
poder de recuperación energética, tecnológica, social, etc., y la necesidad de
rebelarse contra el capitalismo antes de que nos destruya como humanidad para,
así, sobrevivir él, pero no han llegado a ofrecer una alternativa precisa [114].
Y no faltan quienes desde una aparente radicalidad repleta de datos y cifras
útiles que siempre son bienvenidas, al final se limitan a repetir tópicos
reformistas sobre «gestionar la contradicción» [115] en vez de acabar
con ella, y gestionarla con medidas que rayan el idealismo voluntarista con sus
propuestas que nos remiten al socialismo utópico.
Al reivindicar el comunismo bajamos a la raíz del
problema: reunificar el metabolismo socionatural fracturado por la
mercantilización, por el valor de cambio: «En la sociedad futura que imaginó Marx desaparecería el valor
y los productos contarían exclusivamente por su valor de uso. Y el problema
ambiental es un asunto de productos naturales, de valores de uso» [116].
Reformismo ecologista
En 1843 Engels escribió en la obra con la que hemos
empezado este texto que «la contradicción se suprime sencillamente superándola» [117].
Insistió en este principio de la dialéctica porque era uno de los grandes
abismos insondables que separaban a la izquierda revolucionaria del reformismo:
más de 170 años después sigue siendo así como hemos comprobado al leer lo de
«gestionar la contradicción» en vez de superarla. Si en las condiciones
europeas la gestión de la crisis puede camuflarse de alguna forma bajo los
restos del mal llamado «Estado del bienestar» (sic) ello ya es imposible en
amplias regiones del planeta. La situación general de América Latina y el
Caribe así lo confirma.
Siendo cierto que, como demuestra B. McKibben [118],
entre otras muchas investigaciones, el cambio climático es demoledor,
insistimos en que la crisis socioecológica multiplica esos desastres y muy en
especial cuando tal crisis interactúa cada vez más con la militarización
estructural [119] a la que nos hemos referido arriba. Además,
mientras aumenta el empobrecimiento de las masas, la burguesía aumenta su
despilfarro, los gastos suntuarios e insultantemente lujosos [120], en una
muestra más de la fractura socioecológica.
La trágica situación salvadoreña acerca del control
imperialista de las semillas [121] se debe extender a toda Nuestra
América y ya casi al planeta entero puesto quela naturaleza imperialista de la
transnacional Monsanto es incuestionable [122]. Atención especial merece
el extractivismo: «La principal crítica de los ecologistas se funda en la
orientación económica de esos gobiernos, llamada por ellos “extractivista”, es
decir, de promover un desarrollo clásico, basado en la idea capitalista del
progreso y del crecimiento económico, que ya se ha revelado totalmente ineficaz
para salir del sub-desarrollo y, más grave aún, terriblemente nociva para la
naturaleza» [123]. El acaparamiento de tierras debe inscribirse en la
estrategia del capital mundial para someter a las naciones de América Latina,
como explica C. Kay:
Estos nuevos capitales que acaparan tierras,
extensiones de 100 mil hectáreas, y algunas llegando hasta a un millón de
hectáreas, son cantidades de tierras inimaginables históricamente, van mucho
más allá del antiguo latifundio. La diferencia es que son capitales no
exclusivamente agrarios, sino que muchos de estos nuevos inversionistas vienen
de la agroindustria, de la industria forestal, de la industria del
procesamiento de la caña de azúcar, de la palma africana. O incluso, en el caso
de capitales extranjeros, de capitales mineros o financieros; y capital
comercial, incluso hay supermercados que invierten. Entonces, ya no es
solamente un capital agrario, sino un capital que se origina de varias fuentes,
que controla la cadena productiva. Es como toda una cadena de valor que está totalmente
integrada y controlada por ese capital corporativo, que tiene tremendo poder,
porque conoce el mercado internacional, tiene acceso a las últimas técnicas
productivas, tiene la capacidad de financiar maquinaria, cosechadoras e
industrias procesadoras [124].
Debemos partir de l impresionante poder de las
grandes corporaciones que dominan la agroindustria mundial: tres empresas
controlan más de la mitad (53 por ciento) del mercado mundial de semillas. Se
trata de Monsanto (26 por ciento), DuPont Pioneer (18,2) y Syngenta (9,2).
