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Llegada de Lenin a Petrogrado [03-04-1917] ✆ F. Liubimova
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Fernando Aiziczon &
Eduardo Castilla | En el anterior número de Ideas de Izquierda1
[De viejos y nuevos
dogmatismos | La crisis de las ideas y los intelectuales de la izquierda
independiente] afirmamos
que la izquierda independiente padecía un evidente vacío estratégico que,
sumado a la reiteración de sus dogmas teóricos, la encerraba en una fuerte
crisis política. Señalamos que una de sus delimitaciones centrales en relación
a la “vieja” izquierda era, precisamente, la idea de Partido ligada a la
tradición marxista revolucionaria. Haremos aquí algunos señalamientos sobre esa
cuestión esencial.
Demonizando
a Lenin
A diferencia de
las fuertes controversias públicas que dan vida a la izquierda partidaria,
nadie conoce las verdaderas causas de la implosión de la nueva izquierda
o el por qué de la desaparición de muchas de sus organizaciones en tiempo
récord, tal como ocurrió con la COMPA2.
La paradoja de esta historia
de silencios reside en que, buscando una fórmula superadora de la “vieja
izquierda”, sus intelectuales escribieron que:
La izquierda por venir no se acomoda (…) a los
formatos clásicos del partido y la vanguardia (…) Cuando los partidos y las
vanguardias clásicas tuvieron la posibilidad de dirigir procesos de esta
naturaleza, terminaron sustituyendo e instrumentando a las instancias y núcleos
de poder popular (….) La mayoría de las organizaciones y aparatos de esta
izquierda (…) se identifican a partir de sus capacidades para estropear (…) ese
mínimo de poder colectivo y sus relaciones de reconocimiento (…) No asumen que
la organización como saber exterior ha entrado en crisis3.
Esta cita
condensa los aspectos centrales de la “nueva” crítica a la idea de Partido que,
a la luz de los experimentos electorales de la nueva izquierda, pierde validez4.
Es importante señalar que dicha crítica carece de originalidad, reincidiendo en
argumentos que, desde hace décadas, se utilizan para atacar la idea de partido
revolucionario.
La operación
consiste en igualar la concepción de Lenin (el “monstruo”) a los aparatos
burocráticos de los PC estalinizados. En nuestras pampas la practicaron las
mejores plumas expulsadas del PC, que constituyeron la versión criolla de la
“nueva izquierda” desencantada de sus experiencias foquistas y del acercamiento
al peronismo revolucionario. En 1980, Oscar del Barco5 escribía:
La idea de Lenin a que nos referimos, y que
según nuestro parecer conforma la matriz de su pensamiento y su acción
política, fue expuesta explícitamente en el ¿Qué Hacer? y afirma (…) que son los intelectuales burgueses
quienes, desde afuera de la clase obrera, crean la ciencia o la teoría
revolucionaria del proletariado, el cual sin esta ciencia sólo puede llegar a
adquirir una conciencia tradeunionista de sí mismo6.
La construcción
de una continuidad entre leninismo y estalinismo expresó siempre, en el
plano ideológico, un reflujo de la lucha de clases y un éxodo masivo de la
intelectualidad de izquierda desde las ideas revolucionarias hacia la
democracia liberal o formatos atemperados de la misma.
La izquierda
independiente recicló, de manera ahistórica, esas ideas para justificar
una práctica que, lejos de una opción anticapitalista, se refugia en
organizaciones inofensivas, supuestamente horizontales y “sin liderazgos”,
buscando construir poder popular pero sin afectar los poderes realmente
existentes. Siguiendo la moda antipartido –cuya principal vedette fue Holloway
y su exótica interpretación de un ejército indígena campesino (EZLN)– los
intelectuales de esta corriente demonizaron a Lenin, y para eso, lo mejor fue
desfigurarlo. Pero, ¿era Lenin un manipulador de movimientos espontáneos, un
demagogo o el fundador de una organización carcelaria?
