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Rosa Luxemburgo ✆ Dominic Thackray
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► “Como
azotados por espíritus invisibles, los caballos del tiempo pasan arrastrando el
ligero carro de nuestro destino; y no podemos hacer nada, sino sujetar
valerosamente las riendas… Si tuviese que caer, que un trueno, una tempestad o
incluso un paso en falso me hagan precipitarme en las profundidades, allí me
encontraré junto a miles de otros. Nunca he rehusado desafiar junto con mis
buenos camaradas de armas la sangrienta suerte por una mísera ganancia. ¿Por
qué habría de comerciar si se trata del libre precio de la existencia?” | Goethe, Egmont
Fernando Aiziczon | Dice
Paul Frölich que en estas palabras de Goethe pueden encontrarse muchos aspectos
de la filosofía de Rosa Luxemburg. Leyendo su biografía uno termina
coincidiendo, o en todo caso agregando que la poesía está presente en su
vertiginosa existencia. Judía, de nariz pronunciada, contextura pequeña, con
alguna dificultad para caminar, y fundamentalmente mujer en
territorios reservados a la actividad masculina, Rosa Luxemburg estuvo en el
epicentro de los debates del mayor y más prestigioso partido socialdemócrata de
Europa en un momento clave: Alemania en los prolegómenos de la I Guerra
Mundial; allí trabó amistad y polemizó con figuras eminentes como Bebel,
Bernstein y Kautsky (el “Papa del marxismo”).
Fue testigo de la debacle de toda
esa enorme organización a la cual criticó hasta sus últimos días por su
carácter conservador y su complicidad ante la inminente guerra. En esa
polémica, que marcó un antes y un después en la historia del movimiento
comunista internacional, Rosa se entregó en cuerpo y alma y terminó brutalmente
asesinada por la policía, a culatazos, y arrojada cobardemente a un canal del
cual se rescató su cuerpo mucho tiempo después.
Pero su legado aún espera por otro rescate. Si bien sus
principales obras están disponibles en lengua inglesa y son de acceso libre en
Internet, es una rareza encontrar hoy esos escritos editados en castellano.
Confinados a reediciones de bolsillo resumidas o dudosas traducciones, apenas
si contamos con sus estudios históricos, políticos, económicos, artículos periodísticos
o su inestimable correspondencia personal, nunca editada en castellano, entre
Rosa y Leo Jogiches, Karl Kautsky, Clara Zetkin y Karl Liebknecht.
Afortunadamente la biografía de Paul Frölich, Rosa Luxemburg. Vida y obra,
de ediciones IPS (2013) viene oportunamente a llenar un vacío enorme respecto
de lo que sabemos de Rosa. Y hay que decir que su autor se desenvuelve en el
difícil género biográfico con una precisión admirable, pues tanto la accesible
prosa, la descripción de la vida de Rosa y de los fenómenos históricos que le
toca en vida, como el análisis de su producción teórica –sobre la cual Frölich
no escatima críticas porque la conoce a la perfección– permiten al lector
internarse “a una época que ya no existe” pero cuyos rasgos seguramente podemos
ver hoy exacerbados.
La primera edición de este libro aparece en París en 1939, y
fue escrita luego de que el autor fuera liberado de un campo de concentración
nazi. Los nazis quemaron gran parte de lo que hubiera ayudado a editar las Obras
Completas de Rosa Luxemburg, un proyecto recomendado por Lenin, a cuyo
cargo estuvieron originalmente Clara Zetkin y Adolf Warski, con la dirección
editorial del propio Frölich. Sin embargo, a pesar de ser editadas de 1923 a
1928 (volumen IV, de IX previstos), el proyecto quedará trunco al ser Frölich
expulsado del KPD por “oposicionista” y Warski enviado a Moscú para más tarde
ser asesinado en las purgas estalinistas.
