► Si bien las fuerzas productivas son el
corazón del metabolismo social, la pasión —en tanto fuerza esencial de la
humanidad— es el corazón de las fuerzas productivas
Rolando Espinosa | En
los dos ensayos incluidos en esta publicación Jorge Veraza se dedica
cuidadosamente a esclarecer tres grandes problemas: qué son las fuerzas
productivas, cómo fueron concebidas en el análisis materialista de la historia
desarrollado por Marx y por qué constituyen el fundamento del desarrollo
histórico de la humanidad. En el primero de los ensayos, del cual toma su
título este libro (“Karl Marx y la
técnica desde la perspectiva de la vida”), Veraza nos demuestra por qué la
posibilidad de la revolución comunista depende, más que cualquier otra
revolución, del desarrollo de las fuerzas productivas. De hecho —insiste el
autor—, la propia revolución comunista es una fuerza productiva y su gran
objeto de transformación es, simultáneamente, el mundo capitalista en su
conjunto y todos aquellos modos heredados con que hemos producido la historia
de la humanidad hasta nuestros días.
Para Veraza todo aquello que permite producir y reproducir
la vida son fuerzas productivas, pero es necesario diferenciarlas y
especificarlas. Así en “El materialismo
histórico en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” —el
segundo ensayo incluido en este volumen— señala que existen fuerzas productivas
vitales o naturales y fuerzas productivas humanas, y que estas últimas además
pueden distinguirse de acuerdo al sentido práctico inmediato en referencia al
cual están encauzadas y estructuradas: son fuerzas productivas procreativas las
orientadas a la producción de sujetos y fuerzas productivas técnicas aquellas
destinadas a la producción de objetos —ya sean para producir nuevos objetos o
para el consumo y disfrute humanos.
Este segundo escrito tematiza los principales problemas
relativos a las fuerzas productivas y la revolución que ya habían sido tratados
en el primer ensayo, pero su argumento se concentra principalmente en torno al
carácter premisial que las fuerzas productivas procreativas tienen sobre las
técnicas y, en general, las razones y el sentido histórico de que en unas
épocas predomine un tipo u otro de fuerzas productivas (en el precapitalismo
las procreativas, en el capitalismo las técnicas).
En lo que sigue quiero comentar en detalle el texto que
compone la primera parte de este libro, “Karl
Marx y la técnica desde la perspectiva de la vida”, porque en él se
plantean los problemas decisivos del leitmotiv que animará el resto de la obra
de Veraza, especialmente su reflexión ulterior y tematizada sobre el devenir de
las fuerzas productivas humanas. Veamos.
Según Veraza, nuestra humanidad consiste en una objetividad
que siente y recibe las cualidades e impulsos energético-materiales del mundo y
del conjunto de seres vivos. Los humanos somos seres objetivos que, en nuestro
aspecto pasivo, sufrimos y gozamos el mundo como una totalidad en constante
efervescencia. Empero, es justamente este apasionamiento el que nos impulsa a
actuar y relacionarnos prácticamente con otros seres y con el mundo, a
transformar objetivamente nuestras condiciones de existencia y a revolucionar
nuestra realidad. La pasión es una poderosa fuerza productiva de la humanidad,
es la fuerza esencial que nos encamina al goce, a la felicidad y a la libertad.
Con esta idea Veraza recupera aquella tesis conclusiva de Miseria de la filosofía (1847) en la que Marx afirma que “de todos los instrumentos de producción, la
fuerza productiva más grande es la propia clase revolucionaria”.
Sin embargo, asienta Veraza, la técnica, en tanto fuerza
productiva objetiva, constituye la clave para el despliegue efectivo de estas
capacidades y goces humanos. La técnica posibilita que la transformación y
adecuación de la naturaleza de acuerdo a las necesidades humanas requiera cada
vez menos esfuerzo y sacrificio y, por lo tanto, que la humanidad pueda ser
cada vez más libre al producir condiciones de vida menos azarosas y limitantes.
