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Ludwig Wittgenstein ✆ Shigeru Ito |
- El pensamiento de Wittgenstein se habría orientado hacia
posturas teóricas marxistas a partir de la lectura de manuscritos gramscianos que
le llegaron a través de Piero Sraffa
- Luego de esta mediación o contribución gramsciana,
Wittgenstein readapta su teoría lingüística abstracta e introduce el espesor
social en su reflexión sobre el lenguaje y con ello, una socio-lingüística en
el ámbito de la teoría lógica
Hugo R. Mancuso |
Conforme la hipótesis enunciada por Ferruccio Rossi-Landi en “Per un uso
marxiano di Wittgenstein” (1966), el descubrimiento de la visión gramsciana del
lenguaje y de la cultura –en gran medida a través de Piero Sraffa y de la
lectura de algunos de los manuscritos de Antonio Gramsci– marca una
reorientación en el pensamiento de Ludwig Wittgenstein [Ludwig Josef Johann Wittgenstein]. El presente artículo
expone y amplía tal hipótesis a partir del análisis de los principales planteos
teóricos y metodológicos presentados en las Philosophische
Untersuchungen [1953 - Investigaciones
filosóficas] mediante su lectura integrada con los conceptos de asimetría
sígnica y alienación lingüística.
En tal sentido, las condiciones de producción (e imposición)
de significados, las consecuencias pragmáticas del uso de los mismos y los
límites de la acción posible para un sujeto responsable, permiten advertir la
introducción del espesor social en la reflexión
wittgensteiniana sobre el
lenguaje y con ello, una socio-lingüística en el ámbito de la teoría lógica.
Esto último posibilita destacar la importancia del Arte –en cuanto
intermediación entre la individualidad y la generalidad a partir de los
géneros– como una posibilidad de resistencia y un resquicio de esperanza en el
mar del poder de la hegemonía
1. Introducción
Tal vez se podría afirmar de un modo imparcial que Ludwig
Josef Johann Wittgenstein,
1
fue uno de los filósofos más influyentes del siglo XX.
2
Producto de una familia notable en cuanto a medios y riquezas
simbólicas, en un momento cultural también notable pero trágico a la vez,
comenzó –muy joven– a estudiar ingeniería en Berlín; a instancias del lógico
alemán Gottlob Frege ingresó en la Universidad de Cambridge (el centro más
importante de estudios lógicos de Europa en ese momento) y conoció a Bertrand
Russell, profesor en la institución mencionada. Este último, junto a Alfred N.
Whitehead y a G. Edward Moore apoyaron a Wittgenstein, quien permaneció unos
años en la universidad inglesa asistiendo a seminarios hasta 1913. En 1914
volvió a Austria e inesperadamente se enroló como voluntario en el ejército
austriaco. Debido a su desempeño en la guerra obtuvo el grado de oficial y
varias condecoraciones. Cuando Austria se rindió ante Italia, fue enviado a un
campo de prisioneros, circunstancia en la que concluyó su Tractatus
Logico-Fhilosophicus –publicado en 1921– texto con el que finalmente obtuvo su
doctorado en Cambridge.
Sin embargo, Wittgenstein permaneció en Viena; aunque había
alcanzado su momento de gloria, hasta un cierto punto, se llamó a silencio y se
dedicó a enseñar a leer y escribir a hijos de campesinos.
3
En 1929 retornó a Cambridge y fue aceptado con honores. Por
entonces comenzó su relación intelectual con Piero Sraffa y Nikolai Bachtin
(profesor de literatura eslava y hermano de Michail). El ascenso de Hitler en
Alemania y poco después la anexión de Austria al Reich le imposibilitó retornar
a su país residiendo desde entonces en Gran Bretaña, hasta su muerte.
Una hipótesis de lectura de la obra de Wittgenstein –que
será aquí expuesta y ampliada– enunciada en 1966 por Ferruccio Rossi-Landi, en
su artículo “Per un uso marxiano di Wittgenstein”,
4 postula que el pensamiento de Wittgenstein se orientó hacia
posturas teóricas marxistas a partir de la lectura de manuscritos gramscianos a
través de Piero Sraffa; orientación que Wittgenstein no pudo revelar
excesivamente debido a su particular situación de exiliado en un ámbito
aparentemente anti marxista como el de Cambridge. Esta sospecha posteriormente
ha sido corroborada por alguna serie de indicios fuertes en torno a la relación
Wittgenstein-Gramsci-Sraffa (Mancuso 1995).
Piero Sraffa (economista italiano residente en Cambridge)
había aplicado algunas ideas gramscianas en torno a elementos simbólicos
relacionados con procesos más cercanos a la hegemonía que a la simple aplicación
de reglas económicas abstractas. Precisamente su crítica a Wittgenstein
–propia, pero basada en ese sustrato marxista gramsciano– consistía en que la
descripción trazada en el Tractatus, era la de un lenguaje absoluta y
totalmente abstracto e idealizado, y por ello, inexistente.
Por otra parte, la conclusión de Gramsci acerca de la
transmisión ideológica e imposición estética de significados, comprendía el
lenguaje natural, sobre todo en su versión (y expresión brillante) de sentido
común.
Según Rossi-Landi, Wittgenstein desarrolla estas hipótesis,
específicamente la idea de que la ideología se impone –no solamente en
cuestiones simbólicas complejas– sino incluso en el lenguaje más simple y
cotidiano. Habría una especie de alienación lingüística y sígnica en el uso de
las expresiones del lenguaje que tornaría incuestionables o totalmente
aceptables determinados significados; la explicitación de los significados
implícitos en los juegos lingüísticos posibilitaría evidenciar qué ideologías
se están transmitiendo en los usos del lenguaje cotidiano.
Rossi-Landi parte de la idea de que no hay distinción
(siguiendo a Gramsci y a Wittgenstein) entre producción de bienes y producción
de palabras, (producción de sentido y producción de objetos en el fondo es un
dualismo arbitrario); la producción lingüística implica una plusvalía sígnica.
En este punto se manifestaría el “marxismo” de Wittgenstein; siempre que hay
una enunciación lingüística, hay una alienación en una serie de prácticas
comunes y una producción de bienes comunes. No podemos imaginar nuestra
existencia sin producir bienes o mercancías y el mismo plusvalor de la
producción de las mercancías puede darse también –y de hecho se da– en la
producción lingüística.
De alguna manera el Tractatus puede leerse como una especie
de introducción a las Philosophische Untersuchungen [Investigaciones
Filosóficas], en las que, luego de esta mediación o contribución gramsciana,
Wittgenstein readapta su teoría lingüística abstracta e introduce el espesor
social en su reflexión sobre el lenguaje y con ello, una socio-lingüística en
el ámbito de la teoría lógica.
Ahora bien, Wittgenstein al reflexionar sobre la alienación
del lenguaje evitando formular un discurso alienante más, llega al límite de la
interpretación; de ahí que, en rigor, este problema sólo puede ser mostrado,
i.e . tiene que ser sentido y no explicado mediante una teoría. En otros
términos, hacer ver una parte de la semiosis, de la hegemonía como género –como
estilo construido, como constructo– es producir un mínimo de desalienación. Y
esta posibilidad de desalienación (y resistencia) de un sujeto extremadamente
condicionado pero que no se diluye en la hegemonía y lucha por mantener (en
algunos casos) una cierta responsabilidad, se da en el arte. En tal sentido, la
relación del artista con el lenguaje es a través de la utilización de formas
previas de expresión, las que modifica a partir de un trabajo interno. No hay
posibilidad de construcción de la obra artística sino es en la semiosis, pero
en un lugar donde la misma se retrotrae, se explicita, se muestra. El arte, al
producir un juego utilizando los géneros, los medios alienados, permitiendo
–mediante la autorreferencia– la desautomatización i.e. la deconstrucción,
muestra los procedimientos mediante los cuales se impone el consenso. Es
asimismo, un acto responsable del creador, del artista, pero también del lector
que acepta las reglas del juego –artificiales y limitadas– pero que puede al
menos ver parcialmente el mecanismo por el cual la hegemonía se impone como
natural.
2. Las Philosophische
Untersuchungen: principales planteos teóricos y metodológicos
La hipótesis inicial de las Philosophische Untersuchungen
(PU) es que el significado de un término, de un signo, está determinado por su
uso. En el Tractatus, la visión del lenguaje es la clásica y abstracta de
cualquier teoría lingüística en la que, de alguna manera, no se duda de que un
término tiene un significado más o menos estable. Esto es reformulado en las
Philosophische Untersuchungen, donde la dimensión pragmática del lenguaje es la
que cuenta y sólo a partir de ella ( i.e . cómo se usa un término y en qué
condiciones) es posible entender los significados. En otras palabras, los
procesos histórico-culturales definen –construyen– los significados y ellos
sólo tienen una actualización en el uso.
