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José Carlos Mariátegui ✆ Luis Cornejo Arenas
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► “El
socialismo no es, ciertamente, una doctrina indoamericana. Pero ninguna
doctrina, ningún sistema contemporáneo lo es ni puede serlo. Y el socialismo,
aunque haya nacido en Europa, como el capitalismo, no es tampoco específico ni particularmente
europeo. Es un movimiento mundial, al cual no se sustrae ninguno de los países
que se mueven dentro de la órbita de la civilización occidental. Esta
civilización conduce, con una fuerza y unos medios de que ninguna civilización
dispuso, a la universalidad. Indoamérica en este orden mundial, puede y debe
tener individualidad y estilo; pero no una cultura ni un sino particulares… No
queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser
creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro
propio lenguaje, al socialismo indoamericano.”
| Mariátegui: “Aniversario y balance”, 1928
Fernando Dantés |
El pasado 16 de abril se cumplieron 85 años de la muerte de José Carlos
Mariátegui, uno de los pioneros del marxismo continental. El aniversario no es
una mala excusa para hacer un repaso de su biografía, sus aportes y su lugar en
la historia del socialismo revolucionario. Lamentablemente, hay relativamente
pocos estudios acerca de las obras de Mariátegui dentro del marxismo. Lo que sí
abundan son los “estudios” acerca de su “actualidad” entre los “socialistas” y
“marxistas latinoamericanos” que pretenden utilizar al peruano contra él mismo.
No hay una sola comilla de sobra en la oración precedente. Pues quienes se han
arrogado por años la “reivindicación” de Mariátegui se han dedicado a mutilar
sádicamente su pensamiento.
Hablamos fundamentalmente de los teóricos hoy referenciados
en el chavismo, ajenos completamente al marxismo y a la tradición de la que el
socialista peruano es parte. Tanto ellos como sus fuerzas políticas se han
cubierto con el manto de autoridad de algunos importantes teóricos para
presentarse a sí mismos como el marxismo “latinoamericano” opuesto al “eurocéntrico”
y “dogmático”. Para ellos, las posiciones que reivindican la independencia de
clase del proletariado, para la política “nuestramericana” no serían más que
anacronismos propios de quienes quieren “calcar y copiar” el modelo de las
revoluciones europeas. Y ahí estarían Mariátegui, Mella y Gramsci para
demostrar que es posible algo superador, no dogmático. Uno no puede evitar
preguntarse si alguna vez han leído a estos autores fuera de las frases sueltas
que gustan de citar y usar para carteles universitarios. Pues, en la historia
real, sus posiciones son la negación viva de estas pseudoteorizaciones
antimarxistas disfrazadas de marxismo “no dogmático”.
El debate es largo. Estos “teóricos” a los que estamos
criticando durante años han presentado como “marxismo” su propia versión
mutilada del mismo, luego mutilaron a autores como Mariátegui para oponerlos al
marxismo así presentado por ellos, les endosaron sus propias posiciones y así
llegaron al resultado que aquí reseñaremos en pocas líneas. Este operativo
ideológico se parece al propuesto por el Astrólogo en “Los 7 locos” de Roberto
Arlt:
“No sé si nuestra sociedad será bolchevique o fascista. A veces me
inclino a creer que lo mejor que se puede hacer es preparar una ensalada rusa
que ni Dios la entienda”. Donde dice “fascista” pongamos “nacionalista
pequeñoburgués” y la propuesta ficcional se habrá hecho realidad. Nuestra
intención es hacer un esbozo crítico breve del pensamiento de Mariátegui,
oponiéndolo a esta imagen distorsionada. Y para graficar el debate,
polemizaremos con dos artículos. El primero es
“Vigencia de José Carlos
Mariátegui” de Miguel Mazzeo. [
► Ver en 'Ñángara Marx'] El segundo se llama
'85
años de creación heroica', aparecido en la página de Internet “Notas”, vinculada a Patria
Grande, para “reivindicar” al socialista peruano.
