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Jorge Abelardo Ramos ✆ Beti Alonso
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Rolando Astarita | En
la entrada anterior [
Tiempo
Argentino, Kicillof y Ramos] planteé que, según Abelardo Ramos, la
contradicción entre el capital y el trabajo, que Marx había considerado
fundamental en los países adelantados, no tenía casi vigencia en América
Latina, ya que la contradicción fundamental estaba establecida entre los países
imperialistas, por un lado, y los coloniales y semicoloniales, por el otro. Luego
de publicada la nota, un lector objetó […] que ésa no era la posición de Ramos.
En lo que sigue presento de manera más extensa la posición de Ramos, y explico
por qué este “marxismo nacional” es funcional al discurso K-izquierdista
(aunque, por supuesto, el tema atañe al argumento nacional de izquierda en
general).
El planteo
Básicamente, Ramos pensaba que la cuestión nacional no había
sido resuelta en América Latina, y que esto se debía, en lo fundamental, al
proceso de balcanización que había sufrido el subcontinente. Según Ramos, las
raíces históricas de esa balcanización había que buscarlas, primero en el
legado colonial español; y luego, en la acción del Imperio Británico, que
sostuvo a las oligarquías agrarias, financieras y comerciales, que actuaban
como disociadoras. La penetración imperialista se había alcanzado
entonces con
la perpetuación del atraso agrario; y la unilateralidad de las economías
exportadoras se había expresado política y jurídicamente en la formación de más
de veinte Estados inviables y hasta “ridículos”. Éstos mantenían relaciones
económicas más estrechas con Europa y EEUU que entre sí; sus economías giraban
en torno a uno o dos productos exportables; y las oligarquías comerciales,
agrarias o mineras, asociadas al capital extranjero, se oponían a la
industrialización. Lo cual determinaba una debilidad “estructural” de la clase
obrera.
En Historia de la Nación Latinoamericana Ramos escribía:
“Precisamente a causa del atraso de nuestros Estados, del estrangulamiento de
su desarrollo industrial por obra de la oligarquía agraria y del imperialismo
extranjero, el peso específico de la clase obrera latinoamericana es mucho
menor que el de las clases no proletarias en el interior de cada Estado. … En
este cuadro la clase obrera no puede resolver por sí misma el triunfo de la
revolución, a menos que establezca una alianza con las restantes clases
oprimidas. Sólo en esta perspectiva la clase obrera puede encabezar a las
grandes mayorías nacionales en la lucha contra el imperialismo” (p. 341). En el
mismo sentido, en “Marxismo para
Latinoamericanos”, (Izquierda Nacional, enero de 1971), sostenía que los marxistas “debían comprender que el antagonismo
de clase puro, típico en los países avanzados, tendía a disminuir en los países
atrasados, precisamente porque el imperialismo había impedido su pleno
desenvolvimiento y la aparición de clases perfectamente diferenciadas y
opuestas, según el modelo ofrecido por Marx en El Capital”. También en “De
Mariátegui a Haya de la Torre” (septiembre de 1973) y luego de destacar que
Perú y América Latina habían sufrido por escasez de desarrollo capitalista,
afirmaba que, “puesto que las masas no proletarias de un país pobre y atrasado
no pueden percibir el significado del socialismo, que es la doctrina de la
clase obrera industrial”, el reducido proletariado industrial debía tomar en
sus manos las reivindicaciones democráticas y nacionales (nacionalización de las
grandes propiedades imperialistas, democracia política, liquidación del
gamonal, incorporación del indio a la civilización, alfabetización, apoyo a los
pequeños comerciantes e industriales), medidas que no eran socialistas, pero
debían ser tomadas por la clase obrera.
Una importante consecuencia de estos argumentos era que la
lucha de las masas latinoamericanas no tenía, ni debía tener, un carácter
anticapitalista. La clase obrera no debía asumir reivindicaciones
anticapitalistas, porque podía debilitarse la lucha nacional.
“En los países históricamente rezagados,… la
lucha antiimperialista consiste justamente en que no se trata de una lucha
anticapitalista. Pues la acción antiimperialista supone la confluencia de
varias clases sociales. Este tipo de lucha adquiere forzosamente un contenido
nacional, ya que el imperialismo es extranjero, además de expoliador. La lucha
anticapitalista, en cambio, puede suponer un ataque contra capitalistas
nativos. Esa circunstancia disminuye peligrosamente el poder de la lucha
nacional, que también se integra con capitalistas de las más diversas
categorías” (“De Mariátegui…”).