Así este primer ensayo de Veraza nos permite reconocer que la reflexión
marxiana sobre la técnica no es circunstancial ni mucho menos ingenua o
apologética. Estas consideraciones arrojan nuevas luces sobre el pensamiento de
Marx relativo a la técnica. Así podemos entender que en realidad el
materialismo histórico y la crítica de la economía política en su conjunto se
fundan en la “historia crítica de la tecnología” de la que habla Marx en El capital
(tomo I, capítulo XIII).
Para Marx, las fuerzas productivas no se restringen a la
tecnología ni toda técnica puede ser calificada como fuerza productiva; es su
conexión con la vida y su sentido para la vida lo que confiere a la técnica —o
a cualquier otra mediación metabólica, natural o social— su carácter de fuerza
productiva. Las fuerzas biológicas de la naturaleza y las fuerzas tecnológicas
socialmente producidas son fuerzas productivas porque redundan en la producción
de vida.
Vayamos por partes.
1. En el primer apartado —“El horizonte
crítico-revolucionario de Marx, Darwin y Vico”—, Veraza explicita este doble
carácter —biológico e histórico— esencial de las fuerzas productivas que hace
de ellas el fundamento positivo práctico de la humanidad y de la revolución
comunista. El proceso de trabajo, en tanto objetivación de capacidades humanas
en riqueza o valores de uso para la vida, es la síntesis de este fundamento de
la estructura y el desarrollo de todas las fuerzas productivas humanas.
De tal suerte el devenir de las fuerzas productivas describe el curso de la
historia humana, desde la producción de la vida hasta la forja de la esperanza
por un mundo libre, y desde la experiencia de la comunión religiosa hasta la
generación de formas de asociación libertaria que prefiguran y actualizan la
revolución comunista.
2. Una vez tratados, en el primer aparatado, los fundamentos
del desarrollo de la humanidad y de la revolución comunista, en el segundo,
“Historia crítica de la tecnología, fuerzas productivas y crítica de la
economía política (Subsunción formal y subsunción real del proceso de trabajo
inmediato al capital)”, se exponen los medios de producción de la historia
humana, es decir, de la producción no sólo del drama que ha caracterizado a
cada época hasta nuestros días sino, sobre todo, de la “verdadera historia
humana” o la historia de la sociedad comunista.
Desde esta perspectiva, el desarrollo histórico del modo de
producción capitalista se revela como una fuerza productiva en tanto medio de
producción general de la revolución comunista. Esta conclusión se desprende de
la teoría general de Marx sobre el desarrollo capitalista según la cual la
sociedad burguesa sólo puede desarrollarse si somete la forma y el contenido
material del proceso de trabajo al imperio de la lógica de la explotación de
plusvalor. Las relaciones capitalistas de producción no sólo subordinan el
sentido del proceso de trabajo inmediato (su forma) sino que, debido a su
enorme potencialidad como fuerzas productivas, se plasman u objetivan en la
estructura técnica del proceso laboral (el contenido) hasta reestructurar
totalmente —y en un sentido radicalmente inhumano— la materialidad de las
fuerzas productivas y de los valores de uso que con ellas se producen.
De lo anterior se desprende que aunque hoy la transformación
de estas relaciones sociales de producción sigue siendo la condición
indispensable de la revolución comunista, sin embargo, a diferencia de la época
en que vivió Marx —advierte Veraza—, la revolución comunista requiere, además,
por un lado, transformar las fuerzas productivas sometidas al capital
modificando su estructura técnica explotadora y su materialidad nociva y
devastadora, así como, por otro lado, recuperar la cualidad vitalizante y el carácter
genérico humano que las caracteriza esencialmente de acuerdo a su concepto.
