Karl Marx ✆ Carlos Munita |
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En los artículos escritos para la New York Tribune en 1853, Marx extendió esa perspectiva a la India. Cantó las loas de lo que veía como una expresión del carácter progresista del colonialismo británico frente a la India de las castas y a su orden social tradicional «inamovible». Afirmó que si se excluían las conquistas extranjeras (desde los árabes a los británicos), la India era una sociedad sin historia. Sostenía, además, que la sociedad hindú fracasó a la hora de resistir a esas invasiones debido tanto a su división en castas como a la pasividad general de la sociedad. Las relaciones sociales comunitarias y la propiedad comunal en el campo aportaban una base sólida al «despotismo oriental». Todo esto hacía de la India un país permeable al colonialismo británico que, de todos modos, llevó consigo el progreso. Los pensadores postcoloniales y posmodernos, de los cuales el más conocido es Edward Said, criticaron el Manifiesto Comunista y los escrito de 1853 sobre la India como una expresión del conocimiento oriental que surgía del fondo de una mentalidad colonialista.
La mayoría de esas críticas no entendieron que a partir de 1853 la posición de Marx sobre Asia viene a ser más sutil y dialéctica, que comienza a variar en relación a la posición defendida en el Manifiesto. En los artículos para la New York Tribune también escribió que una India modernizada encontraría su camino al margen del colonialismo, al que describía como una forma de «barbarie». Afirmó que, mas pronto o más tarde, el colonialismo en la India llegaría a su fin a través de la ayuda aportada por la clase obrera británica o por la formación de un movimiento independentista en la India. Como han señalado algunos intelectuales hindúes, como Irfan Habib (uno de los historiadores marxistas más reputados que contribuyó junto a otros en diversos volúmenes de la People’s History of India), este aspecto de los escritos de Marx en relación a la India constituye el primer ejemplo de una toma de posición a favor de la independencia de la India por parte de un pensador de relieve europeo.
El aspecto anticolonialista del pensamiento de Marx se acentúa a partir de 1856–1857 cuando, también en la NY Tribune, apoya la resistencia china contra los británicos durante la segunda guerra del opio y se muestra favorable a la insurrección de los Cipayos en la India. A lo largo de ese periodo, comienza a integrar una parte de su nueva comprensión de la India en uno de sus más importantes trabajos teóricos, los Gründisse (1857−589). En la elaboración de ese tratado de la critica de la economía política esboza una verdadera teoría plurilineal de la historia, según la cual las sociedades asiáticas no evolucionaban de la misma forma que los sucesivos modos de producción en Europa occidental: antigüedad greco-romana (esclavismo), feudalismo y capitalismo. Además, comparó y contrastó las relaciones de la propiedad «común» y la gran producción social comunitaria de la antigua sociedad romana con las de la India contemporánea. Mientras en 1853 concebía las formas sociales comunales del campo como la base del despotismo, en adelante insiste sobre el hecho de que estas formas podrían ser tanto despóticas como democráticas.
En el curso de los años 1860, Marx se concentró en Europa y América del Norte, escribiendo poco sobre Asia. Es en este época cuando concluye la primera versión del primer volumen del Capital así como la mayor parte de los borradores de los que han llegado a ser el volumen II y III de esta obra. Sin embargo, sería erróneo considerar que a lo largo de ese período Marx se ocupó exclusivamente de las relaciones ente el capital y la lucha de clases dejando de lado el nacionalismo, las cuestiones de raza y la etnicidad. Mientras concluía El Capital, a lo largo de los años de la Guerra Civil americana (1861−1865), Marx se ocupó de la relación dialéctica entre raza y clase.
