Jan Lust
| En las últimas dos décadas, el
discurso político ha sido contaminado cada vez más por el
concepto y el discurso de la sociedad civil. El colapso de
la antigua Unión Soviética a principios de la década de
1990 en combinación con la introducción del neoliberalismo hizo boom al concepto de la
sociedad civil. Como tal, la sociedad civil renació como un
discurso adecuado para los intereses del capital y en contra
de las fuerzas que luchan por una sociedad en la
que los seres humanos son los motores del desarrollo en
lugar de los intereses y las necesidades del capital (transnacional), y
en donde el desarrollo colectivo forma la base de la
asignación social e individual de los recursos.
La definición y el
significado del concepto de la sociedad civil han cambiado con
el tiempo. El concepto tiene, sobre todo, una connotación histórica y
filosófica y fue utilizado por las diferentes fuerzas políticas y
organizaciones, en contextos políticos, económicos y sociales específicos,
para lograr objetivos particulares de estas fuerzas políticas (Kaldor, 2005: 31-71; Fernández, 2003: 31-197). En los “días de gloria” del neoliberalismo,
el concepto fue empleado como una “propuesta conservadora para
reducir el papel
del Estado y todo lo que pertenece al sector público” y
para “fortalecer la acción privada” (Torres-Rivas, 2001).
En este artículo no vamos
a profundizar en los antecedentes históricos y filosóficos de la
sociedad civil como se hizo durante los debates en los 90. Sin
embargo, el hecho de que el concepto de la sociedad civil se ha amarrado en
el pensamiento político de la izquierda nos obliga a politizar en
contra del concepto para establecer la esencia del concepto y
exponer el significado ideológico real del mismo. Los muchos “rostros”
de la sociedad civil, como escribe Wood (1990:65), han hecho
posible que sirva “para muchos propósitos”. Sin embargo, esto
no quiere decir que el concepto es neutro.
La sociedad civil, según Wood
(1990: 63-64), “abarca una amplia gama de
instituciones y relaciones, desde los hogares, los sindicatos, las asociaciones
de voluntarios, hospitales, iglesias, hasta el mercado, las empresas
capitalistas, de hecho toda la economía capitalista en conjunto”. En
realidad, el concepto de sociedad civil podría ser considerado mejor como una
construcción política e ideológica en lugar de un concepto con base científica.
En este artículo se
argumenta que el discurso de la sociedad civil no conduce a la
liberación del yugo del capital por parte de los pueblos de los
países periféricos y centrales sino que, de hecho, los encadena a este
sistema de explotación y opresión. Como el discurso de la
sociedad civil apunta a la democratización de la sociedad sin luchar
por el poder del estado hace que el discurso sea muy conveniente
para los intereses del capital.
Este artículo está
estructurado en cuatro partes, además de esta introducción. En la
primera sección se discute la “eliminación” del concepto clase en el
discurso de la sociedad civil. En la sección dos cuestionamos la
supuesta separación entre el estado y la “sociedad” e
intentamos demostrarla idoneidad ideológica del discurso de la
sociedad civil para el capital. En la tercera sección se
presenta las conclusiones. En la sección cuatro, la última sección,
incluimos las referencias bibliográficas
1. La sociedad
civil y la realidad de la clase
El concepto de la sociedad civil se incrusta dentro de un
discurso que elimina la clase como el fundamento de la
sociedad, como la unidad elemental para el análisis del
desarrollo de la sociedad capitalista y como la clave para
la transformación social hacia una sociedad basada socialista. Por
haber “eliminado” la clase de la sociedad, el discurso es capaz
de concentrar el análisis de, por ejemplo, la desigualdad y la
pobreza, en sus apariencias superficiales en
lugar de sus causas. Como consecuencia, el
discurso erradica la posibilidad de definir las relaciones
estratégicas de poder así como los conflictos entre grupos sociales (Portes y
Hoffman, 2003: 9) y se transforma en una herramienta
política e ideológica para mantener el status quo. De
hecho, el discurso de la sociedad civil está orientado a crear
armonía entre las diferentes
clases sociales (David, 1998/99: 198).
