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Marcha de las mujeres en Versalles durante la Revolución Francesa. 1789
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Florence Gauthier |
El artículo realiza un recorrido por la historia de la libertad tratando
de superar los presupuestos de la economía política clásica por medio del
concepto de la economía política popular, muy inspirado en la idea de Thompson
de la economía moral de la multitud. Con el fin de cuestionar la versión
“marxista/estalinista” de la Revolución Francesa, según la cual ésta era el
preámbulo necesario de la Revolución Rusa, por un lado, y, por otro lado, para
cuestionar la versión neoliberal según la cual la Revolución francesa
anticipaba todas las revoluciones llamadas “marxistas” y las políticas sociales
del siglo XX y que podía considerarse como “la matriz de los totalitarismos”,
el artículo propone realizar un rápido inventario de la historia de la libertad
de comercio de cereales y sus críticos antes y durante la Revolución francesa,
desde el punto de vista de los derechos del hombre y del ciudadano.
En el conjunto de la notable obra del historiador Edward
Palmer Thompson,
The moral economy of the
English crowd in the eighteenth century, publicado en 1971, ocupa un lugar
singular (Thompson, 1971).
En él, su autor dedicaba una severa crítica a la
historiografía de su época, que ya no veía al pueblo llano como un agente de la
historia en los períodos anteriores a la Revolución Francesa, o sea, ¡en la
quasi totalidad de la historia humana!
Subrayaba además la sorprendente distancia que existía entonces entre la
sutileza de los trabajos de los antropólogos, que permitían saberlo todo
“respecto de la delicada trama de normas sociales e intercambios recíprocos que
regulan la vida de los trobiandeses”, y el tosco reduccionismo de aquella
historiografía, a la que él llamó “de escuela espasmódica”, para la cual el
“minero inglés del siglo XVIII se golpea el estómago con la mano como por
espasmos y responde a estímulos económicos elementales” (Thompson, 1971: p.
33).
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Florence Gauthier |
Una de las tomas de partido de dicha escuela espasmódica era
ocuparse sólo de la llamada economía clásica, induciendo que fuera de ella ¡no
hay pensamiento económico! Ahora bien, E.P. Thompson ilumina esa “economía
moral” expresada por el pueblo llano, en la Inglaterra del siglo XVIII, que
conlleva en sí misma una concepción de las relaciones sociales, de la política
y del derecho, restituyéndole así su lugar de actor en la historia: ¡lo cual
fue, en efecto, un giro historiográfico!
March Bloch había alumbrado como propio de la época medieval, el
carácter de la lucha que enfrentaba a señorío y comunidad de aldeanos en términos
muy esclarecedores:
“A ojos del historiador
que no tiene más que anotar y explicar las relaciones de los fenómenos, la
revuelta agraria aparece tan inseparable del régimen señorial como, por
ejemplo, de la gran empresa capitalista la huelga” (Bloch, 1964, p. 175).
La aportación de E.P. Thomson podría precisarse prolongando
la de M. Bloch, y así lo propongo:
“A ojos del
historiador que no tiene más que anotar y explicar las relaciones de los
fenómenos, la revuelta frumentaria aparece tan inseparable de la ilimitada
libertad de comercio de los productos de primera necesidad como, por ejemplo,
del régimen señorial, la revuelta agraria o incluso de la gran empresa
capitalista, la huelga. Y la época moderna ha visto cómo estas tres formas
acumulan sus efectos”.
Entre los trabajos de historiadores que lo habían ayudado a
formular sus propios puntos de vista, Thompson precisa los de George Rudé,
dedicados a la Guerra de las harinas de 1775 y a su reanudación durante la
Revolución Francesa, que condujo a repensar la definición de los derechos del hombre
y del ciudadano y la política económica en 1792-1794 (Rude, 1956, 1961, 1964;
Rose, 1956-1957, 1959). La publicación de la noción de “economía moral popular”
en 1971 despertó verdaderamente las mentalidades, abrió un debate en
profundidad que dura todavía y que arrojó una nueva luz sobre trabajos más
antiguos, como por ejemplo los de Jean Meuvret1, pero también, y esto era de
esperar, reavivó las polémicas, en particular entre los partidarios de la
“evidencia” de las leyes naturales de la economía, definida como liberal. En
Francia, una parte de esos debates cobró una agudeza particular con el legado
del gran historiador Albert Mathiez, contestado por los historiadores
“marxistas” de los años 1930. Mathiez había afirmado su independencia
intelectual consagrándose a la historia de la Revolución Francesa a principios
del siglo XX y fundado la Société des
Études Robespierristes y su revista Annales
Historiques de la Révolution Française. Gran erudito y trabajador poderoso,
amplió el conocimiento de la historia política de la Revolución. Luego, al
descubrir la política económica y social de La Montaña, no dudó en absoluto de
que aquella Revolución fue obra del pueblo de los campos y de las ciudades, que
procuraba establecer una República democrática y social, apoyándose sobre su
propia cultura derivada del derecho consuetudinario medieval, que alimentó las
resistencias antifeudales y luego en el siglo XVIII respondió a la ofensiva de
los “economistas”.
