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Karl Marx & Friedrich Engels ✆ Fernando Vicente
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Adolfo Sánchez Vásquez
Las grandes revoluciones son, a la vez que expresión de
agudas contradicciones de clase, un intento radical de resolverlas. Cuando triunfan
constituyen un verdadero salto histórico: toda una inmensa tierra humana no
labrada hasta entonces se ofrece, de pronto, a la acción creadora del hombre.
El tiempo histórico fluye más rápido, y lo nuevo instala su esperado yunque.
Locomotoras de la historia, llamó por ello Marx a las revoluciones, en tanto
que Lenin veía en ellas verdaderas festividades de los pueblos. No es que se
muevan en un lecho de rosas: hay violencia, y dolor, y sufrimiento y muerte, y
tanto más cuanto más resistencia oponen las clases dominantes a la irrupción de
lo nuevo. Pero lo decisivo es la acción creadora que se inicia desde el momento
mismo de la victoria. Una revolución victoriosa, al desatar las energías creadoras
de un pueblo, se halla, por tanto, fuera de ese encierro sin salida que es el
mundo de lo trágico.
Pero, históricamente, las revoluciones no sólo triunfan sino
que se hunden, a veces, en la catástrofe, en la derrota. Y en cuanto una
revolución camina inexorablemente hacia su muerte — su fracaso es su muerte —
la revolución ingresa en el mundo de lo trágico. Ingresa, por supuesto, con sus
diferencias específicas, pero absorbiendo por todos sus poros la sustancia de
la tragedia. El fracaso puede darle una coloración trágica, pero, no
obstante, toda revolución fracasada no es trágica. Para que lo sea se requiere
que el carácter del conflicto revolucionario, la acción de las fuerzas en
lucha, las condiciones en que ésta tiene lugar y el desenlace, muestren una
serie de características esenciales de la situación trágica y, además, que se
estructuren como elementos de una totalidad indisoluble: la tragedia.
Primera cala
en la sustancia de lo trágico
Con la ayuda del bisturí de los dos más grandes tratadistas
de esta materia —Aristóteles y Hegel--, hagamos una cala inicial en la
sustancia de lo trágico.
Lo primero que intenta Aristóteles es rescatar lo trágico
del nivel tan bajo en que lo ha dejado su maestro Platón: para éste lo trágico
tiene que ver con la parte más innoble del hombre, con la pasión; por ello, la
tragedia no puede ser admitida en su Estado ideal, ya que ello implicaría el desplazamiento
de las leyes de la razón por los oscuros impulsos de la pasión. Aristóteles, en
cambio, muestra la grandeza de lo trágico, su valor formativo, educativo, pues
en la tragedia se ve a los hombres "mejores de lo que son". La
tragedia es para él la cumbre del arte. Aristóteles hace avanzar enormemente
—pese a no haber encontrado precursores en este camino— la concepción de lo
trágico.
Ya se percata de que no basta la hondura de un conflicto
para que cobre un tinte trágico. El hombre no se halla en la situación trágica
por el hecho de que sea conflictiva, sino por tratarse de un conflicto agudo en
el que se pasa de la felicidad a la desgracia. El héroe trágico se encamina
hacia un desenlace desdichado; sus cosas terminarán mal, forzosamente mal. Lo
trágico aparece inscrito en ese final que estaba ya prefigurado necesariamente
en el conflicto y la lucha.
Hegel enriquece de manera profunda la concepción
aristotélica de lo trágico. No sólo subraya, como ella, la presencia de este
final desdichado —para Hegel la tragedia es una situación humana en la que es
inevitable la muerte— sino que ahonda en la naturaleza del conflicto y en el
carácter de los fines que las partes en pugna pretenden imponer. Los fines son universales
y el conflicto, por ello, es irreconciliable. La universalidad del fin, su
naturaleza vital esencial, obliga a quien lucha por él a librar esta pelea
hasta las últimas consecuencias: la muerte. No cabe otra solución y, por ello,
es una lucha irreconciliable, a muerte. Los fines son de tal naturaleza que el
hombre no podría renunciar a ellos sin renunciar a sí mismo. La conciliación es
imposible en el verdadero conflicto trágico; ello significaría el sacrificio de
lo universal a lo particular y renunciar así a lo que el héroe trágico aprecia
más que su propia vida. La naturaleza de lo trágico estriba en que el héroe
sólo puede afirmar su condición humana luchando por la consecución de un fin
tan vital que exige su propia muerte. Pero su sacrificio no es, en definitiva,
autosacrificio; es una victoria, una afirmación de sí mismo. Con su muerte, el
héroe trágico afirma la universalidad de sus fines y se afirma en su verdadera
humanidad.
