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Karl Marx ✆ Johnny
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◆ La emancipación de la
clase obrera debe ser obra de los obreros mismos.” — Karl Marx
Ariel Mayo / Existe
la tendencia a separar al Marx “científico” del Marx “político”, privilegiando
al primero y dejando en la oscuridad al segundo. Según esta tendencia, Marx fue
ante todo un teórico que llevó adelante una formidable descripción del
capitalismo de su época, plasmada en El
Capital; su militancia política, en cambio, es puesta en un segundo plano,
como si fuera una actividad secundaria y limitada a lo coyuntural. Esta
caracterización de la obra de Marx es desarrollada sobre todo por el mundo
académico. Se pierde así la conexión indisoluble entre la crítica del
capitalismo y la acción dirigida a conseguir la independencia política de la
clase obrera.
Este artículo tiene por objeto esbozar la estrategia de Marx
para el movimiento obrero desarrollada durante los primeros años de su
participación en la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT a partir de
aquí). El objetivo es presentar la mencionada estrategia en su conexión con la
concepción marxista del capitalismo y del Estado.
I
La crisis económica de 1857 reabrió para Marx las
perspectivas del estallido de una nueva revolución europea. De ahí que tomara
la decisión de preparar para la publicación los resultados de sus estudios
sobre el capitalismo. En su opinión, se trataba de una cuestión de vida o
muerte
[1]. Una de las
condiciones necesarias para la intervención autónoma de la clase obrera en la
crisis era, precisamente, la comprensión del funcionamiento de la economía
capitalista. Si se carecía de dicha comprensión, se corría el riesgo de adoptar
el diagnóstico de la burguesía, manteniendo así el papel de furgón de cola del
proletariado respecto a los emprendimientos políticos burgueses. Tal fue el
origen de los
Grundrisse, que
pueden ser considerados la primera versión de
El Capital.
El esperado ascenso revolucionario no se produjo. Pero el
episodio es significativo para ilustrar el papel asignado por Marx a la teoría.
En la década de 1860, y en el marco del crecimiento del movimiento obrero, Marx
redobló su apuesta por la unión indisoluble entre teoría y prácticas
revolucionarias. El Capital (1867)
y la participación en el CG de la AIT son hitos de esta forma de concebir la
política.
Es difícil exagerar la importancia que tuvo la AIT en la
actuación política de Marx. En primer lugar, porque significó la
reincorporación de Marx a la política activa, luego de los largos años que
sucedieron a las derrotas de las revoluciones de 1848-1849. Pero, y esto es
fundamental, porque Marx tuvo un contacto permanente con las principales
organizaciones del proletariado europeo de la época. Debió afrontar de manera
práctica las dificultades de la acción política de la clase obrera, y ello lo
llevó a desarrollar su teoría de la política y del Estado. Es habitual destacar
a este respecto la centralidad de la Comuna de París en la reformulación de la
teoría marxista del Estado. Sin discutir la importancia de La guerra civil
en Francia y los demás escritos sobre la Comuna, corresponde decir que
los textos e intervenciones desarrolladas en el seno de la AIT ocupan un lugar
semejante en la evolución del pensamiento político de Marx.
La AIT surgió como resultado del resurgimiento de las luchas
obreras en Europa a partir de la década de 1860. La derrota de las revoluciones
de 1848 en el continente europeo, y la declinación del cartismo hacia la misma fecha, marcaron el comienzo de una
parálisis relativa de la clase obrera, que duró hasta comienzos de los años
’60. No obstante, las filas de los trabajadores siguieron engrosando con el
desarrollo industrial, que ya no se encontraba limitado a Inglaterra, sino que
también se extendía a varios países de la Europa continental (sobre todo,
Alemania, Francia y Bélgica) y a los EE.UU.
El ascenso de la conflictividad obrera en un marco
caracterizado por la difusión de la industrialización a escala europea, implicó
nuevos desafíos para los dirigentes obreros. En particular, la práctica
empresaria de “importar” trabajadores de otro país para romper las huelgas
representó un problema para el éxito del movimiento huelguístico. Los
militantes obreros experimentaron en carne propia los efectos de la expansión
internacional del capital; muchos de ellos comenzaron a vislumbrar la necesidad
de la unidad de los trabajadores más allá de las fronteras nacionales. Esto
implicó un salto en la conciencia del movimiento obrero y se tradujo en la
constitución de la AIT. De hecho, el origen de la misma fue una reunión de
obreros ingleses y franceses, celebrada en Londres en 1864, en la que se
discutió, entre otros temas, el problema de los rompehuelgas.