Incluso tomó posición contra el esclavismo apoyando de forma crítica al gobierno de Lincoln contra la Confederación (sudista). En sus escritos relativos a la Guerra Civil en Estados Unidos, vincula de muchas formas raza y clase. Y, por encima de todo, sostiene que el racismo blanco reprimió a los trabajadores negros en su conjunto. A continuación escribió que la «subjetividad» de la clase obrera negra sometida al esclavismo constituía una fuerza decisiva a un desenlace favorable de la guerra para el Norte. Por otra parte, remarcó (como ejemplo del más bello internacionalismo) el apoyo sin reservas de los trabajadores ingleses a la causa nordista, a pesar del gran sufrimiento económico que representaba para las ciudades textiles como Manchester el bloqueo nordista a la exportación del algodón sudista. Tenemos, también, la premonitoria advertencia contenida en una de las cartas que escribió a la Primera Internacional, según la cual el fracaso de los EE UU a conceder plenos derechos políticos y sociales a los esclavos emancipados conduciría de nuevo a conflictos sangrientos.
También apoyó el levantamiento polaco de 1863 a favor de la independencia nacional de este país sometido de hacia mucho tiempo al yugo ruso. Ya en el Manifiesto, Marx y Engels habían planteado el apoyo a la independencia polaca como uno de los principios rectores del movimiento obrero y socialista. Los escritos de Marx en relación a Rusia y Polonia están íntimamente vinculados. Como el resto de su generación, Marx percibía Rusia como una potencia maligna, reaccionaria y la amenaza más importante para los movimientos socialistas y democráticos de Europa. Para él la autocracia rusa, a la que consideraba una forma de «despotismo oriental» heredada de la conquista mongola, hundía sus raíces en el carácter agrario del país, en particular en las formas comunales y las relaciones de propiedad comunal que predominaban en el campo ruso.
A partir de 1858, al igual que en relación a China e india, Marx comienza a modificar su percepción de Rusia. Como hemos comprobado en numerosos artículos escritos para la NY Tribune tomó en consideración la inminente emancipación de los siervos y la posibilidad de una revolución agraria. El hecho de que la Polonia ocupada por Rusia estuviera situada entre Rusia y Europa occidental tuvo como consecuencia que el movimiento revolucionario polaco representara una profunda contradicción en el Imperio ruso. Esta situación le permitió oponerse a la voluntad de intervención de Rusia contra las revoluciones europeas de 1830 y, en cierta medida, la de 1848. Marx criticó en numerosas ocasiones a los demócratas franceses y de otros países por no haber apoyado resueltamente a sus aliados polacos. Esta traición a Polonia, además, debilitó a los movimientos democráticos y socialistas del Oeste, abriendo el camino a la intervención rusa que, finalmente, se dio a gran escala en 1849, y a su propia derrota. Al final de su vida, Marx comenzó a poner de relieve los elementos anticapitalistas presentes en el seno del movimiento revolucionario polaco.
Como resultado del apoyo de la clase obrera a la causa nordista durante la guerra civil americana y al levantamiento polaco de 1863 se puso en pie una red internacional de militantes del movimiento obrero. Esta red, compuesta principalmente de franceses, alemanes y británicos, se reunió en 1864 con motivo de la constitución de la Asociación Internacional de Trabajadores (la I Internacional). Marx fue uno de los principales teóricos y organizadores de la misma. De ello se deduce que su fuerte compromiso con la causa de la emancipación de los trabajadores (que lo fue durante toda su vida) se dio en el contexto de las luchas contra el esclavismo, el racismo y la opresión nacional. Poco tiempo después de la formación de la Internacional, también se sintió atraído por el movimiento independentista irlandés. La implicación de la Internacional con la causa nacional irlandesa comenzó en 1867, año en el que se publicó la primera edición alemana de El Capital. Los dirigentes sindicalistas británicos de la Internacional, para su gran honra y no sin la participación teórica y política de Marx en las discusiones, inicialmente adoptaron una posición firme contra la dominación británica en Irlanda. Cuando en el curso de los años 1867–1870, el conflicto irlandés alcanzó su punto álgido, las exposiciones de Marx sobre la relación entre la emancipación nacional y la lucha de clases no se limitaban a la teoría; fueron elaboradas en el seno de la más amplia organización de los trabajadores de este época a la que ofreció los argumentos.