Con Hegel hemos penetrado ya en la entraña más pura de lo trágico:
el conflicto es radical e irreconciliable. Este carácter del conflicto se halla
determinado por la grandeza o la universalidad de los fines que se persiguen y
determina, a su vez, el carácter del desenlace como muerte o fracaso
inevitables. Quien busque aquí un compromiso o remedio no hace más que abolir
lo trágico mismo. Por medio del entendimiento o el compromiso, es decir, a través
de la renuncia a la lucha, se esfuma la tragedia, y con ella se pierde también
el hombre. Una vez que la tragedia se pone en movimiento, el hombre no puede
abolirla sin abolirse a sí mismo. Su sustancia trágica es su sustancia humana.
Si resumimos lo que hemos obtenido hasta aquí, de esta
incursión nuestra por la esfera de lo trágico, nos encontramos con que la
naturaleza trágica del conflicto proviene de una serie de imposibilidades humanas:
a) imposibilidad de descartar el fin por el que se lucha, 6) imposibilidad de
alcanzarlo felizmente (sin arrostrar la muerte o el fracaso), c) imposibilidad
de renunciar a la lucha.
Volvamos, ahora, a la tragedia de la revolución.
El interés
de Marx y Engels por la tragedia revolucionaria
En la tragedia revolucionaria, por mucho que el autor se
aleje de la realidad, se pisa el suelo de la historia, y el conflicto ya no se libra
entre individuos, o entre el individuo y la comunidad, sino entre fuerzas o
clases sociales. El conflicto puede germinar, definirse y agudizarse sin que
sea forzosamente revolucionario; ahora bien, justamente en la revolución cobra
una forma concentrada e intensa y se queman los puentes de toda reconciliación.
Aun así, el conflicto revolucionario no se vuelve trágico, mientras la lucha no
desemboque necesariamente en la muerte o en la derrota. Aquí también las
fuerzas en pugna se topan con una serie de imposibilidades que son las que dan
su carácter irreconciliable al conflicto y hacen inevitable su fin. ¿Cuál es la
modalidad específica del conflicto trágico cuando estalla entre hombres
concretos que actúan como portadores de los fines, aspiraciones e intereses de
una clase social determinada? Tal es el problema que seduce a Marx y a Engels
al considerar el lado trágico de la revolución en la vida real y la tragedia
artística que se nutre de ella. Marx y a Engels abordan este problema, en
particular, en relación con la idea de lo trágico que sustenta Lassalle y que
ha pretendido plasmar en su drama Franz
von Sickingen, en el que se muestra el trágico destino de la revolución
fracasada.
El interés de Marx y Engels por este problema no es, de modo
alguno, casual. No lo abordan como meros teóricos de la literatura sino como
forjadores del arma teórica y práctica de la liberación del proletariado. Su
teoría es una guía para la acción, y de ahí su interés por el lado trágico de la
acción revolucionaria. Marx y Engels se interesan por la naturaleza del
conflicto revolucionario, las formas históricas que presenta, las condiciones
que determinan su solución victoriosa o su fracaso, etcétera. Es evidente que
Marx y Engels no podían dejar de sentirse atraídos por los problemas vinculados
con la tragedia revolucionaria, es decir, con la revolución vista desde el
ángulo de su fracaso. Problemas vitales, a los que había consagrado su vida
teórica y práctica, se ponían de manifiesto en toda su desnudez con el fracaso
de una revolución: el verdadero papel de los jefes revolucionarios y de los
pueblos en ella, el carácter que deben asumir sus acciones, el modo de afrontar
las contradicciones entre los fines y los medios, entre lo posible y lo real,
etcétera.
La tragedia de Lassalle, por otra parte, se basaba en un capítulo
de la historia alemana del siglo XVI que no dejaba de proyectar sus sombras en
la historia alemana del presente, una historia en la que el sentido del tiempo
se borraba hasta el punto de que la Alemania contemporánea —como dijo Marx en
alguna ocasión -- seguía viviendo en el pasado, convertida en un vivo anacronismo.
Todo esto explica el interés de Marx y Engels por la tragedia lassalleana Franz von Sickingen, interés que, sin
estos antecedentes, pudiera parecer desproporcionado a un lector actual de esta
obra.
