► Esta
es la ponencia que presentará Iñaki Gil de San Vicente en el ‘Encuentro de la
Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la
Humanidad’, que se celebrará en Caracas entre el 11 y el 15 de diciembre de
2014
1. ¿Qué nos une por
debajo de la diferencia?
¿Qué entendemos por crisis del capitalismo las personas
reunidas en este evento organizado por la Venezuela Bolivariana cumpliendo un
necesario proyecto ideado por Chávez y Fidel Castro, como explica Carmen
Bohórquez [1]? ¿Cómo podemos definir el largo, convulso y amenazante
contexto mundial quienes aquí debatimos teniendo en cuanta que procedemos de
continentes y países, historias y culturas, experiencias y luchas tan
diferentes en sus expresiones externas como pueden ser las de Suecia,
Argentina, Irán, Uruguay, Congo, Euskal Herria, Estado francés y Venezuela, por
citar sólo el caso del temario que ahora mismo nos reúne en este viernes 12 de
Diciembre?
Más aún ¿cómo nos afecta la crisis actual a los muy
diferentes movimientos obreros, populares y sociales en los que militamos y con
los que nos identificamos, y cómo nos enfrentamos a ella? ¿Cómo impacta sobre
los intelectuales y cómo éstos la interpretan y hasta la combaten, teniendo en
cuenta los diferentes contextos históricos en los que desarrollan sus múltiples
lenguas y tradiciones que modela sus pensamientos? ¿Y qué inquirir sobre los
artistas, sobre el papel y la función de su arte popular en este contexto
sabiendo que la industria cultural es además de una de las ramas económicas más
rentables del capitalismo mundial también y sobre todo un muy eficiente
instrumento de alienación de masas y de desnacionalización de pueblos rebeldes
en manos del imperialismo? ¿No son demasiadas las diferencias que nos separan
como para intentar encontrar un denominador común que nos identifique, que nos
una como la misma humanidad explotada por el imperialismo?
Estamos convocados para debatir fundamentalmente sobre como
crear una red que conecte a movimientos populares, intelectuales y artistas, y
la pregunta necesaria que debemos responder en primer lugar para avanzar en las
reflexiones anteriores es ¿qué nos une a estos tres niveles o espacios, o áreas
de prácticas sociales en el capitalismo actual por debajo de las situaciones
concretas tan dispares en las que vivimos? ¿Qué podemos hacer los movimientos
sociales, intelectuales y artistas, tres espacios de reflexión tan distanciados
a simple vista, frente a un poder tan aplastante como el imperialista? Estimo
que, antes que nada, debemos centrarnos en nosotras y nosotros mismos para,
después, aportar algo al resto de las hermanas y hermanos explotados.
Planteo una primera y urgente respuesta: nos une la
necesidad imperiosa de detener y revertir la tendencia destructiva a la
mercantilización de la vida y de la naturaleza. El capitalismo se diferencia de
todos los modos de producción, entre otras cosas, también y sobre todo porque
para sobrevivir debe reducirlo todo a simple mercancía, a valor de cambio
expresado en dinero, al margen de la forma que este tenga. En la medida en que,
en última instancia, los movimientos obreros, populares y sociales, y la
intelectualidad y el arte críticos expresan la resistencia cada vez más
consciente de la humanidad explotada a la extensión destructora de la dictadura
del dinero, de valor mercantil de los sentimientos y de la naturaleza en sí, en
esta medida, el capitalismo debe acabar con ellos para, a la vez, apoderarse
definitivamente del planeta.
Lo que nos identifica y dota de sentido a quienes aquí
estamos es algo invisible a primera vista, algo oculto tras la apariencia
externa de las cosas: desde su ensangrentado origen y a lo largo de su
sangrienta expansión, el capitalismo se mueve siempre forzado por su irracional
lógica de acumulación ampliada, de convertirlo todo en una nueva rama económica
generadora de beneficio privado, es decir, de mercantilizar hasta el alma, si
existiera. La subsunción de la naturaleza en el capital es también la
subsunción de la especie humana en la irracionalidad del máximo beneficio
privado en el menor tiempo posible y sin reparar en la devastación que ello
conlleva. Pulverizar la naturaleza transformando sus cenizas en materias primas
y en fuerza de trabajo, en beneficio y en mercancía, es a la vez destruir la
esencia crítica y liberadora del intelecto y del pensamiento racional, y de la
capacidad creativa del arte emancipador, es destruir el potencial
revolucionario de la mayéutica, de la heurística, de la dialéctica, en síntesis
arrancar de raíz la antropogenia para imponer el valor de cambio, el fetichismo
de la mercancía y la dictadura del trabajo abstracto.