Con el paso del tiempo, Marx desarrolló una posición nueva en relación a Gran Bretaña e Irlanda que tuvo implicaciones más allá del momento en que lo hizo. En esa época, su teoría sobre Irlanda marca el apogeo de sus escritos sobre la etnicidad, la raza y el nacionalismo. Anteriormente, y en un estilo «modernista», pensaba que, en un primer momento, la clase obrera británica emanada de la sociedad capitalista más avanzada de la época, alcanzaría el poder y esto permitiría a Irlanda obtener su independencia, ofreciendo igualmente un apoyo político y material al nuevo país independiente.
A partir de 1869–1970, Marx escribió que había cambiado de posición y a partir de ahí defendió que era la independencia irlandesa la que debería darse en primer lugar. Planteaba que los trabajadores británicos estaban talmente penetrados del orgullo nacionalista y de la arrogancia de gran potencia a propósito de Irlanda, que habían desarrollado una «falsa conciencia» que les vinculaba a la clase dominante de Gran Bretaña, atenuando así los conflictos de clase en el seno de la sociedad británica. Este impasse no podía ser sobrepasado mas que mediante el apoyo directo del movimiento obrero británico a la independencia nacional irlandesa. Ello permitiría también unir a los trabajadores en Gran Bretaña, donde los trabajadores irlandeses formaban un sub-proletariado. A menudo los trabajadores ingleses consideraban que los desesperados pobres irlandeses eran responsables de la competencia que conducía a una reducción de sus salarios. Al mismo tiempo, los trabajadores irlandeses desconfiaban del movimiento obrero inglés considerándolo una expresión más de la sociedad británica dominante en Irlanda e Inglaterra. Marx relacionó en varias ocasiones su concepción de la relación entre clase, etnia y nacionalismo entre ingleses e irlandeses a las relaciones de raza en los Estados Unidos. Comparó la situación de los irlandeses en Inglaterra a la de los afro-americanos. Valoró también los comportamientos de los trabajadores ingleses a los de los blancos del Sur de los Estados Unidos que, muy a menudo, se asociaban a los plantadores blancos contra sus hermanos trabajadores negros. En ese sentido, Marx elaboró una amplia concepción dialéctica de las relaciones entre raza, etnicidad y clase. Y al mismo tiempo, criticó, las visiones estrechas del nacionalismo, en particular sus versiones irlandesa, que derivaban en una identidad religiosa o se marginaban del pueblo inglés sin tomar en consideración el trabajo de la internacional.
La mayoría de todas estas consideraciones están recogidas, aunque como temas secundarios, en el más importante trabajo teórico de Marx, El Capital. De todos modos, en la edición francesa de 1872–1875, la última que preparó él antes de ser publicada, Marx no sólo corrigió la traducción de Joseph Roy sino que revisó enteramente el libro. Muchas de estas revisiones tenían que ver con la cuestión de una visión del desarrollo (histórico) plurilineal. Algunos de los pasajes que Marx modificó para la edición francesa tienen que ver con la dialéctica del desarrollo capitalista fuera del feudalismo occidental, recogidos en la octava parte del libro, La acumulación primitiva del capital. En ella afirma, de forma clara y directa, que el tipo de transición que expuso en la primera parte consagrada a la acumulación primitiva no se refiere más que a Europa occidental. En este sentido, el devenir de las sociedades no occidentales quedaba abierto, no estaba predeterminado por el modelo de Europa occidental.
India ocupa un lugar importante en numerosas partes de El Capital. Utiliza la aldea de la India como ejemplo de las relaciones sociales precapitalistas y señala el declive brutal de las manufacturas tradicionales y la hambruna a la que llevó a los artesanos como ilustración de los efectos terriblemente destructores de la globalización capitalistas para los seres humanos. Marx consagró, además, una importante sección del primer volumen de El Capital a los procedimientos por los cuales la penetración capitalista británica concluyó con la destrucción de las tierras y del pueblo irlandés. Como conclusión señalaba que la emigración forzada de millones de irlandeses hacia América era una especie de «revancha de la historia», ya que los trabajadores irlandeses ayudaban a poner las bases de una nueva potencia capitalista, que muy pronto desafiaría la dominación mundial británica. Por último, abordó en El Capital la cuestión del racismo y del esclavismo, mostrando en qué medida la exterminación de los pueblos indígenas de América y la esclavitud de los africanos constituyeron un factor importante en los albores del desarrollo capitalista. Igualmente, señaló los efectos nocivos del esclavismo y del racismo en el naciente movimiento obrero estadounidense: «Los trabajadores blancos no pueden emanciparse allí donde los trabajadores negros estén estigmatizados y oprimidos» (El Capital, capítulo X, séptima parte). Concluyó afirmando que el fin del esclavismo ofrecía nuevas e importantes oportunidades a los trabajadores americanos.