La “eliminación” de la clase
de la sociedad y de su “eliminación” del análisis social hace que la lógica
totalizadora y el poder coercitivo del capitalismo se hagan invisibles. El
efecto del discurso de la sociedad civil es que, en vez que se debata el
capitalismo en sí, se discute una sociedad fragmentada “sin una estructura de
poder global, sin una unidad totalizadora, sin coerciones sistémicas” (Wood,
1990: 65).
El discurso de la
sociedad civil es de gran utilidad para los intereses del capital. No sólo
disfraza los orígenes de la “prosperidad” del capital, sino que también
contribuye a mantener la paz entre las clases. El concepto de la sociedad civil
contribuye a mantener y profundizar una falsa imagen dentro de las clases y
capas sociales oprimidas y explotadas con respecto a los fundamentos de la
sociedad capitalista. Mientras que el proceso de la producción capitalista se
ha construido de tal forma que se evite que la clase obrera “se transforma” de
una clase an sich (en sí mismo) a una clase für sich (por
sí mismo) ─el proceso productivo no es sólo técnico, sino también un proceso
social “en el que la transformación de las condiciones materiales de la
existencia es al mismo tiempo la producción, reproducción, y la transformación
de las relaciones sociales entre los productores directos (que participan en el
trabajo productivo real) y los que se apropian de su ‘producto excedente’ (los
que controlan los medios de producción)” (Zeitlin, 1980 : 2)─, el concepto de
la sociedad civil tiene la intención de crear la percepción de que la sociedad
no está estructurada en clases sociales sino solamente compuesta por
individuos. De hecho, como David (1998-1999: 201) comenta, la dominación de
clase es “no solo ejercido a través de la propiedad de los medios de producción
y la coerción política, sino también por la creación de consenso ideológico a
través de las instituciones de la sociedad civil.”
La existencia de diversas
clases y fracciones dentro de cada clase hace que la
comprensión de la sociedad capitalista es sin duda muy complicada. Sin
embargo, como en el discurso de la sociedad civil se ha erradicado la
clase, el “problema de la clase” no representa un problema
para comprender cabalmente las dinámicas de la sociedad.
Confluyendo con el discurso post-marxista, el discurso de la sociedad
civil declara que “no hay intereses objetivos de clase” que divide la
sociedad ya que “los intereses son puramente subjetivas y cada
cultura define las preferencias individuales” (Petras, 1997).1 Veltmeyer (2000) sostiene
que “la base del post-marxismo es un rechazo del concepto que
se encuentra en el centro del análisis marxista: clase, definida en
términos de la relación de los individuos con los medios de
producción en condiciones que son, como Marx ha concebido, ‘definitiva y
más allá de su voluntad’, y que corresponden a las etapas del desarrollo
de las fuerzas de producción de la sociedad.”
Según Wood (1990: 79), la
“eliminación” de la clase es más bien exactamente el problema de discurso
de la sociedad civil. Las teorías que no diferencian entre
las distintas instituciones sociales y las “identidades”, no
pueden tratar de manera crítica el capitalismo. Mediante la
“eliminación” de la clase, la relación de explotación desaparece como
una de las condiciones objetivas para el desarrollo del sistema capitalista
y se transforma en un asunto subjetivo e individual.
2. El discurso de la sociedad civil y la verdad del estado capitalista
El discurso de la
sociedad civil intenta hacernos creer que existe una brecha
entre el estado y la sociedad, incluso intereses
contradictorios.2 De hecho,
el estado está considerado como autónomo y la política y la
economía se conciben como dos esferas de acción diferentes.
