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Karl Marx ✆ Thierry Ehrmann
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Rolando Astarita |
Una de las mayores dificultades que enfrenta la economía
neoclásica o keynesiana radica en la teoría del dinero. Una y otra vez los
autores deben admitir abiertamente esta situación. Por ejemplo, en el inicio de
su libro El dinero John Galbraith, economista keynesiano de renombre,
constataba que las respuestas a la pregunta sobre “qué es exactamente el
dinero… son invariablemente incoherentes” (p. 13). Decía también que los
profesores de economía o materias que tienen que ver con el dinero empiezan sus
explicaciones “con definiciones auténticamente sutiles… que se copian
cuidadosamente, se aprenden fatigosamente de memoria y se olvidan con una
sensación de alivio” (ídem). De todas maneras tranquilizaba al lector
informándole que, después de todo, el dinero es lo que el lector siempre se
había imaginado que era, a saber, “lo que se da o se recibe generalmente por la
compra o la venta de artículos, servicios u otras cosas” (ídem). Pero reconocía
a continuación que “las diferentes formas de dinero y lo que determina qué se
puede comprar con él, es harina de otro costal” y que el propósito del libro
era precisamente aclarar esta cuestión. Por su parte Arrow y Hahn, pilares del
modelo neoclásico más elaborado sobre valor y precios, aceptan que el mismo “no
puede producir una descripción formal satisfactoria del papel del dinero” y que
las razones por las cuales la gente pueda querer tener dinero, o el dinero
medie los intercambios, representan “problemas colosales” (Arrow y Hahn, 1977,
p. 395).
Introducción
No es de extrañar entonces que incluso en los tratados sobre
macroeconomía o dinero el espacio dedicado a discutir qué es dinero sea muy
limitado y que, casi invariablemente se remita la noción a sus funciones. Así
ya Wicksell había afirmado que “la concepción del dinero está involucrada en
sus funciones” (1962, p. 6); Hicks también planteó que el dinero es todo
aquello que funciona como dinero (1974, p.1); y Argandoña, un teórico
monetarista, resumió el consenso hoy dominante repitiendo la formulación de
Hicks y agregando que “con esta definición que no define [sic] se evita el
problema empírico de identificar qué es dinero…” (1981, p. 134; énfasis
nuestro).
Naturalmente, con este punto de partida se hace problemático
precisar cuáles son las funciones que supuestamente deberían evitar el problema
de definir qué es dinero. En este respecto Milton Friedman comprueba que, según
el enfoque de transacciones, es dinero todo lo que sirve como medio de cambio;
en consecuencia los depósitos a plazo, por ejemplo, no serían dinero. Sin
embargo, continúa Friedman, para los enfoques que hacen énfasis en los balances
de
cash, es dinero todo lo que sirve como reserva temporaria de valor; con lo
cual los depósitos a plazo sí serían dinero (1974, p. 9). De hecho Friedman
toma partido por esta última posición. Pero además, aun cuando se defina alguna
función como privilegiada, existen dificultades para decidir qué entra en la
noción así definida. Así, por ejemplo, según Fabozzi, Modigliani y Ferri
(1996), el dinero es en lo esencial medio de cambio, por lo cual M1
(billetes en manos del público y los depósitos transaccionales) es dinero. En
cambio M2, que toma en cuenta (en Estados Unidos) el dinero colocado en
depósitos a plazo y fondos mutuales del mercado monetario, no es dinero en
“sentido pleno”, sino “casi dinero”.
Pero… ¿qué es “casi
dinero”? ¿Y qué es entonces “dinero pleno”? Fabozzi y compañía no aclaran la
cuestión. Hicks, a su vez, considera que el dinero comprende sólo los billetes
y los créditos bancarios que se crean para las transacciones; de manera que los
depósitos a plazo que no se utilizan con fines transaccionales no constituyen,
en su opinión, dinero.
También Blanchard y Enrri (2000)
sostienen que los depósitos a plazo, las participaciones en el mercado de
dinero y los depósitos en el mercado de dinero “no son dinero” (p. 609; énfasis
en el original) ya que no pueden utilizarse con fines transaccionales, o solo
pueden hacerlo con importantes limitaciones. Lo cual no les impide, en la
página siguiente, afirmar que los depósitos a plazo y las participaciones y
depósitos en el mercado de dinero son “dinero en sentido amplio”. Y para
contribuir a la confusión general admiten que en Argentina los plazos fijos
están incluidos entre los agregados monetarios más revelantes utilizados por el
Banco Central.
Dornbusch, Fisher y Startz (1998), a su
vez, explican que la masa monetaria incluye, además de los billetes y depósitos
a la vista, las cuentas de depósito en el mercado monetario, las
participaciones en fondos mutuos en el mercado monetario, los bonos de ahorro,
los títulos del Tesoro a corto plazo y otros activos líquidos, pero sólo en la
medida en que estas formas dinerarias funcionan como medios de intercambio o de
pago.
Sin embargo resulta extremadamente difícil, por no
decir imposible, precisar cuándo una cuenta de depósito o un certificado de
ahorro actúan como medio intercambio, y cuándo no lo hace.
En definitiva, ¿el dinero está constituido sólo por los
billetes y los depósitos transaccionales? ¿O también por los depósitos a plazo?
Además, si los depósitos transaccionales son dinero, ¿debe incluirse el
sobregiro? (que es crédito bancario) Y la tarjeta de crédito, ¿en qué sentido
es dinero? ¿Es reserva de valor? Si el dinero es sólo aquello que sirve de
medio de circulación, ¿cómo deben considerarse los activos financieros
líquidos, que circunstancialmente actúan como medios de circulación, pero
normalmente no lo hacen? ¿Son dinero? Nótese que si la respuesta es afirmativa,
“se cae” media biblioteca de teoría ortodoxa que ha establecido una diferencia
tajante -los inversores arbitran sin ambigüedad- entre dinero y los activos que
rinden interés. Por otra parte, si el dinero también es “medida de valor”, ¿son
medida de valor la tarjeta de crédito y de débito? ¿Es medida de valor el
sobregiro bancario? Si la respuesta es negativa, ¿son sin embargo dinero, dado
que sirven como medios de circulación? Y si se considera que son medidas de
valor, ¿de qué manera pueden hacerlo? Además, a medida que crece la complejidad
de los mercados y de los activos financieros, surgen más y más preguntas. Así,
por ejemplo, en Argentina se emite el patacón, y la cuestión vuelve a
plantearse. ¿Es dinero? ¿En qué sentido?
Además, si no se puede precisar qué integra el dinero, ¿cómo
se mide la “masa monetaria”? La cuestión es importante porque los autores
“académicamente consagrados” adhieren a la teoría cuantitativa, que sostiene
que el aumento de la masa monetaria se traslada, a corto o mediano plazo, a los
precios. ¿Cómo puede establecerse una relación de causalidad desde “masa de
dinero” a precios, si no se puede precisar qué integra la “masa monetaria”? Es
que sin concepto de qué es dinero no hay forma de medir. Y sin medición no se
puede establecer una relación cuantitativa. Pero paradójicamente esto le sucede
a un enfoque para el cual lo cuantitativo “es todo”, y constituye
la base de la teoría monetaria moderna.
Este escrito tiene como punto de referencia esta cuestión
que se le plantea a la economía burguesa, y su propósito es discutir el método
implicado en el enfoque económico corriente, y contraponerlo con el enfoque,
basado en la dialéctica hegeliana, de Marx sobre el dinero. Trataremos de
demostrar que el método dialéctico permite superar las aporías en que cae el
análisis académico usual.