La idea
trágica según Lassalle
El tema de la tragedia de Lassalle era la insurrección de
los caballeros renanos, de 1522-1523, encabezada por Franz von Sickingen, jefe militar y político de la nobleza, y por
Ulrich von Hurten, ideólogo humanista y portavoz teórico de ella. Según dice Engels,
en La guerra de los campesinos en
Alemania, el ideal de estos jefes en nombre del cual se lanzaron a la
insurrección, era implantar una reforma en el imperio que desembocara en una
especie de democracia de los nobles, encabezada por el monarca, semejante a la
que existía por entonces en Polonia. La lucha de los nobles contra los
príncipes terminó con una derrota y con la muerte de los dos jefes de la sublevación,
justamente por no haber logrado atraer a su lado, en su lucha contra los
príncipes, a las masas campesinas. Tal es el hecho histórico sobre el que
Lassalle teje en 1858-1859 su tragedia revolucionaria de la que envía a Marx
tres ejemplares (uno para él, otro para Engels y un tercero para el poeta
Freiligrath) junto con una carta, del 6 de marzo de 1859, en la que el autor
expone sus ideas sobre la tragedia revolucionaria. 1 Las respuestas de Marx y Engels, por separado, es decir, sin
conocimiento mutuo del contenido de ellas, subrayan los aspectos positivos y
negativos de la obra de Lassalle, impugnan en lo esencial su concepción de lo
trágico y fijan una serie de principios propios -- pero asombrosamente
coincidentes — sobre la tragedia revolucionaria.
De acuerdo con la concepción de Lassalle, la idea trágica
tiene por base una profunda contradicción dialéctica, propia de toda acción
humana, y de la acción revolucionaria en particular. Parte, pues, del carácter
conflictivo, contradictorio, de toda revolución, contradicción que tiene, a su
vez, un carácter universal, es decir, se repite siempre. Pero, ¿en qué consiste
esta contradicción? Se trata —a juicio de Lassalle-- de una contradicción entre
la idea y la acción, o sea, entre la idea revolucionaria que se pretende realizar
y la acción práctica que ha de dar vida a esta idea. La contradicción cobra,
asimismo, la forma de un conflicto entre el entusiasmo revolucionario y las
posibilidades reales entre los fines ilimitados que los revolucionarios se
plantean y los medios limitados de que disponen para llevarlos a la práctica. 2
Lo ilimitado – el entusiasmo revolucionario -- debe recurrir a medios limitados
para que la revolución pueda alcanzar sus fines en una realidad limitada.
Partiendo de esta contradicción, Lassalle concluye que los
fines revolucionarios no pueden lograrse si no se recurre a medios inadecuados,
lo que se traduce forzosamente en una desviación respecto de los fines
originarios, o sea, en un compromiso. Tal es el precio que ha de pagar toda
revolución —viene a decirnos Lassalle -- si quiere pasar de la idea a la
realidad. Lassalle que, filosóficamente permanece siempre acantonado en el
idealismo, considera que la idea es poderosa, infinita, ilimitada, pero que
todos estos atributos se pierden o degradan en cuanto aquélla toca la realidad.
Realizarse es degradarse. Esta contradicción no tiene solución; la realización
de los fines exige la adopción de una política "realista" que, desde
el punto de vista de los principios --"fuerza y justificación de las revoluciones"—,
entraña ya la condena y derrota de la revolución. Los fines revolucionarios sólo
pueden ser alcanzados por medios no propiamente revolucionarios, es decir,
diplomáticos; he ahí la tragedia de toda revolución, el conflicto que siempre
la devora. Lassalle priva así de su verdadero sentido a la revolución al
señalar que desemboca siempre y necesariamente con el compromiso.3
La tragedia Franz von
Sickingen la escribe Lassalle precisamente para ilustrar, como él mismo
reconoce, "la idea formal revolucionaria por excelencia". 4 En la misma carta dice también: "He escrito mi tragedia únicamente para
exponer esta idea fundamental de la tragedia revolucionaria ".5
Los dos personajes de la tragedia se convierten en
portaestandartes de esta idea trágica de la revolución. Hutten es el
revolucionario puramente intelectual que se aferra a la pureza de los fines, mientras
que Sickingen es el político astuto, realista. Por otra parte, están las masas
con las que, en definitiva, hay que hacer las revoluciones y cuya entrega apasionada
e ignorancia las lleva a no aceptar más que soluciones extremas, íntegras e
inmediatas, y que rechazan, por tanto, las soluciones de compromiso.