[2]
La AIT se caracterizó por la diversidad de tendencias y
formas organizativas que convivían en su interior. Al momento de su fundación,
la AIT estaba integrada por los sindicatos ingleses y franceses. Los primeros,
mucho más fuertes, habían sacado al movimiento obrero inglés del marasmo que
sucedió a la derrota definitiva del
cartismo
luego de 1848. Estaban concentrados en la lucha económica y, al momento de
crearse la AIT, se encontraban bregando por constituir una central sindical
nacional
[3]. Los
sindicatos franceses, por su parte, empezaban a levantar cabeza luego de la
feroz represión de la insurrección parisina de junio de 1848, y gozaban de una
precaria tolerancia de parte del régimen de Napoleón III; entre ellos
predominaban las ideas de Proudhon
[4]. Los
“marxistas” (si cabe aplicar esta denominación en este período) se encontraban
en franca minoría. La participación de Marx en el CG dependía de la buena
voluntad de los poderosos sindicatos ingleses
[5]; tuvo que
maniobrar con habilidad para no perder ese apoyo y, a la vez, desplegar su
estrategia para el movimiento obrero. Arru describe así la política marxista en
este período:
“La praxis política de
Marx se desarrollaba (…) en dos planos: de un lado colaboraba en la
coordinación internacional de las fuerzas reales del proletariado organizado, y
de otro con un análisis atento de los desarrollos de las luchas particulares, y
de la madurez política que de ellos se derivaba, actuaba para que el movimiento
obrero superase las viejas tácticas, abandonase las posiciones teóricas y
prácticas atrasadas y se hiciese consciente de las posibilidades de una
perspectiva revolucionaria.” (Arru, 1974: 30).
Cole, por su parte, sintetiza de la siguiente manera la
acción de Marx en la AIT:
“Marx, en 1864, no
había dejado de ser un socialista revolucionario, ni había abandonado las
opiniones expresadas en el Manifiesto comunista 16 años antes. Sin
embargo, después de las experiencias de 1848 y de los años siguientes, tenía
más conciencia de las dificultades para dar a la revolución la requerida
dirección socialista y de los peligros del mero revolucionarismo, sin el apoyo
de un movimiento bien organizado de la clase obrera. Después de 1850, Marx
había dejado de pertenecer a la extrema izquierda del movimiento
revolucionario, y había llegado a mirar con mucha sospecha las simples
revueltas que presentaban al enemigo facilidades innecesarias para destruir las
organizaciones obreras, y privarlas de sus dirigentes, mediante la prisión o el
exilio. Lo que él quería hacer al fundar la Internacional era tomar el
movimiento obrero tal como existía y fortalecerlo en su lucha diaria, en la
creencia de que de este modo podía ser orientado por el buen camino y
desarrollar, en una dirección ideológica, una concepción revolucionaria que
naciese de la experiencia de la lucha por reformas parciales, económicas y
políticas.” (Cole, 1980: 93).
Como se indicó más arriba, la puesta en marcha de esta
estrategia supuso una gran dosis de paciencia y equilibrio, dada la fragilidad
de la posición de Marx en la AIT. Una circunstancia favoreció inicialmente los
planes de Marx. Los sindicatos ingleses consideraban a la AIT como una actividad
secundaria, en tanto concentraban sus energías en la lucha por la reforma
electoral y por la obtención de mejoras económicas. De ahí que los dirigentes
de los sindicatos ingleses recurrieran a los exiliados alemanes para colaborar
en la administración diaria de la AIT y en la preparación de los textos
programáticos dirigidos al movimiento obrero europeo. Marx aprovechó largamente
esta circunstancia. Integró el CG de la AIT y tuvo a su cargo la redacción de
los principales documentos de la organización. En ellos fue desplegando su
estrategia para el movimiento obrero.
II
Marx tuvo a su cargo la redacción del Manifiesto Inaugural de la AIT, que
apareció como folleto en noviembre de 1864. Este documento era la carta de
presentación de la nueva organización; Marx esbozó en él las líneas generales
de su estrategia política. El grueso del texto es una denuncia pormenorizada de
los efectos del desarrollo del capitalismo en Gran Bretaña. Así, la expansión
de la riqueza va de la mano con la miseria de la clase trabajadora. Desde el
punto de vista del tema de este artículo la parte más importante del documento
es la dedicada al análisis de las luchas obreras contra el capital.
Marx comenta dos logros del movimiento obrero inglés:
a) la limitación de la jornada laboral a 10 horas diarias, obtenida en 1847; b)
el desarrollo del movimiento cooperativo. En el caso de la jornada de 10 horas,
Marx destaca la significación del triunfo de los obreros ingleses, cuya
victoria no sólo se verificó en el terreno práctico, sino que también
representó una victoria en el plano de la teoría, pues la economía política
proletaria se impuso sobre la economía política burguesa. Este punto es
interesante, porque Marx pretende mostrar que la lucha económica (en este caso,
la lucha por la limitación de la jornada laboral) va más allá de los límites
estrechos que se pretende imponerle. Al argumentar a favor de una limitación de
la jornada laboral, los obreros ingleses debieron dar la batalla teórica a los
economistas burgueses, quienes sostuvieron que la ganancia del capitalista se
hallaba concentrada precisamente en aquellas horas de producción que la
limitación de la jornada laboral pretendía suprimir. La obligación de dar esta
contienda teórica obligó a los obreros a encarar la cuestión del capitalismo
como un todo, y no partir de conflictos particulares entre un empresario y un
grupo de trabajadores.
