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Karl Marx ✆ Ken Mafli
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Ariel Mayo |
El capitalismo es la primera forma de organización social dominante a
nivel mundial. Como tal, demostró una extraordinaria flexibilidad para
adaptarse a circunstancias variadas, sin perder eficacia en su capacidad para
apropiarse el plustrabajo realizado por la clase trabajadora (1). Esto es así
porque el capitalismo está basado en la explotación de los trabajadores por la
burguesía, dueña de los medios de producción. Si se tienen dudas acerca de la
validez de la última afirmación basta constatar la ferocidad con que la
burguesía defiende su propiedad (guerras, golpes de Estado, represiones,
asesinatos, torturas y sigue la lista).
La realidad de la explotación capitalista implica que la
clase obrera está obligada a ceder una parte sustancial de su tiempo vital a la
burguesía, sin recibir nada a cambio. En otras palabras, los trabajadores
producen de manera gratuita para la burguesía durante una parte de la jornada
laboral. Esta explotación se da por medio del trabajo asalariado, que supone la
existencia de trabajadores libres de toda forma de dependencia personal (por
ejemplo, esclavitud, servidumbre feudal, etc.). Además, en buena parte del
planeta existen regímenes políticos democráticos, esto es, los gobernantes son
elegidos por el voto de los ciudadanos, con la particularidad que, entre estos
últimos, los trabajadores constituyen la mayoría.
Una de las razones de la peculiar eficacia de la explotación
capitalista radica en que combina el sometimiento de los trabajadores con la
igualdad jurídica de éstos y con incorporación plena a la condición de
ciudadanos. Los trabajadores son libres; si son explotados, es porque quieren,
dado que la explotación surge de su libre consentimiento, expresado en el
contrato. Además, si están molestos por las condiciones laborales, puede ir y
votar un presidente, senadores, diputados, que los representen y que modifiquen
la situación.
De lo anterior se deriva una pregunta crucial: ¿Cómo es
posible la explotación en una sociedad donde los trabajadores son ciudadanos
libres?
Dar una respuesta acabada a la pregunta formulada arriba es
imposible, en parte porque realizar dicha tarea exige el estudio de todos los
casos concretos de sociedades capitalistas, cuestión que está muy lejana de las
posibilidades del autor. Sin embargo, es posible emprender algunas tareas
preliminares necesarias para dar respuesta al interrogante planteado. Una de
dichas tareas consiste en establecer los principios fundamentales de la teoría
del Estado y de la política tal como aparecen en El capital de Karl Marx. El objetivo del texto es, pues, presentar
algunos lineamientos para el tratamiento del problema de la dominación
capitalista, tal como fueron esbozados por Marx en el capítulo 51 (Relaciones
de distribución y relaciones de producción) del Libro Tercero de El capital
(2).
La clave para comprender la eficacia de la dominación
capitalista radica en la distinción entre el ámbito de la producción y el
ámbito del mercado (o de la circulación). En el mercado, los capitalistas y los
trabajadores son iguales en términos jurídicos; así, por ejemplo, los segundos
pueden demandar a los primeros por incumplimiento de contrato si no reciben el
salario. La igualdad incluye también la posibilidad de organizar sindicatos
para defender las condiciones de la venta de su fuerza de trabajo (monto de los
salarios, seguridad e higiene laboral, extensión de la jornada laboral, etc.) y
su reconocimiento como ciudadanos (es decir, plena participación en el régimen
democrático). La igualdad jurídica es consecuencia de la “doble liberación” del
trabajador, esto es, de la combinación de dos procesos; por un lado, el proceso
por el cual los trabajadores son expropiados de los medios de producción; por
el otro, del proceso por el que son liberados de toda forma de dependencia
personal, como ser la esclavitud y la servidumbre. (3)
La libertad jurídica del trabajador se convierte en su
opuesto cuando se pasa al ámbito de la producción. (4) En el capítulo 51, Marx
explica esta transformación al analizar los cambios en la autoridad entre las
sociedades precapitalistas y el capitalismo.
