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Karl Marx ✆ D.C. Heath, 1920
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Alan Woods |
Han pasado 130 años desde la muerte de Carlos Marx. Pero, ¿por qué
debemos conmemorar a un hombre que murió en 1883? A principios de 1960, el
entonces primer ministro laborista Harold Wilson declaró que no hay que buscar
soluciones en el cementerio de Highgate (donde se encuentra enterrado Carlos
Marx) ¿Y quién puede estar en desacuerdo con eso? En el cementerio antes
mencionado sólo se puede encontrar viejos huesos y polvo, y un monumento de
piedra bastante feo. Sin embargo, cuando hablamos de la importancia de Carlos
Marx hoy, no nos referimos a los cementerios, sino a las ideas: ideas que han
resistido la prueba del tiempo y que ahora han emergido triunfantes, como
incluso algunos de los enemigos del marxismo se han visto obligados a aceptar a
regañadientes. El colapso económico del 2008 demostró quién estaba anticuado, y
ciertamente no era Carlos Marx.
Durante décadas, los economistas no se cansaban de repetir
que las predicciones de una depresión económica de Marx eran totalmente
obsoletas. Se suponía que eran ideas del siglo XIX, y aquellos que las
defendían fueron tachados de dogmáticos incurables. Pero ahora resulta que son
las ideas de los defensores del capitalismo las que deben ser relegadas al basurero
de la historia, mientras que Marx ha sido completamente vindicado.
No hace mucho tiempo, Gordon Brown proclamó confiadamente
"el fin del ciclo económico de auge y recesión". Después de la crisis
de 2008 se vio obligado a comerse sus propias palabras. La crisis del euro
muestra que la burguesía no tiene idea de cómo resolver los problemas de
Grecia, España e Italia, que a su vez ponen en peligro el futuro de la moneda
común europea, e incluso de la propia Unión Europea. Esto puede fácilmente ser el
catalizador de una nuevo recesión a escala mundial, que será aún más profunda
que la crisis de 2008.
Incluso algunos economistas burgueses se ven obligados a
aceptar lo que se está volviendo cada vez más evidente: que el capitalismo
contiene en sí las semillas de su propia destrucción; que es un sistema
anárquico y caótico caracterizado por crisis periódicas que destruye el empleo
y provoca inestabilidad social y política.
La cuestión con la crisis actual es que se supone que no
tenía que haber sucedido. Hasta hace poco la mayoría de los economistas
burgueses creían que el mercado, si se lo dejaba a su libre albedrío, era capaz
de resolver todos los problemas, equilibrando mágicamente la oferta y la
demanda (la "hipótesis del mercado eficiente"), de modo que nunca
podría haber una repetición de la crisis de 1929 y de la Gran Depresión.
La predicción de Marx de una crisis de sobreproducción había
sido relegada al basurero de la historia. Los que todavía se adherían a la
visión de Marx de que el sistema capitalista estaba desgarrado por
contradicciones insolubles y contenía dentro de sí las semillas de su propia
destrucción eran vistos como simples chiflados. ¿No había demostrado la caída
de la Unión Soviética finalmente el fracaso del comunismo? ¿No había terminado
la historia con el triunfo del capitalismo como el único sistema
socio-económico posible?
Pero en el espacio de 20 años (no mucho tiempo en los anales
de la sociedad humana) la rueda de la historia ha girado 180 grados. Ahora los
antiguos críticos de Marx y del marxismo están cantando una canción muy
diferente. De repente, las teorías económicas de Carlos Marx se están tomando
muy en serio. Un número creciente de economistas está estudiando detenidamente
las páginas de los escritos de Marx, con la esperanza de encontrar una
explicación a lo que ha ido mal.
Pensándolo mejor
En julio de 2009, tras el comienzo de la recesión, The
Economist realizó un seminario en Londres para discutir la cuestión: ¿Qué pasa
con la economía? Esto puso de manifiesto que para un número cada vez mayor de
economistas la teoría convencional no tiene ninguna relevancia. Paul Krugman,
galardonado con el Premio Nobel de Economía, hizo una admisión sorprendente:
"En los últimos 30 años el desarrollo de la teoría macroeconómica ha sido
espectacularmente inútil en el mejor de los casos y, en el peor, extremadamente
perjudicial". Este juicio es un epitafio adecuado para las teorías de la
economía burguesa.
Ahora que los acontecimientos han devuelto un poco de
sentido común a la cabeza de, al menos, algunos pensadores burgueses, estamos
viendo todo tipo de artículos que, a regañadientes, reconocen que Marx tenía
razón después de todo. Incluso el periódico oficial del Vaticano, L'Osservatore
Romano, publicó un artículo en 2009 alabando el diagnóstico de Marx acerca de
la desigualdad de los ingresos, lo cual es una aprobación del hombre que
declaró que la religión es el opio del pueblo. El Capital es ahora un
superventas en Alemania. En Japón se ha publicado en una versión manga (un formato
de cómic típico japonés).
George Magnus, analista económico principal en el banco UBS,
escribió un artículo con el intrigante título: Demos a Carlos Marx la
oportunidad de salvar la economía mundial. Con sede en Suiza, el UBS es uno de
los pilares del sistema financiero, con oficinas en más de 50 países y con más
de 2 billones de dólares en activos. Sin embargo, en un ensayo para Bloomberg
View, Magnus escribió que "la economía global de hoy tiene algún asombroso
parecido con lo que Marx previó".
En su artículo, comienza con la descripción de los
responsables políticos "que luchan por comprender la avalancha de pánico
financiero, las protestas y otros males que aquejan al mundo" y sugiere
que harían bien estudiando la obra de "un economista muerto hace mucho
tiempo, Carlos Marx".
"Consideremos, por ejemplo, la
predicción de Marx de cómo se manifestaría el conflicto inherente entre el
capital y el trabajo. Como escribió en El Capital, la búsqueda de beneficios y
productividad de las empresas las llevaría naturalmente a necesitar cada vez
menos trabajadores, creando un "ejército industrial de reserva" de
pobres y desempleados: 'La acumulación de riqueza en un polo es, por tanto, al
mismo tiempo acumulación de miseria en el otro'".
Y continúa:
"El
proceso que él [Marx] describe es visible en todo el mundo desarrollado,
particularmente en los esfuerzos de las compañías estadounidenses de reducir
costos y evitar la contratación de mano de obra, lo que ha aumentado las
ganancias corporativas de Estados Unidos como parte de la producción económica
total al nivel más alto en más de seis décadas, mientras que la tasa de
desempleo se sitúa en el 9,1 por ciento y los salarios reales están estancados.
"Mientras tanto,
la desigualdad de ingresos en EEUU es, según algunos cálculos, cercana a su
nivel más alto desde la década de 1920. Antes de 2008, la disparidad en los
ingresos estaba oscurecida por factores tales como el crédito fácil, que
permitió a los hogares pobres disfrutar de un estilo de vida más próspero. Ahora
el problema ha vuelto a resurgir con toda su fuerza".
The Wall Street Journal realizó una entrevista al conocido
economista Dr. Nouriel Roubini, conocido por sus colegas economistas como el
"Dr. Doom" (Dr. Catástrofe) por su predicción de la crisis financiera
de 2008. Hay un video de esta insólita entrevista, que merece ser estudiado
cuidadosamente, ya que muestra el pensamiento de los estrategas más
clarividentes del Capital.
Roubini afirma que la cadena del crédito se ha roto, y que
el capitalismo ha entrado en un círculo vicioso en el que el exceso de
capacidad (sobreproducción), la caída de la demanda de los consumidores, los
altos niveles de deuda, etc., engendran una falta de confianza de los
inversores que, a su vez, se reflejará en caídas bruscas del mercado bursátil,
caída de precios de los activos y un colapso de la economía real.
Al igual que todos los demás economistas, Roubini no tiene
solución real a la crisis actual, excepto más inyecciones monetarias de los
bancos centrales para evitar otro colapso. Sin embargo, admitió con franqueza
que la política monetaria por sí sola no será suficiente, y que las empresas y
los gobiernos no están ayudando. Europa y los Estados Unidos están llevando a
cabo programas de austeridad para tratar de arreglar sus economías endeudadas,
cuando deberían estar introduciendo un mayor estímulo monetario, dijo. Sus
conclusiones no podrían ser más pesimistas: "Carlos Marx tenía razón, en
algún momento el capitalismo podría destruirse a sí mismo", dijo Roubini.
"Pensábamos que los mercados funcionaban. No están funcionando". (El
subrayado es mío. AW.)
El fantasma del marxismo aún se cierne sobre la burguesía
130 años después de que los restos mortales de Marx fueran sepultados. Pero,
¿qué es el marxismo? Es una tarea imposible tratar adecuadamente de todos los
aspectos del marxismo en el espacio de un artículo. Por lo tanto, nos
limitaremos a un relato general e incompleto con la esperanza de que animará al
lector a estudiar los escritos originales de Marx. Después de todo, nadie ha
expuesto las ideas de Marx mejor que él mismo.
En términos generales, sus ideas se pueden dividir en tres
partes distintas pero interconectadas –lo que Lenin llamó las tres fuentes y
las tres partes integrantes del marxismo–. Estas, por lo general, se conocen
por los nombres de: economía marxista, materialismo dialéctico y materialismo
histórico. Cada una de estas partes se encuentra en una relación dialéctica con
las demás sí y no pueden entenderse de manera aislada unas de otras. Un buen lugar
para comenzar a conocer el marxismo es el documento fundacional de nuestro
movimiento, que fue escrito en vísperas de las revoluciones europeas de 1848.
Es una de las obras más grandes e influyentes de la historia.
El Manifiesto
Comunista
La inmensa mayoría de los libros escritos hace un siglo y
medio no tienen hoy más que un simple interés histórico. Pero lo que más llama
la atención en el Manifiesto Comunista es la manera en que prevé los fenómenos
más fundamentales que en la actualidad ocupan nuestra atención a nivel mundial.
Es realmente extraordinario pensar que un libro escrito en 1847 pueda presentar
una imagen del mundo del siglo XXI tan vívida y verazmente. De hecho, el
Manifiesto es aún más cierto hoy que cuando apareció por primera vez en 1848.
Veamos un ejemplo. En el momento en que Marx y Engels
escribían, el mundo de las grandes empresas multinacionales todavía era la
música de un futuro muy lejano. A pesar de esto, ellos explicaron cómo la libre
empresa y la competencia conducirían inevitablemente a la concentración del
capital y a la monopolización de las fuerzas productivas. Es francamente cómico
leer las declaraciones de los defensores del mercado sobre la supuesta
equivocación de Marx sobre este tema, cuando en realidad fue precisamente una
de sus predicciones más brillantes y certeras.
Durante la década de 1980 se puso de moda decir que lo
pequeño es hermoso. Este no es el lugar para entrar en una discusión sobre la
estética relativa de tamaños grandes, pequeños o medianos, sobre la que todo el
mundo tiene derecho a tener una opinión. Pero es un hecho absolutamente
indiscutible que el proceso de concentración de capital previsto por Marx se ha
producido, sigue produciéndose y, de hecho, ha llegado a niveles sin
precedentes en el curso de los últimos diez años.
En los Estados Unidos, donde el proceso puede ser visto en
una forma particularmente clara, las empresas del índice Fortune 500
representaban el 73,5 por ciento del total del PIB en 2010. Si estas 500
empresas formaran un país independiente, serían la segunda mayor economía del
mundo, sólo superada por los propios Estados Unidos. En 2011, estas 500
empresas generaron un récord de 824.500 millones de dólares en ganancias: un
salto del 16 por ciento desde 2010. A escala mundial, las 2.000 empresas más
grandes suponen actualmente 32 billones de dólares en ingresos, 2,4 billones de
dólares en ganancias, 138 billones de dólares en activos y 38 billones de
dólares en valor de mercado, con un increíble 67 por ciento de aumento de los beneficios
entre 2010 y 2011.
Cuando Marx y Engels escribieron el Manifiesto, no había
ninguna evidencia empírica de sus afirmaciones. Por el contrario, el
capitalismo de su época se basaba enteramente en las pequeñas empresas, el
libre mercado y la competencia. Hoy en día, la economía de todo el mundo
capitalista está dominada por un puñado de gigantescos monopolios
transnacionales como Exxon y Wal Mart. Estos gigantes poseen fondos que superan
con creces los presupuestos nacionales de muchos Estados. Las predicciones del
Manifiesto se han hecho realidad de una forma aún más clara y completa que lo
que el propio Marx jamás podría haber soñado.
Los defensores del capitalismo no pueden perdonar a Marx
porque, en un momento en que el capitalismo se encontraba en la etapa de vigor
juvenil, fue capaz de prever las causas de su degeneración senil. Durante
décadas negaron enérgicamente su predicción del proceso inevitable de
concentración del capital y el desplazamiento de las pequeñas empresas por los
grandes monopolios.
El proceso de centralización y concentración de capital ha
alcanzado proporciones hasta ahora inimaginables. El número de fusiones y
adquisiciones ha alcanzado el carácter de epidemia en todos los países
industrializados avanzados. En muchos casos, estas adquisiciones están
íntimamente relacionadas con todo tipo de prácticas turbias: compra o venta de
acciones en Bolsa con información privilegiada, falsificación de los precios de
las acciones y otros tipos de fraude, robo y estafa, como ha revelado el
escándalo de la manipulación de la tasa de interés Libor por el banco Barclays
y otros grandes bancos. Esta concentración de capital no significa un
crecimiento de la producción, sino todo lo contrario. En todos los casos, la
intención no es la de invertir en nuevas plantas y maquinaria sino la de cerrar
fábricas y oficinas y despedir a un gran número de trabajadores con el fin de
aumentar los márgenes de beneficios sin aumentar la producción. Baste con
mencionar la reciente fusión de dos grandes bancos suizos, que fue seguida
inmediatamente por la pérdida de 13.000 puestos de trabajo.
Globalización y
desigualdad
Pasemos a la siguiente predicción importante hecha por Marx.
Ya en 1847, Marx explicó que el desarrollo de un mercado global vuelve
"imposible toda la estrechez y el individualismo nacional. Todos los
países, incluso los más grandes y poderosos, ahora están totalmente
subordinados a toda la economía mundial, que decide el destino de los pueblos y
las naciones". Este brillante pronóstico teórico, mejor que cualquier otra
cosa, muestra la superioridad inconmensurable del método marxista.
La globalización es generalmente considerada como un
fenómeno reciente. Sin embargo, la creación de un único mercado global bajo el
capitalismo fue predicha hace mucho tiempo en las páginas del Manifiesto. El
dominio aplastante del mercado mundial es ahora el hecho más decisivo de
nuestra época. La enorme intensificación de la división internacional del
trabajo desde la Segunda Guerra Mundial ha demostrado la corrección del
análisis de Marx de una manera casi de laboratorio.
A pesar de esto, se han hecho grandes esfuerzos para
demostrar que Marx se equivocó al hablar de la concentración del capital y, por
lo tanto, del proceso de polarización entre las clases. Esta gimnasia mental
corresponde a los sueños de la burguesía para redescubrir la desaparecida edad
de oro de la libre empresa, de la misma forma que un viejo decrépito anhela en
su senilidad los días perdidos de su juventud.
Desafortunadamente, no hay la más mínima posibilidad de que
el capitalismo recupere su vigor juvenil. Hace mucho tiempo que ha entrado en
su fase final: la del capitalismo monopolista. Los días de la pequeña empresa,
a pesar de la nostalgia de la burguesía, han sido relegados al pasado. En todos
los países los grandes monopolios, estrechamente relacionados con la banca y
enredados con el Estado burgués, dominan la vida de la sociedad. La
polarización entre las clases continúa sin interrupción, y tiende a acelerarse.
Tomemos la situación en los EEUU. Las 400 familias
estadounidenses más ricas tienen tanta riqueza como el 50 por ciento de la
población más pobre. Los seis herederos individuales de Walmart
"valen" más que el 30 por ciento más pobre de los estadounidenses
puestos juntos. El 50 por ciento más pobre de los estadounidenses poseen sólo
un 2,5 por ciento de la riqueza del país. El uno por ciento más rico de la
población de los EEUU aumentó su participación en el ingreso nacional del 17,6
por ciento en 1978 a un sorprendente 37,1 por ciento en 2011.
Durante los últimos 30 años la brecha entre los ingresos de
los ricos y los pobres se ha ido ampliando paulatinamente hasta convertirse en
un profundo abismo. En el Occidente industrializado el ingreso promedio del
diez por ciento más rico de la población es de aproximadamente nueve veces más
que el del diez por ciento más pobre. Esa es una diferencia enorme. Y las
cifras publicadas por la OCDE muestran que la disparidad que se inició en los
EEUU y el Reino Unido se ha extendido a países como Dinamarca, Alemania y
Suecia, que tradicionalmente han tenido una baja desigualdad.
La riqueza obscena de los banqueros es ahora un escándalo
público. Pero este fenómeno no se limita al sector financiero. En muchos casos,
los directores de las grandes empresas ganan 200 veces más que sus trabajadores
peor pagados. Esta excesiva diferencia ya ha provocado un resentimiento
creciente, que está convirtiéndose en furia derramada en las calles, en un país
tras otro. La creciente tensión se refleja en las huelgas, huelgas generales,
manifestaciones y disturbios. Se refleja en las elecciones mediante el voto de
protesta contra los gobiernos y todos los partidos existentes, como hemos visto
recientemente en las elecciones generales italianas.
Una encuesta de la revista Time mostró que el 54% tiene una
opinión favorable del movimiento #Occupy, el 79% piensa que la brecha entre
ricos y pobres ha crecido demasiado, el 71% piensa que los directores
ejecutivos de las instituciones financieras deben ser procesados, el 68% piensa
que los ricos deberían pagar más impuestos y sólo el 27% tiene una opinión
favorable del movimiento Tea Party (33% desfavorable). Por supuesto, es
demasiado pronto para hablar de una revolución en Estados Unidos. Pero está
claro que la crisis del capitalismo está produciendo un creciente ambiente de
crítica entre amplias capas de la población. Hay un fermento y un
cuestionamiento del capitalismo que no estaban antes ahí.
El azote del
desempleo
En el Manifiesto del Partido Comunista leemos: "He ahí
una prueba palmaria de la incapacidad de la burguesía para seguir gobernando la
sociedad e imponerle a ésta por norma las condiciones de su vida como
clase. Es incapaz de gobernar, porque es incapaz de garantizar a sus
esclavos la existencia ni aun dentro de su esclavitud, porque se ve forzada a
dejarlos llegar hasta una situación de desamparo en que no tiene más remedio
que mantenerlos, cuando son ellos quienes debieran mantenerla a ella. La
sociedad no puede seguir viviendo bajo el imperio de esa clase; la vida de la
burguesía se ha hecho incompatible con la sociedad".
Las palabras de Marx y Engels citadas más arriba se han
vuelto literalmente ciertas. Hay un sentimiento creciente en todos los sectores
de la sociedad de que nuestras vidas están dominadas por fuerzas que escapan a
nuestro control. La sociedad está presa de una punzante sensación de miedo e
incertidumbre. El ambiente de inseguridad se ha generalizado prácticamente a
toda la sociedad.
El tipo de desempleo masivo que estamos experimentando es
mucho peor que cualquier cosa que Marx previó. Marx escribió acerca del
ejército de reserva de mano de obra, es decir, de un conjunto de mano de obra
que puede utilizarse para mantener bajos los salarios y actúa como una reserva
cuando la economía se recupera de una caída. Pero el tipo de desempleo que
ahora vemos no es el ejército de reserva del que hablaba Marx, que, desde un
punto de vista capitalista, jugó un papel útil.