Con respecto a las cooperativas, Marx indica en primer lugar
que dicha forma organizativa pone en jaque las ideas de los burgueses sobre la
producción. Aquí corresponde hacer una observación. Los sindicatos ingleses de
la época promovían sobre todo las cooperativas de consumo (sociedades
cooperativas de consumidores), que tendían a favorecer a los sectores mejor
pagos de la clase obrera, facilitando su integración a la lógica capitalista
[6]. En el
Manifiesto Inaugural, Marx privilegia a
las cooperativas de producción, más concretamente a las “fábricas
cooperativas”:
“Es imposible exagerar
la importancia de estos grandes experimentos sociales que han mostrado con
hechos, no con simples argumentos, que la producción en gran escala y al nivel
de las exigencias de la ciencia moderna, puede prescindir de la clase de los patronos,
que utiliza el trabajo de la clase de las «manos»; han mostrado también que no
es necesario a la producción que los instrumentos de trabajo estén
monopolizados como instrumentos de dominación y de explotación contra el
trabajador mismo; y han mostrado, por fin, que lo mismo que el trabajo esclavo,
lo mismo que el trabajo siervo, el trabajo asalariado no es sino una forma
transitoria inferior, destinada a desaparecer ante el trabajo asociado que
cumple su tarea con gusto.” (Marx, 2001).
La referencia a las cooperativas contiene pues, una crítica
y una afirmación positiva. Marx critica de manera indirecta a los sindicatos
ingleses, cuya política de cooperativas de consumo permanecía dentro de la
lógica del capital. Más allá de los beneficios que podían acarrear para los
trabajadores individuales, dichas cooperativas no permitían esclarecer el
significado histórico de la lucha entre el capital y el trabajo. La afirmación
positiva, en cambio, era la defensa de las cooperativas de producción, pues
esta forma organizativa mostraba al trabajador el contraste entre la producción
capitalista y aquella realizada a partir de la libre asociación de los
productores.
En segundo lugar, Marx se preocupa por marcar los límites de
las cooperativas. El pasaje siguiente resume dichos límites:
“Para emancipar a las
masas trabajadoras, la cooperación debe alcanzar un desarrollo nacional y, por
consecuencia, ser fomentada por medios nacionales. Pero los señores de la
tierra y los señores del capital se valdrán siempre de sus privilegios
políticos para defender y perpetuar sus monopolios económicos. Muy lejos de
contribuir a la emancipación del trabajo, continuarán oponiéndole todos los
obstáculos posibles.” (Marx, 2001).
En otras palabras, no bastan la persuasión y el ejemplo para
lograr que se imponga el socialismo. Con todos sus méritos, las cooperativas
tropiezan, más tarde o más temprano, con la resistencia de la clase
capitalista, que asienta su dominación sobre la explotación de los
trabajadores. La reorganización de la producción sobre bases que eliminen la
explotación es, pues, un problema político y no técnico. De ahí que Marx
proponga la conquista del poder político por la clase trabajadora:
“La conquista del
poder político ha venido a ser, por lo tanto, el gran deber de la clase obrera.
Así parece haberlo comprendido ésta, pues en Inglaterra, en Alemania, en Italia
y en Francia, se han visto renacer simultáneamente estas aspiraciones y se han
hecho esfuerzos simultáneos para reorganizar políticamente el partido de los
obreros.” (Marx, 2001).
Hay que recordar que el Manifiesto Inaugural era el documento de presentación de la
AIT, una organización en la que tenían una mayoría casi absoluta los sindicatos
ingleses y franceses, que rechazaban o veían con desconfianza la organización
política de los trabajadores. Al resaltar la necesidad de la conquista del
poder político y proponer la organización de un partido político de la clase
obrera, Marx estaba planteando el pasaje desde el momento de la lucha económica
al momento de la lucha política. Esto implicaba un nuevo salto cualitativo para
la clase trabajadora, mucho más grande que el representado por la creación de
la AIT.
La experiencia histórica de la AIT mostró que todavía no
estaban dadas las condiciones para llevar a cabo el salto mencionado en el
párrafo anterior, pero la política de Marx en la Internacional contribuyó a
allanar el camino para lograr la mencionada organización política de la clase
trabajadora. Esto se logró, sobre todo, por la política de esclarecimiento
teórico, mostrando cuáles eran las bases de la dominación capitalista; pero
también por el apoyo marxista a esa formidable experiencia política que fue la
Comuna de París (1871).
III
Los Estatutos de la AIT son otra ilustración de la
concepción política de Marx durante el período. El demócrata italiano Mazzini,
creador de numerosas sociedades secretas en la época anterior a las
Revoluciones de 1848, había presentado un proyecto de Estatutos, según el cual
la AIT se constituiría como sociedad centralizada, al estilo de las sociedades
secretas. Para Marx, esto era un error, pues retrotraía al movimiento obrero a
formas de organización propias de una etapa histórica superada. El crecimiento del
movimiento obrero en los años ‘60 exigía una estructura organizativa capaz de
actuar en un marco de legalidad y que, a la vez, permitiera contener a las
distintas corrientes ideológicas que coexistían entre los trabajadores.