El lenguaje que presenta Wittgenstein en las PU no es el
lenguaje ideal concebido por el positivismo lógico o el presentado en la
primera parte del Tractatus, sino que es un instrumento imperfecto desde un
punto de vista abstracto. Y además es el único posible, el que funciona y actúa
efectivamente en procesos culturales y sociales. Los lenguajes ideales son una
especie de construcción ad-hoc de usos más limitados; el lenguaje de la
comunicación y el lenguaje que tiene mayor espesor, importancia e influencia en
los procesos sociales generales, es el lenguaje natural que acumula
significados y sentidos de una manera más o menos desordenada. Precisamente, la
acumulación ilimitada de sentidos y la validez limitada de los lenguajes
especiales –ordenados, perfectos, ideales, efectivos–, conforma uno de los
planteos más importantes de las PU.
Una idea fundamental es que en el análisis especial del
lenguaje que propone Wittgenstein y que denomina “juegos”, es donde se pueden
manifestar, exponer, mostrar los núcleos de resistencia significativa –o
ideológica– del proceso social, del lenguaje y, por ende, de la sociedad. El
punto de partida de una investigación empírica o de una reflexión filosófica
general está en los pequeños microtextos. Wittgenstein postula como metodología
de investigación social, la identificación de determinados núcleos temáticos
problemáticos en los cuales se están evidenciando, casi como una metonimia,
problemas mucho más generales. Es decir, en un determinado momento y ante un
problema empírico hay una serie de pequeños indicios, a modo de pequeños
eslabones de una cadena a reconstruir.
5 Aquellos usos, situaciones o aspectos del lenguaje que nos
producen cierta resistencia a la comprensión o a la utilización –en definitiva–
son los que nos sirven de punto de partida para la reflexión: ahí se nos está
manifestando un problema y, eventualmente, un esquema de investigación y una
solución.
Un aspecto importante, es la idea del lenguaje como un
laberinto de sentimientos. En las prácticas lingüísticas, están presentes
rasgos, huellas de sentimientos, problemas emotivos, pasionales. La lengua es
una construcción de significados relacionados por sentimientos y por aires de
familia, es decir, habría una especie de principio de continuidad –en términos
de Charles S. Peirce (1892,1893)– en la definición de los significados.
Otra idea en las PU –y una respuesta a la observación de
Piero Sraffa– es que los procesos, los conflictos lingüísticos (y por ende
ideológicos) sólo pueden entenderse en los usos cotidianos del lenguaje. Para
Wittgenstein los grandes conflictos lógicos no se pueden apreciar en las
descripciones abstractas del lenguaje, sino en los usos cotidianos más
inmediatos del mismo, pues allí está (y aquí es donde el maridaje
Gramsci-Wittgenstein aparece de una manera indivisible) lo que Gramsci denominó
(y recepta Wittgenstein) la alienación lingüística, entendida como el mecanismo
tal vez fundamental de la construcción de la hegemonía.
Un punto central, obviado en gran parte por la historia de
la lingüística y de la lógica –y que Wittgenstein enfatiza repitiendo
prácticamente una frase de los Quaderni dal Carcere de Gramsci [1975]– es que
en una teoría del lenguaje es fundamental entender cómo se adquiere y aprende
el lenguaje. La lingüística clásica siempre eludió –por distintos motivos– dos
temas: la adquisición y el origen del lenguaje. Wittgenstein se pregunta cómo
entramos en el proceso de sociabilización; esto explica, también, cómo nos
introducimos en los mecanismos de alienación hegemónica.
Una tesis principal es que la casi totalidad de los
problemas filosóficos se podrían reducir a problemas lingüísticos. Esta es una
idea que ya estaba presente en el Tractatus, donde Wittgenstein había dado una
solución más cercana a la del empirismo lógico; sin embargo, acá la retoma y la
amplía. Una de las proposiciones del Tractatus afirma que aquellas cosas que no
podemos investigar adecuadamente antes que falsas o verdaderas son un
sinsentido, frase que fue presentada como el resumen de la ideología
superficial del Tractatus. En las PU , Wittgenstein trata de entender cuál es
el mecanismo que se esconde y/o sobreentiende en la nominación (i.e.
explicitación) de un significado como problema y por ende como un sinsentido
(nonsense).
Asimismo, reaparece otra idea peirceana, tal la concepción
de que no hay significado posible sin un determinado contexto. Esto ya estaba
implícito en la noción de que el significado está determinado por el uso (no
hay significado si no hay uso); el significado tiene, además, una determinación
de tipo contextual. Ahora bien, esto lo lleva a plantear un tema muy
particular: la relación entre el lenguaje y las distintas formas de vida. Aquí
hay una mediación, un cruce muy interesante consistente en la postulación de un
lenguaje privado. Wittgenstein, a diferencia tal vez de Peirce, de Gramsci o de
Michail Bachtin, reserva un ámbito peculiar para lo que denomina lenguaje
privado. Es decir, en la línea teórica del pragmatismo todo significado es tal
porque está en uso y porque manifiesta algún comportamiento. Si embargo,
Wittgenstein –tal vez como un resabio de una visión más dualista– trata de
salvar la idea de que hay un ámbito de la conciencia que es privado y no tocado
por el lenguaje público, por el lenguaje colectivo. Obviamente, en Wittgenstein
es una categoría liminar, pero le interesa dejar planteada la posibilidad de
que parte de nuestra conciencia puede mantenerse ajena a las relaciones
interlingüísticas.
6
Otra cuestión presente en las PU –e implícita, hasta un
cierto punto, en algún escrito de Gramsci– es la postulación de un principio de
relatividad lingüística. Cada forma de vida tiene su propia forma de lenguaje y
determinadas formas de vida que no interactúan con otras, presentan elementos
intraducibles de un lenguaje a otro. Wittgenstein se inclinaría por un
relativismo lingüístico genérico, en el sentido de que si hay formas de vida
que no interaccionan materialmente con otras, engendrarán formas de expresión
–lenguajes– donde habrá elementos que no serán comunes ni traducibles a otros.
Postula una creación estética muy ceñida o determinada por los instrumentos
materiales de esa creación.
Las Philosophische Untersuchungen, en gran medida, pueden
leerse como una “corrección” al Tractatus. Es interesante plantear este texto
como una reescritura del Tractatus a la luz de la contribución gramsciana a
través de Sraffa y en general, a la reflexión continental marxista (o influida
por el marxismo), porque además de potenciar su lectura explica una de sus
tesis fundamentales, tal la suposición de que a cada modo de vida le
corresponde un lenguaje. Es decir, el lenguaje no es un instrumento universal
de conocimiento sino que es, principalmente, la relación con un modo de vida;
en otros términos, la estructura del lenguaje se relaciona con una determinada
ideología. Esta última no es necesariamente aquella explícita en un esquema de
una escuela filosófica de prestigio, sino que es la de un modo de vida como
ideología genérica, como filosofía de la mayoría, de la época o de la masa
(término que utiliza Gramsci en algunos escritos, para quien el lenguaje se
relaciona con lo que denomina, justamente, sentido común). Ahora bien, los
sistemas filosóficos académicamente hegemónicos obviamente también influyen en
este modo de vida o en esta estructura del lenguaje en determinados niveles o
estratos; la visión de Gramsci –y que perdura en las PU– es que esa influencia
de nuevos pensamientos, sobre todo de aquellos más estructurados y académicos,
se va a dar por estratos superpuestos, es decir, por una acumulación más o
menos desordenada de ideas o sentidos. Dicho de otra manera, la evolución del
pensamiento colectivo (social) presente en la estructura y en la forma del
lenguaje natural, demostraría que los sentidos anteriores no se cancelan nunca
totalmente y hay una tendencia permanente a la acumulación de los mismos.
Justamente, la imagen más clara que puede tenerse del
lenguaje es la de éste como una ciudad viva, en crecimiento constante y cambio
permanente:
Nuestro lenguaje puede
verse como una vieja ciudad: una maraña de callejas y plazas, de viejas y
nuevas casas, y de casas con anexos de diversos períodos; y esto rodeado de un
conjunto de barrios nuevo, con calles rectas y regulares y con casas uniformes
(Wittgenstein PU:§18).
El que se produzcan sentidos nuevos, incluso que adquieran
un carácter más o menos hegemónico en determinado momento, no garantiza que
perduren eternamente como tampoco que desaparezcan sentidos precedentes.
