◆ “La Comuna [de Paris]
no fue una revolución tendiente a transferir el poder del Estado de una fracción de la clase dominante a otra, sino una
revolución para romper esa horrible máquina de dominación de clase.” — Karl Marx, La guerra civil en Francia,
primer borrador
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Karl Marx ✆ Hans Erni
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Ariel Mayo / El título del presente ensayo puede
prestarse a confusión. Sobre todo para quienes identifican la causa del
socialismo con la expansión de las actividades del Estado o depositan en éste
las esperanzas de transformación social. No hace falta profundizar demasiado
para comprender las razones de esta posible confusión. La izquierda del siglo XX, en sus vertientes revolucionaria
y reformista, fue estatista. Salvo honrosas excepciones, sus representantes
consideraron al Estado como la solución para los problemas de la sociedad
capitalista, ya sea como herramienta para construir el socialismo, ya sea como
instrumento para limar los aspectos más “nocivos” del capitalismo. Si bien el
estatismo fue defendido arguyendo razones de Realpolitik, en diversas oportunidades se recurrió a la autoridad
de los clásicos. El objetivo de este ensayo es mostrar la incompatibilidad
entre el estatismo de la izquierda y las posiciones de Marx sobre el Estado.
Para ello recurriré al análisis de la Crítica
del programa de Gotha (1875). (1)
La Crítica es
un texto clave para comprender la teoría del Estado del autor de El Capital. Dicha teoría está marcada por
la experiencia de la Comuna de París (1871) y por las reflexiones sobre el
Estado y la política esbozadas en El
Capital. Dado que la posición de Marx acerca del Estado es poco conocida
y/o tergiversada escandalosamente, es oportuno retomar la lectura directa de
esta obra, sobre todo en tiempos en los que el Estado se ha convertido en un
fetiche de los partidos y movimientos “progresistas” en América Latina, así
como también de los partidos revolucionarios.
La Crítica está
compuesta por un conjunto de textos (todos ellos escritos por Marx y Engels en
1875), reunidos por Engels en 1891 para su publicación en la revista teórica de
la socialdemocracia alemana, Die Neue
Zeit. En esta serie de artículos voy a concentrarme en el más importante de
ellos, las Glosas marginales al
programa del Partido Obrero Alemán, escrito por Marx entre abril y mayo de
1875. Marx discute el programa resultante de la unificación de las distintas
corrientes del socialismo alemán, y desarrolla allí sus tesis sobre el Estado y
la actitud que deben tener los socialistas frente a él.
En líneas generales, el socialismo del siglo XIX fue
refractario al Estado. Los distintos socialismos, o bien caracterizaron al
Estado como instrumento de opresión (marxistas, anarquistas), o bien bregaron
por el desarrollo de instituciones socialistas al margen del Estado (por
ejemplo, las cooperativas en Inglaterra, las colonias de Cabet, los
falansterios de Fourier, etc.). Esto contrasta con el socialismo del siglo XX
que, como dije, fue mayoritariamente estatista. Así, en vez de debilitar la
influencia estatal, tanto los comunistas como los socialdemócratas procuraron
fortalecer el aparato estatal. Al revés de sus predecesores del siglo XIX,
muchos socialistas del siglo XX identificaron socialismo con propiedad estatal
de los medios de producción.
El progresismo latinoamericano de principios del siglo XXI
retomó la concepción de los socialistas del siglo pasado, con el agregado
sustancial de que ahora el capitalismo ha sido aceptado como la única forma
viable de organización de la economía. Relegado el socialismo al reino de las
utopías, sólo queda la realidad concreta del capitalismo. Pero como el
capitalismo genera desigualdad y eso no se puede ocultar, nuestros progresistas
apelan al Estado como mecanismo para garantizar la “igualdad” y/o la “equidad”
en la sociedad. En este marco, el Estado, instrumento de opresión, es elevado a
la condición de herramienta de “liberación”. El kirchnerismo, el PT brasileño,
el Frente Amplio en Uruguay, Correa en Ecuador, Chávez en Venezuela, Evo
Morales en Bolivia, son otras tantas variantes de este progresismo. Más allá de
sus diferencias (que no puedo tratar aquí), todos ellos tienen en común la
aceptación de la propiedad capitalista y la apelación al fortalecimiento del
Estado como medio para enfrentar al “neoliberalismo”. Como la negación del
carácter opresor del Estado conlleva la de la lucha de clases (pues el carácter
opresor del Estado consiste en que sirve a una clase en su lucha contra la
otra), es lógico que los progresistas puedan cortejar sin pudor a la burguesía
“nacional” y al capital internacional. Como quiera que sea, nada de esto
conduce a la emancipación de los trabajadores y los demás sectores populares.