Todo lo
contrario: Lenin expresa un pensamiento dinámico, vivo y abierto a las
tendencias de la realidad. Bajo persecuciones y en la ilegalidad (1903)
blindó al partido; bajo un clima más propicio fue el primero en rechazar la
“vieja” forma de partido y proponer modos de organicidad menos rígidos, con la
mayor libertad posible (1905). Antiburocrático y opuesto a toda regimentación
innecesaria de una organización, su malinterpretado ¿Qué hacer? no es
más que una lucha abierta contra el espíritu tradeunionista (sindicalista) y
contra la escisión de lo económico y lo político (hoy replicada en la
separación entre lo social y lo político) que idealiza la
inevitable “espontaneidad” desde la que parte toda resistencia pero sobre la
cual siempre actúan tendencias reformistas. ¿Es necesario insistir en que lo
espontáneo en estado “puro” no existe sino que nace encorsetado por la
ideología burguesa? Lenin desorienta a sus críticos cuando exige “Todo el poder
a los soviets”. ¿Hay dogmatismo en esta radicalidad crítica o, más bien, un
cambio de posición frente a un giro del contexto político que impacta en
cualquier organización? Otro tanto vale para el demonizado centralismo
democrático de Lenin, que de ningún modo es un dogma estatutario sino un
criterio de organización sujeto al desarrollo de la relación entre partido y
vanguardia obrera en el curso de la lucha de clases.
Aquellos que
“olvidan” la crítica radical a sus modelos de cambio social bien podrían releer
qué críticas sostenía Lenin cuando los bolcheviques llegaron al poder. Y si eso
les resulta tedioso pueden leer –con las reservas del caso– la “despedida” del
Subcomandante Marcos y su comentario al nacimiento del EZLN: “Nada de lo que
hemos hecho (…) hubiera sido posible si un ejército armado (…) no se hubiera
alzado contra el mal gobierno ejerciendo el derecho a la violencia legítima”.
De este acto de violencia surgió, como sabemos, el “personaje” del
Subcomandante Marcos…
La
construcción de la estrategia
No se trata de
reverenciar a Lenin. No pocos sectores de la izquierda partidaria hacen culto a
su figura, coleccionan citas e imágenes y ayudan a reforzar la idea de que,
tras su nombre, una férrea e inmodificable organización, con cuadros de piedra,
tienen su programa listo para cualquier coyuntura. Aferrarse a esos ejemplos
solo sirve para discusiones simplistas. Ninguna organización, sea partido,
movimiento o “casa popular”, está libre de dogmatismo o “aparatismo”, y quizás
sea esa lección la que más rápido esté asimilando la izquierda independiente,
luego de los poco horizontales acuerdos electorales de sus dirigentes. Lo que
aquí buscamos es, no solo criticar los dogmas de la nueva izquierda, sino
señalar que la construcción de una organización del tipo partido revolucionario
es inseparable de una concepción estratégica pensada para una realidad
determinada. Dicha estrategia no subsume en absoluto al partido en una práctica
monolítica. Todo lo contrario: intervenir en las luchas actuales obliga a
dinamizar su militancia, pone a prueba su teoría, flexibiliza su organización
de cara a una dialéctica con la época y con el movimiento de masas. Todo esto
no hace más que diversificar su terreno de intervención sin perder el norte
estratégico.
En 1969, Daniel
Bensaïd y Alain Nair señalaban que la concepción de Lenin sobre la organización
se fundaba en la hipótesis estratégica que partía del carácter
capitalista de la formación social rusa, del peso relativo de las clases
sociales y de sus relaciones recíprocas. De allí definirá un sujeto
teórico-histórico de la revolución (el proletariado como clase central en
el modo de producción) y un sujeto político-práctico (el partido de
vanguardia derivado de esa estructura) que sólo aparecen “coincidiendo” en el
momento de la crisis revolucionaria7.
Sin pretender
homologar realidades y épocas históricas, es evidente que la fuerza relativa de
la clase trabajadora es inconmensurablemente mayor en la Argentina actual que
en Rusia de 1917. Cerca de 13 millones de trabajadores poseen un enorme poder
social capaz de golpear la producción económica como se evidenció en el
reciente paro nacional del 10A. Cualquier hipótesis estratégica de revolución
social en la Argentina no puede prescindir de ese potencial. No es casual
entonces que, sobre esa fuerza social, actúen los mecanismos de control del
poder capitalista como la burocracia sindical, esencial como policía al
interior de la clase trabajadora. La perspectiva de una lucha revolucionaria real
en Argentina supone la tarea estratégica de aportar a la recomposición
subjetiva de la clase trabajadora, a la recuperación de sus organizaciones8
y a la derrota de esa burocracia.
Nuestra
insistencia en el proceso de recomposición en la clase obrera no es caprichosa.