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3. De la teoría de
los juegos a la teoría del uso
3.1. Validez limitada
de los lenguajes artificiales
La primera proposición de las Philosophische Untersuchungen,
es un largo comentario de un fragmento central de las Confesiones de San
Agustín. A Wittgenstein le interesa ese diario personal, privado, íntimo en el
que San Agustín narra la conversión de un joven pagano con aptitudes
filosóficas literarias y, sobre todo, las reflexiones que contiene sobre
problemas de la cultura, de la ciencia y de la filosofía del momento. Uno de
los grandes problemas que recorren las Confesiones, es la discusión en torno a
la naturaleza del lenguaje (sus límites y usos). No obstante, Wittgenstein
critica la contradicción a la que lleva la teoría del lenguaje de Agustín, esto
es, la suposición de que existen cosas a las cuales les ponemos etiquetas
(...) En estas
palabras obtenemos, a mi parecer, una determinada figura de la esencia del
lenguaje humano. Concretamente ésta: las palabras del lenguaje nombran objetos
–las oraciones son combinaciones de esas denominaciones.
En esta figura del
lenguaje encontramos las raíces de la idea: cada palabra tiene un significado.
Este significado está coordinado con la palabra. Es el objeto por el que está
la palabra.
De una diferencia
entre géneros de palabras, no habla Agustín. Quien así describe el aprendizaje
del lenguaje piensa, creo yo, primariamente en sustantivos como “mesa”,
“silla”, “pan” y en nombres de personas, y sólo en segundo plano en los nombres
de ciertas acciones y propiedades, y piensa en los restantes géneros de
palabras como algo que ya se acomodará (Wittgenstein PU :§1).
Son sonidos, dice Wittgenstein, con los que llamamos,
pronunciamos o pretendemos señalar, etiquetas de objetos; pero el mundo de
objetos que supone ese lenguaje no está puesto en cuestión; es ese y no podría
ser otro. No es en un mundo posible de objetos, es el mundo de los objetos.
Esto parece funcionar sobre todo con el lenguaje más elemental y básico; pues,
si afirmamos la existencia de etiquetas para determinados objetos, bastaría
imaginarnos una cultura en la que estos objetos no existieran para que entrara
en crisis. Entonces, obviamente, esa teoría de lenguaje donde las palabras
nombran objetos, y cada palabra tiene un único significado, no funciona más
allá de casos extremadamente limitados.
Lo que está en discusión en las PU es la cuestión de la
oposición entre lenguaje objeto y metalenguaje (cuestión por otra parte, ya
presente en el Tractatus). Wittgenstein quiere superar el metalenguaje de la
verdad, el metalenguaje de la ciencia con el cual el positivismo suponía que
podía describir la realidad en su objetividad absoluta, en su universalidad; se
propone escribir un libro de filosofía del lenguaje (de la ciencia), sin
recurrir –o recurriendo lo menos posible– a un metalenguaje: los problemas
filosóficos no pueden ser explicados en el sentido tradicional, pero se los
puede mostrar. Ese mostrar las contradicciones o las consecuencias prácticas
que tiene la presentación de proposiciones que se consideran centrales en el
sistema filosófico que se está analizando o criticando es, justamente, lo que
denomina juegos del lenguaje.
Es por eso que después de presentar la cita de San Agustín y
resumirla en la frase: “las palabras del lenguaje nombran objetos”, se propone
mostrar los supuestos de esta proposición: aceptar que las palabras nombran
objetos, implica también aceptar que el mundo, la realidad, está creada de una
manera definitiva y para siempre; claro que podríamos llegar a aceptarlo, pero
admitiendo también las consecuencias que tiene esta proposición, esto es, que
el mundo (la realidad), existía tal como es antes del lenguaje (antes que
alguien lo nombrase).
3.2. Asimetría
sígnica y alienación lingüística
Planteado el problema y los límites de esta teoría,
Wittgenstein presenta justamente –sin explicación–, una visión distinta del
fenómeno mediante un ejemplo del lenguaje cotidiano. Puede advertirse, por otra
parte, que la consideración de lenguaje en las PU empieza a ser muy amplia, en
el sentido que incluye el lenguaje hablado (el lenguaje natural), las acciones
que se derivan de su uso y los sistemas de comunicación no
verbales.Wittgenstein muestra que los objetos que nombra el lenguaje –como lo
piensa San Agustín– sólo son posibles porque existe un acuerdo –no
necesariamente simétrico– en torno a los mismos.
(...) Piensa ahora en
este empleo del lenguaje: envío a alguien a comprar. Le doy una hoja que tiene
los signos “cinco manzanas rojas”. Lleva la hoja al tendero, y éste abre el
cajón que tiene el signo “manzanas”; luego busca en una tabla la palabra “rojo”
y frente a ella encuentra una muestra de color; después dice la serie de los
números cardinales –asumo que la sabe de memoria— hasta la palabra “cinco” y por
cada numeral toma del cajón una manzana que tiene el color de la muestra. Así,
y similarmente se opera con palabras (Wittgenstein PU : §1).
Describe escuetamente una situación, prefiere mostrarla,
dejando al lector la posibilidad de reponerla y revivirla. Esta situación
cotidiana, elemental y muy simple implica toda una estructura de significados y
una estratificación social en la que tiene sentido. Lo implícito en ella es la
asimetría, uno los procesos fundamentales de todo proceso lingüístico, más o menos
flexible pero casi un universal en la producción textual. En esta situación que
es común, verosímil, alguien pide –ordena– a otro que haga algo; es la
mediatización de la producción de cualquier proceso social. Podrá discutirse
posteriormente si esto está realizado en condiciones de esclavitud, explotación
o cooperación, pero en el momento de la enunciación hay una relación asimétrica
(que no tiene que ser anquilosadamente tal) y una mediatización: alguien manda
y otro obedece (obviamente quien obedece puede responder, pero esa es otra
instancia). Esas relaciones asimétricas se extienden muchas veces en la
sociedad y se fosilizan y puede ser que determinados grupos den más órdenes que
otros y que otros obedezcan más que algunos, con más o menos conciencia o
complejidad; son posibilidades de desarrollo en las relaciones dialógicas.
Por otra parte, los modelos lingüísticos más pragmáticos,
dice Wittgenstein en el parágrafo 2, residen en una imagen muy primitiva del
modo y manera en que funciona el lenguaje: el concepto filosófico de
significado implica siempre algún tipo de significación o de lenguaje más
primitivo (en el sentido de anterior, precedente) que el que estamos
utilizando. Es decir, todo significado utilizado en un determinado momento está
sobrentendiendo significados anteriores. Cualquier uso del lenguaje implica
usos precedentes y tiene algún tipo de consecuencia práctica (acuerdo,
desacuerdo e, incluso, indiferencia). En la producción lingüística,
potencialmente hay fuentes de conflictos permanentes, sobre todo cuando las
relaciones asimétricas son acentuadas.
El mundo adquiriría así una especie de estructura derivada
de las prácticas. El lenguaje verbal no es tan sólo la etiqueta de ciertas
cosas que suponemos atómicas (o que algunas teorías suponen que son atómicas),
sino que define prácticas.
Ahora bien, este proceso tan simple descrito en el ejemplo,
sólo es posible porque existe un acuerdo generalizado, aquello que Gramsci
denomina alienación lingüística, es decir, la aceptación de cierto nivel o
ámbito de naturalidad de determinados procesos de la realidad. En cualquier
situación cotidiana, es posible explicitar una cantidad de supuestos;
Wittgenstein pretende mostrar que el uso más simple del lenguaje supone un
acuerdo o estructura social extendida mayoritariamente aceptada. Traducido en
términos gramscianos, este simple hecho no podría producirse si no hubiera una
hegemonía reconocida. El lenguaje funciona porque hay un concepto o principio
de realidad alienado y esto es inevitable (aquí no hay una consideración
negativa del concepto de alienación); no podemos imaginar una situación en la
cual no haya un margen de alienación o acuerdo no necesariamente simétrico. De
alguna manera, una especie de principio de falsa conciencia impidió ver este
fenómeno; durante siglos parte importante del pensamiento filosófico occidental
estuvo alienado en una teoría del lenguaje que no sólo describía lo que pasaba
sino que ratificaba la alienación. Y acá advertimos –y esto también es
gramsciano– que una teoría científica, una teoría social, no es sólo una
descripción objetiva de hechos sino además el modo más poderoso para reaceptar
naturalmente esa descripción de hechos.