Su lugar en
la historia
Lo primero que hay que decir es que lo que presenta interés
en Mariátegui es que se trata de un marxista que efectivamente pensó con su
propia cabeza y que fue un importante referente de la generación sudamericana
de revolucionarios de la década del 20 del siglo pasado. Por esos años, el
subcontinente había sido recorrido por un importante ascenso de luchas como la
revolución mexicana y la Reforma Universitaria. Estos hechos conmocionaron a
una importante vanguardia nacida por esos años y fueron la base de su
surgimiento.
Pero lo que más convulsionó sus cabezas y que marcó de punta
a punta los desarrollos ideológicos de sus teóricos, que pretendían construir
organizaciones revolucionarias para la emancipación de las masas
latinoamericanas, fue un acontecimiento no específicamente latinoamericano: la
Revolución Rusa. Este era para Mariátegui el foco que alumbraba su concepción
del mundo. La historia real es que no fue ni un teórico “campesinista” inspirado
en la gesta de Pancho Villa ni un dirigente universitario que tuviera por
referencia el “Manifiesto Liminar”. Sus elaboraciones políticas y teóricas
estaban orientadas a un objetivo bien preciso: construir en “Indoamérica” la
Tercera Internacional fundada por los bolcheviques. Su revista Amauta fue una
herramienta construida en ese sentido, como un andamio del Partido Socialista
Peruano fundado por él en 1928. En palabras del propio Mariátegui (en su libro
“Defensa del marxismo”): “La revolución rusa constituye, acéptenlo o no los
reformistas, el acontecimiento dominante del socialismo contemporáneo. Es en
ese acontecimiento, cuyo alcance histórico no se puede aún medir, donde hay que
ir a buscar la nueva etapa marxista”. Solamente la completa incomprensión del
marxismo puede hacer llegar a la conclusión de que semejante proyecto,
seriamente abarcado, pueda significar “copiar un modelo” de revolución
estrictamente europeo. Nos adentraremos en esto más adelante.
Lo que queremos resaltar es que un autor y dirigente que
efectivamente hizo un esfuerzo real y serio por entender la realidad de nuestra
región, no lo hizo desde el impulso de una dinámica puramente regional, sino
más profunda y global, un corte histórico de magnitud universal del que los
bolcheviques fueron protagonistas y referencia mundial. Por eso están
completamente fuera de lugar afirmaciones como la de Mazzeo, que plantea que
Mariátegui habría criticado “la primacía eurocéntrica y bolchevique en el
marxismo”. Propongamos a Mazzeo que nos muestre una sola cita que sustente
semejante afirmación. Jamás obtendremos respuesta. Fijémonos en un detalle.
Para este teórico, “primacía eurocéntrica” es sinónimo de “primacía
bolchevique”. El principio de la cita que ponemos al inicio de este artículo
parece destinado a refutar semejante embrollo con una anticipación de ocho
décadas.
Un
“universalista” entendiendo Latinoamérica
La confusión reside en que Mariátegui intentó hacer un
estudio concienzudo y documentado de la realidad latinoamericana. Sus “Siete
ensayos de interpretación de la realidad peruana” son tal vez la mejor y más
conocida de sus obras al respecto. Esto de ninguna manera se contrapone con el
marxismo. Dice el artículo de “Notas” que Mariátegui habría abandonado “las
nociones más ortodoxas para ubicarse como parte de una corriente de renovación
que se extendió tanto por América Latina como por Europa, estos jóvenes
formaron parte de toda una tendencia internacional que discutió con las
posiciones hegemónicas para configurar un marxismo nuevo, fundado en la
filosofía de la praxis y en el alejamiento de las nociones del determinismo
económico”. Muy a contramano del barato palabrerío acerca de “un marxismo
nuevo”, sus escritos son en realidad parte del amplísimo bagaje teórico de la
primera posguerra y los primeros años de la Tercera Internacional
preestalinista. Esto a pesar de estar ubicado en una situación contradictoria,
pues Mariátegui no formó parte de la pelea histórica de Trotsky contra la
burocratización de la URSS y la Internacional pero no se adaptó a la debacle
ideológica y política que el estalinismo representó. La consumación definitiva
de la degeneración de la Tercera Internacional se dio por esos años y el
socialista peruano no llegó a comprender sus alcances.
