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Axel Kicillof |
Rolando Astarita | El
nombramiento como ministro de Economía del doctor Axel Kicillof se está
presentando al público como el acceso de un marxista a la conducción de la
política económica. Por ejemplo, Francisco Jueguen titula una nota, aparecida
en La Nación, “Kicillof, el economista
marxista que se queda con todo el timón”. En la misma lo describe como “un
marxista declarado”, que habría interpretado “la teoría keynesiana con los conceptos de Marx”. Y Morales Solá lo
presenta como un “enamorado de Marx y de
Keynes” (también en La Nación, 20/11/13). Indudablemente, esta
identificación de Kicillof con la teoría marxiana contribuye a confundir y
diluir el contenido crítico y subversivo de la obra de Marx. El objetivo de
esta nota es explicar, brevemente, por qué lo de Kicillof no tiene nada que ver
con la teoría o las posiciones políticas de Marx.
Antes de entrar en el tema, respondo de antemano una posible
objeción que se me puede dirigir, y que se condensaría en la pregunta “¿desde
qué posición se puede decidir quién es o no es marxista”? Después de todo,
existen muchas variedades de “marxismos”. ¿”Con qué derecho usted decide que
Kicillof no tiene nada que ver con el marxismo”? La objeción en principio es
válida, ya que muchas veces en el marxismo se “excomulgó” a gente por el simple
hecho de cuestionar tal o cual aspecto de la teoría de Marx o, peor aún, la de
algún marxista “consagrado” (llámese Lenin, Stalin, Trotsky, Mao, etc.).
Lea
más abajo la “Aclaración sobre pasaje de Rosa Luxemburgo” por Rolando
Astarita citada en el presente trabajo
En este respecto, pienso que nada puede suplantar el
criterio que está relacionado con la idea (dialéctica) del “salto de cantidad
en calidad”. Esto es, existe todo un espacio de matices, disonancias y críticas
a aspectos de la teoría, que se mantienen, empero, dentro de una matriz de
pensamientos que conforman un corpus teórico y político con una fisonomía
característica. Son “alteraciones cuantitativas” que no alteran de manera la
matriz básica. Pero por otra parte, existen cuestionamientos que se colocan en
un punto de ruptura cualitativo. Por caso, dado que la teoría de la
explotación constituye uno de los rasgos definitorios del marxismo, si alguien
sostiene que el modo de producción capitalista no es explotador, no podría
encajar, de ninguna manera, dentro de la corriente del pensamiento marxista.
Esto significa que en algunos puntos hay que establecer límites que permitan
determinar (y toda determinación es negación) y diferenciar (no hay
diferenciación sin determinación) las corrientes ideológicas y políticas. De lo
contrario, entraríamos en esa noche en que “todos los gatos son pardos”, y no
habría posibilidad siquiera de asumir posiciones políticas definidas. En lo que
se refiere al nuevo ministro de Economía la primera y principal diferenciación
tiene que ver con la posición política que ocupa.
Un ministro burgués,
no socialista
En la sección de “Comentarios” de este blog, un lector envió
esta interesante reflexión de Rosa Luxemburgo, realizada a propósito de los
debates sobre el caso Millerand. Aclaremos que Alexandre Millerand fue el
primer socialista en aceptar, en 1899, un cargo de ministro en el gobierno
burgués del primer ministro René Waldeck Rousseau, de Francia. En su momento lo
hizo con el argumento de “defender a la República” frente a la derecha. La
realidad es que Millerand pasó a colaborar con la burguesía en el mantenimiento
del orden del capital. Durante años la cuestión del millerandismo se debatió en
la Segunda Internacional. La izquierda socialista condenaba la entrada de los
socialistas en gobiernos burgueses, y el pasaje de Rosa Luxemburgo sintetiza en
buena medida esa postura: “Con la entrada de un socialista en el gobierno,
la dominación de clase sigue existiendo: el gobierno burgués no se transforma
en un gobierno socialista, pero en cambio un socialista se transforma en un
ministro burgués” (El pensamiento de Rosa Luxemburgo, Antología).