Marx volvió a interesarse por Asia a partir de los años 1870, en los que profundizó sus estudios sobre Rusia. A medida que se interesaba por la política exterior rusa, comenzó a aprender ruso para poder estudiar las relaciones económicas y sociales de esta formación social. El interés de Marx por Rusia se acrecentó tras la publicación en ruso de El Capital en 1872, tras comprobar que la obra provocó más polémica en Rusia que en Alemania.
Entre 1879 y 1882 Marx se lanzó a la redacción de una serie de cuadernos de notas y de extractos de obras eruditas de esa época sobre un conjunto de sociedades no occidentales ni europeas, entre las cuales se encontraban la India contemporánea, Indonesia, Rusia, Argelia y América latina. Igualmente tomó notas sobre estudios referidos a los «pueblos indígenas» tales como los amerindios y los aborígenes australianos. Uno de los temas centrales en estos cuadernos de notas se refiere a las relaciones sociales comunitarias y a las formas comunales de propiedad encontradas en muchas de estas sociedades. A pesar de que estas notas de estudio sobre otros autores no contienen sino formulaciones discontinuas o indirectas de sus propias opiniones, de ellas se pueden discernir algunos temas generales.
Por ejemplo, de sus estudios sobre la India, emergen dos cuestiones. La primera, una nueva apreciación del desarrollo histórico de la India, opuesto a sus opiniones iniciales según las cuales se trataba de un país con una sociedad sin historia. A pesar de que aún consideraba que las formas comunales de la aldea hindú se habían mantenido estables a lo largo de los siglos, toma nota de una serie de cambios importantes en el seno de estas formas comunales que evolucionaron de una comuna basada en clanes a una comuna basada en el territorio. La segunda, que su interés ya no se centraba, como en 1853, en la «pasividad del pueblo hindú» sino en los enfrentamientos y las resistencias frente a las invasiones extranjeras (fueran musulmanas a lo largo de la Edad Media o contra los colonizadores británicos en su época). Señala, además, que algunas de estas resistencias se apoyaban en los clanes y en las estructuras comunitarias.
En sus estudios sobre la India, Argelia y América Latina Marx percibió la preservación de formas comunitarias frente a las tentativas coloniales occidentales por destruirlas y reemplazarlas por formas de propiedad privada. En determinadas situaciones, como en Argelia, estas formas comunitarias estaban directamente vinculadas a la resistencia anticolonial. A partir de ese momento, las ideas iniciales de Marx a propósito del carácter «progresista» del colonialismo también perdieron peso y fueron reemplazadas por una condena dura y absoluta del mismo.
La cuestión del «genero» en los pueblos indígenas, como los iroqueses o la sociedad de la antigua Roma, ocupa un lugar importante en las notas de 1879–1882, al igual del que había ocupado en los primeros escritos de Marx, en particular en los años 1840. En este tema podemos comparar directamente a Marx y Engels. En efecto, las notas de Marx sobre la obra del antropólogo Lewis Henry Morgan Ancient Society fueron reescritas en 1880 o 1881. Engels las descubrió justo tras la muerte de Marx y las utilizó como material para su propio estudio que tituló El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884). Aunque la obra de Engels contenga muchos errores, sigue siendo globalmente positiva en razón de su rotunda defensa de la igualdad de las mujeres. Se trata, de hecho, de la única obra consagrada enteramente a este tema por un teórico importante del naciente movimiento socialista. De todos modos, a diferencia de Engels, Marx tiende a evitar toda idealización de las relaciones de género existentes en las sociedades «sin escritura», tales como el pueblo iroqués. Siempre dialéctico, Marx sigue a Hegel discerniendo las oposiciones y las contradicciones en el seno de cada esfera social; también en las sociedades igualitarias y comunitarias. Tampoco parece que compartiera la visión simplista de Engels según la cual, en Europa y en el Oriente Medio se hubiera producido «una derrota histórica de las mujeres» durante la transición de las sociedad de clanes «sin escritura» hacia las sociedades de clases. Es probable que Marx, a diferencia de Engels, viera las diferencias de las relaciones de género con las de su época no solo como una relato sobre los orígenes de las sociedades de clases sino como una fuerza potencial de resistencia al capital.