“La autoridad que
asume el capitalista como personificación del capital en el proceso directo de
producción, la función social que reviste como director y dominador de la
producción, es esencialmente diferente de la autoridad que se funda en la
producción con esclavos, siervos, etcétera.” (p. 1118).
El empresario ejerce la autoridad sobre el trabajador en
virtud de su control de los medios de producción. Es fundamental comprender que
no se trata de un proceso meramente técnico, sino que es una función
eminentemente política. La autoridad del capitalista en el lugar de producción
es el punto de partida para comprender la especificidad del Estado burgués. La
burguesía puede darse el lujo de “conceder” la igualdad jurídica a la clase
obrera porque ejerce la dominación en el lugar de producción.
Marx explica lo anterior en el párrafo que sigue al que ya
hemos citado:
“Mientras que, sobre
la base de la producción capitalista, a la masa de los productores directos se
les contrapone el carácter social de su producción bajo la forma de una
autoridad rigurosamente reguladora y de un mecanismo social del proceso laboral
articulado como jerarquía completa – autoridad que, sin embargo, sólo recae en sus
portadores en cuanto personificación de las condiciones de trabajo frente al
trabajo, y no, como en anteriores formas de producción, en cuanto dominadores
políticos o teocráticos -, entre los portadores de autoridad, los capitalistas
mismos, que sólo se enfrentan en cuanto poseedores de mercancías, reina la más
completa anarquía, dentro de la cual la conexión social de la producción sólo
se impone como irresistible ley natural a la arbitrariedad individual.” (p.
1118).
“Autoridad rigurosamente reguladora”, “jerarquía completa”,
son alguno de los rasgos que caracterizan a la dominación capitalista de la
producción. Se trata de atributos políticos antes que técnicos. Esta dominación
política en el lugar de producción se complementa con la que emana de la
condición asalariada del trabajador en la sociedad capitalista. La relación
salarial requiere de la existencia de una masa de trabajadores separada de los
medios de producción y que son libres en términos jurídicos. Dichos
trabajadores, si quieren acceder a los bienes que precisan para subsistir,
están forzados a vender su fuerza de trabajo en el mercado a cambio de un
salario. En otras palabras, más allá de sus deseos, se ven obligados a trabajar
para otros. La coerción económica derivada de la condición asalariada es la
llave que permite al capitalista ejercer la dominación política en el lugar de
producción. Esa coerción es consecuencia, a su vez, de la propiedad privada de
los medios de producción, cuya garantía es el Estado capitalista.
La eficacia de la dominación capitalista es el resultado de
la autoridad ejercida por el empresario en el proceso de producción. Esta
autoridad, de carácter político, crea la posibilidad para el desarrollo de un
ámbito de libertades y de la ciudadanía. A diferencia de otras formas de
organización social, el capitalista ejerce el control directo del proceso
productivo y no requiere, en principio, del Estado para obtener plustrabajo
gratuito de los trabajadores. Es por ello que el Estado puede aparentar ser el
garante de los “intereses generales”, como si se tratara de un ente que flota
por encima de las clases sociales. La autoridad dictatorial del empresario en
el proceso de producción, es la condición para que el Estado sea el ámbito de
la “libertad”. La dictadura es la clave de la libertad.
Es preciso agregar dos cuestiones al análisis. En primer
lugar, Marx enfatiza que la dominación política del empresario en la producción
no es el resultado de la libre voluntad de éste; al contrario, el capitalista,
independientemente de sus preferencias o sentimientos, opera como “portador” de
la lógica del capital, es decir, de la búsqueda de apropiarse porciones
crecientes de plustrabajo. La dominación política del empresario puede
analizarse, por tanto, a la luz del examen de la lógica propia del modo de
producción capitalista.
