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Karl Marx ✆ Jean Gouders
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I. Introducción por Valentín
Berrocal Karl Marx
«Achievements of The
Ministry» es un artículo de Carlos Marx escrito en Londres el 12 de abril de
1853 y publicado en el número 3753 del New York Daily Tribune, el 27 del mismo
mes. Fue reimpreso el 29 en el número 827 del Semi-Weekly Tribune. Encontré
este texto traducido con el título «Operaciones de Gobierno», por ejemplo, en
el excelente artículo que Marcello Musto publicó a finales de 2011 en Sin
Permiso, «Grecia, Italia y los sagaces
sarcasmos de Karl Marx a propósito de los gobiernos técnicos». Dedicaremos
esta sección en el próximo número al otro artículo de Marx que cita Marcello, «A Superannuated Administration. Prospects
of the coalition ministry, &c». […] El texto de referencia ha sido
extraído de la Parte I del Volumen 1 de las Obras Completas de MEGA2. A pesar
de que no soy filólogo, me impulsó que «achievements»
debía ser traducido por «rendimientos»,
y aún por «rendimiento escolar». El
artículo de Marx versa, es cierto, sobre las maniobras del Gobierno de
Coalición encabezado por Lord Aberdeen (diciembre de 1852 - enero de 1855);
pero las «operaciones» que describe Marx tienen como objeto la deuda pública
−el plan de Gladstone, Ministro de Hacienda−, y la reforma educativa de Lord
Russell −Ministro de Exteriores en el Gabinete
Aberdeen y Primer Ministro entre
1846 y febrero de 1852.
He de agradecer profundamente las correcciones hechas por
Pepe Bellón. Ponen de manifiesto algunos sarcasmos de Marx que no percibí −el
sentido religioso de «ministry», del «ministerio»− o había mitigado
−«achievements» es, sin duda, «logros», «éxitos». Queda, por tanto, establecido
el título como «Logros del Gobierno», e indicados algunos lugares donde la
ironía podría perderse en la traducción.
Sin embargo, el objeto principal del artículo son las
transformaciones políticas del Reino Unido cuando ya es económicamente
capitalista y existen numerosos síntomas del desplazamiento de la contradicción
principal a otros lugares que los representados por los viejos partidos Tory y
Whig. En ese contexto afirma Marx:
«nada
más que la apariencia de gobierno es posible con viejos partidos evanescentes y
nuevos todavía no consolidados» y el Gobierno de Coalición «representa la impotencia del poder en un
momento de transición».
Tampoco soy historiador, pero es necesario poner en
antecedentes. Recomiendo la lectura del cuarto capítulo de Poder político y clases sociales en el estado capitalista, de Nicos
Poulantzas, titulado «Sobre los modelos
de revolución burguesa», especialmente su primer apartado, «El caso
inglés». Disponible en la sección Clásicos de actualidad de nuestra web.
Las expresiones «tory» y «whig» comienzan a ser de uso
generalizado en la Restauración inglesa, bajo el reinado de Carlos II
(1660-85), a partir de la Exclusion Bill.
Éste fue un proyecto de ley nunca aprobado, y que pretendía excluir de la
sucesión al trono al hermano del rey, Jacobo II, por su catolicismo. Los tories se oponían; los whigs lo defendían. Detrás de todo ello
estaban el ejemplo de Francia, con un rey católico y absolutista, y el
escándalo de corrupción por el soborno de Luis XIV a Carlos II. A la muerte de
su hermano, Jacobo reinó de 1685 a 1688, hasta que se produjo la «Revolución
Gloriosa» que concluyó con el reinado conjunto de María II, hija de Jacobo pero
protestante, y su marido Guillermo III, también protestante y Estatúder
holandés.
