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José Carlos Mariátegui ✆ Emilio Pettoruti [Fue dejado inconcluso en Frascati, Italia]
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◆ A 86 años de su muerte, un perfil de la vida y obra de uno de los
referentes más importantes del pensamiento revolucionario de nuestro
continente.
Pablo Solana | Cuando la Unión Soviética comenzaba a
proyectar su modelo de revolución bolchevique triunfante, propuso que el
socialismo en América no fuera calco ni copia. En vida fue resistido por los
camaradas de la Internacional Comunista que rechazaban su reivindicación del
comunitarismo incaico. Vivió aquejado por enfermedades y perseguido por un
régimen represivo, situaciones que enfrentó a fuerza de una voluntad
inquebrantable. Su capacidad de creación intelectual fue heroica, como él mismo
reclamaba. Con ustedes, el padre del marxismo latinoamericano.
“Mi destino no estaba terminado”
El último año de vida de José Carlos Mariátegui es dramático
para él y para quienes lo rodean. Postrado en silla de ruedas, con una pierna
amputada y la otra atrofiada desde la infancia, su salud desmejora una vez más.
Parece que esta vez será grave. Ya había orillado la muerte 5 años antes,
cuando sacrificó la pierna derecha (su pierna "buena") para salvar su
vida.
Cuenta su amigo y colaborador Alberto Bazán Velásquez que, superado aquel
momento límite, Mariátegui dijo: "En el instante más álgido de mi agonía
yo sabía que no podía morir, que no moriría aún. Sabía que mi destino no estaba
terminado y ello me daba una fuerza inaudita. Nuestras vidas son como las
flechas que deben alcanzar necesariamente un blanco, y la mía no había llegado
todavía al suyo". Su fuerza de voluntad, su compulsión al trabajo y su fe
(porque Mariátegui, el padre del marxismo latinoamericano, era un hombre de fe)
son admirables. Hasta el último momento intenta mantener su rutina, su trabajo
y su activismo militante: despierta cada día entre las 6 y las 7 de la mañana,
y a las 8 ya está en el estudio de su casa trabajando; por las tardes recibe a
los camaradas, planifica sus próximas publicaciones y debate la realidad de
Perú y el mundo con obreros e intelectuales.
Por esos meses van a apresarlo, por segunda vez; clausurarán
el periódico obrero Labor; y recibirá
malas noticias sobre el rechazo a sus postulados por parte del Secretariado
Sudamericano de la Internacional Comunista, copado por dirigentes
proto-estalinistas a quienes el peruano no caía bien. No son tiempos fáciles
para Mariátegui, que intenta sostenerse activo a puro optimismo de la voluntad.
Pero esta vez no va a resultarle. "Le veíamos decaer, perder su fuerza. En
un momento dado, aumentaron extrañamente la palidez de su rostro y el brillo de
sus ojos, si bien seguía acudiendo siempre infalible a la brega", relata
Bazán.
La fiebre avanza durante los primeros días de un otoño de
lluvias finas, monótonas, desesperantes. Anita se ocupa de los cuatro niños, de
la casa, y de él. Anita es Anna Chiappe, su compañera de cada instante desde
que se vieron, se gustaron y se casaron en Italia, una década atrás. "Empecé a amarte antes de conocerte,
en un cuadro primitivo" le escribió José Carlos en un poema que
publicó en 1926. Ya lisiado, necesitado de la asistencia permanente que la
mujer le brinda, en la última estrofa esboza algo parecido a una disculpa, o
agradecimiento: "Siento que la vida
que te falta es la vida que me diste". La casa de la calle Washington,
en Lima, se mantiene siempre plena, viva. Los niños pequeños corretean por el
patio (el mayor, Sandro, tiene apenas 8 añitos), y cada día Anna recibe a los
compañeros de la revista Amauta. Pero
la enfermedad se agrava. Es abril de 1930. Mariátegui resiste, hasta que la
fiebre se le vuelve insoportable y es trasladado a la Clínica Villarán para su
internación.
