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Leon Trotsky ✆ Juan Carlos Rodríguez
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◆ “Aquel que piense que es necesario renunciar
a la lucha física, debe renunciar a toda lucha, pues el espíritu no vive sin la
carne” — León Trotsky, ¿A dónde va Francia?
◆ “La victoria de ningún modo es el fruto sazonado de la ‘madurez’ del
proletariado. La victoria es una tarea estratégica” — León Trotsky, Clase, Partido y Dirección
Emilio Albamonte & Matías Maiello
A principios de la década del 1960, el jurista reaccionario
alemán Carl Schmitt, señalaba en su Teoría
del Partisano: “Lenin fue un gran
conocedor y admirador de Clausewitz. Estudió el libro De la Guerra durante la
Primera Guerra Mundial, en el año 1915, de un modo intensivo, extrayendo
pasajes en alemán, haciendo notas al margen en ruso con subrayados y signos de
admiración que incorporó a su cuaderno de notas, la Tetradka. De este modo,
redactó uno de los más extraordinarios documentos de la Historia del mundo y de
las ideas.” [1] Schmitt no es inocente, destaca la relación entre el
marxismo y Clausewitz para mostrar el carácter revolucionario del bolchevismo
con el objetivo de contraponerle una estrategia conscientemente
contrarrevolucionaria. Sin embargo, lo cierto es que la apropiación del
pensamiento estratégico será un punto clave para la acción revolucionaria de
los bolcheviques y la III Internacional que marcará el curso del siglo XX.
Una afirmación similar pero con el resultado inverso adoptan
los teóricos “posmarxistas”, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. En Hegemonía y Estrategia Socialista,
destacan la relación entre el marxismo y Clausewitz para impugnar al marxismo
revolucionario. “La lucha política –dicen– sigue siendo, finalmente, un juego
suma–cero entre las clases. […]. No es exagerado decir que la concepción
marxista de la política, de Kautsky a Lenin, reposa sobre un imaginario que
depende en gran medida de Clausewitz” . [2]
Desde luego, Lenin no fue el primer lector de Clausewitz, ni
de los clásicos del pensamiento militar dentro del marxismo, menos aún el
primero en sumergirse en el arte de la estrategia y los problemas militares.
Tampoco Kautsky y Lenin tenían la misma concepción de estrategia, ni la misma
visión de la relación entre lo político y lo militar en el marxismo. Sin
embargo, bajo el nombre de Clausewitz, tanto el señalamiento de Schmitt como el
de Laclau y Mouffe aluden a un núcleo central del marxismo revolucionario.
Marx y Engels pudieron formarse una amplia visión sobre
cuestiones militares. En particular sobre Clausewitz sus primeras lecturas se
dan, muy probablemente, en el contexto de las revoluciones de 1848. Pero sus
estudios y lecturas van mucho más allá del autor de De la Guerra. Comprenden toda una serie de autores que van desde
Maquiavelo hasta Montecuccoli, desde Jomini hasta Chahrmützel, desde Surorov
hasta von Hofstetter y Barclay de Tolly, desde Willisen hasta Küntzel y Napier.
[3] Engels, por su parte, será especialmente prolífico en este terreno, además
de contar con la experiencia personal de los combates militares de 1849 que atravesaron
Baden y el Palatinado. [4]
A comienzos del siglo XX, dentro de la Segunda
Internacional, serán Jean Jaurès y Franz Mehring los primeros en desarrollar
obras comprensivas sobre cuestiones militares. El primero con su clásico L’Armée Nouvelle (El Nuevo Ejército) y otros escritos,
donde bajo una interpretación en clave de “defensa pasiva” de la obra de Clausewitz,
se propone desde una estrategia pacifista combatir el chovinismo, el
revanchismo, y el napoleonismo que primaba en las fuerzas armadas francesas de
aquel entonces.
En el caso de la obra de Mehring, constituirá una bisagra
para la introducción de los temas militares en los debates de la
socialdemocracia alemana e internacional. Autor de una amplia obra sobre
cuestiones militares compilada en gran parte en los dos volúmenes de Krieg und Politik (Guerra y Política) [5] , será uno de los
principales introductores de Clausewitz en el marxismo del siglo XX. Así como
también de Hans Delbrück, el destacado historiador militar que le fue
contemporáneo; sobre el cual volveremos en las páginas de este libro. [6]
A diferencia de Jaurès que se proponía una reforma del
ejército francés, Mehring, militante del ala izquierda de la Segunda
Internacional, tenía como objetivo sumergirse en el fenómeno de la guerra para
desarrollar una comprensión marxista de la misma a partir de las elaboraciones
de Engels y de Clausewitz.
Sin embargo, en su amplio abordaje, Mehring no consideró la
hipótesis de que la apropiación crítica de la obra de Clausewitz pusiese ser
una herramienta para enriquecer el desarrollo de la estrategia revolucionaria
en la acción en la lucha de clases. Esta innovación le corresponderá a Lenin en
primer lugar, y luego a Trotsky.
Tanto Lenin como Trotsky [7] , buscarán en los teóricos
militares respuestas a los interrogantes que había dejado planteada la
revolución rusa de 1905. El curso hacia la Primera Guerra Mundial no hará más
que profundizar aquel interés frente a la renovada proximidad del
enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución.
No serán los únicos. Karl Kautsky, como señalan Laclau y
Mouffe también participará de aquella apropiación. Pero a diferencia de Lenin y
de Trotsky, la estrategia militar era para Kautsky, sobre todo una fuente de
metáforas para la política. Como desarrollamos en este volumen, su apropiación
de Delbrück y su teoría de las dos estrategias, la “guerra de desgaste” (Ermattungsstrategie) y la “guerra de
abatimiento” (Niederwerfungsstrategie),
estará al servicio de combatir las críticas de Rosa Luxemburgo a la pérdida del
carácter revolucionario de la Socialdemocracia Alemana. [8]
La innovación de Lenin, a partir de sus cuadernos de 1915,
consiste en una apropiación crítica de Clausewitz comprensiva de las relaciones
entre guerra y política para la estrategia revolucionaria. Esto lo convirtió en
el primer intérprete político de De
la Guerra, como señala Michael Howard [9], uno de los más prominentes
especialistas y traductor de la obra del general prusiano.
Es difícil valorar cabalmente la magnitud de esta innovación
para el marxismo. Sus consecuencias fueron amplias y perdurables, en esto tanto
Schmitt como Laclau y Mouffe tienen razón. En primer lugar para la conducción
de la revolución rusa al triunfo, y luego para desarrollar enormemente el
arsenal táctico y estratégico del marxismo revolucionario para enfrentar el
desafío de la revolución en las estructuras sociopolíticas mucho más complejas
de Occidente.
León Trotsky, retrospectivamente señala al respecto: “La idea de una estrategia revolucionaria se
consolidó en los años de posguerra, al principio, indudablemente, gracias a la
afluencia de la terminología militar, pero no por puro azar. Antes de la guerra
no habíamos hablado más que de la táctica del partido proletario; esta
concepción correspondía con exactitud suficiente a los métodos parlamentarios y
sindicales predominantes entonces…” [10]
Sobre esta base tuvo lugar uno de los desarrollos más
importantes del todo el marxismo del siglo XX. Sin embargo, ni en la historia
en general y mucho menos en la historia de las organizaciones revolucionarias
se trata de una línea del progreso continuo. Como diría Goethe, para conservar
lo que se posee es necesario conquistarlo cada vez de nueva cuenta.
En el camino de recuperar aquel arsenal teórico-práctico
para el marxismo revolucionario del siglo XXI nos encontramos ante tres
negaciones de la estrategia: una histórica referida a la discontinuidad
revolucionaria [11], otra teórica que fundamenta explícitamente el pensamiento
“antiestratégico”, y por último, una política que podemos ver en las más
recientes experiencias de la lucha de clases. Comenzaremos por la primera.
El devenir
de un “trauma epistemológico”
Analizando las consecuencias para el movimiento marxista de
la derrota de la Comuna de París en 1871, Robeto Jacoby señalaba que: “Se produjo una especie de trauma
epistemológico: no se logró una reestructuración de la teoría de la revolución
proletaria en las nuevas condiciones histórico-sociales”. [12] Producto de
esta crisis, Jacoby resalta que el problema militar había prácticamente
desaparecido de la reflexión hasta los primeros años del siglo XX. Y así fue.
En la actualidad podemos ver puntos de contacto con aquella
situación. A ocho años del inicio de la crisis capitalista internacional cruje
el andamiaje del orden mundial capitalista que dominó durante los últimos 30
años, quedando simbolizado en la llegada a la presidencia de EE.UU. de Donald
Trump. Se suceden toda una serie de nuevos fenómenos políticos -polarización,
“neorreformismos” y ascenso de la derecha-, de la lucha de clases -como en
Francia en 2016, antes Grecia, en 2011 Medio Oriente y el Norte de África
atravesados por la “Primavera Árabe”-, también fenómenos aberrantes como el
terrorismo yihadista, en el marco de crecientes tensiones geopolíticas.
Sin embargo, el punto de partida de esta nueva etapa, cuyos
contornos comienzan a delinearse, son más de tres décadas sin revoluciones,
aunque no exentas de procesos agudos de la lucha de clases (levantamientos,
jornadas revolucionarias, etc.), que han marcado el retroceso de la reflexión
estratégica. Un efecto similar, aunque sobre la base de fenómenos distintos, al
que se dio luego de la Comuna de París de 1871.