La importancia del
concepto hegeliano
Abordemos ahora algunas cuestiones sobre el método
dialéctico que nos permitirán progresar en la comprensión del problema.
Tal vez lo primero a aclarar es que, según el método
dialéctico, el concepto sobre algo no se encierra en una definición. Ésta es
una idea que se opone a la que domina usualmente. Es que por lo general se
piensa que para tener el concepto de algo es necesario dar una definición, y
que con ella captamos de manera inmediata la esencia de lo que queremos
conocer. También se piensa que para obtener la definición debemos definir
alguna propiedad que sea distintiva de la cosa que tratamos de captar
intelectualmente. Por ejemplo, si decimos “el dinero es X”, esa “X” sería la
propiedad o nota distintiva a partir de la cual tendríamos la noción de qué es
dinero. Así, si X es “lo que sirve para el cambio”, todo lo que sirve para el
cambio es dinero; si X es medio de reserva, todo lo que sirve como medio de
reserva es dinero. Es decir, estaríamos construyendo una especie de “caja
vacía”, a la que vamos a llamar el universal, en la cual podríamos meter los
elementos particulares. Por ejemplo, si decimos que X comprende, en el caso del
dinero, todo lo que actúa como medio de cambio, entonces meteríamos allí los cheques
y los billetes.
Por supuesto, X puede ser más extensivo. Por ejemplo, si
decimos que X comprende la función de “ser medio de cambio o reserva de valor”
tendríamos una “caja más grande”, pero con menos especificidades. En nuestra
caja podemos meter más particulares, en la medida en que dejamos de lado sus
diferencias. Si en cambio ponemos mayores especificidades, sucede lo contrario.
Si decimos que para que algo sea dinero necesariamente debe ser “medio de
cambio y reserva de valor”, la caja se hace más chica. Pero dado que se piensa
que el concepto debe distinguirse por su universalidad, el camino usualmente
elegido es el primero. O sea, lo que se considera el “concepto” se logra por
abstracción de las particularidades. Por lo tanto en la medida en que avancemos
en esta dirección vamos a lograr la “abstracción de la más alta esencia”, que
es lo que está completamente indeterminado porque hemos separado todas las
particularidades. Nuestra caja se habría hecho infinitamente grande; pero por
eso mismo ya sería inútil.
Observemos que en este camino de adquirir el concepto parece
que todo el peso del contenido (esto es, el peso de definir qué es el concepto)
está puesto en la particularidad que hemos elegido. Es que esta particularidad
es la que limita qué debe considerarse y qué no debe considerarse dentro del
concepto, y por eso mismo le da a éste el contenido. Es el predicado el que
define el concepto de qué es el sujeto. En nuestro caso, parece que el
contenido de qué es el dinero está soportado por la X, la particularidad. Es
ésta la que nos determina entonces qué es dinero. Por eso podemos decir que en
este caso lo particular “tiene la universalidad en sí mismo como su esencia”
(Hegel, 1968, p. 538). Pero si todo el contenido está puesto en la particularidad,
nos encontramos con que el concepto, el universal –en nuestro caso, el dinero,
el sujeto- es pura forma. O sea, es una caja vacía (una forma vacía). “La
universalidad se convierte así en forma porque la diferencia [o sea, lo
particular] está como lo esencial…” (ídem).
Pues bien, Hegel dice que esto que hemos logrado no es el
verdadero universal, sino es un universal abstracto, vacío. Es la caja (el
dinero) que hay que llenarla a través de los particulares, de las diferencias,
que vamos agregando. Es un universal que se adquiere por medio de la
abstracción, de separar y poner diferencias (determinaciones). Por lo
general, cuando se razona, se quiere avanzar mediante conceptos que se van
determinando de la manera que hemos indicado, esto es, diciendo “A es X” (“el
dinero es medio de cambio”). Aquí, dice Hegel, existe una cierta determinación
-X, medio de cambio- que se toma como contenido de A, el dinero. Pero este
concepto que parece determinado, con contenido, en realidad es vacío “porque no
contiene la totalidad, sino solamente una determinación unilateral” (ídem, p.
539). En nuestro caso, cuando digo que el dinero es medio de cambio, sólo tomo
una determinación unilateral de qué es dinero. Por eso en el concepto de dinero
que se maneja usualmente sólo se ve la simplicidad abstracta. El dinero aparece
como un objeto simple. Pero tales definiciones con las que se piensa que el
concepto se presenta como algo simple, no son el verdadero concepto, sino una
mera representación (para “bajarlo a tierra”, es lo que se imagina que es
dinero el lector de Galbraith, y el propio Galbraith). A lo sumo estas
definiciones son sólo “la declaración de un concepto” (ídem, p. 521).
Constituyen la representación superficial de lo que es el concepto, porque no
se han derivado lógicamente, sino a partir de atribuirle especificidades más o
menos arbitrarias, desde fuera.
Para ayudar a la comprensión de este importante tema,
expliquémoslo todavía de la siguiente manera.
Por lo general se cree que el concepto debe poder enumerarse
a través de alguna nota que permita distinguir un objeto de otro. Por ejemplo,
en el caso del dinero, la nota “distintiva” puede ser “medio de cambio”, y esta
nota debería distinguir de manera clara el dinero de lo que no es dinero.
Con esto deberíamos poder clasificar. Por eso se piensa
que el concepto tiene que ser tal “que puedan designarse sus notas” (ídem, p.
542), aunque esa nota, o cualidad que se ha aislado, si tiene algo de correcto,
no es otra cosa que el contenido simple del concepto, lo que lo distingue a
primera vista del conjunto, pero no nos da una comprensión real del mismo. Sin
embargo, lo más grave es que en general ni siquiera es esto, ya que esa
nota puede ser “una circunstancia muy accidental” (ídem). Es que la mayoría
de las veces esa nota o cualidad no expresa lo que es esencial, inmanente y
esencial en la determinación. De nuevo, insistimos en que esto sucede porque
esta nota no se ha derivado, sino se ha agregado con un razonamiento externo;
no a partir de una lógica inmanente de la cosa que se estudia. No es casual por
lo tanto que suceda lo que dice Galbraith cuando se define de esta manera: que
al poco tiempo la definición se pierde de vista, se la deja de lado por inútil.
Aunque la ausencia del concepto siga afectando la teoría y planteando
dificultades crecientes.
En cambio el verdadero concepto del concepto en Hegel es muy
distinto a éste que hemos reseñado. Lo más importante en este punto es entender
que Hegel da un giro radical a todo el asunto, porque sostiene que las
diferencias que se añaden a lo que se quiere definir están agregadas de manera
extrínseca, por medio del pensamiento que él llama “reflexivo”, o
“entendimiento”. El entendimiento para Hegel es el poder de la separación, de
la clasificación, el que toma las determinaciones como rígidas.
“Es sólo el
entendimiento abstracto y corriente el que toma absolutamente, cada una de por
sí, las determinaciones…” (Hegel, 1999, § 70).
Pues bien, el entendimiento cree tener algo firme a partir
de las distinciones (las clasificaciones del dinero, la distinción tajante),
pero “de esta manera el entendimiento se crea [el mismo] la dificultad
insuperable de unirlas”.Es que ¿cómo se unen la determinación “medio de cambio”
y “reserva de valor”? ¿Y qué hacemos con la otra función, menos citada, de
“medida de valores”? Además, ¿cómo se vincula la determinación que define al
dinero con otras que definen otros conceptos, como valor o mercancía? ¿Qué
relación existen entre estos límites? Cuando se quieren responder estas
cuestiones saltan los problemas.