El Amauta de los incas comunistas
No lo llamaban Amauta
en vida, pero el apodo se convirtió en marca inseparable de su figura cuando la
izquierda recuperó su legado, un par de décadas después de su muerte. Aunque
para ello primero debieron fracasar las campañas de desprestigio de quienes
eligieron subordinarse acríticamente a los lineamientos soviéticos, entre las
décadas del 30 y el 40, cuando el dogmatismo y el sectarismo que propalaba el régimen
de Stalin ganó terreno a nivel internacional. Por esos años ya se hablaba de
amautismo, a modo de descalificación de la obra teórica y política que emanaba
de la revista que Mariátegui fundó en 1926. "Hay que acabar con el
amautismo", solía decir Eudocio Ravines, el encargado de burocratizar el
debate comunista en Perú. Pero en ese nombre, y en la identificación de
Mariátegui con esa figura, hay una elección consciente que se refleja en el
debate que tuvo lugar a la hora de registrar la marca de la revista.
El amauta era el
sabio, el maestro en el Perú de los incas. Alberto Bazán dice que fue el propio
Mariátegui quien eligió el nombre, aunque Miguel Mazzeo, riguroso investigador
de su obra, señala a un pintor que participó desde los inicios del proyecto e
ilustró las emblemáticas tapas de la revista con motivos indígenas, el peruano
José Sabogal, como quien trajo la propuesta. Otro pintor, el argentino Emilio
Pettoruti, dejó constancia en su correspondencia con Mariátegui del peso que
tuvo esa elección para una publicación que en principio se iba a llamar
Vanguardia, o Adelante, o Iniciación: "Lo
del nombre de su revista me parece muy acertado, ya verá usted que se calmarán
todos aquellos que nos han acusado de vanguardistas, de fumistas y extravagantes".
Pero la definición más clara la da el propio Mariátegui, en una de las notas
editoriales del año 1928: "Empezamos
por buscar su título en la tradición peruana. Tomamos una palabra incaica, para
crearla de nuevo. Para que el Perú indio, la América indígena, sintieran que
esta revista era suya".
Por las páginas de Amauta
desfiló un surtido ecléctico de teóricos, políticos, literatos y artistas.
Entre la crítica social y la crítica literaria, aparecerán los nombres del
surrealista André Breton, el poeta Jean Cocteau, el católico liberal Miguel de
Unamuno, Sigmund Freud, Rosa Luxemburgo, Gabriela Mistral, León Trotsky, Jorge
Luis Borges y Vladimir Lenin. Era una revista única en su género, que integraba
a las corrientes renovadoras de la cultura europea con el proceso de creciente
protagonismo político y cultural de las clases populares en Latinoamérica. La
diversidad de enfoques y la mezcla de disciplinas era premeditada. De esa forma
Mariátegui ponía a dialogar al marxismo con la cultura de su época, desde el
arte hasta el psicoanálisis, diálogos que serán más comunes décadas después
pero que era algo totalmente extraño en los años 20. Esa particularidad sería
uno de los aspectos resistidos por las corrientes ortodoxas del marxismo, a
quienes la idea les resultaba excesiva, complicada.
El número más emblemático de la serie, que sobrevivió tras
la muerte de Mariátegui sólo dos números, es el 17, de septiembre de 1928. Allí
la revista inaugura su segunda época. En el editorial titulado "Aniversario y Balance" Mariátegui
asume definiciones ideológicas tajantes:
"En la lucha entre dos sistemas, entre dos ideas, no se nos ocurre
sentirnos espectadores ni inventar un tercer término. En nuestra bandera
inscribimos esta sola, sencilla y grande palabra: Socialismo". Esa
sola, sencilla y grande palabra, adoptada como definición política sin medias
tintas desde la revista, introduce definiciones más precisas, que dan en la
médula de lo que ya estaba siendo el pensamiento más sólido, maduro, del Amauta. "El socialismo, aunque haya
nacido en Europa, como el capitalismo, no es tampoco específico ni
particularmente europeo. Es un movimiento mundial, al cual no sustrae ninguno
de los países que se mueven dentro de la órbita de la civilización occidental.
El socialismo, en fin, está en la tradición americana. La más avanzada
organización comunista, primitiva, que registra la historia, es la
incaica”.