Retomando a Jacoby, Pablo Bonavena y Flabián Nievas, traen
aquella reflexión sobre el “trauma epistemológico” a la actualidad, haciendo un
señalamiento más que pertinente. “El
marxismo actual –dicen-, al menos
muchas veces, pareciera que se ha vuelto ‘pacifista’. Incluso las
organizaciones que abrevan en el leninismo transmiten frecuentemente la misma
sensación, sin darse cuenta necesariamente que de esta manera estarían
renunciando a las aspiraciones revolucionarias.” [13]
Y agregan, respecto a las causas de este fenómeno: “En los inicios del siglo XXI estamos, en
este plano, en una situación análoga a la vivida en aquellos años que siguieron
al revés sufrido en la Comuna. El efecto de la derrota de la revolución en el
mundo en general y en nuestro país [Argentina] en particular ha erradicado el
tema de la agenda marxista.” [14]
Ahora bien, sin duda la derrota del último asenso de la
lucha de clases a escala internacional (1968-1981) y la ofensiva capitalista
posterior fueron claves, sin embargo el trasfondo es más amplio. En los
orígenes del actual “pacifismo”, no solo se encuentran las estrategias de
conciliación de clases -de los Partidos Comunistas stalinizados o del
“eurocomunismo” posterior- sino también el militarismo de las “estrategias”
guerrilleras que bregaron por la construcción de “partidos-ejércitos” en la
periferia capitalista.
Esta situación afectó también a las corrientes marxistas
referenciadas en Trotsky. La IV Internacional después de la Segunda Guerra
Mundial quedó diezmada, entre la persecución del fascismo, el stalinismo y el
imperialismo “democrático”. En este marco, se produjo un quiebre en la unidad
entre pro-grama y estrategia. El resultado de esta separación fue la adaptación
a otras estrategias fortalecidas en la posguerra, la de los Partidos Comunistas
europeos, la del nacionalismo burgués, o la guerrilla.
Esta deriva estratégica se profundizó luego de la derrota, y
en la actualidad la primacía es del pacifismo y la adaptación a los
neorreformismos. Es que a diferencia de la derrota histórica que sufrió el
proletariado con la Comuna de París, donde los heroicos comuneros batallaron a
muerte contra el ejército francés apoyado por el ejército prusiano, y que
sirvió de ejemplo e inspiración para las nuevas generaciones de
revolucionarios, en las últimas tres décadas los trabajadores vieron cómo sus
propias organizaciones se les volvían en contra plegándose a la ofensiva
neoliberal y a la restauración capitalista en los Estados donde se había
expropiado a la burguesía. [15]
Sin duda, para la reconstrucción del marxismo
revoluciona-rio en el siglo XXI es necesario, como planteaba Daniel Bensaïd
“deshacer la amalgama entre stalinismo y comunismo, liberar a los vivos del
peso de los muertos” . [16] Pero no es suficiente, es preciso reestablecer la
unidad entre el pro-grama marxista y la estrategia revolucionaria. Solo de esta
forma puede recobrar el lugar que le corresponde la relación entre estrategia,
marxismo y la cuestión militar.
Este es el objetivo del presente libro. De ahí el abordaje
que encontrará el lector sobre la relación entre “posición” y “maniobra”, sobre
las tácticas como el “frente único obrero”, el “gobierno obrero”, las complejas
relaciones entre defensiva y ofensiva, los desarrollos sobre el “arte de la
insurrección” en Oriente y en Occidente, y la subsecuente problemática de las
milicias obreras y la política hacía el ejército, así como la experiencia de la
propia construcción del Ejército Rojo en la Revolución Rusa, entre muchos otros
aspectos.
A su vez, otra parte del presente volumen está dedicada a
los problemas de “gran estrategia” o estrategia global, que hacen al desarrollo
internacional de la revolución, sin los cuales no puede comprenderse la lucha
de estrategias en el siglo XX y la que plantea el siglo XXI. En especial a la
teoría-programa de la revolución permanente como puente entre la conquista del
poder en Estados particulares y el “fin político” de la lucha por el comunismo
a través del desarrollo internacional de la revolución. Un arsenal estratégico
que no casualmente se encuentra hoy oculto bajo siete llaves.
Estos son algunos de los temas que abordaremos ligados a los
principales procesos revolucionarios del siglo, tanto en “Oriente”, las
revoluciones rusas, china, indochina, cubana, como en “Occidente”, muy
especialmente en Alemania, pero también Inglaterra, Francia, la revolución
española, los procesos en Europa “occidental” a la salida de la segunda
posguerra, así como aquellos contra la burocracia stalinista, la llamada
“guerra fría”, el ascenso iniciado por el Mayo Francés, y los procesos de
finales de los ’80 y principios de los ’90 que concluyeron con la restauración
capitalista.
El lector los encontrará articulados en torno a los
principales debates que atravesaron al marxismo del siglo XX. Las discusiones
entre Kautsky y Rosa Luxemburgo, los desarrollos de Lenin, la gran obra sobre temas
militares de Trotsky, abordada conjuntamente con sus desarrollos sobre la
revolución en Occidente, así como los de Antonio Gramsci y sus intérpretes
actuales. Las principales polémicas entre los marxistas referenciados en
Trotsky luego de la Segunda Guerra Mundial como Ernest Mandel, Michel Pablo,
Nahuel Moreno, entre otros. Las elaboraciones de Isaac Deutscher y su escuela.
Así como también el abordaje de los representantes de otras estrategias, como
Mao Tse Tung, Vo Nguyen Giap, o el “Che” Guevara.
Siendo que han pasado tantos años sin revolución, el lector
podrá preguntarse si está entonces frente a un libro de historia. Efectivamente
hay una historia detrás y es parte de lo que es necesario conocer, pero la
respuesta es negativa. Lo que encontrará en estas páginas, es una indagación
constante, un contrapunto permanente con los debates y las preguntas que
atraviesan hoy al marxismo y a la perspectiva de la revolución obrera y
socialista en el siglo XXI.
La guerra
sigue siendo un medio para un fin político
Como señalaba Trotsky en polémica con el stalinismo a mediados
de la década de 1930: “Aquel que piense que es necesario renunciar a la lucha
física, debe renunciar a toda lucha, pues el espíritu no vive sin la carne. De
acuerdo a la magnífica expresión del teórico militar Clausewitz, la guerra es
la continuación de la política por otros medios. Esta definición también se
aplica plenamente a la guerra civil. La lucha física no es sino uno de los
‘otros medios’ de la lucha política.” [17]
Y agregaba: “Es inútil
oponer una a la otra, pues es imposible detener voluntariamente la lucha
política cuando, por la fuerza de las necesidades internas, se transforma en
lucha física. El deber de un partido revolucionario es prever la inevitabilidad
de la transformación de la política en conflicto armado declarado y prepararse
con todas sus fuerzas para ese momento, como se preparan para él las clases
dominantes.” [18]
En este punto nos topamos en la actualidad con la segunda de
las negaciones de la estrategia a la que nos queremos referir, que opera en el
plano teórico a través de la trivialización de temas como la “guerra civil”, el
“estado de excepción”, y más en general de la guerra en sí misma y las
cuestiones relacionadas con ella. Su precursor fue Michael Foucault.
Según el filósofo francés, asiduo lector de Clausewitz, era
necesario invertir aquella fórmula del general prusiano según la cual la guerra
es la continuación de la política por otros medios. Decía Foucault: “Tendríamos, pues, frente a la primera hipótesis
-el mecanismo de poder es esencialmente la represión- una segunda hipótesis que
sería: el poder es la guerra continuada por otros medios. En este punto
invertiríamos la proposición de Clausewitz y diríamos que la política es la
guerra continuada por otros medios.” [19]
La inversión foucaultiana, que abordamos en el primer
capítulo de este libro, produce una indiferenciación entre la violencia física
y moral que borra los conceptos de “guerra” y “paz”. La “paz civil” pasa a ser
una simple secuela de la guerra y el ejercicio del poder se identifica con una
guerra continua. Paralelamente, el filósofo francés atribuye a la Modernidad el
pasaje del apotegma “hacer morir y dejar vivir” al actual “hacer vivir y dejar
morir”. Donde el poder moderno reposa en producir y gestionar la vida dando
inicio a la era del “biopoder”.
La tesis del biopoder se hace eco del espectacular
desarrollo de los mecanismos de control social, que desde su formulación
original hasta la actualidad no hicieron más que incrementarse. Sin embargo,
tras la omnipresencia de un control uniforme, el planteo de Foucault oculta las
asimetrías y las desigualdades sociales, ya sea frente a la enfermedad o frente
a la propia vigilancia policial, y por sobre todo, la lógica poli-cial
unilateral deja de lado todo antagonismo de clase. Queda borrada toda
distinción de las formas de dominación y regí-menes políticos bajo la categoría
de un totalitarismo todopoderoso. [20]
Este pasaje del poder soberano a la gestión de la vida del
bio-poder, diríamos que corresponde a la generalización teórica de las
condiciones propias de la derrota del ascenso de masas internacional iniciado
en 1968. La ausencia de revolución por más de tres décadas, así como la
ofensiva neoliberal, fueron terreno fértil para la idea de una “guerra civil
permanente” sin guerra civil, es decir, sin oponente. Donde el poder “se ejerce
y solo existe en acto”, se trata de “una relación de fuerza en sí mismo”, “es
esencialmente lo que reprime” . [21]
La consecuencia más importante de estas formulaciones es
que, como señalara Perry Anderson: “Una
vez hipostasiado como nuevo primer principio […] el poder pierde cualquier
determinación histórica: ya no hay detentadores específicos de poder, ni metas
específicas a las que sirva su ejercicio.” [22]
La continuación de este derrotero tiene su expresión
contem-poránea más prolífica en el filósofo italiano Giorgio Agamben. Uno de
los ejes de su trabajo gira en torno a la figura de “Estado de excepción” [23], tomando como referencia las
elaboraciones de Carl Schmitt, en el cual el soberano está al mismo tiempo,
fuera y dentro del ordenamiento jurídico, es el que decide “legalmente” la
suspensión del orden legal.