Entre las tres facturan 18.000 millones de dólares anuales. Entre el cuarto y
décimo lugar aparecen la compañía Vilmorin (del francés Grupo Limagrain),
WinField, la alemana KWS, Bayer Cropscience, Dow AgroSciences y las japonesas
Sakata y Takii. Tres empresas controlan el 53 por ciento del mercado mundial de
semillas, seis compañías de plaguicidas dominan el 76 por ciento del sector y
diez corporaciones se hacen del 41 por ciento del mercado de fertilizantes. Con
nombres propios y cifras de ganancias, un informe internacional arroja datos
duros sobre las multinacionales del agro [125].
Además, solo 32 países son responsables de casi el
80% de las emisiones de gases de efecto invernadero lo que, según proyectos en
estudio, deberían reducir sus emisiones para 2050 entre el 80 & y el 90%
respecto a 1990, según se pretende decidir en la cumbre de París [126].
Por otra parte, la demanda de recursos supera en un 20% la capacidad del
planeta en los últimos sesenta años al menos el 40% de los conflictos internos
mantienen relación con la explotación de los recursos naturales. Por un lado,
porque se consideran de alto valor: madera, diamantes, oro o petróleo; pero
también por considerarse escasos, como la tierra fértil y el agua. «Cuando se trata
de conflictos relativos a los recursos naturales, se duplica el riesgo de
recaer en el conflicto», agrega Naciones Unidas.
En los últimos años, países como China, India,
Japón, Corea del Sur o Arabia Saudí, entre otros, han adquirido en África, en
los últimos años, 67 millones de hectáreas de tierra. Las emisiones mundiales
de efecto invernadero generadas por la actividad humana han ido en aumento
desde la época preindustrial, con un incremento del 70% entre 1970 y 2004. Este
incremento tiene su origen, sobre todo, en el suministro de energía, el
transporte y la industria [127].
Tanta concentración de capital y de poder en tan pocas
manos solo puede sostenerse gracias a una compleja dinámica de coerción y
consenso, obediencia sumisa y alienación, miedo y egoísmo en la adoración del
fetiche de la mercancía, todo ello con dosis de sado-masoquismo y narcisismo,
además de a la utilización de un lenguaje superficial e ideológicamente
burgués, como veremos. Con respecto a la fractura del metabolismo socionatural
ocurre que «en opinión del Tribunal se mostraron numerosas evidencias y pruebas
sobre la relación de connivencia que existe entre las empresas, los gobiernos e
incluso las Naciones Unidas, que están provocando, con su falta de acción o con
sus acciones, el cambio climático que afecta tan negativamente a la naturaleza
y a la vida de los seres humanos» [128].
Pero a un nivel más profundo y oculto, la CIA lleva
años preocupándose por la manipulación del clima para emplearlo como arma
contra los pueblos rebeldes [129], utilizándose ya durante la guerra
contra Vietnam, y desde 1996, como mínimo, existe un informe público de las
Fuerzas Aéreas yanquis sobre la manipulación climática.
Además del cambio climático, la crisis hídrica,
alimentaria y sanitaria, el capitalismo se enfrenta a la dramática disminución
de otros recursos como el agotamiento de las reservas de minerales estratégicos,
de las «tierras raras», nombre dado a un conjunto de quince lantánidos
(lantano, cerio, praseodimio, neodimio, prometeo, samario), o «tierras raras
livianas». Las «tierras raras pesadas» son europio, gadolinio, terbio,
disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio y lutecio. El escandio y el itrio
también son consideradas «tierras raras». Estas «tierras raras» son
imprescindibles para cualquier desarrollo tecnológico, son por tanto vitales, y
por ello causa de guerras:
El cerio y el erbio participan de la composición de
aleaciones metálicas especiales; el neodimio, holmio y disprosio son necesarios
en ciertos tipos de cristales de láser; el samario es un componente esencial de
los imanes permanentes más intensos que se conocen y que han abierto el camino
para la creación de nuevos motores eléctricos; el iterbio y el terbio tienen
propiedades magnéticas que se aprovechan en la fabricación de burbujas
magnéticas y dispositivos ópticos-magnéticos que sirven para el almacenaje de
datos en las computadoras; y el europio y el itrio excitan al fósforo rojo en
las pantallas a color. Otras aplicaciones tienen que ver con fenómenos
catalíticos en la refinación del petróleo, elaboración de cerámicas
superconductoras, fibras ópticas, refrigeración y almacenaje de energía, vidrios
de alto índice, polvos de pulido en óptica, baterías nucleares, captura de
neutrones, tubos de rayos X, comunicación por microondas, tubos de haz
electrónico, equipos de imágenes en medicina, entre otros usos relevantes de
las tecnologías modernas [130].
