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Karl Marx ✆ John Minnon
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Atilio A. Boron [2011] | Sólo
los espíritus más ganados por el fanatismo o la ignorancia se atreverían a
disputar el aserto de que Marx fue uno de los más brillantes economistas del siglo XIX, un sociólogo de incomparable
talento y amplitud de conocimientos y uno de los filósofos más importantes de
su tiempo. Pocos, muy pocos, sin embargo, se atreverían a decir que Marx
también fue uno de los más significativos filósofos políticos de la historia.
Parece conveniente, en consecuencia, dar comienzo a esta revisión de la
relación entre Marx y la filosofía política tratando de descifrar una
desconcertante paradoja: ¿por qué razón abandonó Marx el terreno de la
filosofía política –campo en el cual, con su crítica a Hegel, iniciaba una
extraordinaria carrera intelectual– para luego migrar hacia otras latitudes, principalmente
la economía política?
La pregunta es pertinente porque, como decíamos, en nuestra
época es harto infrecuente referirse a Marx como un filósofo político. Muchos
lo consideran como un economista (“clásico”, hay que aclararlo) que dedicó gran
parte de su vida a refutar las enseñanzas de los padres fundadores de la
disciplina –William Petty, Adam Smith y David Ricardo– desarrollando a causa de
ello un impresionante sistema teórico. Otros, un sociólogo que “descubrió” las
clases sociales y su lucha, algo que el
propio Marx descartara en famosa carta
a Joseph Weidemeyer. No pocos dirán que se trata de un filósofo, materialista
para más señas, empeñado en librar interminables batallas contra los
espiritualistas e idealistas de todo cuño. Algunos dirán que fue un
historiador, como lo atestigua, principalmente y entre muchos otros escritos,
su prolija crónica de los acontecimientos que tuvieron lugar en Francia entre
1848 y 1851. Casi todos lo consideran, siguiendo a Joseph Schumpeter, como el
iracundo profeta de la revolución. Marx fue, en efecto, todo esto, pero también
mucho más que esto: entre otras cosas, un brillante filósofo político. Siendo
así, ¿cómo explicar esa sorprendente mutación de su agenda intelectual, que lo
llevó a abandonar sus iniciales preocupaciones intelectuales para adentrarse,
con apasionada meticulosidad, en el terreno de la economía política? ¿Cómo se
explica, en una palabra, su “deserción” del terreno de la filosofía política?
¿Regresó a ella o no? Y en caso de que así fuera, ¿tiene Marx todavía algo que
decir en la filosofía política, o lo suyo ya es material de museo? Estas son
las preguntas que trataremos de responder en nuestro trabajo.
Un diagnóstico
concurrente
Estos interrogantes parecen ser particularmente trascendentes
dado que existen dos opiniones, una procedente del propio campo marxista y otra
de fuera de sus fronteras, que confluyen en afirmar la inexistencia de la
teoría política marxista. De donde se desprendería, en consecuencia, la
futilidad de cualquier tentativa de recuperar el legado marxiano. El famoso
“debate Bobbio”, lanzado a partir de un par de artículos que el filósofo
político turinés publicara en 1976 en Mondoperaio,
proyectó desde el peculiar ángulo “liberal socialista” de Bobbio el viejo
argumento acerca de la inexistencia de una teoría política en Marx, posición ésta
que fue rechazada por quienes en ese momento eran los principales exponentes
del marxismo italiano, tales como Umberto Cerroni, Giacomo Marramao, Giuseppe Vacca
y otros. (Bobbio, 1976) Curiosamente, la crítica bobbiana inspirada en la tradición liberal –de un liberalismo
desconocido en tierras americanas, democrático y por momentos radical, como el
de Bobbio– se emparentaba con la postura del “marxismo oficial”, de estirpe
soviética, y algunos extraños aliados. Los partidarios de esta tesis no
rechazaban por completo la existencia de una filosofía política en Marx –algo
que hubiera atentado irreparablemente contra su concepción dogmática del
marxismo– pero sostenían que su relevancia en el conjunto de la obra de Marx
era del todo secundaria. En el fondo, la “verdadera” teoría política del
marxismo se hallaba presente en ese engendro intelectual anti-marxista y
anti-leninista que se dio a conocer con el nombre de “marxismo-leninismo.” No deja de ser una ironía que el “marxismo
oficial” –¡verdadera contradictio in adjectio si las hay!– suscribiera íntegramente la tesis
de uno de los más lúcidos teóricos neoconservadores, Samuel P. Huntington,
cuando afirmara que “en términos de la
teoría política del marxismo... Lenin no fue el discípulo de Marx sino que éste
fue el precursor de aquél.” (Huntington, 1968: p. 336)
Una versión mucho más sutil de la tesis elaborada por los
oscuros académicos soviéticos fue adoptada por intelectuales de dudosa afinidad
con los burócratas de la Academia de Ciencias de Moscú. Entre ellos sobresale
Lucio Colletti, un brillante teórico marxista italiano que en los noventa
habría de terminar tristemente su trayectoria intelectual poniéndose al
servicio de Silvio Berlusconi y su reaccionaria Forza Italia. En un texto por
momentos luminoso y en otros decepcionante Colletti, concluye su desafortunada
comparación entre Rousseau y Marx diciendo que:
“la verdadera originalidad
del marxismo debe buscarse más bien en el campo del análisis social y
económico, y no en la teoría política. Por ejemplo, incluso en la teoría del
estado, contribución realmente nueva y decisiva del marxismo, habría que tener
en cuenta la base económica para el surgimientodel estado y (consecuentemente)
de las condiciones económicas necesarias para su liquidación. Y esto, desde
luego, va más allá de los límites de la teoría política en sentido estricto.” (Colletti,
1977: p. 148).
En esta oportunidad queremos simplemente dejar constancia de
la radicalidad del planteamiento de Colletti, sin discutir por ahora la
sustancia de sus afirmaciones. La exposición que haremos en el resto de este
capítulo se encargará por sí sola de refutar sus tesis principales. De momento
nos limitaremos a señalar la magnitud astronómica de su error cuando sostiene,
en el pasaje arriba citado, que la problemática económica del surgimiento y
eventual liquidación del estado es un tema que trasciende “los límites de la
teoría política en sentido estricto.” Como veremos más adelante, el solo
planteamiento de la cuestión desde una perspectiva que escinde radicalmente lo
económico de lo político no puede sino conducir al grosero error de apreciación
en que cae Colletti. Porque, en efecto, ¿cuáles la tradición teórica que
considera a los hechos de la vida económica como “externos” a la política? El
liberalismo, más no así el marxismo. Ergo: Colletti desestima esa contribución
“nueva y decisiva del marxismo”, la teoría del estado desde una tradición como
la liberal cuyo punto de partida es la reproducción, en el plano de la teoría,
del carácter fetichizado e ilusoriamente fragmentario de la realidad social. Al
aceptar las premisas fundantes del liberalismo, Colletti coherentemente,
concluye que todo lo que remita al análisis de las vinculaciones entre el
estado y la vida económica o, dicho con más crudeza, entre dominación y explotación,
queda fuera de la teoría política “en sentido estricto”. Al hacer suyoel axioma
crucial del liberalismo, la separación entre economía y política, Colletti
queda encerrado en el callejón sin salida de dicha tradición teórica con todos sus
bloqueos y puntos ciegos