Sickingen, sin embargo, pese a su realismo, fracasa por
efecto de sus propias culpas ("ausencia de certidumbre moral directa y de
convicción en el ideal", y excesiva confianza en los medios no propiamente
revolucionarios). Las causas del fracaso son, pues, subjetivas, y ello hace que
el fundamento histórico-social del conflicto se desvanezca. Por otra parte, lo
real aparece en la tragedia para encarnar una idea; la tragedia misma es, como
ha reconocido Lassalle, la ilustración de la idea de la revolución; Sickingen
no es tanto el representante de su tiempo y de su clase como el portador abstracto
de la idea del compromiso, y Hutten es, por el contrario, la personificación de
la idea del entusiasmo. Lassalle saca así la tragedia del tiempo concreto; su
tragedia es una ejemplificación de algo que se repite eternamente. Su visión de
la revolución es una visión abstracta en la que los personajes se mueven de
acuerdo con las ideas que encarna. Su concepción de la tragedia es claramente
idealista como corresponde a su visión abstracta e idealista de la revolución.
Las
objeciones de Marx y Engels y su idea de la tragedia
Las observaciones críticas de Marx en la carta que dirige a
Lassalle tienden a poner de manifiesto el fundamento históricosocial del
conflicto trágico y las causas objetivas de la derrota de Sickingen. El fracaso
y la muerte de éste no se deben a errores personales, ni a su débil entusiasmo.
No es su propia astucia la que ha sellado su trágico destino. "Ha sucumbido porque se ha alzado como
caballero y representante de una clase caduca contra lo existente o más bien
contra una nueva forma de lo existente ".6 Al ignorar el carácter de clase de la conducta de Sickingen ésta pierde
su carácter concreto, y la obra de Lassalle pierde, en igual medida, su fuerza
política y real. Sickingen es una especie de Gotees von Berlichingen, el caballero
que Goethe enfrenta trágicamente a los príncipes y al emperador, pero Goethe lo
ha presentado en su forma adecuada, como un héroe lamentable. Sickingen es el
representante de la pequeña nobleza empobrecida que se alza contra los
príncipes, dada la precariedad de sus fuerzas. Sus fines de clase entrañaban
una vuelta al pasado. Como tal caballero, con los ojos puestos en el pasado, no
podía librar esa lucha contra los príncipes. Para ello tenía que llamar "a las villas y a los campesinos, es decir, a
las clases cuyo desarrollo significaba la negación de la caballería". 7 He aquí el verdadero conflicto que Lassalle no ha sabido
ver. Por ello, le dice Marx que aunque aprueba la idea de hacer del conflicto
revolucionario el eje de la tragedia moderna, considera que no ha escogido bien
el tema para traducir ese conflicto.
Lo que Marx quiere decir a Lassalle es que no puede haber conflicto
trágico revolucionario cuando de él están ausentes las fuerzas propiamente
revolucionarias. Al no tomarlas, en cuanta el autor, todo queda en una revuelta
de caballeros. La realidad histórica, concreta, deja paso así a la realidad
desmayada que Lassalle necesita para ilustrar su concepción de la revolución.
Engels, como Marx, llama la atención sobre la necesidad de
ver el conflicto trágico revolucionario como un conflicto de clases. La
conducta de los héroes de la tragedia revolucionaria no puede explicarse por
motivaciones meramente subjetivas, sino en un contexto histórico-social dado
del que no pueden excluirse las fuerzas históricas sociales y, con mayor razón,
las fuerzas motrices revolucionarias. Al perder de vista Lassalle el elemento
verdaderamente revolucionario, no sólo se desvanece éste, sino el contenido
trágico de la revolución. Engels le reprocha no haber puesto de relieve el papel
de los elementos plebeyos y campesinos. "Este desconocimiento del movimiento campesino le ha conducido también a
representar inexactamente, en cierto sentido, el movimiento nacional de la
nobleza, y lo ha llevado a dejar escapar lo que presenta de verdaderamente
trágico el destino de Sickingen". 8 La revolución nacional
de la nobleza exigía la alianza con los campesinos como condición esencial,
pero históricamente esta alianza no podía forjarse. Y Engels añade, asentando
el conflicto trágico sobre una base histórico-objetiva: "En esto reside justamente, a mi parecer, lo trágico, a saber: que
esta condición esencial [...] era imposible ".9
Habíamos señalado anteriormente que la naturaleza de lo trágico
anida siempre en una imposibilidad humana que cierra la salida al héroe
trágico; en la tragedia revolucionaria se trata de una imposibilidad histórica
que el héroe no puede salvar. Las fuerzas en conflicto se hallan condicionadas
históricamente tanto en sus aspiraciones como en las posibilidades de
satisfacerlas. Las exigencias históricas empujan a la nobleza empobrecida de la
Alemania del siglo XVI a luchar contra los príncipes; pero esta exigencia no
puede cumplirse en forma victoriosa porque históricamente, por causas objetivas
—el carácter antagónico de sus intereses de clase—, no puede darse la condición
esencial para su realización, o sea, la alianza entre la nobleza y los
campesinos. Esta imposibilidad sitúa el conflicto en el terreno de la tragedia;
no hay salida. El conflicto trágico es, según Engels, un conflicto "entre
el postulado histórico necesario y la imposibilidad práctica de su
realización".