Convertir a la AIT en expresión de una única corriente ideológica equivalía a
obstaculizar el desarrollo del movimiento obrero.
“Por eso, de un lado
los Estatutos deben permitir el ingreso de todos los movimientos existentes
(proudhonianos, lassallianos, trade unionistas), y de otro lado la Asociación
(…) debe favorecer, a través de la lucha común y las discusiones en los Congresos,
la lenta construcción de una teoría común para el movimiento obrero.”
(Arru, 1974: 28-29).
En los términos de Marx, El Capital era esa teoría para el movimiento obrero. La
constitución de la autonomía política de la clase obrera, y la consiguiente
lucha por el poder político, eran imposibles sin la adopción de una teoría que
diera por tierra con las teorías elaboradas por la burguesía.
Los considerandos de los Estatutos son claros
respecto a la política defendida por Marx. En primer lugar, el movimiento
obrero debe dejar atrás tanto las viejas formas organizativas (por ejemplo, las
sociedades secretas) como el aislamiento nacional
[7]. En segundo
lugar, los trabajadores tienen que comprender que el sometimiento del trabajo
al capital no sólo es fuente de miseria, sino de dependencia política y
sometimiento. En este punto se cruzan la teoría marxista del capitalismo con la
acción política contra el capital. Teoría y práctica resultan así las dos caras
de la misma moneda, y separarlas (estableciendo, por ejemplo, una escisión
entre “prácticos” y “teóricos”) equivale a condenar al movimiento obrero a
desarrollarse a la sombra de la burguesía. Por último, los dos puntos
anteriores implican postular que la liberación de los trabajadores tiene que
ser obra de los trabajadores mismos, es decir, que estos no pueden poner sus
esperanzas en las iniciativas políticas de la burguesía, pues todas ellas
mantienen la explotación del trabajo por el capital. El corolario necesario de
esta afirmación es la organización política de los trabajadores, cuestión que
aparece expresada en losEstatutos en la frase más significativa de los
mismos: “la emancipación económica de la clase obrera es, por lo tanto, el gran
fin al que todo movimiento político debe ser subordinado como medio” (Marx,
2000). No es este el lugar para volver sobre la interpretación de este pasaje
por marxistas y anarquistas en la lucha que sostuvieron en el seno de la AIT.
Para nuestros fines basta con indicar que “la emancipación económica” significa
para Marx la abolición del trabajo asalariado, la cual sólo es posible en la
medida en que la clase obrera se adueñe del poder político.
IV
Salario, precio y
ganancia (SPG a partir de aquí) es el título de una conferencia
dictada por Marx en las sesiones del CG de la AIT del 20 y 27 de junio de 1865.
El motivo inmediato fue la discusión de la concepción sobre el salario y la
lucha sindical defendida por John Weston (miembro del CG). Weston, partiendo de
las tesis de que el volumen de la producción nacional es algo fijo y de que la
suma de los salarios reales también es una suma fija, sostuvo que el aumento de
los salarios no servía para mejorar la situación de los obreros, y que la
acción sindical debía ser considerada perjudicial para los intereses de la
clase trabajadora.
Marx rebatió el argumento de Weston mediante la exposición
tanto de su teoría del valor como de su teoría de los salarios. En este punto,
cabe decir que adelantó los resultados que aparecerían dos años después en el
Libro Primero de El Capital. No
es este el lugar para desarrollar dichas teorías. Nos concentraremos, en
cambio, en analizar la concepción marxista de los sindicatos a partir de lo
expuesto en SPG.
Desde el comienzo mismo de la AIT, la política de Marx
consistió en buscar imponer la concepción de la necesidad de la autonomía
política de la clase obrera frente a la burguesía. Para ello resultaba
imprescindible poner en discusión la economía política, verdadero núcleo de la
ideología burguesa. Marx venía trabajando en la crítica de la ciencia económica
desde el principio mismo de su exilio londinense, en condiciones de extrema
soledad política. Tanto la AIT como el movimiento iniciado por Lassalle en
Alemania, proporcionaron a Marx una nueva oportunidad de intervenir en la
política activa.
La discusión de las opiniones de Weston fue, pues, la excusa
ideal para presentar las conclusiones de la crítica de la economía política. El
ámbito y las circunstancias permiten inferir que la preocupación de Marx era
tanto política como científica. Si la AIT aceptaba alguna de las variantes de
la teoría económica burguesa, la posibilidad de construir la independencia
política de los trabajadores se esfumaría. En el caso particular de Weston, si
la AIT aprobaba sus tesis sobre la inutilidad de la acción sindical, la clase
obrera se vería privada de una escuela de lucha, acentuando así su sometimiento
político a la burguesía. De ahí la importancia de SPG.
Marx desarrolla su argumento sobre la lucha entre el capital
y el trabajo en el apartado XV de la obra. El punto de partida es el
reconocimiento de que el mencionado conflicto es inseparable del “sistema del
salariado” y que obedece “al hecho de que el trabajo se halla equiparado a la
mercancía y, por tanto, sometido a las leyes que regulan el movimiento general
de los precios” (Marx, 1975: 132).