Allí pueden observarse nuevos fenómenos de vanguardia cuyo carácter evidencia
una creciente radicalidad de las luchas, una fuerte potencialidad política de
sus reclamos, una práctica de articulación de diversos sectores que buscan
romper la coraza burocrática peronista y la relación creciente con sectores de
la izquierda. Allí no hay un intento de dirección “autoritaria y mesiánica”
desde el “exterior” sino un proceso de creciente fusión. Si en el poder
estructural de la clase obrera residen las bases del sujeto histórico,
en esta dialéctica relacional entre franjas avanzadas de los trabajadores y un
sector de la izquierda partidaria residen las de la construcción del sujeto
político de la revolución.
Evidenciando
esa relación, las luchas actuales que da la izquierda en el movimiento obrero
ponen en el centro de las preocupaciones de burócratas, gobernantes y
empresarios, la cuestión de “barrer a los zurdos”. Eso podría ayudar a los
militantes honestos de la izquierda independiente en su ruptura con dos
prejuicios muy fuertes: la no centralidad del sujeto obrero, y la supuesta
“exterioridad” de la izquierda partidaria en sectores de masas.
De cómo
articular demandas populares y construir hegemonía obrera
Si la
construcción de una organización independiente de la clase trabajadora es una
de las tareas de la lucha revolucionaria, no menos fundamental es la cuestión
de unir esa fuerza con las demandas del conjunto de los oprimidos. Lejos de
cualquier esencialismo clasista u obrerismo, la necesidad del partido
revolucionario se apoya también en la tarea estratégica de articulación entre
clase trabajadora y el conjunto de los oprimidos. Demandas que abarcan los
problemas de género o la destrucción del medio ambiente, o problemas
estructurales como el acceso a tierra y vivienda, están indisolublemente
ligadas a la transformación revolucionaria del país. Esas demandas implican la
pelea unificada contra el Estado en tanto garante del poder capitalista y las
formas de opresión social.
Pero esa
confluencia no es espontánea. La hegemonía ideológica burguesa repercute en el
plano organizativo limitándola. Entonces, ¿quién puede posibilitar la lucha por
esa unidad, qué organización puede tender puentes entre luchas diversas? ¿Qué
ideas pueden contribuir a evitar la esencialización de cada demanda o la
recaída en la interminable serie de “derechos” o “ciudadanías” graduales
desconectadas de un proyecto mayor ligado a la destrucción del orden
capitalista?
El Partido
tiene como función unir la diversidad, acercar a las distintas capas
oprimidas ayudando a sintetizar experiencias en la lucha. Pero, acorde a la
hipótesis estratégica señalada, lo hace desde la perspectiva de la hegemonía
obrera, es decir convertir la fuerza social objetiva de la clase
trabajadora en dirección subjetiva del conjunto de los explotados y oprimidos.
Esta alianza revolucionaria es un objetivo político al que sólo puede
arribarse por medio de una batalla al interior de la clase trabajadora contra
la burocracia sindical, las tendencias que reducen la lucha de clases a los
problemas económicos y peleando por la conciencia obrera contra la
hegemonía ideológica burguesa.
La crisis del
2001 permite dos ejercicios de ejemplificación. Por la negativa, sobre la base
de la recuperación económica, la política estatal desplegada por el primer
gobierno kirchnerista dividió a las distintas capas sociales protagonistas de
las jornadas de diciembre. La cooptación de organizaciones de DD. HH. y de
desocupados así como la integración política de la burocracia sindical ayudaron
a cerrar el proceso de movilización social previo, evidenciando la ausencia de
una estrategia unificada por parte de la clase trabajadora y las capas
oprimidas.
Por la
positiva, hay un ejemplo conocido por la militancia de base de la izquierda
independiente, pero escamoteado por su dirigencia. Es el caso de la fábrica de
cerámicos Zanon en Neuquén, cuya perspectiva hegemónica aportó a la
coordinación de obreros, desocupados, docentes, estudiantes y comunidades
mapuches, planteando demandas comunes como el problema de la vivienda, la
defensa del medio ambiente o la educación (Zanon posee una escuela dentro de la
fábrica). En el plano organizativo, su sindicato hace más de 10 años práctica
la rotación de dirigentes y asienta sus estatutos en el sindicalismo clasista y
el socialismo9.