¿Cuál es el giro entonces que introduce Hegel? Pues sostener
que las diferencias no están fuera del sujeto, del concepto, sino dentro de
éste. Que por lo tanto no deben agregarse de manera externa, sino deben
derivarse de él mismo. Y esto puede hacerse porque el concepto (el sujeto), a
diferencia de lo que se piensa comúnmente, no es vacío, sino muy rico, está
lleno de determinaciones. Dicho de otra manera, el concepto es una totalidad
concreta; no es un universal abstracto. Precisemos todavía un poco más esta
cuestión señalando que éste es un cambio radical con respecto al concepto de
concepto de Kant. Es que en Kant las formas del pensamiento son “cajas vacías”,
herramientas que el sujeto aplica desde afuera a un contenido empírico que
permanece completamente por fuera de él. Es la creencia de que tenemos
conceptos en nuestra mente (como el concepto de dinero), que se han logrado a
partir de la abstracción de rasgos comunes a muchos objetos;
y que el concepto de alguna manera luego encaja en la cosa que estudiamos, y
que ésta concordancia del concepto con la cosa constituye el conocimiento. De
hecho esto es lo que se hace cuando se define el dinero a la manera de la
economía usual. La unificación de los particulares ocurre entonces “desde
afuera”, y los conceptos, las categorías, no tienen objetividad alguna.
Al respecto Hegel plantea que Kant tuvo un gran acierto al
destacar la importancia de la unificación en el concepto, pero se equivocó al
pensar que esta unidad estaba dada por la actividad del sujeto que piensa, que
las categorías del pensamiento son simples formas vacías que deberían llenarse
con datos empíricos. De hecho Kant había recaído en la filosofía del
entendimiento, que mantiene la separación absoluta de lo subjetivo y lo
objetivo. Es que según Hegel, es la realidad la que tiene una estructura
lógica, esto es, los conceptos tienen validez ontológica. En otras palabras, la
unidad no está sólo en la forma del conocer, sino en la forma del ser. Y esta
estructura lógica de la realidad, del ser, es el concepto, y éste es el
principio que subyace a lo real. Con lo cual la imagen de la caja vacía que
tenemos del concepto no sirve para representarnos el verdadero concepto. Lo que
hay que entender entonces es que las determinaciones tienen su origen en la
propia dialéctica de lo que es el sujeto de nuestro estudio, en nuestro caso,
el dinero. Por este motivo Hegel dice que es imposible manifestar de modo
inmediato (o sea, con una definición, con una determinación unilateral) en qué
consiste el concepto de cualquier objeto (Hegel, 1968, p. 511). Dicho de otra
manera, no podemos decir qué es dinero por medio de una determinación
unilateral, de una definición, que se establece a partir de alguna
particularidad que lo distinga de otros objetos. Insistimos, éste es el
universal abstracto, el concepto carente de contenido.
El concepto de dinero será entonces un desarrollo, una
construcción, para lo cual habrá que seguir la lógica de la cosa misma.
¿Qué tiene que ver todo esto con Marx y su teoría del
dinero? El tema es que, aunque Marx no haya seguido estrictamente todos los
pasos que siguen las deducciones de Hegel del concepto, sí conservó su idea de
qué es el concepto. O sea, no vamos a encontrar el concepto de dinero (ni el de
valor, capital, etcétera) encerrado en alguna definición “clara y distinta”. La
definición sólo nos aproxima al conocimiento, pero no lo agota, porque tener el
concepto verdadero de algo implica conocer su dialéctica, su estructura lógica,
su desarrollo. Y no se trata de una construcción idealista –esto es,
desprovista de fundamentos materiales- sino precisamente de poder reproducir
por vía del pensamiento la estructura compleja de la propia realidad, en
nuestro caso, de la realidad del dinero. Por esta razón el concepto del
dinero en Marx no puede ser simple, abstracto, sino concreto, y esto en dos
sentidos fundamentales.
En primer lugar porque el concepto de dinero se deriva y
enlaza orgánicamente con los otros conceptos –mercancía, valor de cambio,
valor-; o sea, tiene génesis lógica.
En segundo lugar porque tiene automovimiento, desarrollo; es
hasta cierto punto proceso. No debe considerarse como algo estático (de nuevo,
como la caja fija en la que se agregan determinaciones) sino como una totalidad
concreta auto-moviente. Una totalidad concreta porque incluye en su seno el
universal, el particular y el singular. De manera que el verdadero concepto es
rico de contenido. Y su desarrollo implica un movimiento en el que, en primer
lugar va a primar la unidad, luego la diferencia, y por último la
unidad-en-la-diferencia. La unidad se va a identificar con el momento del
universal, la diferencia con el particular, y la unidad-en-la-diferencia con el
momento del singular. El concepto del dinero será entonces este proceso, este
desarrollo. Como explica Hegel, el concepto “contiene” estos momentos (1999,
§163) y el concepto tiene un “transcurso”, es “desarrollo”, despliegue (ídem, §161).
Entender esta dialéctica, en nuestro caso, entender la dialéctica encerrada en
el dinero, es entender el concepto del dinero. Así, en la teoría del Marx el
concepto de dinero es derivado de la lógica contradictoria de la sociedad
productora de mercancías. De esta forma el dinero será un momento necesario de
un todo concreto –una totalidad social- y no hay necesidad de agregarlo
externamente, desde afuera, como hace la economía neoclásica o keynesiana. Y en
segundo lugar el dinero tiene desarrollo y movimiento; no es un objeto definido
estáticamente a partir de alguna determinación agregada más o menos
arbitrariamente.
El método dialéctico
y la génesis del dinero en Marx
Como ya hemos adelantado, el verdadero concepto tiene
“historia pasada”, en el sentido lógico, porque reconoce momentos dialécticos
previos que lo constituyen. Y además en el verdadero concepto, encontramos la
mediación, el movimiento (Hegel, 1999, § 65), y la síntesis.
Profundicemos ahora en el método dialéctico precisando que
tanto en Hegel como en Marx el pensamiento conceptual tiene un carácter
circular.
Para entender por qué empecemos observando que con los
razonamientos científicos lo que buscamos es sacar conclusiones fundadas
científicamente. Además, y naturalmente, todos sabemos que una conclusión es un
conocimiento mediado; no es un inmediato porque medió un razonamiento. Pero…
¿cómo podemos sacar una conclusión que esté fundada científicamente y que no
nos remita a una cadena infinita de fundamentos? Si A está fundado en B, B
debe estar fundado en C y así de seguido. ¿Adónde termina esto? ¿Cuál es
el fundamento último? Una vez metidos en esta cadena no habría manera de parar.
Esto nos llevaría a lo que Hegel llama “el mal infinito”. Pero frente a este
“mal infinito” Hegel plantea la existencia de otro, que es el círculo, lo que
vuelve a sí mismo, lo que se funda a sí mismo a través de su propio movimiento.
Es por esto que dice que una conclusión no debe partir de un principio que
parecería evidente, sino que este principio, el inmediato del que se parte,
debe ser a su vez fundado por la conclusión a la que se llega. Y además, y como
ya vimos, es necesario que esta mediación no sea algo extrínseco, agregado
desde afuera, sino que la mediación se muestre en el mismo conocimiento que se
ha declarado inmediato. O sea, no queremos la mediación que se realiza a través
de algo extrínseco, sino “decidiéndose el punto central en sí mismo” (Hegel,
1999, § 69). De manera que el inmediato del que se parte tampoco es un
inmediato en el sentido pleno, porque está mediado por su fundamento. Este es
propiamente lo que Hegel llama el pensamiento especulativo.
Veamos esto en la dialéctica de la mercancía que nos lleva
al dinero. Lo sintetizamos porque queremos detenernos luego en la dialéctica de
la forma propia dinero.
