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Karl Marx ✆ René Botti
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Martín Cortés
“El físico observa los procesos de la
naturaleza donde se presentan en la forma más precisa y menos velada por
influencias perturbadoras, o, cuando es posible, efectúa experimentos en
condiciones que garantizan el desarrollo puro del proceso. Lo que pretendo
indagar en esta obra es el modo de producción capitalista y sus correspondientes
relaciones de producción y de circulación. Hasta ahora su sede clásica es
Inglaterra. Esta es la causa de que este país sirva de principal ilustración a mi
exposición teórica. No obstante, si el lector alemán se encogiese
farisaicamente de hombros con respecto a la situación de los obreros
industriales y agrícolas de Inglaterra, o se tranquilizase, optimista, pensando
que aún no están tan mal las cosas en Alemania, me vería entonces obligado a
gritarle: De te fabula narratur! En realidad no se trata aquí del grado mayor o
menor de desarrollo de los antagonismos sociales nacidos de las leyes naturales
de la producción capitalista, sino de las leyes mismas, de las tendencias que
actúan y se imponen con férrea necesidad. El país industrialmente más
desarrollado no hace sino mostrar al menos desarrollado la imagen de su propio
futuro” (Marx, 2007: 16-17).
Acerca del “marxismo”
Esta cita, presente en el prólogo de Marx a la primera
edición de El Capital, podría considerarse una síntesis perfecta de un modo de
leer la obra de este autor. El paralelismo entre su trabajo y el de un físico
que observa “los procesos de la naturaleza”, la noción de “leyes naturales”, la
“férrea necesidad”, la expresión latina por la cual se sugiere que el país menos
desarrollado ve su futuro en el más desarrollado: no es descabellado leer en
esta enumeración de Marx una mirada fatalista de la historia que presagia una
condena indiferenciada al advenimiento de un capitalismo arrollador y sin
matices internos. Este texto, del año 1867, podría ponerse en serie con un
conjunto de enunciados de Marx (más aun de Engels) en virtud de los cuales las
naciones periféricas ven su futuro y su potencial emancipación atada a algo que
sucede más allá de sus fronteras.
Lo que aquí se vislumbra como un modo de concebir la
historia, entraña también una forma de entender la nación y las clases sociales.
Supeditadas a una férrea teoría del progreso, éstas aparecen obligadamente como
un proceso que alcanza su cénit en el capitalismo desarrollado. Esto que
permite incluir a Marx en las llamadas “filosofías
de la historia” que los siglos pasados nos han legado puede encontrarse en
otros conocidos fragmentos de su obra. El caso más saliente posiblemente sea el
de su trabajo como corresponsal del New
York Daily Tribune, donde aparecen sus célebres escritos sobre la India,
referidos a las consecuencias de la dominación del Imperio Británico. Es allí
donde aparece más marcada una veta del pensamiento de Marx que, si no podemos
llamar positivista, sí estamos en condiciones de hablar de una lectura
demasiado acrítica del concepto hegeliano de “pueblos sin historia”. En dos artículos sucesivos, la India y su
vieja organización social son sacrificadas al dinamismo de la dominación
colonial de Inglaterra, en tanto Nación histórica, “instrumento inconsciente de
la historia”, que las llevará hacia un estado civilizado. Si bien Marx no
ignora la masacre que esto implica, parece no poder resolver esa tensión, acercándose
a la aceptación de la misma por los frutos que brinda en términos de modernización
–disolución de “esas pequeñas comunidades semi-bárbaras y semicivilizadas”- y,
luego, posibilidad de emancipación (en Marx y Engels, 1973) 2.
Unos años antes, en 1847, una reflexión a propósito de la
situación polaca dejaba bien claro el sentido general de la relación entre
clases, naciones y progreso:
[…] de entre todos los
países, Inglaterra es aquel donde el antagonismo entre proletariado y burguesía
está más desarrollado. Por tanto, la victoria de los proletarios ingleses sobre
la burguesía inglesa será decisiva para la victoria de todos los oprimidos
sobre sus opresores. Éste es el motivo por el cual la lucha de emancipación
polaca no se resolverá en Polonia, sino en Inglaterra (Marx y Engels,
citado en Levrero, 1979: 16).
Una lectura demasiado asentada en estos fragmentos de la
obra de Marx nos devuelve, como decíamos antes, una filosofía de la historia,
entendiendo por ello un entramado teórico con dos características centrales:
por un lado, la existencia de un sentido,
esto es, una dirección ascendente que discurre de menor a mayor (en este caso,
de menor a mayor desarrollo). Por otra parte, implica también la existencia de
un centro que anima dicho despliegue: en este caso, es a partir del creciente
desarrollo de las fuerzas productivas que se suceden las contradicciones
estructurales que van dando lugar al discurrir del proceso histórico. Si el progreso
gobierna la posibilidad de emancipación, se constituye una concepción unilineal
del desarrollo, de lo cual se derivan dos consecuencias políticas importantes
ligadas con el espacio y el sujeto de la transformación social: será el
proletariado de las naciones más desarrolladas el que cuente con el privilegio
teórico para llevar adelante la misión histórica de la revolución.
Evidentemente, numerosas razones históricas han permitido
que esta interpretación de la obra de Marx perviva y resulte hegemónica durante
más de un siglo. Su punto de partida podría colocarse en la consolidación del
“marxismo” a manos del poderoso Partido Socialdemócrata alemán, poco después de
la muerte del autor de El Capital.