Si las teorías de Marx sobre el nacionalismo, la etnicidad y las clases tuvieron su punto álgido en sus escritos de 1869–1870 sobre Irlanda, las referidas a las sociedades no occidentales lo tuvieron en las reflexiones sobre Rusia en 1877–1882. Tanto en una serie de cartas, y en sus borradores preparatorios, como en el prefacio a la edición rusa del Manifiesto del Partido Comunista de 1882 que redactó junto a Engels, Marx comenzó a esbozar una teoría plurilineal del desarrollo y de la evolución. Estos escritos se basaban en los temas plurilineales incorporados en la edición francesa de El Capital. En los escritos sobre Rusia, Marx refuta de forma clara y reiterada, que el contenido de El Capital pudiera conducir a una predicción definida del provenir de Rusia e indica que las estructuras sociales de la aldea rusa difieren de manera clara de las aldeas precapitalistas del feudalismo occidental. Estas diferencias entre las estructuras sociales precapitalistas occidentales y rusas permitían vislumbrar la posibilidad de formas alternativas de desarrollo social y de modernización de Rusia, si ésta lograba evitar ser absorbida por el capitalismo. En la medida en que las comunas rurales rusas eran contemporáneas del capitalismo industrial occidental, una revolución social en Rusia, basada en las estructuras colectivas de las aldeas, permitiría aprovechar los recursos de la modernidad occidental evitando el sufrimiento del desarrollo capitalista. Sin embargo, al vislumbrar esta posibilidad, Marx no proponía en absoluto una autarquía o el socialismo en un solo país para Rusia. Eso significaría un socialismo basado en un desarrollo económico y cultural débil, idea que había criticado en 1844, como expresión de un «comunismo vulgar».
Por el contrario, en el prefacio de 1882 al Manifiesto Comunista, Marx y Engels afirmaron que una transformación radical sobre la base de la comunas rurales de Rusia no sería posible mas que si iba acompañada de transformaciones revolucionarias análogas por parte del movimiento obrero en Europa occidental. Y afirmaron que la revolución rusa podía tener una base comunista. Unos años antes Marx había definido a los movimientos anticoloniales en China y en India, como aliados del movimiento obrero occidental. Criterio que también aplicó a los movimientos nacionales de Irlanda y Polonia. En algunos de sus últimos escritos sobre Rusia incluso fue más allá, afirmando que en una Rusia no capitalista era posible el desarrollo comunista si la revolución rusa fuera de la mano de una revolución en Occidente basada en el movimiento obrero.
En este libro he querido mostrar que Marx desarrolló una teoría dialéctica del cambio social que no era ni unilineal ni exclusivamente basada en las clases sociales; que su teoría del desarrollo social se hace más plurilineal y, a medida que pasa el tiempo, su teoría de la revolución se concentra cada vez más en la articulación de las contradicciones de clase con la etnicidad, la raza y el nacionalismo. Es cierto que Marx no era un filósofo de la diferencia en un sentido postmoderno (su crítica de una entidad central, el capital, constituía la clave de bóveda de todo su trabajo intelectual), pero centralidad no significa univocidad o exclusividad. La teoría social del Marx maduro giró en torno a una idea de la totalidad que no sólo ofrecía un lugar considerable a la particularidad y a la diferencia, sino que, en ocasiones, hacia de estas particularidad (la raza, la etnicidad o la nacionalidad), elementos determinantes de la totalidad. Es lo que hizo cuando sostuvo que una revolución nacional irlandesa podría ser la «palanca» para ayudar a derrocar el capitalismo en Gran Bretaña o cuando escribió que una revolución basada en las comunas rurales rusas podía servir de punto de partida para un desarrollo comunista a nivel europeo.
