David Karvala |
Las personas siempre han intentado explicar el mundo de una manera u
otra. Hace miles de años, veneraban al sol y a las estrellas, atribuyéndoles
poderes sobre su vida. Luego fueron los dioses en Olimpo quienes les
controlaban, y más tarde un único ser llamado Jehová, Dios, Allah… En su
versión más reciente es el Mercado —esa gran fuerza sobrenatural— el que decide
nuestros destinos.
Un factor bastante común en todas estas religiones es que
todo es inamovible; las cosas son como son porque siempre han sido así. Sin
embargo, también existe —desde, al menos, la Grecia antigua— la idea de cambio,
de una dinámica en las cosas. En la filosofía griega la dialéctica era una
manera de llegar a la verdad mediante el confrontamiento de dos ideas. Con el
filósofo alemán, Hegel (1770-1831), la dialéctica se convirtió en una
explicación del cambio histórico, del gradual avance en la sociedad. Aún así,
con Hegel, todavía se trataba de un proceso en el reino de las ideas; las
contradicciones del “espíritu” impulsaban el cambio histórico.
Materialismo
Marx y Engels empezaron como seguidores de Hegel, pero
pronto le dieron la vuelta a su teoría. Mediante una combinación de estudio y
experiencias en el mundo real, llegaron a la conclusión de que el origen del
cambio era el mundo material, no las ideas en el abstracto.
Más tarde Marx lo resumió así:
“en la producción
social de su vida las personas establecen [...] relaciones de producción que corresponden a una fase
determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de
estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la
base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la
que corresponden determinadas formas de conciencia social”.
Con este denso texto está diciendo que antes de poder
venerar a dioses, escribir filosofía o incluso producir reality shows, hay que
comer. Para poder comer, hay que producir. Y la manera en que se produce esta
comida es la base para todo lo demás. Una sociedad cazadora-recolectora no
puede sentarse a mirar el Gran Hermano después de matar a un búfalo (ni tendría
ningún interés en hacerlo). En cambio, en una sociedad en la que el trabajo
consiste en una serie de aprobaciones y rechazos, contratos y despidos, a
algunas personas el Gran Hermano les parece normal, incluso interesante.
En el texto citado, Marx escribió: “No es la conciencia de la persona la que determina su ser sino, por el
contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. También
explicó que no se trata de un determinismo mecánico. Esto se ve claramente si
nos fijamos en el punto central de la teoría: la revolución.
Explica que las diferentes sociedades, como el esclavismo de
Grecia y Roma, el feudalismo con señores y siervos, el capitalismo… las
conforman una combinación de relaciones de producción (es decir, las clases
sociales en conflicto) y las fuerzas de producción (ya sean éstas animales,
máquinas de vapor o robots informatizados). Pero, “al llegar a una fase
determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran
en contradicción con las relaciones de producción existentes”. Dicho de otro
modo, las posibilidades productivas de una sociedad llegan a superar los
límites impuestos por su estructura social. Aún más claramente, en el mundo
actual, no hay razón para que nadie pase hambre o no tenga casa; esto ocurre
debido a la estructura social del capitalismo. “De formas de desarrollo de las
fuerzas productivas, estas relaciones [en este caso, capitalistas] se
convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social”.
Lucha de clases
La revolución es posible y necesaria por razones objetivas.
Que se consiga o no, depende de la acción de los seres humanos. Aquí volvemos a
la dialéctica. Está la dialéctica entre la clase trabajadora y la clase
capitalista, el conflicto de clases. Pero también la dialéctica dentro de la
clase trabajadora —y la gente oprimida en general—: entre los sectores que
luchan por un cambio fundamental y los sectores que se conforman con pequeños
cambios dentro del sistema; un sistema que ya se ha convertido en una “traba”
para el progreso humano. Estos últimos sectores incluyen, típicamente, a
burócratas, políticos, etc., pero también a muchas personas corrientes que aún
no están convencidas de que un cambio real sea posible.
El éxito de la revolución depende, principalmente, no de las
hazañas heroicas de una minoría, ya comprometida con la revolución, sino de la
capacidad de ésta de convencer y movilizar a la mayoría. Si la minoría está
atrapada en la idea de que las cosas no pueden cambiarse, de que las ideas (de
la mayoría) vienen impuestas desde arriba, por un Dios o un Telecinco, ni tan
siquiera se planteará el reto de ganarse a la mayoría. En cambio, el
materialismo histórico explica que la mayoría de la sociedad pertenece a la clase
trabajadora y que su situación objetiva puede pesar más que las ideas que tiene
actualmente; en última instancia “el ser
social es lo que determina su conciencia”.