Tenemos así los dos polos de conflicto. Por un lado, la
necesidad histórica de los fines; si éstos no se hallan enraizados en un desenvolvimiento
histórico del que brotan necesariamente, los fines no se plantean como fines tan
vitales y esenciales que no se pueda renunciar a ellos. Por otro lado está la
imposibilidad de alcanzar estos fines que plantea necesariamente la historia. Engels
subraya la importancia de esta imposibilidad histórica; por no haberla visto,
Lassalle ha dejado escapar lo que hay de trágico en el destino de Sickingen. Marx
y Engels han visto con toda razón que la tragedia revolucionaria no puede
radicar en un conflicto abstracto, de ideas, sino en un conflicto histórico, de
clase. La tragedia de la revolución comienza cuando se tiende necesariamente,
por razones históricas, de clase, a realizar fines que, históricamente, no
pueden ser realizados.
El conflicto abstracto que Lassalle pone como fundamento de su
tragedia explica que se le haya ido de las manos la sustancia trágica del
conflicto, que haya escogido mal el tema, que no haya podido esclarecer el
fracaso y la muerte de los jefes sublevados más que por causas subjetivas y,
finalmente, que se le hayan escapado éstos como seres vivos, concretos, reales.
Al sustituir la imposibilidad concreta, histórica, de que se
dé la condición indispensable para que se cumpla el fin de la imposibilidad abstracta,
universal, al margen del tiempo concreto, de que se cumpla con el fin sin
negarse a sí mismo, quita a su revuelta de caballeros toda dimensión trágica.
Los héroes de la tragedia han caído como representantes de una clase agonizante
pero sin que su agonía, su rebelión contra lo existente, aparezca en la obra de
Lassalle con su contenido de clase, histórico-social. Este contenido habría
exigido, como hacen notar Marx y Engels a Lassalle, el haber dado más importancia
en su tragedia a la oposición de los plebeyos y a la figura de Munzer.
La
concepción lassalleana de la culpa trágica
Al perder de vista el fundamento histórico, objetivo, de la
colisión trágica, Lassalle vuelve sus ojos a la categoría de culpa. La
sagacidad realista de Sickingen es una culpa, la gran culpa que exigía Aristóteles,
según Lassalle. Su habilidad realista para sortear los obstáculos que
representan, por un lado, el entusiasmo infinito de las masas, aferradas
ciegamente a los principios, y, por otro, la limitación de los medios que
llevan a una desnaturalización de los fines, es una culpa nacida de excesiva
confianza del héroe en los medios y de una desconfianza en los fines. El héroe
es culpable.
El problema de la culpabilidad del héroe ha sido siempre
capital en la tragedia. ¿Puede darse lo trágico en el marco de una culpabilidad
total? ¿Los héroes trágicos no son, a la vez, culpables e inocentes? ¿Una
culpabilidad individual no remite a otras de tal manera que deja de ser puramente
individual o meramente subjetiva para adquirir un nuevo sentido al quedar
situada en un marco objetivo, histórico y social? El problema de las relaciones
entre culpabilidad e inocencia remite al de los nexos entre individuo y
sociedad y, a su vez, al de la vinculación entre necesidad y libertad. Esto
último es justamente lo que ya había visto Hegel. La necesidad no excluye la
libertad; la inocencia no excluye cierta culpa. "Los héroes trágicos — dice Hegel en su Estética -- son, a la vez, culpables e inocentes". Lassalle disocia lo
que Hegel mantiene vinculado dialécticamente. Sickingen, según él, es culpable
por haber escogido la astucia, por haberse considerado superior al orden
existente, por su falta de convicción en el ideal. Se trata de una culpa que
nace y brota en su interioridad. El fondo histórico, social, de clase, se desvanece.