En segundo lugar, entre los capitalistas impera la anarquía,
llamada competencia en los manuales de economía. Si bien su producción es
social, la apropiación privada de los frutos de la misma hace que los
empresarios estén dispuestos en todo momento a sacarse los ojos entre sí. Es
por esto que una de las funciones del Estado capitalista consista,
precisamente, en evitar que esta anarquía se lleve puesto al sistema en su
conjunto. De ahí que el Estado aparezca muchas veces como regulador del
mercado, cuestión que acentúa la impresión de que se trata de una institución
que flota sobre las clases sociales y sus antagonismos.
Notas
(1) Marx divide la jornada laboral en dos segmentos, a los
que denomina tiempo de trabajo necesario y tiempo de plustrabajo. En el
primero, el trabajador trabaja para sí mismo, es decir, produce el valor
necesario para reponer su salario; en el segundo (el plustrabajo), produce para
el capitalista, cede gratuitamente su tiempo de trabajo. En este segundo
segmento, y visto desde el lado del valor, el trabajador produce el plusvalor, que
es apropiado por el capitalista en virtud de su propiedad privada de los medios
de producción.
(2) Marx, Karl. [1° edición: 1894]. (2004). El capital: Crítica de la economía política.
Libro tercero: El proceso global de la
producción capitalista. México D. F.: Siglo XXI. (Traducción española de
León Mames).
(3) El pasaje clásico sobre la doble liberación del
trabajador es el siguiente:
“Trabajadores libres
en el doble sentido de que ni están incluidos directamente entre los medios de
producción – como sí lo están los esclavos, siervos de la gleba, etcétera -, ni
tampoco les pertenecen a ellos los medios de producción – a la inversa de lo
que ocurre con el campesino que trabaja su propia tierra, etcétera -,
hallándose, por el contrario, libres y desembarazados de esos medios de
producción.” (Marx, Karl, El capital.
Crítica de la economía política. Libro primero: El proceso de producción de
capital, México D. F., Siglo XXI, 1998, p. 214).
(4) El pasaje clave es el siguiente:
“La esfera de la
circulación o del intercambio de mercancías, dentro de cuyos límites se efectúa
la compra y la venta de la fuerza de trabajo era, en realidad, un verdadero Edén
de los derechos humanos innatos. Lo que allí imperaba era la libertad, la igualdad,
la propiedad y Bentham. ¡Libertad!, porque el comprador y el vendedor de una
mercancía, por ejemplo de la fuerza de trabajo, sólo están determinados por su libre
voluntad. Celebran su contrato como personas libres, jurídicamente iguales. El contrato
es el resultado final en el que sus voluntades confluyen en una expresión
jurídica común. ¡Igualdad!, porque sólo se relacionan entre sí en cuanto
poseedores de mercancías, e intercambian equivalente por equivalente. ¡Propiedad!,
porque cada uno dispone sólo de lo suyo. ¡Bentham!, porque cada uno de los dos
se ocupa sólo de sí mismo. El único poder que los reúne y los pone en
relación es el de su egoísmo, el de su ventaja personal, el de sus intereses
privados. Y precisamente porque cada uno sólo se preocupa por sí mismo y
ninguno del otro, ejecutan todos, en virtud de una armonía preestablecida de
las cosas o bajo los auspicios de una providencia omniastuta, solamente la obra
de su provecho recíproco, de su altruismo, de su interés colectivo.
Al dejar atrás esa
esfera de la circulación simple o del intercambio de mercancías, en la cual el
librecambista vulgaris abreva las ideas, los conceptos y la medida con que
juzga la sociedad del capital y del trabajo asalariado, se transforma en cierta
medida, según parece, la fisonomía de nuestros dramatis personae [personajes].
El otrora poseedor de dinero abre la marcha como capitalista; el poseedor de
fuerza de trabajo lo sigue como su obrero; el uno, significativamente, sonríe
con ínfulas y avanza impetuoso; el otro lo hace con recelo, reluctante, como el
que ha llevado al mercado su propio pellejo y no puede esperar sino una cosa: que
se lo curtan.” (Marx, Karl, El
capital. Crítica de la economía política. Libro primero: El proceso de producción de capital,
México D. F., Siglo XXI, 1998, p. 214).
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