Esto último adquiere dimensión con la escritura. Ciertas
lenguas (no todas, pero es una tendencia muy extendida) a partir de un punto de
su desarrollo han generado sistemas escriturarios;
8
es decir, parecería ser que en un determinado momento las
lenguas necesitan perpetuarse por escrito. Y esa parte de producción escrita
tiende a afirmar un último eslabón de esta construcción de alienación y
ratificación de la misma que busca, de alguna manera, la imposición y la
clausura de una determinada cosmovisión. Sin embargo, la escritura también
puede ser el modo por el cual esas categorías alienadas, implícitas, se pueden
explicitar.
La alienación para Wittgenstein es el no poder sentir una
forma por la aceptación de ciertos principios que organizan nuestra vida y que
constituyen imposiciones sociales. De un modo muy poco ingenuo, entiende que es
muy difícil desembarazarse de cualquier mecanismo de alienación axiológica.
9
Si no podemos sentir como forma un mensaje, y particularmente
un mensaje estético, no es debido a un supuesto poder efectivo de descripción
de los hechos de la realidad, sino que tal facilidad en la lectura da cuenta de
que estamos habituados a producir o recibir mensajes en ese ámbito estilístico.
Y más aún, Wittgenstein llega a pensar que todo lo que se acepta como natural,
es porque de alguna manera aparece justificado por un lenguaje no verbal o por
mecanismos de adquisición del lenguaje extremadamente arcaicos. Esta alienación
de las formas lingüísticas y estéticas empieza a funcionar entonces como una
cantidad de significados implícitos, no explícitos.
3.3. Lenguajes
verbales y no verbales como programas de comportamiento
Wittgenstein reflexiona sobre los sistemas o mecanismos de
comunicación no verbal principalmente a partir de las observaciones de Sraffa;
el lenguaje no verbal (que excede lo corporal o gestual, que es lo más
evidente),
10
es una especie de lógica implícita (no natural) que le da
sentido. Asimismo, en esa transmisión de mensajes no verbales que naturaliza
tantos elementos importantes y fundamentales (tantos significados, en definitiva),
hay una aceptación de cierta ideología.
11
Wittgenstein toma microtextos, pequeñas, breves, simples
situaciones de uso cotidiano del lenguaje, y juega sobre ellas. Las órdenes
particularmente son un buen ejercicio inicial, se pregunta sobre ellas o lo que
hay detrás de sus usos; también se pregunta sobre actividades que hacemos
coordinadamente, implícitamente incluso, sin hablar, en las que se advierte una
destreza, un entrenamiento. Mostrar estos fenómenos, estos usos del lenguaje
cotidiano verbal e incluso no verbal,
12 es lo que permite ver –no teorizar– la estructura del lenguaje.
Y este es el máximo de desalienación posible al que podemos aspirar.
De alguna manera, para Wittgenstein, los procesos no
verbales implican significados implícitos y programas de comportamiento
(programas que inducen a la acción, a la praxis social), cuestión relacionada
desde el punto de vista epistemológico con otro de los temas centrales en las
PU: la cuestión relativa a una teoría que admite que el conocimiento funciona a
partir de la definición de modelos no necesariamente incompatibles entre sí,
inclusive muchas veces sustituibles y complementarios.
13 Los programas de comportamiento, (i.e. los lenguajes verbales y
no verbales) se explican justamente por la alienación. No nos damos cuenta,
dado el uso altamente automatizado que tenemos del lenguaje natural y de los
lenguajes no verbales en general, que éstos no sólo son formas de describir el
mundo (los hechos) y de establecer comunicaciones interpersonales, sino que
además (y tal vez antes que nada) son modos de organización social. Son
programas por los cuales podemos funcionar socialmente.
14
Esta idea desarrollada en las PU , en realidad es una de las
preocupaciones constantes de Gramsci en los Quaderni del Carcere.
15
Es decir, Wittgenstein toma estas cuestiones presentes en
Gramsci (a través de Pietro Sraffa), las reelabora y convierte –lo podríamos
ver así, desde una perspectiva socio-epistemológica– en un tema central de la
epistemología en el siglo XX.
3.4. Adquisición del
lenguaje
La gran duda de Wittgenstein es cómo adquirimos la destreza
de lenguaje y cómo la perfeccionamos, en función de determinado ideal
lingüístico, cómo entramos al mundo de lo lingüístico o de lo lógico
propiamente dicho. De alguna manera, en las Philosophische Untersuchungen
sugiere que lo elidido en las teorizaciones del lenguaje, e incluso las
teorizaciones que hacemos cotidianamente, es justamente, el modo en que lo
aprendimos. Y esto, en definitiva, implica la reposición de la dimensión social
del lenguaje, no sólo verbal sino también del no verbal.
Para Wittgenstein hacemos recortes aproximativos y
polisémicos de los significados; funcionan como si fueran etiquetas pero son
recortes imperfectos. Y principalmente, en la adquisición del lenguaje (la
adquisición de cualquier destreza a lo largo de nuestra vida) hay una dimensión
material que implica un adiestramiento.
Los significados hacen permanentemente referencia a otros
significados y sólo tienen sentido porque hay una estructura, un proceso que
funciona debido a que implica un mínimo de relaciones jerárquicas asimétricas.
La adquisición del lenguaje (que se da de padres a hijos desde el momento del
nacimiento, por ejemplo) es un proceso simple pero posible sólo porque están
naturalizados otros sentidos que le dan efectividad.
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Esto es importante y a considerar en la relación aquí
desarrollada entre el pensamiento de Wittgenstein y Gramsci; en efecto para
Gramsci toda relación de hegemonía es siempre también una relación pedagógica.
Es decir, las relaciones pedagógicas son procesos de hegemonía; puede haber
distintos niveles pero hay un inicio que es hegemónico, la adquisición del
lenguaje, la adquisición del conocimiento tiene un principio: la aceptación de
una hegemonía. No significa que después no pueda haber un proceso más
democrático, pero el inicio de la relación pedagógica es una relación de fuerte
hegemonía y por ello asimétrica. La adquisición del lenguaje es, tal vez, el
momento donde más descarnadamente se presenta.
No hay comunicación si alguien no enuncia y otro no escucha,
aunque escuchar a veces implica obedecer o aceptar el sentido del otro. Después
podemos refutar pero antes tenemos que entender, asimilar hasta un cierto
punto. Con respecto a esto último aparece también en discusión otro punto: la
adquisición de los lenguajes (además de asimétrica) implica un adiestramiento
de las ausencias, de las pertinencias y de los intereses.[17]
Si tenemos que producir mensajes y particularmente mensajes
estéticos, reales, efectivos, sólo podemos hacerlo en una lengua que
justamente, no es como la que describen filósofos como Russell es decir,
precisa, sin ambigüedades o contradicciones, en la que cada hecho de la realidad
es descrito por signos autónomos que se corresponden sin residuos. De esta
manera, Wittgenstein toma distancia del contractualismo rousseauniano,
concepción del lenguaje que oculta y cercena el disenso en la medida en que
afirma ciertos significados como correctos. También Gramsci duda de este
contractualismo; para Gramsci hay una imposición de un contrato en relaciones
que son esencialmente asimétricas y con ello, una legitimación de la ideología
del contrato primigenio (proceso complejo y extendido en el tiempo).
Wittgenstein toma estas ideas gramscianas; no cita a
Gramsci, posiblemente por cuestiones políticas, simplemente lo aplica y da
ejemplos. Y precisamente, el ejemplo de que el contrato rousseauniano no se
condice con ningún hecho, según Wittgenstein, es la adquisición del lenguaje.
La adquisición del lenguaje no se produce por una interacción simétrica del
niño, el niño está obligado a aprender ese lenguaje, no puede producir o
rectificar las normas. Es decir que la adquisición del lenguaje en su fase
originaria, para Wittgenstein –y lo dice literalmente– tiene la forma de un
adiestramiento. Ahora bien, ese adiestramiento en el niño, en su fase más
simple, más primitiva, es un adiestramiento ostensivo, mostrado. Pero además,
en este hecho tan simple de una adquisición (asimétrica) del lenguaje, donde se
impone mediante un adiestramiento una definición ostensiva, no es ni más ni
menos que la adquisición de una pertinencia de la realidad: cuando adquirimos
el lenguaje, se nos está diciendo a qué aspectos de la realidad tenemos que dar
primaria importancia.
La enseñanza ostensiva no es sólo la instrucción de lo
explícito (la presencia) sino también de lo implícito, i.e. la ausencia. Y
sobre todo, lo que más se aliena en la instrucción del lenguaje (de la cultura
o de las formas estilísticas más complejas de la misma como el arte) es ni más
ni menos que la pertinencia, el interés que hay en esa adquisición. Entonces,
lo que estamos adquiriendo no es sólo una etiqueta, es un uso de etiqueta (cómo
se usa) y sobre todo el contexto en el cual esa etiqueta se usa. El gran
implícito es el contexto y el uso, el interés, la práctica (Prieto 1975).