Ninguna de las
“nuevas prácticas” de la nueva izquierda osó ir tan lejos como Zanon; es más,
parte de esa experiencia implicó a la Lista Marrón –conformada por obreros
independientes y del PTS–, logrando ingresar en la Legislatura neuquina a la
“banca obrera y popular”, como la denominó Raúl Godoy. Su participación dentro
del FIT neuquino permitió hacer una primera experiencia, inédita en la arena
parlamentaria, junto a la “forma-partido”. ¿“Exterioridad” a los procesos del
pueblo oprimido, aparatos destruyendo experiencias “espontáneas”? Mucho más
cerca geográfica y culturalmente que Venezuela, la experiencia de Zanon ofrece,
con todos sus límites, un ejemplo de hegemonía obrera.
Algunas
conclusiones de un debate abierto
Los
intelectuales de la izquierda independiente menosprecian las premisas
estratégicas señaladas. Esa actitud tiene raíces políticas: la orfandad teórica
post derrumbe de la URSS, la moda del eclecticismo en la praxis y las sucesivas
crisis de la izquierda argentina en los ’80 y ‘90, entre otras. Sirviéndose de
la recomposición –altamente limitada– del nacionalismo burgués latinoamericano,
esta corriente creyó encontrar un sujeto plebeyo al amparo del Estado;
para ello, los principios revolucionarios fueron suspendidos en
función de permitir la adhesión acrítica a experiencias estatales (Venezuela),
recreando una nueva galería de ídolos políticos, como Chávez y Fidel. Del “socialismo
desde abajo” no quedó más que una envejecida declaración de bellas intenciones.
Se comprende
que el rechazo tajante a la idea de partido revolucionario, a discutir su
tradición, es la excusa para abandonar una política revolucionaria real. A
pesar de su discurso antisistémico, la izquierda independiente eligió
construirse bajo un imaginario difuso, no rupturista, estatalista y, en última
instancia, reformista.
En momentos
donde la lucha de clases empieza a delinear contornos más claros, es evidente que
el proyecto de la izquierda independiente conduce a dos derivas: la impotencia
política o la adaptación a la agenda política burguesa bajo el formato “nuevo”
de una fuerza electoral.
Notas
1. “De viejos
y nuevos dogmatismos”, IdZ 10.
2. La COMPA
(Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares de Argentina) se fundó
a fines de 2009 y se borró del mapa sin dar explicaciones. Luego, en 2013 el
Frente Popular Darío Santillán (FPDS) –la mayor organización– se partió en FPDS
y FPDS-CN; éste último intentó durante 2014 fusionarse con Marea Popular,
aunque al momento de escribir estas líneas no existe información pública sobre
si dicho proceso atraviesa nuevas crisis o si resulta exitoso. Concluirá todo
lector que el secreto de sus dirigentes es la clave de bóveda de estas
corrientes tan particulares.
3. Ver Miguel
Mazzeo, El sueño de una cosa (Introducción al poder popular), Buenos
Aires, Ed. El colectivo, 2006. Mazzeo sintetiza los lugares comunes de esta
corriente. Aunque pueden encontrarse matices, mezclas de concepciones adversas
e incluso incompatibles, ningún intelectual rompe el “relato” de la nueva
izquierda en un sentido de avance que supere las “cavilaciones” y crisis.
4. En la
campaña electoral de Camino Popular, partido de la nueva izquierda fundado en
2013 bajo un acuerdo a puertas cerradas entre sus dirigentes y una vieja figura
de centroizquierda como Claudio Lozano, el blef televisivo más comentado
fue cuando uno de sus militantes expresó la idea de “No demonizar a la Cámpora”.
La condición para sostener moralmente semejante consigna fue “demonizar a
Lenin”.
5. Fundador de Pasado
y Presente, exiliado político, referente ineludible de aquellos que hoy
condenan la violencia revolucionaria de los ‘70 y ejemplo del pensamiento que
relaciona caprichosamente partido leninista y autoritarismo.
6. Oscar Del
Barco, Esbozo de una crítica a la teoría y práctica leninistas, Buenos
Aires, Ed. Biblioteca Nacional, 2011, p.107.
7. Daniel
Bensaid, Alain Nair, “A propósito del problema de organización: Lenin y Rosa
Luxemburgo”, Cuadernos de Pasado y Presente 12, 1986.
8. Ver “Frente
único: la actualidad de una cuestión estratégica”, IdZ 7.