A la tremenda escasez de tierras raras hay que
sumar el agotamiento de las reservas minerales estratégicas «normales» todavía
existentes:
El posible fin mineral del planeta Tierra
constituye una relativa novedad científica internacional de alarmantes
consecuencias. Antes de enfrentar una crisis energética, la humanidad
enfrentará una crisis de escasez generalizada de minerales. En pocas décadas,
nuestra civilización habrá consumido los combustibles fósiles y dispersado los
mejores materiales por el planeta sin posibilidad real de recuperación. El
colapso sistémico es cada vez más evidente, a menos que se gestione de forma
radicalmente distinta el recurso mineral. El proceso de reciclaje podrá
posponer el pico pero no lo evitará. De los 57 minerales existentes, 11 (casi
el 20%) ya llegaron a su máxima extracción: mercurio (1962), telurio (1984),
plomo (1986), cadmio (1989), potasio (1989), fosfato (1989), talio (1995),
selenio (1994), zirconio (1994), renio (1998) y galio (2002). Y más de la mitad
de los minerales llegarán a su punto máximo de extracción en los próximos
treinta años [131].
Acabamos de decir que además de algunos
instrumentos de sojuzgamiento físico y mental brevemente expuestos, también el
lenguaje común invisibiliza la realidad de la lucha de clases, del imperialismo
ecológico, de la ley de la acumulación de capital, etc.: a lo sumo que se llega
es a reconocer la «huella empresarial en el clima» [132] como quien
rastrea algo desconocido y encuentra «huellas» que pueden sugerirle una solución
parcial pero nunca definitiva: ¿a qué sistema de producción pertenecen los
«empresarios»? ¿Qué intereses defienden y quienes son los y las más golpeadas
por sus decisiones?
No solo se echa la culpa al «ser humano» [133] en
el desencadenamiento de la sexta extinción de la vida en el planeta, a la
sociedad y al antropocentrismo, en vez de al sistema capitalista, sino que la
responsabilidad del exterminio de muchas especies y del peligro de extinción de
otras 22.400 especies a la «gula humana» [134]. El Quinto Informe
de Evaluación del IPCC, o calentamiento climático, muestra que este
golpea y golpeará todavía más fuertemente a la mayoría de la humanidad, la
empobrecida, que sufrirá más que la minoría enriquecida; además estos cambios
están al borde de ser irreversibles, pero el informe insiste en su «origen
antropocéntrico» [135].
Masivamente, se acusa a los «seres humanos» y no al
capitalismo del cambio climático, y aunque alguna vez se haga una crítica
rigurosa de la responsabilidad de las grandes corporaciones y de los partidos conservadores
y derechistas en la crisis ambiental, sin embargo en ningún momento se
profundiza en la denuncia específica del sistema capitalista [136]. No
hace falta decir que esta licuación del rigor intelectual también afecta a la
política, etc. Es la industria político-mediática la que fabrica y actualiza
una forma ignorante y lábil de hablar sin conceptos radicales, científicos,
divulgando unas ideas y marginando otras. En su respuesta a García Linera, A.
Teiltebaum sostiene que
En
los medios culturales, ideológicos, políticos y científicos, se produce una
especie de selección o jerarquización -entre espontánea y provocada- del
prestigio o renombre de determinadas personas, donde ocupan casi siempre los
primeros puestos los que (dicho de manera muy esquemática) tienen en común
algunas de las siguientes ideas: no cuestionar la propiedad privada de los
medios de producción y de cambio; atribuir al mercado capitalista la cualidad
de inherente a la sociedad humana; no cuestionar el sistema político-social elitista
existente (la llamada «democracia occidental» o «democracia representativa») y
el rechazo (expreso o no) del materialismo histórico y dialéctico como método
de investigación en las ciencias sociales y en las ciencias llamadas «duras» [137].