Tenemos un punto de partida, que es un “inmediato”: la
mercancía, de la cual sabemos, también inmediatamente, que tiene un valor de
uso y un valor de cambio.
Pusimos inmediato entre
comillas porque, como dijimos, no es en verdad un inmediato; las categorías de
mercancía, de valor de uso, de valor de cambio, también están mediadas por la
totalidad, y por el trabajo previo del conocimiento. Pero en el punto de
partida del estudio del capital, son inmediatas.
A partir de este inmediato es la propia dialéctica de la
mercancía y el valor de cambio la que lleva a las nociones de valor, trabajo
abstracto y concreto, para volver entonces a la forma del valor, recuperada.
Obsérvese que ya en el valor de cambio concebido como relación cuantitativa
está encerrada la noción de medida, de proporción. La medida a su vez nos lleva
a lo que subyace, a la ley que gobierna la proporción de cambio, que es el
valor, el trabajo humano abstracto objetivado. Pero por otra parte este trabajo
humano objetivado no existe como tal sin la forma del valor; y la forma del
valor no es otra que la forma equivalente.
De esta manera vemos que el fundamento del valor de cambio
es el valor, pero a su vez el valor de cambio aparece como el verdadero
fundamento del valor, porque éste no puede existir sin el primero. O sea, ahora
el punto de partida está fundado por la conclusión a la que hemos arribado, así
como la conclusión tiene su fundamento en el punto de partida. La forma del
equivalente está fundada en la objetividad del valor, y ésta sólo existe en
tanto la forma relativa del valor encuentra su forma de expresión, que debe ser
distinta a su forma natural. Y en esta forma simple de valor (20 metros de tela
valen un saco) anida ya la posibilidad del dinero; de hecho la forma simple del
valor contiene “el germen de la forma dinero” (Marx, 1999, p. 86). Por eso el
valor de cambio en su forma desarrollada es el dinero. En consecuencia, lejos
de presentar problemas para su concepto, la generalización de la producción
para el mercado da lugar al dinero, y paralelamente afianza el valor. Así el
valor es el fundamento del dinero, pero a su vez el dinero es el fundamento del
valor. El dinero no puede existir sin que haya valor, pero el valor no puede
existir sin que haya dinero. El dinero es entonces un resultado del carácter
contradictorio de la mercancía, que a su vez remite al carácter contradictorio
del trabajo (trabajo privado/social). Esto significa que el dinero es un
resultado necesario, porque es producto de las contradicciones de la sociedad
mercantil, ya que es la única forma en que se expresa la objetividad del valor:
“…la objetividad del
valor de las mercancías, por ser la mera existencia social de las cosas,
únicamente puede quedar expresada por la relación social omnilateral entre las
mismas; la forma valor de las mercancías por consiguiente tiene que ser una
forma socialmente vigente” (Marx, 1999, p. 81; énfasis agregados).
Subrayamos que el dinero no es introducido desde afuera,
sino surge “como obra común del mundo de las mercancías” (Marx, 1999, p. 81). Y
lo que es necesario está auto-fundado. De manera que en este primer resultado
de la mediación tenemos el concepto del dinero como universalidad necesaria,
auto-fundada: el dinero es “encarnación social del trabajo humano” (Marx, 1999,
p. 118); es “… es el valor, vuelto autónomo, de las mercancías” (Marx,
1999, p. 141). La mediación es interna. Ahora la forma corpórea del dinero
cuenta “como encarnación visible, crisálida de todo trabajo humano” (Marx, 1999,
p. 82) porque se ha derivado de la propia mercancía. Más precisamente, las
características que distinguen al equivalente deriva de la propia mercancía que
expresa su valor en él:
“… cuando la mercancía
A (el lienzo) expresa su valor en el valor de uso de la mercancía heterogénea B
(la chaqueta) imprime a esta última una forma peculiar de valor, la del
equivalente” (Marx, 1999, p. 68; énfasis agregado).
El equivalente adquiere así propiedades que lo distinguen de
la forma relativa. Es un valor de uso que se convierte en la forma en que se
expresa su contrario, el valor; es producto del trabajo concreto, pero sirve
para expresar el trabajo abstracto; es resultado de un trabajo privado pero
encarna trabajo directamente social. Ninguna de estas peculiaridades, o notas
distintivas del dinero, ha sido agregada; todas ellas están vinculadas
orgánicamente con el concepto mismo de valor y se deducen de él.
A su vez la forma simple del valor –que constituye la
primera identidad- se despliega, esto es, pasa al momento de la diferencia. El
valor de una mercancía es expresado en este momento “en otros innumerables
elementos del mundo de la mercancía”, de manera que por primera vez el valor se
manifiesta como auténtica gelatina de trabajo humano indiferenciado (Marx,
1999, p. 77). Pero a este momento del despliegue, de la diferencia, le seguirá
la vuelta a la unidad,
que es cuando todas las
mercancías expresan su valor en una única mercancía, que por eso mismo pasa a
ser dinero. Sin embargo ya no se trata de una unidad inmediata, sino de una
unidad que contiene los momentos anteriores, como momentos superados. En cada
cotización del precio de una mercancía reaparece la figura de la forma simple
del valor; y la expresión relativa desplegada del valor es la forma específica
en que se manifiesta el valor de la mercancía dinero (Marx, 1999, p. 116). El
dinero es la superación de los momentos anteriores del desarrollo; este proceso
es expresado mediante la figura del
aufheben,
del “superar conservando” hegeliano.
De esta manera hemos llegado a una identidad concreta (tiene
la mediación como su pasado lógico y fundamento), ya que el dinero “existe
ahora fuera de la mercancía y junto a ella” y “ha alcanzado una existencia
independiente” de la mercancía, “una existencia que se ha vuelto autónoma”
(Marx, 1989, p. 121). El dinero ahora aparece como sujeto frente a los valores
de cambio de la mercancía. Y como sujeto tendrá auto-actividad, desarrollo.
Partiendo de la identidad lograda habrá despliegue y vuelta hacia sí a través
de sus diversas funciones. Y sólo a través de todo este proceso podrá captarse
el concepto de dinero.
El dinero en sus
funciones | Medida de valor, momento de la identidad
Tenemos entonces el primer escalón en el concepto del
dinero. Es el valor que ha alcanzado una existencia autónoma, es encarnación
del valor. Es un resultado, o sea, tiene la mediación en su pasado, pero en
este punto se convierte en un nuevo inmediato. Y este inmediato volverá a
desplegarse a partir de este punto alcanzado, que es el primer momento, la
primera función del dinero, medida de valores. Es una función que enlaza
directamente con su concepto, que se explica por él, y debe estar en primer
lugar porque es la condición sine qua non para la existencia de la mercancía.
Por este motivo esta función ya está presentada en la explicación de la forma
del valor. La explicación del capítulo 3 de El Capital de la función del dinero
como medida de valor es una profundización de ésta:
“La primera función
del oro consiste en proporcionar al mundo de las mercancías el material para la
expresión de su valor, o bien en representar los valores mercantiles como
magnitudes de igual denominación, cualitativamente iguales y cuantitativamente
comparables. (…) En cuanto medida de valor, el dinero es la forma de
manifestación necesaria de la medida del valor inmanente de las mercancías: el
tiempo de trabajo” (Marx, 1999, p. 115).
No se trata de un simple numerario, sino de una mercancía
particular que se ha constituido en la expresión general del valor, y lo ha
fijado, cristalizado. Ha pasado a encarnar valor, y las mercancías
“…sin que intervengan
en el proceso, encuentran ya pronta su propia figura de valor como cuerpo de
una mercancía existente al margen de ellas y al lado de ellas” (Marx, 1999,
p. 113).