Vida militante
Rosa Luxemburg nace en Zamosc, Polonia, en el año 1871. De
familia judía, Rosa es la menor de 5 hijos. Gran lectora, su gusto por la
poesía, la literatura e incluso la crítica literaria pueden apreciarse en su
comentario introductorio a un libro de Vladimir Korolenko, intelectual ruso,
que le sirve también para describir el panorama espiritual de esa época:
La influencia de Nietzsche se dejaba sentir en una forma
evidente; en la literatura reinaba el tono desesperado y pesimista (…) el
misticismo de Dostoievski (…) así como el ascetismo profesado por Tolstoi. La
propaganda de la “no resistencia al mal”, la condena al recurso de la violencia
en la lucha contra la reacción triunfante, a la que había que contraponer
solamente la “purificación interior” del individuo, estas teorías de la
pasividad social se convirtieron, en la atmósfera de los años ochenta, en el
verdadero peligro para la intelectualidad rusa 1.
En Varsovia, Rosa colabora en la Federación de Trabajadores
Polacos pero la policía la persigue y debe huir a Zürich. Allí aprovecha para
estudiar Ciencias Políticas, al tiempo que entra en contacto con personajes
como Axerold, Vera Zasulich y Plejanov. Se doctora con una tesis sobre el
desarrollo económico en Polonia. Conoce luego a Leo Jogiches, con quien entabla
una relación amorosa hasta el fin de su vida. Ambos comparten la redacción del
nuevo Partido Socialista Polaco (1893), surgido en una época de fuertes debates
con corrientes blanquistas, anarquistas, terroristas y reformistas, pero donde
también emergía la discusión sobre la cuestión nacional en Polonia y las
consecuencias estratégicas respecto de su vinculación con la Rusia zarista, el
gran imperio absolutista bajo cuya sombra se miraba Polonia. Trasladada a
Alemania, se casa con el hijo de unos amigos para obtener ciudadanía alemana y
evitar persecuciones políticas. Comienza a trabajar en la socialdemocracia
alemana, que ya le parece rutinaria, acartonada, y donde su condición de mujer
despierta aversiones. A pesar de ello entabla una amistad duradera con Kautsky,
Bebel y Parvus, quien la habilitó para escribir en la prensa del Partido.
Una revolucionaria en
un partido reformista
La socialdemocracia alemana anclaba toda su actividad en
obtener reformas burguesas frente a un Estado que la seducía con tomar medidas
democráticas. Un ejemplo sintomático del reformismo imperante en aquel Partido
lo constituye el hecho de que a la muerte del viejo Engels se enfrasquen en
discutir su polémico legado, o mejor, en malinterpretar su introducción a Las
luchas de clases en Francia1848-1850 de Marx, conocida también como el
“testamento de Engels”, para aprovechar todas las posibilidades legales del
sistema político alemán y condenar al mismo tiempo el recurso a la
insurrección. El celo reformista de los dirigentes socialdemócratas era tan
acentuado que aún en vida de Engels varios pasajes de ese texto fueron
publicados con recortes en el órgano del Partido, el Vorwarts, con la
única intención de especular con una probable ley de excepción contra los
socialistas para lo cual era menester eliminar frases muy “revolucionarias” a
favor de un argumentación táctica de paz a ultranza y rechazo a la violencia2.
En el plano teórico Eduard Bernstein sostenía que el Partido debía “liberarse
de la fraseología obsoleta” del marxismo y tenía que buscar la senda de las
reformas dentro de la legalidad burguesa como particular camino al socialismo
en Alemania: “El objetivo final, cualquiera que sea, no significa nada, el
movimiento lo es todo”, esta frase, cuyos ecos aún hoy se escuchan en muchos
movimientos sociales y de la nueva izquierda, resumía gran parte de la
concepción ideológica de Bernstein.