A esa altura la revista ya era el eje de todo el proyecto
mariateguiano. El objetivo era explícito: "Tenemos
que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al
socialismo indoamericano". El cuerpo de ideas que irá nutriendo los
textos que después recogerá en la edición de los Siete ensayos de
interpretación de la realidad peruana, su obra más acabada, se va plasmando
número a número en cada publicación mensual. Siete ensayos es uno de los dos
únicos libros que Mariátegui editó en vida, en el año 1928. El otro es La
escena contemporánea, publicado en 1925. El resto de su abundante obra fue
publicada con posterioridad a su muerte, en ediciones a cargo de sus compañeros
de militancia o su familia. Es en las páginas de Amauta donde se va fundamentando su reivindicación del comunismo
incaico, aunque sin idealizarlo. Identifica en el ayllu, la institución comunal
característica del imperio inca, "elementos de socialismo práctico"
que facilitan el desarrollo de un socialismo adecuado a la realidad de los
pueblos de América Latina (o, para usar la expresión que Mariátegui propone:
Indoamérica). Un socialismo "no artificial", raizal, que dé cuenta de
las singularidades de nuestros pueblos en vez de reproducir modelos impuestos
desde afuera.
Pero la revista Amauta,
y con ella el desarrollo más maduro del pensamiento socialista e indoamericano
de Mariátegui, no se explican sin su años "europeos".
Una mujer,
algunas ideas, Gramsci y el consejismo proletario
"Residí más de
dos años en Italia, donde desposé una mujer y algunas ideas", cuenta
el Amauta en sus apuntes
autobiográficos.
Ya sabemos de Anna, la mujer. Pero agrega además que en
Italia, a partir de su arribo en 1920, desposó "algunas ideas". Allí
se empapó de un marxismo vivo, activo en las huelgas obreras, en un clima de
época signado por la posibilidad de la revolución y la lucha ideológica contra
el reformismo.
Su viaje a Europa, determinante para su formación marxista,
fue consecuencia de una curiosa forma que encontró el gobierno de Augusto
Leguía para sacárselo de encima. En una especie de deportación encubierta, a
Mariátegui lo mandan fuera del país como Agente de Propaganda, un cargo menor
del Ministerio de Relaciones Exteriores que le garantizaba una beca, situación
que aprovechó para moverse a gusto: recorrió Francia, Alemania, Bélgica,
Austria, Hungría y Checoslovaquia, analizando los movimientos revolucionarios
de posguerra. Pero donde realmente concentró su interés fue en Italia.
"Perú no era tan distinto de lo que era Italia en ese entonces",
explica Miguel Mazzeo. "Era un país
periférico, con una base campesina muy grande en el sur, un país no integrado,
un Estado nacional no conformado. En Italia se desarrolla el marxismo menos
europeo de Europa". Allí permanece por dos años y siete meses, que
coinciden con el movimiento huelguístico de Turín y el desarrollo de los
Consejos Obreros. Haciendo explícita una matriz de análisis abiertamente
marxista, en uno de los frecuentes artículos que envía desde Italia al diario El Tiempo de Perú, afirma: "Los instrumentos de dominación del
Estado burgués no pueden en ninguna forma transformarse en órganos de
liberación del proletariado. A ellos deben ser opuestos nuevos órganos
proletarios que, funcionando por ahora bajo la dominación burguesa como
instrumentos de lucha, serán mañana los órganos de transformación social y
económica del orden de cosas comunista".
Mariátegui ya había hecho referencia a su opción por el
socialismo en algunos de sus variados escritos periodísticos en Perú, antes del
viaje europeo. Pero la reivindicación de los "nuevos órganos
proletarios" que conoce en Turín, y la incorporación de esas experiencias
a su pensamiento en pleno desarrollo, se convierten en indicios sólidos de un
abordaje marxista de la realidad más completo, integral.
Por la misma época Antonio Gramsci proponía desde las
páginas de L'Ordine nuovo la identificación de las formas locales de consejismo
proletario con los soviets rusos, formas que debieran estar ligadas a la propia
historia de los obreros italianos aún tomando como referencia a la revolución
bolchevique. Mariátegui absorbe ese marxismo. En Roma profundiza su formación política
integrándose a un grupo de estudios vinculado al Partido Socialista Italiano.