El conflicto entre capital y trabajo es, por tanto,
inevitable; debido a ello, la constitución de organizaciones obreras dirigidas
a disputar con la burguesía en torno a los salarios no admite discusión. Ahora
bien, el problema planteado por Weston era otro: los sindicatos, ¿tenían
posibilidades de éxito? Hay que recordar que la AIT misma había surgido como
producto de la confluencia entre los sindicatos ingleses y franceses, que
buscaban evitar la competencia entre los obreros de ambos lados del Canal de la
Mancha, evitando así que las huelgas fueran derrotados (los empresarios
“importaban” trabajadores para que se desempeñaran como rompehuelgas). Si se
probaba que la acción sindical era ineficaz, quedaban anuladas las bases mismas
de la AIT.
Marx empieza por plantear que la fuerza de trabajo, en lo
que hace a su valor, se comporta de manera diferente al resto de las
mercancías. Así, su valor está formado por dos elementos: uno físico, y otro
histórico o social. El elemento físico está constituido por el conjunto de
mercancías indispensables para que el trabajador esté en condiciones de
trabajar y de multiplicarse como clase. Se trata, pues, del salario mínimo.
Pero al lado de este elemento físico se encuentra el elemento histórico, que
está dado por el conjunto de necesidades que se considera que deben ser
satisfechas en un momento histórico y en una sociedad determinada. Por ejemplo,
el elemento histórico puede incluir la obligación por parte de la patronal de
pagar las vacaciones del trabajador.
El empresario procura suprimir el elemento histórico y
reducir el físico a su mínima expresión. Pero se encuentra con la oposición de
los trabajadores, cuya resistencia adopta diversas formas según su capacidad de
organización. Así, el problema de la determinación del salario excede el marco
de las leyes “económicas”: “El problema se reduce, por tanto, al problema de
las fuerzas respectivas de los contendientes.” (Marx, 1975: 136). De este modo,
Marx rebate tanto las ideas de Weston como la tesis de la ley de bronce de los
salarios
[8], defendida por
Lassalle y sus partidarios en Alemania.
Si es la lucha de clases la que determina la magnitud del
salario, y si el resultado de esa lucha de las fuerzas de los contendientes,
resulta evidente la necesidad de los sindicatos como forma de organización de
la lucha económica de los trabajadores. Marx responde así a la cuestión sobre
las formas de lucha del movimiento obrero, tema candente si se tiene en cuenta
que muchos dirigentes obreros abogaban por las cooperativas como principal
herramienta de lucha contra el capitalismo (o el crédito gratuito, como era el
caso de los partidarios de Proudhon
[9]).
Ahora bien, el reconocimiento del carácter inevitable de la
lucha entre el capital y el trabajo, y de la necesidad de los sindicatos, era
para Marx un punto de partida, no el final del movimiento. La disputa por la
magnitud del salario constituía, en definitiva, el momento corporativo del
movimiento obrero, en el que éste procuraba mantener sus posicionesdentro del
sistema capitalista. Marx deja en claro que no despreciaba este momento; todo
lo contrario, pensaba que la lucha económica fortalecía al movimiento obrero en
la medida en que le permitía tomar conciencia de su fuerza.
“Si en sus conflictos
diarios con el capital [los trabajadores] cediesen cobardemente, se
descalificarían sin duda para emprender movimientos de mayor envergadura.”
(Marx, 1975: 140).
En síntesis, la lucha económica es un paso necesario para
desarrollar otras formas de lucha contra el capital. Sin embargo, si el
movimiento permanece en los marcos del momento corporativo, la lucha por el
socialismo es imposible.
“Al mismo tiempo (…)
la clase obrera no debe exagerar a sus propios ojos el resultado final de estas
luchas diarias. No debe olvidar que lucha contra los efectos, pero no contra la
causa de estos efectos; que lo que hace es contener el movimiento descendente
[de los salarios], pero no su dirección; que aplica paliativos, pero no cura la
enfermedad. No debe, por tanto, entregarse por entero a esta inevitable guerra
de guerrillas, continuamente provocada por los abusos incesantes del capital o
por las fluctuaciones del mercado. Debe comprender que el sistema actual, aun
con todas las miserias que vuelca sobre ella, engendra simultáneamente las condiciones
materiales y las formas sociales necesarias para la
reconstrucción económica de la sociedad. En vez de lema conservadorde: « ¡Un
salario justo por una jornada de trabajo justa!», deberá inscribir en su
bandera esta consigna revolucionaria: « ¡Abolición del sistema del trabajo
asalariado!».” (Marx, 1975: 140).
La lucha contra el sistema del trabajo asalariado era,
forzosamente, una lucha política, en el sentido de que implicaba la conquista
del poder político, baluarte de la propiedad privada de los medios de
producción que servía de base al sistema del trabajo asalariado. Esto lleva a
Marx a criticar a los sindicatos ingleses, los más avanzados en el terreno de
la lucha corporativa:
“Las tradeuniones
trabajan bien como centros de resistencia contra las usurpaciones del capital.