La astucia no se impone necesaria, objetivamente, sino como un comportamiento
libremente escogido.
El héroe trágico en sus decisiones se alimenta, piensa Hegel
por el contrario, de la necesidad; de ella saca sus argumentos, no de esta
"retórica subjetiva del corazón" o de la "sofística de las
pasiones". Hay una necesidad que empuja al héroe a realizar actos cuya
responsabilidad asume. Lo uno no excluye al otro. Tal es la concepción
hegeliana que Lassalle —mal discípulo de su maestro Hegel - ha pasado por alto
al ignorar la dialéctica de la necesidad y la libertad. En lugar de ello enreda
a su héroe en una culpabilidad subjetiva. Sin embargo, Lassalle pretende fundamentar
objetivamente la tragedia al hacerla descansar sobre "un conflicto de
ideas eterno, necesario, objetivo". Se trata, una vez más, de un
fundamento al margen de la historia bajo la forma de un conflicto abstracto que
se repite eternamente.
Abstracción
contra realidad: Schiller o Shakespeare
En la carta que escribe Lasalle para responder a las
objeciones de Marx y Engels, el autor de Franz
von Sickingen se define insistiendo en su objetivo fundamental: escribir
una tragedia que ilustrara su idea trágica de la revolución. Rechaza, por
tanto, la sugerencia de dar un lugar más preeminente a Munzer y al movimiento campesino.
Por su falta de "diplomacia realista" no habría podido expresar el
conflicto trágico que, a juicio suyo, se repite en casi toda revolución. Munzer
no se prestaba a encarnar lo que Lassalle llama "la idea formal revolucionaria
por excelencia", lo cual no dejaba de ser verdad, pero al no hacer de él
el héroe de su tragedia, y sustituirlo por el caballero Sickingen, Lassalle se privaba,
como claramente le habían demostrado Marx y Engels, de la posibilidad de
escribir una tragedia verdaderamente revolucionaria. Sólo Munzer habría podido
encarnar el conflicto trágico revolucionario que Engels había definido como la
necesidad histórica de realizar una acción que, por razones históricas también —no
meramente subjetivas—, no puede ser realizada.
El no haber tomado en cuenta los intereses reales de las
clases en pugna, la correlación histórica concreta entre ellas y el fundamento
histórico real del conflicto no dejará de tener graves consecuencias en la
realización artística de la obra. El idealismo filosófico se traduce en un
idealismo artístico que afecta negativamente a la obra de arte en cuanto tal.
Marx y Engels se han dado perfecta cuenta de que Lassalle ha
mutilado la realidad histórica, desconociendo el papel de los elementos
campesinos y plebeyos, para poder ilustrar así una idea. En nombre de ella se
idealiza la realidad. Pero el resultado se traduce en la transformación de los
personajes en portaestandartes de una idea sin que adquieran esa concreción y
vivacidad que exige el drama basado en la vida misma. La falsa visión de la realidad
histórica, por un lado, y el carácter esquemático, abstracto, de los personajes
como meros instrumentos de una idea, por el otro, se conjugan para empobrecer
la realización artística. Marx hubiera deseado una mayor shakespearización en la tragedia de Lassalle, y ve el más grave
defecto de ella en su "schillerización,
en la transformación de los individuos en meros portavoces del siglo". 10 Y agrega: "Lamento, además, la ausencia de rasgos distintivos en los caracteres
[...] Hutten representa, a mi modo de ver con demasiada exclusividad, el
`entusiasmo', lo que no deja de ser aburrido". 11 Sickingen, por el contrario, es el portador de la idea del
compromiso. Es decir, los personajes del drama no son hombres concretos, de carne
y hueso, que defienden sus aspiraciones e ideas, pero que, a su vez, se ven
empujados a ello por intereses materiales reales. Son pura y simplemente, como dice
Marx, portavoces ideológicos, o, dicho en nuestro lenguaje actual, meros
propagandistas; no hombres que encarnan de un modo vivo ideas o fines, sino personajes
abstractos al servicio de una idea.