La crisis de este progresismo requiere un análisis minucioso de la concepción
del Estado mencionada más arriba.
La Glosas
marginales sirven para recuperar lo mejor de la tradición socialista
del siglo XIX y para discutir desde la teoría las concepciones progresistas
acerca del Estado. El hecho de no estar viviendo un período de crisis
revolucionaria de ningún modo exime de la responsabilidad de combatir desde una
posición de clase las concepciones dominantes sobre el Estado. En esta tarea es
fundamental la recuperación crítica de la teoría y la práctica socialistas de
los siglos XIX y XX. La tarea es todavía más urgente si se tiene en cuenta que
todavía vivimos en un mundo signado por las derrotas del movimiento obrero en
las décadas del ’70, del ’80 y del ’90 del siglo XX. Las variantes más radicales
del progresismo latinoamericano, aun cuando se hagan llamar “socialistas”,
naturalizan al capitalismo en la medida en que no cuestionan la propiedad
privada y que, a lo sumo, proponen la propiedad mixta en algunos sectores de la
economía. La revolución está lejos, es verdad. Pero más lejos estará si se
insiste en hacer del Estado el instrumento de liberación y si no se cuestiona
la propiedad privada. Pensar sinceramente que el capitalismo es la única forma
posible de organización económica de la sociedad moderna es un acto valorable
de honestidad intelectual; en cambio, es deshonesto y profundamente destructivo
desde el punto de vista de una política revolucionaria afirmar que el Estado
capitalista puede conducir al socialismo. Y es todavía peor si se denomina
“socialismo” a esta concepción.
Como intentaré demostrar en este ensayo, la reflexión de
Marx en sus Glosas marginales apunta
hacia el futuro y no a un pasado perimido. Marx es un clásico porque interpela
a nuestro presente y porque parte de la tesis de que toda ciencia es
política.
Marx parte del reconocimiento de la relación estrecha entre
el Estado y la sociedad capitalista; sin la segunda, la existencia misma del
Estado moderno sería imposible:
“…los distintos
Estados de los distintos países civilizados, pese a la abigarrada diversidad de
sus formas, tienen de común el que todos ellos se asientan sobre las bases de
la moderna sociedad burguesa, aunque ésta se halle en unos sitios más
desarrollada que en otros, en el sentido capitalista.” (p. 342).
Estado moderno y sociedad burguesa son las dos caras de la
misma moneda. La complejidad del aparato estatal bajo el capitalismo es la
contracara de la división del trabajo de la producción mercantil. La igualdad
de los ciudadanos es la forma política de la igualdad de las mercancías en el
mercado. La existencia misma del Estado, como esfera diferente de la sociedad
burguesa, requiere de la presencia de esta última. El Estado puede crear la
igualdad jurídica precisamente porque existe la desigualdad de las condiciones
de existencia de las distintas clases sociales.
El desarrollo incesante de la maquinaria estatal bajo el
capitalismo conduce, además, a una creciente autonomía del Estado respecto a la
sociedad:
“por «Estado» se
entiende, en realidad, la máquina de gobierno, o el Estado en cuanto, por
efecto de la división del trabajo, forma un organismo propio, separado de la
sociedad.” (p. 343).
Esta autonomía relativa obedece no sólo al proceso de
división del trabajo, sino también a su condición de órgano encargado de la
representación de los intereses comunes de la burguesía. (2) Para cumplir con
eficacia dicha función debe mantenerse relativamente alejada de cada una de las
fracciones de la clase dominante; siempre una de ellas ejerce el rol predominante
en la hegemonía burguesa, pero ese predominio debe aparecer oscurecido para
dotar de mayor legitimidad a la dominación.
La mencionada autonomía relativa crea el ambiente propicio
para que el aparato estatal pase a ejercer un dominio creciente sobre la
sociedad.
“La libertad consiste
en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un
órgano completamente subordinado a ella” (p. 341).