Este no es el tipo de desempleo cíclico del pasado con el
que los trabajadores están bien familiarizados y que surgía en una recesión
para desaparecer cuando la economía volvía a remontar. Es un desempleo
permanente, estructural, orgánico, que no disminuye notablemente, incluso
cuando hay un "boom". Es un peso muerto que actúa como un lastre
colosal en la actividad productiva, un síntoma de que el sistema ha llegado a
un callejón sin salida.
Una década antes de la crisis de 2008, según las Naciones
Unidas, el desempleo mundial era de aproximadamente 120 millones de personas.
Para el año 2009, la Organización Internacional del Trabajo puso la cifra en
198 millones, y espera que llegue a 202 millones en 2013. Sin embargo, incluso
estas cifras, como todas las estadísticas oficiales de desempleo, representan
una importante subestimación de la situación real. Si incluimos la enorme
cantidad de hombres y mujeres que se ven obligados a trabajar en todo tipo de
"trabajos" marginales, la auténtica cifra mundial de desempleo y
subempleo no sería inferior a 1.000 millones.
A pesar de todos los discursos sobre la recuperación
económica, el crecimiento económico en Alemania, la principal potencia
económica de Europa, ha disminuido casi a cero, al igual que en Francia. En
Japón la economía también está a punto de paralizarse. Aparte de la miseria y
del sufrimiento causado a millones de familias, desde un punto de vista
económico, representa una considerable pérdida de la producción y un derroche a
una escala colosal. Contrariamente a las ilusiones de los líderes sindicales en
el pasado, el desempleo masivo ha regresado y se ha extendido por todo el mundo
como un cáncer que roe las entrañas de la sociedad.
La crisis del capitalismo tiene sus efectos más terribles
entre los jóvenes. El desempleo juvenil está disparándose en todas partes. Esta
es la razón de las protestas estudiantiles masivas y disturbios en Gran
Bretaña, del movimiento de los indignados en España, de la ocupación de las
escuelas de Grecia y también de las revueltas en Túnez y Egipto, donde
alrededor del 75% de los jóvenes está desempleado.
El número de desempleados en Europa está aumentando
constantemente. La cifra para España es de casi el 27 por ciento, mientras que
el desempleo juvenil se sitúa en un increíble 55 por ciento, y en Grecia no
menos de 62 por ciento de los jóvenes –dos de cada tres– no tienen trabajo.
Toda una generación de jóvenes está siendo sacrificada en el altar de los
Beneficios. Muchos de los que buscaban la salvación en la educación superior
han encontrado que esta avenida está bloqueada. En Gran Bretaña, donde la
educación superior solía ser gratuita, ahora los jóvenes ven que a fin de
conseguir la especialización que necesitan, van a tener que endeudarse.
En el otro extremo de la escala de edad, los trabajadores
cercanos a la jubilación descubren que deben trabajar más tiempo y pagar más
para obtener pensiones más bajas que condenan a muchos a la pobreza en la
vejez. Para jóvenes y viejos por igual, la perspectiva a la que se enfrenta la
mayoría hoy en día es una vida de inseguridad. Toda la vieja hipocresía
burguesa sobre los valores de la moral y la familia se ha revelado como vacía.
La epidemia de desempleo, la falta de vivienda, el endeudamiento aplastante y
la desigualdad social extrema han convertido a toda una generación en parias,
ha socavado la familia y ha creado una pesadilla de pobreza sistémica,
desmoralización, degradación y desesperación.
Una crisis de
sobreproducción
En la mitología griega había un personaje llamado Procusto
que tenía la mala costumbre de cortar las piernas, la cabeza y los brazos de
sus invitados para que cupieran en su cama infame. En la actualidad, el sistema
capitalista se asemeja a la cama de Procusto. La burguesía está destruyendo
sistemáticamente los medios de producción con el fin de hacerlos encajar en los
estrechos límites del sistema capitalista. Este vandalismo económico se asemeja
a una política de tala y quema a gran escala.
George Soros compara este proceso con el martillo de
demolición utilizado para derribar edificios altos. Pero no son sólo edificios
lo que están destruyendo, sino economías y Estados enteros. La consigna del
momento es austeridad, recortes y ataques a los niveles de vida. En todos los
países la burguesía plantea el mismo grito de guerra: "¡Hay que reducir el
gasto público!" Todos los gobiernos del mundo capitalista, ya sean de
derecha o de "izquierda" en realidad están siguiendo la misma
política. Esto no es el resultado de los caprichos de políticos a título
individual, de la ignorancia o de su mala fe (aunque de esto hay también
bastante), sino una expresión gráfica del callejón sin salida en que se
encuentra el sistema capitalista.
Esta es una expresión del hecho de que el sistema
capitalista está llegando a sus límites y es incapaz de desarrollar las fuerzas
productivas de la manera que lo hizo en el pasado. Como el aprendiz de brujo de
Goethe, han conjurado fuerzas que no pueden controlar. Sin embargo, recortando
los gastos del Estado, también merman la demanda y reducen el conjunto del
mercado, justo en un momento en que incluso los economistas burgueses reconocen
que existe un grave problema de sobreproducción ("sobrecapacidad") a
escala mundial. Tomemos sólo un ejemplo: el del sector del automóvil. Este es
fundamental, ya que involucra a muchos otros sectores como el acero, plásticos,
productos químicos y electrónica.
El exceso global de capacidad de la industria del automóvil
es de aproximadamente un 30 por ciento. Esto significa que Ford, General
Motors, Fiat, Renault, Toyota y todos los demás podrían cerrar un tercio de sus
fábricas y despedir a un tercio de sus trabajadores mañana mismo, y todavía no
serían capaces de vender todos los vehículos que producen a lo que ellos
consideran una tasa de beneficios aceptable. Existe una situación similar en
muchos otros sectores. A menos que se resuelva este problema de exceso de
capacidad, no puede haber un verdadero fin a la crisis actual.
El dilema de los capitalistas se puede expresar fácilmente.
Si Europa y los EEUU no están consumiendo, China no puede producir. Si China no
está produciendo al mismo ritmo que antes, países como Brasil, Argentina y
Australia no pueden continuar exportando sus materias primas. El mundo entero
está indisolublemente vinculado entre sí. La crisis del euro afectará a la
economía de los EEUU, que se encuentra en un estado muy frágil, y lo que ocurra
en los EEUU tendrá un efecto decisivo en toda la economía mundial. Así, la
globalización se manifiesta como una crisis global del capitalismo.
Alienación
Con una visión de futuro increíble, los autores del
Manifiesto previeron las condiciones que precisamente ahora está sufriendo la
clase obrera en todos los países.
"La extensión de
la maquinaria y la división del trabajo quitan a éste, en el régimen proletario
actual, todo carácter autónomo, toda libre iniciativa y todo encanto para el
obrero. El trabajador se convierte en un simple resorte de la máquina, del que
sólo se exige una operación mecánica, monótona, de fácil aprendizaje. Por eso,
los gastos que supone un obrero se reducen, sobre poco más o menos, al mínimo
de lo que necesita para vivir y para perpetuar su raza. Y ya se sabe que
el precio de una mercancía, y como una de tantas el trabajo, equivale a su
coste de producción. Cuanto más repelente es el trabajo, tanto más
disminuye el salario pagado al obrero. Más aún: cuanto más aumentan la
maquinaria y la división del trabajo, tanto más aumenta también éste, bien
porque se alargue la jornada, bien porque se intensifique el rendimiento
exigido, se acelere la marcha de las máquinas, etc.".
Hoy, EEUU ocupa la misma posición que el Reino Unido ocupaba
en la época de Marx: la del país capitalista más desarrollado. Por lo tanto,
las tendencias generales del capitalismo se expresan ahí en su forma más clara.
Durante los últimos 30 años, la remuneración de los ejecutivos en los EEUU ha
aumentado en un 725%, mientras que la remuneración de los trabajadores ha
aumentado en sólo un 5,7%. Estos ejecutivos ahora ganan un promedio de 244
veces más que sus empleados. El salario mínimo federal actual es de 7,25 dólares
por hora. Según el Centro de Investigación de Política Económica, si el salario
mínimo se hubiera mantenido a la par con el aumento de la productividad del
trabajador, este hubiera llegado a 21,72 dólares en el 2012. Si se toma en
cuenta la inflación, los salarios medios de los trabajadores varones
estadounidenses son más bajos hoy que en 1968. El auge económico del pasado
tuvo lugar en gran parte a expensas de la clase obrera.
Mientras millones se ven obligados a tener una vida
miserable de inactividad forzosa, millones de personas se ven obligadas a tener
dos o tres empleos, y con frecuencia trabajan 60 horas o más a la semana sin
ningún pago adicional por horas extraordinarias. El 85,8 por ciento de los
varones y el 66,5 por ciento de las mujeres trabajan más de 40 horas a la
semana. Según la Organización Internacional del Trabajo "los
estadounidenses trabajan 137 horas más al año que los trabajadores japoneses,
260 horas más al año que los trabajadores británicos y 499 horas más al año que
los trabajadores franceses".
Según datos de la Oficina de Estadísticas Laborales de EEUU
(BLS), la productividad media por trabajador estadounidense ha aumentado un 400
por ciento desde 1950. En teoría, esto significa que para lograr el mismo nivel
de vida un trabajador sólo tendría que trabajar una cuarta parte de la jornada
laboral media en 1950, es decir, 11 horas por semana. O eso, o el nivel de
vida, en teoría, debería haber aumentado en cuatro veces. Por el contrario, el
nivel de vida se ha reducido drásticamente para la mayoría, mientras que el
estrés relacionado con el trabajo, las lesiones y las enfermedades van en
aumento. Esto se refleja en una epidemia de depresión, suicidio, divorcio,
abuso infantil y conyugal, tiroteos masivos y otros males sociales.
La misma situación existe en Gran Bretaña, donde bajo el
gobierno de Thatcher se destruyeron 2,5 millones de empleos en la industria y,
no obstante, se ha mantenido el mismo nivel de producción que en 1979. Esto se
ha logrado, no a través de la introducción de nueva maquinaria, sino a través
de la sobre-explotación de los trabajadores británicos. En 1995, Kenneth
Calman, Director General de Salud, advirtió que "la pérdida del empleo de
por vida ha desatado una epidemia de enfermedades relacionadas con el estrés".
La lucha de clases
Marx y Engels explicaron en el Manifiesto Comunista que un
factor constante en toda la historia es que el desarrollo social se lleva a
cabo a través de la lucha de clases. Bajo el capitalismo, esto se ha
simplificado en gran medida con la polarización de la sociedad en dos grandes
clases antagónicas: la burguesía y el proletariado. El enorme desarrollo de la
industria y de la tecnología en los últimos 200 años ha llevado al aumento de
la concentración del poder económico en unas pocas manos.
"Toda la historia de la sociedad humana, hasta la
actualidad, es una historia de luchas de clases", dice el Manifiesto en
una de sus frases más célebres. Durante mucho tiempo, a muchos les parecía que
esta idea era anticuada. En el largo período de expansión capitalista que
siguió a la Segunda Guerra Mundial, con pleno empleo en las economías
industriales avanzadas, con el aumento de los niveles de vida y las reformas
(¿recordáis el Estado del Bienestar?), la lucha de clases, efectivamente, parecía
ser una cosa del pasado.
Marx predijo que el desarrollo del capitalismo conduciría
inexorablemente a la concentración del capital, una inmensa acumulación de
riqueza por un lado, y una inmensa acumulación de pobreza, miseria y trabajo
insoportable en el otro extremo del espectro social. Durante décadas, esta idea
fue desmentida por los economistas burgueses y los sociólogos de universidad
que insistieron en que la sociedad se estaba volviendo cada vez más igualitaria
y que todo el mundo se estaba convirtiendo en clase media. Ahora todas estas
ilusiones se han disipado.
El argumento, tan querido por los sociólogos burgueses, de
que la clase obrera ha dejado de existir ha caído por su propio peso. En el
último período se han proletarizado capas importantes de la población activa
que antes se consideraban de clase media. Los maestros, los funcionarios
públicos, los empleados de la banca y otros han sido empujados a las filas de
la clase obrera y del movimiento obrero, donde constituyen algunos de los sectores
más militantes.
Los viejos argumentos de que todo el mundo puede prosperar y
todos somos de clase media han sido falsificados por los acontecimientos. En
los últimos 20 o 30 años, en Gran Bretaña, EEUU y muchos otros países
desarrollados ha estado sucediendo lo contrario. La clase media solía pensar
que la vida se desarrollaba en una progresión ordenada de etapas en las que
cada una es un paso adelante respecto a la anterior. Eso ya no es el caso.
La seguridad del empleo ha dejado de existir, los oficios y
profesiones del pasado han desaparecido en gran medida y carreras para toda la
vida son apenas recuerdos. Toda esperanza de avanzar ha sido eliminada y para
la mayoría de la gente una vida de clase media ya no es ni siquiera una
aspiración. Una minoría decreciente puede contar con una pensión que les
permita vivir cómodamente, y pocos tienen un ahorro significativo. Más y más
gente vive del día a día, con poca idea de lo que le espera en el futuro.
Si la gente tiene alguna riqueza, está en sus casas, pero
con la contracción de la economía los precios de la vivienda han caído en
muchos países y podrían estar estancados durante años. La idea de una
democracia de propietarios ha sido desenmascarada como un espejismo. Lejos de
ser una ventaja para ayudar a financiar una jubilación cómoda, poseer una
vivienda se ha convertido en una pesada carga. Las hipotecas deben pagarse, se
tenga trabajo o no. Muchos están atrapados en con un patrimonio neto negativo,
con enormes deudas que nunca podrán pagar. Hay una generación cada vez más
numerosa que sólo puede ser descrita como esclava de la deuda.
Esta es una condena devastadora del sistema capitalista. Sin
embargo, este proceso de proletarización significa que las reservas sociales de
la reacción se han reducido considerablemente porque una gran parte de los
trabajadores de cuello blanco se acerca a la clase obrera tradicional. En las
movilizaciones masivas recientes, sectores que en el pasado nunca hubieran
soñado con ir a la huelga o incluso entrar en un sindicato, tales como los
maestros y los funcionarios públicos, se encontraban en la primera línea de la
lucha de clases.
¿Idealismo o
materialismo?
El punto de partida del método idealista se encuentra en lo
que las personas piensan y dicen de sí mismas. Pero Marx explicó que las ideas
no caen del cielo, sino que reflejan con mayor o menor exactitud, situaciones
objetivas, presiones sociales y contradicciones ajenas a la voluntad de los
hombres y de las mujeres. Pero la historia no se desarrolla como resultado de
la libre voluntad o de deseos conscientes de un "gran hombre", de
reyes, de políticos o de filósofos. Por el contrario, el progreso de la
sociedad depende del desarrollo de las fuerzas productivas, que no es el
producto de una planificación consciente, sino que se desarrolla a espaldas de
los hombres y de las mujeres.
Por primera vez, Marx coloca el socialismo sobre una base
teórica firme. Una comprensión científica de la historia no se puede basar en
las imágenes distorsionadas de la realidad que flotan como fantasmas pálidos e
imaginarios en las mentes de los hombres y de las mujeres, sino en las
relaciones sociales reales. Eso significa que hay que partir de una
clarificación de la relación entre las formas sociales y políticas y el modo de
producción en una etapa determinada de la historia. Esto es precisamente lo que
se llama el método de análisis del materialismo histórico.
Alguna gente se sentirá irritada por esta teoría que parece
privar a la humanidad de la función de protagonistas en el proceso histórico.
De la misma manera, la Iglesia y sus apologistas filosóficos estaban
profundamente ofendidos por las afirmaciones de Galileo de que el Sol, y no la
Tierra, era el centro del Universo. Más tarde, las mismas personas atacaron a
Darwin por sugerir que los seres humanos no eran la creación especial de Dios,
sino el producto de la selección natural.
De hecho, el marxismo no niega en absoluto la importancia
del factor subjetivo en la historia, el papel consciente de la humanidad en el
desarrollo de la sociedad. Los hombres y las mujeres hacen la historia, pero no
la hacen enteramente de acuerdo con su libre voluntad e intenciones
conscientes. En palabras de Marx: "La historia no hace nada, ‘no posee una
riqueza inmensa’, ‘no libra combates’. Ante todo es el hombre, el hombre real y
vivo quien hace todo eso, quien posee y realiza combates; estemos seguros que
no es la ‘historia’ la que se sirve del hombre como de un medio para realizar
–como si ella fuera un personaje particular– sus propios fines; no es más que
la actividad del hombre que persigue sus objetivos". (Marx y Engels, La
Sagrada Familia, Capítulo VI)
Todo lo que el marxismo hace es explicar el papel del
individuo como parte de una sociedad determinada, sujeta a ciertas leyes
objetivas y, en última instancia, como el representante de los intereses de una
clase particular. Las ideas no tienen existencia independiente, ni desarrollo
histórico propio. "La vida no está determinada por la conciencia",
escribe Marx en La ideología alemana, "sino la conciencia por la
vida".
Las ideas y las acciones de las personas están condicionadas
por las relaciones sociales, el desarrollo de lo cual no depende de la voluntad
subjetiva de los hombres y mujeres, sino que se lleva a cabo de acuerdo con las
leyes definidas que, en última instancia, reflejan las necesidades del
desarrollo de las fuerzas productivas. Las interrelaciones entre estos factores
constituyen una compleja red que a menudo es difícil de ver. El estudio de
estas relaciones es la base de la teoría marxista de la historia.
Citemos un ejemplo. En el momento de la Revolución Inglesa,
Oliver Cromwell creía fervientemente que él estaba luchando por el derecho de
cada individuo a orar a Dios de acuerdo a su conciencia. Pero el transcurso
posterior de la historia ha demostrado que la Revolución de Cromwell fue la
etapa decisiva en el ascenso irresistible de la burguesía inglesa al poder. La
fase concreta del desarrollo de las fuerzas productivas en la Inglaterra del
siglo XVII no permitía ningún otro resultado.
Los dirigentes de la Gran Revolución Francesa de 1789 a 1793
lucharon bajo la bandera de "Libertad, Igualdad y Fraternidad". Ellos
creían que estaban luchando por un régimen basado en las leyes eternas de la
justicia y la razón. Sin embargo, independientemente de sus intenciones e
ideas, los jacobinos estaban preparando el camino para la dominación de la
burguesía en Francia. Una vez más, desde un punto de vista científico, ningún
otro resultado era posible en ese momento del desarrollo social.
Desde el punto de vista del movimiento obrero, la gran
contribución de Marx es que él fue el primero en explicar que el socialismo no
es sólo una buena idea, sino el resultado necesario del desarrollo de la
sociedad. Pensadores socialistas antes de Marx –los socialistas utópicos–
trataron de descubrir leyes y fórmulas universales que sentaran las bases para
el triunfo de la razón humana sobre la injusticia de la sociedad de clases.
Todo lo que se necesitaba era descubrir esa idea, y los problemas se resolverían.
Este era un enfoque idealista.
A diferencia de los utópicos, Marx nunca trató de descubrir
las leyes de la sociedad en general. Él analizó la ley del movimiento de una
sociedad en particular, de la sociedad capitalista, explicando cómo surgió,
cómo evolucionó y cómo dejará necesariamente de existir en un momento dado.
Llevó a cabo esta enorme tarea en los tres volúmenes de El Capital.