Según nuestro autor, lo específico de nuestra época —y, el gran reto de la
revolución comunista— es este sometimiento progresivo de la materialidad de
todos los valores de uso que constituyen el mundo capitalista. El desarrollo
del capitalismo mundial durante el último siglo y medio ha seguido la veta de
la subordinación real del consumo bajo el capital, que no es sino una forma
potenciada de lo que Marx denominara subsunción real del proceso de trabajo
inmediato bajo el capital.
3. Después de presentar el proceso histórico de subsunción
del proceso de trabajo como medio de producción general de la revolución
comunista y, por lo tanto, como problema nodal de la crítica de la economía
política, en el tercer apartado —“Historia crítica de la tecnología y
materialismo histórico (La escasez)”—, Veraza nos expone el objeto general que
la revolución comunista puede transformar, a saber: las condiciones generales
de escasez que han marcado la historia del mundo precapitalista y de la propia
sociedad burguesa y, concomitantemente, el tipo peculiar de escasez producida
por el desarrollo del modo de producción capitalista.
Desde una perspectiva que le permite conceptualizar como
fuerzas productivas modos de producción enteros y aun épocas completas, Veraza
echa mano de la teorización sartreana de la escasez para observar la historia
humana como el despliegue de dos grandes fuerzas productivas limitadas y
contradictorias: el precapitalismo y el capitalismo, y dialectizar estos
conceptos de modo que, por ejemplo, es posible considerar un modo de producción
social como un medio de producción histórica (así el aspecto formal —es decir,
el modo— es considerado, en su función de contenido real, como fuerza
productiva).
Veraza explica así que a lo largo del proceso histórico la
humanidad ha organizado su relación metabólica reproductiva con la naturaleza
mediante dos relaciones sociales generales de producción: la relación de
adecuación/trascendencia y la relación de escasez. La primera relación es
consustancial a la humanidad y consiste en la transformación de la naturaleza
para adecuar su materialidad a la forma ilimitada que es propia de las
necesidades humanas. Esta relación implica una coordinación social y técnica
entre capacidades y necesidades y entre comunidad e individuos. De esta forma
la realidad se va humanizando al tiempo que la naturaleza —incluyendo la
naturaleza humana— se revitaliza libremente.
No obstante, las propiedades de la naturaleza y las fuerzas
de que dispone la humanidad para transformarla no son suficientes —es decir,
son limitadas o escasas— para satisfacer plenamente, en cantidad y en calidad,
el conjunto de las necesidades sociales. De tal suerte, la humanidad ha establecido
históricamente una relación de escasez con la naturaleza, lo que implica que la
sociedad debe encontrarse sometida a una tensión para sostener una orientación
que le permita obtener lo suficiente para sobrevivir.
La relación de escasez provoca múltiples formas de escisión,
confrontación y represión en las relaciones sociales de adecuación y
trascendencia. El caso de las fuerzas productivas capitalistas es el más
dramático y contradictorio pues al mismo tiempo que su efectividad para la
transformación de la naturaleza y para la producción de riqueza es la más
grande que ha logrado desarrollar la humanidad, sin embargo no conduce a la
reducción del desgaste, la explotación, el empobrecimiento y el sacrificio de
la masa de la población, ni permite acabar con la coerción y extorsión social
que derivan de las formas enajenadas y privatizadas de coordinación social y
técnica de la reproducción social que son propias del capitalismo, tales como
el Estado burgués o el mercado mundial capitalista.
Este progreso decadente fundado en fuerzas productivas
técnicas que devienen en fuerzas destructivas se ha venido acentuando a lo
largo de la historia de la sociedad burguesa desde la mitad del siglo XIX. Este
proceso se ha consolidado hoy día —asevera nuestro autor— como subsunción real
del consumo y del sujeto revolucionario bajo el capital.