Es significativo que Marx considere que la libertad es
imposible si el Estado ejerce su control sobre la sociedad. En este sentido, su
reflexión sobre la expansión de las funciones estatales resulta de enorme
interés, sobre todo porque, como hemos afirmado, muchos socialistas del siglo
XX pensaron que el Estado era la panacea para todos los problemas de la
sociedad. Marx, a partir de la experiencia de la Comuna de París, llegó a la
convicción de que el socialismo era imposible si no se modificaba radicalmente
la estructura estatal, heredada del capitalismo. En su pensamiento,
transformación del Estado (por ejemplo, eliminación de su aparato represivo) y
abolición de la propiedad privada de los medios de producción van juntos.
El rasgo fundamental del Estado en general es su carácter
opresor, su papel de instrumento privilegiado para el ejercicio de la
dominación de clase. El Estado detenta el monopolio de la violencia legítima
(3) con el objetivo de mantener la estructura de poder existente en la
sociedad. Lejos de ser autónomo, el Estado se encuentra limitado en su
“capacidad creadora” por las luchas de clases, por los resultados de éstas.
Además, el Estado moderno es el Estado capitalista, es decir, tiene por
objetivo el mantenimiento de la explotación del trabajo por el capital.
El Estado capitalista, por tanto, no representa (ni puede
representar jamás), el “interés general”. En una sociedad dividida en clases
con intereses antagónicos, el “interés general” no puede ser otra cosa que el
interés de la clase dominante. Dicho en otros términos, la forma en que en cada
sociedad concreta se expresa el “interés general” constituye la manifestación
de la hegemonía (en el sentido gramsciano del término) de la clase dominante.
En la sociedad capitalista, la burguesía es la clase dominante porque tiene la
propiedad privada de los medios de producción.
Lo expuesto en los dos párrafos anteriores sirve para
continuar la lectura de las Glosas
marginales de Marx. Su crítica al proyecto de programa del socialismo
alemán debe leerse en este marco conceptual.
Los socialistas alemanes habían incluido en el proyecto la
aspiración a constituir un “Estado libre”. Hay que recordar que el Estado
alemán en 1875 era muy diferente a un Estado moderno. El juicio de Marx es
lapidario:
“Un Estado que no es
más que un despotismo militar de armazón burocrático y blindaje policíaco,
guarnecido de formas parlamentarias, revuelto con ingredientes feudales e
influenciado ya por la burguesía.” (p. 343).
El Imperio alemán no era, por cierto, nada comparable a una
“república democrática”. En consonancia con esta realidad, los socialistas
alemanes incluían en el proyecto una serie de reivindicaciones democráticas:
“sufragio universal, legislación directa, derecho popular, milicia del pueblo.”
(p. 342).
El socialismo alemán ponía el acento en la transformación
del Estado. La lucha democrática reemplazaba a la lucha socialista. Subyacía la
tesis de la separación entre el ámbito político (eje de las preocupaciones
inmediatas de los socialistas) y el ámbito económico (el proceso de producción,
cuya transformación socialista quedaba relegada a una etapa posterior). Una
consecuencia de esta separación era la creencia en las virtudes del Estado para
transformar la realidad. En otras palabras, el Estado era el camino
privilegiado para conquistar la democracia y el socialismo. Como la adopción de
la vía estatal implicaba la aceptación de las reglas de juego impuestas por el
Estado, la revolución quedaba descartada, en la práctica, del menú de opciones
del socialismo.
En este punto comienza la crítica de Marx al proyecto. Mucho
tiempo atrás, en su artículo “Sobre la cuestión judía”, había sometido a
discusión los límites de la “emancipación política” (la Revolución Burguesa).
(4) En dicho artículo, la argumentación marxista todavía se desenvolvía en un
marco más filosófico que político. En las Glosas marginales, la crítica de Marx se sitúa en la lucha de
clases, partiendo del carácter de clase del Estado.
“La misión del obrero,
que se ha librado de la estrecha mentalidad del humilde súbdito, no es, en modo
alguno, hacer «libre» al Estado. En el Imperio alemán el «Estado» es casi tan
«libre» como en Rusia.” (p. 341).
Cuando Marx dice que el Estado alemán es “libre”, está
afirmando que constituye un órgano separado de la sociedad y que ejerce la
dominación sobre ella. El Estado en tanto organización, desarrolla fines que le
son propios y que le llevan a ejercer cada vez mayor presión sobre la sociedad.