Marx y Darwin
Charles Darwin, que era un materialista instintivo, explicó
la evolución de las especies como consecuencia de los efectos del medio
ambiente natural. Carlos Marx explicó la evolución de la humanidad a partir del
desarrollo del medio ambiente "artificial" que llamamos sociedad. La
diferencia radica, por una parte, en el carácter enormemente complicado de la
sociedad humana en comparación con la relativa simplicidad de la naturaleza y,
en segundo lugar, en el ritmo de cambio enormemente acelerado de la sociedad en
comparación con el ritmo extraordinariamente lento con el que se desarrolla la
evolución por selección natural.
Sobre la base de las relaciones sociales de producción –es
decir, las relaciones entre las clases sociales– surgen formas jurídicas y
políticas complejas con sus múltiples reflejos ideológicos, culturales y
religiosos. Este complejo edificio de formas e ideas a veces es definido como
la superestructura social. La superestructura, aunque siempre se basa en
fundamentos económicos, se eleva por encima de la base económica e interactúa
con ella, a veces de manera decisiva. Esta relación dialéctica entre la base y
la superestructura es muy complicada y no siempre muy evidente. Pero en última
instancia, la base económica siempre resulta ser la fuerza decisiva.
Las relaciones de propiedad son simplemente la expresión
jurídica de las relaciones entre las clases. Al principio, estas relaciones
–junto con su expresión jurídica y política– ayudan al desarrollo de las
fuerzas productivas. Pero el desarrollo de las fuerzas productivas tiende a
tropezar con las limitaciones representadas por las relaciones de propiedad
existentes. Estas últimas se convierte en un obstáculo para el desarrollo de la
producción. Es en este momento que entramos en un período de revolución.
Los idealistas ven la conciencia humana como la causa
principal de toda acción humana, la fuerza motriz de la historia. Pero toda la
historia demuestra lo contrario. La conciencia humana, en general, no es
progresista ni revolucionaria. Reacciona de forma lenta a las circunstancias y
es profundamente conservadora. A la mayoría de la gente no le gusta el cambio,
y mucho menos el cambio revolucionario. Este miedo innato al cambio está
profundamente arraigado en la psique colectiva. Es parte de un mecanismo de
defensa que tiene sus orígenes en un pasado remoto de la especie humana.
Como regla general, podemos decir que la sociedad nunca
decide dar un paso adelante si no está obligada a hacerlo bajo la presión de la
necesidad extrema. Siempre que sea posible salir del paso en la vida sobre la
base de las viejas ideas, adaptándolas imperceptiblemente a una realidad que
cambia lentamente, los hombres y las mujeres continuarán andando por los
caminos ya trillados. Al igual que la fuerza de la inercia en la mecánica, la
tradición, la costumbre y la rutina constituyen una pesada carga sobre la
conciencia humana, lo que significa que las ideas siempre tienden a ir a la
zaga de los acontecimientos. Se requiere el martillazo de los grandes
acontecimientos para superar esta inercia y obligar a la gente a cuestionar la
sociedad existente, sus ideas y valores.
Todo lo que muestra la revolución es el hecho de que las
contradicciones sociales generadas por el enfrentamiento entre el desarrollo
económico y la estructura existente de la sociedad se han vuelto insoportables.
Esta contradicción central sólo puede ser resuelta por el derrocamiento radical
del orden existente y su sustitución por nuevas relaciones sociales que pongan
la base económica en armonía con la superestructura.
En una revolución las bases económicas de la sociedad sufren
una transformación radical. A continuación, la superestructura legal y política
sufre un cambio profundo. En cada caso, las nuevas y más elevadas relaciones de
producción han madurado en embrión en el seno de la vieja sociedad, planteando
la urgente necesidad de una transición hacia un nuevo sistema social.
El materialismo
histórico
El marxismo analiza los impulsos primarios ocultos del
desarrollo de la sociedad humana, desde las primeras sociedades tribales hasta
los tiempos modernos. La forma en que el marxismo traza este sinuoso camino se
llama la concepción materialista de la historia. Este método científico nos
permite entender la historia, no como una serie de incidentes inconexos e
imprevistos, sino más bien como parte de un proceso claramente comprensible e
interrelacionado. Se trata de una serie de acciones y reacciones que abarcan la
política, la economía y todo el espectro del desarrollo social. La tarea del
materialismo histórico es poner al descubierto la compleja relación dialéctica
entre todos estos fenómenos.
El gran historiador inglés Edward Gibbon, autor de La
historia de la decadencia y caída del Imperio romano, escribió que la historia
es "poco más que la lista de los crímenes, locuras y desgracias de la
humanidad". (Gibbon, La decadencia y caída del Imperio Romano, Vol. 1, p.
69.) Básicamente, la más reciente interpretación postmodernista de la historia
no ha avanzado un solo paso desde entonces. La historia es vista como una serie
de narraciones desconectadas, sin conexión orgánica ni lógica o significado interior.
Según este punto de vista, no existe un sistema socio-económico que se pueda
decir que sea mejor o peor que cualquier otro, y por lo tanto la cuestión del
progreso o del retroceso histórico está descartada.
La historia aparece aquí esencialmente como una serie de
sucesos o accidentes aleatorios inexplicables y sin sentido. Se rige por leyes
que no podemos comprender. Tratar de entenderla sería, por lo tanto, un
ejercicio inútil. Una variación de este tema es la idea, ahora muy popular en
algunos círculos académicos, de que no existen formas superiores o inferiores
de desarrollo social y cultural. Afirman que no existe tal cosa como el
progreso, algo que consideran una idea anticuada del siglo XIX, que fue
popularizada por los liberales victorianos, socialistas fabianos y… Carlos
Marx.
Esta negación del progreso en la historia es característica
de la psicología de la burguesía en la fase de declive capitalista. Se trata de
un fiel reflejo del hecho de que, bajo el capitalismo, el progreso ha alcanzado
sus límites y amenaza con dar marcha atrás. La burguesía y sus representantes
intelectuales son, naturalmente, reticentes a aceptar este hecho. Más aún, son
orgánicamente incapaces de reconocerlo. Lenin dijo una vez que un hombre al
borde de un precipicio no razona. Sin embargo, son vagamente conscientes de la
situación real, y tratan de encontrar algún tipo de justificación para el
estancamiento de su sistema negando completamente la posibilidad de avance.
Esta idea se ha hundido tanto en la conciencia que incluso
ha sido llevada al reino de la evolución no humana. Incluso un pensador tan
brillante como Stephen Jay Gould, cuya teoría dialéctica del equilibrio
puntuado transformó la forma en que se percibe la evolución, sostuvo que era un
error hablar de progreso de un nivel inferior a uno superior en la evolución,
por lo que los microbios se deben colocar en el mismo nivel que los seres
humanos. En cierto sentido es verdad que todos los seres vivos están
relacionados (el genoma humano ha demostrado esto de manera concluyente). La
humanidad no es una creación especial del Todopoderoso, sino el producto de la
evolución. Tampoco es correcto ver la evolución como una especie de gran
diseño, cuyo objetivo es crear seres como nosotros (una teleología, que viene
del griego telos y cuyo significado es fin). Sin embargo, al rechazar una idea
incorrecta, no es necesario ir al otro extremo, dando lugar a nuevos errores.
No se trata de aceptar ningún tipo de plan preconcebido, ya
sea en relación con una intervención divina o de alguna clase de teleología,
pero está claro que las leyes de la evolución inherentes a la naturaleza
determinan, de hecho, el desarrollo desde formas simples de vida a formas más
complejas. Las primeras formas de vida ya contienen en sí el embrión de todos
los desarrollos futuros. Es posible explicar el desarrollo de los ojos, las
piernas y otros órganos sin necesidad de recurrir a ningún plan preestablecido.
En un determinado momento llegamos al desarrollo de un sistema nervioso central
y un cerebro. Por último, con el homo sapiens, llegamos a la conciencia humana.
La materia se hace consciente de sí misma. No ha habido ninguna revolución más
importante desde el desarrollo de la materia orgánica (vida) a partir de la
materia inorgánica.
Para complacer a nuestros críticos, quizás deberíamos añadir
las palabras “desde nuestro punto de vista”. Los microbios, si fueran capaces
de tener un punto de vista, probablemente plantearían objeciones serias. Pero
somos seres humanos y tenemos que ver las cosas necesariamente a través de los
ojos humanos. Y nosotros afirmamos que la evolución representa, de hecho, el
desarrollo de formas de vida simple a otras más complejas y versátiles –en
otras palabras, el progreso desde formas inferiores a superiores de vida–.
Objetar esta formulación no tiene mucho sentido y no es científico, sino
meramente escolástico. Al decir esto, por supuesto, no queremos ofender a los
microbios, que, después de todo, han existido durante mucho más tiempo que
nosotros, y si el sistema capitalista no es derrocado, puede que tengan la
última palabra.
El motor de la
historia
En la Contribución a la crítica de la economía política,
Marx explica la relación entre las fuerzas productivas y la
"superestructura" de la siguiente manera:
"En la producción social de su vida
los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de
su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada
de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales (…) El modo de producción
de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y
espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser
sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia".
Como Marx y Engels se esforzaron en señalar, quienes hacen
la historia no siempre son conscientes de qué motivos les impulsan a actuar,
buscando en su lugar racionalizarlos de un modo u otro, pero esos motivos
existen y tienen una base en el mundo real.
Al igual que Charles Darwin explica que las especies no son
inmutables, y que poseen un pasado, un presente y un futuro cambiando y
evolucionando, así Marx y Engels explican que un sistema social no es algo
eternamente fijo. Esa es la ilusión de todas las épocas. Cada sistema social
cree que representa la única forma posible de existencia para los seres
humanos, que sus instituciones, su religión, su moral… son la última palabra
que se puede decir al respecto.
Eso es lo que los caníbales, los sacerdotes egipcios, María
Antonieta y el Zar Nicolás creían fervientemente. Y eso es lo que la burguesía
y sus apologistas quieren demostrarnos hoy, cuando nos aseguran, sin la más
mínima base, que el llamado sistema de la libre empresa es el único sistema
posible, justo cuando empieza a hundirse.
Hoy en día la idea de "evolución" ha sido generalmente aceptada, al
menos, por personas instruidas. Las ideas de Darwin, tan revolucionarias en su
día, se aceptan casi como un axioma. Sin embargo, la evolución se entiende
generalmente como un proceso lento y gradual, sin interrupciones o trastornos
violentos. En política, este tipo de argumento se utiliza con frecuencia como
justificación para el reformismo. Por desgracia, se basa en un malentendido.
El mecanismo real de la evolución aún hoy en día sigue
siendo un libro cerrado con siete sellos. Esto no es sorprendente, considerando
que el propio Darwin no lo entendió. Sólo en la última década más o menos, con
los nuevos descubrimientos de la paleontología hechos por Stephen J. Gould,
quien formuló la teoría del equilibrio puntuado, se ha demostrado que la
evolución no es un proceso gradual. Hay largos períodos en los que no se
observan grandes cambios, pero en un momento dado, la línea de la evolución se
rompe por una explosión, una verdadera revolución biológica caracterizada por
la extinción masiva de algunas especies y el rápido ascenso de otras.
La analogía entre la sociedad y la naturaleza es, por
supuesto, sólo aproximada. Pero incluso el examen más superficial de la
historia muestra que la interpretación gradualista carece de fundamento. La
sociedad, como la naturaleza, conoce largos períodos de cambio lento y gradual,
pero también aquí la línea se interrumpe por acontecimientos explosivos:
guerras y revoluciones, en las que el proceso de cambio se acelera enormemente.
De hecho, son estos eventos los que actúan como la fuerza motriz principal del
desarrollo histórico. Y la causa de la revolución es el hecho de que un sistema
socio-económico en particular ha llegado a su límite y es incapaz de
desarrollar las fuerzas productivas como antes.
Una visión dinámica
de la historia
Aquellos que niegan la existencia de las leyes que rigen el
desarrollo social humano siempre se aproximan a la historia desde un punto de
vista subjetivo y moralista. Como Gibbon (pero sin su extraordinario talento)
sacuden la cabeza ante el espectáculo interminable de violencia sin sentido, la
inhumanidad del hombre contra el hombre (y la mujer) y así sucesivamente. En
lugar de una visión científica de la historia tenemos una visión santurrona.
Sin embargo, lo que se requiere no es un sermón moral, sino una visión
racional. Más allá de los hechos aislados, es necesario discernir las
tendencias generales, las transiciones de un sistema social a otro, y descubrir
las fuerzas motrices fundamentales que determinan estas transiciones.
Aplicando el método del materialismo dialéctico a la
historia, es inmediatamente obvio que la historia humana tiene sus propias
leyes y que, en consecuencia, la historia de la humanidad es posible entenderla
como un proceso. El ascenso y la caída de diferentes formaciones
socioeconómicas se pueden explicar científicamente en términos de su capacidad
o incapacidad para desarrollar los medios de producción, y de esa manera
impulsar los horizontes de la cultura humana, y aumentar la dominación del
hombre sobre la naturaleza.
La mayoría de la gente cree que la sociedad es algo
permanentemente estático, y que sus valores morales, religiosos e ideológicos
son inmutables, al igual que lo que llamamos "naturaleza humana".
Pero el más mínimo conocimiento de la historia demuestra que esto es falso. La
historia se manifiesta como el ascenso y caída de diferentes sistemas
socio-económicos. Igual que los hombres y las mujeres como individuos, las
sociedades nacen, se desarrollan, alcanzan sus límites, entran en declive y,
finalmente, son sustituidas por una nueva formación social.
En última instancia, la viabilidad de un sistema
socioeconómico dado se determina por su capacidad de desarrollar las fuerzas
productivas, ya que todo depende de esto. Muchos otros factores entran en la
ecuación compleja: la religión, la política, la filosofía, la moral, la
psicología de las diferentes clases y las cualidades individuales de los
líderes. Pero estas cosas no caen del cielo, y un cuidadoso análisis demostrará
que están determinadas –aunque de una manera contradictoria y dialéctica– por
el entorno histórico real, y por las tendencias y procesos que son
independientes de la voluntad de los hombres y de las mujeres.
La perspectiva de una sociedad que se encuentra en una fase
de ascenso, que está desarrollando los medios de producción e impulsando los
horizontes de la cultura y de la civilización, es muy diferente a la psicología
de una sociedad en un estado de estancamiento y declive. El contexto histórico
general determina todo. Afecta el clima moral prevaleciente, y la actitud de
los hombres y mujeres hacia las instituciones políticas y religiosas
existentes. Incluso afecta a la calidad de los líderes políticos individuales.
El capitalismo en su juventud fue capaz de proezas
colosales. Desarrolló las fuerzas productivas a un grado sin precedentes, por
lo que fue capaz de hacer avanzar las fronteras de la civilización humana. La
gente percibía que la sociedad avanzaba, a pesar de todas las injusticias y
explotación que siempre han caracterizado a este sistema. Esta sensación dio
lugar a un espíritu general de optimismo y progreso que fue el sello distintivo
del viejo liberalismo, con su firme convicción de que hoy fue mejor que ayer y
mañana sería mejor que hoy.
Ese ya no es el caso. El viejo optimismo y la fe ciega en el
progreso han sido sustituidos por un profundo sentimiento de descontento con el
presente y de pesimismo con respecto al futuro. Este sentimiento omnipresente
de temor e inseguridad es sólo un reflejo psicológico del hecho de que el
capitalismo ya no es capaz de jugar un papel progresista en ningún lugar.
En el siglo XIX, el liberalismo, la principal ideología de
la burguesía, defendió (en teoría) el progreso y la democracia. Pero el
neo-liberalismo en el sentido moderno es sólo una máscara que cubre la fea
realidad de la explotación más rapaz, la violación del planeta, la destrucción
del medio ambiente, sin la menor preocupación por la suerte de las generaciones
futuras. La única preocupación de los consejos de administración de las grandes
empresas, que son los verdaderos gobernantes de los EEUU y del mundo entero, es
la de enriquecerse mediante el saqueo: la liquidación de activos, la
corrupción, el robo de bienes públicos mediante la privatización, el
parasitismo… Estas son las principales características de la burguesía en la
fase de su decadencia senil.
El ascenso y la caída
de las sociedades
"La transición de un sistema a otro
siempre fue determinada por el crecimiento de las fuerzas productivas, es
decir, de la técnica y de la organización del trabajo. Hasta cierto punto, los
cambios sociales son de carácter cuantitativo y no alteran las bases de la
sociedad, a saber, las formas prevalecientes de propiedad. Pero se llega a un
punto en que las fuerzas productivas maduras ya no pueden contenerse dentro de
las antiguas formas de propiedad, y luego sigue un cambio radical en el orden
social, acompañado de conmociones". (León Trotsky, El pensamiento vivo
de Carlos Marx, abril de 1939.)
Un argumento común en contra del socialismo es que es
imposible cambiar la naturaleza humana; la gente es intrínsecamente egoísta,
codiciosa, y demás. En realidad, no existe cosa tal como la naturaleza humana
supra-histórica. El concepto de naturaleza humana ha sufrido muchos cambios en
el curso de la evolución humana. Los hombres y mujeres cambian constantemente
la naturaleza a través del trabajo y, al hacerlo, se cambian a sí mismos. En
cuanto al argumento de que las personas son naturalmente egoístas y codiciosas,
esto es refutado por los hechos de la evolución humana.
Nuestros primeros antepasados, que no eran todavía realmente
humanos, eran de baja estatura y físicamente débiles en comparación con otros
animales. No tenían dientes o garras fuertes. Su postura erguida significaba
que no podían correr lo suficientemente rápido como para alcanzar al antílope
que deseaban comer, o para escapar del león que quería comérselos. El tamaño de
su cerebro era aproximadamente el de un chimpancé. Deambulando en la sabana del
África oriental, estaban en una desventaja extrema con todas las demás
especies, excepto en un aspecto fundamental.
Engels explica en su brillante ensayo El papel del trabajo
en la transformación del mono en hombre cómo la postura erguida liberó las
manos, las cuales se habían desarrollado originalmente como una adaptación para
trepar a los árboles, para otros fines. La producción de herramientas de piedra
representa un salto cualitativo, dando a nuestros antepasadosuna ventaja
evolutiva. Pero aún más importante fue el fuerte sentido de comunidad, la
producción colectiva y la vida social, que a su vez está estrechamente
relacionada con el desarrollo del lenguaje.
La extrema vulnerabilidad de los niños humanos, en
comparación con las crías de otras especies significa que nuestros antepasados,
cuya existencia como cazadores-recolectores los obligó a moverse de un lugar a
otro en busca de alimento, tuvieron que desarrollar un fuerte sentimiento de
solidaridad para proteger a sus crías y asegurar así la supervivencia de la
tribu o del clan. Podemos decir con absoluta certeza que sin este poderoso
sentido de la cooperación y de la solidaridad, nuestra especie se habría
extinguido incluso antes de que naciera.
Esto lo vemos también hoy en día. Si se ve a un niño
ahogándose en un río, la mayoría de la gente trataría de salvarlo, incluso
arriesgando su propia vida. Muchas personas se han ahogado intentando salvar a
otras. Esto no puede ser explicado en términos de cálculo egoísta, o por lazos
de consanguinidad en un pequeño grupo tribal. Las personas que actúan de esta
manera no saben a quiénes están tratando de salvar, ni esperan una recompensa
por hacer lo que hacen. Este comportamiento altruista es muy espontáneo y procede
de un instinto profundamente arraigado por la solidaridad. El argumento de que
las personas son egoístas por naturaleza, lo cual es un reflejo de la fea y
deshumanizada enajenación de la sociedad capitalista, es una etiqueta infame
puesta sobre la raza humana.