Lo que nos une es que, al margen de nuestra subjetividad,
somos parte del Trabajo explotado por el Capital. Las diferencias, en este
nivel de debate, entre militantes en movimientos populares, intelectuales y
artistas que aparentan ser absolutas, se esfuman en la nada cuando llegamos al
fondo de lo real: somos parte del Trabajo explotado, dominado y oprimidos por
el Capital. Luego actuemos desde esta realidad, y no desde la ficción ideológica
burguesa.
2. Siempre vuelve la realidad negada
Sabemos que hay una especie de ley de la evolución que
explica que los procesos avanzan de lo simple a lo complejo, de la menor
interacción a la mayor interacción con otros procesos, de manera que la dialéctica
entre la diversidad creciente y la unidad interna es cada vez más difícil de
descubrir, a no ser que nos dotemos de un método adecuado. Sin duda la
complejidad extrema adquirida por el capitalismo a finales del siglo XX y
comienzos del XXI --según el calendario cristiano-occidental-- fue una de las
causas de la proliferación de toda serie de modas ideológicas de usar y tirar
en el mercado de la industria político-cultural burguesa, saturación de «oferta
ideológica», por utilizar términos mercantiles, que ha sido correctamente
denominada como «moda post». Modas que fascinadas y obnubiladas por la
multidiversidad de las espectaculares formas policromas mediante las que se
presenta en el exterior la esencia capitalista interior, optaron por la vía más
cómoda y fácil: negar la existencia de contradicciones internas que determinan
las tendencias evolutivas de lo real y de sus polifacéticas expresiones.
Con el desarrollo capitalista, la forma de su
materialización expresa la forma de organización y choque de sus
contradicciones internas, de su contenido esencial como modo de producción.
Según el Capital choca con mayores resistencias del Trabajo, tiende a
desarrollar métodos de explotación más complejos, mezclas nuevas de dosis de
brutalidad y de astucia, de represión y de consenso que generan formas
sociopolíticas, culturales e ideológicas de dominación nuevas. De este modo, la
creciente complejidad de las formas expresa la agudización de las
contradicciones del contenido interno que tarde o temprano emergerán como
fuerzas sísmicas destructoras. Ahora bien, el inevitable tiempo de tardanza
entre su ebullición subterránea y su erupción externa, este tiempo de impasse
facilita que, en su ínterin, florezcan delirios reformistas que creen que por
arte de birlibirloque se han extinguido para siempre los límites del
capitalismo, sus contradicciones. Si nos fijamos, todas las modas post tienen
un contenido reformista más o menos explícito o encubierto.
Dado que las formas expresan las interrelaciones de los
contenidos como totalidad, por esto mismo existe una autonomía relativa en la
evolución de las primeras con respecto a la esencia de la totalidad subyacente.
Esta autonomía relativa, más o menos acentuada según los casos, explica que
incidiendo en lo formal, en lo externo, puede influirse en la evolución de lo
interno, el cambio del continente influye en algunos casos en el contenido. El
idealismo reformista cree que esta posibilidad es absoluta y obligatoriamente
eficaz: acabemos con las formas «malas» del capitalismo para desarrollar sólo
sus formas «buenas» y, con paciencia, transformaremos el capitalismo en su
conjunto. En determinadas circunstancias históricas, la acción reformista sobre
la forma puede y logra paliar, debilitar y hasta controlar un poco los efectos
más dañinos e inhumanos del Capital en beneficio del Trabajo, pero a la larga,
siempre termina resurgiendo la mala bestia, el Moloch, inherente a la lógica
ciega e irracional de la acumulación ampliada.