Hemos explicado en otro trabajo cómo en la actualidad esta
encarnación del valor a través del billete mantiene una relación simbólica
compleja con el oro (relación que ya se encontraba en época en que Marx
escribía), pero lo importante ahora es enfatizar que es ésta función del dinero
–precisamente la que la economía neoclásica relega a segundo plano- la que
fundamenta el resto de las funciones. Sólo si el dinero es encarnación de
valor, y por lo tanto expresión de valor, puede cumplir las otras funciones.
El precio es el valor de cambio de las mercancías expresado
en un único equivalente. Por lo tanto en este primer momento el dinero
“sirve como dinero puramente figurado o ideal” (Marx, 1999, p. 117). No hace
falta que el poseedor de la mercancía posea efectivamente el dinero para
ponerle el precio.
“Su determinación [de
las mercancías] de precio es su transformación sólo ideal en el equivalente
general, una equiparación con el oro que aun queda por realizar” (Marx,
1980. p. 53).
Se trata de una instancia preparatoria para la verdadera
circulación, ya que en sus precios las mercancías sólo se han transformado
idealmente en dinero, o se han transformado en dinero puramente imaginario
(ídem). Por eso la transformación debe aún efectivizarse; en este primer
momento todavía es “en sí”; debe desplegarse, salir de sí misma, y esto
sucederá en la circulación. “En sí” alude a lo que está implícito, latente, y a
su vez encierra posibilidades; significa que está latente el impulso al cambio,
por un lado, y a su vez la posibilidad o no de que éste se concrete, de que en
el mercado se valide el tiempo de trabajo privado contenido en la mercancía.
Por eso dice Marx que en la existencia del valor de cambio como precio
“está latentemente
implícita la necesidad de la enajenación de la mercancía a cambio de oro
contante y sonante, la posibilidad de su no enajenación, en suma, toda la
contradicción que surge del hecho que el producto es mercancía…” (Marx,
1980, p. 55).
De esta manera este momento del valor de cambio encierra en
sí mismo el pasaje al siguiente momento, al reino de la circulación, a la
función del dinero como medio de cambio. De nuevo vemos un pasaje que no es
forzado, no es agregado externamente. Por el contrario, somos llevados a él por
la misma dialéctica del proceso, porque ese momento superior está contenido en
el primero. La secuencia de los momentos lógicos no tiene nada de arbitrario;
es un hecho real y elemental (aunque desconocido para la literatura económica
ortodoxa) que a las mercancías, antes de concurrir al mercado, hay que ponerles
un precio. Los momentos dialécticos por esto mismo están expresando estructuras
lógicas de la realidad. En otros términos, la teoría de Marx establece el valor
del dinero a partir de una relación social definida, de manera que la función
de circulación se estudiará bajo el supuesto de que el valor -del dinero y de
las mercancías- está conceptualmente definido. En ese sentido la circulación
será el ámbito de la validación, pero no de “generación” del precio (= valor en
la teoría neoclásica y keynesiana) y menos aún de generación del “valor del
dinero” (como sostiene la teoría cuantitativa). El dinero tiene valor y las
mercancías llegan al mercado con un precio tentativo. De manera que no se
sostiene la idea, absurda pero ampliamente extendida, de que el precio de las
mercancías surge de la confrontación entre la masa de dinero en circulación y
la masa de mercancías.
Como ya hemos señalado, desde el punto de vista del
desarrollo dialéctico estamos entonces en el momento de la identidad, de la
unidad, ya que en sus precios las mercancías expresan sus valores a través de
una forma unitaria y universal. Es la determinación del dinero como unidad.
“La determinación
principal del precio [es]… la unidad” (Marx, 1989, p. 142). “El valor de cambio
de las mercancías, así expresado como equivalencia general… en una única
equiparación de las mercancías con una mercancía específica, es el precio”
(Marx, 1980, p. 51).
Y aunque el dinero en esta función sólo es necesario como
unidad imaginaria, por otra parte su existencia material es esencial porque
proporciona la base para esa unificación en la expresión de los valores de
cambio, en tanto existe como un cierto cuanto de dinero.
Naturalmente, este aspecto de la unidad no se pierde cuando
los billetes de curso forzoso pasan a fungir como signos de valor, exista o no
convertibilidad legal al oro. La referencia unitaria al dinero en su existencia
real se mantiene; esto es, los billetes no tienen valor como “reflejo” del
valor de las mercancías (como piensa la escuela moderna de la Regulación); por
el contrario, constituyen signos de valor por su referencia al oro. O, en
sentido más moderno, a las monedas que actúan como dinero mundial; que a su vez
nunca rompen totalmente su referencia última al oro. Un hecho que no depende,
insistimos en ello, de las disposiciones legales, sino de la ley económica que
constituye al dinero:
“Si el papel recibe su
denominación del oro y de la plata, la convertibilidad del billete, es decir,
la posibilidad de cambiarlo por oro o plata sigue siendo la ley económica, diga
lo que diga la ley jurídica. Así, un tálero prusiano de papel, a pesar de ser
legalmente inconvertible, sería depreciado de inmediato si en el tráfico
habitual valiese menos que un tálero de plata, es decir, si no fuese
prácticamente convertible” (Marx, 1980, p. 69).
Observemos también que en este momento el dinero pretende
ser autónomo, es lo simple indiferenciado. En cuanto encarnación de valor –sea
en el oro o en el billete que es signo de valor- aparece como un inmediato que
pasa al segundo momento, el de la diferencia, la pérdida de identidad.
Medio de
circulación, momento de la diferencia
La segunda función del dinero es ser medio de circulación;
ahora es puro medio:
“En esta determinación
de puro medio de circulación, la determinación del propio dinero consiste sólo
en esta circulación que él efectiviza en tanto su cantidad está predeterminada”
(Marx, 1989, t. 1, p. 144).
El dinero, que en esta función debe existir realmente,
se despliega. Estamos en el momento de la diferencia en primer lugar porque
vuelve a aparecer la diferencia entre el valor de uso y el valor, pero esta vez
en la forma de la oposición entre mercancía y dinero.
Efectivamente, la circulación
“… suscita un
desdoblamiento de la mercancía en mercancía y dinero, una antítesis externa en
la que aquélla representa su antítesis inmanente de valor de uso y valor. En
esa antítesis las mercancías se contraponen como valores de uso al dinero como
valor de cambio” (Marx, 1999, p. 128).
El momento de la diferencia también se manifiesta en que el
“organismo social de producción”, que implica “un sistema de dependencia
multilateral”, se estructura como un sistema de productores privados
independientes, de miembros dispersos, de manera que el proceso de producción y
las relaciones entre los productores se convierten en independientes de ellos
mismos (Marx, 1999, p. 131). A su vez, lo que en el intercambio directo de
productos era un acto único se desdobla ahora en compra y venta; el productor
también se diferencia porque se enfrenta como vendedor a un comprador, y como
comprador a un vendedor. Y es a partir de esta diferenciación que se desarrolla
“… toda una serie de
vinculaciones sociales de índole natural, no sujetas al control de las personas
actuantes” (Marx, 1999, p. 137).
Por eso Marx sostiene que la circulación
“… escinde, en la
antítesis de venta y compra, la identidad directa existente aquí entre enajenar
el producto del trabajo propio y adquirir el producto del trabajo ajeno” (ídem,
p. 138; énfasis añadido):
Pero esta autonomización nunca es completa, porque el
momento de la identidad no se pierde; si la autonomización de la venta y compra
se prolonga más allá de cierto punto, esto es, si a las ventas no le siguen
compras, “la unidad interna se abre paso violentamente, se impone por medio de
una crisis” (ídem). Sin embargo en esta etapa del análisis prevalece la
diferencia, la escisión, que adquiere toda su expresión en el hecho que en la
venta se produce el “salto mortal de la mercancía”. Es el que encierra la
posibilidad de la crisis –o sea, de la prolongación de la ruptura- y también
del desarrollo de las formas aparenciales.