Durante la mayor parte de la historia de nuestra especie, la
gente vivía en sociedades donde la propiedad privada, en el sentido moderno, no
existía. No había dinero, no había patrones ni trabajadores, tampoco banqueros
ni terratenientes, no existía el Estado, la religión organizada, la policía ni
las prisiones. Incluso la familia, tal como la entendemos ahora, no existía.
Hoy en día, a muchos les resulta difícil imaginar un mundo sin estas cosas;
parecen tan naturales que podrían haber sido creadas por el Todopoderoso. Sin
embargo, nuestros antepasados se
las arreglaron bastante bien sin ellas.
La transición de la caza y la recolección al sedentarismo,
la agricultura y el pastoreo constituye la primera gran revolución social, que
el gran arqueólogo (y marxista) australiano Gordon Childe llamó la Revolución
Neolítica. La agricultura necesita agua. Una vez que se va más allá de la
producción más básica de un nivel de subsistencia, se requiere de riego,
excavación, construcción de represas y la distribución de agua a gran escala.
Estas son tareas sociales.
El riego a gran escala necesita organización a gran escala.
Exige el despliegue de un gran número de trabajadores y de un alto nivel de
organización y disciplina. La división del trabajo, que ya existía en forma
embrionaria en la división primaria entre los sexos que surge de las demandas
del parto y la crianza de los hijos, se desarrolla a un nivel superior. El
trabajo en equipo necesita jefes de equipo, capataces, supervisores, etc., y un
ejército de funcionarios para supervisar el plan.
La cooperación a una escala tan grande exige la
planificación y la aplicación de la ciencia y de la técnica. Esto está más allá
de la capacidad de los pequeños grupos organizados en clanes que formaban el
núcleo de la vieja sociedad. La necesidad de organizar y movilizar a un gran
número de trabajadores llevó a la aparición de un Estado central, junto con una
administración central y un ejército, como en Egipto y Mesopotamia.
El cronometraje y la medición eran elementos necesarios de
la producción, y ellos mismos eran parte de las fuerzas productivas. Así,
Herodoto afirma que los principios de la geometría se dieron en Egipto por la
necesidad de tener que medir la tierra inundada anualmente. La palabra
geometría significa ni más ni menos que medición de la tierra.
El estudio de los cielos, la astronomía y las matemáticas
permitió a los sacerdotes egipcios predecir las crecidas del Nilo, etc. Por lo
tanto, la ciencia nace de la necesidad económica. En su Metafísica, Aristóteles
escribió: "El hombre comienza a filosofar cuando las necesidades de la
vida están satisfechas". (Metafísica, I. 2.) Esta declaración va directa
al corazón del materialismo histórico, 2.300 años antes de Carlos Marx.
En el corazón de esta división entre ricos y pobres,
gobernantes y gobernados, educados e ignorantes, está la división entre el
trabajo intelectual y el manual. El capataz está generalmente exento de trabajo
manual que ahora conlleva un estigma. La Biblia habla de "leñadores y
aguadores", las masas que fueron excluidas de la cultura, la cual quedó
envuelta en un manto de misterio y magia. Sus secretos estaban estrechamente
preservados por la casta de los sacerdotes y de los escribas, quienes tenían su
monopolio.
Aquí ya vemos el bosquejo de la sociedad de clases, la
división de la sociedad en clases: explotadores y explotados. En cualquier
sociedad donde el arte, la ciencia y el gobierno son el monopolio de una
minoría, esa minoría utilizará y abusará de su posición para sus propios
intereses. Este es el secreto fundamental de la sociedad de clases y se ha
mantenido así durante los pasados 12.000 años.
Durante todo este tiempo ha habido muchos cambios
fundamentales en las formas de la vida económica y social. Pero las relaciones
fundamentales entre gobernantes y gobernados, ricos y pobres, explotadores y
explotados siguen siendo las mismas. Igualmente, aunque las formas de gobierno
experimentaron muchos cambios, el Estado siguió siendo lo que siempre había
sido: un instrumento coercitivo y una expresión de la dominación de clase.
El ascenso y la caída de la sociedad esclavista fueron
seguidos en Europa por el feudalismo, que a su vez fue desplazado por el
capitalismo. El ascenso de la burguesía, que comenzó en las ciudades de Italia
y de los Países Bajos, alcanzó una etapa decisiva con las revoluciones
burguesas en Holanda e Inglaterra en los siglos XVI y XVII, y la Gran
Revolución Francesa de 1789 a 1793. Todos estos cambios fueron acompañados por
profundas transformaciones en la cultura, el arte, la literatura, la religión y
la filosofía.
El Estado
El Estado es una fuerza represiva especial por encima de la
sociedad y cada vez más alienada de esta. Esta fuerza tiene su origen en el
pasado remoto. Los orígenes del Estado, sin embargo, varían según las
circunstancias. Entre los germanos y los americanos nativos surgió del grupo de
guerreros que se reunían alrededor de la persona del jefe de guerra. Este es
también el caso de los griegos, como vemos en los poemas épicos de Homero.
Originalmente, los jefes tribales disfrutaron de la autoridad
debido a su valor personal, sabiduría y otras cualidades personales. Hoy en
día, el poder de la clase dominante no tiene nada que ver con las cualidades
personales de los líderes como era el caso bajo la barbarie. Tiene sus raíces
en las relaciones sociales y productivas objetivas y en el poder del dinero.
Las cualidades del gobernante individual pueden ser buenas, malas o
indiferentes, pero esa no es la cuestión.
Las primeras formas de sociedad de clases ya mostraban al
Estado como un monstruo que devoraba enormes cantidades de mano de obra,
oprimía a las masas y las privaba de todos los derechos. Al mismo tiempo, con
el desarrollo de la división del trabajo, con la organización de la sociedad y
con la cooperación llevada a un nivel mucho más alto que nunca, se pudo
movilizar a una gran cantidad de fuerza de trabajo. Esto incrementó el trabajo
productivo humano a unas alturas insospechadas.
En la base, todo esto dependió de la mano de obra de las
masas campesinas. El Estado necesitaba un gran número de campesinos que pagaran
impuestos y proveyeran trabajo no remunerado –los dos pilares sobre los que
descansaba la sociedad–. Aquel que controlara este sistema controlaba el poder
y el Estado. Los orígenes del poder del Estado se basan en las relaciones de producción,
y no en cualidades personales. El poder del Estado en este tipo de sociedades
era necesariamente centralizado y burocrático. Originalmente, tenía un carácter
religioso y se mezcló con el poder de la casta de los sacerdotes. En su vértice
se encontraba el dios-rey, y bajo él había un ejército de funcionarios,
mandarines, escribas, supervisores, etc. La escritura misma fue considerada con
admiración y respeto como un arte misterioso conocido sólo por unos pocos.
Así, desde el principio, las instituciones del Estado están
mistificadas. Las relaciones sociales reales aparecen en un disfraz alienado.
Este sigue siendo el caso. En Gran Bretaña, esta mistificación se cultiva
deliberadamente a través de la ceremonia, la pompa y la tradición. En los EEUU se
cultiva por otros medios: el culto al Presidente, que representa el poder del
Estado personificado. En esencia, sin embargo, todas las formas del poder del
Estado representan la dominación de una clase sobre el resto de la sociedad.
Incluso en su forma más democrática, representa la dictadura de una sola clase,
la clase dominante, la clase que posee y controla los medios de producción.
El Estado moderno es un monstruo burocrático que devora una
cantidad colosal de la riqueza producida por la clase obrera. Los marxistas
están de acuerdo con los anarquistas en que el Estado es un instrumento de
opresión monstruoso que debe ser eliminado. La pregunta es: ¿Cómo? ¿Por quién?
y ¿Qué lo sustituirá? Esta es una cuestión fundamental para cualquier
revolución. En un discurso sobre el anarquismo durante la guerra civil que
siguió a la Revolución Rusa, Trotsky resumió muy bien la posición marxista
sobre el Estado:
"La burguesía dice: no toquéis el
poder del Estado, es el sagrado privilegio hereditario de las clases educadas.
Pero los anarquistas dicen: no lo toquéis, es un invento infernal, un
dispositivo diabólico. No tiene nada que ver con eso. La burguesía dice, no lo
toquéis, porque es sagrado. Los anarquistas dicen: no lo toquéis, porque es
pecado. Ambos dicen: no lo toquéis. Pero nosotros decimos: no sólo tocadlo,
tomadlo en vuestras manos, y ponedlo a trabajar para vuestros propios
intereses, por la abolición de la propiedad privada y la emancipación de la
clase obrera". (León Trotsky, Cómo se armó la revolución, vol. 1,
1918.)
El marxismo explica que el Estado consiste, en última
instancia, en cuerpos de hombres armados: el ejército, la policía, los
tribunales y las cárceles. Contra las ideas confusas de los anarquistas, Marx
argumentó que los trabajadores necesitan un Estado para vencer la resistencia
de las clases explotadoras. Pero ese argumento de Marx ha sido distorsionado
tanto por la burguesía como por los anarquistas. Marx habló de la
"dictadura del proletariado", que no es más que un término más
preciso científicamente para definir "el dominio político de la clase
obrera".
Hoy en día, la palabra dictadura tiene connotaciones que
eran desconocidas para Marx. En una época en que se asocia con los horrendos
crímenes de Hitler y Stalin, evoca visiones de pesadilla de un monstruo
totalitario, campos de concentración y policía secreta. Pero esas cosas no
existían siquiera en la imaginación en la época de Marx. Para él, la palabra
dictadura venía de la República Romana, donde se entendía como una situación en
que en tiempo de guerra, las reglas normales se dejaban de lado por un período
temporal.
El dictador romano ("el que dicta") era un
magistrado supremo (magistratus extraordinarius), elegido en situaciones
excepcionales, con la autoridad absoluta para realizar tareas más allá de la
autoridad normal de un magistrado. El oficio fue originalmente llamado Magister
Populi (Jefe del Pueblo), es decir, el Jefe del Ejército Ciudadano. En otras
palabras, se trataba de un papel militar que casi siempre implicaba dirigir un
ejército en batalla. Transcurrido el plazo señalado, el dictador renunciaba. La
idea de una dictadura totalitaria como la Rusia de Stalin, donde el Estado
podía oprimir a la clase obrera para preservar los intereses de una casta
privilegiada de burócratas, habría horrorizado a Marx
Su modelo no podría haber sido más diferente. Marx basó su
idea de la dictadura del proletariado en la Comuna de París de 1871. Aquí, por
primera vez, las masas populares, con los trabajadores a la cabeza, derrocaron al
viejo Estado y, al menos, comenzaron la tarea de transformar la sociedad. Sin
un plan claramente definido de acción, ni dirección u organización, las masas
demostraron un sorprendente grado de coraje, iniciativa y creatividad.
Resumiendo la experiencia de la Comuna de París, Marx y Engels explicaron:
"La Comuna ha demostrado, principalmente, que 'la clase obrera no puede
limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en bloque, poniéndola en
funcionamiento para sus propios fines'". (Prefacio a la edición alemana de
1872 del Manifiesto Comunista.)
La transición al socialismo –una forma superior de sociedad
basada en la democracia genuina y en abundancia para todos–, sólo puede
llevarse a cabo mediante la participación activa y consciente de la clase
obrera en la gestión de la sociedad, de la industria y del Estado. No es algo
que se entregue amablemente a los trabajadores por capitalistas
bienintencionados o mandarines burocráticos.
Bajo Lenin y Trotsky, el Estado soviético se construyó con
el fin de facilitar la participación de los trabajadores a las tareas de
control y contabilidad, para asegurarse el progreso continuo de la reducción de
las "funciones especiales" de la burocracia y del poder del Estado.
Se pusieron limitaciones estrictas sobre los salarios, el poder y los
privilegios de los funcionarios con el fin de evitar la formación de una casta
privilegiada.
El Estado obrero establecido por la Revolución Bolchevique
en 1917 no era ni burocrático ni totalitario. Por el contrario, antes de que la
burocracia estalinista usurpara el control que estaba en manos de las masas,
era el Estado más democrático que jamás haya existido. Los principios básicos
del poder soviético no fueron inventados por Marx ni Lenin. Se basaban en la
experiencia concreta de la Comuna de París, y después fueron desarrollados en
más detalle por Lenin.
Lenin era enemigo jurado de la burocracia. Él siempre hizo
hincapié en que el proletariado sólo necesita un Estado que esté
"constituido de tal forma que comenzará a desaparecer enseguida y no podrá
evitarlo". Un Estado obrero genuino no tiene nada en común con el monstruo
burocrático que existe hoy en día, e incluso menos con el que existía en la
Rusia estalinista. Las condiciones básicas para la democracia obrera fueron establecidas
en una de las obras más importantes de Lenin, El Estado y la revolución:
1) Elecciones libres y democráticas con derecho a revocación
de todos los funcionarios.
2) Ningún funcionario puede recibir un salario superior al de un trabajador
cualificado.
3) No al ejército permanente y a la policía, sino el pueblo en armas.
4) Gradualmente, todas las tareas administrativas serán realizadas por todos a
turnos. "Que un cocinero pueda ser primer ministro. Cuando todo el mundo
es un 'burócrata' de forma rotativa, nadie puede ser un burócrata todo el
tiempo".
Estas fueron las condiciones que Lenin estableció, no para
el socialismo o el comunismo en toda regla, sino para el primer período de un
Estado obrero –el período de la transición del capitalismo al socialismo–.
Los soviets de diputados obreros y de soldados fueron
asambleas elegidas compuestas, no de políticos profesionales y burócratas, sino
de simples trabajadores, campesinos y soldados. No era un poder ajeno que se
colocaba sobre la sociedad, sino un poder basado en la iniciativa directa del
pueblo desde abajo. Sus leyes no eran como las leyes dictadas por el poder del
Estado capitalista. Se trataba de un modelo de poder completamente diferente
del que generalmente existe en las repúblicas democráticas burguesas
parlamentarias del tipo que aún prevalece en los países avanzados de Europa y
América. Este poder era del mismo tipo que la Comuna de París de 1871.
Es cierto que en condiciones de atraso espantoso, pobreza y
analfabetismo, la clase obrera rusa no pudo mantenerse en el poder que habían
conquistado. La revolución sufrió un proceso de degeneración burocrática que
llevó al establecimiento del estalinismo. Contrariamente a las mentiras de los
historiadores burgueses, el estalinismo no fue el producto del bolchevismo,
sino su peor enemigo. Stalin se encuentra aproximadamente en la misma relación
con Marx y Lenin como Napoleón con los jacobinos, o el Papa con los primeros
cristianos.
En su primera etapa la Unión Soviética fue, de hecho, no un
Estado en el sentido en que normalmente lo entendemos, sino sólo la expresión
organizada del poder revolucionario de la clase obrera. Para usar la frase de
Marx, era un "semi-Estado", un Estado diseñado de tal forma que
eventualmente se marchitaría y se disolvería en la sociedad, dando paso a la
gestión colectiva de la sociedad en beneficio de todos, sin recurrir a la
fuerza o a la coerción. Esa, y sólo esa, es la verdadera concepción marxista
del Estado obrero.
El ascenso de la
burguesía
Trotsky señaló que la revolución es la fuerza motriz de la
historia. No es casualidad que el ascenso de la burguesía en Italia, Holanda,
Inglaterra, y más tarde en Francia, fuera acompañado de un extraordinario
florecimiento de la cultura, el arte y la ciencia. En esos países donde la
revolución burguesa triunfó en los siglos XVII y XVIII, el desarrollo de las
fuerzas productivas y de la tecnología se complementaron con un desarrollo
paralelo de la ciencia y de la filosofía, que socavó la dominación ideológica
de la Iglesia para siempre.
Por el contrario, aquellos países donde las fuerzas de la
reacción católica feudal estrangularon el embrión de la nueva sociedad en la
matriz fueron condenados a sufrir la pesadilla de un período de degeneración,
declive y descomposición larga e ignominiosa. El ejemplo de España es quizás el
más gráfico a este respecto.
En la época del ascenso del capitalismo, cuando todavía
representaba una fuerza progresista en la historia, los primeros ideólogos de
la burguesía tuvieron que librar una batalla feroz contra los bastiones
ideológicos del feudalismo, empezando por la Iglesia Católica. Mucho antes de
derrocar el poder de los señores feudales, la burguesía, en la forma de sus
representantes más conscientes y revolucionarios, tuvo que romper sus defensas
ideológicas: el marco filosófico y religioso que se había desarrollado
alrededor de la Iglesia y de su brazo militante, la Inquisición.
El auge del capitalismo comenzó en los Países Bajos y en las
ciudades del norte de Italia. Esto fue acompañado de nuevas actitudes, que se
solidificaron gradualmente en una nueva moralidad y en nuevas creencias
religiosas. Bajo el feudalismo, el poder económico se expresó en la propiedad
de la tierra. El dinero jugaba un papel secundario. Sin embargo, el aumento del
comercio y de la producción, y de las relaciones de mercado incipientes que
trajeron consigo, hicieron del dinero un poder incluso mayor. Surgieron grandes
familias de banqueros, como los Fugger, que desafiaron el poder de los reyes.
Las sangrientas guerras de religión del siglo XVI y XVII no
fueron más que la expresión externa de conflictos de clase más profundos. El
único resultado posible de estas luchas fue el ascenso al poder de la burguesía
y de nuevas relaciones (capitalistas) de producción. Pero quienes encabezaban
estas luchas no tenían conocimiento previo de esto.
La Revolución Inglesa de 1640-1660 supuso una gran
transformación social. El antiguo régimen feudal fue destruido y sustituido por
un nuevo orden social capitalista. La Guerra Civil fue una guerra de clases que
derrocó el despotismo de Carlos I y el orden feudal reaccionario que estaba
detrás suya. El parlamento representaba a las emergentes clases medias de la
ciudad y el campo, que desafiaron y derrotaron al antiguo régimen, aprovechando
de paso para cortar la cabeza del rey y abolir la Cámara de los Lores.
Objetivamente, Oliver Cromwell estaba sentando las bases
para el dominio de la burguesía en Inglaterra. Pero para hacer esto, para
despejar del camino de toda la basura feudal monárquica, se vio obligado
primero a barrer a un lado a la burguesía cobarde, a disolver el parlamento y a
basarse en la pequeña burguesía, los pequeños agricultores de East Anglia –la
clase a la que pertenecía–, y las masas plebeyas y semiproletarias de la ciudad
y del campo.
Poniéndose a la cabeza de un ejército revolucionario,
Cromwell despertó el espíritu de lucha de las masas apelando a la Biblia, a los
Santos y al Reino de Dios en la Tierra. Sus soldados no fueron a la batalla
bajo la bandera de la renta, el interés y el beneficio, sino cantando himnos
religiosos. Este espíritu de evangelización, que pronto se llenó de un
contenido revolucionario (e, incluso, a veces comunista), fue lo que inspiró a
las masas a luchar con gran valentía y entusiasmo frente a las Huestes de Baal.
Sin embargo, una vez en el poder, Cromwell no podía ir más
allá de los confines establecidos por la historia y los límites objetivos de
las fuerzas productivas de la época. Se vio obligado a volverse contra el ala
izquierda, reprimiendo a los Niveladores (Levellers) por la fuerza, y a aplicar
una política que favorecía a la burguesía y la consolidación de las relaciones
de propiedad capitalistas en Inglaterra. Al final, Cromwell disolvió el
Parlamento y gobernó como dictador hasta su muerte. Tras él, la burguesía
inglesa, temerosa de que la revolución hubiera ido demasiado lejos y pudiera
representar una amenaza a la propiedad, restauró a los Estuardo al trono.