Estudia en Roma y piensa en Perú. ¿Qué ve en común entre los consejos obreros
de Europa y las instituciones comunitarias preincaicas de América Latina? La
potencia prefigurativa de formas de organización asumidas por cada pueblo, que
podrán ser "los órganos de transformación social y económica del orden de
cosas comunista". Para Mariátegui, la forma indoamericana análoga al
consejismo obrero y a los soviets bolcheviques, será la comunidad campesina e
indígena. Allí comienza a forjar la mixtura de aquellas ideas
"europeas" con esta realidad indoamericana. De ese cruce nace el
marxismo de Mariátegui, como nueva creación, como aporte sustancial.
Gramsci y Mariátegui andaban por ahí, cerquita, con las
mismas inquietudes y similares ideas en la cabeza. El biógrafo Guillermo
Roullón afirma que se conocieron por una visita que Mariátegui habría hecho
junto a su amigo César Falcón a la redacción del periódico fundado por Gramsci,
L’Ordine Nuovo. Pero salvo esa
mención aislada, no hay referencia cierta de que tal encuentro hubiera
existido. En cambio sí coincidieron en el XVII Congreso del Partido Socialista
Italiano en Livorno, donde es más probable que se hayan conocido. De todas formas,
eso no habilita a concluir que el peruano se haya inspirado directamente en la
obra del italiano. Los escritos de Gramsci, sus textos principales, se
publicaron años después de la muerte de ambos y Mazzeo, un obsesivo
investigador, encontró sólo tres menciones a Gramsci en toda la obra del Amauta, ninguna relevante. En el mejor
de los casos lo menciona como "uno
de los escritores más importares del comunismo italiano", sin
profundizar. Sin embargo, en el Congreso de Livorno uno de los ejes del debate político
en la izquierda de la época consistía en la estricta delimitación entre
sectores reformistas y revolucionarios. Otro de los ejes que, ya por entonces
prioritarios en la prédica de Gramsci, de ahí en más comenzará a estar presente
también en los análisis y las opciones políticas del Amauta.
Encarnizadamente
perseguido
Mariátegui siempre supo de qué se trataba eso de sufrir
fuertes malestares por su endeble salud. Había nacido padeciendo raquitismo y
una artritis tuberculosa. A poco andar, un accidente en la escuela le atrofió
la pierna izquierda. Seguramente aquellos padecimientos prematuros hayan
templado su personalidad, resistente a casi todo. Ya en sus momentos finales no
lo desanimaban las serias dificultades de salud, y tampoco los problemas políticos
que, aunque menos letales, también lo acechaban.
Un año antes de morir había comenzado a padecer el
ostracismo a que lo confinarían los comunistas alineados con la Unión
Soviética. Cuando los delegados del Partido Socialista del Perú participan de la
Primera Conferencia Comunista Latinoamericana en Buenos Aires, las tesis de
Mariátegui son descalificadas por las huestes de Victorio Codovilla, el
dirigente del PC argentino que comandaba el Secretariado Sudamericano de la
Internacional Comunista. Una vez muerto el Amauta,
su camarada Eudocio Ravines no esperará más de 20 días para dejar de lado el
Partido Socialista fundado por Mariátegui y crear el Partido Comunista Peruano,
que emprenderá una cruzada para borrar la influencia amautista y de paso, cargarle todas las culpas al bueno de José
Carlos por los problemas políticos que atravesaría el comunismo en América
Latina.
La ortodoxia estalinista naciente lo cercaba "por
izquierda" mientras el régimen político de entonces lo perseguía con
intimidaciones de todo calibre.