La diferencia también se evidencia en que se produce un
“constante alejamiento del dinero de su punto de partida”, ya que en el curso
de la circulación el dinero siempre se está escapando de las manos de su
poseedor originario. En este sentido es currency o, como se diría en términos
modernos, es flujo.
Es este movimiento el que genera la
ilusión de que es el dinero el que mueve las mercancías; lo que se manifiesta,
incluso modernamente, en las más extravagantes explicaciones sobre las crisis.
Pero en realidad es el movimiento de las mercancías el
que está en el origen del movimiento del dinero.
“… aunque el
movimiento del dinero no sea más que una expresión de la circulación de
mercancías, ésta se presenta, a la inversa, como mero resultado del movimiento
dinerario” (Marx, 1999, p. 141).
Esta dialéctica de unidad-diferencia se manifiesta también
en la determinación de la cantidad de dinero que circula, ya que son los
cambios en el valor del dinero, o sea, los cambios que se relacionan con su
función de medida de valor (con el momento de la identidad) los que determinan
variaciones en la masa de medios de circulación. Aunque para el pensamiento
vulgar la relación está invertida, ya que la masa de medios de circulación se
le aparece como la determinante del valor. Y esta dialéctica se expresa, por
supuesto, en la velocidad del dinero. Es que en la velocidad del dinero se
manifiesta “la unidad fluida” de la compra y la venta, así como también en su
reducción
“… se pone de
manifiesto el hecho de que esos procesos se disocian, se vuelven autónomos y
antagónicos, el hecho del estancamiento del cambio de formas y, por
consiguiente, del metabolismo” (Marx, 1999, p. 147; énfasis añadido).
La diferenciación afecta al dinero mismo, transformándolo en
currency, en mera presencia evanescente, al punto que puede ser reemplazado por
signos. En este respecto el primer paso ocurre cuando el contenido áureo no
coincide con la apariencia áurea. Paulatinamente la diferencia profundiza de
manera que la moneda se convierte en un símbolo de su contenido oficial (Marx,
1999, p. 153). Y surge así la posibilidad de sustituir el dinero metálico por
símbolos, por representantes:
“El hecho que el
propio curso del dinero disocie del contenido real de la moneda su contenido
nominal, de su existencia metálica su existencia funcional, implica la
posibilidad latente de sustituir el dinero metálico, en su función monetaria,
por tarjas de otro material, o símbolos” (Marx, 1999, p. 153; énfasis
añadido).
De nuevo aparece la escisión. “La existencia monetaria del
oro se escinde totalmente de su sustancia de valor” (ídem, p. 154; énfasis
añadido). Ahora tenemos signos monetarios, billetes de papel de curso forzoso
que se relacionan al oro. Los billetes a su vez tendrán sus correspondientes
“uniformes nacionales”.
Estos billetes de papel son
entonces formas particulares que adquiere el dinero, referenciados a Estados
particulares. El dinero adquiere “una existencia funcional” que “absorbe su
existencia material” (ídem, p. 157); funciona como “signo de sí mismo y por lo
tanto también puede ser sustituido por signos” (ídem, 157-8). La identidad se
ha perdido, y será necesaria la vuelta a la unidad. Por eso también el
verdadero fundamento del medio de circulación estará en esta “vuelta” hacia la
identidad, que constituirá el tercer momento del proceso. Es que no existe posibilidad
de que el dinero permanezca de manera completamente autónoma en este segundo
momento de la diferencia, como presencia evanescente, como mero flujo (ver
infra). Entre otras razones porque la función del dinero como medio de
circulación dará lugar a la función (propia del tercer momento) del dinero como
medio de pago. De esta manera la teoría de Marx pondrá al desnudo la
unilateralidad de los poskeynesianos que consideran al dinero sólo como flujo.
El estado de flujo expresa un momento; pero no puede permanecer en él en tanto
la encarnación del valor exige “reposo”, aquietamiento del devenir.
La función del dinero como medio de pago a su vez dará lugar
a la creación de nuevos medios de circulación, los créditos que se monetizan.
En este punto se presenta un problema, porque la lógica de la exposición exige
que los créditos monetizados sean explicados en el punto en que se trata la
función del dinero como medio de pago. Precisamente ésta constituye una
diferencia fundamental con la teoría cuantitativa que no diferencia las lógicas
distintas que rigen la circulación del billete de curso forzoso y la
circulación de los instrumentos crediticios. Pero por otra parte estos
instrumentos de crédito que se monetizan suman a la masa de medios de
circulación, y por lo tanto deben ser tenidos en cuenta como otra determinación
de la circulación.
Estos medios de circulación cuya génesis se encuentra en la
función del dinero como medio de pago, contribuyen a acentuar el carácter de
“variedad”, a poner de relieve la cantidad de formas particulares que el
dinero, el equivalente universal, puede adquirir en la circulación, en el
momento del “estar en lo otro”, de la diferencia. En este momento de la
diferencia todo parece dinero: billetes de curso forzoso, cheques, letras de
cambio, pagarés, sobregiro bancario, tarjetas de débito y crédito. Pero esta
ilusión no podrá mantenerse.
La función
del dinero como dinero, momento de la unidad concreta
En la segunda función parece que la identidad del dinero se
ha perdido. El dinero es muchos particulares que circulan. El pensamiento común
proclama entonces que “todo” (dinero plástico, billetes, cheques) es dinero.
Pero el momento de lo particular a su vez es superado; el dinero “vuelve a sí
mismo”, se convierte en una unidad que es la unidad de la unidad y la
diferencia. Esto sucede en la última función del dinero que, extrañamente para
un capítulo dedicado al dinero y sus funciones, Marx titula “dinero”, y se
divide en tres determinaciones funcionales: medio de atesoramiento, medio de
pago y dinero mundial. Sin embargo el título de esta función –“dinero”-
no parecerá extraño si lo concebimos señalando el momento en que el dinero se
ha recobrado a sí mismo, ha vuelto a la identidad. Se trata del dinero efectivo
porque es dinero real el que tiene que estar presente para cumplir la función
de medio de atesoramiento, de medio de pago o dinero mundial. En lenguaje de
Hegel, estamos en el singular, en la unidad absolutamente autodeterminada, que
subsume como momentos superados el universal y el particular. En su función de
medida de valores este dinero “contante y sonante” ya estaba contenido, “en
forma latente en la medida imaginaria de los valores” (Marx, 1980, p. 137).
Como vimos, en su función de medio de circulación su existencia es evanescente,
y la función absorbe su existencia real. Ahora, en este tercer momento, es
necesaria su presencia “líquida” porque se trata de la encarnación de la
riqueza general, pero “en cuanto individuo” (Marx, 1980, p. 113). Es el
singular, la unidad absolutamente autodeterminada que es la base, la
sustentación que contiene al universal y al particular, al género y la
diferencia (Hegel, 1999, § 164). Es el mediador del intercambio que ha sido
mediado por los movimientos anteriores.
“En su forma de mediador
de la circulación sufrió toda suerte de iniquidades, fue recortado y hasta
rebajado al nivel de colgajo de papel meramente simbólico. En su condición de
dinero se le restituye su esplendor dorado. Se convierte de esclavo en señor”
(Marx, 1980, pp. 113-4).