Sin embargo, fue la voz de Rosa Luxemburg la que más
frontalmente salió a su cruce: “Mientras que la revolución es el acto de
creación política de la historia de clase, la legislación, bajo distintas
formas, no es otra cosa que el vegetar político de la sociedad”3; ¿reforma o
revolución?, la lucha cotidiana no puede escindirse de un objetivo final que en
el marxismo revolucionario es claramente la revolución social. Frente a ella,
el parlamentarismo no es más que una forma histórica característica de la
dominación de clase de la burguesía en su lucha contra el feudalismo. A pesar
de que Rosa no la denosta ciegamente, sí ataca el uso exclusivo del parlamento
como vía al socialismo. En su escrito “Cuestiones de táctica” (1899), Rosa
decía que en la sociedad burguesa a la socialdemocracia le corresponde el papel
de unpartido de oposición; y que por lo tanto no puede transformarse en partido
gobernante más que sobre lasruinas del Estado burgués. Para reforzar
estos argumentos atacaba directamente la lógica burguesa con la finalidad de
demostrar cómo diversos usos “legales” de la violencia podían encubrir el
dominio de clase:
“…cuando un hombre es
obligado a la matanza sistemática de otros hombres, se trata de un acto de
violencia. Pero desde el momento en que esto recibe el nombre de “servicio
militar” el buen ciudadano cree estar respirando los aires de la legalidad”
4.
Otros debates
Al momento de ocurrir la Revolución rusa de 1905, Rosa
participa en el debate que enfrenta a Martov con Lenin respecto de la
organización del Partido ruso, rechazando lo que ella interpretaba como un
centralismo extremo de parte de Lenin. Esos debates están reflejados en el
artículo de Rosa “Cuestiones de
organización de la socialdemocracia” y de Lenin “Un paso adelante, dos pasos atrás” (1904) pero también en el “¿Qué hacer?” (1902). Rosa buscaba la
iniciativa creadora de las masas aunque reconocía el rol esencial de la
organización revolucionaria pero, a la vez, desconfiaba de su rol conservador y
su inercia burocrática, visión seguramente influida por la socialdemocracia
alemana. En este y otros intensos debates el propio Frölich participa y critica
a Rosa a sabiendas de que Lenin solía exagerar el centralismo solo como
alternativa a coyunturas en que el ser expeditivo y disciplinado evitaba el
naufragio de toda una organización.
Otra arista se puede encontrar en “Huelga de masas, partido y sindicatos” (1906), escrito en
oposición a Bebel, quien representaba la opinión de que la huelga de masas solo
era válida para la defensa del sufragio universal o ataques a los derechos
electorales. Por el contrario, la huelga de masas –sostenía Rosa– es “expresión
de todo un período revolucionario” donde la tarea del partido “no es esperar
con los brazos cruzados a que emerja una ‘situación revolucionaria’, ni a que
este movimiento popular caiga el cielo”; por el contrario, debe “adelantarse al
curso de los acontecimientos y hacerlos avanzar” sembrando confianza y no
demostrando vacilaciones al momento de luchar. Como puede sospecharse, el mito
del espontaneísmo luxemburguista es solo eso, un mito. Rosa acentúa la idea de
que la lucha de clases no puede ser “fabricada” porque es parte de un proceso
histórico vivo, pero jamás desconoce el rol esencial de la organización
revolucionaria, el partido, como guía estratégica hacia el socialismo. Tal como
Frölich recuerda, Rosa no excluye la dirección consciente en la lucha, al
contrario, la exige. Estos temas son retomados más tarde en su “Crítica a la revolución rusa”
(1917-18), donde aborda la cuestión campesina, la autodeterminación de las
naciones, la democracia bajo la forma de dictadura del proletariado, el terror,
etc. Aunque es muy crítica frente al modo en que los bolcheviques afrontan
estos problemas, reconoce que en Rusia “solamente se podía plantear el
problema. No podía ser resuelto. Y es en este sentido que el futuro en todas
partes pertenece al bolchevismo”5.