Mi idea es que esta vieja caracterización de Rosa Luxemburgo
conserva toda su vigencia, por la elemental razón de que no se puede estar “de
los dos lados del mostrador”. Para explicarlo con un ejemplo sencillo: es una
realidad que la explotación del trabajo demanda el apaciguamiento, por todos
los medios posibles (coerción, convencimiento, desmoralización) de la lucha de
clases. Cuanto más pasivamente soporten los trabajadores la explotación,
mejores condiciones tendrá el capital “en general” para extraer plusvalía y más
animado se encontrará para reinvertirla. La “confianza” y “el clima de
negocios” que piden los capitales, tiene este contenido. El Estado,
lógicamente, depende también de que esta operación de generación y extracción
de plusvalía sea exitosa. Por lo tanto, y al margen de diferencias coyunturales
con tal o cual fracción del capital, el personal de conducción del Estado tiene
que cumplir la misión de garantizar esas condiciones generales. Y aquí, el
antagonismo de clases parte aguas. No se puede estar en el medio, y conciliar
entre explotados y explotadores no es estar en el medio.
Aclaremos que la naturaleza del asunto no se altera si en
lugar del capital privado se trata del capitalismo de Estado. Una empresa
estatal, en la sociedad burguesa, es una empresa capitalista, como ya lo
señalaban Marx y Engels a propósito de las estatizaciones de Bismark, y como lo
confirma toda la historia del capitalismo de Estado (ver
aquí). Un
marxista colaborando desde el Estado burgués en la explotación del trabajo
"estatizado", no tiene manera de encajar en la matriz de la política
derivada de la teoría de la plusvalía y la contradicción entre el capital y el
trabajo.
Precios decididos
desde el Estado capitalista
Los analistas más reaccionarios acostumbran decir que de las
tesis de Marx se deriva que el Estado burgués puede manejar los precios, y
decidir en consecuencia sobre costos y ganancias de empresas. Según esta
interpretación, Marx podría haber aconsejado emparchar el sistema capitalista a
favor “del pueblo”, mediante la administración burocrática capitalista de
precios, salarios y ganancias. También mucha izquierda “progre bienpensante”
comparte la creencia. Así, por ejemplo, el presidente Nicolás Maduro estaría
dirigiendo la economía venezolana por los carriles de un “socialismo siglo
XXI”, inspirado, en última instancia, en el marxismo. Algo similar podría
decirse de las políticas que desplegó Guillermo Moreno, el hasta ayer
Secretario de Comercio Interior, que terminaron dando como resultado que un
kilo de pan en Argentina esté más caro que en España. Dado que Kicillof
comparte este enfoque, en lo sustancial, no habría mejor prueba de su ideología
“marxista”.
Pero lo cierto es que la pretensión de “manejar los precios
desde el Estado”, y “a favor del pueblo”, no encuentra apoyo alguno en las
ideas de Marx. Ya en otras notas expliqué por qué los precios no son manejables
por la burocracia estatal capitalista (ver
aquí). La teoría de
Marx del fetichismo de la mercancía se basa, precisamente, en la idea de que la
ley del valor trabajo es objetiva; se impone, en tanto exista el modo de
producción capitalista, al margen de la voluntad de los actores económicos. Por
esto mismo, las crisis económicas son fenómenos objetivos, anclados en esas
mismas relaciones sociales.
¿Cuál es entonces la base teórica de las políticas “a lo
Maduro-Moreno-Kicillof”? Pues una teoría ajena a la de Marx (en mi opinión,
también a la de Keynes). Hasta donde alcanza mi conocimiento, su raíz se
encuentra en la CEPAL. Recordemos que la primera explicación de Prebisch sobre
el deterioro de los términos de intercambio se basó en la idea de que los
precios se establecían, en el mercado mundial, a partir de relaciones de poder.