Hace años, Miliband (1970; 1976)
y Poulantzas (1976a; 1976b; 1986) explicaron el papel
del estado en la sociedad capitalista, aunque con distintos
puntos de vista. Por un lado, el surgimiento del estado fue
visto como la consecuencia de las contradicciones entre las clases
y entre fracciones de clase (teoría estructuralista del
estado) y, por otro lado, el estado capitalista fue
considerado como un instrumento en las manos de la clase dominante
(la teoría instrumentalista del estado). Sin embargo, según Gold, Lo
y Wright (1977: 35-36) la perspectiva instrumentalista tiende al
voluntarismo al explicar las actividades del estado. En el
caso de los estructuralistas, estos autores consideran que su
análisis ha eliminado casi por completo la acción
consciente. Creemos la teoría estructuralista así como la teoría
instrumentalista del estado, combinada, crucial para nuestra comprensión del
funcionamiento del sistema capitalista al nivel político. Además, estamos de
acuerdo con Poulantzas (1986: 241; 1976c: 12-13) quien declara que el estado
capitalista no representa directamente los intereses económicos de las clases
dominantes sino sus intereses políticos.
Una revisión de la
discusión “antigua” con respecto a la visión estructuralista e instrumentalista
del estado es relevante para el debate que debe ser llevado a cabo dentro de la
izquierda en relación con el carácter de clase del concepto y discurso de la
sociedad civil. En nuestro punto de vista, el estado debería ser contemplado
como una relación de poder y de explotación, afectando y reproduciendo la
estructura de las relaciones de clase de la sociedad capitalista. Como Adler
(1982: 139) sostiene, aunque el estado no crea la explotación “y por lo tanto
tampoco puede ser su objetivo”, no obstante, “da a esta explotación una forma
particular, precisamente, la de la forma jurídica”.
El proceso de producción
y explotación, señala Poulantzas (1976a: 21), es “al mismo tiempo el proceso de la
reproducción de las relaciones de dominación y subordinación
política e ideológica.” Esto significa que la lucha de
clases no puede limitarse a la estructura económica y social de
la sociedad, pero debe entrar en la arena del estado, o, en términos más
generales,también tiene que “entrar” en el nivel de la
superestructura. El estado podría ser considerado como relativamente autónomo de la
estructura económica y social de la sociedad, pero esta
autonomía relativa, como Poulantzas(1986: 140-141)
explica, se debe a su relación con las estructuras sociales de la
sociedad y no es causado por un cierto poder propio.
El discurso de la
sociedad civil apunta al desarme de las clases explotadas y oprimidas.
En vez de luchar por el poder propone la creación de “subsociedades”. La
apuesta a la fundación de estas “subsociedades” confirma y profundiza la
dominación de las estructuras de la sociedad “dominante”. De esta manera,
el discurso no contribuye a la democratización de la sociedad
como sus partidarios afirman, pero ayuda a prolongar y, por lo tanto,
fortalecer el sistema. Al respecto, Petras (1997) anota que
los ataques anti-históricos y antisociales al estado solo sirven
para deasarmar la posibilidad de “forjar una alternativa eficaz y racional anclada
en las potencialidades creativas de la acción pública”.
El papel del
estado capitalista en mantener y profundizar el desarrollo capitalista
y su clara defensa del capital transnacional en los países
periféricos puede ser demostrado con el caso del Estado peruano. Es
un ejemplo perfecto y claro para mostrar cómo funciona el estado capitalista
en los países periféricos.
En las últimas dos décadas, la
burguesía peruana no sólo fue capaz de implementar un
proceso de privatización a gran escala, sino que también fue la fuerza
política detrás de los acuerdos de libre comercio que el Perú firmó
(y sigue firmando) con una variedad de países. En la actualidad, la burguesía
peruana es el principal defensor de los intereses del capital extractivo
(transnacional). Ha tenido éxito en evitar un impuesto a las súper
ganancias de las corporaciones mineras y está estimulando proyectos
de infraestructura que faciliten las actividades del
capital extractivo. Estos mismos proyectos se dan, en muchos casos, en forma de
Asociaciones Públicos Privados donde, al final, la empresa privada no tiene
nada que perder. Es una situación de “ganar o ganar”. En resumen, el
estado en los países periféricos ejecuta, principalmente, las
funciones económicas e ideológicas que son indispensables para la reproducción
ampliada del capital (transnacional).