Como no podía ser de otra forma, el punto de partida de los
“Siete ensayos” es el estudio del desarrollo y la historia económica de Perú.
Este documento presenta mucho interés a pesar de que tiene dos definiciones
que, a nuestro modo de ver, son equivocadas: define al Imperio Inca como
“socialismo” primitivo y a la colonización como “feudal”. Pero este error es
casi puramente de categorías. Su análisis de la estructura de la economía y la
sociedad peruanas es muy rico y tiene ciertos alcances regionales. Dice, acerca
del proceso de independencia: “El impulso natural de las fuerzas productoras de
las colonias pugnaba por romper este lazo. La naciente economía de las
embrionarias formaciones nacionales de América necesitaba imperiosamente, para
conseguir su desarrollo, desvincularse de la rígida autoridad y emanciparse de
la medioeval mentalidad del rey de España… Enfocada sobre el plano de la
historia mundial, la independencia sudamericana se presenta decidida por las
necesidades del desarrollo de la civilización occidental o, mejor dicho,
capitalista”. Lejos de la retórica “latinoamericanista” en boga, Mariátegui
analiza la historia local partiendo de los desarrollos globales, “Enfocada
sobre el plano de la historia mundial”. Algunos considerarán esto como
“eurocéntrico”, nosotros lo llamaremos realista.
Con todo esto queremos demostrar que es completamente falso
que Mariátegui pretendiera construir un “marxismo latinoamericano” diferente
del europeo, con una matriz teórica divergente u opuesta. Porque, si bien es
fundamental conocer y hacer parte de la política revolucionaria la historia y
las formaciones sociales de cada país, el punto de partida del marxismo es el
capitalismo en su conjunto. Cada país y región por separado tiene su historia,
sus tradiciones, etc. Pero la sociedad burguesa moderna se caracteriza por
hacer ingresar forzosamente a todas las regiones del globo a una realidad más
grande: el mercado mundial. Las poblaciones nativas y las viejas formaciones
sociales son destruidas o integradas de una u otra forma a una cadena de
dependencia mutua de todas las naciones. Su forma más acabada es la
cristalización de la división internacional del trabajo. Las poblaciones
nativas son integradas a las relaciones de producción modernas, vale decir
asalariadas, o sus viejas relaciones sociales al mercado. Este es el caso de
los resabios de las unidades de producción social indígenas que Mariátegui
analiza. En última instancia, los destinos de todos los países están atados
entre sí. Y el antagonismo entre la clase obrera y la burguesía es cada vez más
un antagonismo mundial. Por eso no puede haber un marxismo europeo, otro
americano, otro asiático, etc. Esto no significa que no haya desigualdades
entre países y regiones, sino que cada “desigualdad” está atada a una realidad
mayor.
Así es como enfoca las cosas Mariátegui. Profundamente
interesado por el problema indígena, plantea la realidad de que la aplastante
mayoría de la población peruana es “india” y está ocupada por el “gamonalismo”,
la producción latifundista agraria. Sin embargo, no duda en definir que el modo
de producción dominante es definitivamente capitalista. En esos años, la
producción agrícola había dejado de ser la principal fuente de exportaciones
para dejar su lugar a la minería. La producción capitalista moderna propiamente
dicha era centralmente urbana y costera, ocupando a un porcentaje minoritario
de la población. Sin embargo, da cuenta de que hay una relación de
subordinación del campo a la ciudad. La producción del “indio” depende del
consumo urbano y, por lo tanto, de su economía exportadora. Por ende, las
relaciones sociales precapitalistas rurales, incluidos los resabios de la
sociedad incaica y las comunidades indígenas, son parte integral del desarrollo
de la sociedad burguesa moderna con sus antagonismos de clase. La consecuencia
natural de esta visión es la estrategia defendida por Mariátegui y la mecánica
de clase de la revolución en América Latina.