Armando Di Filippo, un autor cepaliano, resume muy bien este enfoque: si bien los
estructuralistas no niegan “el grado de verdad” que tiene la teoría neoclásica
(los precios están influenciados por la escasez y utilidad) o la clásica y
marxista (los precios guardan relación con el trabajo humano), sostienen que en
última instancia los precios reflejan posiciones de poder de los agentes o
actores sociales (véase Di Filippo, 2009, “Estructuralismo latinoamericano y
teoría económica”, Revista de la CEPAL, 98, agosto). Se puede acordar o no con
esta explicación, pero no hay manera de atribuírsela a Marx. Sin embargo, desde
hace años Kicillof mezcla estas posiciones. Recodemos también que ya había
“metido la pata” al sostener -fue su tesis doctoral- que Keynes era partidario
de la teoría del valor trabajo (un disparate que critiqué
aquí).
De manera que el nuevo ministro de Economía ha logrado un indigesto guiso
teórico, en el que se mezclan, sin orden ni concierto, Marx, Keynes, valor
trabajo, Prebisch y precios “por relación de fuerzas”. A esto se le llama hoy
“heterodoxia”, que por supuesto, emociona a la militancia peronista de
izquierda y stalinista. Aunque todo esto es solo pantalla ideológica (más
popularmente, "verso") destinada a disimular a un saltimbanqui
intelectual, posando de “radical economist”.
Legitimando “por
izquierda” la colaboración con el Estado burgués
Por supuesto, no se trata sólo, ni principalmente, de
cuestiones teóricas. Con esa mezcolanza de Keynes y Marx, nuestro
"académico-marxista-keynesiano" pretende justificar una intervención
“a favor del pueblo” a partir de los mandos del ministerialismo burgués. Se
legitimaría así “por izquierda” la intervención estatal en la lucha de clases.
Intervención que no puede no estar determinada por la naturaleza de clase del
Estado en la sociedad capitalista (incluso cuando se trata de capitalismo de
Estado). Con el agravante de que infunde la creencia de que los trabajadores
deben confiar en la acción "salvadora" de ese Estado; un mensaje muy
apreciado por todo burócrata, sindical o estatal.
Como puede entender cualquiera que mínimamente esté
compenetrado y comprometido con las ideas de marxismo, todo esto no tiene nada
que ver con Marx. No es casual, por eso, que la prensa más reaccionaria se
empeñe en afirmar que con Kicillof el marxismo llegó al comando de la economía
argentina. La identificación del estatismo burgués con el socialismo siempre ha
sido funcional a la propaganda anti-socialista. El caso que nos ocupa, no
constituye una excepción a la regla.
© Rolando
Astarita
Aclaración
sobre pasaje de Rosa Luxemburgo
En la nota anterior, [publicada en
Ñángara
Marx y] dedicada a la entrada de un ministro “marxista” en el gobierno K,
cité un pasaje de Rosa Luxemburgo que me había enviado un lector (a propósito
de la participación de los socialistas en los municipios,
aquí). Allí Rosa Luxemburgo sostiene
que la entrada de un socialista a un gobierno burgués no transforma al gobierno
en socialista, sino al socialista en ministro burgués. El mismo pasaje es
citado hoy por Diego Rojas en una nota titulada “Kicillof, el marxista
impostor”, aparecida en Infobae, y cuya referencia también se me envió a
“Comentarios”.
Lamentablemente, Diego Rojas contextualiza mal el texto de
Rosa Luxemburgo de manera que parece contemporáneo de las discusiones de los
revolucionarios rusos acerca de la participación en el Gobierno surgido de la
revolución de Febrero de 1917. La realidad es que Rosa Luxemburgo escribió el
pasaje en cuestión casi dos décadas antes. Dado el interés que ha despertado,
en esta breve entrada lo ubico en el contexto de ideas en que es presentado. La
traducción es mía, y la realicé del inglés (si alguien tiene la versión en
alemán, agradecería que me la envíe, así puedo cotejar).