En términos de lucha de clases, según Poulantzas:
La Revolución de 1640
y su recodo de 1688 marcan precisamente los comienzos de la transformación de
una parte de la clase de la nobleza feudal en clase capitalista. Esa revolución,
que es una revolución burguesa en el sentido propio de la palabra, presenta
también en apariencia un carácter ambiguo: reviste la forma de una
contradicción principal entre fracciones de la nobleza feudal y la burguesía
comercial, ya existente, que sólo desempeña un papel secundario. La ambigüedad
se debe, en este caso, al carácter de la clase que dirige el proceso
revolucionario, que está en vías de pasar de la nobleza feudal a la burguesía.
En la continuación del proceso de capitalización de la renta de la tierra se
convertirá en el núcleo de la burguesía industrial.
A principios del siglo XIX, y durante todo él, aún tories y whigs siguen siendo los partidos mayoritarios en el Parlamento y
las nuevas tendencias orbitan en torno a ellos. El cartismo sólo obtuvo un escaño por Nottingham en las elecciones de
1847 (Fergus O’Connor). El partido irlandés Asociación
por la Derogación −del Acta de Unión con Inglaterra de 1800−, obtuvo
representación en las elecciones de 1832 (42), 1841 (20) y 1847 (36). En las de
1835 y 1837 fue coaligada con los whigs
y, en general, eran whigs excepto en
lo concerniente a Irlanda. El resto del panorama político corresponde a
escisiones librecambistas de los tories,
a medida que la nobleza feudal se convertía en burguesía, y radicales de los
whigs, en torno a la profundidad de las reformas democráticas, el autogobierno
de las colonias y el papel de la Iglesia de Inglaterra, ya que muchos eran
protestantes pero no anglicanos. A partir de aquí pueden entenderse las
apreciaciones de Marx sobre la Jewish
Disabilities Bill −que permitiría a los judíos ser electos para la Cámara
de los Comunes−, la Canada Clergy
Reserves Bill y sobre la cuestión de Maynooth, ciudad irlandesa en la que
Pitt El Joven había fundado una Universidad Católica en 1795, que era
financiada por el Parlamento Británico para ganarse el apoyo de las clases
dominantes irlandesas y dividir el movimiento nacional, y cuyo sistema de
educación era objeto de debate.
La escisión más significativa en el campo de los tories es
la de los llamados liberal-conservadores, o peelitas,
por Robert Peel, que curiosamente había sido fundador en 1834 del Partido
Conservador. Para explicarla es necesario remontarse un poco atrás en el
tiempo. Siguiendo los consejos de Malthus fue aprobada la Importation Act 1815, que prohibía importar trigo extranjero hasta
que el británico alcanzara un precio determinado. Siguiendo las tesis de
Ricardo −impedir la importación de trigo barato, sobre todo ruso, incrementaba
los costos industriales− se creó en Manchester en 1839 la Liga Anti-Corn Law. En 1846, durante el segundo gobierno de Peel
(1841-46) y en colaboración con los whigs,
los aranceles fueron definitivamente abolidos, mediante la aprobación de una
nueva Importation Act. Pero esto
conllevó la caída de Peel y la escisión entre los peelitas y los conservadores
de Disraeli.
El campo whig quizás
fuera aún más complejo. A finales de la década de los 30 Lord Russell había
adoptado ya el nombre de Partido Liberal, pero en realidad había whigs en la Cámara de los Lores y
radicales en la de los Comunes. La aprobación de la Reform Act de 1832, que amplió la base del sufragio hasta un cuerpo
de 800.000 electores y modificó los distritos electorales, supuso el principio
del fin de los aristócratas reformistas. Según Poulantzas, «tras la Reform Act de 1832, [la burguesía] llega a la hegemonía del
bloque en el poder.»