En un sentido similar al que señalábamos con Foucault, podemos
decir que Agamben está dando cuenta del fenómeno que atraviesa la política
actual, donde se oscurece creciente-mente la frontera entre el derecho y el
no-derecho, y se legaliza en forma generalizada la arbitrariedad del poder.
Tendencias al bonapartismo las denominaríamos en términos marxistas, las cuales
a partir de la crisis mundial vemos acrecentarse incluso en los países del
centro capitalista.
Sin embargo, también Agamben va más allá, la excepción
tiende a transformarse en regla, lo cual pone en cuestión los límites y la estructura
del Estado. De ahí que señale que: “La
estructura de la excepción […] parece ser […] consustancial con la política
occidental" [24]. La consecuencia al igual que en Foucault, es
deshistorizar, en este caso el estado de excepción, como una característica
permanente de la política occidental opacando sus causas y los objetivos que
persigue en la situación determinada.
Esto último de más está decir que es fundamental. Por
ejemplo en Francia, el gobierno de Hollande hizo norma del estado de excepción
bajo el argumento de combatir al terrorismo. Sin embargo, el país galo no viene
siendo solo el epicentro de aberrantes atentados terroristas contra la
población civil, sino que en 2016 estuvo atravesado por uno de los mayores
procesos de movilización juvenil y obrera desde el Mayo del ’68, y el estado de
excepción tiene entre sus principales objetivos disciplinar al movimiento de
masas. [25]
A su vez, recientemente el filósofo italiano ha publicado un
opúsculo titulado La guerra civil. Para una teoría política de la stasis,
como última entrega de su obra Homo Sacer. [26] Dos conferencias que habían
sido pronunciadas originalmente en 2001 luego de los atentados del 11S donde
arriba a conclusiones categóricas sobre la guerra civil. “La forma –señala- que la guerra civil ha asumido hoy en la historia
mundial es el terrorismo” [27], y agrega:
“El terrorismo es la ‘guerra civil mundial’ que inviste de vez en cuando esta o
aquella zona del espacio planetario” [28]. Esto vendría a confirmar, para
Agamben, el diagnóstico de Foucault de la política moderna como biopolítica,
siendo que “el terrorismo mundial es la
forma que asume la guerra civil cuando la vida como tal deviene la puesta en
juego de la política.” [29]
El concepto de guerra civil mundial tiene larga data, Agamben
lo referencia en Schmitt [30] y en Hannah Arendt quién lo formulara en su
clásico On Revolution en
referencia a la Segunda Guerra Mundial. Ya para aquel entonces, como
desarrollamos en el presente libro, se trataba de un concepto problemático que
diluía el carácter imperialista de la guerra frente a otras dicotomías como
“democracia versus totalitarismo”, con toda la serie de consecuencias
estratégicas que se desprenden de ello. Más problemática aún es hoy en Agamben.
En la “guerra civil mundial” de Agamben, como señala
Emmanuel Barot, quedan en la oscuridad las guerras actuales que libran los
Estados específicos en Medio Oriente y sus objetivos imperialistas, sin las
cuales el fenómeno del terrorismo actual, como el Estado Islámico, es
incomprensible. Contra aquellas tesis, desde el 2001 cuando el filósofo
italiano las pronunció originalmente hasta la actualidad, la implicación de los
Estados en este tipo de guerras, no solo por procuración sino en forma directa
no ha hecho más que acentuarse. Solo es necesario ver el desarrollo de la
guerra en Siria [31], o el derrotero que tuvo la guerra en Ucrania.
La inversión foucaultiana de la fórmula de Clausewitz, el
dominio absoluto del “biopoder”, el “estado de excepción” como estructura
consustancial de la política occidental, la “guerra civil mundial”, no hacen
más que ocultar los objetivos de la dominación y sus detentadores reales, así
como el papel del Estado capitalista y los antagonismos de clase en el marco de
la actual crisis mundial capitalista.
De esta forma evitan discernir la guerra civil y el
conflicto armado en su especificidad. Al teorizar sobre una guerra o una
“excepción” indeterminada e identificarlas con la polí-tica, terminan
oponiéndola a la guerra en toda su dimen-sión, y así, la continuidad entre
política y guerra pierde cualquier significación estratégica.
Se trata de un problema de primer orden para la estrategia
revolucionaria, si como señalábamos con Trotsky, es necesario justamente prever
la transformación de la política en conflicto armado y prepararse para ese
momento como lo hacen las propias clases dominantes.
La negación
de la estrategia
Daniel Bensaïd señala en su libro Elogio a la Política Profana cómo luego de la derrota de los
procesos que atravesaron Europa a finales de los ’60 (Mayo Francés, Primavera
de Praga, etc.) y la primera parte de los ’70 (Revolución Portuguesa) comenzó
“un movimiento de retirada y deserción del campo estratégico” [32], encabezado
por Foucault y Deleuze.
Foucault proclama que “donde hay poder hay resistencia” .
Pero se trata de una idea de resistencia que confirma el re-pliegue de la
cuestión del Estado, que ya no es concebido como el aparato armado especial
garante de las relaciones de la dominación capitalista, sino como una relación
de poder entre muchas otras. La estrategia, como dice Bensaïd, queda reducida a
cero, diluida en una suma de resistencias, sin posibilidad de victoria posible.
Como señala Clausewitz, la defensa absoluta, la pura
resistencia [33], “contradice
completamente el concepto de guerra; pues en tal caso, la guerra no sería
realizada más que por uno de los bandos” [34]. Y efectivamente en la era
del bipoder, para Foucault, el poder pasa a ser “aquello que reprime”. La
guerra que se continúa en la política, según su inversión de Clausewitz, es una
“guerra” unilateral.
Continuando la zaga del biopoder, Agamben nos presenta el
“campo de concentración” como el “paradigma biopolítico de Occidente” [35]. Es
un hecho que hoy no solo se trata de la existencia de campos de concentración
como el de Guantánamo, sino que vemos la proliferación de aquellos conocidos
bajo del eufemismo de “campos de refugiados” que pueblan Europa, donde son
detenidos cientos de miles de personas que huyen de la guerra y el hambre. Sin
embargo, Agamben avanza hacía la trivialización cuando el “campo de
concentración” pasa a ser el emblema de una lógica generalizada de
concentración que va desde la seguridad social hasta la arquitectura pasando
por las instituciones educativas y deportivas, y que enfrenta el poder soberano
a la vida desnuda, sin mediaciones. El poder no tiene frente a él más que la
nuda vida.
Este tipo de fatalismo, más o menos resignado convive en la
actualidad con teorías que hacen gala de un voluntarismo arbitrario, que
podemos ver en autores como Tony Negri o Alain Badiou. Este último bajo la
forma del “acontecimiento”, que “abre la posibilidad de lo que desde el
estricto punto de vista de la composición de esa situación o de la legalidad de
ese mundo, es propiamente imposible” [36]. Se trata de una reacción desde un
maoísmo idílico a los acomodamientos sin principios de la “realpolik”. Sobre la
base de concebir al comunismo no como un objetivo político sino como una “Idea”
con mayúscula a la manera kantiana, rechaza la confrontación real y la prueba
de la práctica [37].
En el caso de Negri, la idea de un “comunismo aquí y ahora”
se basa en el embellecimiento de las transformaciones consecuencia del
neoliberalismo capaces de ser “constitutiva[s] de sujetos sociales
independientes y autónomos”, donde “la contradicción que opone esta nueva
subjetividad a la dominación capitalista […] ya no será dialéctica sino
alternativa” [38]. Un planteo cuyas raíces más o menos lejanas se remontan al operaismo desarrollado como
reacción frente a la burocracia del Partido Comunista Italiano.
En ambos casos se trata de negaciones “voluntaristas” de la
estrategia. Sin embargo, tanto la voluntad pura como la potencia, más allá de
la teoría se mantienen atrapadas por la realidad de las relaciones de fuerza
entre las clases y por las burocracias sindicales, políticas, de los
“movimientos”, que no tienen a bien someterse a la hegemonía del “general intellect” o a la “idea
reguladora” del comunismo.
Esta realidad, siempre tan prosaica, nos entregó una curiosa
fotografía. Tanto el fatalismo de Agamben, como los diferentes voluntarismos de
Badiou y Negri, e incluso una parte de la izquierda que se reivindica
revolucionaria pero sufre aquel “trauma epistemológico” al que referíamos al
principio [39] confluyeron detrás del apoyo electoral al principal fenómeno
neoreformista que ha dado la situación hasta el momento: la Coalición de
Izquierda Radical griega, más conocida como Syriza.