Marx analizó cómo el poder del capital dominaba el mundo, cómo este poder se extendía y creaba, por la primera vez en la historia, un sistema industrial y comercial a escala mundial, al tiempo que formaba una nueva clase de oprimidos, la clase obrera industrial. Desarrollando esta teoría universal de la historia y de la sociedad, Marx, se esforzaba -como hemos insistido a lo largo de todo el libro- de evitar generalizaciones abstractas y formales. Trató de entender, una y otra vez, las formas concretas como se inscribía la universalización del capital y la clase obrera en sociedades y grupos determinados. Bien en sociedades como la rusa o la hindú en las que el capital no había penetrado totalmente, o bien en las que se entablaba una interacción entre la conciencia de la clase obrera, la etnicidad, la raza y el nacionalismo en los países industriales más desarrollados.
Esto nos lleva a otra cuestión. ¿Qué nos enseña la dialéctica social plurilineal y transcultural de Marx sobre la actual globalización capitalista? ¿Son pertinentes en la actualidad sus perspectivas plurilineales sobre el desarrollo social en Rusia y otros países no capitalistas de su época?
Creo que sí, aunque deforma limitada. Es cierto que aún existen algunas zonas del mundo (como Chiapas en México o las regiones montañosas de Bolivia o Guatemala, así como otras comunidades parecidas en America Latina, África, Asia y Oriente Medio) donde sobreviven formas comunitarias indígenas. No obstante, ninguna de ellas tiene una dimensión similar a las de la India o Rusia en la época de Marx. No obstante, vestigios de estas formas comunales acompañan a los campesinos en sus migraciones hacia las ciudades y, sea como fuera, recientemente se han desarrollado importantes movimientos anticapitalistas en determinados zonas de México y Bolivia basados en formas comunitarias indígenas.
Sin embargo, en conjunto, estas regiones han sido penetradas por el capital en un grado mucho más importante de lo que fueron las aldeas rusas o hindúes en los años 1880. Aún así, el punto de vista plurilineal de Marx respecto a Rusia, India y otros países no capitalistas continúa siendo pertinente a nivel teórico y metodológico. Constituye un ejemplo importante de su teoría dialéctica de la sociedad. Trabajó sobre la base de un principio general según el cual el conjunto del planeta sucumbiría a la dominación del capital y de sus formas de valor y, al mismo tiempo, analizó muy en concreto y de forma histórica importantes y diferentes sociedades del planeta que aún no estaban totalmente subyugadas por el capital.
Muchas conclusiones teóricas de Marx que afectan a la articulación de la clase con la cuestión racial, la etnicidad y el nacionalismo, tienen una pertinencia total para nosotros en la actualidad.
En los principales países industriales, las divisiones étnicas (a menudo derivadas de la inmigración) han transformado a la clase obrera. A este respecto, los principios que se deducen de los escritos que Marx consagró a las relaciones entre clase y raza en el curso de la guerra civil americana, entre la lucha por la independencia de Polonia y la revolución europea de conjunto así como entre el movimiento independentista irlandés y los trabajadores ingleses, tienen una pertinencia actual más que manifiesta. Los escritos de Marx sobre estas cuestiones nos ayudan a criticar la mezcla de racismo y represión (de los afro-americanos) en los Estado Unidos, a analizar las revueltas de 1992 en Los Ángeles o, también, a comprender la rebelión de la juventud en los suburbios parisinos en 2005. Pero, una vez más, la fuerza de la perspectiva teórica de Marx se base en su rechazo a separar estas cuestiones de la crítica del capital, lo que ofrece a las mismas un contexto más amplio, sin que por ello la etnicidad, la raza o la nacionalidad se vean diluidas en la clase.
Estoy convencido que los escritos de Marx en los que he concentrado mi estudio servirán para comprender mejor tanto una dialéctica plurilineal del desarrollo social como los movimientos indígenas que hacen frente a la globalización capitalista y una teoría de las relaciones entre clase, raza, etnicidad y nacionalismo.
Nota editorial
Traducción de Viento Sur
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