Fue por esto que la moda post desapareció del mercado
ideológico nada más que las contradicciones del capital empezaron a salir a la
luz. Dicho grosso modo, desde el inicio de la década de 1990 se intensificaron,
extendieron e interrelacionaron las crisis parciales y aisladas, o sub-crisis,
hasta llegar al caos sistémico actual. En este evento tenemos dos ejemplos de
que el capitalismo no había triunfado definitivamente en 1989-91: uno fue la
demostración cubana de que podía y quería sobrevivir como nación independiente
en medio de los peores cercos imperialistas, y el otro fue el acto heroico de
1992 dirigido por Chávez contra la opresión y miseria creciente que sufría su
pueblo. Ambos fueron una afirmación de resistencia que demostraba que la
humanidad seguía viva y dispuesta a vencer, simultánea a otros diferentes pero
con la misma identidad sustantiva: revueltas de hambre en 1992 en ciudades
norteamericanas, zapatismo, altermundialismo y antiglobalismo, luchas obreras
en la Europa y en Corea del Sur de mitades de esos años, crisis de los «dragones
asiáticos» de 1997, victoria venezolana en 1999 y apertura de múltiples
procesos en las Américas como la revuelta de Seatlle, el corralito argentino,
las luchas bolivianas por el agua y el gas en esos años, y un inabarcable
listado hasta llegar al período 2007-2014.
Hemos citado muy pocas de las abundantes prácticas de masas
contra la injusticia, y ninguna de las aportaciones teóricas, culturales y
artísticas realizadas por grupos o personas de izquierdas contrarrestando el
dominio cuasi absoluto de la ideología imperialista y su industria de
alienación de masas. Pero desde la mitad de los ’90 en adelante poco a poco fue
recuperándose el pensamiento crítico colectivo que tuvo en los encuentros
internacionales de los Foros contra la globalización uno de sus espacios de
asentamiento y expansión. Al igual que sucede con la memoria reciente sobre las
luchas materiales en los últimos veinte años, también debemos rescatar del
silencio los avances realizados en la crítica teórica rigurosa del imperialismo
en este período.
Era necesario mostrar que la futilidad del iluso
triunfalismo de los ’90 no se sustentaba en criterios objetivos de la evolución
capitalista sino en voluntariosos subjetivismos de la clase dominante para,
desde esa fantasía, asegurar un orden explotador que hacía aguas por todas
partes. Hay que recordar que conforme transcurría la década de los ’90, EEUU,
la OTAN y otras estructuras político-militares elaboraban nuevas doctrinas de
contrainsurgencia y de guerra en respuesta a la recuperación de las luchas de
las clases y de los pueblos. En la medida en la que, una vez más, el Estado
burgués tenía que irrumpir en público como fuerza policíaco-militar decisiva
para el mantenimiento del sistema, en esta medida se desplomaban las modas post
y reaparecían las contradicciones internas del capitalismo.
3. Tres avances teóricos de los pueblos
En el capitalismo euro-yanqui se nos dijo que la clase
trabajadora había desaparecido para dar paso a una masa heterogénea e informe
de sujetos aislados explotables de mil modos distintos, masa amorfa que a lo
sumo puede definirse como «multitud», «ciudadanía», «gente», «los de abajo»,
etcétera, o a otra escala como «infraclase», «precariado», «chavs» en cuanto
nueva clase diferenciada de los restos extintos del proletariado y de la
debilitada «clase media». Si buceamos un poco en la historia de las mercancías
ideológicas, vemos que justo bajo los ecos del Mayo’68 reaparecieron las nuevas
tesis sobre la sociedad post industrial y la desaparición del proletariado, que
de revivían anteriores ideas sobre las élites que habían sustituido a las
clases, y que incluso habían acabado con la clásica propiedad burguesa de las
fuerzas productivas al multidividir su propiedad en pequeñas acciones y
participaciones compradas por las capas medias y altas del proletariado, que
así se aburguesaba. La tesis del «capitalismo popular» es tan vieja como el
primer laborismo británico de finales del siglo XIX aunque llegó a su esplendor
inmediatamente después de la II GM.
En este marco ideológico en el que la sociología, la
antropología, la economía, la historia y demás «disciplinas intelectuales»
creadas en lo que llamados Occidente, actuaron --actúan-- como armas de la
guerra cultural imperialista, fue imponiéndose en muchos centros académicos del
mundo la misma superchería, de manera que varias generaciones de dirigentes en
esos países, muchos de ellos a sueldo de las empresas transnacionales, actuaban
según la misma creencia transplantada desde las metrópolis, desde la
universidades y empresas occidentales. Mientras que fracciones cualificadas de
sus clases trabajadoras resistían como podían al expolio transnacional y a las
agresiones armadas directas o «invisibles», la creencia ideológica dominante,
oficial, sostenía los tópicos de los opresores.