Como único comentario introductorio, subrayo la perspectiva
crítica y radical de Rosa Luxemburgo contenida en el texto. Es que la gran
revolucionaria no cuestiona la participación de los socialistas en un gobierno
burgués a partir de si deberán tomar tal o cual medida puntualmente regresiva,
o represiva. Por el contrario, incluso admitiendo que el ministro “socialista”
logre algunas reformas sociales, Rosa Luxemburgo considera que las mismas
necesariamente tendrán un carácter burgués, en la medida en que no han sido
obtenidas por la lucha de clases. Esto se debe a que la naturaleza de la
participación “socialista” en el gobierno burgués está definida por la
función y el rol de conjunto del Estado, y su relación con la lucha de clases.
Para “bajarlo” a tierra, el carácter de la participación no está determinado
por si el ministro “socialista” devalúa o aprecia la moneda; por si concede un
punto más o menos de aumento salarial; o por si adecua a la inflación una
asignación social. Los reformistas “ad usum” son muy afectos a este tipo de
cálculos, de manera que la política para ellos se resuelve en una aritmética de
más y de menos. Desde el enfoque defendido por Rosa Luxemburgo, en cambio, la participación
socialista en los gobiernos burgueses se rechaza debido al carácter de clase
del gobierno y del Estado en la sociedad capitalista. En mi opinión, esta
posición se relaciona con lo que era el eje de la izquierda socialista de la
Segunda Internacional, la independencia de clase. La clase obrera debía ser
independiente no sólo de los partidos burgueses, o pequeño burgueses, sino
también del Estado, y en todas las formas. Esto sin importar si tal o cual
ministro, o tal o cual gobierno, concedía alguna mejora mayor o menor (como
decía Marx, después de todo no criticamos al régimen esclavista porque no
alimenta bien a sus esclavos, sino porque es esclavista).
Sin más preámbulos, aquí va entonces el pasaje que está en
el texto “The Dreyfus Affair and the Millerand Case”, de 1899.
“El único método con
la ayuda del cual podemos obtener la realización del socialismo es la lucha de
clases. Podemos y debemos penetrar en todas las instituciones de la sociedad
burguesa y poner en uso todos los eventos que ocurren allí y que nos permiten
avanzar en la lucha de clases. Es desde este punto de vista que la
participación de los socialistas fue impuesta como una medida de preservación.
Pero es precisamente desde este mismo punto de vista que la participación en el
poder burgués parece contraindicada, ya que la misma naturaleza del gobierno
burgués excluye la posibilidad de la lucha de clases socialista. No es que
nosotros, como socialistas, temamos los peligros y dificultades de la actividad
ministerial; no debemos retroceder ante cualquier peligro o dificultad
vinculada al puesto en el que somos colocados por los intereses del
proletariado. Pero un ministerio no es, en general, un terreno de acción para
un partido de la lucha de la clase proletaria. El carácter de un gobierno
burgués no está determinado por el carácter personal de sus miembros, sino por
su función orgánica en la sociedad burguesa. El gobierno del Estado moderno es
esencialmente una organización de la dominación de clase, cuyo funcionamiento
regular es una de las condiciones de la existencia del Estado de clase. Con la
entrada de un socialista en el gobierno, y manteniéndose la dominación de
clase, el gobierno burgués no se transforma en un gobierno socialista, sino un
socialista se transforma en un ministro burgués. Las reformas sociales que
puede realizar un ministro que es amigo de los trabajadores no tienen nada, en
sí mismas, de socialistas; son socialistas sólo en la medida en que son
obtenidas por la lucha de clases. Pero proviniendo de un ministro, las reformas
sociales no pueden tener el carácter de la clase proletaria, sino solamente el
carácter de la clase burguesa, ya que el ministro, por el puesto que ocupa, se
ata a esa clase por todas las funciones de un gobierno burgués, militarista.
Mientras que en el Parlamento o en un Concejo municipal podemos obtener
reformas útiles combatiendo al gobierno burgués, cuando ocupamos un puesto
ministerial arribamos a las mismas reformas apoyando al Estado burgués. La
entrada de un socialista en un gobierno burgués no es, como se piensa, una
conquista parcial del Estado burgués por los socialistas, sino una conquista
parcial del partido socialista por el Estado burgués”.