En 1906 Rosa participa a propuesta de Kautsky en la escuela
del Partido socialdemócrata alemán, junto a profesores como Mehring, quien se
convertirá en su gran amigo. De esas clases surgen dos obras: Introducción a la economía política y La acumulación del capital (1912);
en ésta última Rosa quiso demostrar cómo la penetración capitalista en espacios
no capitalistas resuelve el problema de la acumulación. Más allá de los errores
que contenía y de las críticas que recibió, su mérito es poner en debate el
imperialismo y la competencia entre Estados capitalistas por sus colonias, el
rol de los “trusts” y cómo estas estrategias resultan esenciales para
determinar una política para la clase obrera.
Guerra, debacle y
asesinato de Rosa
Hacia 1908 la socialdemocracia alemana conseguía 6 diputados
(600.000 votos). En 1914, ya iniciada la I Guerra Mundial, 110 diputados
socialdemócratas aprobarán los créditos de guerra. Solo Karl Liebknecht se
opondrá, en absoluta soledad. Es el comienzo de una feroz campaña
antimilitarista de Rosa, que años más tarde llevará a la fundación de
Spartakus, una liga dentro del Partido, junto a Liebknecht, el viejo Mehring y
Warski. Pero también es el comienzo de la etapa heroica y a la vez trágica:
Rosa presencia las deserciones de viejos camaradas internacionalistas que uno a
uno van dándole la espalda a sus ideas. Cuenta Frölich:
“Plejanov (…) se había
convertido en el portaestandarte del Zar (…) Guesde, el riguroso marxista,
entró en el Gabinete ministerial de guerra francés. Vaillant, antiguo amigo de
Rosa, sufrió una recaída en el nacionalismo blanquista (…) Parvus era consejero
del Ministerio alemán de Asuntos Exteriores” 6.
A Parvus, Rosa sin dirigirle la palabra le señaló la puerta
cuando éste quiso visitarla, y Kautsky, su viejo amigo, le argumentaba en su
contra disimulando la debacle del Partido. Por sus posiciones Rosa será
encarcelada por alta traición. De esta época son sus famosos folletos de
Junius.
En plena ola patriotera Karl Liebknecht queda sin inmunidad
parlamentaria y es encarcelado (1916). Rosa y Mehring, con 70 años, también. Se
avecina ahora la Revolución alemana, que opera como contradictor de las
críticas que Rosa hiciera a la rusa, pero también es el momento en que ataca
violentamente a todos sus correligionarios socialdemócratas por su escandalosa
actuación incluso para con la liga Espartaco, a la cual todos difaman como un
grupo violento, favoreciendo una sanguinaria caza de brujas policial. Hay que
leer “El orden reina en Berlín” (1919), magnífico último escrito de Rosa antes
de ser asesinada, para ponderar su duro espíritu de cara a una revolución
derrotada.
La noticia del asesinato de Rosa y de Liebknecht debilita a
Mehring, quien muere a los pocos días. Jogiches denunciará el complot asesino y
también perderá la vida en un fraguado “intento de huida” inventado por la
policía. Cuenta Frölich la existencia de una leyenda popular según la cual en
los barrios proletarios que rodean al canal donde Rosa fue arrojada, los
vecinos aseguran que no fue asesinada, al contrario, logró escapar para ocupar
la cabeza de un nuevo levantamiento revolucionario.
Notas
1. “El espíritu de la literatura rusa. La vida de
Korolenko”, citado en Frölich, p.43. Este ensayo integra las Obras
Escogidas de Rosa Luxemburg publicada en 2 tomos por ediciones Pluma
(1976).
2. “Aparezco como un pacífico adorador de la legalidad a
toda costa” había protestado Engels en una carta a Kaustky. Ver Las luchas
de clases en Francia de 1848 a 1850, Bs. As., Ediciones Luxemburg, 2012,
p. 10.
3. Frölich,
p. 86.
4. Ibídem,
p. 104.
5. Ibídem,
p. 283.
6. Ibídem, p. 240.