Conservadores y liberales tendrían que esperar unas décadas
para parecerse a partidos modernos, con la alternancia a finales del siglo XIX de
los gobiernos conservadores de Disraeli y liberales de Gladstone. Modernos en
el sentido de que tienen al imperialismo como eje ideológico de ruptura. Aquí
sucedió como con el librecambismo pero a la inversa; el imperialismo fue
defendido primero por los conservadores y después por los liberales. También
habría que esperar para que fueran modernos en el aspecto organizativo. Marx
escribe casi un año después de las elecciones de julio de 1852 y entonces
«partidos» no significaba mucho más que agrupaciones más o menos difusas de
representantes alrededor de los parlamentarios más notables.
En febrero de 1852 había caído el gobierno de Lord Russell
tras ser derrotada la moción de confianza a la que se sometió. El gobierno en
minoría del conservador Lord Derby que le sustituyó, llamado «Who? Who?
Ministry» por ser desconocidos la mayoría de los ministros, fue muy breve.
Llegaron las elecciones.
Marx analizó la composición de la Cámara de los Comunes
surgida de las elecciones de 1852 en Result of the Elections, escrito en agosto
y publicado en septiembre, como expresión del «antagonismo entre la ciudad y el
campo», agrupados en Oposicionistas (337) y Ministeriales (290), además de 27
dudosos. Sin embargo, Marx considera que los derbitas, a pesar de estar en minoría
aun recabando el apoyo de los dudosos, son la facción más fuerte del
Parlamento, porque los Oposicionistas están divididos en Peelitas (38),
Librecambistas (113), «Brigada Irlandesa» (63) y Whigs (123). Este análisis es
el que está detrás de los comentarios de Marx sobre la estadísticas de voto, la
fragilidad del Gobierno de Coalición encabezado por el peelita Aberdeen y su
«política de abstención».
Cada cual considere en qué medida se pueden extraer
conclusiones de «Achievements of the Ministry» para afrontar la reforma
educativa de Wert, analizar el declive del sistema bipartidista que vaticinan
las encuestas en España −y que ya es una realidad en Grecia e Italia− y
comprender los mecanismos de la especulación con deuda pública. Como tampoco
soy economista, agradeceré todas las correcciones que los lectores puedan
hacernos llegar respecto a la traducción, la introducción histórica o el anexo
dedicado a analizar nuestra riqueza y la de otras naciones, que se incluye
después del artículo de Marx. El «gigantesco monstruo» de la deuda pública está
aquí, y casi por todas partes.
«Hic Rhodus, hic salta!» respondió Marx al plan de Gladstone
para con la deuda pública de Gran Bretaña; respuesta análoga a la que dieron a El
fanfarrón de Esopo, que se negaba a participar en un concurso de saltos
mientras afirmaba haber saltado más lejos que todos los presentes cuando estaba
en Rodas. Como me señalaba Pepe, Marx ya la usó poco más de un año antes, en El
18 Brumario de Luis Bonaparte, finalizado en marzo de 1852. Después de
caracterizar las revoluciones burguesas del siglo XVIII −«de corta vida, llegan
en seguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad»−,
afirmaba que las revoluciones proletarias del XIX
se critican
constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha,
vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan
concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la
mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario
para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más
gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga
enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite
volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodus, hic salta!.
Parece que Marx podría tener en mente el uso anterior de la
frase y quizás fuese un guiño a sus lectores. Así leída, reforzaría la negación
de cualquier apariencia revolucionaria que el liberal Gladstone pudiera
adquirir en sus enfrentamientos con los Tories.
Las amplias citas del Capítulo XXIV de El Capital que siguen
a continuación completarán el significado de esta introducción y la referencia
a la burbuja de la Compañía de los Mares
del Sur, creada en 1712 por el tory Lord Harley, Ministro de Hacienda.