La charlatanería que se produce en esta industria
es diariamente emitida en televisiones y radios. Muy oportunamente J. P.
Garnier creó la expresión «voluntad de no saber», de negarse conscientemente a
conocer la realidad insoportable: «La voluntad de no saber […] “capitalismo”,
“imperialismo”, “explotación”, “dominación”, “desposesión”, “opresión”,
“alienación”… Estas palabras, antaño elevadas al rango de conceptos y
vinculadas a la existencia de una “guerra civil larvada”, no tiene cabida en
una “democracia pacificada”. Consideradas casi como palabrotas, han sido
suprimidas del vocabulario que se emplea tanto en los tribunales como en las
redacciones, en los anfiteatros universitarios o los platós de televisión» [138].
A lo anterior hay sumar que el papel de la industria
universitaria como fábrica de ignorancia funcional, de conculcación de una
forma de interpretar la realidad que desconoce absolutamente los rudimentos de
la dialéctica. D. Harvey sostiene que:
Una de las cosas curiosas de nuestros sistemas
educativos, señalaré de paso, es que cuanto más formado está uno en determinada
disciplina, menos probable es que se haya acostumbrado al método dialéctico. De
hecho, los niños son muy dialécticos; lo ven todo el movimiento, en
contradicción y transformación. Tenemos que ejercer un inmenso esfuerzo para
arrebatarles esa capacidad y que dejen de ser buenos dialécticos. Marx quería
recuperar la capacidad intuitiva del método dialéctico y ponerla en
funcionamiento para entender que todo está en proceso de cambio, todo está en
movimiento. No habla simplemente de trabajo; habla de proceso de
trabajo. El capital no es una cosa, sino más bien un proceso que solo existe en
movimiento. Cuando la circulación se detiene, el valor desaparece y todo el
sistema se viene abajo [139].
Exactamente lo mismo pero con otras palabras viene
a decir Gonzalo Pontón basándose en su muy dilatada experiencia como editor e
intelectual. Tras afirmar que de la universidad sale gente muy analfabeta [140] no
duda en poner el dedo en la llama de la ignorancia de los economistas –y de
todos los «científicos sociales» en general-, y hablando sobre las lecturas y
preparación teórica de los economistas antes y durante la actual crisis,
capacitándose así para prevenirla y superarla, afirma sin tapujos que: «los
estudiantes y los profesores de economía son los más analfabetos [...] ellos no
nos pueden explicar lo que ha sucedido porque teóricamente tenían que haber
sabido lo que iba a suceder».
La licuación del rigor conceptual e intelectual es
tanto más grave cuanto que la gente alienada generalmente interpreta su
malvivir bajo la presión compulsiva del deseo consumista [141], por
lo que se hace urgente su crítica teórica y práctica:
La nacionalización de los grandes monopolios de
producción capitalista, bajo control de los trabajadores, sindicatos,
organizaciones populares, democráticos, elegidos por la sociedad deben ser un
eje fundamental para la construcción de un proyecto socialista, como también
para la superación de los problemas del consumismo irracional y dañino en la
sociedad. Con esto, se logrará controlar activamente la producción y el
consumo, cómo administrar la producción para producir productos útiles, sanos
al consumo y duraderos. Para ello, necesitará ser parte por lo menos de la
discusión social, planificada de la producción y deberá influir con su voto,
como desde su decisión y criterio en el desarrollo de la producción [142].
La lucha contra el consumismo va mucho más allá que
las siempre necesarias reivindicaciones de «otra forma de consumo» que, empero,
se limitan a la superficie del problema, o dicho más exactamente: se limitan a
la esfera de la circulación de las mercancías que van a ser consumidas pero no
al decisivo nivel interno de su producción. Es aquí, en la producción capitalista,
en donde hay que intervenir decididamente contra, por ejemplo, la obsolescencia
programada.