9. Ver Fernando
Aiziczon, Zanon. Una experiencia de lucha obrera, Buenos Aires, Ed.
Herramienta, 2004
II
En el anterior número de IdZ1 afirmamos
que la izquierda independiente padecía un evidente vacío
estratégico que, sumado a la
reiteración de sus dogmas teóricos, la encerraba en una fuerte crisis política.
Señalamos que una de sus delimitaciones centrales en relación a la “vieja”
izquierda era, precisamente, la idea de Partido ligada a la tradición marxista
revolucionaria. Haremos aquí algunos señalamientos sobre esa cuestión esencial.
Demonizando a Lenin
A diferencia de las fuertes controversias públicas
que dan vida a la izquierda partidaria, nadie conoce las verdaderas causas de
la implosión de la nueva izquierda
o el por qué de la desaparición de muchas de sus organizaciones en tiempo
récord, tal como ocurrió con la COMPA2.
La paradoja de esta historia de silencios reside en que, buscando una fórmula
superadora de la “vieja izquierda”, sus intelectuales escribieron que:
La izquierda por venir no se acomoda (…) a los formatos clásicos del
partido y la vanguardia (…) Cuando los partidos y las vanguardias clásicas
tuvieron la posibilidad de dirigir procesos de esta naturaleza, terminaron
sustituyendo e instrumentando a las instancias y núcleos de poder popular (….)
La mayoría de las organizaciones y aparatos de esta izquierda (…) se
identifican a partir de sus capacidades para estropear (…) ese mínimo de poder
colectivo y sus relaciones de reconocimiento (…) No asumen que la organización
como saber exterior ha entrado en crisis3.
Esta cita condensa los aspectos centrales de
la “nueva” crítica a la idea de Partido que, a la luz de los experimentos
electorales de la nueva izquierda, pierde validez4.
Es importante señalar que dicha crítica carece de originalidad, reincidiendo en
argumentos que, desde hace décadas, se utilizan para atacar la idea de partido
revolucionario.
La operación consiste en igualar la concepción de
Lenin (el “monstruo”) a los aparatos burocráticos de los PC estalinizados. En
nuestras pampas la practicaron las mejores plumas expulsadas del PC, que
constituyeron la versión criolla de la “nueva izquierda” desencantada de sus
experiencias foquistas y del acercamiento al peronismo revolucionario. En 1980,
Oscar del Barco5 escribía:
La idea de Lenin a que nos referimos, y que según nuestro parecer
conforma la matriz de su pensamiento y su acción política, fue expuesta
explícitamente en el ¿Qué Hacer? y afirma (…) que son los
intelectuales burgueses quienes, desde afuera de la clase obrera, crean la
ciencia o la teoría revolucionaria del proletariado, el cual sin esta ciencia
sólo puede llegar a adquirir una conciencia tradeunionista de sí mismo6.
La construcción de una continuidad entre leninismo y estalinismo
expresó siempre, en el plano ideológico, un reflujo de la lucha de clases y un
éxodo masivo de la intelectualidad de izquierda desde las ideas revolucionarias
hacia la democracia liberal o formatos atemperados de la misma.
La izquierda independiente recicló, de manera ahistórica,
esas ideas para justificar una práctica que, lejos de una opción
anticapitalista, se refugia en organizaciones inofensivas, supuestamente
horizontales y “sin liderazgos”, buscando construir poder
popular pero sin afectar los
poderes realmente existentes. Siguiendo la moda antipartido –cuya principal
vedette fue Holloway y su exótica interpretación de un ejército indígena
campesino (EZLN)– los intelectuales de esta corriente demonizaron a Lenin, y
para eso, lo mejor fue desfigurarlo. Pero, ¿era Lenin un manipulador de
movimientos espontáneos, un demagogo o el fundador de una organización
carcelaria?
Todo lo contrario: Lenin expresa un pensamiento
dinámico, vivo y abierto a las tendencias de la realidad. Bajo
persecuciones y en la ilegalidad (1903) blindó al partido; bajo un clima más
propicio fue el primero en rechazar la “vieja” forma de partido y proponer
modos de organicidad menos rígidos, con la mayor libertad posible (1905).