Esto nos introduce en la tercera negación de la estrategia a
la que queríamos referirnos, la más directamente política.
Las
situaciones revolucionarias no caen del cielo
Venimos de más de tres décadas sin revoluciones. Más arriba
señalábamos algunas de las causas que lo explican. El desarrollo de la crisis
capitalista internacional ha cambiado el escenario. Ya se han dado situaciones
agudas de la lucha de clases, que son fundamentales para la reflexión estratégica
actual. Grecia es un ejemplo, no el único por supuesto. Egipto es otro gran
laboratorio, uno más “oriental” que “occidental”, según las categorías
políticas de la III Internacional.
En el escenario “oriental” de Egipto, una situación
prerrevolucionaria devino en situación contrarrevolucionaria [40]. En el
escenario “occidental” de Grecia, los mecanismos de la democracia burguesa
resistieron el embate de la crisis y la lucha de clases hasta el momento; claro
que con el saldo del hundimiento de los partidos tradicionales y catapultando
al gobierno a Syriza.
Ahora bien, las situaciones de crisis profunda que llevan a
la lucha de clases no son sinónimo de revolución, y menos que menos de un
resultado revolucionario. “Una situación revolucionaria –decía con razón
Trotsky- se forma por la acción reciproca de factores objetivos y subjetivos”,
y agrega que “no cae del cielo; se forma en la lucha de ciases” [41]. Y en este
marco, la actitud de las direcciones del movimiento de masas es el factor
subjetivo de primer orden.
El ejemplo griego nos permite ver hoy aquella relación entre
factores objetivos y subjetivos de la que habla Trotsky. Pablo Iglesias,
principal referente de Podemos, al ser interpelado sobre la transformación de
Syriza en un gobierno aplicador de los ajustes de la Unión Europea afirmaba que
la formación griega no tuvo otra alternativa que seguir el curso que siguió.
Desde luego, al defender a Syriza estaba pensando en el futuro de Podemos en el
Estado Español.
“El problema –decía
Iglesias- es que todavía se tiene que
veri-ficar que alguien desde un estado puede plantear semejante desafío […] si
nosotros gobernando vamos a hacer una cosa dura de repente tienes a buena parte
del ejército, del aparato de la policía, a todos los medios de comunicación […]
tienes a todo contra ti, absolutamente todo. Y un sistema parlamentario, en el
que cómo aseguras tú una mayoría absoluta, es muy difícil […] Para empezar
habría que haber llegado a un acuerdo con el Partido Socialista.” [42]
Efectivamente aquí se encuentran esbozados sencillamente los
dos caminos estratégicos existentes. El primero, el defendido por Iglesias:
actuar dentro de los marcos impuestos por la Troika [43] desde un discurso y
una “cultura” de izquierda en general. Algo parecido podemos encontrar en el
reciente folleto Construir Pueblo [44]
de Íñigo Errejón y Chantal Mouffe, o en Disputar la Democracia [45] del propio Pablo Iglesias. Es
decir, el recorrido de Syriza, ya sea con mayores o menores márgenes de
maniobra. [46]
El segundo es el de enfrentar a las instituciones de la UE y
atacar los intereses capitalistas, que implica prepararse para enfrenta “a
buena parte del ejército, la policía, los medios de comunicación”, etc., así como
conquistar nuevas formas democráticas de expresión de las mayorías, superiores
al parlamentarismo, entre otras cuestiones.
En el primer caso no hay estrategia en el sentido
clausewitziano del término, entendida como la utilización de los combates
tácticos parciales con el fin de imponer la voluntad al enemigo; o como decía
Trotsky, el arte de vencer, de hacerse con el mando. Al contrario, se trata
simplemente de administrar lo más benévolamente posible la realización de
intereses ajenos, es decir, del capitalismo. Como demostró Grecia, los márgenes
permitidos para aquella benevolencia son particularmente estrechos en el marco
de la crisis mundial.
El camino de la estrategia no comienza el día del “asalto al
Palacio de Invierno”. Tampoco consiste esperar “la crisis final del
capitalismo”. El pensamiento mágico no tiene lugar cuando hablamos de
relaciones de fuerzas. De ahí el insustituible trabajo de la estrategia, que
consiste en la articulación de volúmenes de fuerza para el combate.
En el caso griego podemos ver dos elementos claves donde las
direcciones oficiales del movimiento de masas tuvieron un papel negativo
fundamental: el Frente Único, es decir, la posibilidad de presentar un frente
común de los trabajadores en la acción ante los ataques capitalistas, y la
autodefensa necesaria para el desarrollo de la lucha.
El Frente Único defensivo, sin el cual el Frente Único
ofensivo y los Soviets son impensables, fue uno de los grandes ausentes durante
todo el primer ciclo de lucha de clases que va desde el 2010 hasta 2012, con
decenas de huelgas generales, movilizaciones de masas y enfrentamientos con la
policía.
Las direcciones sindicales fueron enemigas principales de
desarrollar un Frente Único defensivo contra los ataques de los sucesivos
gobiernos agentes de la Troika. En el caso de los sectores mayoritarios de la
burocracia, con su política de subordinación al PASOK y a otros partidos
patronales. Frente a éstos Syriza, sin una influencia significativa en el
movimiento obrero, y menos aún una política contrapuesta, no representó ninguna
alternativa. En el otro extremo, con una combinación de sectarismo y oportunismo
en el caso de la central obrera orientada por el Partido Comunista Griego
(PAME) que se negó explícitamente a la unidad en la acción. Cada uno a su
manera fue enemigo de que se materialice el frente único necesario para
derrotar los planes de austeridad a pesar las más de 30 huelgas generales.
Otro tanto podríamos decir sobre los problemas de la
autodefensa. Cómo dice Iglesias, el camino alternativo a la aceptación de los
marcos impuestos por la Unión Europea, implica entre otras cosas prepararse para
enfrentar a las fuerzas represivas del Estado burgués. Al igual que la mayoría
de las cuestiones estratégicas no se resuelven el día de la toma del poder.
Como señala Trotsky, los trabajadores tienen que saber que
cuanto más fuerte sea su lucha más fuerte será el contraataque del capital.
Según la escala de la lucha y el nivel de enfrentamiento, es la creación de
destacamentos obreros de autodefensa, comenzando desde la puesta en pie de
piquetes de huelga para una lucha particular hasta la conformación de milicias
obreras cuando los enfrentamientos se hacen más agudos.
En el caso griego, la defensa frente los ataques de las
bandas neonazis de Aurora Dorada, planteaba en forma embrionaria la cuestión de
la organización de la autodefensa. Lo mismo podemos decir de los “piquetes de
huelga” en torno a las huel-gas generales que se desarrollaron, y sobre todo,
si estas hubieran tenido una perspectiva clara de combate, y no de medidas
aisladas, lo que hubiera hecho más dura aún la represión.
La “solución” de Syriza a este problema para llegar al
gobierno, llevando hasta el final el planteo de Iglesias, fue entregar el
control del ejército y la policía a una formación de la derecha nacionalista y
xenófoba, ANEL, a través de una coalición parlamentaria y el otorgamiento del
ministerio de defensa.
De conjunto, tanto el Frente Único como la autodefensa, eran
indispensables para incidir sobre la relación de fuerzas, y por ende para el
desarrollo de una situación revolucionaria. De aquí el señalamiento de Trotsky
sobre que una situa-ción revolucionaria no surge ex nihilo sino que se construye en la lucha de clases. La clase obrera y el movimiento de masas en Grecia dieron muestras enormes de
combatividad y disposición al combate, muy especialmente entre 2010 y 2012. A pesar
de ello, como es evidente, no impuso el Frente Único o desarrolló organismos de
autodefensa a pesar de sus direcciones, mostrando que la radicalización que
hubo fue ciertamente embrionaria.
Para quién se conforme con este tipo de explicaciones el presente
libro carece totalmente de sentido. La discusión puesta exclusivamente en estos
términos, por fuera de la acción de las direcciones realmente existentes, de
las burocracias políticas y sindicales del movimiento de masas, es la pura
negación de la estrategia. Tan ridícula como la pretensión de analizar el
resultado de una guerra sin evaluar la estrategia y la táctica de los Estados
Mayores.
Como podemos ver en los debates de la III Internacional,
desarrollados en el presente libro a partir del contrapunto entre Gramsci y
Trotsky, la táctica del Frente Único Obrero parte de la constatación –reiterada
constantemente en la historia- del papel central de las burocracias políticas y
sindicales –incluidas las reformistas- como garantes de la división del movimiento
obrero frente al capital.
De aquí que la constitución del Frente Único, y más aún su
desarrollo, es obra de la estrategia. Es decir, depende de la existencia de una
organización revolucionaria dispuesta a pelear por él. Es importante aclarar,
nuevamente, que no se trata de una proclamación en abstracto, sino de la
articulación de determinados volúmenes de fuerza material suficientes para
imponerlo, así como para aprovecharlo estratégicamente desarrollando una lucha
de tendencias al interior del Frente Único para atraer a sectores de masas
hacia una estrategia y un programa revolucionario en base a la experiencia en
común.
En el caso griego, sin embargo, solo las direcciones
tradicionales, de la burocracia ligada al PASOK o el Partido Comunista, y políticamente
Syriza, contaban con fuerzas suficientes para determinar la situación, las
cuales utilizaron para boicotear el desarrollo del Frente Único. No hubo una
fuerza revolucionaria organizada con peso suficiente en el movimiento obrero
para presentar batalla.