Demasiado parecida a las filosofías positivistas de la época, esta doctrina
desarrollada bajo la palabra autorizada de Engels hacía de la relación
originaria entre la teoría de Marx y el movimiento obrero europeo occidental
una verdad teórica que operaba como espejo y modelo a seguir. De ese modo, esta
relación se “mitifica”: universaliza un supuesto camino a la revolución y opaca
otros: el desarrollo económico y, con él, la centralidad de la clase obrera
europea constituyen el espejo frente al cual deben mirarse todos los
socialismos del mundo, postergando sus dilemas específicos 3.
Debemos a Maximilien Rubel un gran trabajo de “marxología”
que insiste en mostrar el exceso de tensiones –y, por ello, de riqueza- de la
obra de Marx respecto del “marxismo”. Rubel sitúa muy especialmente el problema
en la distinción entre Marx y Engels, ya que el segundo mostraba una tendencia
mucho más marcada a reducir la teoría de su compañero a una filosofía de la
historia basada en el progreso. Y sería Engels, en este sentido, el auténtico “fundador”
del marxismo:
“Chargé d’être le
gardien et le continuateur d’une théorie à l’ebaoration de laquelle il avouait
n’avoir contribué que pour une modeste part, et persuadé de réparer un tort en
glorifiant un nom, Engels a encouru le risque de favoriser la genèse d’une superstition
dont il ne pouvait mesurer les conséquences nefastes (Rubel, 1974: 21)4 [“Encargado
de ser el guardián y continuador de una obra a la cual él mismo reconocía no
haber contribuido sino en una modesta parte, y persuadido de reparar el daño
glorificando el nombre de Marx, Engels incurrió en el riesgo de favorecer la génesis
de una superstición, de la cual no podía suponer sus nefastas consecuencias”,
traducción nuestra].
En un sentido absolutamente confluyente, José Aricó señalaba
el peso que tuvo Engels y el clima alemán de finales del siglo XIX en la
“sistematización” del pensamiento de Marx:
“Me atrevería a decir
que el conocimiento de la obra de Marx que tienen la Segunda y la Tercera Internacional
es un conocimiento que ignora la naturaleza real del proyecto de Marx; es un
conocimiento limitado y deformado del pensamiento de Marx, circunscrito a la
recepción de ciertas ideas de Marx, muy fundamentalmente a aquellas que
popularizó Engels de la obra de Marx. Por eso no es casual que aun cuando El
Capital fuese la biblia (siempre cerrada), el libro fundamental para la socialdemocracia,
el libro permanentemente abierto al que siempre se refirió era el Anti-Dühring de
Engels, que contiene una exposición global de la sociedad capitalista; debe
agregarse esa otra tan famosa y leída titulada El origen de la familia, la
propiedad privada y el Estado. Es curioso que en las obras escritas por Engels aparezca
muy frecuentemente la palabra “origen”, mientras que en las que escribe Marx
aparezca la palabra “crítica”. En Engels hay una concepción de una u otra manera
positivista o evolucionista que lo lleva a creer que el análisis de los
orígenes permite tener acceso a las explicaciones; en Marx, en cambio, la idea
de crítica implica siempre que es a partir de la crítica de la manifestación
actual como puede lograr descubrirse la naturaleza real de un proceso”
(Aricó, 2011: 58-59).
Volveremos al final sobre la preminencia del presente que
aparece en la segunda parte de la cita de Aricó. Por el momento, nos interesa
retener que, para pensar la cuestión de las clases sociales, las consecuencias
de esta lectura de Marx son sabidas: se opera una suerte de reducción
“sociológica” que lee la oposición entre proletariado y burguesía a partir del
modo específico en que estas clases se constituyeron en la Europa desarrollada
del siglo XIX. Detrás de la brutal sugerencia a los polacos de esperar que sus
dilemas políticos fueran resueltos por la clase obrera inglesa, se asoma la
percepción normativa de que no hay política posible allí donde no se
constituyeron las condiciones económico-sociales que permiten pensar la emancipación.
Pero no es este el único modo en que aparece en Marx la
cuestión de las clases. Es más fácil, por supuesto, emprender esta lectura del
marxismo como “sistema”, pues los bordes coinciden entre sí y la filosofía que
se obtiene de ello es inmediatamente autoevidente. Son otros los resultados si
enfocamos privilegiadamente en aquello que José Aricó llamaba los “puntos de
fuga” del pensamiento de Marx. Aquellos refieren a “desvíos” no siempre atendidos
–mucho menos privilegiados- de los intereses de Marx, que pueden constituir verdaderos
golpes letales al corazón del “marxismo”:
“Porque si esto es
así, si existe una parte soslayada de Marx en la que aparece como un agudo
crítico de sí mismo y del “marxismo”, sólo reincorporando al debate esa parte
se puede llegar a formular una propuesta de análisis de Marx y del marxismo que
retenga la multiplicidad de perspectivas, de núcleos problemáticos, de centros de
tensión, de puntos de fuga en ellos potencialmente encerrados. Si las contradicciones
están –y es lógico que así sea- en la propia teoría, si el marxismo no es un
edificio perfecto pero inacabado, sino un laberíntico pueblo de modelos, mostrar
que el problema ya estaba instalado en Marx obliga a introducir el principio de
la crítica –categoría tan cara al pensamiento marxiano, aunque por completo menospreciada
en su reconstrucción posterior- en una teoría por no decir una ideología,
colocada al margen de la contienda y elevada al nivel de espíritu absoluto”
(Aricó, 1981: XIV-XV)