Antiburocrático y opuesto a toda regimentación innecesaria de una organización,
su malinterpretado ¿Qué hacer? no es más que una lucha abierta
contra el espíritu tradeunionista (sindicalista) y contra la escisión de lo
económico y lo político (hoy replicada en la separación entre lo
social y lo
político) que idealiza la inevitable “espontaneidad” desde la que parte
toda resistencia pero sobre la cual siempre actúan tendencias reformistas. ¿Es
necesario insistir en que lo espontáneo en estado “puro” no existe sino que
nace encorsetado por la ideología burguesa? Lenin desorienta a sus críticos
cuando exige “Todo el poder a los soviets”. ¿Hay dogmatismo en esta radicalidad
crítica o, más bien, un cambio de posición frente a un giro del contexto
político que impacta en cualquier organización? Otro tanto vale para el
demonizado centralismo
democrático de Lenin, que de
ningún modo es un dogma estatutario sino un criterio de organización sujeto al
desarrollo de la relación entre partido y vanguardia obrera en el curso de la
lucha de clases.
Aquellos que “olvidan” la crítica radical a sus
modelos de cambio social bien podrían releer qué críticas sostenía Lenin cuando
los bolcheviques llegaron al poder. Y si eso les resulta tedioso pueden leer
–con las reservas del caso– la “despedida” del Subcomandante Marcos y su
comentario al nacimiento del EZLN: “Nada de lo que hemos hecho (…) hubiera sido
posible si un ejército armado (…) no se hubiera alzado contra el mal gobierno
ejerciendo el derecho a la violencia legítima”. De este acto de violencia
surgió, como sabemos, el “personaje” del Subcomandante Marcos…
La construcción de la estrategia
No se trata de reverenciar a Lenin. No pocos
sectores de la izquierda partidaria hacen culto a su figura, coleccionan citas
e imágenes y ayudan a reforzar la idea de que, tras su nombre, una férrea e
inmodificable organización, con cuadros de piedra, tienen su programa listo
para cualquier coyuntura. Aferrarse a esos ejemplos solo sirve para discusiones
simplistas. Ninguna organización, sea partido, movimiento o “casa popular”,
está libre de dogmatismo o “aparatismo”, y quizás sea esa lección la que más
rápido esté asimilando la izquierda independiente, luego de los poco
horizontales acuerdos electorales de sus dirigentes. Lo que aquí buscamos es,
no solo criticar los dogmas de la nueva izquierda, sino señalar que la
construcción de una organización del tipo partido revolucionario es inseparable
de una concepción
estratégica pensada para una
realidad determinada. Dicha estrategia no subsume en absoluto al partido en una
práctica monolítica. Todo lo contrario: intervenir en las luchas actuales
obliga a dinamizar su militancia, pone a prueba su teoría, flexibiliza su
organización de cara a una dialéctica con la época y con el movimiento de
masas. Todo esto no hace más que diversificar su terreno de intervención sin
perder el norte estratégico.
En 1969, Daniel Bensaïd y Alain Nair señalaban que
la concepción de Lenin sobre la organización se fundaba en la hipótesis
estratégica que partía del
carácter capitalista de la formación social rusa, del peso relativo de las
clases sociales y de sus relaciones recíprocas. De allí definirá un sujeto
teórico-histórico de la
revolución (el proletariado como clase central en el modo de producción) y un sujeto
político-práctico(el partido de vanguardia derivado de esa estructura) que
sólo aparecen “coincidiendo” en el momento de la crisis revolucionaria7
Sin pretender homologar realidades y épocas
históricas, es evidente que la fuerza relativa de la clase trabajadora es
inconmensurablemente mayor en la Argentina actual que en Rusia de 1917. Cerca
de 13 millones de trabajadores poseen un enorme poder social capaz de golpear
la producción económica como se evidenció en el reciente paro nacional del 10A.
Cualquier hipótesis estratégica de revolución social en la Argentina no puede
prescindir de ese potencial. No es casual entonces que, sobre esa fuerza
social, actúen los mecanismos de control del poder capitalista como la
burocracia sindical, esencial como policía al interior de la clase trabajadora.
La perspectiva de una lucha revolucionaria real en
Argentina supone la tarea estratégica de aportar a la recomposición subjetiva
de la clase trabajadora, a la recuperación de sus organizaciones8 y
a la derrota de esa burocracia.