Esta configuración resultante, muestra por la negativa el
carácter indispensable del trabajo de la estrategia, tanto previamente como
durante el proceso, el cual no solo incluyó el desarrollo de los elementos de
la lucha de clases que señalábamos antes sino que se plasmó en el masivo
pronunciamiento por el No al memorándum de la Troika en 2015.
La miseria
de la política sin estrategia
Mucho se ha escrito en torno a Syriza y sus posibilidades de
constituir un “gobierno de izquierda” luego de décadas de dominio en Europa de
lo que Tarik Ali llamó el “extremo centro” [47] político incluyendo por igual a
socialdemócratas y conservadores.
A poco de llegar al gobierno en enero de 2015, el ex-miembro
del Comité Central de Syriza y de la ex-Plataforma de Izquierda, Stathis Kouvélakis,
sostenía que lo que estábamos viendo era la consecución de la “estrategia de
‘guerra de posiciones’” de Gramsci que, según él, “Nicos Poulantzas y la tradición eurocomunista reformularon como la ‘vía
democrática al socialismo’” [48] . A la inversa, tan pronto como en Julio
de aquel mismo año se encontraba dando cuenta de “un desenlace completamente desastroso para un experimento político que
dio esperanza a millones de personas luchando en Europa como en otras partes
del mundo”. [49]
Efectivamente, el 6 de julio de 2015, la gran mayoría del
pueblo griego votó en un referéndum organizado por Syriza el rechazó a la
Troika. En el marco de una campaña de aterrorizamiento internacional
protagonizada por todas las fuerzas burguesas, sus gobiernos y sus medios de
comunicación, un 61% de los votantes votaron por el NO. Este porcentaje superó
el 70% en los principales barrios obreros de la Atenas, y entre los jóvenes
rondó el 80% [50]. Mostrando la evolución de la experiencia de las masas con la
Troika y sus agentes locales.
La acción de Syriza luego de este pronunciamiento terminó de
expresar la bancarrota del neorreformismo. Contra el voto ampliamente
mayoritario de la población selló el acuerdo con la Troika. Negándose a atacar
la propiedad capitalista, Syriza se convirtió en pocos meses en la
administradora “de izquierda” de los planes de austeridad y de un plan
privatizaciones sin precedentes, en el marco de una catástrofe social que
incluye una tasa de desocupación que ronda el 24%, que asciende en la juventud
a más del 46% [51], con un cuarto de la población en la pobreza.
Volviendo a Kouvélakis, y más allá de aquellas
consideracio-nes sobre la “guerra de posición” –un debate que el lector encontrar
por demás desarrollado en el libro-, lo cierto es que como representante del
ala izquierda de Syriza es expresión de una extendida ilusión de que es posible
un carril intermedio entre una estrategia de ruptura decidida con el capitalismo
y la gestión –“de izquierda”- de lo existente que veíamos con Iglesias. La
misma ilusión que en al interior de Podemos refleja el agrupamiento
“Anticapitalistas”.
La explicación de Kouvélakis sobre la evolución de la situación
en Grecia y el ascenso de Syriza, es la siguiente: “Los 32 días de huelgas generales, los cientos de miles de personas
tomando las calles, no han parado una sola medida de los ‘memorandos’ de
austeridad.” Y a renglón seguido agrega: “Un punto de vista político era necesario, esa conciencia fue la que
preparó el terreno para el momento de la iniciativa política. Syriza capturó la
imaginación de las personas, proporcionando una traducción política que faltaba
hasta el momento.” [52]
Es ilustrativo ver cómo concibe el ascenso de Syriza al gobierno
como la traducción política de la impotencia en la lucha de clases, que “no ha
parado ni una sola medida de austeridad”, y cómo lo hace sin siquiera reparar
en ello. Desde esta óptica, a la hora de sacar las conclusiones sobre el
fracaso de Syriza, el error fundamental para Kouvélakis fue “pensar que se podría obtener algo negociando
con las instituciones europeas en ausencia de un plan b, ausencia cuyas
consecuencias están siendo sentidas de manera muy fuerte y devastadora en este
momento”. [53]
Un “plan b” que no pasaba de la salida del euro acompañada
de algunas medidas neokeinesianas sobre la base de una la devaluación monetaria
[54], y que buscaba emular “rebotes” económicos como el que se produjo en
Argentina bajo el kirchnerismo. Pero Grecia demuestra que el viento en cola que
sustentó por una década a los gobiernos “posneoliberales” en América Latina
luego de importantes levantamientos de masas, es cosa del pasado en el marco de
la crisis mundial.
Para el referente de la ex-Plataforma de Izquierda, la
pegunta no es por qué, las más de 30 huelgas generales no lograron nada. Aunque
habla de “guerra de posición” en Gramsci, tampoco se pregunta si los
trabajadores pudieron presentar un Frente Único defensivo en el combate contra
la Troika, ni que hablar de la autodefensa, ya que en este caso defiende
explícitamente el acuerdo con ANEL. No se trata de nada de esto, sino de no
haber tenido un plan de salida del Euro para negociar más duro con la Troika.
Desde luego Kouvélakis no expresa en este sentido una visión
original, sino la de toda una escuela de pensamiento de larga data. “La misión de esta escuela estratégica –decía
Trotsky en referencia a otros representantes-
consiste en obtener por la maniobra todo lo que solo puede dar la fuerza
revolucionaria de la lucha obrera.” [55]
Lo cierto es que el ascenso electoral de Syriza entre 2012 y
2015 fue la traducción de la progresiva impotencia a la que iba llegado la
lucha del movimiento de masas, dividido y desgastado por las burocracias
sindicales y políticas en decenas y decenas de acciones con un efecto sobre la
relación de fuerzas tendencialmente decreciente y finalmente cercano a cero.
Esta es la relación precisa si abordamos el problema desde el punto de vista de
la estrategia.
En cuanto a la dinámica, es similar a la que Trotsky
analizaba para Francia en 1922. “Los
Disidentes [56] reformistas –decía-
son los agentes del ‘bloque de izquierda’ en la clase obrera. Sus éxitos serán
mayores en la medida en que haga menos pie entre los trabajadores la idea y la
práctica de un frente único contra la burguesía. Un sector de los obreros,
desorientado por la guerra y por la demora de la llegada de la revolución,
puede aventurarse a apoyar al ‘bloque de izquierda’ como un mal menor, en la
creencia de que no arriesga nada, y por qué no ve otro camino.” [57] Es
decir, en situaciones que aún no están marcadas por el enfrentamiento entre
revolución y contrarrevolución, cuanto menor es el desarrollo del frente único
contra la burguesía en la lucha de clases, más se fortalecen variantes
políticas reformistas de colaboración de clase.
Desde este punto de vista, la dinámica que plantea Kouvélakis,
es la inversa a la que podría llevar a un gobierno obrero anticapitalista y
antiburgués, ya que la misma depende del más amplio desarrollo del frente único
defensivo como base para el pasaje al frente único ofensivo, incluyendo los
Soviets o Consejos, como la expresión organizada del Frente Único.
En esta articulación estratégica entre posición y maniobra
es en la que se basó la III Internacional para la formulación de la táctica de
“gobierno obrero” que tiene como principal característica desarmar a la
burguesía y armar al proletariado. En el libro desarrollamos los importantes
debates sobre este punto que tuvieron lugar alrededor de la experiencia
“occidental” de la revolución alemana de 1923, y que a pesar del escaso estudio
posterior, marcaron un punto de inflexión en la reflexión estratégica del
marxismo.
El contundente resultado del referéndum contra la austeridad
y la Troika constituyó una gran oportunidad perdida para revertir aquella
dinámica, para lo cual podría haber cumplido un papel fundamental la táctica de
“gobierno obrero”.
Un gobierno obrero en Grecia en 2015, podría haber
aprovechado la voluntad que luego expresó el referéndum para imponer medidas de
autodefensa fundamentales frente al pasaje a la “acción directa” de los grandes
bancos y la Troika mediante la fuga masiva de capitales, que como el propio Kouvélakis
señala modificó vertiginosamente la relación de fuerzas [58]. Y sobre esta base
implementar el no pago de la deuda externa. Otro tanto podríamos decir respecto
al 30% empresas que cerraron y su expropiación bajo control obrero, entre otras
medidas.
Desde luego, este tipo de medidas de ruptura con el
capitalismo necesariamente implican preparar el combate. El llamado
internacional a la más amplia movilización por la anulación de la deuda griega,
que no solo Syriza no planteó sino que Podemos desde el Estado Español se
pronunció preventivamente en contra [59]. El repudio a la Troika hubiera
concitado enorme simpatía en Europa, la que luego se terminó expresando por
derecha, por ejemplo, en el Brexit. A su vez, aquel 61% que se expresó por el
No al memorándum de la austeridad era la base para la creación de organismos de
autoorganización, así como de autodefensa, para poder derrotar la resistencia
de los capitalistas y sus fuerzas represivas. Desde luego esto abre a muchos de
los problemas estratégicos que desarrollamos en el presente libro: la
insurrección, la guerra civil y la extensión internacional de la revolución.