Mariátegui y
la clase obrera
El indiscutible hecho de que el marxista peruano analizó y
tomó la bandera de la emancipación “india” hace que algunos autores se ofusquen
y vomiten su completa incomprensión del marxismo de formas poco decorosas.
Según Mazzeo, “De algún modo, Mariátegui ‘anticipa’ el tema de la dominación
étnica, la noción de un sujeto revolucionario plural, entre otras”. No dice
nada más, pero no es difícil entender a qué se refiere nuestro autor con
“sujeto revolucionario plural”. El artículo de la página “Notas” es aún más
claro: “Marginado desde un principio por la ortodoxia soviética que consagraba
de manera absoluta al proletariado industrial como vanguardia del proceso
revolucionario, Mariátegui corrió la misma suerte que su contraparte italiano y
fue rápidamente excomulgado de la iglesia estalinista. Y es que para el
escritor peruano, postulados como aquellos no tenían ni pies ni cabeza en un
país que, por entonces, apenas si contaba con un puñado de obreros sumergidos
en un mar de campesinos e indígenas que conformaban la abrumadora mayoría del
universo popular”. Estas líneas pueden estar marcadas por una profunda
ignorancia o por una maliciosa tergiversación. No dudamos de la honestidad de
su autor, así que nos inclinaremos por la primera opción.
Para nuestros autores, el “pueblo” es indivisible y la clase
obrera sería el “sujeto revolucionario” en la medida en que su porcentaje en la
población oprimida esté por encima del 50%. Aparentemente, así creen que serían
las cosas para los marxistas. Pero no es así. El proletariado, por su lugar en
la producción capitalista, está socialmente en condiciones de cuestionar la
gran propiedad y el modo de producción moderno. La gran producción, el
transporte, las comunicaciones pueden estar en manos de dos clases sociales: o
la burguesía o el proletariado. Las demás clases, por su lugar intermedio en esta
disputa central de la sociedad contemporánea, pueden ser acaudilladas por una u
otra de las clases fundamentales. Parece una cosa de niños tener que estar
explicándole a supuestos “marxistas” algo tan básico. La clase obrera no es un
“sujeto revolucionario” único sino central, caudillo de todos los oprimidos, la
clase que puede poner a disposición del conjunto de la sociedad las conquistas
del capitalismo y así construir una sociedad históricamente superadora.
Pero veamos qué opinaba el propio Mariátegui. En el programa
del Partido Socialista Peruano de 1928, redactado por él, se puede leer: “La
emancipación de la economía del país es posible únicamente por la acción de las
masas proletarias, solidarias con la lucha antiimperialista mundial…
”… Pero esto, lo mismo que el estímulo que se presta al libre resurgimiento del
pueblo indígena, a la manifestación creadora de sus fuerzas y espíritu nativo,
no significa en lo absoluto una romántica y antihistórica tendencia de
construcción o resurrección del socialismo incaico, que correspondió a
condiciones históricas completamente superadas y del cual sólo quedan como
factor aprovechable dentro de una técnica de producción perfectamente
científica, los hábitos de cooperación y socialismo de los campesinos indígenas.
El socialismo presupone la técnica, la ciencia, la etapa capitalista, y no
puede importar el menor retroceso en la adquisición de las conquistas de la
civilización moderna, sino, por el contrario, la máxima y metódica aceleración
de la incorporación de estas conquistas en la vida nacional…
“… Cumplida su etapa
democrático-burguesa, la revolución deviene, en sus objetivos y su doctrina,
revolución proletaria. El partido del proletariado, capacitado por la lucha
para el ejercicio del poder y el desarrollo de su propio programa, realiza en
esta etapa las tareas de la organización y defensa del orden socialista”.
¿Se puede ser más categóricamente claro? En el programa
escrito por él para el Partido fundado por él, Mariátegui plantea que
revolución socialista y proletaria son sinónimos.