Desde la óptica marxista [143] es la
clase trabajadora la primera interesada en producir bienes de «obsolescencia
indefinida», de calidad y uso múltiple, mientras que es el capital quien
necesita productos de muy poca duración. Fue a raíz de la crisis de 1929 cuando
la burguesía comenzó a pensar en reducir el tiempo de uso de las mercancías y a
partir de 1950 la obsolescencia programada y la psicotecnia del marketing
publicitario [144] irrumpieron definitivamente reforzando «la
explotación a través del consumo» [145]. Una vez en el interior de las
contradicciones sociales, que surgen en el nivel de la producción, vemos que
cambiar las formas de consumo exige cambiar las de su producción, lo que nos
enfrenta directamente a la burguesía y a su propiedad privada.
Pero la Ecología Política tiende a evitar en lo
posible el empleo de conceptos «cargados políticamente» como los arriba
empleados. En un breve artículo F. Marcellesi hace malabarismos verbales para
responder negativamente a la pregunta que él mismo plantea sobre si la Ecología
Política es de izquierdas: viene a decir que rechaza el colectivismo de la
izquierda y el liberalismo de la derecha porque la Ecología Política es una
especie de «tercera vía» [146] entre ambos extremos. H. Daly, otro de
los ideólogos fundamentales de esta corriente reformista, sustituye el concepto
de «capitalismo» por el de «economía humana» y «si alguna vez menciona el
capitalismo o los capitalistas es en referencia a las premisas que se utilizan
en la economía ortodoxa del crecimiento» [147].
Sin duda ello es debido tanto a su opción política
ya nombrada como a su origen ideológico que se remonta a las nociones
económicas de la rama neoclásica convencional que, a su vez, se apoya en el
gigantesco aparato estatal académico, empresarial y mediático del
neoliberalismo dominante. Todo ello hace que la Ecología Política no contemple
la lucha de clase como fuerza estructurante y que la propiedad privada sea
aceptada como garantía para controlar los abusos que pueden cometerse si es
colectiva: «el propietario privado tendrá que asumir los costos de la
sobreproducción, que los acomparará con sus ingresos, mientras que, en régimen
abierto, los usuarios tenderán al despilfarro por que no están supeditados a
calcular los costos y los ingresos» [148].
Si bien esta corriente pretende estudiar las
relaciones económicas con la naturaleza, como también lo hace el marxismo, sin
embargo, cree que puede lograrse en el marco de la racionalidad burguesa,
«mientras que Marx pensó
que el prerrequisito para una teoría basada en el valor de uso era cambiar la
racionalidad, el sistema económico y social» [149].
M. Alier sostiene que la Ecología Política no quiere
resolver los conflictos que causa la crisis socioecológica, y los que misma
causa a su vez, sino que busca «solucionar problemas» como la pérdida de
biodiversidad y otros [150]recurriendo exclusivamente al pacifismo
gandhiano de resistencia cívica; como ejemplo de las limitaciones de la
Ecología Política según la versión de M. Alier tenemos que en ninguna parte de
su texto hace referencia a la lógica capitalista en profundidad aunque cita la
definición que hizo W. K. Kapp según la cual el capitalismo «es un sistema de
costos sociales no pagados».
Según J. Iglesias: «En los argumentos de Alier que
defienden la eficiencia de la propiedad privada sobre la propiedad pública
-véase El ecologismo de los pobres: India. México y Perú, de
J. Martínez Alier-, nos parece encontrar de manera encubierta, un acatamiento
al mandamiento único del capitalismo: no atentarás contra la propiedad
privada» [151].
Desde luego, el que cumple ese mandamiento y
respeta la propiedad burguesa en su sentido fuerte y real es F. Marcellesi.
Vayamos por partes y cronológicamente. F. Marcellesi [152] propone
diez medidas para combatir la crisis socioecológica: empieza definiéndola con
tres características: crisis de modelo, de escasez y de ética de una sociedad basada
en el productivismo desde 1945 y en el neoliberalismo desde finales de los años
70. Por lo que se lee aquí, parece que el productivismo no existía antes de esa
fecha y la pregunta es ¿existía entonces el capitalismo?