La referencia de Marx a Shakespeare y a Schiller implica una
diferente valoración de las tradiciones del drama histórico, y una clara indicación
del legado que, a juicio de Marx, es más fecundo para la tragedia histórica
revolucionaria. Lassalle se inserta en la tradición del drama histórico alemán
y, en particular, en la de Schiller. Éste pierde de vista, pese a los innegables
méritos artísticos de sus obras, la relación entre las ideas y los intereses materiales
humanos concretos, y la lucha histórica se le aparece —y esto es lo que
Lassalle aprecia, sobre todo, en él—como lucha de ideas. En Shakespeare, lo que
está en juego no son sólo las ideas, sino las pasiones y los intereses de los
hombres que se ocultan tras ellas. Sus personajes son hombres reales, vivos, y por
ello también la historia aparece, a través de ellos, llena de vida. Así, frente
a la predilección de Lassalle por Schiller, Marx subraya la necesidad, desde el
punto de vista de las exigencias del drama histórico realista, de shakespearizar más.
Engels, como Marx, muestra también su predilección por Shakespeare
sin que ello le impida reconocer los méritos de Schiller y del propio Lassalle,
cuando se inserta en una vía schilleriana. Aplaude, por ejemplo, el que haya
dejado a un lado las pequeñas pasiones individuales de los personajes para
tratar de situarlos en el movimiento mismo de la historia, expresando las ideas
de su tiempo. Siguiendo a Schiller, Lassalle ha pretendido imprimir a su
tragedia la mayor profundidad ideológica y un contenido histórico consciente.
Pero el olvido de "lo real por lo ideal y de Shakespeare por Schiller"
le ha impedido realizar venturosamente sus propósitos. La concepción
lassalleana de la tragedia demasiado abstracta y poco realista -- como subraya Engels
— lleva, en definitiva, a eliminar elementos, fuerzas que habrían dado vida al
drama. No se trata, por tanto, de renunciar al contenido ideológico, de abandonar
por completo a Schiller, sino de presentar ese contenido en la forma viva,
concreta, que exige el verdadero drama realista. La tarea consiste —y en ella
ve Engels el futuro del drama alemán -- en conjugar "la profundidad ideológica, el contenido histórico consciente" y
la "vivacidad, la amplitud de la
acción shakespeareana". Las ideas, por tanto, deben estar presentes y
los fines que mueven a los personajes deben aparecer en primer plano, por todo
ello "de un modo vivo, activo y, por así decir, natural, por la marcha
misma de la acción"; los "discursos
de argumentación, por el contrario [...] se vuelven cada vez más inútiles".
12
Engels sitúa inequívocamente el papel del contenido
ideológico en la tragedia. A su modo de ver, este contenido tiene que encarnar
de un modo vivo en ella para que no se quede en el plano demasiado abstracto
que él reprocha a Lassalle. Pero ¿pierde o gana el contenido ideológico al recibir
esta forma viva, activa, concreta, que es, por otra parte, el único modo como
puede aparecer en el primer plano en la obra de arte? "El contenido ideológico se resentirá por ello —aclara Engels
- aunque esto es inevitable".13 Es decir, las ideas dejarán de estar
en la obra de arte en su plano propio, abstracto, y, en este sentido, se
resentirán como meras ideas, pero gracias a ello la obra de arte vivirá como
tal. Pero, en rigor, tampoco puede hablarse de una merma del contenido
ideológico ya que, en definitiva, éste se salva y se potencia cuando los personajes
que expresan las ideas son hombres reales, concretos, caracteres vivos,
definidos y no meros portavoces de una idea. Por ello, puntualizará Engels, refiriéndose
una vez más a la obra de Lassalle: "El
individuo se caracteriza no sólo por lo que hace, sino por el cómo lo hace; y,
desde este punto de vista, el contenido ideológico de tu drama no habría perdido
nada, en mi opinión, si los caracteres de los diferentes personajes se hubiesen
distinguido más netamente entre sí, y opuesto los unos a los otros". 14
No se trata, por tanto, de rebajar u olvidar la profundidad ideológica,
pero esta profundidad no se alcanza reduciendo la historia a una lucha de
ideas, sino presentando las ideas de un modo vivo, concreto, es decir,
vinculándolas a interese humanos reales. En este sentido, se llama la atención
sobre la necesidad de shakespearizar más
(Marx) o de no olvidar lo real por lo ideal, a Shakespeare por Schiller
(Engels).