(…) Pero, en general, son deficientes por limitarse a una guerra de guerrillas
contra los efectos del sistema existente, en vez de esforzarse, al mismo
tiempo, por cambiarlo, en vez de emplear sus fuerzas organizadas como palanca
para la emancipación final de la clase obrera; es decir, para la abolición
definitiva del sistema del trabajo asalariado.” (Marx, 1975: 141).
El pasaje del momento corporativo al momento político supone
un cambio en la forma de organización de los trabajadores, que ya no puede ser
el sindicato, especializado en la lucha económica. Marx indica la tarea a
realizar (la abolición del trabajo asalariado), pero no aclara qué forma
organizativa deberá llevar adelante dicha tarea. Roza así los límites mismos de
la AIT, constituida básicamente por sindicatos.
Lo expuesto en los párrafos precedentes muestra que Marx
sostenía que el movimiento obrero debía dar el salto a la lucha por conquistar
el poder político. Hay aquí una continuidad con el Manifiesto Comunista y con la tarea desarrollada en la Liga de
los Comunistas. El énfasis puesto en la crítica de las tradeuniones sirve para inferir que Marx pensaba que el pasaje de
la lucha económica (corporativa) a la lucha política (autónoma respecto a la
burguesía) no podía ser llevado a cabo por un movimiento obrero librado a sus
propias fuerzas. En las condiciones del capitalismo, bajo el pleno imperio de
la coerción económica y de la naturalización de las relaciones sociales
capitalistas, los trabajadores engendraban la “lucha de guerrillas” sindical,
pero veían obturado el pasaje a la lucha política contra el capital. El riesgo
para las perspectivas históricas del movimiento obrero era mucho mayor de lo
que imaginaba Marx. Bajo un capitalismo que aparecía como el horizonte de toda
lucha política, la lucha económica, lejos de contrarrestar la desmoralización
de los trabajadores, los encuadraba dentro de las reglas de juego imperantes.
Los sindicatos dejaban de ser escuelas de lucha y se convertían en
instituciones de la sociedad burguesa. Es por esto que las críticas al tradeunionismo
en 1865, y la lucha contra el anarquismo en 1871-1872, deben ser consideradas
en un contexto más amplio.
Las consideraciones anteriores nos permiten situar tanto la
redacción definitiva del Libro Primero de El Capital como la acción de Marx en la AIT. La estrategia
marxista para el movimiento obrero consistía en mencionado pasaje de lo
corporativo a lo político, entendido como la transición desde la aceptación de
las reglas de juego del capitalismo a la autonomía política de la clase obrera.
Para ello era preciso la clarificación teórica (de ahí la centralidad del
estudio del capitalismo, que permitía comprender el carácter limitado de la
lucha económica) y la construcción de un partido socialista independiente de
los distintos partidos burgueses. De modo que aquello que aparece como una
lucha interna por ocupar posiciones de poder en el seno de la AIT es, para
Marx, parte de la estrategia tendiente a orientar al movimiento obrero hacia la
conquista del poder político.
V
En 1866 se realizó el Congreso de la AIT en Ginebra. Marx no
participó de la reunión, pero escribió un documento para la misma, tituladoRapport
du Conseil Central sur les différentes questions mises à l’etude par la
Conference de septiembre 1864. Marx resume en este texto sus concepciones
políticas sobre el papel de la AIT. Por un lado, realiza una crítica de los
presupuestos de los proudhonistas, quienes afirmaban que la “cooperación” era
el instrumento para abolir las “injusticias” del capitalismo. Frente a esta
tesis, Marx sostiene que las cooperativas son una de las formas de lucha del
trabajo contra el capital, pero no pueden transformar la sociedad capitalista.
Para lograr esto último hay que partir del reconocimiento de “que el actual
sistema pauperizador y despótico de la subordinación del trabajo al capital
puede ser suplantado por el sistema ventajoso de tipo público de la asociación
de los productores libres e iguales.” (Marx, citado por Arru, 1974: 34).
Marx explicita una vez más su opinión sobre la función de
los sindicatos:
“Originariamente los
sindicatos (…) surgieron de las tentativas espontáneas de los trabajadores de
eliminar o al menos frenar tal competencia [entre trabajadores] (…) El objetivo
inmediato de los sindicatos fue por ello limitado a las necesidades cotidianas
(…) Pero si ellos son necesarios para las batallas de guerrillas entre
capital y trabajo, son todavía más importantes en cuanto organizaciones para la
superación del sistema mismo de trabajo asalariado y capital (…) No han
comprendido todavía su poder de acción contra el sistema de esclavitud de los
salarios. Por ende se han mantenido demasiado aparte de los movimientos
sociales y políticos generales. Con todo, parece que en los últimos tiempos se
han despertado (al menos en Inglaterra) en el sentido de su participación en el
reciente movimiento político. En el fututo deben aprender a actuar
deliberadamente para organizar centros de la clase trabajadora en el general
interés de su emancipación completa. Deben ayudar a todo movimiento político y
social tendente hacia esta dirección.” (Marx, citado por Arru, 1974: 35).