Para resolver esta triple crisis, la Ecología
Política propone: 1) establecer los límites de los recursos; 2) construir una
macroeconomía ecológica; 3) relocalizar la economía; 4) establecer un «New
Deal verde»; 5) hacer un uso masivo de la jornada laboral y del
reparto del trabajo; 6) (re)distribuir la riqueza a través de una renta máxima,
una renta básica de ciudadanía y una fiscalidad sobre los capitales y los
recursos naturales; 7) Convertir la «banca ética» en norma para el sector
financiero; 8) desmantelar la lógica social del consumismo; 9) reestructurar
nuestras ciudades y territorios; y 10) poner en marcha una democracia
participativa.
Muchas de estas propuestas entran dentro de lo que
M. Husson llama «verdear» el capitalismo, por las que hay que luchar pero desde
y para una estrategia revolucionaria orientada al desarrollo del socialismo
ecológico antiimperialista, estrategia ausente en la Ecología Política. Es muy
significativo el punto 4 sobre el «New Deal verde» porque el New
Deal pudo aplicarse gracias, entre otras cosas, tanto a las
sobreganancias obtenidas por el saqueo imperialista externo como a la represión
interna de la izquierda popular, obrera, sindical y política [153]. Es
importante este punto 4 porque los otros nueve nos remiten directa o
indirectamente al Estado: ¿cómo forzar al «sector financiero» que se suicide
funcionando con las normas de la supuesta «banca ética»? Preguntas idénticas
debemos hacer a las restantes propuestas, y con respecto a la 4 la pregunta es:
¿acepta como modelo de Estado el que existía en Estados Unidos entre 1929-1941?
Un intento de respuesta lo encontramos en otro texto inmediatamente posterior.
Preguntándose por cómo transformar al Estado [154] para
adaptarlo a las necesidades de la Ecología Política, Marcellesi propone tres
puntos: Una descomplejificación del Estado, es decir una menor necesidad de
recursos energéticos para alimentar sus estructuras y que s sean capaces de
adaptarse a la nueva realidad socio-ecológica. Su descentralización, que
permita un “circuito corto de producción-consumo” de servicios públicos así
como un acercamiento de las decisiones democráticas a nivel local. Y Una
desestatalización: de la mano de la desmercantilización, es una devolución de
poder a las comunidades y un refuerzo de la democracia desde abajo (barrio,
municipio, comarca, etcétera).
Nada de lo propuesto es radicalmente nuevo. En su
vaporosa abstracción sociohistórica y vaciedad conceptual pueden incluso
referenciarse a las tesis de Marx y Engels sobre las lecciones de la Comuna de
París de 1871 y a los estudios de Lenin sobre el Estado: los tres insisten en
Estados y gobiernos baratos, descentralizados y sujetos a los consejos, soviets
y comunas.
Marcellesi reconoce que la burguesía puede terminar
recurriendo a su violencia para seguir poseyendo su Estado, pero admitiendo
esta posibilidad o probabilidad no planea medidas preventivas sino que «p ara
que la transición sea cuanto más ordenada y pacífica posible, es necesario
pensar por tanto la institucionalización y generalización de las prácticas e
iniciativas llevadas desde abajo», pero en ningún momento plantea la
destrucción del Estado burgués y la construcción de otro, el Estado obrero.
Concluye así su artículo: «En este contexto, la cuestión del Estado —su
realidad y su potencial tanto de resistencia como de cambio— es clave de cara
al futuro y hace falta desarrollar un discurso y una práctica que tengan en
cuenta su papel en la transición hacia una sociedad equitativa y ecológica».
Muy posiblemente, M. Lebowitz incluiría a
Marcellesi en el grupo de los «fantaseadores modernos». Lebowitz estudia la
transición del Estado capitalista al Estado socialista, analizando las grandes
dificultades del pueblo para lograrlo, entre ellas destaca que el viejo Estado
burgués funciona como un todo coherente capaz de tener una visión global de la
marcha de la crisis, cosa mucho más difícil para el pueblo oprimido en su
avance:
Por
el contrario, el viejo Estado es capaz de ver el cuadro como un todo desde el
primer momento. Cuando hay revolucionarios en el gobierno del viejo Estado, es
posible hacer frente no solo a capitales individuales sino también al poder del
capital como un todo. Esto es esencial, ya que el proceso de la subordinación
del capital requiere que la clase obrera le arrebate al capital el poder del
Estado existente (y por lo tanto elimine su acceso a las fuerzas militares del
Estado). Esta es la fuerza del viejo Estado: está situado para identificar los
«cuellos de botella» críticos y lugares que requieren una concentración de
fuerzas (incluyendo para defender el proceso militarmente de los enemigos
externos e internos). ¿Podemos imaginar la construcción de una nueva sociedad sin arrebatar el poder existente
a aquellos que lo poseen en la sociedad anterior? A diferencia de los
fantaseadores modernos, Marx comprendía que «la transferencia de las fuerzas
organizadas de la sociedad, o sea, del poder estatal, de los capitalistas y los
terratenientes a los productores» es necesaria; comprendía que no se puede
cambiar el mundo sin tomar el poder [155].
