|
Evo Morales & Álvaro García Linera ✆ Bob Row
|
Álvaro García Linera
| En Bolivia, el antiguo
marxismo no es significativo ni política ni intelectualmente, y el marxismo
crítico, proveniente de una nueva generación intelectual, tiene una influencia
reducida y círculos de producción aún limitados. Por el contrario, el
indianismo, poco a poco, se ha ido constituyendo en una narrativa de resistencia
que en estos últimos tiempos se propuso como una auténtica opción de poder. En
los últimos cien años, en Bolivia se han desarrollado cinco grandes ideologías
o “concepciones del mundo” de carácter contestatario y emancipador. La primera
de estas narrativas de emancipación social fue el anarquismo, que logró
articular las experiencias y demandas de sectores laborales urbanos vinculados al
trabajo artesanal y obrero en pequeña escala, y al comercio. Presente desde
finales del siglo XIX en algunos ámbitos laborales urbanos, su influencia más
notable se da en los años treinta y cuarenta del siglo XX, cuando logra
estructurar federaciones de asociaciones, agremiadas de manera horizontal, en
torno a un programa de conquista de derechos laborales y a la formación autónoma
de una cultura libertaria entre sus afiliados.
Otra ideología que ancla sus fundamentos en las experiencias
de siglos anteriores es la que podríamos llamar indianismo de resistencia, que
surgió después de la derrota de la sublevación y del gobierno indígena dirigido
por Pablo Zárate Willka y Juan Lero, en 1899. Al ser reprimido este proyecto de
poder nacional indígena, el movimiento étnico asumió una actitud de renovación del
pacto de subalternidad con el Estado, mediante la defensa de las tierras
comunitarias y el acceso al sistema educativo. Sustentado en una cultura oral
de resistencia, el movimiento indígena, predominantemente aimara, combinará, de
manera fragmentada, la negociación de sus autoridades originarias con la
sublevación local hasta ser sustituido, como horizonte explicador del mundo en
las comunidades, por el nacionalismo revolucionario a mediados de siglo.
El nacionalismo revolucionario y el marxismo primitivo serán
dos narrativas políticas que emergerán simultáneamente con vigor después de la
Guerra del Chaco, en sectores relativamente parecidos (clases medias letradas),
con propuestas similares (modernización económica y construcción del Estado
nacional) y enfrentados a un mismo adversario, el viejo régimen oligárquico y
patronal.
A diferencia del marxismo naciente, para el cual el problema
del poder era un tema retórico que buscaba ser resuelto en la fidelidad canónica al texto escrito, el nacionalismo
revolucionario, desde su inicio, se perfilará como una ideología portadora de
una clara voluntad de poder, que debía ser resuelta de manera práctica. No es
casual que este pensamiento se acercara a la oficialidad del Ejército —la
institución clave en la definición del poder estatal— y que varios de sus
promotores, como Víctor Paz Estenssoro, participaran en gestiones de los cortos
gobiernos progresistas militares que erosionaron la hegemonía política
conservadora de la época. Tampoco es casual que, con el tiempo, los
nacionalistas revolucionarios combinaran de manera decidida sublevaciones (1949),
con golpes de Estado (1952) y participación electoral, como muestra de una
clara ambición de poder.
Obtenido el liderazgo de la revolución de 1952 por hechos y propuestas
prácticas, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) hará que su proyecto partidario devenga
toda una concepción del mundo emitida desde el Estado, dando lugar a una reforma
moral e intelectual que creará una hegemonía políticocultural de treinta y
cinco años de duración en toda la sociedad boliviana, independientemente de que
los sucesivos gobiernos fueran civiles o militares.
Texto extraído de “Indianismo y marxismo. El desencuentro de dos razones
revolucionarias” de Álvaro García Linera, en Revista Donataria, N° 2, marzo-abril de 2005.