Oficialmente su objeto era el comercio con Sudamérica y las Indias
Occidentales; en realidad, gracias a los privilegios y monopolios otorgados
por el Gobierno, especulaba a gran escala con deuda pública mediante la conversión
de títulos de deuda en acciones de la compañía. El estallido de la burbuja en
1720 es uno de los primeros «cracks» en la Historia, y uno de los hechos más
importantes para comprender la magnitud de la deuda británica:
Las diversas etapas de
la acumulación originaria tienen su centro, en un orden cronológico más o menos
preciso, en España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. Es aquí, en
Inglaterra, donde a fines del siglo XVII se resumen y sintetizan sistemáticamente
en el sistema colonial, el sistema de la deuda pública, el moderno sistema
tributario y el sistema proteccionista. En parte, estos métodos se basan, como
ocurre con el sistema colonial, en la más burda de las violencias. Pero todos
ellos se valen del poder del Estado, de la fuerza concentrada y organizada de
la sociedad, para acelerar a pasos agigantados el proceso de transformación
del modo feudal de producción en el modo capitalista y acortar las
transiciones.
Hoy en día, la supremacía industrial trae aparejada la
supremacía comercial. En el período manufacturero propiamente dicho, por el
contrario, es la supremacía comercial la que confiere el predominio industrial.
De ahí el papel preponderante que desempeñaba en ese entonces el sistema
colonial. Era el dios extraño que se encaramó en el altar, al lado de los
viejos ídolos de Europa, y que un buen día los derribó a todos de un solo
golpe. Ese sistema proclamó la producción de plusvalor como el fin último y
único de la humanidad.
El sistema del crédito público, esto es, de la deuda del
estado, cuyos orígenes los descubrimos en Génova y Venecia ya en la Edad Media,
tomó posesión de toda Europa durante el período manufacturero. El sistema
colonial, con su comercio marítimo y sus guerras comerciales, le sirvió de
invernadero. Así, echó raíces por primera vez en Holanda. La deuda pública o,
en otros términos, la enajenación del estado sea éste despótico, constitucional
o republicano deja su impronta en la era capitalista. La única parte de la
llamada riqueza nacional que realmente entra en la posesión colectiva de los
pueblos modernos es... su deuda pública. De ahí que sea cabalmente coherente la
doctrina moderna según la cual un pueblo es tanto más rico cuanto más se
endeuda. El crédito público se convierte en el credo del capital. Y al surgir
el endeudamiento del estado, el pecado contra el Espíritu Santo, para el que no
hay perdón alguno, deja su lugar a la falta de confianza en la deuda pública.
La deuda pública se convierte en una de las palancas más
efectivas de la acumulación originaria. Como con un toque de varita mágica,
infunde virtud generadora al dinero improductivo y lo transforma en capital,
sin que para ello el mismo tenga que exponerse necesariamente a las molestias y
riesgos inseparables de la inversión industrial e incluso de la usuraria. En
realidad, los acreedores del estado no dan nada, pues la suma prestada se
convierte en títulos de deuda, fácilmente transferibles, que en sus manos
continúan funcionando como si fueran la misma suma de dinero en efectivo. Pero
aun prescindiendo de la clase de rentistas ociosos así creada y de la riqueza
improvisada de los financistas que desempeñan el papel de intermediarios entre
el gobierno y la nación como también de la súbita fortuna de arrendadores de
contribuciones, comerciantes y fabricantes privados para los cuales una buena
tajada de todo empréstito estatal les sirve como un capital llovido del cielo,
la deuda pública ha dado impulso a las sociedades por acciones, al comercio de
toda suerte de papeles negociables, al agio, en una palabra, al juego de la
bolsa y a la moderna bancocracia.
Desde su origen, los grandes bancos, engalanados con rótulos
nacionales, no eran otra cosa que sociedades de especuladores privados que se
establecían a la vera de los gobiernos y estaban en condiciones, gracias a los
privilegios obtenidos, de prestarles dinero. Por eso la acumulación de la deuda
pública no tiene indicador más infalible que el alza sucesiva de las acciones
de estos bancos, cuyo desenvolvimiento pleno data de la fundación del Banco de
Inglaterra (1694).
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N° 3753 del 12-04-1853 |