Lebowitz parte del principio de que las fuerzas
revolucionarias han llegado al gobierno del viejo Estado y que lo utilizan en
la medida de sus posibilidades, de que esas fuerzas se han formado mediante la
militancia colectiva e individual simultánea [156], y que hay grandes
principios que dirigen y rigen el proceso liberador: la propiedad
social de los medios de producción; la producción organizada por trabajadores;
la satisfacción de las necesidades y los procesos comunales [157]. Nada de esto aparece
en la Ecología Política ni en F. Marcellesi. Por el contrario, respondiendo a
preguntas de María Cappa, opina que:
Primero
hay que cambiar individualmente, si no difícilmente vas a ser coherente contigo
mismo y exigirle a nadie que cambie nada. Pero solamente esto no es suficiente.
También hace falta un cambio colectivo, que pasa por recuperar y ejercer el
poder que está en nuestras manos. Esto se puede lograr a través de cooperativas
como MásPúblico en
información, como Som Energia en
cuanto a energía, como SostreCívic en
vivienda… O sea, hay que juntarse con otras personas y ejercer nuestro poder de
forma colectiva. [...] la ecología política es autónoma, no se puede reducir a
la socialdemocracia, al comunismo o a ninguna otra ideología. La ecología
política es una ideología independiente. Una vez dicho esto, también hay que
reconocer que tenemos una lucha común con otros movimientos. Cuando hablamos de
justicia social hay que saber reconocer que existen bastantes similitudes con
las ideologías más asociadas a la izquierda y que pasan por defender a los más
pobres. Y, justamente, reconociendo los nexos que podemos tener con los demás
es como se puede construir, a largo plazo, la mayoría social, que es
fundamental.
¿Y qué es la ecología política? Por hacer una
definición breve, diría que es aquella que propone justicia social y ambiental
en el norte y en el sur para las generaciones presentes y futuras y de forma
armónica con la naturaleza [158].
Las diferencias entre marxismo y ecologismo
político aparecen aquí nítidamente expuestas, pero vuelven a confirmarse
leyendo algunas opiniones de N. Klein [159], que quiere movilizar a
amplias capas sociales en loables y necesarias movilizaciones democráticas,
anti-consumistas, de ahorro y racionalización energética, de reciclaje, etc.,
pero que en ningún momento plantea ir a la raíz del problema: la lógica
capitalista, la propiedad burguesa y el Estado imperialista. Su reformismo
ecologista llega incluso a jugar con el concepto de «eco-revolución» [160] pero
después de haberlo vaciado de su radicalidad comunista.
Una propuesta mucho más coherente que la de N.
Klein es la de J. Coronado: tras demostrar que el causante del calentamiento
climático es el capitalismo, sus incontrolables flujos financieros
astronómicos, las prácticas especulativas ilegales que eluden todos los
controles de los pueblos saqueados, etc., propone «una nueva Arquitectura
Financiera Global y Gobernanza Global, que ponga el acento en las personas y no
en los negocios, que ponga el acento en la complementariedad y no en la
competitividad, que ponga el acento en la igualdad y no en la desigualdad, y
que establezca que hay responsabilidades compartidas, pero obligaciones mayores
de acuerdo a la mayor responsabilidad de quienes más contaminan y depredan el
planeta» [161].