Por otro lado, la afirmación de que la “ortodoxia soviética”
era defensora de la centralidad de la clase obrera en las revoluciones de los
países semicoloniales es una burda falsificación de la historia. Precisamente
por esos años se imponía a los partidos de la Internacional la consigna de la
“dictadura democrática obrera y campesina”, la formación de partidos
“obreros-campesinos” bipartitos y del carácter “revolucionario” de las
burguesías de los países coloniales. De hecho, la realidad fue exactamente la
opuesta a la que tratan de enseñarnos Mazzeo y compañía: en la Conferencia
Comunista Latinoamericana de 1929, los delegados peruanos defendieron la
perspectiva del programa que citamos mientras el estalinismo oficial la vetaba.
Nuestros autores están equidistantemente apartados del marxismo y de la
realidad histórica, sin un solo centímetro de diferencia.
El punto de partida del “Programa” que estamos citando es la
unidad de la economía mundial y, por lo tanto, el carácter internacional de la
revolución. En él, la clase social que acaudilla a todos los oprimidos en la
pelea por barrer con los resabios de atraso precapitalista y con la dominación
imperialista es la clase obrera. Todo esto es parte integral de la lucha por el
poder contra la burguesía y por la construcción del socialismo. Los puntos en
común con la teoría de la revolución permanente no podrían ser más notorios.
Nuestro
lugar en la historia
Mariátegui fue un buen representante de una generación de revolucionarios
que lucharon por la independencia política de la clase obrera, inspirados por
el ejemplo de los bolcheviques. Por eso se opuso denodadamente a un proyecto
como el APRA, dirigido por Haya de la Torre. Este “partido” tenía una
estrategia de conciliación de clases y un programa “antiimperialista” que no
iba más allá de formar una versión “izquierdista” del nacionalismo burgués. A
su vez, pretendía ser el marxismo “realista” latinoamericano. En su artículo
“Punto de vista antiimperialista”, Mariátegui polemizó con ellos con estas
palabras: “Ni la burguesía, ni la pequeña burguesía en el poder pueden hacer
una política antiimperialista… sólo la revolución socialista opondrá al avance
del imperialismo una valla definitiva y verdadera”.
Mazzeo hace malabares teóricos intentando meter en una misma
bolsa las tradiciones opuestas del marxismo de Mariátegui y autores como John
W. Cook, defensor del peronismo, para darles un manto de autoridad a sus
insoportablemente pedantes artículos en donde siempre y sin falta defiende una
estrategia opuesta a la del marxismo y la independencia política de la clase
trabajadora. Para la construcción de partidos revolucionarios con una
estrategia de independencia de clase, debemos hacer como Mariátegui. Nuestro
punto de partida son las luchas globales de nuestra clase. Y las grandes
partidas de agua son las grandes luchas históricas. La pelea contra la
degeneración de la práctica y la teoría revolucionaria en manos del estalinismo
mundial, encabezada por León Trotsky, tuvo una magnitud de significación
histórica similar a la lucha contra el reformismo encabezada por el
bolchevismo. El estalinismo, igual que nuestros teóricos chavistas, ató su
destino al del nacionalismo burgués. Y, si bien el significado histórico de la pelea
contra la burocratización de la URSS y la Internacional Comunista nunca llegó a
ser entendida por Mariátegui, la tradición que él representaba y su defensa
queda definitivamente en manos del trotskismo, pues sólo este sigue defendiendo
la bandera histórica de la independencia política y revolucionaria de la clase
trabajadora. En este sentido es también importante integrar críticamente los
aportes de Mariátegui a las elaboraciones más importantes del marxismo
internacional. Incluido en esto, y con particular interés, están los aportes
del mismo Trotsky acerca de Latinoamérica.
La Iglesia Católica italiana inventó que, en sus últimos
días, Gramsci se convirtió al cristianismo luego de décadas de combatirlo. Una
teoría similar nos presentan los teóricos del populismo “nuestroamericano”
respecto a Mariátegui. La diferencia es que los católicos por lo menos tienen
la honestidad de reconocer que Gramsci fue ateo y revolucionario casi toda su
vida, no nos lo presentan como un manso ideólogo de la Inmaculada Concepción.