Por enésima vez, Marx enuncia la necesidad del pasaje de lo
corporativo a lo político. Pero este documento vuelve a dejar en la ambigüedad
la cuestión de qué forma organizativa era la más conveniente para la tarea
revolucionaria de la conquista del Estado.
VI
El examen de varios de los escritos de Marx sobre la AIT en
el período 1864-1866 muestra que teoría y práctica iban unidas de manera
indisoluble en su militancia política. La decisión de publicar el Libro Primero
de El Capital (1867) se
comprende así como un hito necesario en la construcción de la independencia
política de la clase obrera, y no meramente como un acontecimiento de carácter
académico.
Pero hay otra cuestión a destacar, mucho más concreto que la
mencionada en el párrafo precedente. La unidad de teoría y práctica no era un
mero enunciado, sino que implicaba la adopción de una estrategia y la adopción
de los pasos tácticos requeridos para concreción de dicha estrategia. En este
sentido, Marx demostró una gran dosis de habilidad política, tanto para
conseguir ser incluido en el CG de la AIT como para lograr conjugar el
mantenimiento de la unión entre sectores ideológicamente opuestos con el avance
simultáneo en la fijación de un programa que incluía la acción política
autónoma de los trabajadores. De modo que la leyenda de un Marx enfrascado en
sus investigaciones teóricas se diluye apenas se estudia con atención la
militancia política de Marx.
Por último, hay que decir que el eje de la política marxista
para la AIT radica en el pasaje de la lucha económica (corporativa) a la lucha
política. La concepción marxista de los sindicatos forma parte de dicha
política; si no se logra el mentado pasaje, es imposible la existencia de un
movimiento obrero independiente de la burguesía y, por ende, de la revolución
socialista misma.
Bibliografía
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Cole, G. D. H. (1980). Historia del pensamiento socialista: II. Marxismo y Anarquismo,
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Marx, Karl. (1975). Salario,
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Aires: Anteo. (pp. 61-141).
Riazanov, David. (2003). La vida y el pensamiento revolucionario de Marx y Engels. Buenos
Aires: Instituto de Formación Marxista.
Rosdolsky, Roman. (1989). Génesis y estructura de «El Capital» de Marx. México D. F.: Siglo
XXI.
Notas
[1] “Resulta sumamente
característico que la decisión directa de redactar los Grundrisse, y la
prisa febril con que ello ocurriera (todo el manuscrito, de casi 50 pliegos de
imprenta, se concluyó en 9 meses, entre julio de 1857 y marzo de 1858) se
debieron especialmente al estallido de la crisis económica de 1857. Esa crisis
colmó de elevadas esperanzas al «partido de los dos hombre en Inglaterra», como
denominara a los dos amigos Gustav Mayer, el biógrafo de Engels, y por ello es
natural que Marx quisiera llevar al papel cuanto menos los rasgos fundamentales
de su teoría «antes del diluvio», es decir, antes del comienzo de la esperada
revolución europea. Desde luego que su pronóstico revolucionario se basaba en
una ilusión; ¡pero cuántas veces se han revelado como fructíferas esta clase de
ilusiones! Así ocurrió también en este caso.” (Rosdosky, 1989: 33-34).
[2] “La Asociación Internacional de
Trabajadores, establecida en Londres en 1864, se inició con la participación de
los sindicatos obreros británicos y franceses y de algunos exiliados de otras
partes de Europa que entonces vivían en Londres. Es importante tener en cuenta
que en sus inicios empezó como movimiento de los sindicatos obrero – como
expresión de la solidaridad de los obreros organizados de Francia y de la Gran
Bretaña – y no como un movimiento político, aunque desde el principio tuvo
intereses políticos.” (Cole, 1980:90).
“La
Asociación Internacional de Trabajadores fue fundada al principio como una
unión del movimiento obrero inglés y del francés, dentro del cual se esperaba
conseguir la cooperación de grupos de espíritu análogo existentes en otros
países; y como un primer paso en este sentido, un número selecto de exilados
que vivían en Londres fueron invitados a tomar parte en las discusiones.”
(Cole, 1980: 92).
[3] En 1860 se
había organizado el London Trades Council, que agrupaba a varios sindicatos de
oficio. Dicho organismo era el más representativo del movimiento obrero inglés,
y jugó un papel fundamental en la fundación del
National Reform League, que se encargó de la lucha por la reforma
parlamentaria (sobre todo, por la extensión del derecho de voto a los obreros).
El
London Trades Council recibió una
visita de sindicalistas franceses en 1862, con motivo de la Exposición
Internacional celebrada en Londres; dicho encuentro entre ingleses y franceses
fue el antecedente más importante en el camino que llevó a la fundación de la
AIT. (Cole, 1980: 90-91).