Un mérito incuestionable de estos pueblos explotados fue el
de pensar por ellos mismos, al margen y frecuentemente en contra del
determinismo economicista de la «izquierda» eurocéntrica y «rusocéntrica» hasta
finales de los ’80. Pero semejante logró sólo pudo alcanzarse después de
sucesivas derrotas sufridas al haber seguido obtusa y dogmáticamente las miopes
extravagancias de la «izquierda» eurocéntrica que imaginaba que el resto de
mundo era como el suyo. Estos pueblos superaron dos obstáculos teóricos
formidables: el primero y más inmediato, el «rusocentrismo» y el eurocentrismo
de las teorías e ideologías sociales, que les impedían llegar a un conocimiento
propio de su propia situación; y el segundo, una vez aquí, superar las
múltiples apariencias fenoménicas de lo real, cuestión a la que nos hemos
referido arriba, para bucear hasta encontrar la raíz de sus problemas, y una
vez en la profundidad de las contradicciones aportar enriquecedoras teorías
revolucionarias al resto de la humanidad.
De hecho, el evento que ahora realizamos es un ejemplo de
este triple mérito: la izquierda eurocéntrica no captó, malinterpretó y hasta
despreció la sublevación de 1992 dirigida por Chávez y el período posterior,
hasta no tener más remedio que rendirse a la evidencia, y eso no siempre; la
izquierda «rusocéntrica» cubana apenas comprendió el contenido histórico del
Ejército Rebelde, y a escala general lo mismo ha sucedido con las luchas de las
naciones trabajadoras del llamado impropiamente Tercer Mundo. Luego o
simultáneamente, el segundo logro fue la crítica radical realizada por sus
izquierdas superando la bazofia de las denominadas «ciencias sociales»
burguesas desarrollando una independencia teórico-política que les ha permitido
y exigido a la vez avanzar al tercer logro: bucear hasta sus contradicciones
específicas que son una forma precisa de las contradicciones esenciales del
capitalismo mundial, descubrirlas como formas autónomas de la lucha de clases
mundial e integrarlas en la totalidad de la lucha esencia entre el Capital y el
Trabajo que recorre a la humanidad entera.
La triple conquista explica que movimientos obreros,
populares y sociales del mundo debatamos aquí y ahora sobre lo que nos une
frente al enemigo común, el imperialismo. Muy lógicamente, existen diferencias
y discusiones sobre cuestiones precisas en los niveles histórico-genéticos,
pero que son matices enriquecedores siempre porque lo genético-estructural está
asumido. Por tanto, en el plano de la lucha de la clase trabajadora frente a la
crisis capitalista, la primera tarea a desarrollar es la de que cada nación
obrera practique su liberación de clase dentro de la dialéctica entre lo
singular, lo particular y lo universal.
4. Praxis y militancia artistico-intelectual
Hemos recurrido al empleo de una de las categorías del
método dialéctico porque además de ser imprescindible para revolucionar el
mundo, también nos lleva directamente al famoso y permanente debate sobre el
«papel de los intelectuales» en la liberación humana. Debo confesar que para mí
la palabra «intelectual» me produce un rechazo inmediato gravado a fuego por
las lecciones de la militancia, excepto en los sobresalientes casos en los que
es la praxis la que determina y llena de contenido al adjetivo de «intelectual».
Lo sustantivo, la substancia de la tarea intelectual no es otra que la praxis
revolucionaria, es decir, la comprensión del mundo como proceso simultáneo a su
transformación revolucionaria, y viceversa, la transformación revolucionaria
como proceso simultáneo a su comprensión. Pero también en esta dialéctica los
pueblos trabajadores explotados nos dan lecciones viales. Che Guevara le dijo a
Nasser que si un político no se había jugado la vida alguna vez, jamás pasaría
de ser un simple político. Lo mismo hay que decir sobre los intelectuales.