Ahora bien, sin dudas la primera condición para una dinámica
de este tipo es la constitución de una fuerza material capaz de influenciar en
los acontecimientos y construir una alternativa revolucionaria al
neorreformismo, encarnado en Syriza. Sin este objetivo, siguiendo la lógica
enunciada por Kouvelakis, la Plataforma de Izquierda que llegó a constituir el
30% de la organización, para mediados de 2015 quedó reducida a su mínima
expresión. Pero incluso, quienes de algún modo se lo plantearon, como la
Coalición de Izquierda Anticapitalista, Antarsya, principal coalición a la
izquierda de Syriza y el PC, carecieron de fuerza material e influencia
significativa.
La experiencia griega es una muestra de la necesidad del
trabajo de la estrategia para que en los momentos decisivos el resultado no
esté definido de antemano producto de la impotencia y/o inexistencia de una
alternativa revolucionaria.
La
estrategia y el arte de “crear poder”
La disposición a la lucha mostrada por los trabajadores y la
juventud griega contrastó con el derrotero de sus direcciones, en primer lugar,
la del neorreformismo de Syriza. Podemos se apresta a emular este recorrido en
el Estado Español aunque con menor éxito hasta el momento. En ambos casos, la
“relación de fuerzas” es transformada en una abstracción de la cual solo se
puede dar cuenta. Demuestran más predisposición a alterarla, las derechas como
el Frente Nacional en Francia, el UKIP en Gran Bretaña, o el propio Donald
Trump en EEUU, entre otros, incluyendo la derecha brasilera que instrumentó un
golpe institucional para hacerse del gobierno.
Pero no se trata solo de Syriza o Podemos. Por ejemplo, a finales
de 2016, en el marco de la crisis del PT, el Partido Socialismo y Libertad
(PSOL) de Brasil con Marcelo Freixo a la cabeza estuvo en la pelea por llegar
[60] al gobierno municipal de Río de Janeiro, una de las ciudades más
importantes de América Latina, que viene de importantes procesos de luchas
docentes, obreras, estudiantiles. ¿Qué hubiera hecho el PSOL de salir
victorioso en aquella elección?
Su búsqueda de acuerdos con empresarios, la intención de
respetar la Ley de Responsabilidad Fiscal, etc. hacen suponer un camino
parecido al de Syriza. Sin embargo, el movimiento que se expresó en la votación
de Río, planteaba la posibilidad de un curso alternativo de ruptura con el
capitalismo donde la ciudad se transformase en un bastión revolucionario para el
resto del país. Desde luego, esta segunda opción nos devuelve a los problemas
de estrategia y táctica, a la modificación –y no a la administración- de la
relación de fuerzas.
Cuanto más agudos son los procesos de la lucha de clases,
más “el desarrollo de las fuerzas -decía
Trotsky- no cesa de modificarse
rápidamente bajo el impacto de los cambios de la conciencia del proletariado,
de tal manera que las capas avanzadas atraen a las más atrasadas, y la clase
adquiere confianza en sus propias fuerzas.” Y agregaba: “El principal elemento, vital, de este
proceso es el partido, de la misma forma que el elemento principal y vital del
partido es su dirección.” [61]
Desde este punto de vista, la experiencia griega, también
mostró el rotundo fracaso de las “alas izquierdas” del neorreformismo, que en
el caso de Syriza, como decíamos, llegó a representar el 30% de la
organización. Según Kouvelakis, la Coalición de la Izquierda Radical griega
mostraba un nuevo modelo de partido a seguir, “una organización pluralista, que
incluye varios tipos de tradiciones de la izquierda radical, co-munistas,
trotskistas, maoístas, movimientistas y algunos socialdemócratas de izquierda.
Debe ser visto como un proyecto para la recomposición de la izquierda radical.”
[62] Pero, lo cierto es que no solo no recompuso a la “izquierda radical” sino
que plasmó su rotundo retroceso.
Luego del triunfo del “No” en el referéndum, 15 diputados de
la Plataforma de Izquierda votaron a favor del acuerdo con la Troika, bajo el
argumento que de lo contrario el gobierno de Tsipras perdería la mayoría. Sus
miembros que ocupaban cargos y votaron en contra fueron removidos del gobierno.
A pesar de ello y de la represión gubernamental a las protestas contra el
acuerdo, la Plataforma de Izquierda continuó en Syriza para romper pocas
semanas antes de las elecciones de septiembre de 2015. Su nueva formación
Unidad Popular, encabezada por 25 diputados, obtuvo en aquellas elecciones
menos del 3% de los votos quedando afuera del parlamento heleno. Toda una
postal de su impotencia.
Ahora bien, qué sucedió con los sectores organizados
independientemente de Syriza como Antarsya (Alianza Anticapitalista de
Izquierda). En una polémica con Stathis Kouvélakis, el dirigente de la
corriente internacional referenciada en Socialist
Workers Party británico, Alex Callinicos, señalaba: “La última vez que debatimos, Stathis habló de Antarsya, el frente de la
izquierda anticapitalista, en el cual participan nuestros compañeros del SWP.
Habló de que Antarsya había sido estratégicamente derrotada [en alusión a su
falta de influencia en sectores de masas]. Pero para ser honestos ¿qué podemos
decir de Syriza hoy? ¿No ha sido estratégicamente derrotada? ¿Qué pasa con la
plataforma de izquierda? No creo que la actuación de la plataforma de izquierda
[…] sea nada de lo que podamos estar orgullosos.” [63]
Evidentemente Callinicos tiene razón en lo que respecta a la
Plataforma de Izquierda, sin embargo, no responde al señalamiento de Kouvelakis
sobre la debilidad mostrada por Antarsya en el proceso griego [64] . “Aquellos –decía Kouvelakis- que creen en la hipótesis de que ‘los
reformistas fracasarán y la vanguardia revolucionaria estará esperando en los
flancos para dirigir las masas a la victoria’, están viviendo fuera de la
realidad.” [65] Y en esta afirmación hay que reconocer que el representante
de la izquierda de Syriza tiene razón.
En este sentido, el presente libro, las problemáticas que
aborda, las preguntas que lo motorizan, están ligadas al combate por la
construcción de partidos revolucionarios, a nivel nacional e internacional,
como parte del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) en Argentina y la
Fracción Trotskysta – Cuarta Internacional (FT-CI) a nivel internacional.
Constituye un intento de sacar lecciones de la historia y de la propia
experiencia, tanto de los triunfos como de las derrotas y las frustraciones, en
la búsqueda por aprender a articular aquellos “volúmenes de fuerza para el
combate” para que, parafraseando a Clausewitz cuando la burguesía eche mano a
la espada no terminemos saliéndole al cruce con una ceremonia.
Es lo que intentamos hacer desde la experiencia del PTS como
parte del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) en Argentina 66 -un
frente de independencia de clase que sostiene la perspectiva de un gobierno de
trabajadores de ruptura con el capitalismo-. Poner en pie una fuerza material
hegemónica a partir de los principales combates y procesos de organización de
la clase obrera –así como del movimiento estudiantil y de mujeres- buscando
desarrollar fracciones revolucionarias en su interior, mediante la articulación
de los diferentes métodos y formas de lucha (la acción parlamentaria y
extraparlamentaria, clandestina y abierta, la lucha contra la burocracia, el
Frente Único, etc.).
Esto nos lleva a una última consideración de carácter más
general, que hace también al sentido del presente libro. Las condiciones
subjetivas para el triunfo revolucionario, no se forjan como rayo en el cielo
sereno en los momentos decisivos, sino desde los mismos combates cotidianos. En
este sentido es útil retomar la formulación de Lawrence Freedman cuando dice
que: “la estrategia es el arte político
central. Se refiere a lograr más de una situación determinada de lo que ofrecía
la relación de fuerzas iniciales. Es el arte de crear poder.” [67]
El marxismo, a diferencia, de planteos como los de Foucault,
no invierte la fórmula clausewitziana sobre que la guerra es la continuación de
la política por otros medios. Sin embargo, como desarrollamos en el libro, a
diferencia de Clausewitz, su concepto de política, en lo que a las sociedades
de clase se refiere, está indisolublemente ligado al concepto de lucha de
clases al interior de las fronteras estatales, y a su vez tiene un carácter
internacional.
Como señala correctamente el filósofo y sociólogo francés
Raymond Aron, “En el marxismo de Lenin, el Estado y la ley derivan también de
la violencia física más o menos camuflada. Toda paz, en una sociedad de clases,
disimula la lucha” [68]. Así es que reserva el concepto de guerra para la
violencia física cuando adquiere un papel no solo determinante sino también
preponderante. Sin embargo, al interpretar la política en términos de lucha de
clases, el enfrentamiento físico también es objeto de análisis en los periodos
caracterizados como “de paz”.
Cada lucha seria, ya sea una huelga o conflicto parcial de
la lucha de clases, cada enfrentamiento significativo con las burocracias
políticas o sindicales, plantea un momento de medición de relación de fuerzas
materiales. Del resultado de esos combates, incluso físicos, de la diferencia
entre la relación de fuerzas inicial y la posterior, surge el desarrollo de la
fuerza propia de un partido revolucionario capaz de encarar los combates
futuros.