De ahí que la táctica aconsejada era la del Frente Único
Antiimperialista; en Inglaterra el FUA sería reaccionario, pero no en los
países atrasados, coloniales y semicoloniales (ídem). Dado que la tarea
histórica era la unidad latinoamericana, único camino hacia la
industrialización, la lucha anticapitalista carecía de sentido y hasta era
perjudicial. Por eso también, en la polémica entre Haya de la Torre y Antonio
Mella, Ramos se ponía de parte del primero. Mella sostenía que la liberación
nacional absoluta solo la obtendrá el proletariado, y será por medio de la
revolución obrera. Ramos lo critica porque pasa por alto la tarea de la unidad
de América Latina, principal factor de liberación del imperialismo, y en
resumir la estrategia revolucionaria en la fórmula “revolución obrera” (véase Historia…).
En el mismo sentido, cuando se refiere a sus orígenes, Ramos explicaba que se
había distanciado, en los años 1940, del grupo Nuevo Curso, que dirigía Antonio
Gallo, porque éste sostenía que “Argentina era ya un país capitalista, razón
por la cual la contradicción fundamental era la burguesía y el proletariado”
(“Una conversación inconclusa con JAR”). Siempre el conflicto central está
planteado en términos ajenos al conflicto capital – trabajo. Por ejemplo, en Revolución
y contrarrevolución en Argentina, de 1957, los polos enfrentados son, por un
lado, el nacionalismo transformador, el desarrollo industrial y de la clase
obrera, y por el otro el afán conservador y el cipayismo.
Su rechazo a alentar el conflicto entre el capital y el
trabajo, y su énfasis en que el programa que debía levantar la clase obrera era
exclusivamente nacional y democrático, iba de la mano de la idea de que en los
países latinoamericanos surgían fuerzas sociales y políticas que, al menos
parcialmente, avanzaban en esos objetivos. Estos procesos ocurrían cuando había
crisis importantes en los centros imperiales:
“Gracias al resorte
propulsor e involuntario de las grandes crisis mundiales (1914, 1939, el crack
de 1929) aparecen en los países coloniales o semicoloniales formas embrionarias
de capitalismo industrial. Grupos de burguesías locales se vinculan al mercado
interno. Por su parte, el gran capital imperialista, estrechamente vinculado a
las oligarquías agrarias, mineras o financieras, se opone al desenvolvimiento
de estas nuevas burguesías, empleando todos los medios, sean políticos,
económicos o militares. Esta lucha de clases se da con frecuencia, pero no se
trata de la lucha de clases habitualmente conocida como el duelo entre la
burguesía y el proletariado, según el modelo europeo, sino de una lucha menos
mencionada en los libros y más vista en la realidad, que es la lucha entre la clase
oligárquica y la nueva burguesía” (Historia... p. 460). Podemos observar, una
vez más, cómo el conflicto entre el capital y el trabajo no tiene lugar alguno,
ya que es desplazado por el existe “entre la clase oligárquica y la nueva
burguesía”.
Ramos pensaba también que ante la ausencia de las “nuevas
burguesías”, otros grupos sociales podían ocupar su lugar en el enfrentamiento.
Es en este punto que otorgaba gran importancia al Ejército. Por caso,
refiriéndose a Argentina, sostenía que la burguesía nacional industrial, que se
había fortalecido en los 30, carecía sin embargo, de un “comportamiento
nacional”. Por eso, el Frente Nacional se había conformado a partir del
liderazgo de Perón, surgido del Ejército. En ese frente habían confluido “los restos del yrigoyenismo agrario,
algunos débiles sectores empresarios, raros socialistas que rompían con su
partido, sindicalistas tradicionales y nuevos sindicalistas, importantes
sectores de la Iglesia católica, grandes grupos de la clase media de provincias
vinculadas al mercado interno, y detrás, el conjunto del Ejército”. Ese
partido de Perón sería así el “factor
subrogante de una burguesía demasiado débil y confusa para percibir su
verdadero papel” (p. 378); el Ejército era “la única fuerza no vinculada al imperialismo extranjero y que por su
profesión está orgánicamente marginada de los intereses agropecuarios” (p.
379). Tanto la clase obrera como la burguesía eran demasiado débiles para
asumir su liderazgo, y la institución militar asumía la representación de las
fuerzas nacionales impotentes. Por esta vía el peronismo habría avanzado en
tareas democráticas, aunque también había evidenciado su limitación. Es que no
continuó la industrialización cuando cayeron los precios de las exportaciones
agrarias, recurriendo a la expropiación de la oligarquía financiera, ganadera y
comercial intacta.
A pesar de estas limitaciones, Ramos sostenía que la
burguesía y la pequeño burguesía de esos países, en combinación con el Ejército
y otros sectores, podían avanzar en políticas antiimperialistas. Por eso
criticaba a los autores de la corriente de la dependencia (Günter Frank, Dos
Santos, etcétera), o a los trotskistas, que sostenían que las burguesías
latinoamericanas eran socias menores del imperialismo, y coincidían con éste, y
con las oligarquías, en mantener y profundizar la explotación del trabajo y de
las masas empobrecidas.