Las consecuencias
políticas devastadoras del discurso de la sociedad civil para la lucha
hacia la transformación social parece ser más que evidente. A
medida que el discurso hace hincapié en la existencia de intereses
contradictorios entre el estado y la sociedad, crea y propaga la
idea de que una reforma del estado, es decir, el estado
como un instrumento al servicio de toda la población, es posible. Sin
embargo, como Fernández (2003: 265, 274) ─un defensor del
discurso de la sociedad civil─ afirma claramente: “Una sociedad civilizada vigorosa proporciona
a los individuos y los grupos un sentimiento de respeto por el
estado y un compromiso positivo [...] Además, la sociedad civil ofrece
nuevos miembros para la clase dominante en la formación [...] El
fortalecimiento de la sociedad civil democrática está estrechamente
relacionado con el fortalecimiento de las instituciones públicas”. En
otras palabras, según Fernández, la sociedad civiles funcional para
el desarrollo y el mantenimiento del estado capitalista.
La supuesta
separación entre el estado y la sociedad tiene que ver con
la forma en que se entiende la estructura de la sociedad. Como el
discurso de la sociedad civil contempla la sociedad como compuesta de
individuos, una pluralidad de identidades por así decirlo, en lugar
de estar estructurada, básicamente, en clases sociales, sus
defensores no son capaces de comprenderla naturaleza de clase
del estado capitalista. En el discurso de la sociedad civil, el
estado está considerado autónomo (ni relativamente autónoma como
sostiene Poulantzas) y tiene intereses particulares que se oponen a la
“sociedad”.
Los partidarios
del concepto dela sociedad civil apuntan a la función instrumental
del estado cuando critican y se movilizan en contra de ello. El “carácter estructuralista” del
estado es, por otra parte, una píldora muy difícil de tragar
para los defensores de la sociedad civil, ya que destruye el
fundamento de su intención, supuestamente, de democratizar la
sociedad. Por ejemplo, es mucho más fácil movilizarse para algún
tipo de democratización política y obtener ciertos resultados
tangibles en lugar de adoptar medidas en favor de la democratización económica ya
que esto implicaría un proceso que conlleva a la transformación social.
La democratización política
del estado no es algo que pueda ser considerada como contrario a
los intereses de la fracción de la burguesía en el poder. A
pesar de que podría, en el corto plazo, oponer a los intereses económicos
de la clase dominante, en el mediano y largo plazo la
democratización podría ser “compatible con sus intereses políticos, con su dominación
hegemónica” (Poulantzas, 1986: 242). Por esta razón,
como Poulantzas (1976c: 27) argumenta, los intereses de las
clases dominadas son, en general, solo garantizados por el
estado capitalista cuando éstos sean compatibles con los intereses
de la clase dominante. Harnecker (1970: 137) comenta que con
el fin de preservar su poder económico, en algunos casos la
burguesía tiene que “dar” algo de poder político. Estos “procesos” de
dar “espacio” a las clases dominadas en el aparato estatal son
el resultado dialéctico de la lucha de clases.
Los defensores de la sociedad civil tienen la intención de fortalecer
las fuerzas democráticas fuera del estado. Mientras que, en definitiva, esto
podría contribuir a la democratización de la sociedad, sin embargo, al
considerar el estado como un organismo autónomo los “abogados” de la sociedad
civil ayudan a mistificar la realidad política y de clase del estado
capitalista entre la clase obrera y otras capas sociales explotadas y
oprimidas. Por lo tanto, aquellos que se adhieren al discurso de la sociedad
civil podrían ser considerados como lacayos del capital ya que intentan, tal
vez sin ni siquiera ser consciente de ello, de enmascarar la dictadura de la
minoría, el régimen de los propietarios de los medios de producción. En vez de
apuntar a una verdadera democratización de la sociedad capitalista, ellos, como
argumenta Wood (1990: 79), se rinden ante el capitalismo y sus mistificaciones
ideológicas “por un concepto indeterminado de democracia”.
3. Conclusiones
El discurso de la
sociedad civil no sólo es funcional para el capital también es una expresión de
la politización de la sociedad (Tejada, 1996: 127). El concepto y el discurso
de la sociedad civil son adecuados para los procesos hacia la superación del
capitalismo como para su reproducción. La lucha por la democratización
política, por ejemplo, podría dar lugar a discusiones con respecto a la democracia
y conducir a procesos de democratización económica. Sin embargo, la
democratización política reflejada en la creciente participación de la sociedad
civil en los procesos de toma de decisiones políticas también legitima la
sociedad capitalista.