Por un lado, este proceso, desde luego, comprende triunfos y
derrotas, ya que la elección de las condiciones del combate no depende
exclusivamente de uno de los actores en conflicto. El trabajo de la estrategia
siempre opera sobre las probabilidades, no da garantías de victoria, si así
fuera la lucha sería innecesaria. Por otro lado, aquella fuerza propia, no
surge de los resultados de los combates en forma automática o espontánea. Como
señala el estratega militar norteamericano Edward Luttwak, “la victoria confunde; la derrota educa”
[69]. De ahí que parte del trabajo de la estrategia sea el estudio escrupuloso
de los combates anteriores, tanto para evitar la “confusión” como efecto de los
triunfos, como para extraer las lecciones de las derrotas, cuestión fundamental
para los posteriores enfrentamientos.
En estos combates, al contrario de lo que señalan Laclau y
Mouffe sobre que la introducción del pensamiento de Clausewitz, no haría más
que poner un “límite a la lógica deconstructiva de la hegemonía”, de una
hegemonía en abstracto, la importancia de retomar el pensamiento estratégico
está directamente relacionada con dar cuenta cabalmente de las fuerzas
materiales en las cuales se encarna la hegemonía burguesa al interior de la
clase obrera y sus potenciales aliados, y de extraer las consecuencias que se
desprenden de ello.
Esto devino cada vez más fundamental desde la segunda mitad
del siglo XX que vio el desarrollo sin precedentes de la burocracia política,
sindical y de todo tipo en el propio movimiento obrero -así como en los
movimientos sociales, de mujeres, estudiantil, etc.-. Lo que se traduce hoy, en
el caso de la clase obrera, en que por un lado, nunca en la historia haya
estado tan extendida a nivel mundial como en la actualidad y, sin embargo,
nunca haya estado tan dividida y fragmentada. [70]
La lucha constante contra estas burocracias como garantes de
la dominación capitalista es un prerrequisito para la constitución de la clase
obrera en clase independiente, y desde luego para la lucha por la hegemonía.
Frente a aque-llas fuerzas materiales, se trata de “crear poder” también
material capaz de encarar los enfrentamientos decisivos.
La victoria
es una tarea estratégica
El orden mundial que enmarcó la ofensiva imperialista de las
últimas tres décadas, bajo el eufemismo de la “globalización”, se resquebraja
paulatinamente al calor de más de un lustro de crisis capitalista
internacional. El trabajo de la estrategia para desarrollar aquellas fuerzas
materiales no es solo una opción sino una necesidad inmediata.
De su ausencia se desprenden consecuencias cada vez más
significativas. En Grecia se demostró como la combatividad del movimiento
obrero y popular puede ser dilapidada en manos del neorreformismo.
Acontecimientos posteriores como triunfo del Brexit con el xenófobo UKIP como
principal vocero, o el ascenso de Donald Trump a la presidencia de EE.UU.
mostraron como ante la ausencia de alternativas independientes la clase obrera
termina dividida entre variantes burguesas, con sectores que apoyan a demagogos
de derecha, como en las antiguas zonas industriales de la zona del noreste de
Inglaterra en el caso del Brexit, o del llamado “Rust Belt” del medio oeste en las presidenciales norteamericanas.
Un capítulo aparte merecería el proceso en Egipto, cuyo resultado
contrarrevolucionario se encuentra a la vista y tuvo consecuencias sobre la
evolución de conjunto de lo que fue la “Primavera Árabe”.
En su momento alertaba Trotsky sobre el peligro de
considerar “los grandes combates del proletariado sólo como acontecimientos
objetivos, como expresión de la ‘crisis general del capitalismo’ y no como
experiencia estratégica del proletariado” [71]. Extraer las lecciones de los
procesos que ya se han desarrollado al calor de la crisis son fundamentales
para la preparación subjetiva hacía los nuevos enfrentamientos.
La crisis mundial va a seguir dando procesos agudos de la
lucha de clases, la cuestión es si esas oportunidades van a abrir paso a la
revolución y el socialismo en el siglo XXI o al triunfo de la derecha y
eventualmente al fascismo.
Como señalaba Trotsky, en uno de sus escritos tal vez más
importantes: “La victoria de ningún modo
es el fruto sazona-do de la ‘madurez’ del proletariado. La victoria es una
tarea estratégica.” [72] Y agregaba: “Si
el partido bolchevique hubiera fracasado en esta tarea, no se hubiera podido
siquiera hablar del triunfo de la revolución proletaria. Los soviets hubieran
sido aplastados por la contrarrevolución y los minúsculos sabios de todos los
países hubieran escrito artículos y libros planteando que solo visionarios sin
fundamento podrían soñar en Rusia con la dictadura del proletariado, siendo
como era, tan pequeño numéricamente y tan inmaduro”. [73]
Esta quizá sea una de las principales conclusiones que, a
cien años de la Revolución Rusa, nos deja la experiencia del siglo XX para el
nuevo siglo que ha comenzado. La misma es el punto de partida del trabajo que
el lector tiene en sus manos.
[1] Schmitt, Carl, Teoría
del Partisano. Observaciones al Concepto de lo Político, Madrid, Instituto
de Estudios Políticos, 1966, p. 72.
[2] Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal, Hegemonía
y Estrategia Socialista, Bs. As., FCE, 2011, p. 104.
[3] Cfr.
Ancona, Clemente, “La influencia de De la Guerra de Clausewitz en el
pensamiento marxista de Marx a Lenin”, en AA.VV, Clausewitz
en el pensamiento marxista, México, Pasado y Presente, 1979.
[4] Cfr.
Claudín, Fernando, Marx, Engels, y la Revolución de 1848,
España, Siglo XXI, 1985.
[5] Nos
referimos a: Mehring, Franz, Krieg und Politik, Berlin, Verlag des
Ministeriums für nat. Verteidigung, 1959-1961.
[6]
Especialmente abordado en Mehring, Franz, “Eine Geschichte der Kriegskunst”,
Die Neue Zeit Ergänzungsheft Nr. 4, 16 Oktober 1908. Disponible en:
sites.google.com/site/sozialistischeklassiker2punkt0/mehring . Cfr. Anderson,
Perry, Las
Antinomias de Antonio Gramsci, México, Fontamara, 1991.
[7] Cfr.
Nelson, H. W., León Trotsky y el Arte de la Insurrección
(1905-1917), Bs. As., Ediciones IPS-CEIP, 2016.
[8] Cfr.
Capítulo 1 del presente libro.
[9] Cfr.
Howard, Michael, Clausewitz. A very short introduction,
Oxford, Oxford University Press, 2002.
[10]
Trotsky, León, Stalin el gran organizador de derrotas. La III
In-ternacional después de Lenin, Bs. As., Ediciones IPS, 2012, p. 131.
[11] Sobre
continuidad y discontinuidad revolucionaria, cfr. Albamonte, Emilio, y Maiello,
Matías, “En los Límites de la Restauración Bur-guesa”, en Estrategia
Internacional n° 27, febrero
2011.
[13]
Bonavena, Pablo, y Nievas, Flabián, La guerra y la revolución. Reflexiones en torno
a la conformación de una agenda teórica marxista. VII Jornadas de Sociología.
Facultad de Ciencias Sociales UBA, Bs. As., 2007.
[14] Ídem.
[15] No solo
las diferentes burocracias stalinistas o maoístas se pusieron a la cabeza de la
restauración en los Estados donde se había expropiado a la burguesía y se
transformaron ellas mismas en parte de las nuevas burguesías, sino que fueron,
en muchos casos, las implementadoras de los planes del FMI. En los Estados
capitalistas, la socialdemocracia, que a partir del estallido de la Primera
Guerra Mundial había demostrado en repetidas oportunidades su carácter
políticamente contrarrevolucionario, pero había mantenido un papel reformista
en lo social, se transformó en agente directo de la ofensiva capitalista como
implementadora de las contrarreformas neoliberales. Los Partidos Comunistas
siguieron un curso parecido, siendo parte en varias oportunidades de gobiernos
“social liberales” en alianza con los PS.
[16]
Bensaïd, Daniel, Trotskismos, Madrid, El Viejo Topo, 2007.
[17]
Trotsky, León, ¿A dónde va Francia?, Bs. As., Ediciones
IPS, 2013, p. 64.
[18] Ídem.
[19]
Foucault, Michel, Defender la Sociedad, Bs.As., FCE, 2001, pp.
28-29.
[20] Cfr.
Bensaïd, Daniel, Elogio de la Política Profana, Barcelona,
Ediciones Península, 2009, p. 69.
[21]
Foucault, Michel, op. cit., p. 28.
[22]
Anderson, Perry, Tras las huellas del Materialismo Histórico,
México, Siglo XXI, 2004, p.59.
[23] Cfr.
Agamben, Giorgio, Estado de Excepción, Bs. As., Adriana
Hidalgo editora, 2007.
[24]
Agamben, Giorgio, Homo Sacer. El Poder Soberano y la Nuda Vida,
España, Pre-Textos, 2006, p. 16.
[25] La
extrapolación de Agamben contrasta incluso con sus fuentes, tanto con las
elaboraciones de un contrarrevolucionario como Carl Schmitt, como con las de
Walter Benjamin en su intento de pensar la revolución. En ambos casos, sus
reflexiones sobre el estado excepción se encontraban completamente imbuidas de
las características de la etapa que atravesó la primera mitad del siglo XX,
signada por la guerra mundial y el enfrentamiento directo entre revolución y
contrarrevolución.