La Revolución Francesa de 1789 a 1793 fue de un nivel
cualitativamente superior. Los jacobinos apelaron a la razón en lugar de a la
religión. Lucharon bajo la bandera de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad
con el fin de incitar a las masas plebeyas y semiproletarias contra la
aristocracia feudal y la monarquía.
Mucho antes de que derribara los muros formidables de la
Bastilla, había derrocado a las invisibles, pero no menos formidables, murallas
de la Iglesia y de la religión. Pero cuando la burguesía francesa se convirtió
en la clase dominante, enfrentada a la nueva clase revolucionaria –el
proletariado–, la burguesía se olvidó rápidamente de la embriaguez racionalista
y atea de su juventud.
Después de la caída de Robespierre, los hombres victoriosos
con propiedad anhelaban estabilidad. Buscando fórmulas estabilizadoras y una
ideología conservadora que justificara sus privilegios, rápidamente
redescubrieron los encantos de la Santa Madre Iglesia. Esta última, con su
extraordinaria capacidad de adaptación, ha logrado sobrevivir durante dos
milenios, a pesar de todos los cambios sociales que han tenido lugar. La
Iglesia Católica pronto dio la bienvenida a su nuevo amo y protector,
santificando el dominio del Gran Capital, de la misma manera que antes había
santificado el poder de los monarcas feudales y de los propietarios de esclavos
del Imperio Romano.
Una caricatura del
marxismo
En su obra clásica ¿Qué es la historia? el historiador
Inglés E.H. Carr dijo que los hechos históricos son "siempre refractados
por la mente del observador", y que se debe "estudiar al historiador
antes de empezar a estudiar los hechos". Con esto quiso decir que la
narración de la historia no se puede separar del punto de vista, político o de
otro tipo, tanto del escritor y del lector como de los tiempos que viven o
vivían.
A menudo se dice que la historia la escriben los vencedores.
En otras palabras, la selección e interpretación de los hechos históricos están
determinados por el resultado real de esos conflictos ya que afectan a los
historiadores y a su vez su percepción de lo que el lector quiere leer. A pesar
de las pretensiones de los historiadores burgueses de una supuesta objetividad,
la escritura de la historia, inevitablemente, refleja un punto de vista de
clase. Es imposible evitar tener algún punto de vista sobre los hechos que se
describen. Sostener lo contrario es intentar defraudar al lector.
Cuando los marxistas miran a la sociedad no pretenden ser
neutrales, sino que abiertamente apoyan la causa de la clase obrera y del
socialismo. Sin embargo, eso no excluye en absoluto la objetividad científica.
Un cirujano involucrado en una delicada operación también está comprometido con
salvar la vida de su paciente. Él está lejos de ser "neutral" sobre
el resultado. Pero por esa misma razón, distinguirá con sumo cuidado entre las
diferentes capas del organismo. De la misma forma, los marxistas se esfuerzan
por obtener el análisis más exacto científicamente de los procesos sociales,
con el fin de ser capaces de influir en el resultado exitosamente. Pero aquí no
estamos tratando de una simple serie de hechos "uno tras otro", sino
que por propia voluntad estamos tratando de deducir los procesos generales
involucrados y de explicarlos.
De lo anterior se desprende que el flujo y la dirección de
la historia han sido –y son– determinados por los choques entre determinados
intereses sociales. Diferentes clases y grupos sociales intentan moldear la
sociedad según sus propios intereses, y los conflictos resultantes entre las
clases se derivan de esto.
Muy a menudo se intenta desacreditar al marxismo recurriendo
a una caricatura de su método de análisis histórico. No hay nada más fácil que
levantar un espantapájaros y derribarlo de nuevo. La distorsión habitual es que
Marx y Engels lo reducen todo a la economía. Esta patente absurdidad fue
contestada muchas veces por Marx y Engels, como en el siguiente extracto de la
carta de Engels a Bloch (21 de septiembre 1890):
"Según la
concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia
determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni
Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo
que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en
una frase vacía, abstracta y absurda".
El materialismo histórico no tiene nada en común con el fatalismo. Los hombres
y las mujeres no son meramente títeres de fuerzas históricas ciegas. Pero
tampoco son agentes totalmente libres, capaces de forjar su destino con
independencia de las condiciones existentes impuestas por el nivel de
desarrollo económico, la ciencia y la técnica, que, en última instancia,
determinan si un sistema socio-económico es viable o no. Por citar a Engels:
"Los hombres hacen su historia,
cualesquiera que sean los rumbos de ésta, al perseguir cada cual sus fines
propios con la conciencia y la voluntad de lo que hacen; y la resultante de
estas numerosas voluntades, proyectadas en diversas direcciones, y de su
múltiple influencia sobre el mundo exterior, es precisamente la historia".
(Engels, Ludwig Feuerbach y el final de la filosofía clásica alemana.)
Marx y Engels criticaron reiteradamente la forma superficial con que algunas
personas hacían un mal uso del método del materialismo histórico. En su carta a
Conrad Schmidt, del 5 de agosto de 1890, Engels escribe:
"En general, la palabra
'materialista' sirve, en Alemania, a muchos escritores jóvenes como una simple
frase para clasificar sin necesidad de más estudio todo lo habido y por haber;
se pega esta etiqueta y se cree poder dar el asunto por concluido. Pero nuestra
concepción de la historia es, sobre todo, una guía para el estudio y no una
palanca para levantar construcciones a la manera del hegelianismo. Hay que
estudiar de nuevo toda la historia, investigar en detalle las condiciones de vida
de las diversas formaciones sociales, antes de ponerse a derivar de ellas las
ideas políticas, del Derecho privado, estéticas, filosóficas, religiosas, etc.,
que a ellas corresponden. Hasta hoy, en este terreno se ha hecho poco, pues ha
sido muy reducido el número de personas que se han puesto seriamente a ello. En
este campo podemos utilizar un montón de ayuda, de un tamaño inmenso, y quien
desee trabajar seriamente puede conseguir mucho y distinguirse. Pero, en vez de
hacerlo así, hay demasiados alemanes jóvenes a quienes las frases sobre el
materialismo histórico (todo puede ser convertido en frase) sólo les sirven
para erigir a toda prisa un sistema con sus conocimientos históricos,
relativamente escasos –pues la historia económica está todavía en mantillas–, y
pavonearse luego, muy ufanos de su hazaña. Y entonces es cuando puede aparecer
un Barth cualquiera, para dedicarse a lo que, por lo menos en su medio, ha sido
reducido a la categoría de una frase huera". (Marx y Engels, Obras
Completas, Tomo 49, p. 8.)
En otra carta a Conrad Schmidt del 27 de octubre de 1890, Engels escribe:
"De lo que
adolecen todos estos señores, es de falta de dialéctica. No ven más que causas
aquí y efectos allí. Que esto es una abstracción vacía, que en el mundo real
esas antítesis polares metafísicas no existen más que en momentos de crisis y
que la gran trayectoria de las cosas discurre toda ella bajo forma de acciones
y reacciones –aunque de fuerzas muy desiguales, la más fuerte, más primaria y
más decisiva de las cuales es el movimiento económico–, que aquí no hay nada
absoluto y todo es relativo, es cosa que ellos no ven; para ellos, no ha
existido Hegel". (Marx y Engels, Obras Completas, tomo 49, p. 59.)
El marxismo no niega la cuestión de las ideas, sino más bien
trata de examinar lo que da lugar a las mismas. Igualmente, no niega el papel
del individuo ni tampoco el de la casualidad, sino que los pone en su contexto
correcto. Un accidente de coche o una bala perdida puede de hecho cambiar el
curso de la historia, pero ciertamente no es la fuerza motriz.
Hegel explicó que la necesidad se expresa a través del azar.
La bala del asesino que mató al archiduque Fernando de Sarajevo fue un
accidente histórico que sirvió como un catalizador para el inicio de las
hostilidades entre las grandes potencias que se habían ido acumulando como
resultado de las contradicciones económicas, políticas y militares insalvables
entre las grandes potencias europeas antes de 1914 .
La filosofía marxista
Esto nos lleva a la cuestión central de la filosofía
marxista. En los escritos de Marx y Engels no tenemos un sistema filosófico,
como el de Hegel, sino una serie de ideas y sugerencias brillantes, que, si se
desarrollaran, proveerían una valiosa adición al arsenal metodológico de la
ciencia. Por desgracia, tal obra nunca ha sido seriamente acometida.
Hay una dificultad para cualquier persona que quiera
estudiar a fondo el materialismo dialéctico. A pesar de la enorme importancia
del tema, no hay un solo libro de Marx y Engels que se ocupe de la cuestión de
una manera exhaustiva. Sin embargo, el método dialéctico es evidente en todos
los escritos de Marx. Probablemente el mejor ejemplo de la aplicación de la
dialéctica a un campo en particular (en este caso de la economía política) se
compone de los tres volúmenes de El capital.
Durante mucho tiempo, Marx tenía la intención de escribir un
libro sobre el materialismo dialéctico, pero resultó imposible debido a su
trabajo de El capital. Además de esta tarea monumental, Marx produjo numerosos
escritos políticos y estaba constantemente ocupado con su participación activa
en el movimiento obrero, sobre todo en la construcción de la Asociación
Internacional de los Trabajadores (la Primera Internacional). Esto ocupó cada
momento de su tiempo, e incluso este trabajo fue interrumpido con frecuencia
por episodios de enfermedad causados por sus miserables condiciones de vida, la
mala alimentación y el agotamiento.
Después de la muerte de Marx, Engels planeó escribir el
libro de filosofía que su amigo no pudo producir. Él nos dejó un precioso
legado de escritos sobre la filosofía marxista, como Ludwig Feuerbach y el fin
de la filosofía clásica alemana, Anti-Dühring y Dialéctica de la naturaleza.
Pero, desgraciadamente, por diversas razones, Engels tampoco pudo escribir el
libro definitivo sobre la filosofía marxista.
En primer lugar, la aparición de una corriente oportunista
en el Partido Socialdemócrata de Alemania le obligó a dejar su investigación
científica a un lado con el fin de escribir una polémica contra el oportunismo,
la cual se ha convertido en uno de los clásicos más importantes del marxismo.
Este fue el famoso Anti-Dühring, que, entre otras cosas, contiene una
contribución a la filosofía marxista de primer orden en importancia.
Más tarde, Engels regresó a sus estudios preparatorios para
una obra a fondo sobre la filosofía. Pero con la muerte de Marx, el 14 de marzo
de 1883, se vio obligado nuevamente a suspender este trabajo con el fin de dar
prioridad a la difícil tarea de poner en orden y completar los manuscritos de
los volúmenes segundo y tercero de El Capital, que habían quedado inconclusos.
Marx y Hegel
La filosofía dialéctica llegó a su punto más alto en la
filosofía del idealista alemán Georg Hegel. Su gran contribución fue la de redescubrir
la dialéctica, originalmente inventada por los griegos. Desarrolló ésta hasta
nuevas alturas. Pero lo hizo sobre la base del idealismo. Este fue, en palabras
de Engels, el mayor aborto de la historia. Leyendo a Hegel, uno tiene la
sensación de una verdadera gran idea que está luchando por escapar de la camisa
de fuerza de la mistificación idealista. Aquí encontramos ideas
extraordinariamente profundas e indicios fugaces de una gran visión, pero
sepultados en medio de un montón de tonterías idealistas ¡Es una experiencia
muy frustrante leer a Hegel!
Una y otra vez este gran pensador llegó de manera tentativa
a acercarse a una posición materialista. Pero en el último momento siempre se
echó hacia atrás, temeroso de las consecuencias. Por esa razón, la filosofía
hegeliana fue incompleta e insatisfactoria –un enredo contradictorio–. Quedó en
manos de Marx y Engels poner los puntos sobre las íes para llevar a la
filosofía hegeliana a sus conclusiones lógicas y, al hacerlo, negarla por
completo y reemplazarla con algo cualitativamente superior.
Hegel llevó la filosofía tradicional hasta donde podía
llegar. Para llevarla más lejos, tenía que ir más allá de sus límites, negarse
a sí misma en el proceso. La filosofía tuvo que regresar de los reinos nebulosos
de la especulación de vuelta al mundo real de las cosas materiales, de los
hombres y mujeres vivos, de la historia y la lucha verdaderas de donde había
sido separada durante tanto tiempo.
El problema con Feuerbach y otros hegelianos de izquierda,
como Moisés Hess, es que se limitaron a decir no a Hegel, refutando su
filosofía mediante una simple negación. La evolución de Hess hacia el
materialismo fue audaz. Se requería valor, especialmente en el contexto dado de
reacción europea generalizada y del Estado prusiano represivo. Sirvió de
inspiración a los jóvenes Marx y Engels. Pero en última instancia, fracasó.
Uno puede negar un grano de trigo aplastándolo bajo sus
pies. Pero el concepto dialéctico de negación no significa simple destrucción,
sino destruir a la vez que se conserva todo lo que merece ser preservado. Un
grano de trigo también puede ser negado permitiéndosele germinar.
Hegel señaló que las mismas palabras en la boca de un
adolescente no tienen el mismo peso que en los labios de un anciano que ha
vivido la vida y acumulado gran experiencia. Es lo mismo con la filosofía. Al
regresar a su punto de partida, la filosofía no se limita a repetir una etapa
superada hace tiempo. No se vuelve infantil por volver en la vejez a su
infancia, sino que vuelve a las viejas ideas de los griegos jónicos
enriquecidas por 2.000 años de historia y de desarrollo de la ciencia y de la
cultura.
Este no es el movimiento mecánico de una rueda gigantesca,
la repetición sin sentido de etapas anteriores, como el interminable proceso de
renacimiento que figura en algunas religiones orientales. Se trata de la
negación de la negación, que pronostica el retorno a una fase más temprana de
desarrollo, pero a un nivel cualitativamente superior. Es lo mismo, y no es lo
mismo.
Sin embargo, a pesar de que llegó a algunas conclusiones
profundas e importantes, a veces acercándose al materialismo (por ejemplo, en
La filosofía de la historia), Hegel siguió siendo un prisionero de su visión
idealista. Nunca logró aplicar su método dialéctico correctamente al mundo real
de la sociedad y la naturaleza, ya que para él, el único verdadero desarrollo
era el desarrollo del mundo de las ideas.
Revolución filosófica
de Marx
De todas las teorías de Marx, ninguna otra ha sido tan
atacada, calumniada y distorsionada como la del materialismo dialéctico. Y esto
no es casual, ya que esta teoría es la base y el fundamento del marxismo. Es,
más o menos, el método del socialismo científico. El marxismo es mucho más que
un programa político y una teoría económica. Es una filosofía, cuyo amplio
ámbito abarca no sólo la política y la lucha de clases, sino también toda la
historia humana, la economía, la sociedad, el pensamiento y la naturaleza.
Hoy en día, la ideología de la burguesía se encuentra en
proceso de desintegración, no sólo en el campo de la economía y la política,
sino también en el de la filosofía. En el periodo de su ascenso, la burguesía
fue capaz de producir grandes pensadores como Hegel y Kant. En la época de su
decadencia senil no produce nada de valor. Es imposible leer los productos
estériles de los departamentos de filosofía de las universidades sin un
sentimiento, al mismo tiempo, de tedio e irritación.
La lucha contra el poder de la clase dominante no puede
detenerse en las fábricas, las calles, el parlamento y los ayuntamientos.
También hay que llevar a cabo la batalla en el campo ideológico, donde la
influencia de la burguesía no es menos perniciosa y dañina al estar escondida
bajo la apariencia de una falsa imparcialidad y objetividad superficial. El
marxismo tiene el deber de proporcionar una alternativa completa a los esquemas
viejos y desacreditados.
El joven Marx estaba fuertemente influenciado por la
filosofía hegeliana, la cual dominaba las universidades alemanas en ese
momento. La totalidad de la doctrina de Hegel se basaba en la idea de cambio y
desarrollo constantes a través de contradicciones. En ese sentido, representó
una verdadera revolución en la filosofía. Este es el aspecto dinámico y
revolucionario que inspiró al joven Marx y es el punto de partida de todas sus
ideas.
Marx y Engels negaron a Hegel y convirtieron su sistema de
ideas en su contrario. Pero lo hicieron al mismo tiempo que preservaban todo lo
que era valioso en su filosofía. Se basaron en el "núcleo racional"
de las ideas de Hegel y las llevaron a un nivel superior, desarrollando y
volviendo real lo que siempre estaba implícito en ellas.
En los escritos de Hegel, la verdadera lucha de las fuerzas
históricas se expresa en la forma mistificada de una lucha de ideas. Pero, como
explica Marx, las ideas en sí mismas no tienen historia y existencia real. Por
lo tanto, la realidad aparece en Hegel en una forma fantasmagórica y alienada.
En Feuerbach las cosas no son realmente mucho mejor, ya que la figura del
Hombre aparece aquí también de manera unilateral, idealista e irreal. Los
hombres y mujeres históricos reales sólo aparecen con el advenimiento de la
filosofía marxista.
Con la filosofía de Marx, la filosofía por fin vuelve a sus
raíces. Es a la vez dialéctica y materialista. Aquí la teoría y la práctica,
una vez más, se dan la mano y se regocijan juntas. La filosofía sale de su
estudio oscuro y sofocante y disfruta del sol y del aire. Se convierte en una
parte inseparable de la vida. En lugar del oscuro conflicto de ideas sin
sustancia, tenemos las contradicciones reales del mundo material y de la
sociedad. En lugar de un Absoluto remoto e incomprensible, tenemos a los
hombres y mujeres reales, que viven en la sociedad real, haciendo la historia
real y librando batallas reales.
La dialéctica aparece en la obra de Hegel con una apariencia
quimérica y semi-mística. Está "patas arriba", por así decirlo. Aquí
no encontramos los procesos reales que tienen lugar en la naturaleza y la
sociedad, sino sólo el pálido reflejo de esos procesos en la mente de los
hombres, especialmente de los filósofos. En palabras de Engels, la dialéctica
en manos de Hegel, a pesar de su gran genio, fue un aborto colosal.
Él señala que Marx era el único que podía despojar el
misticismo contenido en la lógica hegeliana y extraer el núcleo dialéctico.
Esto permitió verdaderos descubrimientos en este campo. A través de la
reconstrucción del método dialéctico, Marx logró ofrecer el único y verdadero
desarrollo del pensamiento.
Mientras que la filosofía de Hegel interpretaba las cosas
sólo desde el punto de vista de la mente y del espíritu (es decir, desde el
punto de vista idealista), Marx demostró que el desarrollo de las ideas en la
mente de los hombres es sólo un reflejo de los desarrollos que se producen en
la naturaleza y la sociedad. Como dice Marx: "La dialéctica de Hegel es la
forma básica de toda dialéctica, pero sólo después de haber sido despojada de
su forma mística, y es precisamente esto lo que distingue mi método".
(Carta a Kugelmann, 6 marzo 1868, Obras completas, Volumen 42, p 543.)
¿Qué es la
dialéctica?
Trotsky, en su pequeño brillante artículo El ABC del
materialismo dialéctico, define la dialéctica así: "La dialéctica no es
ficción ni misticismo, sino una ciencia del pensamiento, en tanto que intenta
llegar a la comprensión de los problemas más complicados y profundos, superando
las limitaciones de los asuntos de la vida diaria. La dialéctica y la lógica
formal guardan la misma relación que las matemáticas superiores y las
matemáticas elementales".