Nuestra insistencia en el proceso de recomposición
en la clase obrera no es caprichosa. Allí pueden observarse nuevos fenómenos de
vanguardia cuyo carácter evidencia una creciente radicalidad de las luchas, una
fuerte potencialidad política de sus reclamos, una práctica de articulación de
diversos sectores que buscan romper la coraza burocrática peronista y la
relación creciente con sectores de la izquierda. Allí no hay un intento de
dirección “autoritaria y mesiánica” desde el “exterior” sino un proceso de
creciente fusión.
Si en el poder estructural de la clase obrera residen las bases del sujeto
histórico, en esta dialéctica relacional entre franjas avanzadas de los
trabajadores y un sector de la izquierda partidaria residen las de la
construcción del sujeto político de la revolución.
Evidenciando esa relación, las luchas actuales que
da la izquierda en el movimiento obrero ponen en el centro de las
preocupaciones de burócratas, gobernantes y empresarios, la cuestión de “barrer
a los zurdos”. Eso podría ayudar a los militantes honestos de la izquierda
independiente en su ruptura con dos prejuicios muy fuertes: la no centralidad
del sujeto obrero, y la supuesta “exterioridad” de la izquierda partidaria en
sectores de masas.
De cómo articular
demandas populares y construir hegemonía obrera
Si la construcción de una organización
independiente de la clase trabajadora es una de las tareas de la lucha
revolucionaria, no menos fundamental es la cuestión de unir esa fuerza con las
demandas del conjunto de los oprimidos. Lejos de cualquier esencialismo
clasista u obrerismo, la
necesidad del partido revolucionario se apoya también en la tarea estratégica
de articulación entre clase trabajadora y el conjunto de los oprimidos.
Demandas que abarcan los problemas de género o la destrucción del medio
ambiente, o problemas estructurales como el acceso a tierra y vivienda, están
indisolublemente ligadas a la transformación revolucionaria del país. Esas
demandas implican la pelea unificada contra el Estado en tanto garante del
poder capitalista y las formas de opresión social.
Pero esa confluencia no es espontánea. La hegemonía
ideológica burguesa repercute en el plano organizativo limitándola. Entonces,
¿quién puede posibilitar la lucha por esa unidad, qué organización puede tender
puentes entre luchas diversas? ¿Qué ideas pueden contribuir a evitar la esencialización de cada demanda o la recaída en la
interminable serie de “derechos” o “ciudadanías” graduales desconectadas de un
proyecto mayor ligado a la destrucción del orden capitalista?
El Partido tiene como función unir
la diversidad, acercar a las distintas capas oprimidas ayudando a
sintetizar experiencias en la lucha. Pero, acorde a la hipótesis estratégica
señalada, lo hace desde la perspectiva de la hegemonía obrera, es decir convertir
la fuerza social objetiva de la clase trabajadora en dirección subjetiva del
conjunto de los explotados y oprimidos. Esta alianza revolucionaria es un objetivo
político al que sólo puede
arribarse por medio de una batalla al interior de la clase trabajadora contra
la burocracia sindical, las tendencias que reducen la lucha de clases a los
problemas económicos y peleando por la
conciencia obrera contra la hegemonía ideológica burguesa.
La crisis del 2001 permite dos ejercicios de
ejemplificación. Por la negativa, sobre la base de la recuperación económica,
la política estatal desplegada por el primer gobierno kirchnerista dividió a
las distintas capas sociales protagonistas de las jornadas de diciembre. La
cooptación de organizaciones de DD. HH. y de desocupados así como la
integración política de la burocracia sindical ayudaron a cerrar el proceso de
movilización social previo, evidenciando la ausencia de una estrategia
unificada por parte de la clase trabajadora y las capas oprimidas.
Por la positiva, hay un ejemplo conocido por la
militancia de base de la izquierda independiente, pero escamoteado por su
dirigencia. Es el caso de la fábrica de cerámicos Zanon en Neuquén, cuya
perspectiva hegemónica aportó a la coordinación de obreros, desocupados,
docentes, estudiantes y comunidades mapuches, planteando demandas comunes como
el problema de la vivienda, la defensa del medio ambiente o la educación (Zanon
posee una escuela dentro de la fábrica). En el plano organizativo, su sindicato
hace más de 10 años practica la rotación de dirigentes y asienta sus estatutos
en el sindicalismo clasista y el socialismo9.