Mostrar este proceso, a Wittgenstein le resulta
absolutamente relevante; pues es un modo de entender que si los mecanismos más
elementales de la construcción lógica de la mente humana tienen un origen como
este –es decir, mediante adquisiciones asimétricas de programas de comunicación
y de pertinencias, adquiridos desde lo más remoto de nuestro desarrollo personal
y del desarrollo como especie–, con más razón lo tienen las teorías completas.
Entonces, las teorías de la ciencia son, obviamente, mucho más construíbles y
deconstruíbles que estas elementales concepciones de la realidad básica.
Según el esquema que desarrolla Wittgenstein en las
Philosophische Untersuchungen, una pregunta no tiene por contrapartida una
respuesta. Tendemos a asociar pregunta a respuesta y conforme su planteo a una
pregunta “es realmente una orden”.
Podríamos imaginarnos un lenguaje en el que todas las
aserciones tuviesen la forma y el tono de preguntas retóricas; o toda orden la
forma de la pregunta: «¿Querrías hacer esto?» Quizás entonces se diría: «Lo que
él dice tiene la forma de una pregunta, pero es realmente una orden» — esto es,
tiene la función de una orden en la práctica del lenguaje. (Similarmente se
dice «Harás esto» no como profecía, sino como orden. ¿Qué la convierte en una
cosa y qué en la otra?) (Wittgenstein PU: §21).
Las preguntas terminan siendo redundantes, dice Wittgenstein;
son el último modo en que se ratifica la redundancia. Muchas veces preguntamos
sabiendo ya la respuesta y para ratificar un comportamiento. Porque, además es
necesario –en ese proceso de redundancia creciente– verificar la eficiencia del
aprendizaje. Es decir, no sólo se enseña o se repite para ratificar, sino que,
en muchos casos lo que se hace es verificar la eficiencia del aprendizaje.
Obviamente, como todo funciona ostensivamente, es necesaria la redefinición
continua, pues las mismas traslaciones de significado que se pueden producir
para ratificar algo, se pueden producir para refutarlo.
Esto es parte de la lógica de que el significado se puede
abrir ilimitadamente y hay un intento desesperado por controlar esas aperturas.
Este es un fenómeno muy claro que se ha visto repetidamente en la segunda mitad
del siglo XX: vanguardias fagocitadas, reproducidas, imágenes, símbolos que se
han divulgado e incluido en la lógica de la redundancia. Tal vez, esta última
sea la expresión: entran en la lógica de la redundancia y pierden el
significado, no producen ningún tipo de contrastación con los mismos.
Wittgenstein afirma que nunca existe una explicación final,
siempre se puede agregar una explicación más. Prueba de ello es la redundancia;
la redundancia no quiere que haya una explicación más, quiere repetir la misma
explicación; si la repetición es necesaria y constante es porque siempre,
potencialmente, hay respuestas –en el sentido bachtiniano– a la hegemonía.
La respuesta, entendida como la capacidad responsiva de
explicitación de la diferencia, de reposición de la ausencia, es, en todo caso,
una consecuencia no deseada por la hegemonía en el proceso de redundancia. Es
decir, la verdadera respuesta es la que se da a la aseveración que implica la
proposición. Cada vez que afirmamos algo, aseveramos intentando imponer lo
afirmado como natural; la respuesta es la desnaturalización de la aseveración
de una proposición. Y en tal sentido, la alienación se profundiza cuando se
cercena no sólo una pertinencia sino la capacidad responsiva; es decir, cuando
se limita la posibilidad de respuesta, por lo menos inmediata, se produce un
efecto de mayor alienación (como dice Bachtin, en la recepción inmediata este
es el mecanismo). Si bien existe un proyecto más o menos marcado de la cultura
de la sociedad para imponer un modelo de lenguaje de este tipo, no se puede
evitar el disenso; sólo se puede controlar aquí y ahora, pero queda siempre
abierta la posibilidad de otra lectura (Mancuso 2005). Por eso, justamente, Bachtin
habla de contextos lejanos [1997]. Hoy no podremos responder a esto, pero algún
día será respondido, será contada otra versión. Y será imposible de acallar.
(Bachtin [1979]:323).
No es posible evitar la alienación, pero tampoco es posible
nunca evitar el disenso, la respuesta, el carácter responsivo de la lengua. Y
esto se explica porque en definitiva la semiosis (como la denomina Peirce) el
sentido común (Gramsci) o el lenguaje (como lo está llamando aquí
Wittgenstein), es acumulación de significados (es acumulativo).
Diacrónicamente, todos los sentidos posibles son aceptables, imposible de
eliminar.
18
3.5. Plusvalía
sígnica
Según Rossi-Landi, el esquema lingüístico
gramsciano-wittgensteniano presenta un proceso por el cual advertimos que
producimos o reproducimos significados en una lengua que no nos pertenece
totalmente porque de alguna manera nos viene impuesta (y es imposible que esto
no sea así); nacemos y nos sumergimos paulatinamente en una estructura
simbólica que se nos impone más o menos coercitivamente y que, hasta donde
podemos imaginar, es difícil pensar que funcione de otra manera. La utilidad de
un proceso de extrañamiento del lenguaje natural, es que precisamente
posibilita reducir el plusvalor lingüístico. En términos simples, si tenemos
conciencia de cómo funciona el lenguaje, reducimos el plusvalor.
El núcleo más importante de la producción lingüística, es
justamente el de las mercancías como mensajes (descripto en la proposición 1 de
las PU). Lo que ahí se pone de manifiesto es la asimetría, la orden y el
acuerdo que existe entre un adulto que manda a alguien a comprar manzanas y
otro adulto –el tendero– que puede entender lo que se dice en ese papel acerca
de qué tipo y cuántas manzanas debe entregar a cambio de la transferencia de un
signo monetario. Sólo porque hay un acuerdo es que esta simple acción se
produce.
En ese punto, Wittgenstein aborda de una manera bastante
original una cuestión que había sido discutida por los gramáticos durante mucho
tiempo y que, de alguna manera, reaparece en la segunda mitad del siglo XX, tal
el problema de la elipsis. Para Chomsky, la elipsis demostraría que existe una
estructura profunda que es la que organiza la lengua y que sólo se explicita
parcial o totalmente, según los casos y según los usos de cada hablante (1957).
19 Para este autor, la elipsis es un problema de la estructura
superficial; en definitiva toda proposición está siempre realizando la misma
estructura lingüística lógica profunda y todas las otras proposiciones son
variantes derivadas de la misma. Todo lo que podemos sobrentender, para Chomsky
son transformaciones en la realización de la estructura profunda.
La visión de Wittgenstein es distinta. De hecho no entra
exactamente en esta discusión; desde una perspectiva mucho más social –en
realidad gramsciana– advierte en la elipsis un acuerdo o consenso previo (no
necesariamente pacífico, por el contrario, muchas veces es producto de una
imposición social). Es decir, que funcionemos simbólicamente a partir de
sobrentender ciertos elementos y que igualmente podamos entendernos, en el
fondo para Gramsci y para Wittgenstein demuestra que existe un sentido común y
una hegemonía y no una gramática universal implícita. Esta conclusión a la que
llega en este punto Wittgenstein es producto de su análisis de los juegos del
lenguaje, demostración por la que hace ver en pequeñas situaciones lingüísticas
cotidianas el funcionamiento de la comunicación al sobrentenderse un acuerdo
simbólico del cual se participa. El proceso de incomunicación, justamente, es
producto de una discusión de ese consenso.
La oración abreviada, la elipsis o la pregunta en
determinados juegos del lenguaje o en ciertas situaciones comunicativas, busca
reafirmar el acuerdo, el consenso; intenta reconstruir, llegado el caso, la
hegemonía sin la cual no funciona el lenguaje, la cultura o la sociedad humana.
Como mecanismo, para Gramsci o para Wittgenstein, esa hegemonía es la que
permite el funcionamiento del lenguaje, sino no podríamos comunicarnos, al
menos en el sentido tradicional que se le dio al término. En última instancia,
la verdadera estructura profunda, parafraseando a Chomsky, no es una lógica
universal según Wittgenstein, sino que es un consenso, una hegemonía que por
muchísimos motivos de un modo u otro aceptamos, incluso involuntariamente.
Una elipsis simple que comenta Rossi-Landi para entender a
qué apunta Wittgenstein cuando habla de ella, es la exhibición en una vidriera
de algo; el sólo hecho de exhibir algo en el contexto de un comercio es el
primer paso (y el último, según la perspectiva) de un complejo proceso comunicativo
en el que hay implícitos una gran cantidad de mensajes. La condición de
posibilidad de la elipsis es, justamente, el consenso. Consenso que se funda a
partir de la hegemonía, que no es natural ni permanente pero es histórico.
