Miquel Escudero
| El próximo mes de noviembre hará siglo y
medio que Abraham Lincoln (1809-1865) ganó por segunda vez la presidencia de
los Estados Unidos, meses antes de que fuera asesinado en el Teatro Ford de
Washington. Con el país en guerra civil, la victoria del político republicano
fue abrumadora, y muy especialmente entre los movilizados en aquella contienda
de secesión entre federales y confederales, entre el norte y el sur de la joven
nación.
Desde Londres,
donde estaba viviendo desde hacía quince años, Karl Marx (1818-1883) le dirigió
una carta al presidente norteamericano para felicitarle por su reelección "por una gran mayoría". Le
decía que "si bien la consigna
moderada de su primera elección era la resistencia frente al poderío de los esclavistas, el triunfante grito de guerra de su reelección es: ¡muera el
esclavismo!". En esta interesante epístola, Marx afirma que "desde el comienzo de la titánica
batalla en América, los obreros de Europa han sentido instintivamente que los
destinos de su clase estaban ligados a la bandera estrellada", y que
aquellos habían comprendido "antes
de que la intercesión fanática de las clases superiores en favor de los
aristócratas confederados le sirviese de siniestra advertencia, que la rebelión
de los esclavistas sonaría como rebato para la cruzada
general de la propiedad
contra el trabajo y que los destinos de los trabajadores, sus esperanzas en el
porvenir e incluso sus conquistas pasadas se ponían en tela de juicio en esa
grandiosa guerra del otro lado del Atlántico".
Lo que
pasaba en "el otro lado" no era ajeno a la suerte de los parias de la
tierra. Era una fase de lo que hoy se denomina globalización. La carta
terminaba con un largo párrafo que merece ser reproducido íntegro:
"Los obreros de Europa
tienen la firme convicción de que, del mismo modo que la guerra de la
Independencia en América ha dado comienzo a una nueva era de la dominación de
la burguesía, la guerra americana contra el esclavismo inaugurará la era de la
dominación de la clase obrera. Ellos ven el presagio de esa época venidera en
que a Abraham Lincoln, hijo honrado de la clase obrera, le ha tocado la misión
de llevar a su país a través de los combates sin precedente por la liberación
de una raza esclavizada y la transformación del régimen social".
Marx, que
había escrito artículos en el diario austríaco Die Presse acerca del
desarrollo de la guerra civil norteamericana, advertía de una "cruzada
general de la propiedad contra el trabajo" que cuestionaba las conquistas
y esperanzas de los trabajadores. El autor de El Capital (1867) veía a
Lincoln como "hijo honrado de la clase obrera" y su éxito como
presagio de una nueva época de dominación obrera. Es evidente que esto último
no podía ser y no lo fue, pero sí, en cambio, era posible encarrilar un régimen
social. Un objetivo que reclama un Estado social y democrático de Derecho y que
se debe cuidar con energía y decisión para el servicio de la ciudadanía, esto
es, de seres concretos de carne y hueso.
Antes de
concluir, les diré que he recogido esta misiva marxiana del reciente libro A
la carta (Ed. Elba), que Valentí Puig ha editado y prologado, tras
seleccionar medio centenar de cartas. Entre ellas se me ocurre destacar aquí
una de Gandhi a Hitler, otra de Elvis Presley a Richard Nixon y la que el
propio Abraham Lincoln le envió al maestro de su hijo pequeño. En particular,
el contenido de esta última merece toda mi simpatía, así cuando le pedía que
enseñara a su vástago a "confiar en
sus propias ideas, aunque los demás le digan que está equivocado";
esto es, a tener personalidad y valor, que no es lo mismo que obcecación, y
prevalecer acaso sobre cualquier adoctrinamiento intimidatorio. También le
pedía que le enseñase a "ser amable
con las personas amables, y severo con las que son rudas"; el Martín
Fierro del argentino José Hernández, escrito por esos años, recoge la expresión
semejante de "duro con los duros y
blando con los blandos".
Título original: “Marx escribió a Lincoln”