Che Guevara no era un intelectual ni tampoco un político,
aunque desarrolló un poderoso intelecto y unas cualidades políticas majestuosas
porque era un revolucionario que dio contenido radical a su labor
político-teórica. ¿Y qué decir de Hugo Chávez? ¿De Rosa Luxemburgo, etc.? La
praxis que les identifica es tanto más valiosa ahora que entonces por tres
razones: una, porque, como hemos visto, el capitalismo necesita mercantilizar
el pensamiento, la cultura, el arte, cualidades que definen junto a otras el modelo
de ser humano rico en relaciones y en creatividad, y por ello autoconsciente,
enemigo mortal de reducir el pensamiento a mercancía. La privatización e
industrialización del conocimiento, de la cultura, mediante las patentes de
propiedad es una de las formas más destructoras del saber humano ideada por el
imperialismo para subsumirlo en su industria cultura. Los pueblos expoliados y
empobrecidos apenas pueden defender su creatividad intelectual, artística y
científica. La tarea organizativa y movilizadora de sus intelectuales
militantes es decisiva en la defensa de la soberanía lingüístico-cultural: es
una tarea política en su misma naturaleza porque sólo tiene visos de victoria
si genera un poder político capaz de vencer la fagocitación intelectual de las
grandes potencias: la llamada «fuga de cerebros» de los años ’60 y ’70 es un
juego de niños comparada con las presiones actuales.
Dos, porque la complejidad de lo real exige de un método de
conocimiento filosóficamente ágil, móvil, consciente de lo contradictorio del
mundo y por eso consciente sus propias contradicciones en cuanto
autogeneradoras de nuevas verdades relativas, concretas y objetivas. La
intelectualidad militante es irreconciliable, por una parte, con la visión
tradicional de la filosofía como mera apetencia, querer o incluso «amor» hacia
el conocimiento puro e inmaculado, sino como método crítico de transformación
de las condiciones sociales que determinan el pensamiento; y por otra parte, es
irreconciliable con cualquier forma de positivismo que rechaza todo método que
recurra al principio de unidad y lucha de contrarios, que rechaza el decisivo
criterio de la «negatividad absoluta» como momento previo al salto a la novedad
cualitativa.
La negatividad absoluta de la clase trabajadora, del
Trabajo, es la burguesía, es el Capital; esa absoluta negatividad presiona en
la unidad y lucha de contrarios entre Trabajo y Capital para forzar la victoria
revolucionaria del primero sobre el segundo mediante la intervención consciente
de la clase obrera como fuerza social organizada políticamente. Esta pugna
recorre y determina de mil modos diferentes todas y cada una de las casi
infinitas formas en la que toma cuerpo el Capital como relación social que se
autoreproduce, también y cada vez más mediante el trabajo complejo,
cualificado, tecnificado, de eso que la docta ignorancia idealista define como
«economía de la inteligencia, cognitiva o inmaterial», como si la fabricación
de instrumentos complejos por los humanos de hace 1,8 millones de años no fuera
«economía cognitiva» realizada para acelerar la ley del ahorro de energía o del
mínimo esfuerzo y la ley de la productividad del trabajo, como base
materialista objetiva de la antropogenia.
La cualificación cognitiva de relativamente pocos trabajos concretos,
ya activa en esas primeras herramientas complejas realizadas en el comunismo
primitivo, entra en fragrante contradicción con la esquilmadora simplificación
y descualificación de la mayoría de los trabajos concretos, realizados por
fuerza de trabajo condenada al analfabetismo funcional más básico. Esta
contradicción también recorre la estructura social entera expresándose con
terribles efectos alienadores, reaccionarios y hasta fascistas mediante la
manipulación inconsciente y subconsciente de la estructura psíquica de masas
realizada por el Capital sobre el Trabajo esclavizado psicológica y mentalmente
con la ayuda inestimable de la ignorancia cultural más desoladora. Incluso el
relativamente escaso trabajo cualificado, la «economía cognitiva», se sostiene
sobre una asfixiante formación parcial, unidimensional y monotemática, estricta
y fríamente tecnicista según las exigencias de la máxima rentabilidad
instrumental y positivista, que expulsa al olvido y que reprime toda muestra de
cultura libre, no mercantilizada, la verdaderamente peligrosa para la
burguesía.