En 1917, Albert Mathiez estaba entusiasmado con la Revolución
rusa y se adhirió, desde su creación en 1920, al Partido comunista francés. Sin
embargo, preocupado por la injerencia del Partido soviético en la vida del
Partido francés, Mathiez lo dejó en… ¡1922! Aún con todo, mantuvo sus
relaciones con los historiadores soviéticos, que estuvieron en Francia, y les
publicó en su revista, lo que no le impidió criticar lo que le pareció un nuevo
dogmatismo. Durante los procesos de 1930, Mathiez salió en defensa del
historiador Eugenio Tarlé y protestó contra la ejecución de 48 intelectuales
soviéticos. “En la Rusia de Stalin –escribió
en 1931– no hay ya lugar para una ciencia
independiente, para una ciencia libre y desinteresada, para una ciencia sin
más. La historia, especialmente, ya no es más que una rama de la propaganda” (Mathiez,
1931: p. 156)2. En la Unión Soviética, los historiadores que no veían a Mathiez
como un adversario, fueron atacados por los defensores de ¡“la versión correcta
de la historia”! (Kondratieva, 1989). Así fue como el “jacobinismo” se convirtió
en un adversario de la “revolución proletaria” y como la Revolución francesa se
transformó en una “pequeña cosa burguesa”. ¡Y así fue también cómo las
declaraciones de los derechos del hombre y del ciudadano, el derecho
constitucional, las instituciones republicanas se convirtieron en
preocupaciones “burguesas” y en “libertades formales”! Mathiez murió en 1932 y
su propia revista pasó a manos de George Lefebvre, quien se adhirió a las tesis
de los historiadores de la época “marxista-leninista”.
Con George Lefebvre, la Revolución Francesa acabó siendo
“burguesa” y el pueblo “retrógrado”. Lefebvre dedicó sus investigaciones al
movimiento campesino en el Departamento del Norte y puso de relieve la
presencia
“de una revolución
campesina que posee una autonomía propia en cuanto a sus orígenes, sus
procedimientos, sus crisis y sus tendencias. Pero autónoma sobre todo por sus
tendencias anticapitalistas y es sobre ese punto en particular sobre el que
insistiré [...]. Dichos campesinos deseaban que cada uno de ellos pudiera
obtener una parte de los bienes nacionales gratuitamente, mediante una cuota o
cuando menos a un módico precio. Y, sobre todo, se sentían profundamente
ligados a los derechos colectivos y a la reglamentación, es decir, a un modo
económico y social precapitalista, no solamente por costumbre, sino también
porque la transformación capitalista de la agricultura empeoraba sus
condiciones de existencia. Descubriríamos muchas más simpatías por el
capitalismo emergente entre las filas de los privilegiados, que entre la masa
campesina” (Lefebvre, 1933: p. 342).
Albert Soboul, uno de los alumnos de Lefebvre, a quien
sucedió en la dirección de la Société des
Études Robespierristes, realizó también una investigación de gran amplitud
sobre el movimiento popular parisino, descubriendo a su vez la autonomía de esa
sansculotterie, creadora de un
democracia comunal viva, que inventó nuevas formas de vida económica y política
y reivindicó su propia concepción de los derechos del hombre y del ciudadano
centrada en el derecho a la existencia (Soboul, 1958/1968). Pero aún así,
Soboul, tras Lefebvre, quiso encajar su descubrimiento en el esquema de
interpretación “marxista estalinista”: la Revolución Francesa tenía que ser
“burguesa” y el movimiento popular “retrógrado”, ¡porque era anticapitalista!
Dicha interpretación se basaba en una concepción de la historia que hacía del
“capitalismo” una etapa necesaria para, un día, ver el “socialismo” y el
“comunismo”. La comprensión de la historia de la Revolución Francesa entraba
así en un callejón sin salida.