El marxismo no es una teoría determinista; explica la
posibilidad y la necesidad de un cambio. Si se consigue o no, depende de las
personas.
Un hilo rojo que
recorre los cambios contemporáneos
Hoy en día existe una amplia industria de marxismo
académico. Sin embargo, los avances en materialismo histórico no han venido de
la academia, sino de la participación de marxistas en las luchas reales.
Marx y Engels dedicaron mucho tiempo a la lucha política,
que culminó en la Primera Internacional, una organización que jugaría un papel
importante en la Comuna de París en 1871; el primer Estado obrero de la
historia. Incluso su obra principal, El Capital, no tenía un fin sólo
teórico, sino que fue un arma contra la explotación, que ayudó a impulsar y
fortalecer el movimiento obrero.
La revolucionaria polaca Rosa Luxemburg hizo una gran
aportación al explicar la relación dialéctica entre las luchas políticas y
económicas en su Huelga de Masas, que escribió tras la experiencia de
1905.
La necesidad de organizarse para ganar la revolución —ya que
nada viene predeterminado— quedó demostrada con la experiencia de Lenin y el
partido bolchevique en la revolución rusa de 1917.
El fracaso de la revolución en Italia, y la subida del
fascismo, hicieron reflexionar a Antonio Gramsci acerca de cómo una minoría
revolucionaria —y la clase trabajadora en un país con millones de campesinos—
podía ganar a la mayoría para la revolución; es decir, cómo se podía conseguir
la hegemonía. Otra vez, una profundización en el materialismo histórico.
En los años 30, Trotsky luchó por mantener los principios
del marxismo revolucionario frente a los horrores del fascismo y del
estalinismo, e hizo muchas aportaciones imprescindibles para la izquierda
radical.
El marxista judío palestino, Tony Cliff (1917-2000)
—fundador de la corriente de la que forma parte En lucha— continuó su tradición,
realizando análisis marxistas del capitalismo de Estado en la URSS y en las
sociedades surgidas de las revoluciones anticolonialistas; de la guerra fría
entre los dos bloques imperialistas; del boom económico.
Todo esto no significa que ya esté todo pensado y atado. La
base del marxismo es que el mundo cambia, y los análisis del mundo deben
cambiar y avanzar para no quedar obsoletos.
Lo llaman
materialismo dialéctico, pero no lo es
El marxismo tiene mala prensa, en parte por cosas que se han
hecho en su nombre. Para defender el marxismo como una teoría que nos ayude no
sólo a entender el mundo, sino a cambiarlo, hay que distinguirlo de los falsos
productos.
¿Qué dice la teoría original? Como hemos visto, que
cualquier sociedad depende de cómo produce sus medios de subsistencia. Una
sociedad basada en la agricultura con bueyes no viajará por el espacio (diga lo
que diga la Guerra de las Galaxias), ni tampoco dará el salto al socialismo.
Aún así, la gente de abajo puede luchar para mejorar su situación, y así lo ha
hecho en diferentes momentos a lo largo de la historia.
¿El marxismo pronostica si ganará? No. Como muchas teorías
científicas, no puede predecir todo lo que ocurrirá (piensa en la
meteorología), pero nos ayuda a cambiar las cosas si partimos de los principios
básicos.
Volvamos entonces a los falsos productos. Una sociedad
dominada por una pequeña minoría en la que millones de personas pasaban hambre
no era socialista, por mucho que se llamase Unión Soviética; así nos lo explica
el marxismo. Bastantes intelectuales de izquierdas se enamoraron de la URSS y
adoptaron una teoría dogmática y mecánica impulsada por Moscú, llamada
“materialismo dialéctico”; una teoría con muchos catedráticos y manuales… y con
nada de marxismo o de cambiar el mundo.
Cuando la URSS y la teoría fracasaron, muchos de esos
intelectuales concluyeron que era un error intentar entender el mundo en
términos teóricos. Inventaron el postmodernismo y desde esta nueva teoría,
despotrican contra todas las teorías, especialmente contra el marxismo. Sin embargo, las personas que queremos un cambio no tenemos
opción, debemos seguir luchando y debemos entender el mundo. El marxismo es la
mejor herramienta que tenemos para ayudarnos a hacerlo.