20 Por eso para Gramsci, la importancia de construir una hegemonía
alternativa es que entraña la posibilidad de reconocer a la mayor cantidad
posible de individuos el derecho de producción sígnica (De Mauro 1982).
Entonces, la elipsis se sostiene por el consenso, la
hegemonía. Y la hegemonía, en definitiva, se reconstruye constantemente por la
redundancia o repetición. Los procesos comunicativos, en particular algunos,
son redundantes justamente para naturalizar y renaturalizar la hegemonía. El
núcleo más importante de ratificación de la hegemonía es, justamente, la
repetición, la redundancia.
21
3.6. Juegos
lingüísticos
En la proposición 19, Wittgenstein aborda un punto central
de la teoría del lenguaje:
Puede imaginarse
fácilmente un lenguaje que conste sólo de órdenes y partes de batalla. —O un
lenguaje que conste sólo de preguntas y de expresiones de afirmación y de
negación. E innumerables otros. — E imaginar un lenguaje significa imaginar una
forma de vida (Wittgenstein PU:§19).
El lenguaje a veces funciona como órdenes y partes de
batallas y esto puede ser visto como el núcleo central de los lenguajes
naturales.
Wittgenstein combatió en la Primera Guerra Mundial,
experiencia muy significativa y trascendental en su vida. En el momento de la
batalla, no se puede dudar; en muchas otras situaciones parecidas aunque de
menor cuantía, el lenguaje funciona de ese modo: alguien ordena y otro, sin
reflexionar, obedece.
22
Esta explicación es una dramatización del poder de la
hegemonía, tal como lo entiende Gramsci: ¿qué es lo que nos hace ir a la
guerra, aplaudir a un dictador o votar a un gobernante autoritario?
Precisamente, la hegemonía; para Gramsci, por lo menos, son procesos
hegemónicos que se introducen en el lenguaje explícito e implícito.
Y posteriormente dice:
(...) La expresión
“juego de lenguaje” debe poner de relieve aquí que hablar el lenguaje forma
parte de una actividad o de una forma de vida (...) (Wittgenstein PU: §23).
Esa forma de vida es ratificada en cada uno de los juegos
del lenguaje más simples y más cotidianos.
El lenguaje es un juego y como todo juego, tiene reglas.
Reiteradamente Wittgenstein se pregunta ¿Qué significa aprender a jugar un
juego? Significa aprender las reglas y sobre todo, aceptar la pertinencia de
ese juego (considerar que jugar ese juego tiene algún interés).
Para que el lenguaje funcione deben seguirse sus reglas;
pero esas reglas no son naturales, fueron adquiridas y no necesariamente tienen
que valer para todos los usos del lenguaje. Claro que podemos buscar o querer
que se produzcan interferencias en una comunicación, pero en determinados
momentos, por contestatarios que seamos, queremos que las reglas se cumplan.
El juego del lenguaje sobrentiende acciones que se están
entretejiendo, dice Wittgenstein (PU: §7). A veces nos desconcierta la
uniformidad de acción (PU: §11), es decir, ante un signo todos hacen lo mismo
(ante la recepción de una determinada obra todos leen lo mismo); y a veces nos
desconcierta su lectura extraña. En otros términos, ante un proceso
comunicativo podemos acatar las reglas o podemos romperlas, pero cuando
rompemos las reglas en un juego del lenguaje, no debemos creer que no tenemos
reglas; estamos rompiendo las reglas porque estamos siguiendo otras reglas.
Es decir, Wittgenstein no puede concebir un proceso social,
un proceso significativo, un proceso lingüístico semiótico en el cual no exista
algún tipo de reglas. En términos gramscianos, la hegemonía tiene como posible
respuesta una hegemonía alternativa; ante la naturalización de un discurso
social determinado, podemos acatarlo o podemos responder con una hegemonía
alternativa. Esta última, que Gramsci a veces describe de manera complementaria
y no sistemática sería, en definitiva, una reversión, una modificación de la
hegemonía; nunca su anulación. Claro que esta modificación, por otra parte,
para Wittgenstein nunca será total; lo será de algunas reglas, de cierta
tonalidad, de ciertos usos y nunca una refundación de un lenguaje edénico
(proyecto por otra parte imposible). Por eso, el lenguaje nunca es definitivo;
como “una vieja ciudad”, la sociedad, la cultura es una acumulación de sentidos
diversos donde algunos son predominantes, otros no, pero están en constante
reformulación.
Jugar es aceptar las reglas de cada juego y aceptar la
pertinencia. Puede imaginarse, dice Wittgenstein, “que alguien haya aprendido
el juego sin aprender las reglas o sin formularlas” (PU: §31). En realidad, ahí
las reglas no fueron explicitadas, están tan alienadas que son aceptadas y
están funcionando como tales.
Una expresión de Eco, de alto interés y que ayuda a entender
el planteo de Wittgenstein, es la del significado como programa narrativo
implícito (1979). El significado –empezó discutiendo en las PU– no es una
etiqueta para algo que existe; esa es una concepción simplista, rudimentaria y
que valdría para muy pocos casos. En realidad, un significado es un programa
narrativo implícito, que se puede explicitar más, menos, o no explicitarse. Los
significados, los juegos (que son el modo más patente de comprender los
significados) son una serie de pertinencias, de intereses (creados, legítimos
relevados como tales) y modos, instrucciones para proceder en torno a esos
intereses; además altamente alienados i.e. naturalizados. Obviamente, las
posibilidades de explicitación de esos programas narrativos varían según las
circunstancias.
Todo uso del lenguaje, en el fondo, el uso de cualquier
significado, implica una aserción, una afirmación, dice Wittgenstein. La
cantidad de significados implícitos en una aseveración es incontrolable;
decimos algo, en eso que decimos hay una suposición de cómo ese algo es. Y si
aceptamos que ese algo es así (una hipótesis) estamos suponiendo cómo es y por
lo tanto actuamos en consecuencia con esa suposición. Obviamente hay situaciones
en la que estos significados son más endebles o no están generalizados, pero
hay circunstancias (tal vez no muy numerosas pero sí trascendentales) en las
cuales participamos mayoritariamente de un significado (aceptándolo como tal y
actuando en consecuencia).
Aquí aparece una cuestión trascendental, otro punto de
interés en el cual coinciden, no sólo Gramsci y Wittgenstein, sino también
Bachtin. Y es que las organizaciones de los significados, y las acciones que se
derivan de los significados del lenguaje, tienden a estabilizarse en géneros.
Es decir, entre el lenguaje universal de los significados generales y las
prácticas lingüísticas efectivas y sus prácticas derivadas hay una
intermediación que son los géneros.
23
En la proposición 23, Wittgenstein se pregunta
¿Pero cuántos géneros
de oraciones hay? ¿Acaso aserción, pregunta y orden? –Hay innumerables géneros:
innumerables géneros diferentes de empleo de todo lo que llamamos “signos”,
“palabras”, “oraciones”. Y esta multiplicidad no es algo fijo, dado de una vez
por todas; sino que nuevos tipos de lenguaje, nuevos juegos de lenguaje, como
podemos decir, nacen y otros envejecen y se olvidan. (Una figura aproximada de
ello pueden dárnosla los cambios de la matemática) (Wittgenstein PU: §23).
Los géneros son juegos de lenguajes, modos prefabricados por
los cuales determinadas ideas encuentran un contexto más o menos flexible. Los
géneros, en definitiva, funcionan como construcciones estéticas.
En toda esta primera parte de las PU, Wittgenstein gira en
torno a una cuestión fundamental en una teoría del lenguaje, tal la
naturalización del significado. Es decir, cómo es posible que los significados,
en determinadas circunstancias, adquieran un consenso tan alto o qué procesos
ocurren para que determinados significados se naturalicen, hasta el punto de
que no es necesario explicitarlos para producir una reacción social concordada.
Wittgenstein llega a la conclusión de que el lenguaje –y cuando habla de
lenguaje está hablando de la cultura, de la sociedad y de procesos
comunicativos que no sólo son los del lenguaje natural– fabrica esquemas de
sentido más o menos estables que se van repitiendo, que se adecuan según las
circunstancias pero que muchas veces son tomados como estructuras de sentido
previo y familiar para la acción; ellos son los géneros discursivos.
Pero ¿qué define el juego de lenguaje? ¿Qué es lo que hace
elegir un género y no otro? Precisamente, la pertinencia, la focalización
(establecer a qué se va a dar relevancia). La decisión del género i.e. la
decisión del juego de lenguaje a utilizar, implica ni más ni menos que dar
prioridad a una cuestión.
