Aurelio Arteta
Aisa | La incorporación de Marx como redactor-jefe a
la Rheinische Zeitung a comienzos de
1842 abre en su biografía intelectual una etapa, calificada por algunos de
democrático-radical, en la que su pensamiento, espoleado y afilado por las
polémicas periodísticas del momento, se decide a internarse en el terreno de
los intereses materiales y sociales tal como se dilucidan en los debates
políticos. Su instalación progresiva en este nuevo campo no va acompañada del
abandono de sus profundas raíces en la filosofía hegeliana; es ésta, por el
contrarío, la que le ofrece los supuestos e instrumentos de su análisis hasta
el momento mismo en que su tarea crítica se vuelve incompatible con aquélla.
El
término «alienación» —pues de una investigación exhaustiva de esta noción
marxiana forma parte el presente trabajo— no aparece ni en una sola ocasión a
lo largo de estos artículos, pero su idea (en una acepción bien cercana a la de
Feuerbach) late constantemente en la crítica de la religión y, ante todo, bajo
el concepto de fetichismo, del que se sirve aquí por vez primera para aludir a
las formas políticas y económicas de la enajenación.
1. Los presupuestos
filosóficos
Parece, pues, obligado comenzar por resumir las convicciones
teóricas últimas desde las que este Marx periodista entra en la liza.
1.1. Por lo pronto, y en concordancia básica con Hegel, el
reino del hombre coincide con el reino del espíritu, porque es a través del
sujeto humano como la Idea o sustancia constitutiva de todo se revela a sí
misma bajo la forma de espíritu, se reconoce como tal. Todo lo humano en
cualquiera de sus grados es, pues, de naturaleza espiritual, forma de
existencia o fenómeno del espíritu, o, lo que es lo mismo, la esencia de la
realidad humana la constituye el espíritu. Y la esencia de este espíritu es la
libertad:
«... no cabe duda de
que la libertad es la esencia genérica de todo lo que sea existencia
espiritual» (1).
En tanto que espíritu y humanidad son realidades
coextensivas, si el espíritu se confunde con el espíritu humano, la libertad
será también por lo mismo la esencia del hombre. Y así, en relación con la
libertad de prensa, escribirá Marx:
«La libertad es a tal
punto la esencia del hombre (das Wesen der Menschen), que hasta sus adversarios
la realizan cuando luchan contra su realidad; tratan de apropiarse como la joya
más valiosa lo que rechazan como joya de la naturaleza humana (der menschlichen
Natur).
Nadie combate la libertad; combate, a lo sumo, la libertad
de los otros (Freiheit des andren). Por
tanto, todas las libertades han existido siempre, sólo que unas veces como
privilegio particular, otras como derecho general» (2).
La alternativa que se debate no equivale a la disyunción
entre la prensa libre y la censurada, sino simplemente entre la prensa y la
negación de la prensa, puesto que no respondería al concepto de prensa como
expresión del espíritu (sería, ironiza Marx, la prensa de los animales o de los
dioses) una prensa carente de libertad: sólo el «producto de la libertad» puede
ser un «producto humano». La esencia humana, la «naturaleza general humana» (3)
o, lo que no es sino su sinónimo, la libertad, se erige por ello en criterio
para juzgar la humanidad de lo real, en medida para establecer su grado de
espiritualidad. El Estado, por ejemplo, como plasmación política de la
naturaleza humana, «no puede construirse
partiendo de la religión, sino partiendo de la razón de la libertad» (4).
1.2. Estado, Derecho, Filosofía... son, en tanto que
objetivaciones particulares de la esencia humana, otras tantas esferas del
espíritu, formas específicas de existencia de la libertad (5). Pero, de entre
ellas, es la Filosofía la que ostenta la primacía, en la medida en que
constituye la actividad espiritual en que el espíritu adquiere autoconciencia,
se toma a sí mismo como su objeto. Tal posición privilegiada convierte a la
filosofía en «la sabiduría del mundo» (6), «la quintaesencia espiritual de su
tiempo» (7), «la que interpreta los derechos de la humanidad» (8); en pocas
palabras, la filosofía, que «no pregunta qué es lo vigente (gülíig), sino qué es lo verdadero (wahr) (...), qué es lo verdadero para
todos los hombres y no para algunos solamente» (9), es la instancia espiritual
encargada de aplicar universalmente aquel criterio y aquella medida de
humanidad, esto es, de libertad. Desde esta su función crítica esencial y para
referirnos sólo a su ejercicio político, la filosofía es «la que exige que el Estado sea el Estado de la naturaleza humana (der Staat der menschliche Natur)» (10):
«Ahora bien, si los
anteriores maestros filosóficos del derecho del Estado construían el Estado
partiendo de los impulsos y del orgullo, ya de la sociabilidad, o partiendo
también de la razón, pero no de la razón de la sociedad, sino de la razón del
individuo, el punto de vista más ideal y más fundamentado de la novísima
filosofía se construye partiendo de la idea del todo. Considera el Estado como
el gran organismo en que debe realizarse la libertad jurídica, moral y política
y en que el individuo ciudadano del Estado obedece en las leyes de éste solamente
a su propia razón, a la razón humana» (11).
¿Y qué es todo ello, en suma, sino lo que ya anunciaba Marx
en su disertación doctoral, a saber, la conversión de la filosofía o espíritu
teórico en energía práctica, en voluntad contra el mundo fenoménico, «el
hacerse filosofía del mundo (Das
Philosophisch-Werden der Welt) » y «el hacerse mundo de la filosofía (ein Weltlich-Werden der Phiíosophie)» (12),
recogido ahora como desiderátum de un tiempo en que «la filosofía se ha hecho mundana
y el mundo se ha hecho filosófico (die
Phiíosophie weltlich und die Welt
philosophisch wird)»? (13). La filosofía, portadora y portavoz consciente
del espíritu, es así necesariamente crítica, porque su tarea estriba en adecuar
incesantemente lo existente a su propia racionalidad, porque aspira a
realizarse conquistando el mundo y perdiéndose ella misma en su empeño de
diluirse en el mundo. «La filosofía dejará entonces de ser un determinado sistema
frente a otros, para convertirse en la filosofía en general frente al mundo, en
la filosofía del mundo actual (Philosophie
der gegenwariigen Welt)» (14).
1.3. Si el objetivo del espíritu hecho filosofía o espíritu
humano es absorber el mundo que se le enfrenta, la actividad teórica en que
consiste se acomodará al «carácter del objeto» particular sobre el que se
ejerce (15), por lo mismo que su ley le marca someterse a la naturaleza
específica del objeto que él mismo ayuda a descubrir. Frente a la censura
prusiana de prensa, que pondera la modestia en la investigación de la verdad,
replica Marx en su primer trabajo como publicista:
«Además, la modestia
del genio no consiste en lo que consiste el lenguaje de la cultura, en no tener
acento ni hablar en dialecto, sino en tener el acento de la cosa misma y en
hablar en el dialecto de su esencia. Consiste en olvidarse de la modestia y la
inmodestia para desentrañar el fondo de la cosa. La modestia general del
espíritu es la razón, aquella liberalidad universal que sabe comportarse ante cada
naturaleza con arreglo a su carácter esencial (zu 'jeder Natur' nach 'ihrem
wesentlichen Charakter')» (16).