En este punto es preciso aclarar que Marx se refiere al oro
como la encarnación plena del valor en su forma corpórea. Lo cual no impide que
las funciones de “dinero” sean cumplidas también por signos valor que, de todas
maneras, tienen su referencia última en el oro. Tal es el caso del dólar o el
euro en el mercado mundial, o en tanto son medios de atesoramiento; el “precio”
del oro no es otra cosa que el valor de estos signos de valor, valor que se
establece en los hechos en la cotización diaria del oro. Cotización que, no es
casualidad, ocurre cotidianamente, todavía hoy, en los mercados monetarios
mundiales. Este sentido del oro en cuanto “existencia material de la riqueza
abstracta” se refleja en la idea que domina el atesoramiento áureo de los principales
bancos centrales: “en última instancia el oro es el único activo que no es
pasivo de ningún gobierno”.
Es en esta identidad, en
“su carácter metálico puro” que el oro “contiene, oculta, toda la riqueza
material desplegada en el mundo de las mercancías” (Marx, 1980, p. 113).
Esta vuelta a la identidad, a su vez, también se produce sin
agregar nada desde afuera, sino simplemente por la misma dialéctica del
proceso. Recordemos que el momento de “lo otro” no había suprimido la identidad
que nos daba el universal, la representación autónoma del valor que constituye
el equivalente general. La identidad estaba implícita y presupuesta siempre,
como hemos señalado. Sin embargo en la función del dinero como medio de
circulación el universal desaparecía “comido” por los particulares, al punto de
ser flujo en constante desaparición. Aunque esta evanescencia está determinada
por la identidad, por el hecho que el dinero es encarnación de valor, tiene
existencia autónoma e independiente frente a las mercancías. Se trata de una
contradicción entre la unidad y la diferencia, entre el carácter de encarnación
de valor y el carácter evanescente del dinero. En el estado de circulación esa
encarnación de valor se había perdido, al punto que cualquier cosa parecía poder
suplantar al dinero (plásticos, promesas de pago, pasivos que se aceptan como
circulantes). Pero la contradicción entre el carácter moviente (circulación) y
la encarnación del valor representada en el dinero da la posibilidad de que el
dinero se atesore, se petrifique, se inmovilice, pase de flujo a stock, aunque
ya no como mera encarnación ideal del valor, sino encarnación material,
“crisálida áurea” (Marx, 1999, p.159). Y sólo una forma singular –o sus
representantes indubitables- pueden ser esta encarnación material. Por eso para
el atesoramiento las formas particulares de dinero que parecían ser buenas para
la circulación, ya no sirven (¿quién atesora tarjetas de crédito, cheques
post-datados, tarjetas de débito?). A su vez esto está indicando que en esta
determinación el dinero deja de ser medio y pasa a ser fin.
En lo que respecta al dinero en su función de medio de pago,
a la hora del settlement es necesario de nuevo que exista dinero “cantante y
sonante”, líquido. Es que en tanto los pagos se compensen, el dinero parece
funcionar simplemente como medida de valor, y “cualquier cosa” sirve como medio
de circulación. De ahí la inflación de la masa monetaria, que el teórico
cuantitativo toma como dinero “pleno”. Pero al momento de cancelar no hay
posibilidad de sustitutos porque es necesario el aquietamiento, la fijación del
valor, volver a la encarnación y a la identidad:
“… la función del
dinero como medio de pago implica la contradicción de que, por una parte, en la
medida en que se compensan los pagos, sólo obra idealmente como medida,
mientras que por la otra, en tanto el pago deba efectuarse realmente, entra en
la circulación no como medio de circulación evanescente, sino como existencia
en reposo del equivalente general, como la mercancía absoluta, en una palabra,
como dinero. Por eso, cuando se han desarrollado la cadena de pagos y un
sistema artificial de compensación de los mismos, en caso de conmociones que
interrumpen violentamente el flujo de los pagos y perturban el mecanismo de su
compensación, el dinero se transforma súbitamente de su imagen nebulosa y
quimérica como medida de valores, en dinero contante o sonante, o medio
de pago” (Marx, 1980, p. 136; énfasis agregado).
La contradicción entre la identidad y la diferencia se
manifiesta aquí en todo en toda su fuerza. Se pasa de golpe del dinero como
medida ideal al dinero efectivo.
“… el dinero reaparece
súbitamente, no como mediador de la circulación, sino como única riqueza,
exactamente del mismo modo como la concibe el atesorador” (ídem).
Así por ejemplo en el movimiento de cheques se aceptan
las transferencias de depósitos, que son en última instancia pasivos de los
bancos. Pero se aceptan en tanto existe confianza en que en cualquier momento
ese pasivo se puede convertir en dinero efectivo, en cash. Por eso cuando cunde
la desconfianza en que el banco pueda devolver los depósitos lo único que
cuenta para el depositante es el dinero singularizado en billetes tangibles,
reales, con existencia real. Es el singular que es el universal. En lenguaje de
Hegel, es la individualidad que es “universalidad determinada” (Hegel, 1968, p.
546), porque ha sido mediada por la negación, por el momento de su
particularización. Por eso mismo no es la universalidad vacía, sino plena de
contenido. El dinero, el universal, que salda una deuda sólo puede existir como
un singular –es este monto determinado- a través de algún particular –dólar,
euro, oro- existiendo como encarnación del valor, siendo por lo tanto
equivalente general. Se ve entonces la importancia de distinguir la función de
medio de circulación y medio de pago.
Dejamos señalado –cuestión que discutimos en Astarita
(2005)- que lo mismo sucede en lo que respecta al dinero mundial. Los
equivalentes nacionales sólo adquieren su legitimidad plena en tanto se
relacionan a billetes que encarnan valor mundial, como dólar o euro. Y éstos
encuentran una referencia última en el oro. En síntesis, en esta función del
dinero como dinero hace falta una figura única del valor.
Conclusión:
el dinero como totalidad concreta
A partir de lo expuesto se puede entender el dinero como una
totalidad, una estructura, con formas particulares y con jerarquías. El
desarrollo de la contradicción mercantil lleva al surgimiento del dinero, y
éste no puede permanecer como un mero objeto indiferenciado, sino tiene
auto-movimiento y desarrollo. Nada es agregado desde afuera para derivar su
génesis y su naturaleza. Entender qué es dinero es entender este proceso de
conjunto, esta totalidad, y la manera cómo, en un estadio superior del análisis
aparece a su vez subsumida en la totalidad del movimiento del capital. Y
entender cómo cada una de las funciones del dinero, que por lo general se toman
de manera unilateral para intentar “definir” qué es dinero, media sobre las
otras, a la vez que es mediada por ellas.
Así el dinero en su carácter más universal es encarnación de
valor; pero esto a su vez presupone el intercambio, más precisamente que la
mercancía y el oro sean “equiparados recíprocamente como valores de cambio
mediante el trueque directo” (Marx, 1980, p. 51). La función de circulación a
su vez presupone la función de medida de valor, ya que las mercancías no pueden
llegar al mercado sin precio. “Para manifestarse en la circulación en calidad
de precios, se presupone a las mercancías de la circulación como valores de
cambio” (ídem). Por otra parte la función de dinero en cuanto dinero presupone
las otras dos, y media activamente a éstas. El atesoramiento media la cantidad
de medios de circulación, ya que oficia como regulador de los canales de
circulación. Pero el atesoramiento a su vez es un derivado de la circulación.
Por otra parte la circulación de medios crediticios tiene su origen en el
dinero como medio de pago; pero los medios de circulación de conjunto sólo son
posibles en tanto el dinero funcione como medio de pago. Y a su vez las formas
particulares que asume el dinero en la circulación existen en su referencia al
dinero mundial. Ninguna de éstas funciones, a su vez, puede concretarse si el
dinero no es medida de valor. Esta mediación mutua de los momentos nos define
entonces lo que constituye una totalidad compleja.