Y tres, la descualificación inherente a la producción
mercantil en cadena nos replantea la función social de los artistas, que no
sólo de los intelectuales y de los movimientos obreros y populares. Hablamos de
artistas en plural porque no tenemos tiempo para debatir las múltiples
concepciones de Arte, ni sobre el momento histórico de la aparición de la
estética como sentimiento y cualidad que, según todo indica, estaba ya presente
en los neandertales, si no antes. Pero sí debemos saber que con la dictadura del
valor de cambio, de la mercancía, la estética, lo bello, el arte y hasta la
misma cultura sufre una degradación cualitativa. Si definimos a la cultura de
la especie humana-genérica como la producción de los valores de uso en base a
las capacidades colectivas e individuales, y su distribución social y
horizontal en base a las necesidades colectivas e individuales, entonces esta
cultura genérica desaparece aplastada por la propiedad privada de las fuerzas
productivas, y con ella el arte y la estética en su sentido de especie humana
genérica.
La esencia de la cultura burguesa radica en la producción de
máquinas humanas. La latencia subterránea e imperecedera de lo bello y estético
como expresión «inmaterial», simbólica, emocional y afectiva realizada en los
valores de uso, es cada vez más aplastada en las profundidades de lo
inaccesible a la irracionalidad instrumental de la lógica del máximo beneficio
mercantil. La militancia estética, artística, cultural e intelectual pugna así
con la esencia misma del valor de cambio que lo reduce todo a la
superficialidad fetichizada del dinero. Para el Capital lo bello es el dólar.
Frente y contra esta degradación, los y las militantes que realizan su praxis
en la lucha teórica y estética se enfrentan a una prioridad: extender en las
izquierdas el criterio de que la emancipación humana es una obra de arte
global, total, es un «todo estético», según lo pensaba Marx. Para el humanidad
explotada, la libertad es el canon de la belleza.
5. A modo de resumen
Concluyendo, los movimientos populares y la militancia
artística e intelectual somos parte del Trabajo explotado por el Capital. De
hecho, es imposible establecer fronteras insuperables entre las tres áreas ya
que la conciencia radical y la cultura crítica, que es lo mismo, forman una
unidad interna en cualquier praxis de lucha de un pequeño movimiento social que
en su barriada empobrecida organice una sesión de teatro y un recital de
poesía. La larga historia de la emancipación de los pueblos explotados nos
muestra cómo el arte y la cultura denigrados como «populares», «vulgares»,
«primitivos»… por la clase dominante y por el imperialismo, tienen contenidos
progresistas y hasta revolucionarios que debemos rescatar, actualizar y
abrirlos al futuro.
La burguesía busca desesperadamente encontrar nuevas ramas
productivas que contrarresten la tendencia a la caída de la tasa media de
ganancia, y la «cultura» abstractamente definida le ofrece un campo de negocio
prácticamente inagotable. Se trata además de un «negocio redondo», como se
dice, porque no produce únicamente rentas económicas, sino también políticas,
ideológicas, costumbristas, sexuales… beneficios globales que apuntalan los
cimientos de un capitalismo aquejado por una crisis de sobreproducción agravada
por un agotamiento de los recursos y un crecimiento imparable de los mal
llamados «costos externos», los causados por la rotura casi irreversible del
inestable equilibrio medioambiental y climático. El caos geopolítico y la
militarización son parte de esta dinámica y la empeoran.
Más que nunca antes, la dialéctica entre lucha de clases,
reconquista de derechos humanos concretos, profundización del pensamiento
racional y de la creatividad artística libre, la lucha por la recuperación de
los bienes colectivos y comunales expropiados al pueblo y privatizados, la
reintegración de la humanidad en la naturaleza y su desmercantilización, la
emancipación de la mujer que deja de ser «instrumento de trabajo» en propiedad
del hombre, la reducción drástica del tiempo de trabajo explotado y el aumento
del tiempo libre y propio, la satisfacción de estas y otras muchas necesidades
radicales se ha convertido en una tarea imperiosa. Y entre todas ellas, como
síntesis de todas ellas, destaca fundamentalmente la toma del poder por la clase
trabajadora. No hay otra alternativa que esta para defender los derechos de la
humanidad. Cada pueblo deber lograrlo según, desde y para sus circunstancias,
debilidades y fuerzas, pero, al fin y al cabo, se trata de una labor de la
humanidad entera, como unidad consciente en lo básico opuesta a la unidad de
mando del imperialismo.
Nota
[1] Carmen Bohórquez: Fidel y Chávez inspiran Red
en Defensa de la Humanidad 29-10-2014:
www.boltxe.info