Completando este planteo, Wittgenstein dice:
Podemos decir: solo
pregunta con sentido por la denominación quien ya sabe servirse de ella
(Wittgenstein PU: §31).
Sólo se puede poner en conflicto un sentido, se puede
desnaturalizar un significado, cuando ya lo hemos adquirido. No podemos
deconstruir el significado antes de haberlo adquirido, máxime si son procesos
sociales.
La legitimación, entonces, de los significados naturalizados
se afianza por la redundancia, se conforma y se asegura mediante los procesos
escriturarios y se pone en discusión, se puede deconstruir o desnaturalizar
sólo en este punto, es decir, cuando se puede enunciar un interpretante que de
cuenta de los elementos anteriores del proceso. La verdadera deconstrucción de
un proceso social se da desde el momento de la comprensión del mismo, no
simplemente con su rechazo.
4. Conclusiones
En definitiva en esta primera parte y de alguna manera a lo
largo de las PU, Wittgenstein trata las consecuencias efectivas de la
utilización de un determinado signo en una determinada situación de uso (las
consecuencias pragmáticas, aquello que queremos decir cuando utilizamos un
signo). Y esto sólo se puede saber a partir de la deconstrucción del uso de ese
signo en un determinado contexto histórico real.
Otra cuestión que le interesa a Wittgenstein se relaciona
con las condiciones de posibilidad de producción de ciertos significados, es
decir, cómo es que se logra imponer los mismos. Generalmente se plantea el
acuerdo o el desacuerdo, pero a Wittgenstein le interesa más plantearse cómo es
que algunos significados se naturalizan, cómo se construyen –incluso los
alternativos– y cuáles son las consecuencias efectivas de la aceptación o la
puesta en práctica de los mismos.
Un tercer tema importante, –reiteradamente tratado en las
PU– es, justamente, el de los límites posibles de desalineación; en definitiva,
cuál es la posibilidad de actuar en esta situación, que además, desde mediados
del siglo XX (fecha de escritura de las Philosophische Untersuchungen)
aparentemente tiende a ser cada vez más asfixiante, obsesiva y omnímoda.
Y hay un punto más que es central (además de ser una
respuesta filosófica y ética) y es que el sujeto para Wittgenstein, si bien
extremadamente condicionado, no desaparece. En otros términos, no se diluye
como el sujeto posmoderno; tal vez porque Wittgenstein es contemporáneo al
nacimiento del postmodernismo, tal vez los autores posmodernos que afirman la
disolución del sujeto terminan siendo extremadamente pesimistas o han
capitulado –por así decirlo– ante esta masividad de la significación hegemónica
o imposibilidad de diferenciación ante el pensamiento único. Para Wittgenstein
el sujeto permanece. Es un sujeto fracturado, atravesado, cruzado, como quiera
definirse, fuertemente condicionado por su historia individual, general y social;
que tiene muy limitadas sus prácticas pero su responsabilidad no desaparece.
24
Y este sujeto intermedio, que no se diluye en la hegemonía y
lucha por mantener (en algunos casos) una cierta responsabilidad, se relaciona
con la semiosis (con la hegemonía) a través de los géneros. Los géneros
discursivos son, precisamente, las intermediaciones entre la totalidad (que
aniquilaría al sujeto) y la individualidad absoluta (prácticamente imposible,
porque ese sujeto está condicionado y alienado por el desarrollo social de la
sociedad en que vive).
La intermediación entre la individualidad y la generalidad
–o la hegemonía– que se da a partir de los géneros (formas semi-construidas o
prefabricadas de expresión) es, justamente, muy importante en la Estética, la
que para Wittgenstein es una posibilidad de resistencia (c 1929 (1989). El
arte, en definitiva, es el laboratorio donde se crean nuevos significados; el
lugar donde no sólo empiezan a forjarse esos significados sino también los que
después, mutata mutandis, a lo largo de un proceso muy complejo se imponen como
(mayoritariamente) naturalizados y producen prácticas. Ese sería, en todo caso,
un resquicio de esperanza en el mar del poder de la hegemonía; es un momento,
un uso muy particular y se logra mediante la deconstrucción de un determinado
género, explicitando el mismo y el modo en que se está montando, i.e.
mostrándolo (y es, de alguna manera, el mecanismo utlizado por Wittgenstein en
las Philosophische Untersuchungen).
Hay una aclaración final en el prólogo del Tractatus sobre
la dificultad en la compresión de lo expuesto para quien no haya pensado por sí
mismo algo parecido. Esto es válido para las PU. Dicho de otra manera: si no
repensamos esto en nuestro propio lenguaje, será difícil entender algo.
Wittgenstein pone énfasis en una especie de no teoría, en el sentido
tradicional, sino de pensamiento filosófico que tiene que ser hecho por un
lector modelo cooperante; apela a un lector que tiene que experimentar lo que
lee, por sí mismo, en su propio lenguaje, casi en una suerte de repetición de
la praxis que lo llevó a escribir sus reflexiones .
Ustedes —dice Wittgenstein– tienen que revivirlo; si no lo
reviven, la lectura es casi inocua; no la van a sentir.
Notas
[1]
Viena (Austria) 1889-Cambridge (Gran Bretaña) 1951.
[2]
En algún sentido, se lo convirtió en un autor de culto debido al elogio
absoluto del que fue objeto por una serie de autores. Por otra parte también es
cierto que algunos grupos –y esto es interesante y significativo para una
reflexión sobre las corrientes epistemológicas del siglo XX– quisieron
apropiarse de la lectura oficial del filósofo vienés, incluso falsificando y
ocultando hechos de su vida privada.
[3]
Período en el que escribe Wörterbuch für Volks- und Bürgerschulen (1926), una
gramática para escolares.
[4]
En este artículo, Rossi-Landi expande su primer intento –formulado en
Significato, comunicazione e parlare comune (1961)– de insertar algunas
técnicas wittgenstenianas en el tronco común del historicismo europeo
continental
[5]
La de Wittgenstein es una propuesta análoga a la peirceana: la duda aparece
bajo una forma de aparente paradoja, de anomalía, que nos llama la atención y
necesitamos resolver. Algo similar propone el método o la visión de la
deconstrucción contemporánea, sobre todo cuando analiza obras artísticas,
particularmente literarias. Esta corriente, postula que en toda expresión
artística la intención autoral choca en un determinado momento con un problema,
una decisión textual o una paradoja; un punto en el cual, como lectores
activos, decidimos cómo vamos a decodificar o entender tal obra.
[6]
Podemos pensar que hay un lenguaje que no es afectado por el lenguaje público
(i.e.aquel con el que necesariamente nos comunicamos cuando estamos
interactuando con los otros), pero a su vez, ¿cómo podemos imaginar que existe
un lenguaje privado? Y, si existe, ¿en qué condiciones? Wittgenstein se
inclina, evidentemente, por su existencia: hay un punto en nuestra conciencia
que no interacciona con el mundo.
[7]
Esta última es una idea similar a la concepción peirceana de semiosis: en la
semiosis los sentidos circulan con más o menos libertad, pero circulan; es
difícil controlar o predecir el origen, el resultado y el destino de esos
sentidos que se reconstruyen e incluso se contaminan permanentemente. Es
también –salvando las distancias y con algunas connotaciones distintas– la idea
que aparece en algunos escritos posmodernos, por ejemplo en Deleuze y Guattari
(1972). Es decir, esta idea que está presente en Wittgenstein, encuentra un
antecedente directo en Gramsci y uno más remoto en Peirce y marca uno de los
supuestos epistemológicos discutidos actualmente.
[8]
Wittgenstein anticipa ciertas proposiciones de autores como Lévi-Strauss, quien
advertía cierta cosmología en los sistemas de descripción del mundo en
determinadas culturas ( conf , Les mythologiques: Le cru et le cuit, 1964). En
realidad esto ya lo había intuido Giambattista Vico, filósofo italiano
contemporáneo a Descartes y uno de los inspiradores de la dialéctica marxista,
en De antiquissima italorum sapienti .(1710). La misma cuestión puede
advertirse en la crítica de Derrida (1967) al logocentrismo de la cultura (europea)
occidental.
[9]
En este sentido, el planteo de Gramsci y de Wittgenstein, tal vez, es menos
ingenuo del que aparece en los Manuscritos Filosóficos Económicos de Marx
(1844).
[10]
El lenguaje corporal es una mínima parte de lenguaje no verbal.
[11]
Wittgenstein no utiliza el término ideología, Gramsci si; no obstante la
teorización es idéntica; es decir, es el lenguaje del sentido común del que
para Wittgenstein es imposible escapar.