La combinación del método dialéctico con el materialismo
creó un potente instrumento de análisis. Pero, ¿qué es la dialéctica? Por
razones de espacio, no es posible explicar aquí todas las leyes de la dialéctica
desarrolladas por Hegel y perfeccionadas por Marx. He intentado hacer esto en
otro lugar, en el libro Razón y Revolución: filosofía marxista y ciencia
moderna. En unas pocas líneas sólo puedo hacer una descripción muy escueta.
Engels, en su libro de Anti-Dühring, la caracteriza de la
siguiente manera: "La dialéctica no es más que la ciencia de las leyes
generales del movimiento y de la evolución de la naturaleza, la sociedad humana
y el pensamiento". En La Dialéctica de la Naturaleza, Engels también bosqueja
las principales leyes de la dialéctica:
- La ley de la transformación de la cantidad en calidad.
- La ley de la unidad y lucha de los contrarios y la
transformación de uno en otro cuando son llevados a un extremo.
- La ley del desarrollo a través de contradicciones o, dicho
de otra manera, la negación de la negación.
A pesar de su naturaleza inacabada y fragmentaria, el libro
de Engels La dialéctica de la naturaleza es muy importante, junto con Anti
Dühring, para el estudiante del marxismo. Evidentemente, Engels tenía que
basarse en el conocimiento y los descubrimientos científicos de la época. En
consecuencia, algunos aspectos del contenido tienen un interés principalmente
histórico. Pero lo que sorprende en La dialéctica de la naturaleza no es este o
aquel detalle o hecho que ha sido inevitablemente superado por el avance de la
ciencia. Por el contrario, lo que es sorprendente es la cantidad de ideas
presentadas por Engels –a menudo ideas que iban contra las teorías científicas
de su época–, que han sido corroboradas con brillantez por la ciencia moderna.
A lo largo del libro, Engels hace hincapié en la idea de que
la materia y el movimiento (ahora lo llamaríamos energía) son inseparables. El
movimiento es el modo de existencia de la materia. Esta visión dinámica de la
materia, del universo, contiene una profunda verdad que ya se entendía, o más
bien fue supuesta, por los primeros filósofos griegos como Heráclito. Para él,
"todo es y no es, porque todo está fluyendo". Todo está cambiando constantemente,
llegando a la existencia y desapareciendo.
Para el sentido común, la masa de un objeto nunca cambia.
Por ejemplo, una peonza cuando gira tiene el mismo peso que otra que está
inmóvil. Por lo tanto, se consideraba que la masa era constante, independientemente
de la velocidad. Más tarde se descubrió que esto está equivocado. De hecho, la
masa aumenta con la velocidad, pero tal aumento es sólo apreciable en los casos
en que la velocidad se aproxima a la de la luz. A efectos prácticos de la vida
cotidiana, podemos aceptar que la masa de un objeto es constante,
independientemente de la velocidad con que se mueve. Sin embargo, para
velocidades muy altas, esta afirmación es falsa, y cuanto mayor sea la
velocidad, más falsa es la afirmación.
El profesor Feynman, comentando sobre esta ley, dice:
"[...] filosóficamente estamos completamente equivocados con una ley
aproximada. Toda nuestra imagen del mundo tiene que ser modificada incluso a
pesar de que la masa cambia sólo un poco. Esta es una cosa muy peculiar acerca
de la filosofía, o las ideas, detrás de las leyes. Incluso un efecto muy
pequeño a veces requiere cambios profundos en nuestras ideas…". (R.
Feynman, Las conferencias de física de Feynman.)
Este ejemplo demuestra claramente la diferencia fundamental entre
la mecánica elemental y la física moderna avanzada. Del mismo modo, hay una
gran diferencia entre las matemáticas elementales utilizadas para los cálculos
simples cotidianos, y las matemáticas superiores (cálculo diferencial e
integral), que analiza Engels en el Anti-Dühring y en La dialéctica de la
naturaleza.
Existe la misma diferencia entre la lógica formal y la
dialéctica. Para el día a día, las leyes de la lógica formal son más que
suficientes. Sin embargo, para procesos más complejos, estas leyes se ponen a
menudo patas arriba. Su limitada verdad se convierte en falsedad.
Cantidad y calidad
Desde el punto de vista del materialismo dialéctico, el
universo material no tiene principio ni fin, pero consiste en una masa de
materia (o energía) en un estado constante de movimiento. Esta es la idea
fundamental de la filosofía marxista y es totalmente compatible con los
descubrimientos de la ciencia moderna en los últimos cien años.
Tomemos cualquier ejemplo de la vida cotidiana, cualquier
fenómeno aparentemente estable, y veremos que debajo de la superficie está en
un estado de cambio, a pesar de que este cambio es invisible a simple vista.
Por ejemplo, un vaso de agua: "Para nuestros ojos, nuestros ojos
primitivos, nada está cambiando, pero si pudiéramos verlo aumentado mil
millones de veces, veríamos que, desde su propio punto de vista, siempre está
cambiando: hay moléculas que se alejan de la superficie y moléculas que
regresan". (Richard P. Feynman, Las conferencias de física de Feynman, capítulo
1, p. 8.)
Estas palabras no son de Engels, sino de un científico de
renombre, el difunto profesor Richard P. Feynman, que solía enseñar física
teórica en el Instituto de Tecnología de California. El mismo autor repite el
famoso ejemplo de Engels de la ley de la transformación de la cantidad en
calidad.
El agua está compuesta de átomos de hidrógeno y de oxígeno
en un estado de movimiento constante. El agua no se rompe en sus partes
componentes debido a la atracción mutua de las moléculas. Sin embargo, si se
calienta a 100 °C a presión atmosférica normal, alcanza un punto crítico en el
que la fuerza de atracción entre las moléculas es insuficiente y se separan
repentinamente.
Este ejemplo puede parecer trivial, pero tiene consecuencias
tremendamente importantes para la ciencia y la industria. Es parte de una rama
muy importante de la física moderna: el estudio del cambio de estado. La
materia puede existir en cuatro fases (o estados): sólido, líquido, gas y
plasma, además de algunas otras fases extremas, como los fluidos críticos y
gases degenerados.
En general, cuando un sólido se calienta (o a medida que
disminuye la presión), cambiará a una forma líquida, y finalmente se convertirá
en un gas. Por ejemplo, el hielo (agua helada) se vuelve agua líquida cuando se
calienta. Al hervir el agua, ésta se evapora y se convierte en vapor de agua.
Pero si este vapor se calienta a una temperatura muy alta, se produce otra fase
de transición. A 12.000 K = 11,726.85 grados centígrados, el vapor se convierte
en plasma.
Esto es lo que los marxistas llaman la transformación de la
cantidad en calidad. Es decir, un gran número de cambios muy pequeños,
finalmente produce un salto cualitativo –una transición de fase, un cambio de
estado–. Se pueden citar tantos ejemplos como se quiera: Si se enfría una
sustancia tal como el plomo o el niobio, hay una reducción gradual de su
resistencia eléctrica, hasta una temperatura crítica (por lo general unos pocos
grados por encima de -273 °C). Precisamente en este punto, toda la resistencia
desaparecerá repentinamente. Hay una especie de "salto cuántico", la
transición de tener una pequeña resistencia a no tener ninguna.
Uno puede encontrar un número ilimitado de ejemplos
similares en todas las ciencias naturales. El científico estadounidense Marc
Buchanan escribió un libro muy interesante llamado Ubicuidad. En este libro, da
una larga serie de ejemplos: ataques cardíacos, incendios forestales, aludes,
el ascenso y la caída de las poblaciones animales, crisis bursátiles, guerras e
incluso cambios en la moda y las diferentes escuelas de arte (yo añadiría
revoluciones a esta lista).
Todas estas cosas parecen no tener conexión y, sin embargo,
están sujetas a la misma ley, que puede ser expresada por una ecuación
matemática conocida como una ley de potencias. Esto, en terminología marxista,
es la ley de la transformación de la cantidad en calidad. Y lo que este estudio
muestra es que esta ley es ubicua, es decir, que está presente en todos los
niveles del universo. Es una ley verdaderamente universal de la naturaleza, tal
como dijo Engels.
Dialéctica versus
empirismo
"¡Queremos hechos!" Esta exigencia imperiosa
parece ser el colmo del realismo práctico ¿Qué puede haber más sólido que los
hechos? No obstante, lo que parece ser realismo resulta ser todo lo contrario.
Lo que son hechos establecidos en un momento, pueden terminar siendo algo muy
diferente. Todo está en un estado constante de cambio y, tarde o temprano, todo
cambia en su contrario. Lo que parece ser sólido se disuelve en el aire.
El método dialéctico nos permite penetrar más allá de las
apariencias y ver los procesos que se están produciendo por debajo de la
superficie. La dialéctica es en primer lugar la ciencia de la interconexión
universal. Proporciona una visión global y dinámica de los fenómenos y de los
procesos. Analiza las cosas en sus relaciones, y no por separado; en su
movimiento, y no estáticamente; en su vida, y no en la muerte.
El conocimiento de la dialéctica significa emanciparse de la
adoración servil del hecho establecido, de las cosas como son, que es la
principal característica del pensamiento empírico superficial. En política esto
es típico del reformismo, que busca ocultar su conservadurismo, miopía y
cobardía, en el lenguaje filosófico del pragmatismo, el arte de lo posible, el
"realismo" y demás.
La dialéctica nos permite penetrar más allá de la
"dado", lo inmediato; es decir, del mundo de la apariencia, y
descubrir los procesos ocultos que tienen lugar bajo la superficie. Nosotros
señalamos que tras la apariencia de tranquilidad y ausencia de movimiento, hay
un proceso de cambio molecular, no sólo en la física, sino también en la
sociedad y en la psicología de las masas.
No hace tanto tiempo, la mayoría de la gente pensaba que el
auge económico iba a durar para siempre. Eso era, o parecía ser, un hecho
incuestionable. Aquellos que lo cuestionaban eran considerados maniáticos
incrédulos. Pero ahora esa verdad incuestionable está en ruinas. Los hechos han
cambiado a su contrario. Lo que parecía ser una verdad indiscutible resulta ser
una mentira. Citando las palabras de Hegel: La razón se convierte en sinrazón.
Federico Engels, haciendo uso de este método hace más de un
siglo, fue capaz, en algunos casos, de ver más allá que la mayoría de los científicos
contemporáneos, anticipando muchos de los descubrimientos de la ciencia
moderna. Engels no era un científico profesional, pero tenía un conocimiento
muy amplio de las ciencias naturales de su época.
Sin embargo, sobre la base de un profundo conocimiento del
método dialéctico de análisis, Engels hizo varias contribuciones muy
importantes a la interpretación filosófica de la ciencia hoy en día, a pesar de
que hasta ahora han permanecido desconocidas para la inmensa mayoría de los
científicos.
Por supuesto, la filosofía no puede dictar las leyes de las
ciencias naturales. Estas leyes sólo pueden desarrollarse sobre la base de un
análisis serio y riguroso de la naturaleza. El progreso de la ciencia se
caracteriza por una serie de aproximaciones. A través del experimento y la
observación nos acercamos cada vez más a la verdad, sin ser capaces de llegar a
conocer toda la verdad. Es un proceso interminable de una penetración profunda
de los secretos de la materia y del universo. La verdad de las teorías científicas
sólo puede establecerse a través de la práctica, la observación y el
experimento, y no por mandato de los filósofos.
La mayoría de las cuestiones con las que los filósofos han
luchado en el pasado han sido resueltas por la ciencia. Sin embargo, sería un
grave error suponer que la filosofía no tiene ningún papel que desempeñar en la
ciencia. Sólo quedan dos aspectos de la filosofía que siguen siendo válidos hoy
en día, que no han sido absorbidos por las diferentes ramas de la ciencia: la
lógica formal y la dialéctica.
Engels insistió en que "la dialéctica, despojada de la
mística, se convierte en una necesidad absoluta" para la ciencia. La
dialéctica, por supuesto, no tiene ninguna cualidad mágica para resolver los
problemas de la física moderna. Sin embargo, una filosofía global y coherente
sería de inestimable ayuda en la orientación de la investigación científica en
las líneas más fructíferas y para evitar que caiga en toda clase de hipótesis
arbitrarias y místicas que no conducen a nada. Muchos de los problemas a los
que se enfrenta hoy la ciencia surgen precisamente de la falta de una base
filosófica firme.
La dialéctica y la
ciencia
Muchos científicos tratan la filosofía con desprecio. En lo
que se refiere a la filosofía moderna, este desprecio es bien merecido. Durante
el último siglo y medio el reino de la filosofía se asemeja a un desierto
árido, con sólo trazas de vida. El tesoro del pasado, con sus antiguas glorias
y destellos de ilustración, parece totalmente extinguido. No sólo los
científicos, sino los hombres y las mujeres en general, buscarán en vano en
este erial para cualquier fuente de iluminación.
Sin embargo, haciendo un examen más detallado, el desprecio
mostrado por los científicos a la filosofía no está bien fundamentado. Porque
si nos fijamos seriamente en el estado de la ciencia moderna –o para ser más
precisos, en sus fundamentos teóricos y suposiciones–, vemos que la ciencia, de
hecho, nunca se ha liberado de la filosofía. Expulsada sin ceremonias por la
puerta principal, la filosofía con astucia consigue entrar a través de la
ventana trasera.
Los científicos que afirman con orgullo su indiferencia
completa hacia la filosofía en realidad hacen todo tipo de supuestos que son de
carácter filosófico. Y de hecho, este tipo de filosofía inconsciente y acrítica
no es superior a la de la antigua usanza, sino infinitamente inferior a la
misma. Además, es la fuente de muchos errores en la práctica.
Los notables avances de la ciencia durante el siglo pasado
parecen haber vuelto la filosofía superflua. En un mundo en el que podemos
penetrar en los misterios más profundos del cosmos y seguir los complejos
movimientos de las partículas sub-atómicas, las viejas cuestiones que
absorbieron la atención de los filósofos se han resuelto. El papel de la
filosofía ha sido correspondientemente reducido. Sin embargo, para repetir el
punto, hay dos áreas en las que la filosofía conserva su importancia: en la
lógica formal y en la dialéctica.
Un gran avance en la aplicación del método dialéctico a la
historia de la ciencia fue la publicación en 1962 del extraordinario libro de
Thomas Samuel Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas. Este
demostró el carácter inevitable de las revoluciones científicas y mostró el
mecanismo de aproximación mediante el cual esto ocurre. "Todo lo que
existe merece perecer" puede decirse no sólo para los organismos vivos,
sino también para las teorías científicas, incluidas las que actualmente
consideramos de validez absoluta.
De hecho, Engels se encontraba muy por delante de sus
contemporáneos (incluidos la mayoría de los científicos) en su actitud hacia
las ciencias naturales. No sólo explicó el movimiento (energía) como algo
inseparable de la materia, sino también explicó que la diferencia entre las
ciencias consistía sólo en el estudio de las diversas formas de energía y la
transición dialéctica de una forma de energía en otra. Esto es lo que hoy se
conoce como transiciones de fase.
Toda la evolución de la ciencia en el siglo XX ha rechazado
la antigua compartimentación, reconociendo la transición dialéctica de una
ciencia a otra. Marx y Engels en su día causaron gran indignación entre sus
adversarios, al decir que la diferencia entre materia orgánica e inorgánica era
sólo relativa. Explicaron que la materia orgánica –los primeros organismos
vivos– surgió a partir de materia inorgánica en un momento dado, lo que
representó un salto cualitativo en la evolución. Dijeron que los animales,
incluido el hombre con su mente, sus ideas y sus creencias, eran simplemente
materia organizada de una manera determinada.
La diferencia entre la materia orgánica e inorgánica, que
Kant consideró una barrera infranqueable, se ha eliminado, como Feynman señala:
"Todo está constituido por átomos. Este es el supuesto clave. Por ejemplo,
una de las hipótesis más importantes de la biología es que todo lo que hacen
los animales, lo hacen los átomos. En otras palabras, no hay nada que los seres
vivos hagan que no se pueda entender desde el punto de vista de que están compuestos
de átomos, actuando en consonancia con las leyes de la física". (R.
Feynman, Conferencias de física de Feynman.)
Desde el punto de vista científico, los hombres y las
mujeres son conglomerados de átomos dispuestos de una manera particular. Pero
nosotros no somos meramente una aglomeración de átomos. El cuerpo humano es un
organismo extraordinariamente complejo, en particular, el cerebro, cuya
estructura y funcionamiento sólo ahora estamos empezando a comprender. Esto es
algo mucho más hermoso y maravilloso que todos los viejos cuentos de hadas de
la religión.
Al mismo tiempo que Marx estaba llevando a cabo una
revolución en el campo de la economía política, Darwin estaba haciendo lo mismo
en el campo de la biología. No es casualidad que, mientras que la obra de
Darwin despertó una tormenta de indignación e incomprensión, Marx y Engels
inmediatamente la reconocieran como una obra maestra de la dialéctica, aunque
el propio Darwin no era consciente de ello. La explicación de esta aparente
paradoja es que las leyes de la dialéctica no son una invención arbitraria,
sino que reflejan los procesos que existen realmente en la naturaleza y la
sociedad.
El descubrimiento de la genética ha revelado el mecanismo
exacto que determina la transformación de una especie en otra. El genoma humano
ha dado una nueva dimensión a la obra de Darwin, mostrando que los seres
humanos comparten sus genes no sólo con la humilde mosca de la fruta sino
también con las formas más básicas de la vida: la bacteria. En los próximos años,
los científicos llevarán a cabo un acto de creación en un laboratorio,
produciendo un organismo vivo a partir de materia inorgánica. Al Divino Creador
se le quitará el último punto de apoyo en que se sostiene.
Durante mucho tiempo, los científicos discutieron acerca de
si la creación de nuevas especies era el resultado de un largo período de
acumulación de cambios lentos o si surgieron a partir de un cambio súbito y
violento. Desde un punto de vista dialéctico, no hay contradicción entre ambos.
Un largo período de cambios moleculares (cambios cuantitativos) alcanza un
punto crítico en el que de repente se produce lo que se llama ahora un salto
cuántico.
Marx y Engels creían que la teoría de la evolución de las
especies era una prueba clara de que la naturaleza funciona, en última
instancia, de una manera dialéctica, es decir, a través del desarrollo, a
través de contradicciones. Hace tres décadas esta declaración recibió un
poderoso impulso de una institución tan prestigiosa como el Museo Británico, donde
un furioso debate rompió el decoroso silencio de siglos. Uno de los argumentos
en contra de los defensores de la idea de los saltos cualitativos en la cadena
de la evolución era que representaba ¡la infiltración marxista en el Museo
Británico!
Sin embargo, a pesar de sí misma, la biología moderna no ha
tenido más remedio que corregir la vieja idea de la evolución como un proceso
gradual, lineal, ininterrumpido, sin cambios bruscos… y admitir la existencia
de saltos cualitativos, que se caracterizan por la extinción masiva de algunas
especies y la aparición de otras nuevas. El 17 de abril 1982 The Economist
publicó un artículo sobre el centenario de la muerte de Darwin que decía:
"Va a ser cada vez más claro que
mutaciones bastante pequeñas que afectan a lo que sucede en una etapa clave de
desarrollo pueden causar grandes cambios evolutivos (por ejemplo, un pequeño
cambio en el modo de funcionamiento de ciertos genes podría conducir a un
aumento significativo en el tamaño del cerebro). También se están acumulando
pruebas de que muchos genes sufren una mutación lenta pero constante. Así, poco
a poco, los científicos resuelven la controversia en curso sobre si las
especies cambian lentamente y de forma continua durante largos períodos de
tiempo, o permanecen sin cambios durante un largo tiempo y luego experimentan
una rápida evolución. Probablemente se producen los dos tipos de cambio".