De modo que defender la consigna de un Estado “libre”, como lo hacían los
socialistas alemanes, significaba en las condiciones de Alemania un
reconocimiento a la dominación del Estado libre sobre la sociedad. Constituía
el surgimiento en las filas socialistas de la tendencia a “adorar” al Estado, a
convertirlo en remedio para todos los males. Y la naturaleza de ese remedio
pasaba por las relaciones burocráticas de “ordeno y ejecuta”, no por el
establecimiento de relaciones horizontales, democráticas. En esta concepción,
la libertad era una concesión del Estado, no un derecho del ser humano.
Marx plantea un punto de vista diametralmente opuesto:
“La libertad consiste
en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un
órgano complemente subordinado a ella.” (p. 341).
A contrapelo de la opinión habitual, el “estatista” Marx
sostiene que el socialismo pasa por la liberación de la sociedad respecto a la
tutela del Estado.
“El Partido Obrero
Alemán – al menos si hace suyo este programa – demuestra cómo las ideas del
socialismo no le calan siquiera la piel, ya que, en vez de tomar a la sociedad
existente (y por lo mismo podemos decir de cualquier sociedad en el futuro)
como base del Estado existente (o del futuro, para una sociedad futura),
considera más bien al Estado como un ser independiente, con sus propios «fundamentos
espirituales, morales y liberales».” (p. 341).
Los socialistas alemanes, en vez de partir de la sociedad
capitalista y del Estado engendrado por ella, parten de un Estado separado de
la sociedad, que nace y flota en el vacío. La crítica a esta última concepción
es de rigurosa actualidad.
El progresismo sostiene la tesis de que el Estado,
justamente por ser independiente de la sociedad, puede remediar los problemas
sociales. La “justicia social” es posible en la medida en que se postule la
existencia de un juez imparcial respecto a los antagonismos de las clases
sociales. Ese juez es el Estado. El Estado toma nota de las diferencias entre
ricos y pobres, y busca un equilibrio más justo. El marxismo parte de la lucha
de clases, del reconocimiento de la explotación capitalista. El progresismo
concibe las relaciones entre clases en términos de justicia. La explotación
deja de ser un fenómeno económico y pasa a ser pensada como abuso, como
transgresión a las normas de la justicia eterna. En suma, el capitalismo es
elevado a la categoría de fenómeno natural.
La actualidad de las Glosas marginales radica en que Marx asume una posición
realista en la teoría del Estado. El realismo proviene de su posición de clase,
que le hace concebir al Estado como un aparato destinado a la opresión de
clase. Este punto de partida le permite escapar tanto del progresismo como del
utopismo, que hacen del Estado un ente que flota por encima de las miserias
humanas. Pero el reconocimiento del carácter capitalista del Estado representa
el comienzo del análisis, no el cierre del mismo. Marx observa la creciente
concentración de poder en el Estado (concentración que va de la mano,
precisamente, con el desarrollo del capitalismo y de la división del trabajo) y
señala que éste es cada vez más un parásito que oprime a la sociedad. De ahí el
énfasis de la reflexión marxista en la necesidad de que el Estado se subordine
a la sociedad. A diferencia del liberalismo, que convierte al Estado en una mal
en sí mismo, en una abstracción metafísica, el realista Marx prefiere estudiar
los mecanismos concretos por los que el Estado domina a la sociedad en el
capitalismo.
Capitalismo y desarrollo del carácter parasitario del Estado
son las dos caras de la misma moneda.
Notas
(1) Para redactar este comentario utilicé la
traducción española incluida en: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1983). Obras escogidas. Moscú: Progreso. (pp.
329-346).
(2) “El
gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios
comunes de toda la clase burguesa.” (Marx, Karl y Engels, Friedrich, Manifiesto del Partido Comunista, Buenos
Aires, Anteo, 1986, p. 37).
(3) Max Weber, de quien no puede decirse que
fuese marxista, sostiene la misma opinión: “«Todo
Estado está fundado en la violencia», dijo Trotsky en Brest-Litowsk.
Objetivamente esto es cierto. (…) Estado es aquella comunidad humana que,
dentro de un determinado territorio (…) reclama (con éxito) para sí el
monopolio de la violencia física legítima.” (Weber, Max, El político y el científico, Madrid,
Alianza, 1986, pág. 83.
(4) “La emancipación
política es la reducción del hombre, de una parte, a miembro de la sociedad
burguesa, al individuo egoísta independiente y, de otra, al ciudadano
del Estado, a la persona moral.” (Marx, Marx, “Sobre la cuestión judía”, en Marx, Karl, Escritos de juventud sobre el derecho. Textos 1837-1847, Barcelona,
Anthropos, p. 197.