Es así como puede comprenderse que en el seno de la escasez,
y precisamente debido a ella, el desarrollo técnico se haya vuelto necesidad
prioritaria. No obstante, las fuerzas productivas y el trabajo productivo —los
cuales, de acuerdo a su concepto, poseen un carácter radicalmente
antiproductivista— son determinantes sobre todo respecto de la necesidad de
trascendencia, es decir, respecto de la necesidad de revolucionar nuestras condiciones
de existencia.
El dramático curso que ha tomado el desarrollo histórico de
las relaciones de producción enajenadas —afirma Veraza— sólo puede resolverse
positivamente mediante el desarrollo de las fuerzas productivas, en especial
las técnicas. Sólo ellas nos permitirán superar la relación de escasez con la
naturaleza mediante la producción de riqueza abundante y de valores de uso
vitales y abriendo el camino para el espacio y el tiempo libres sin necesidad
de penuria ni sufrimiento propio o ajeno.
4. Hasta aquí, siguiendo el argumento de nuestro autor,
podemos reconocer que el capitalismo se ha desarrollado al someter el contenido
técnico-material del consumo y —simultánea y paulatinamente— del valor de uso
total de la naturaleza y, por lo tanto, la conciencia y el cuerpo del sujeto
revolucionario. Aun así, el poder positivo y esperanzador que tienen
básicamente las fuerzas productivas para la humanidad no queda abolido sino
sólo tergiversado y contrarrestado. Esto hace que sea siempre actual la posibilidad
de subvertir el sometimiento capitalista. Éste es precisamente el problema que
se trata en el cuarto apartado del ensayo que nos ocupa —“Historia crítica de
la tecnología, fuerzas productivas y la fase actual de la revolución”—: la
forma de la revolución comunista que es posible hoy.
En este último apartado Veraza expone qué son esencialmente las fuerzas
productivas, cómo están estructuradas y por qué son fundamentales para la
revolución comunista. Ya en el apartado anterior Veraza había distinguido entre
fuerzas productivas objetivadas externamente —entre las cuales se encuentra la
técnica— y fuerzas productivas subjetivas orgánico-corporales. Ahora, retomando
el concepto marxiano de composición orgánica en toda su radicalidad, nuestro
autor matiza esa distinción al puntualizar que las primeras sintetizan la
relación de capacidad y necesidad entre la humanidad y la naturaleza en su
objetividad externa productora de riqueza, mientras que las fuerzas productivas
subjetivas unifican esa misma relación en el interior de nuestra propia vida. A
contrapelo de las interpretaciones predominantes, que creen ver en la obra de
Marx una tendencia tecnologicista y progresista, Veraza resalta que si bien las
fuerzas productivas son el corazón del metabolismo social, la pasión —en tanto
fuerza esencial de la humanidad— es el corazón de las fuerzas productivas.
En esta parte conclusiva del argumento de Veraza se revela la revolución
comunista como fuerza productiva ilimitada posible. Sin embargo, esa
posibilidad sólo se vislumbra como tendencia histórica general del desarrollo
de las fuerzas productivas escasas.
En este punto —nos recuerda Veraza— se pone de manifiesto
con elocuencia el sentido de aquella tesis del joven Marx, en los Manuscritos
de 1844, que sostiene que “la superación de la autoenajenación hace el mismo
camino que la autoenajenación misma”. Así, de manera paradójica, el
sometimiento del proceso de trabajo al productivismo capitalista ha vuelto
posible por primera vez en la historia superar las condiciones materiales de
escasez mediante la automatización del proceso de producción. Empero, el
verdadero reino de la libertad no puede fundarse en una forma enajenada de
automatización como la que hoy es prevaleciente.
La revolución comunista —concluye Veraza— solamente es
realizable si se apuntala mediante la recuperación de fuerzas productivas
—precapitalistas o capitalistas— que posean un sentido vital o humano y la
construcción de nuevas fuerzas productivas afirmativas, vitales, comunitarias,
ecológicas y pacíficas. Este es el verdadero desafío que hoy plantea nuestra
historia.