La versión anterior de la teoría de la evolución (gradualismo filético)
sostenía que las especies cambian de forma gradual a medida que surgen las
mutaciones genéticas individuales y se seleccionan. Sin embargo, Stephen Jay
Gould y Niles Eldridge propusieron una nueva teoría llamada "equilibrio
puntuado", según la cual el cambio genético puede tener lugar a través de
saltos repentinos. Por cierto, el difunto Stephen Jay Gould señaló que si los
científicos hubieran prestado atención a lo que Engels había escrito sobre los
orígenes del hombre, se habrían ahorrado cien años de errores.
Naciones enteras en
quiebra
La primera fase de la crisis que se inició en el año 2008 se
caracterizó por la quiebra de los grandes bancos. Todo el sistema bancario de
los EEUU y del resto del mundo sólo se salvó gracias a la inyección masiva de
miles de millones de dólares y de euros por parte del Estado. Pero la pregunta
que hay que hacerse es: ¿qué queda de la vieja idea de que el libre mercado, si
se lo deja a sí mismo, resolverá todos los problemas? ¿Qué queda de la vieja
idea de que el Estado no debe interferir en el funcionamiento de la economía?
La inyección masiva de dinero público no resolvió nada. La
crisis no se ha resuelto. Simplemente se ha desplazado a los Estados. Todo lo
que ocurrió es que en lugar de un déficit masivo de los bancos, tenemos un
agujero negro enorme en las finanzas públicas. ¿Y quién va a pagar esto? No los
banqueros adinerados que, habiendo presidido la demolición del orden financiero
mundial, se han embolsado con calma el dinero duramente ganado de la población
y ahora están otorgándose a sí mismos gratificaciones generosas con las
ganancias.
¡No! Los déficits de los que los economistas y los políticos
se quejan tan amargamente deben ser pagados por los sectores más pobres e
indefensos de la sociedad. De repente no hay dinero para los ancianos, los
enfermos, los desempleados, pero siempre hay un montón de dinero para los
banqueros. Esto significa un régimen de austeridad permanente. Pero esto sólo
genera nuevas contradicciones. Al reducir la demanda, se reduce aún más el
mercado y, por lo tanto, se agrava la crisis de sobreproducción.
Ahora los economistas están prediciendo un nuevo colapso, lo
cual traerá el hundimiento de divisas y gobiernos, amenazando la propia
estructura del sistema financiero mundial. Y a pesar de lo que dicen los
políticos sobre la necesidad de frenar el déficit, las deudas a la escala que
han llegado no pueden ser reembolsadas. Grecia ofrece un ejemplo gráfico de
este hecho. El futuro es de crisis aún más profundas, de caída del nivel de
vida, de ajustes dolorosos y aumento del empobrecimiento de la mayoría. Esta es
una receta acabada para nuevas convulsiones y lucha de clases a un nivel aún
más alto. Se trata de una crisis sistémica del capitalismo a escala mundial.
Algunos sofistas preguntan: si el socialismo es inevitable,
¿por qué uno tiene que luchar para lograrlo? De hecho, es posible ser un
determinista convencido y sin embargo estar comprometido con un papel
revolucionario activo. En el siglo XVII los calvinistas eran deterministas de
la forma más categórica y absoluta. Creían fervientemente en la predestinación,
en que el destino y la salvación de cada hombre y mujer estaban determinados
antes de que nacieran.
Sin embargo, este determinismo de hierro no impidió que los
calvinistas jugaran un papel muy revolucionario en la lucha contra el
feudalismo decadente y su expresión ideológica principal, la Iglesia Católica
Romana. Precisamente porque estaban convencidos de la justicia y el inevitable
triunfo de su causa, lucharon con mayor valentía para acelerar su victoria.
La vieja sociedad se está muriendo, y una nueva sociedad
está luchando para nacer. Pero aquellos que han obtenido grandes riquezas de
ella nunca aceptarán la inevitabilidad de su desaparición. Antes de verla
hundirse en el olvido, la clase dominante prefiere arrastrar a toda la sociedad
con ella. La prolongación de la agonía del capitalismo constituye una amenaza
mortal a la cultura humana y a la civilización. Nuestra tarea es ayudar al
nacimiento de la nueva sociedad, para asegurarnos de que se lleva a cabo tan
rápidamente e indoloramente como sea posible, con el menor costo para la
humanidad.
En contra de las calumnias de nuestros enemigos, los
marxistas no abogamos por la violencia, pero somos realistas y sabemos que toda
la historia de los últimos diez mil años demuestra que ninguna clase o casta
dominante nunca renuncia a su riqueza, poder y privilegios sin luchar, y eso
significa por lo general una lucha sin reglas. Y ese sigue siendo el caso hoy
en día.
La decadencia del capitalismo amenaza con desatar la más
terrible violencia en el mundo. Con el fin de reducir la posibilidad de
violencia, para poner fin al caos y a las guerras, para asegurar la transición
más ordenada y pacífica hacia el socialismo, la condición previa es que la
clase obrera sea movilizada para la lucha y esté dispuesta a luchar hasta el
final.
"Todos los
caminos llevan a la ruina"
Contrariamente a la imagen reconfortante que se solía
presentar del sistema capitalista ofreciendo un futuro seguro y próspero para
todos, vemos la realidad de un mundo en el que millones de personas sufren la
pobreza y el hambre, mientras que los súper ricos se hacen cada día más ricos.
La gente vive en constante temor de un futuro incierto que será decidido, no
por las decisiones racionales de las personas, sino únicamente por los giros
salvajes del mercado.
Las crisis financieras, el desempleo masivo y las
agitaciones sociales y políticas constantes ponen muchas cosas patas arriba. Lo
que parecía ser estable y permanente se disuelve de la noche a la mañana, y la
gente comienza a cuestionar las cosas que siempre daba por sentado. Este estado
de agitación perpetua es lo que prepara psicológicamente el terreno para la
revolución, que a la postre se convierte en la única opción que es
realistamente imaginable. Para ver esto en la práctica no hay más que mirar a
la Grecia actual.
Todo el mundo sabe que el sistema capitalista está en
crisis. Pero ¿cuál es el antídoto contra la crisis? Si el capitalismo es un
sistema anárquico y caótico que desemboca inevitablemente en situaciones de
crisis, entonces hay que concluir que, a fin de eliminar las crisis, es
necesario abolir el propio sistema capitalista. Si se dice "A",
también se debe decir "B", "C" y "D". Pero esto
es lo que los economistas burgueses se niegan a hacer.
¿No existen mecanismos que podrían permitir a la burguesía
salir de una crisis de sobreproducción? ¡Por supuesto que los hay! Un método
sería bajar la tasa de interés con el fin de aumentar los márgenes de
beneficios y estimular la inversión. Pero la tasa de interés ya está cerca de
cero. De reducirse más, estaríamos hablando de una tasa negativa de interés:
los bancos pagarían a la gente para pedir dinero prestado. Esto es una locura,
pero incluso lo están discutiendo. Eso demuestra que se están volviendo desesperados.
El otro método consiste en aumentar el gasto público. Esto
es por lo que están abogando todos los keynesianos y los reformistas. En primer
lugar, esto revela la bancarrota de la economía de libre mercado. El sector
privado es tan débil, decrépito y corrupto en el sentido literal de la palabra,
que debe confiar en el Estado, así como un hombre lisiado se apoya en muletas.
Pero incluso esa opción no ofrece una salida.
Es un hecho evidente que los bancos y los grandes monopolios
son ahora dependientes del Estado para su supervivencia. Tan pronto como
estuvieron en dificultades, las mismas personas que solían insistir en que el
Estado no debe jugar ningún papel en la economía, corrieron al gobierno con sus
manos extendidas, exigiendo grandes sumas de dinero. Y el gobierno de inmediato
les dio un cheque en blanco. Se ha entregado a los bancos aproximadamente 14
billones de dólares de dinero público. Pero la crisis sigue profundizándose.
Todo lo que se ha logrado en los últimos cuatro años es
transformar lo que era un agujero negro en las finanzas de los bancos en un
agujero negro en las finanzas públicas. Con el fin de salvar a los banqueros,
se espera el sacrificio de todo el mundo, excepto el de los banqueros y de los
capitalistas. Ellos se pagan a sí mismos gratificaciones generosas con el
dinero del contribuyente. Se trata de Robin Hood a la inversa.
La existencia de un enorme déficit significa que el
argumento keynesiano acerca de aumentar el gasto público cae por su propio
peso. ¿Cómo puede el Estado gastar dinero que no posee? El único camino que
sigue abierto ante ellos es el de imprimir dinero, o, como se le conoce
eufemísticamente, expansión cuantitativa (Quantitative Easing o QE). La
inyección de grandes cantidades de capital ficticio en la economía está sujeta
a la ley de los rendimientos decrecientes. Tiene un efecto similar a la de un
drogadicto que tiene que inyectarse con cantidades cada vez más grandes de
droga con el fin de obtener el mismo efecto. En el proceso, están envenenando
el sistema y minando su salud.
Esta es una medida realmente desesperada que resultará más
pronto o más tarde en un aumento de la inflación. De esta manera, se están
preparando para una depresión aún más profunda en el próximo período. Este es
el resultado inevitable del hecho de que en el período anterior el sistema
capitalista fue más allá de sus límites. Para posponer una depresión,
utilizaron los mismos mecanismos que se necesitan para salir de la crisis
actual. Esta es la razón por la que la crisis es tan profunda y tan difícil de
resolver. Como explica Marx, los capitalistas sólo pueden resolver sus crisis
"allanando el camino para crisis más extensas y más destructivas, y
disminuyendo los medios de prevenirlas". (Manifiesto Comunista)
En los viejos tiempos la Iglesia decía: "Todos los
caminos llevan a Roma". Ahora la burguesía tiene un nuevo lema: Todos los
caminos llevan a la ruina. Es impensable que una crisis económica que está
lanzando a todo el mundo al caos, que condena a millones de personas al desempleo,
la pobreza y la desesperación, que le roba a la juventud su futuro y destruye
la salud, la vivienda, la educación y la cultura, pueda ocurrir sin una crisis
social y política. La crisis del capitalismo está preparando las condiciones
para la revolución en todas partes.
Esto ya no es una propuesta teórica. Es un hecho. Si tomamos
sólo los últimos doce meses, ¿qué vemos? Se han producido movimientos
revolucionarios en un país tras otro: Túnez, Egipto, Grecia, España… Incluso en
los Estados Unidos tenemos el movimiento de #Occupy y, anteriormente, las
masivas protestas en Wisconsin.
Estos dramáticos acontecimientos son una clara expresión del
hecho de que la crisis del capitalismo está produciendo una reacción masiva a
escala mundial, y que un número creciente de personas está empezando a sacar
conclusiones revolucionarias. Mientras que una pequeña minoría tenga en sus
manos la tierra, los bancos y las grandes corporaciones, ésta seguirá tomando
todas las decisiones fundamentales que afectan a la vida y al destino de
millones de personas en el planeta.
La brecha intolerable que se ha desarrollado entre ricos y
pobres está poniendo una presión cada vez mayor sobre la cohesión social. La
base del viejo sueño socialdemócrata de paz social y colaboración de clases se
ha roto irremediablemente. Este hecho se resume en el lema de #Occupy Wall
Street: "La única cosa que tenemos en común es que somos el 99 por ciento
de la gente que ya no tolerará la codicia y la corrupción del otro 1 por
ciento".
El problema es que el actual movimiento de protesta es
confuso en sus objetivos. Carece de un programa coherente y de una dirección
audaz. Pero refleja un estado de ánimo general de ira que se está acumulando
bajo la superficie y que tarde o temprano tiene que encontrar una salida. Pero
son sin duda movimientos anticapitalistas y, tarde o temprano, en un país u
otro, se planteará la cuestión del derrocamiento revolucionario del
capitalismo.
Bajo el capitalismo, como explicó Marx, las fuerzas
productivas han experimentado el desarrollo más espectacular de la historia.
Sin embargo, las ideas de la clase dominante, incluso en su época más
revolucionaria, quedaron muy por detrás de los avances en la producción, la
tecnología y la ciencia.
La amenaza a la
cultura
El contraste entre el rápido desarrollo de la tecnología y
la ciencia, y el extraordinario retraso en el desarrollo de la ideología
humana, se presenta de manera clara en el país capitalista más avanzado del
mundo: EE. UU. Esta es la tierra donde la ciencia ha logrado los resultados más
espectaculares. El constante progreso de la tecnología es la condición previa
para la emancipación final del hombre, para la abolición de la pobreza y del
analfabetismo, de la ignorancia y de la enfermedad, y para el dominio de la naturaleza
por el hombre a través de la planificación consciente de la economía. El camino
está abierto a la conquista, no sólo de la Tierra, sino del espacio. Y, sin
embargo, en este país tecnológicamente avanzado reinan las supersticiones más
primitivas. Nueve de cada diez estadounidenses creen en la existencia de un ser
divino, y siete de cada diez creen en la vida después de la muerte.
El día de Navidad de 1968, cuando el primer hombre que voló
alrededor de la Luna tuvo que elegir un mensaje para transmitirlo al pueblo
estadounidense desde su nave espacial, de todo el corpus de la literatura
mundial, eligió el primer libro del Génesis. Según volaba en el espacio en una
nave espacial repleta de los artefactos más modernos, pronunció las palabras:
"En el principio, Dios creó los cielos y la tierra". Han pasado ya
más de 130 años desde la muerte de Darwin. Sin embargo, todavía hay muchas
personas en los EEUU que creen que cada palabra de la Biblia es literalmente
cierta, y desean que las escuelas enseñen la versión de los orígenes humanos
contenida en el Génesis, en lugar de la teoría de la evolución basada en la
selección natural. En un intento de volver el creacionismo más respetable, sus
defensores le han cambiado el nombre por el de "diseño inteligente".
Surge de inmediato la pregunta: ¿Quién diseñó al diseñador inteligente? A esta
pregunta perfectamente razonable no tienen respuesta. Tampoco pueden explicar
por qué su "diseñador inteligente" hizo semejante chapuza cuando creó
el mundo en primer lugar.
¿Por qué diseñar un mundo con cosas como el cáncer, la peste
bubónica, el SIDA, la menstruación y la migraña? ¿Por qué diseñar vampiros,
sanguijuelas y banqueros de inversión? Ahora que lo pienso, ¿por qué,
aparentemente, la mayor parte de nuestros genes están hechos de basura inútil?
Nuestro diseñador inteligente resulta ser no tan inteligente después de todo.
En palabras de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla (1221-1284): "Si yo
hubiera estado presente en la creación, habría dado algunos consejos útiles para
el mejor ordenamiento del universo". De hecho, un niño de once años de
inteligencia media probablemente podría haber hecho un mejor trabajo.
Es cierto que la autoridad de la Iglesia está en declive en
todos los países occidentales. El número de creyentes practicantes está
disminuyendo. En países como España e Irlanda, la Iglesia tiene dificultades
para reclutar nuevos sacerdotes. La asistencia a misa ha sufrido un fuerte
descenso en los últimos tiempos, sobre todo entre los jóvenes. Sin embargo, el
declive de la Iglesia ha abierto la puerta a una verdadera plaga de Egipto de
sectas religiosas de las variedades más raras, y un florecimiento de misticismo
y supersticiones de todo tipo. La astrología, ese remanente de la barbarie
medieval, está nuevamente de moda. Los cines, la televisión y las librerías
están llenos de obras basadas en la superstición y el misticismo más
descarados.
Estos son sólo los signos externos de la putrefacción de un
sistema social que ha vivido más allá de sus propios límites, que ha dejado de
ser una fuerza históricamente progresista y que ha entrado definitivamente en
conflicto con las necesidades del desarrollo de las fuerzas productivas. En
este sentido, la lucha de la clase obrera para cortar quirúrgicamente la agonía
de la sociedad burguesa es también la lucha por defender los logros de la
ciencia y de la cultura frente a las fuerzas transgresoras de la barbarie.
Las únicas alternativas abiertas a la humanidad son claras:
o bien la transformación socialista de la sociedad, la eliminación del poder
político y económico de la burguesía y el inicio de una nueva etapa en el
desarrollo de la civilización humana, o la destrucción de la civilización, e
incluso de la vida misma. Los ecologistas y los verdes se quejan continuamente
de la degradación del medio ambiente y advierten de la amenaza que esto supone
para la humanidad. Tienen razón. Pero se asemejan a un médico inexperto que
apunta a los síntomas, pero no es capaz de diagnosticar la naturaleza de la
enfermedad, o sugerir una cura.
La degeneración del sistema se hace sentir en todos los
niveles, no sólo en el campo económico, sino en el terreno de la moral, la
cultura, el arte, la música y la filosofía. La existencia del capitalismo se
está prolongando a costa de la destrucción de las fuerzas productivas, pero
también está minando la cultura, impulsando la desmoralización y la
lumpenización de capas enteras de la sociedad, con consecuencias desastrosas
para el futuro. En última instancia, la existencia del capitalismo entrará en
conflicto con la existencia de los derechos democráticos y sindicales de la
clase obrera.
El aumento de la delincuencia y de la violencia, la
pornografía, el egoísmo burgués y la brutal indiferencia hacia los sufrimientos
de los demás, el sadismo, la desintegración de la familia y el colapso de la
moral tradicional, la drogadicción y el alcoholismo… todas esas cosas que
provocan la ira y la indignación hipócritas de los reaccionarios, son sólo
síntomas de la degeneración senil del capitalismo. De la misma manera,
fenómenos similares acompañaron al período de decadencia de la sociedad
esclavista en el Imperio Romano.
El sistema capitalista, que antepone los beneficios
económicos ante cualquier otra consideración, está envenenando el aire que
respiramos, el agua que bebemos y los alimentos que comemos. El último
escándalo de la adulteración masiva de productos cárnicos en Europa es sólo la
punta del iceberg. Si permitimos que el dominio de los grandes bancos y
monopolios continúe durante otras cinco décadas o más, es muy posible que la
destrucción del planeta llegue a un punto en el que el daño sea irreversible y
ponga en peligro la existencia futura de la humanidad. Por tanto, la lucha por
cambiar la sociedad es una cuestión de vida o muerte.
La necesidad de una
economía planificada
Durante las últimas dos décadas hemos sido alimentados con
una dieta constante de propaganda económica que nos aseguraba que la idea de
una economía socialista planificada estaba muerta, y que el
"mercado", dejado a su suerte, resolvería el problema del desempleo,
y traería un mundo de paz y prosperidad.
Ahora, tras la crisis de 2008, la gente empieza a darse
cuenta de que el orden existente es incapaz de asegurar siquiera las más
básicas de las necesidades humanas –un trabajo, un salario digno, un hogar,
provisión de educación y sanidad decentes, una pensión adecuada, un medio
ambiente seguro, aire y agua limpios– a la gran mayoría, y no sólo a los del
Tercer Mundo.
Semejante sistema, sin duda, debe ser condenado por todas
las personas pensantes que no estén cegadas por la avalancha constante de
argumentos falsos, cuyo único propósito es la defensa de los intereses creados
de aquellos a los que les va muy bien en la situación actual y no pueden o no
quieren creer que no va a durar para siempre.