[12]
Justamente, entre las cuestiones que no estaban explicadas en el Tractatus y
que a los russellianos no les interesaba se explicara (pues quedaba fuera de la
teoría lingüística del empirismo lógico) se encontraba el lenguaje no verbal y
al que apuntaba Sraffa en algunas de sus críticas
[13]
Precisamente, el núcleo central de la tesis de Sraffa sobre la producción y los
valores, radicaba en que ninguna teoría puede ser interpretada como lógica
autosuficiente y simultáneamente ser reconciliada con los hechos en su
totalidad. Es decir en toda teoría siempre habrá aquello que posteriormente se
denominó residuos: hechos de los cuales el lenguaje no puede dar cuenta,
fenómenos que nuestro lenguaje (especializado o cotidiano) no puede nominar o
nombrar; no lo hace de hecho; son significados elididos, eventualmente
centrados en el justificativo ideológico de ese sistema de significación.
[14]
Gran cantidad de lingüistas fuera de la tradición filosófica en que se inscribe
Wittgenstein, trataron en algún punto, de abordar esta cuestión. Son aquellos
que se abrieron a algún tipo de estudio sociolingüístico, como Jakobson o
Coseriu , uno los padres de la sociolingüística. Otros autores también
mencionaron este tema, si bien no lo estudiaron exhaustivamente. Es decir hasta
épocas recientes, la lingüística no se ocupó sistemáticamente de la idea del
lenguaje como un programa de comportamiento o modo de organización social.
[15]
En efecto, a Gramsci le interesa la cuestión de los dialectos diastráticos, los
distintos usos de lenguaje según las clases sociales, niveles de educación,
etcétera; eso era, en definitiva, lo que construía para él la hegemonía. Esta
cuestión de los usos del lenguaje también aparece en Wittgenstein, ya en el
Tractatus , pero se transforma en un problema explícito sólo después discutirlo
durante años con Sraffa.
[16]
El niño no elige el lenguaje que hablará, hay una aceptación de la hegemonía de
la estructura del lenguaje (ni siquiera tiene posibilidad de elección).
[17]
Claro que en esto no significa que haya un acuerdo de significados.
Precisamente, este es uno de los supuestos de las teorías edénicas del
lenguaje, esto es, que los seres originarios acordaron democráticamente esas
primeras etiquetas para los objetos No es así como se crearon los lenguajes en
las hordas primitivas; primero hubo una imposición, hubo alguien que decidió
denominar algo de una determinada manera. En Opera Aperta (1962) hay un
interesantísimo apéndice de Eco en el que habla de la producción de lenguajes
en una lengua edénica. Eco, cuando escribe este texto , está muy influido por
Wittgenstein (sobre todo por el Tractatus ) y por Gramsci. Del mismo modo, gran
parte de los parlamentos más importantes de algunos de los personajes de Il nome
della rosa (1980) - son citas textuales de Wittgenstein, mínimamente
transformadas ( conf. Postille al nome della rosa (1983)).
[18]
Y ahí la escritura, en vez de funcionar como represiva, funciona, por el
contrario, como condición de posibilidad de la apertura. Precisamente porque
quedó escrito, puede ser respondido mediatamente.
[19]
En definitiva, la estructura profunda, gramatical, es una estructura común,
universal y natural (por lo menos en los planteos de Chomsky en los años
cincuenta-sesenta). Chomsky retoma el proyecto de los lingüistas jansenistas
del siglo XVII quienes opinaban que existía una gramática universal, proyecto
en el que nunca deja de creer; como naturalista del lenguaje, afirma la
existencia de una estructura lógica común a todos los seres humanos, única y
permanente desde épocas remotas. Justamente es una teoría universalista del
lenguaje donde las variantes sociológicas, sociolingüísticas, históricas y las
distintas lenguas, a su vez, funcionan como transformaciones de la estructura
profunda. De alguna manera, flexibiliza este planteo bastante duro y mecánico
hacia los años ochenta, pero no hay un cambio muy radical de su concepción del
lenguaje. Las concepciones chomskianas fueron refutadas y atacadas desde
distintos grupos: la lingüística soviética por ejemplo, lo consideraba un
absurdo; para los marxistas europeos era una teoría reaccionaria del lenguaje,
de la cultura. En definitiva es el cartesianismo aplicado a la lingüística.
[20]
Por ejemplo, si un niño, un ladrón o un anarquista expropiador toman lo que
está en una vidriera y se lo llevan, están quebrando (o pretenden quebrar) ese
acuerdo o consenso: el niño porque todavía no fue instruido, adiestrado,
educado en el respeto a ese signo que sólo se puede tener si se dan ciertas
condiciones; el ladrón porque simplemente se quiere apropiar de lo que no tiene
y el anarquista apropiador porque quizás querría refutar la legalidad o la
justicia de ese proceso comunicativo. Pero muchos de nosotros normalmente
aceptamos esos procesos comunicativos y hasta los naturalizamos en gran medida.
[21]
De ahí la razón de ser de los títulos de dos de los libros más importantes de
Deleuze, Différence et Répétition (1968) y Loguique du Sens (1969): la lógica
del sentido se entiende a partir de la repetición de y la diferencia. Esta es
una idea wittgensteniana en definitiva; cualquier lógica del sentido se quiebra
a partir de la diferencia, la explicitación de lo implícito que no
necesariamente es lo que no está presente en la elipsis; ésta simplemente es el
non plus ultra de la alienación (cuando se puede producir una correcta
elipsis). Uno de los casos extremos de elipsis o de alienación en un
determinado sistema sígnico, es la situación en la que dos operarios están
haciendo un trabajo y sólo se comunican por un lenguaje mínimamente gestual. La
diferencia, por el contrario, si bien también es una elipsis, explicita lo que
la redundancia acalla, lo que la repetición oculta, a veces más o menos
intencionalmente. O sea, la diferencia es la apertura posible de todo mensaje.
[22]
Ese es un fenómeno curiosísimo desde el punto de vista del Wittgenstein: hay
situaciones en las cuales la obediencia es total. ¿Cómo se llega a esa
obediencia total? ¿Cómo es que lenguaje tiene ese poder? ¿Cómo es que se llega
a ese nivel de consenso en las prácticas cotidianas?
[23]La
teoría de los géneros es el núcleo central de la teoría bachtiniana (confr. “El
problemas de los géneros discursivos” [1979] (1982): 248:293 ).
[24]
Es un sujeto no entregado, si bien tiene a veces una postura un poco tibia, un
poco ambigua en su propia vida, pero tal vez es una forma de resistencia. Para
Gramsci esto último es muy importante; en esas situaciones totalitarias o cuasi
totalitarias, que a veces se transforman en dominio o hegemonía la única
posibilidad muchas veces es la resistencia dentro de ciertas perspectivas
propias.
Referencias
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Revista de Semiótica
Nota del Editor
Hugo R. Mancuso, el autor del
presente trabajo, así como otro titulado Significado,
comunicación y habla ‘común’ | La cuestión de la alienación lingüística en
Wittgenstein & Gramsci
y que se ha publicado en nuestra revista Gramscimanía, se ha inspirado en la
obra de Ferruccio Rossi-Landi, quien se interesó tempranamente en Wittgenstein
en ‘Significato, comunicazione e parlare comune’ (1961) y en su
fundacional “Per un uso marxiano di Wittgenstein”(1966). Su obra atraviesa
desde la semiótica a la filosofía del lenguaje, incluyendo la economía
política, la antropología y las ciencias humanas, en un arco temporal que va
desde los años cincuenta a mediados de los ochenta, contribuyendo a la cultura
italiana con su importante aporte a la constitución de una ciencia de los
signos.
Autor de, ‘Il linguaggio
come lavoro e come mercato’ (1968), ‘Semiotica e ideologia’ (1972)
e ‘Metodica filosofica e scienza dei segni’ (1985), entre otros
importantes libros, desempeñó una prolífica acción cultural, como Director o
miembro de de revistas como ‘Methodos’ (1949-1952), ‘Occidente’ (1955-1956), ‘Nuova
Corrente’ (1966-1968), ‘Ideologie’ (1967-1972), ‘Dialectical
Anthropology’ (a partir de 1975) y ‘Scienze Umane’ (1979-1981). La
aplicación exhaustiva y sistemática de las principales hipótesis de Gramsci y
de Wittgenstein al estudio de la cultura por parte de Rossi-Landi, le
permitieron sentar los fundamentos teóricos para la construcción de una Teoría
Económica de la Lengua y una Teoría Semiótica General y Unificada de la
Cultura, aspectos de los que dan cuenta los artículos incluidos.