Funcional a la
explotación y a la burocracia
Un marxismo que sostiene que no hay que azuzar la lucha
entre el capital y el trabajo, y que pone el acento en las cuestiones
“nacionales”, no puede no ser funcional al dominio del capital, y del control
estatal y burocrático de las fuerzas del trabajo. En este respecto, hay que
destacar que Ramos jamás cuestionó el control de los sindicatos por la
burocracia sindical. Critica a la burocracia sindical por haber debilitado la
resistencia del gobierno de Perón frente al golpe de 1955, pero no por su rol
en sostener la disciplina del trabajo. Incluso cuando la izquierda puso en
peligro, en 1973-76, el dominio de la burocracia en muchos grandes centros de
trabajo, Ramos y su partido estuvieron del lado de la burocracia (Izquierda Nacional Nº
28, 1974, criticaba a la juventud peronista por cuestionar a los líderes
sindicales). Y en 1990 Ramos defendía la estructura de la Unión Obrera
Metalúrgica de Lorenzo Miguel (véase “Intervención…”, 13 de octubre). Más en
general, nunca buscó importunar siquiera la conducción verticalista del
Justicialismo. En los 1970, decía:
“La propia naturaleza
del movimiento nacional peronista, donde la verticalidad fue y es un principio,
indica que se trata de un movimiento nacional burgués conducido por un jefe
militar. Nosotros lo respaldamos por ese motivo, no porque lo confundiéramos
con un movimiento socialista. Es más, está claro que quien tratara de
desarrollar una estrategia propia, de carácter socialista, dentro del
movimiento de Perón, estaría apuntando contra su jefatura y estructura. Es
decir, estaría trabajando de hecho para destruirla” (“Una conversación
inconclusa…”).
Dentro de este encuadre global, se comprende que Ramos haya
apoyado al menemismo sin realizar la menor consideración acerca de sus medidas
anti-obreras (pérdida de derechos sindicales, precarización del trabajo, carta
blanca al capital para que aumentara la tasa de explotación). Tampoco la
participación de burócratas sindicales en los beneficios de las
privatizaciones, y en la administración de empresas privatizadas, parecieron
importunar al “marxista-menemista”. Lo “revolucionario” del gobierno de Menem,
en su visión, eran la profundización del Mercosur (en camino hacia la Patria
Grande), o la estabilización de la moneda (ver “Me voy con Menem…”). Estamos en
la estación final de un enfoque que procuró, con argumentos nacionalistas,
barrer debajo de la alfombra, la explotación del trabajo.
A la vista de todo esto, es natural que el “marxismo nacional”
de Ramos sea muy conveniente para quienes apoyan, con argumentos de izquierda,
la política K. No se trata sólo de su posición frente al menemismo (que podría
“justificar” por izquierda la participación de los K y de funcionarios K en el
gobierno en los 90), sino de un enfoque más general y consistente. ¿Cómo no
oponer este “marxismo con ojos nuestros”, de Jorge Abelardo Ramos, a las
“abstracciones del marxismo dogmático”, que habla de plusvalía o de
independencia de clase? Esto explica también la vigencia del “marxismo a lo
Ramos” en las páginas web de la izquierda nacional en general. Obedece, en
última instancia, a una lógica de clase profunda.
Fuentes citadas
1 “Marxismo para latinoamericanos”, Izquierda Nacional,
enero 1971 (versión on line).
2 “De Mariátegui a Haya de la Torre”, 1973, en
http://www.izquierdanacional.org/documentos/articulos/de_mariategui_a_haya_de_la_torre/
3 Revolución y contrarrevolución en Argentina, Buenos Aires, 1965, Plus
Ultra, Buenos Aires.
Historia de la Nación Latinoamericana, Buenos Aires, 2011, Continente (existe
versión on line)
4 “Una conversación inconclusa con Jorge Abelardo Ramos”, grabadas por Jorge
Raventos en los años 1970, en
http://www.abelardoramos.com.ar/una-conversacion-inconclusa-con-jorge-abelardo-ramos/
5 “Intervención efectuada por Jorge Abelardo Ramos en la Convención
Nacional del Movimiento Patriótico de Liberación”, 13 de octubre de 1990, en
http://www.abelardoramos.com.ar/intervencion-efectuada-por-jorge-abelardo-ramos-en-la-convencion-nacional-del-movimiento-patriotico-de-liberacion/
6 “Me voy con Menem para que puedan gobernar los criollos”, en
http://www.abelardoramos.com.ar/me-voy-con-menem-para-que-puedan-gobernar-los-criollos/
Título original: “Acerca del ‘marxismo
nacional’ de Ramos”