Considero que es importante decir que hay en la obra de
Georges Lefebvre y Albert Soboul una contradicción sorprendente e inquietante a
la vez: sacaban a la luz, gracias a joyas de erudición que proveen de una
vertiente absolutamente apasionante a sus investigaciones, la capacidad de
pensar y de actuar del movimiento popular, campesino y urbano, y les devuelven
su papel de actores de la historia, pero al mismo tiempo les arrebatan toda
legitimidad “histórica” con esa interpretación, por lo demás contradictoria e
insostenible, al declararlos “revolucionarios sobre el plano político, pero
retrógrados sobre el plano económico”. En tanto que alumna de Soboul, puedo
decir que él era consciente y yo creo que lo sufría. A sus alumnos nos permitía
discutir con él sobre ello, lo cual debe apuntarse en su honor, pero él siempre
se mantuvo firme.
En 1998, publiqué, junto a Guy Rober Ikni, un libro homenaje
a “La economía moral de la multitud”
de E. P. Thompson, sobre el tema de la Guerra del trigo en el siglo XVIII
(Gauthier e Ikni, éd., 1988)4 y las críticas populares y eruditas a distintas
experiencias en torno a la libertad de comercio de cereales, desarrolladas
antes y durante la Revolución. Nos sentíamos felices de ofrecer la primera
traducción en francés del texto de Thompson, a la vez que sorprendidos de que
el texto no se hubiera traducido ya. La noción de “economía moral popular” nos
había ayudado en serio a Ikini y a mí misma a clarificar nuestras propias
reflexiones sobre lo que entendíamos como una suerte de colusión entre las
versiones “liberal” y “marxista-estalinista”, las cuales rechazaban ambas
finalmente que el pueblo hubiera sido un actor constructivo de la historia y
reinterpretaban la Revolución Francesa como “burguesa”. En la “Introducción” a La Guerre du blé au XVIII siècle,
habíamos subrayado dicha colusión en estos términos:
“Los neoliberales de
hoy en día se nutren plenamente de ese reparto de la Historia y comulgan con la
versión estalinista en el economicismo, la concepción del progreso y el mito
del desarrollo” (Gauthier, F. e Ikni, G. R. 1988, p. 11).
No se puede ignorar el hecho de que dicha colusión estuvo
particularmente bien representada, en Francia, en la persona de François Furet,
que pasó del Partido Comunista al neoliberalismo, y que se había tomado en
serio la versión, que conocía bien, de la “revolución burguesa”, la cual no
tuvo ningún inconveniente en transformar en “revolución de las élites”
liberales. Anotábamos además que Furet compartía, con algunos neoliberales, la
tesis según la cual, en su fase democrática, designada con el ambiguo término
de “jacobinismo”, la Revolución Francesa venía a ser la “matriz de todos los
totalitarismos del siglo XX” (Furet, 1979: p. 13-32). Por su parte, el muy serio
neoliberal Florin Aftalion reducía el derecho a la libertad al derecho a la
propiedad exclusiva de los fisiócratas ¡y caracterizaba como “totalitaria” la
defensa de los derechos a la existencia, al trabajo, a la asistencia y a la
educación! (Aftalion, 1987, p. 174, 248).
Las versiones “marxista/estalinista” y neoliberal añadían a
su materialismo económico común, una visión de la historia construida a partir
de sus prejuicios respectivos respecto del “fin” de la historia. Según la
primera, la Revolución rusa informaba a posteriori la Revolución francesa y le
daba su sentido de preámbulo necesario; según la segunda, es la Revolución
francesa la que informaba todas las revoluciones llamadas “marxistas” y las
políticas sociales del siglo XX, como “matriz del o de los totalitarismos”.
¡Dicha colusión de las dos interpretaciones encerró el bicentenario de la
Revolución francesa en un doble callejón sin salida!
¿Dónde estamos en 2013, en un momento en el que se puede
pensar que la crisis de las subprimes ha acarreado el hundimiento de la
doctrina neoliberal y sus partidarios? Propongo un rápido inventario de la
historia de la libertad de comercio de cereales y sus críticos antes y durante
la Revolución francesa, desde el punto de vista del hombre y del ciudadano.
De
«l’économie morale» à «l’économie politique populaire»: l’intuition fructueuse
d’Edward P. Thompson