[26] En las
conferencias desarrolla una genealogía de la noción de “guerra civil” (“stasis”
en griego) desde la Antigüedad griega hasta hoy, pasando por Thomas Hobbes,
teórico monárquico inglés del siglo XVII. Para una crítica al abordaje de
“stasis” de Agamben, cfr. Barot, Emmanuel, “¿Estamos en estado de ‘guerra civil
mundial’?”, Ideas
de Izquierda nº 21, Julio de
2015.
[27]
Agamben, Giorgio, Stasis. La Guerra Civile come Paradigma Politico,
Italia, Bollati Boringhieri editore, 2015, p. 31.
[28] Ibídem,
p. 32.
[29] Ibídem,
p. 31-32.
[30] Schmitt
utiliza “guerra civil mundial” en forma específica para señalar el desarrollo
de la revolución a partir de la Primera Guerra Mundial: “La verdadera enemistad
surgió recién de la guerra misma que comenzó como una guerra convencional entre
Estados sujetos al Derecho Internacional Europeo y terminó en la guerra civil
mundial de la enemistad clasista revolucionaria” (Schmitt, Carl, Teoría
del Partisano. Observaciones al Concepto de lo Político, op. cit., p. 130).
Tampoco guarda relación con el planteo de Agamben en la actualidad.
[31] Cfr.
Cinatti, Claudia, “El mapa de la guerra civil en Siria”, en Ideas
de Izquierda nº 33,
Septiembre de 2016.
[32]
Bensaïd, Daniel, Elogio de la Política Profana, op. cit., p.
163.
[33]
Foucault, Michel, Historia de la Sexualidad, México, Siglo
XXI, p.116.
[34]
Clausewitz, Carl von, De la Guerra, Tomo III, Bs. As., Círculo
Militar, 1969, p. 11.
[35]
Agamben, Giorgio, Homo Sacer. El Poder Soberano y la Nuda Vida,
op. cit., p. 230.
[36] Badiou,
Alain, “La Idea de Comunismo”, en AA.VV., Sobre la Idea del Comunismo, Bs. As.,
Paidós, 2010, p. 23.
[37] Cfr.
Bensaïd, Daniel, Resistencias, p. 119
[38]
Lazzarato, Maurizio, y Negri, Antonio, Trabajo Inmaterial. Formas de Vida y Producción
de Subjetividad, Rio de Janeiro, DP&A editora, 2001, p. 16 (Disponible
en http://www.rebelion.org/docs/121986.pdf). Cfr.
Castillo, Christian, Estado, Poder y Comunismo, Bs. As., Imago
Mundi, 2003.
[39]
Agamben, Negri y Badiou, junto con una parte importante de la intelectualidad
de izquierda europea, se pronunciaron en apoyo a Syriza, desde una óptica
“europeísta” y exigiendo el respeto a la “so-beranía popular” dentro de la
Unión Europea, afirmando: “nos batimos junto a los electores y los militantes
de SYRIZA: no es por la desaparición de Europa, sino por su refundación”.
También sectores de la izquierda trotskista como, por ejemplo, el Partido
Obrero de Argentina, llamaron al voto por Syriza en aquel entonces, bajo el
llamado a constituir un “gobierno de toda la izquierda” al que estaría dado
exigirle que rompa con el imperialismo y la Unión Europea, que tome medidas
anticapitalistas e “impulse”, nada más ni nada menos, que la conformación de un
“gobierno de trabajadores”. Syriza llegó al poder años después pero claramente
no para “refundar Europa” -en ningún sentido-, y menos que menos para abrir el
camino a un “gobierno de trabajadores”, sino para aplicar la austeridad de la
Troika.
[40] La
evolución del proceso en Egipto implicaría un trabajo aparte que excede este
prólogo. Sobre el tema: cfr. Cinatti, Claudia, “La ‘primavera árabe’ y el fin
de la ilusión democrática (burguesa)”, Ideas de Izquierda N° 3, Septiembre de 2013.
[41]
Trotsky, León, ¿A dónde va Francia?, op. cit., pp. 80 y 84.
[43] Alusión
a tres instituciones: la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo
Monetario Internacional.
[44]
Errejón, Íñigo, y Mouffe, Chantal, Construir Pueblo. Hegemonía y radicalización de
la democracia, Barcelona, Icaria, 2015.
[45]
Iglesias, Pablo, Disputar la Democracia. Política para tiempos de
crisis, Bs. As., Akal, 2015.
[46]
Martínez L., Josefina, y Lotito, Diego, “Syriza, Podemos y la ilusión
socialdemócrata”, en Ideas de Izquierda n° 17 marzo 2015.
[47] Ali,
Tariq, Extremo
centro, Madrid, Alianza editorial, 2015.
[50]
Maiello, Matías, “Triunfo del NO en el referéndum griego: dos paradojas y una
disyuntiva estratégica”, en www.laizquierdadiario.com, 6 de julio
de 2015.
[51] Datos
para noviembre de 2016 según el servicio nacional de esta-dísticas griego.
[52] “Syriza
y la estrategia socialista – Exposición de Stathis Kouvela-kis”, op. cit.
[53] “Debate
Kouvelakis – Callinicos: Syriza en el poder: ¿hacia dónde va Grecia?”, op. cit.
[55]
Trotsky, León, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III
In-ternacional después de Lenin, op. cit., p.173.
[56] Refiere
a la minoría del Partido Socialista Francés (también llamado SFIO, Sección
Francesa de la Internacional Obrera) que en la convención de Tours de 1920 se
opone a la mayoría, partidaria de la Internacional Comunista que funda el
Partido Comunista Francés. Los “Disidentes” rompen y posteriormente refundarán
el Partido Socialista.
[57]
Trotsky, León, Los Primeros 5 años de la Internacional
Comunista, Bs. As., Ediciones IPS-CEIP, 2016, p. 424.
[58] Cfr.
“Debate Kouvelakis – Callinicos: Syriza en el poder: ¿hacia dónde va Grecia?”,
op. cit.
[59]
Martínez L., Josefina, “Si Podemos llega al gobierno, no perdonaría la deuda a
Grecia”, en www.laizquierdadiario.com , 25 de febrero de 2015.
[60] Obtuvo
en el balotaje el 41% de los votos.
[61]
Trotsky, León, “Clase, Partido y Dirección”, en Escritos
sobre la revolución española [1930-1940], Bs. As., Ediciones IPS, 2014.
[62] “Syriza
y la estrategia socialista – Exposición de Stathis Kouvela-kis”, en op. cit.
[63] “Debate
Kouvelakis – Callinicos: Syriza en el poder: ¿hacia dónde va Grecia?”, op. cit.
[64] La
conformación de Unidad Popular (UP), no solo dejó plasmada la impotencia del
ala izquierda de Syriza, sino que este fracaso fue acompañado por una parte de
las organizaciones que conformaban Antarsya que dejaron la organización para
unirse a la UP. Es decir, no solo la debilidad de Antarsya la hizo incapaz de
provocar una división progresiva de Syriza, sino que ella misma se debilitó aún
más frente quienes se proponían reeditar un Syriza “de los orígenes”. Nos
referimos a las organizaciones: la mayoría de ARAN (Recomposición de Izquierda)
que era el tercer grupo más grande que formó parte de ANTARSYA, referenciados
teóricamente en Althusser, Poulantzas y Gramsci; y a ARAS (Grupo
Anticapitalista de izquierda), grupo más pequeños que tiene sus orígenes en el
movimiento estudiantil de la década de 1980, con ideología althusseriana. Ambos
terminaron por afiliarse a Unidad Popular. Ya en las elecciones de enero de
2015, Antarsya había conformado un frente con el “soberanista de izquierda”
Alekos Alavanos, ex-presidente de Syriza, giro que fue criticado por sectores
dentro de Antarsya, como la organización OKDE-Spartakos, que es parte del ala
izquierda de dicho agrupamiento.
[65] “Syriza
y la estrategia socialista – Exposición de Stathis Kouvela-kis”, en op. cit.
[66] El FIT,
está integrado por tres organizaciones que se reivindican trotskytas, el PTS,
el Partido Obrero, e Izquierda Socialista. Se ha consolidado como referencia
permanente de un sector de masas du-rante los últimos 5 años y en un acto en un
estadio de futbol a finales de 2016 ha movilizado a más de 20 mil personas.
Cfr. Castillo, Chris-tian, “El gobierno de los CEO, el ‘decisionismo’ macrista
y los desa-fíos de la izquierda”, en Estrategia Internacional nº29, Enero de 2016.
[67]
Freedman, Lawrence, Strategy. A History, New York, Oxford
Uni-versity Press, 2013, p. xii.
[68] Aron,
Raymond, Pensar
la Guerra, Clausewitz, Tomo II La Era Planetaria, Bs. As., Instituto de
Publicaciones Navales, 1987, p. 48.
[69]
Luttwak, Edward, Para Bellum. La Estrategia de la Paz y de la
Guerra, Madrid, Siglo XXI, 2005, p. 29.
[70]
Albamonte, Emilio, y Maiello, Matías, “En los límites de la Res-tauración
Burguesa”, en op. cit.
[71]
Trotsky, León, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III
In-ternacional después de Lenin, op. cit., p. 133.
[72]
Trotsky, León, “Clase, Partido y Dirección”, en op. cit.
[73] Ídem.
Nota del Editor: El
presente trabajo es la Introducción al libro de Emilio Albamonte y Matías
Maiello titulada “La imperiosa actualidad de la estrategia”. Han previsto que
el libro, “El marxismo del siglo XX y la cuestión militar” será publicado en
marzo de 2017