Ninguna de las “nuevas prácticas” de la nueva
izquierda osó ir tan lejos como Zanon; es más, parte de esa experiencia implicó
a la Lista Marrón –conformada por obreros independientes y del PTS–, logrando
ingresar en la Legislatura neuquina a la “banca obrera y popular”, como la
denominó Raúl Godoy. Su participación dentro del FIT neuquino permitió hacer
una primera experiencia, inédita en la arena parlamentaria, junto a la
“forma-partido”. ¿“Exterioridad” a los procesos del pueblo oprimido, aparatos
destruyendo experiencias “espontáneas”? Mucho más cerca geográfica y
culturalmente que Venezuela, la experiencia de Zanon ofrece, con todos sus
límites, un ejemplo de hegemonía obrera.
Algunas conclusiones de un debate abierto
Los intelectuales de la izquierda independiente
menosprecian las premisas estratégicas señaladas. Esa actitud tiene raíces
políticas: la orfandad teórica post derrumbe de la URSS, la moda del
eclecticismo en la praxis y las sucesivas crisis de la izquierda argentina en
los ’80 y ‘90, entre otras. Sirviéndose de la recomposición –altamente
limitada– del nacionalismo burgués latinoamericano, esta corriente creyó
encontrar un sujeto
plebeyo al amparo del Estado; para ello, los principios revolucionarios
fueronsuspendidos en función de permitir la adhesión
acrítica a experiencias estatales (Venezuela), recreando una nueva galería de
ídolos políticos, como Chávez y Fidel. Del “socialismo desde abajo” no quedó
más que una envejecida declaración de bellas intenciones.
Se comprende que el rechazo tajante a la idea de
partido revolucionario, a discutir su tradición, es la excusa para abandonar
una política revolucionaria real. A pesar de su discurso antisistémico, la
izquierda independiente eligió construirse bajo un imaginario difuso, no
rupturista, estatalista y, en última instancia, reformista.
En momentos donde la lucha de clases empieza a
delinear contornos más claros, es evidente que el proyecto de la izquierda
independiente conduce a dos derivas: la impotencia política o la adaptación a
la agenda política burguesa bajo el formato “nuevo” de una fuerza electoral.
Notas
1. “De viejos y nuevos dogmatismos”, IdZ 10.
2. La COMPA
(Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares de Argentina) se fundó
a fines de 2009 y se borró del mapa sin dar explicaciones. Luego, en 2013 el
Frente Popular Darío Santillán (FPDS) –la mayor organización– se partió en FPDS
y FPDS-CN; éste último intentó durante 2014 fusionarse con Marea Popular,
aunque al momento de escribir estas líneas no existe información pública sobre
si dicho proceso atraviesa nuevas crisis o si resulta exitoso. Concluirá todo
lector que el secreto de sus dirigentes es la clave de bóveda de estas
corrientes tan particulares.
3. Ver Miguel
Mazzeo, El
sueño de una cosa (Introducción al poder popular), Buenos Aires, Ed. El
colectivo, 2006. Mazzeo sintetiza los lugares comunes de esta corriente. Aunque
pueden encontrarse matices, mezclas de concepciones adversas e incluso incompatibles,
ningún intelectual rompe el “relato” de la nueva izquierda en un sentido de
avance que supere las “cavilaciones” y crisis.
4. En la
campaña electoral de Camino Popular, partido de la nueva izquierda fundado en
2013 bajo un acuerdo a puertas cerradas entre sus dirigentes y una vieja figura
de centroizquierda como Claudio Lozano, el blef televisivo
más comentado fue cuando uno de sus militantes expresó la idea de “No demonizar
a la Cámpora”. La condición para sostener moralmente semejante consigna fue
“demonizar a Lenin”.
5. Fundador de Pasado
y Presente, exiliado político, referente ineludible de aquellos que hoy
condenan la violencia revolucionaria de los ‘70 y ejemplo del pensamiento que
relaciona caprichosamente partido leninista y autoritarismo.
6. Oscar Del
Barco, Esbozo
de una crítica a la teoría y práctica leninistas, Buenos Aires, Ed.
Biblioteca Nacional, 2011, p.107.
7. Daniel
Bensaid, Alain Nair, “A propósito del problema de organización: Lenin y Rosa
Luxemburgo”,Cuadernos de Pasado y Presente 12, 1986.
8. Ver “Frente
único: la actualidad de una cuestión estratégica”, IdZ 7.
9. Ver Fernando Aiziczon, Zanon.
Una experiencia de lucha obrera, Buenos Aires, Ed. Herramienta, 2004.
► Texto en PDF (Parte I): 3x3 pp.
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