[4] “El resurgimiento del movimiento obrero
después de 1860 hizo renacer los viejos grupos socialistas, de entre los cuales
hay que mencionar en primer lugar a los proudhonianos. En esa época aún vivía
Proudhon, que después de algún tiempo de encarcelamiento emigró a Bélgica y,
directamente o por intermedio de sus adeptos, ejerció cierta influencia en el
movimiento. Pero la doctrina que predicaba después de 1860 era un poco distinta
de la que se desenvolvía en el momento de su polémica con Marx. Era una teoría completamente
pacífica adaptada al movimiento obrero legal. Los proudhonianos querían el
mejoramiento de la situación de los obreros, y los medios que para tal efecto
proponían se adaptaban principalmente a las condiciones de vida de los
artesanos. El principal de tales medios era el crédito con interés muy bajo y
si fuera posible sin ninguno. Para tal efecto recomendaba la organización de
sociedades de crédito, cuyos miembros se ayudarían y se prestarían mutuamente
servicios. De aquí el nombre de mutualismo. Sociedad de ayuda mutua, renuncia a
las huelgas, legalización de las sociedades obreras, ninguna intervención en la
lucha política directa, mejoramiento de la situación por la sola lucha
económica que, desde luego, no debe atentar contra las bases del régimen
capitalista: tal es, en sustancia, el programa de los mutualistas que, bajo
algunos aspectos, es más moderado que el del maestro.” (Riazanov, 2003:
118-119).
[5] David Riazanov
describe en detalle la participación de Marx en la reunión inaugural de la AIT
el 28 de septiembre de 1864. Marx fue allí como invitado y no jugó un papel
relevante en la fundación de la organización, la cual fue, ante todo, producto
de la iniciativa de los sindicatos ingleses y franceses. La invitación a Marx
fue el producto de las gestiones de tres exiliados alemanes (Eccarius, Lessner
y Pfender), que participaban de la Sociedad Obrera Alemana de Londres. Gracias
a ellos, Marx recibió la invitación de parte de W. R. Cremer, dirigente del
Sindicato de Carpinteros y primer Secretario de la AIT. (Riazanov, 2003: 126).
[6] Cole explica en
el siguiente pasaje el papel de las cooperativas de consumo:
“Atrajeron sobre todo a los que
económicamente estaban bien y prósperos, que podían pagar al contado lo que
compraban, y que podían ahorrar un poco de lo que ganaban semanalmente. Las
cooperativas de consumo avanzaron rápidamente en las décadas de 1850 y 1860,
precisamente porque entre los obreros de fábricas, los mineros y otros grupos
de trabajadores calificados aumentó considerablemente el número de los que
ganaban bastante dinero, y no irregularmente, para pagar al contado y poder
hacer inversiones crecientes, y también porque las cooperativas de consumo
ofrecían salida para los ahorros que se producían fácilmente y ofrecían el
máximo de seguridad para los miembros laboriosos y frugales de la clase obrera.
No es de sorprender que cuando, en las décadas de 1860 y de 1870, los
socialistas de la Primera Internacional discutieron su actitud hacia el
creciente movimiento cooperativo, se manifestasen muchas sospechas de que las
cooperativas de consumo contribuyesen a crear una aristocracia de obreros
apartados de la masa principal del proletariado y que, con sus pagos por razón
de interés de las acciones y dividendos correspondientes a las compras, fuesen
enseñando a esta aristocracia los hábitos del capitalismo y convirtiéndola en
una defensora del sistema de explotación de la ‘fuerza de trabajo’.” (Cole,
1980: 16-17).
[7] Marx
escribe que
“el movimiento que acaba de
renacer entre los obreros de los países más industriales de Europa, a la vez
que despierta nuevas esperanzas, da una solemne advertencia para no recaer en
los viejos errores y combinar inmediatamente los movimientos todavía aislados”.
(Marx, 2000). Esto va de la mano con el reconocimiento de que
“la emancipación del trabajo no es un
problema nacional o local, sino un problema social que comprende a todos los
países en los que existe la sociedad moderna y necesita para su solución el
concurso teórico y práctico de los países más avanzados.” (Marx, 2000).
[8] “Lassalle sostenía que, si bien sujetos a
esos cambios lentos [las condiciones variables de la producción y de la
organización social], los salarios pagados bajo el capitalismo estaban siempre
oscilando alrededor del nivel de subsistencia física que permanecía invariable
durante largos períodos y que las fluctuaciones por encima o por debajo de este
nivel de subsistencia dependían de las condiciones relativas de la oferta y
demanda de trabajo.” (Cole, 1980: 83).
[9] La disputa con
los partidarios de Proudhon forma parte de la estrategia de Marx para el
movimiento obrero. La propuesta
proudhonista
de crédito gratuito implicaba, en términos políticos, alejar al movimiento
obrero del problema de la toma del poder. Era una respuesta individualista a
los problemas del capitalismo. La crítica del crédito gratuito desde la teoría
(contenida ya en los
Grundrisse)
es, por tanto, eminentemente política. El esclarecimiento de los mecanismos del
modo de producción capitalista era un paso ineludible en la construcción de una
alternativa política de los trabajadores.