El limitado espacio disponible imposibilita al
autor extenderse en los medios, tácticas y alianzas internacionales necesarias
para llegar a ese objetivo, aunque se echa en falta siquiera una reflexión
sobre los objetivos últimos a lograr: ¿hay que luchar por la propiedad
socialista o debemos limitarnos a que el decrecimiento, el capitalismo verde y
la Ecología Política convenzan al imperialismo que se autodisuelva voluntaria y
pacíficamente?
Concluimos con estas palabras de F. Jameson:
La
originalidad paradójica –e incluso podríamos decir dialéctica- del análisis de
Marx radica en el hecho de que en El
Capital el «sistema» se caracteriza por una unidad de los opuestos,
y entonces es el sistema abierto del capitalismo el que resulta ser cerrado. En
otras palabras, lo abierto del capitalismo es su dinámica de expansión (de
acumulación, de apropiación, de imperialismo), pero a su vez esta dinámica es
fatídica y necesaria: el sistema no puede no expandirse; si permanece estable,
se estanca y muere; debe continuar absorbiéndolo todo a medida que a medida que
avanza, interiorizar todo lo que hasta entonces era exterior a él. Así,
mediante un quiasmo que ha devenido dialéctico, todo lo que era malo en la
calificación de lo cerrado se ha transferido a lo abierto sin que
necesariamente haya ocurrido lo mismo a la inversa. El capitalismo es entonces
eso que a veces se denomina «máquina infernal», un movimiento perpetuo o
milagro innatural cuyas fortalezas resultan de su parte más intolerable [162].
Y por fin:
Pero
la fuerza y el logro construccional de El Capital consisten precisamente en evidenciar que las
«injusticias y desigualdades» forman parte estructural de este sistema total,
con lo cual nunca pueden ser reformadas en un sistema en el que lo económico y
lo político se han fusionado, las tácticas tales como las que se implementan en
la regulación gubernamental son meras construcciones verbales y retóricas
ideológica, puesto que por definición su función y propósito consiste en ayudar
a que el sistema funcione mejor. El argumento en favor de la regulación es un
argumento en favor del control más eficiente del sistema económico, con el
objeto de prevenir o evitar su colapso. Tal como lo anunció hace mucho tiempo
Stanley Aranowitz, la vocación de la socialdemocracia, como opuesta a una
diversidad de partidos facciosos, consiste en tener siempre presentes los
intereses totales del capitalismo y mantener su funcionamiento general [163].
Notas
[1] R. Vega Cantor: «El imperialismo
ecológico», Herramienta, nº 31, marzo de 2006, pp. 71-99.
[2] 2 J. Beinstein:
Convergencias.
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[3] 3 F. Engels: Contribución a la
crítica del proyecto del programa socialdemócrata de 1891, Obras escogidas,
Progreso, 1978, tomo III, p. 453.
[6] F. Engels, « Esbozo
de crítica de la economía política», Los anales franco-alemanes,
Martínez-Roca, Barcelona 1973, p. 131.
[7] F. Engels, «Esbozo de crítica de la
economía política», idem, p. 132.
[8] F. Engels, «Esbozo de crítica de la
economía política», idem, p. 137.
[9] F. Engels, «Esbozo de crítica de la
economía política», idem, pp. 138-139.
[10] K. Marx. El Capital, FCE,
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[11] I. Sáenz de Ugarte:
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[12] J. Iglesias Fernández: El final
está cerca, pero el comienzo también. Desde el marxismo, reflexiones para la
recuperación del ecologismo. Para escudriñados y Baladre, Cochabamba,
Bolivia, 2014, pp. 37-45.
[13] A. Woods y T. Grand: Razón y
revolución. Filosofía marxista y ciencia moderna. Fundación F. Engels,
Madrid, Madrid 1995, p. 440.
[14] J. Iglesias Fernández: El final
está cerca, pero el comienzo también. Desde el marxismo, reflexiones para la
recuperación del ecologismo. Para escudriñados y Baladre, Cochabamba,
Bolivia, 2014, pp. 109-116.
[15] F. Engels, La situación de la
clase obrera en Inglaterra, OME, Crítica, Barcelona 1978, pp. 490-507.
[16] K. Marx: El Capital, FCE,
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[17] K. Marx: El Capital, FCE,
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[18] K. Marx: El Capital, FCE,
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[19] D. Harvey: Diecisiete
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