En noviembre del 29 su casa es allanada por la policía y él,
junto a amigos y colaboradores, apresado por segunda vez. La revista obrera Labor que había fundado dos años antes
es clausurada como parte del mismo hostigamiento. "Se trata de crear el
vacío a mi alrededor aterrorizando a la gente que se me acerque, de sofocarme
en el silencio", cuenta Mariátegui dos días después de su detención en
correspondencia a su amigo librero Samuel Glusberg, en Argentina. Ya
desesperado, le avisa: "Saldré del Perú como pueda". Consciente de
que el régimen represivo del presidente Leguía no le daría tregua, propone a su
amigo que lo reciba en Buenos Aires junto a su familia. Pero esa
posibilidad tampoco va a resultarle. Un compatriota suyo, el escritor Alberto
Hidalgo que reside en Buenos Aires, lo desanima: que la vida aquí es cara, que
los diarios burgueses no le van a dar trabajo y los de izquierda no le pagarán.
"Espero partir a principios de mayo", insiste, 20 días antes de su
muerte. El hombre no afloja y sigue batallándole al destino con su mejor arma,
la militancia. Por esos meses redacta los estatutos y el manifiesto político de
la naciente Confederación General de Trabajadores Peruanos -CGTP-, y hasta sus
últimos días mantiene las tertulias en su casa de la calle Washington, una
"casita moderna de pobreza voluntaria" según recuerda uno de los
partícipes de los encuentros, su amigo Bazán. Hasta allí peregrinan para verlo,
cada día a las cinco de la tarde, dirigentes de Cusco, Junín, Puno y Arequipa.
Campesinos, obreros e intelectuales. El Amauta
se mantiene lúcido, sereno, pero ni sus dolencias ni la persecución del régimen
aflojan. La policía lo mantiene vigilado, le interviene el correo. Sintiendo el
acoso, se resiste a la desesperanza cuando lo sorprende una nueva recaída, la
final.
Sus compañeros se reparten las tareas que el enfermo ya no
puede hacer, para que la revista Amauta
siga saliendo. La noticia del deterioro de la salud de Mariátegui genera
preocupación en sedes sindicales, despachos políticos, claustros universitarios
y tertulias culturales. Ricardo Martínez de la Torre se pone al frente de la
producción editorial, y de los partes de prensa que se hace necesario difundir
para calmar ansiedades y evitar rumores. El 11 de abril informa: "El
director de Amauta se encuentra
seriamente comprometido por una crisis aguda de la enfermedad que venía
padeciendo. Hace 20 días que su postración es suma, con una temperatura que
oscila alrededor d e 40°C. Desde que se hospitalizara, se le alimenta con
inyecciones de suero glucosado y ya se le han practicado dos intervenciones
quirúrgicas y tres trasfusiones de sangre". En los días que quedan se
ilusionan con una leve mejora, pero la fiebre se mantiene alta.
Martínez de la Torre redacta el último parte informativo el
16 de abril, apenas le informan que el cuerpo de Mariátegui, después de 35 años
de permanentes batallas y heroicas resistencias, ya no dio más. "Muere encarnizadamente perseguido como
militante leal a la causa de la emancipación. El proletariado acaba de perder
uno de sus mejores guías, uno de sus más calificados portavoces".
Su casa sigue siendo el lugar de referencia. Allí se dirigen
los mismos trabajadores, estudiantes e intelectuales que lo frecuentaban, pero
ahora para organizar el sepelio. Los obreros de la Confederación General de
Trabajadores escoltan durante toda la noche el ataúd y al día siguiente, a las
4 de la tarde, organizan el desfile hasta el cementerio Presbítero Maestro, en
los barrios altos de Lima. El cortejo parece una movilización. Parten por la
calle Washington hasta el Paseo Colón, y desde allí marchan. Una fotografía
muestra la gran bandera de la confederación obrera encabezando la columna, y el
ataúd cubierto por otra más pequeña, que las crónicas de la época describen
roja. Antes de ingresar al cementerio, contarán sus compañeros en el número
homenaje que un mes después le dedicará la revista Amauta, "se elevan del
seno de la concurrencia, en un aquelarre unánime, los sones metálicos de la
Internacional". Concluyen, sin falsas prudencias: "El más grande
cerebro de América Latina ha dejado para siempre de pensar". Su cerebro se
apaga, su espíritu se propaga. Con la muerte de Mariátegui, el Amauta, el padre del marxismo
latinoamericano, su obra comienza a ser leyenda.