Marx y Engels han coincidido, pues, en señal que los
defectos fundamentales de la tragedia de Lassalle provienen de una concepción
idealista de la revolución, que se traduce en una deformación de la historia y,
a su vez, en una idealización de la realidad. Su concepción del drama corresponde,
al mismo tiempo, a esta visión de la historia como lucha de ideas, y de ahí el
carácter abstracto, irreal, de sus personajes y de la acción. Respondiendo a
las observaciones críticas de Marx y Engels, Lassalle se aferra a su concepción
de la revolución y de la obra artística justificando el derecho del escritor a
separar radicalmente la realidad histórica y la realidad exigida por la necesidad
de ilustrar una idea. Una cosa es — dice Lassalle — el Sickingen histórico --
con respecto al cual da la razón a Marx y Engels — y otra, el Sickingen de su
tragedia, en el que, a juicio suyo, no hacen mella esos argumentos. Pues, se
pregunta él mismo implicando ya la respuesta positiva, "¿acaso no tiene
derecho el poeta a idealizar a su héroe, a dotarlo de una conciencia más
elevada? ¿Es que el Wallestein de Schiller es histórico? " 15 Y con la defensa lassalleana del
derecho del poeta a idealizar la realidad, la polémica llega a su fin, quedando
cada quien en su lugar. Lassalle, en el suelo abstracto de la revolución que
reposa sobre un conflicto de ideas. Marx y Engels, en el suelo real, concreto,
histórico, en el que anida el conflicto trágico revolucionario, pues, en
definitiva, la tragedia no se alimenta de ideas desnudas, sino de las contradicciones
profundas de la vida real.
Notas
1 F.
Lassalle, carta del 6 de marzo de 1859 a C. Marx, y nota adjunta sobre
Lassalle, idea trágica, en E
Mehring, Aue den literariechen Nachlaee van Marx, Enge%unu) Lassalle [La herencia
literaria de Marx, Engels y Lassalle, Stuttgart, 1913, t. IV, pp.
132-141. Ficha de la edición francesa.
La carta de respuesta de Marx a
Lassalle, del 19 de abril de 1859; la de Engels,
del 18 de mayo del mismo año, y,
por último, una nueva carta de Lassalle, del 27 de
mayo de 1859, dirigida a ambos,
fueron publicadas en E Lassalle, Nacbgeleeeene Briefe und Schriften Hrngb, von
G. Mayer, Bd. III, Stuttgart y Berlín, 1922.
2 "La fuerza de la revolución consiste en
su entusiasmo, en esta fe
directa de la idea de su propia
fuerza y en su carácter ilimitado. Pero el entusiasmo en tanto que certeza directa de la omnipotencia de la idea
es, en primer lugar, un modo abstracto de ignorar los medios limitados para
llegar a una realización efectiva, así como las dificultades de las
complicaciones reales, y actuar con los medios limitados al fin de alcanzar sus
objetivos en la realidad limitada". (Lassalle, nota adjunta a la carta
de Marx, del 6 de marzo de 1859, ed. francesa cit., pp. 382-383).
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Lassalle ha sido considerado como uno de los precursores de la corriente
oportunista en el seno del movimiento obrero alemán. Desde comienzos de la
década de los sesentas, y a raíz de la guerra austro-ítalo-francesa de 1859,
Lassalle propugnó por una política obrera adaptada a los intereses de Prusia y
Bismarck. El oportunismo de Lassalle se extendió a los problemas políticos
fundamentales, y ello determinó la ruptura definitiva de Marx, en 1862, con él.
Pero esta actividad política oportunista de Lassalle era justamente la que él
mismo había condenado pocos años antes en la nota suya que estamos examinando.
El compromiso, la astucia, constituye aquí una gran culpa intelectual y moral
que traducen "una falta de confianza
en la idea moral y en su fuerza ilimitada que existe en sí y por sí, así como
una confianza exagerada en los medios limitados, precarios".
4 Carta de E Lassalle a C. Marx y E Engels, del
27 de mayo de 1859.
5 Ídem.
6 Carta
de Marx a Lassalle, del 19 de abril de 1859.
7 Ídem.
8 Carta
de Marx a Lassalle, del 19 de abril de 1859.
9
Ídem.
10 C.
Marx, carta a Lassalle, del 19 de abril de 1859.
11
Ídem.
12 F.
Engels, carta a Lassalle, del 18 de mayo de 1859.
13 Ídem.
l4
Ídem.
15 F.
Lassalle, carta a C. Marx y E Engels, del 27 de mayo de 1859.
El trabajo anterior
está incluido en la obra “Las ideas
estéticas de Marx”, México, ERA, 1965, pp. 120 a la 134.