De manera que sólo desde la perspectiva de esta totalidad
concreta, auto-moviente es posible entender los modernos sistemas monetarios.
En este respecto se produce entonces una curiosa paradoja. En tanto la teoría
keynesiana y neoclásica tiene cada vez más problemas para definir qué es dinero
–en la medida en que distintos agregados monetarios cumplen las funciones de
medios de transacción parciales-, el mundo académico menosprecia la teoría
monetaria de Marx por considerarla “anticuada”, “pasada de moda”. Pero es la
teoría monetaria de Marx, sustentada en el método dialéctico la única que puede
dar cuenta de las articulaciones cada vez más complejas de esa totalidad que
constituyen los sistemas monetarios nacionales; y de su articulación con el
dinero mundial. Sólo de esta forma pueden superarse las contradicciones en que
incurre el entendimiento cuando busca precisar qué es un fenómeno en base a
aplicarle categorías “desde afuera”. Así, formas sociales particulares que
pueden asumir la función de medios de circulación, deben ubicarse en el marco
de esta totalidad. El entendimiento responde por un “sí” o “no”, o “un casi”,
sin dar razón teórica de por qué ésta o aquélla respuesta. El pensamiento
dialéctico dice que estas formas sólo cumplen una función del dinero, y como
tales no son dinero en la medida en que no son encarnación última del valor,
medida de valores, medios de atesoramiento, de pago o dinero mundial. La aporía
en que cae el entendimiento entonces se disuelve porque cada una de las
determinaciones del dinero enlaza orgánicamente con las otras, y de conjunto
constituyen un todo articulado. Los poskeynesianos y keynesianos discuten
interminablemente si el dinero es endógeno (pura creación bancaria, flujo) o
exógeno (activo suministrado por el Banco Central), y si es flujo o stock. La concepción
dialéctica responde que éstas son falsas dicotomías, porque el dinero es
creación bancaria, en tanto funciona como medio de circulación, y es
activo con presencia física y singular, dado que sólo de esta forma puede ser
medio último de atesoramiento, de pago o medida de valor. Por eso no puede
existir dinero completamente virtual, como piensan algunas corrientes
neoclásicas modernas, a partir de las tecnologías informáticas y
computacionales. Es que las diversas funciones del dinero sólo pueden ser
cumplidas, en su totalidad, por la base monetaria, y por lo tanto sólo ésta es
dinero propiamente; y esta base, a su vez, siempre remite a respaldos signos de
valor, y estos signos, en última instancia, no pueden cortar definitivamente su
lazo con el dinero mercancía. Pero por otra parte el dinero en sentido propio
no puede existir sin desdoblarse, sin “perderse” en muchos particulares que
constantemente se generan y regeneran en el proceso de circulación, y lo hacen
en escala creciente en la medida en que crece el intercambio mercantil y se
extiende la ley del valor. Sólo desde esta dialéctica de la unidad y la
diferencia se podrá entonces captar este proceso como un todo. A su vez es a
partir de esta unidad concreta, de esta síntesis lograda, que se abordará el
siguiente despliegue en la dialéctica del capital, del valor que se valoriza.
Un despliegue que ya está implícito en la última función alcanzada por el
dinero, donde ha pasado a ser fin del proceso, no mediador. Este nuevo
despliegue tendrá ahora como punto de partida el dinero (un nuevo inmediato),
encarnación del valor, que se desplegará en sus opuestos –medios de producción,
fuerza de trabajo- para volver a sí mismo como unidad mediada, valorizada,
recobrada. Entonces la valorización del dinero arrojado a la circulación será
el motor de la nueva estructura. Lo cual dará lugar al dinero en tanto
“mercancía” que funciona como capital, y a su “precio”, la tasa de interés.
Sólo a través de este movimiento incesante de las formas se podrá llegar al concepto
pleno de qué es dinero.
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Wicksell,
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Paul.
“…algunos
activos financieros son empleados como medio de cambio en el establecimiento de
transacciones. Estos activos son llamados dinero. En Estados Unidos el dinero
consiste de la moneda y todas las formas o depósitos que permiten la escritura
de cheques. Otros activos, aunque no son dinero, están muy cercanos al mismo… y
se les hace referencia como casi dinero. En el caso de Estados Unidos éstos
incluyen los depósitos a plazo y de ahorro, y los valores emitidos por el
gobierno estadounidense llamados bonos del Tesoro” (p. 188).
En el modelo de Hicks al cerrar el
mercado al final del día ningún individuo se queda con acreencias o deudas
bancarias.
Efectivamente, cuando en Argentina se
habla de “crecimiento de la masa monetaria”, se hace referencia, con toda
naturalidad, tanto a M1 como a M3. M1 incluye los billetes en circulación y los
depósitos a la vista; M2 comprende M1 más los depósitos en caja de ahorro (que
son transaccionales a partir de uso de las tarjetas); M3 comprende M2 más
los depósitos a plazo.
Dejamos constancia, además, de la confusión
que evidencia el pasaje acerca de las diferencias cualitativas entre las
funciones del dinero como medio de intercambio y medio de pago; véase infra
acerca de la cuestión en Marx.
Por eso también Hegel dice que las
definiciones son propias del saber inmediato, que es excluyente (§ 65).
Nos referimos a los universales kantianos obtenidos por la
experiencia, a posteriori; que se distinguen de los universales a priori.
Desarrollamos esta cuestión en el
capítulo 2 de Astarita (2006).
El carácter inmediato de este
conocimiento en este estadio es señalado por Marx. En la primera página de El
Capital la riqueza de la sociedad capitalista “se presenta” como un enorme
cúmulo de mercancías , (p. 43). La mercancía es “en primer lugar, un objeto
exterior”, ein Ding [lo externo, por opuesto a Sache], o sea, lo que todavía no
penetramos con el conocimiento, “que merced a sus propiedades satisface
necesidades humanas del tipo que fueran” (ídem). O sea, el valor de uso también
se presenta como un inmediato. En cuanto al valor de cambio Marx señala
que “aunque no sepamos otra cosa” toda mercancía tiene un valor de cambio.
En Astarita (2006) desarrollamos con
mayor extensión la cuestión de las contradicciones en que se incurre cuando
toda mercancía pretende cumplir el rol del equivalente. Marx se refiere a esta
cuestión también en el capítulo 2 de El Capital. El tema es de vital
importancia para la crítica a la idea neoclásica de la economía “real”, o de
trueque generalizado.
Este es aspecto lo destaca Smith (1990).
En este pasaje “natural” debe
entenderse como “objetivo”.
Muchos teóricos que analizan el
fenómeno monetario en base a las oposiciones rígidas piensan que el dinero es
sólo flujo; y otros que sólo es stock. En particular esta oposición rígida, de
nuevo producto del entendimiento, ha dado lugar a fuertes paradojas en el
pensamiento keynesiano.
Por ejemplo según Friedman las crisis
son provocadas por malos manejos de la política monetaria. Durante la crisis
argentina de 2001 algunos pensaban que la raíz del problema era la falta de
liquidez, de circulante; por eso también pronosticaron, cuando se creó el
patacón, que la crisis se solucionaba.
“…
el dinero, en cuanto moneda, adquiere un carácter local y político, habla
distintas lenguas nacionales y viste los uniformes de distintos países”
(Marx, 1980, p. 95).
Con lo cual encierra la posibilidad del
desarrollo de la lógica del capital, del dinero que se valoriza, del proceso
que tiene como fin el acrecentamiento cuantitativo del dinero.