El punto central del Manifiesto Comunista –y aquí radica su
mensaje revolucionario– es, precisamente, que el sistema capitalista no es para
siempre. Este es el elemento que los apologistas de nuestro sistema actual
encuentran más difícil de tragar. ¡Naturalmente! Es el delirio común de todos
los sistemas socio-económicos de la historia, de que ellos representan la
última palabra en el progreso social. Sin embargo, incluso desde el punto de
vista del sentido común, esa opinión es claramente errónea. Si aceptamos que
todo en la naturaleza es mutable, ¿por qué la sociedad debería ser diferente?
Estos hechos indican que el sistema capitalista ya había
agotado su misión progresista. Toda persona inteligente se da cuenta de que el
libre desarrollo de las fuerzas productivas exige la unificación de las
economías de todos los países a través de un plan común que permita la
explotación armónica de los recursos de nuestro planeta para el beneficio de
todos.
Esto es tan evidente que es reconocido por científicos y
expertos que no tienen nada que ver con el socialismo, pero que están llenos de
indignación ante las condiciones de pesadilla en las que dos tercios de la
humanidad viven, y están preocupados por los efectos de la destrucción del medio
ambiente. Por desgracia, sus bien intencionadas recomendaciones caen en saco
roto, ya que entran en conflicto con los intereses creados de las grandes
multinacionales que dominan la economía mundial y cuyos cálculos no se basan en
el bienestar de la humanidad o en el futuro del planeta, sino exclusivamente en
la codicia y la búsqueda del beneficio por encima de cualquier otra
consideración.
La superioridad de la planificación económica sobre la
anarquía capitalista es entendida incluso por los burgueses mismos, aunque no
pueden admitirlo. En 1940, cuando los ejércitos de Hitler habían aplastado a
Francia, y Gran Bretaña tenía la espalda contra la pared, ¿qué hicieron? ¿Acaso
dijeron: "Dejad que las fuerzas del mercado decidan"? ¡No! Centralizaron
la economía, nacionalizaron las industrias esenciales e introdujeron controles
gubernamentales amplios, incluyendo la conscripción económica y el
racionamiento. ¿Por qué optaron por la centralización y la planificación? Por
la sencilla razón de que da mejores resultados.
Por supuesto, es imposible tener un plan real de la
producción bajo el capitalismo. Sin embargo, incluso las medidas de
planificación capitalista de Estado introducidas por la coalición de guerra de
Churchill fueron esenciales para derrotar a Hitler. Un ejemplo aún más
llamativo fue la Unión Soviética. La Segunda Guerra Mundial en Europa fue en
realidad un gigantesco conflicto entre la Alemania de Hitler, con todos los
recursos de Europa detrás de él, y la Unión Soviética.
Fue la Unión Soviética la que derrotó a los ejércitos de
Hitler. La razón de esta extraordinaria victoria no puede ser admitida por los
defensores del capitalismo, pero es un hecho evidente. La existencia de una
economía nacionalizada y planificada dio a la URSS una enorme ventaja en la
guerra. A pesar de la política criminal de Stalin, que casi provocó el colapso
de la Unión Soviética al comienzo de la guerra, la URSS fue capaz de
recuperarse rápidamente y reconstruir su capacidad industrial y militar.
Los rusos fueron capaces de desmantelar todas sus industrias
en el oeste –1.500 fábricas y un millón de trabajadores–, ponerlos en trenes y
enviarlos al este de los Urales donde se encontraban fuera del alcance de los
alemanes. En cuestión de meses, la Unión Soviética sobrepasó a Alemania en la
producción de tanques, armas y aviones. Esto demuestra sin lugar a dudas la
superioridad colosal de una economía nacionalizada y planificada, incluso bajo
el régimen burocrático de Stalin.
La URSS perdió 27 millones de personas en la Segunda Guerra
Mundial –la mitad del total de muertes en la guerra a escala mundial–. Sus
industrias y agricultura sufrieron una terrible devastación. Sin embargo, en
los siguientes diez años todo había sido reconstruido, y sin las grandes
cantidades de dinero extranjero que fueron canalizadas a Europa occidental por
los norteamericanos bajo el Plan Marshall. Eso, y no Alemania y Japón, fue el
verdadero milagro económico de la posguerra.
Por supuesto, el socialismo real debe estar basado en la
democracia –no la democracia formal falsa que existe en Gran Bretaña y los
EEUU, donde todo el mundo puede decir lo que quiera, siempre y cuando los
grandes bancos y monopolios decidan lo que sucede–, sino una verdadera
democracia basada en el control y la administración de la sociedad por los
trabajadores mismos.
No hay nada de utópico en semejante idea. Se basa en lo que
ya existe. Tomemos sólo un ejemplo. Es una fuente inagotable de asombro para el
autor de estas líneas cómo un gran supermercado del estilo de Tesco puede
calcular con precisión la cantidad de azúcar, pan y leche que se requiere para
una zona de Londres, con decenas de miles de habitantes. Lo hacen mediante la
planificación científica, y nunca fallan. Si la planificación a semejante nivel
puede funcionar para un gran supermercado, ¿por qué los mismos métodos de
planificación no pueden ser aplicados a la sociedad en su conjunto?
Socialismo e
internacionalismo
Cualquiera que lea el Manifiesto Comunista puede ver que
Marx y Engels previeron esta situación hace más de 150 años. Explicaron que el
capitalismo debe desarrollarse como un sistema mundial. Hoy en día, este
análisis ha sido confirmado brillantemente por los acontecimientos. En la
actualidad, nadie puede negar la dominación aplastante del mercado mundial. De
hecho, es el fenómeno más decisivo de la época en que vivimos.
Sin embargo, cuando el Manifiesto fue escrito, prácticamente
no había evidencia empírica para sostener esta hipótesis. En realidad, la única
economía capitalista desarrollada era Inglaterra. Las industrias nacientes de
Francia y Alemania (esta última ni siquiera existía como entidad unida) todavía
se cobijaban detrás de altos muros arancelarios. Este es un hecho
convenientemente olvidado hoy en día por los gobiernos occidentales y los
economistas cuando dan conferencias severas al resto del mundo sobre la
necesidad de abrir sus economías.
En los últimos años los economistas han hablado mucho de la
"globalización", imaginando que esta era la panacea que permitiría
abolir por completo el ciclo de auge y de recesión. Estos sueños se hicieron
añicos por el colapso de 2008.
Esto tiene profundas implicaciones para el resto del mundo.
Muestra el lado opuesto de la "globalización". En la medida en que el
sistema capitalista desarrolla la economía mundial, también prepara las
condiciones para una devastadora recesión mundial. Una crisis en cualquier
parte de la economía mundial se extiende rápidamente a todas los demás. Lejos
de abolir el ciclo de auge y de recesión, la globalización lo ha investido con
un carácter aún más convulso y universal que en cualquier período anterior.
El problema fundamental es el propio sistema. En palabras de
Marx, "El verdadero límite de la producción capitalista es el propio
capital". (El Capital, Vol. 3, Parte III.) Los expertos económicos que
argumentaron que Marx estaba equivocado y que las crisis capitalistas eran
cosas del pasado (el "nuevo paradigma económico") han demostrado
estar equivocados. El ciclo de auge y recesión por el que hemos pasado recientemente
tiene todas las características del ciclo económico que Marx describió hace
mucho tiempo. El proceso de concentración de capital ha alcanzado proporciones
asombrosas. Hay una orgía de adquisiciones y de monopolización creciente. Esto
no conduce al desarrollo de las fuerzas productivas como en el pasado. Por el
contrario, se cierran fábricas como si fueran cajas de fósforos y miles de
personas se quedan sin trabajo.
Las teorías económicas del monetarismo –la Biblia del
neo-liberalismo– fueron resumidas por John Kenneth Galbraith de la siguiente
manera: "Los pobres tienen demasiado dinero, y los ricos no tienen
suficiente". Niveles récord de beneficios están acompañados por niveles
récord de desigualdad. The Economist ha señalado que "la única tendencia
continua real en los últimos 25 años ha sido hacia una mayor concentración de
los ingresos por arriba".
Una pequeña minoría es obscenamente rica, mientras que la
participación de los trabajadores en el ingreso nacional se reduce
constantemente y los sectores más pobres se hunden en una pobreza cada vez más
profunda. El huracán Katrina reveló al mundo entero la existencia de una
subclase de ciudadanos estadounidenses desposeídos que viven en condiciones de
tercer mundo.
En los EEUU, los trabajadores producen ahora un 30 por
ciento más que hace de diez años y, sin embargo, los salarios apenas se han
incrementado. El tejido social está cada vez más distendido. Incluso en el país
más rico del mundo hay un enorme aumento de las tensiones en la sociedad. Esto
está preparando el terreno para una mayor explosión de la lucha de clases.
Este no es sólo el caso en EEUU. En todo el mundo, el auge
fue acompañado de altas tasas de desempleo. Las reformas y las concesiones
están siendo eliminadas. Con el fin de volverse competitiva en los mercados
mundiales, Italia tendría que despedir a 500.000 trabajadores y el resto
tendría que aceptar una reducción salarial del 30 por ciento.
Durante un tiempo, el capitalismo logró superar sus
contradicciones mediante el aumento del comercio mundial (globalización). Por
primera vez en la historia, el mundo entero se ha involucrado en el mercado
mundial. Los capitalistas encontraron nuevos mercados y avenidas de inversión
en China y otros países. Pero ahora esto ha llegado a sus límites.
Los capitalistas norteamericanos y europeos ya no están tan
entusiasmados con la globalización y el libre comercio, cuando montañas de
productos chinos baratos están apilándose en su puerta. En el Senado de Estados
Unidos se levantan voces a favor del proteccionismo y son cada vez más
insistentes. La ronda de conversaciones de Doha sobre el comercio mundial ha
sido suspendida y son tan grandes las contradicciones que no hay acuerdo
posible.
Los años de auge económico ya han pasado a la historia. El
auge consumista en los EEUU se basaba en unas tasas de interés bajas y en una
vasta expansión del crédito y de la deuda. Estos factores se han convertido en
su contrario. Nos encontramos en una crisis sin precedentes a nivel mundial.
Así, la globalización se manifiesta como una crisis global del capitalismo.
¿No hay alternativa?
Los economistas burgueses están tan prejuiciados y son tan
estrechos mentalmente, que se aferran al anticuado sistema capitalista incluso
cuando se ven obligados a reconocer que es un enfermo terminal y está condenado
al colapso. Imaginarse que la raza humana es incapaz de descubrir una
alternativa viable a este sistema podrido, corrupto y degenerado es francamente
una afrenta a la humanidad.
¿Es realmente cierto que no hay alternativa al capitalismo?
No, no es cierto. La alternativa es un sistema basado en la producción para las
necesidades de la mayoría y no en el lucro de unos pocos; un sistema que
sustituya el caos y la anarquía por la planificación armoniosa; que sustituya
el dominio de una minoría de parásitos ricos con el dominio de la mayoría que
produce toda la riqueza de la sociedad. El nombre de esta alternativa es el
socialismo.
Uno puede discutir acerca de las palabras, pero el nombre de
este sistema es el socialismo –no la caricatura burocrática y totalitaria que
existía en la Rusia estalinista, sino una verdadera democracia basada en la
propiedad, el control y la gestión de las fuerzas productivas por la clase
obrera–. ¿Es esta idea realmente tan difícil de entender? ¿Es realmente utópico
sugerir que la raza humana puede apoderarse de su propio destino y dirigir la
sociedad sobre la base de un plan democrático de producción?
La necesidad de una economía socialista planificada no es un
invento de Marx ni de cualquier otro pensador. Surge de la necesidad objetiva.
La posibilidad del socialismo mundial se deriva de las condiciones actuales del
capitalismo mismo. Todo lo que se necesita es que la clase obrera, que
constituye la inmensa mayoría de la sociedad, se haga cargo de la gestión de la
sociedad, expropie a los bancos y los monopolios gigantes y movilice el enorme
potencial productivo no utilizado para resolver los problemas de la sociedad.
Marx escribió:
"Ninguna
formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas
productivas que caben dentro de ella". (Carlos Marx, Prólogo a la
Contribución a la Crítica de la Economía Política.) Las condiciones objetivas
para la creación de una forma nueva y superior de sociedad humana ya han sido establecidas
por el desarrollo del capitalismo. Durante los últimos 200 años, el desarrollo
de la industria, de la agricultura, de la ciencia y de la tecnología ha
adquirido una velocidad e intensidad sin precedentes en la historia:
"La burguesía no
puede existir si no es revolucionando constantemente los instrumentos de
producción, que vale tanto como decir todo el sistema de producción, y con él
todo el régimen social. Al contrario de cuantas clases sociales la
precedieron, que tenían todas por condición primaria de vida la intangibilidad
del régimen de producción vigente. La época de la burguesía se caracteriza
y distingue de todas las demás por una revolución constante en la producción,
una incesante conmoción de todas las relaciones sociales, por una inquietud y
un movimiento incesantes". (Marx y Engels, Manifiesto del Partido
Comunista, Capítulo I. Burgueses y proletarios.)
¡Qué gran verdad son estas palabras de Marx y qué aplicables
a nuestros tiempos! Las soluciones a los problemas a que nos enfrentamos ya existen.
Durante los últimos 200 años el capitalismo ha creado una fuerza productiva
colosal, pero es incapaz de utilizar este potencial al máximo. La crisis actual
es sólo una manifestación del hecho de que la industria, la ciencia y la
tecnología han crecido hasta el punto de que no pueden ser contenidas dentro de
los estrechos límites de la propiedad privada y del Estado nacional.
El desarrollo de las fuerzas productivas, sobre todo desde
la Segunda Guerra Mundial, no ha tenido precedentes en la historia: la energía
nuclear, la microelectrónica, las telecomunicaciones, los ordenadores, los
robots industriales… han significado un aumento espectacular de la
productividad en el trabajo a un nivel mucho más alto de lo que se podría haber
imaginado en la época de Marx. Esto nos da una idea muy clara de lo que sería
posible en el futuro bajo el socialismo, basado en una economía socialista
planificada a escala global. La crisis actual no es más que una manifestación
de la rebelión de las fuerzas productivas contra estas limitaciones sofocantes.
Una vez que la industria, la agricultura, la ciencia y la tecnología sean
liberadas de las restricciones sofocantes del capitalismo, las fuerzas
productivas serán capaces de satisfacer inmediatamente todas las necesidades humanas
sin ninguna dificultad. Por primera vez en la historia, la humanidad estaría
libre para desarrollar todo su potencial. Una reducción general del tiempo de
trabajo serviría de base material para una auténtica revolución cultural. La
cultura, el arte, la música, la literatura y la ciencia se elevarían a alturas
inimaginables.
El único camino
Hace veinte años, Francis Fukuyama habló del fin de la
historia. Pero la historia no ha terminado. De hecho, la verdadera historia de
nuestra especie sólo se iniciará cuando se haya puesto fin a la esclavitud de
la sociedad de clases y comencemos a establecer el control sobre nuestras vidas
y destinos. Esto es lo que es realmente el socialismo: el salto de la humanidad
desde el reino de la necesidad al reino de la libertad.
En la segunda década del siglo XXI, la humanidad se
encuentra en una encrucijada. Por una parte, los logros de la ciencia moderna y
de la tecnología nos han proporcionado los medios para solucionar todos los
problemas que nos han atormentado durante toda la historia. Podemos erradicar
las enfermedades, el analfabetismo y la falta de vivienda, y podemos hacer
florecer los desiertos.
Por otro lado, la realidad parece burlarse de estos sueños.
Los descubrimientos de la ciencia se utilizan para producir armas de
destrucción masiva cada vez más monstruosas. En todas partes hay pobreza,
hambre, analfabetismo y enfermedad. Hay sufrimiento humano a una escala masiva.
Riquezas obscenas florecen al lado de la miseria. Podemos poner un hombre en la
luna, pero cada año ocho millones de personas mueren simplemente porque no
tienen suficiente dinero para vivir. Cien millones de niños nacen, viven y
mueren en las calles, y no saben lo que es tener un techo sobre su cabeza.
El aspecto más destacado de la situación actual es el caos y
la turbulencia que se han apoderado de todo el planeta. Hay inestabilidad a
todos los niveles: económico, social, político, diplomático y militar.
La mayoría de la gente vuelve la espalda a estas
barbaridades con repulsión. Parece que el mundo se ha vuelto loco de repente.
Sin embargo, tal respuesta es inútil y contraproducente. El marxismo nos enseña
que la historia no carece de sentido. La situación actual no es una expresión
de la locura o la maldad intrínseca de los hombres y las mujeres. El gran
filósofo Spinoza dijo una vez: "¡Ni llorar ni reír, sino comprender!"
Este es un consejo muy valioso, ya que si no somos capaces de comprender el
mundo en que vivimos, nunca seremos capaces de cambiarlo.
Cuando Marx y Engels escribieron el Manifiesto, eran dos
hombres jóvenes, 29 y 27 años respectivamente. Estaban escribiendo en un
período de reacción negra. La clase obrera estaba aparentemente inmóvil. El
propio Manifiesto fue escrito en Bruselas, adonde sus autores se habían visto
obligados a huir como refugiados políticos. Y sin embargo, en el momento mismo
en que el Manifiesto Comunista vio por primera vez la luz del día en febrero de
1848, la revolución ya había entrado en erupción en las calles de París, y
durante los siguientes meses se había extendido como la pólvora por la práctica
totalidad de Europa.
Después de la caída de la Unión Soviética, los defensores
del viejo orden estaban jubilosos. Hablaban del fin del socialismo e, incluso,
del fin de la historia. Nos prometieron una nueva era de paz, prosperidad y
democracia, gracias a los milagros de la economía de libre mercado. Ahora, sólo
veinte años después, esos sueños se reducen a un montón de escombros humeantes.
Ni una sola piedra sobre piedra queda de estas ilusiones.
¿Cuál es el significado de todo esto? Estamos siendo
testigos de la agonía dolorosa de un sistema social que no merece vivir, pero
que se niega a morir. Esa es la verdadera explicación de las guerras, del
terrorismo, de la violencia y de la muerte que son las principales
características de la época en que vivimos.
Pero también estamos presenciando los dolores de parto de
una nueva sociedad, una sociedad nueva y justa, un mundo digno para vivir todos
los hombres y mujeres. De estos acontecimientos sangrientos, en un país tras
otro, una nueva fuerza está naciendo: la fuerza revolucionaria de los
trabajadores, campesinos y jóvenes. En la ONU, el Presidente Chávez de
Venezuela advirtió que "el mundo está despertando y la gente se está
poniendo de pie".
Estas palabras expresan una verdad profunda. Millones de
personas están empezando a reaccionar. Las manifestaciones masivas contra la
guerra de Iraq llevaron a millones a las calles. Esa fue una indicación de los
inicios de un despertar. Pero el movimiento carecía de un programa coherente
para cambiar la sociedad. Esa fue su gran debilidad.
Basta ya de cínicos y escépticos. Es hora de darles la
espalda y seguir la lucha adelante. La nueva generación está dispuesta a luchar
por su emancipación. Está buscando una bandera, una idea y un programa que
pueda inspirarla y llevarla a la victoria. Eso sólo puede ser la lucha por el
socialismo a escala mundial. Carlos Marx tenía razón: La elección que tiene la
raza humana ante sí es socialismo o barbarie.
Título original: “A 130 años de
la muerte de Carlos Marx”