En el contexto
político mundial, el concepto de la sociedad civil es una construcción política
para enmascarar los fundamentos de la sociedad capitalista. El concepto
“elimina” la clase de la sociedad y del análisis social, y considera al estado
como neutro. De esta manera, la “lógica totalizadora del capitalismo”, como
Wood (2000: 284) escribe, está siendo reducida a “un conjunto de instituciones
y relaciones entre un montón de otros” y esta reducción es el “carácter
distintivo principal de la ‘sociedad civil’ en su nueva personificación”.
El discurso actual de la
sociedad civil tiene que ser considerado como un ataque político a los
intereses históricos de la clase obrera, definido como un proceso hacia la
creación de una sociedad basada en los principios socialistas. Es la tarea de
las fuerzas revolucionarias para mostrar la naturaleza de clase del discurso de
la sociedad civil para revelar el carácter de clase del estado y forjar la
conciencia de clase de los explotados y los oprimidos.
El concepto de la
sociedad civil es importante para la lucha contra el capital, ya que podría
ayudar a reunir una gama diversa y amplia de movimientos sociales detrás de la
bandera de la democratización de la sociedad capitalista. Para transformar esta
lucha en un combate por la transformación social parece ser muy difícil debido
a los intereses de clase contradictorios dentro y entre los movimientos
sociales. Como afirma Petras (1997), “la política de identidad en el sentido de
la conciencia de una forma particular de opresión por un grupo inmediato puede
ser un punto de partida adecuado. Este entendimiento, sin embargo, se
convertirá en una ‘prisión de identidad’ (raza o género) aislada de otros
grupos sociales explotados a menos que trasciendan los puntos inmediatos de
opresión y se enfrenta al sistema social en el que está inmersa”.
Aunque podría
parecer que el discurso de la sociedad civil apunta a la democratización
de la sociedad, mediante la introducción de conceptos relacionados a
la pluralidad de las identidades el discurso ayuda, de hecho, a
mantener la esencia de la organización no-democrática de la
sociedad, es decir, su estructura de clases. Además, el discurso “de-conceptualiza”
el capitalismo, por estar “dividiendo la sociedad en fragmentos, sin
una estructura de poder que abarca todo”(Wood,2000: 285).
Una verdadera democratización
de la sociedad debería significar su democratización económica. En
el contexto de los debates continuos sobre las cuestiones de
desarrollo, consideramos que el desarrollo “genuino” sólo puede tener
lugar si esto implicaría una transformación social de la
sociedad. De hecho, si el desarrollo se entiende como una
mejora constante y estructural de las condiciones sociales de una
parte cada vez mayor de la población mundial debería implicar una
ruptura con la mercantilización de las necesidades sociales básicas
de la población, como el agua, la salud y la educación. Si también
apunta a un aumento cualitativo de la participación de la
población en la toma de decisiones políticas y económicas, debe significar
dar a las masas explotadas y oprimidas la propiedad, el
control y la gestión de los medios de producción.
El estado en
la sociedad capitalista no puede ser reformado para “trabajar” en favor
de las clases explotadas y oprimidas ya que es, en esencia, una
agencia para promover el desarrollo de la sociedad capitalista, es
decir, para mantener, profundizar y ampliar las relaciones de explotación y
opresión. El concepto y el discurso de la sociedad civil podrían ser
considerados como instrumentos en las manos de la burguesía porque enmascaran
la función del estado en la sociedad capitalista.
Aunque no
consideramos que sea imposible para el estado a contribuir al
cambio social, por un período de tiempo determinado y
dependiendo de la correlación de fuerzas de clase dentro y fuera
del estado, sin embargo, el proyecto revolucionario de
transformación social no puede depender de ello, sino más bien que
tenga que destruir el estado. Como comenta Lenin (1960: 299), “si el estado es un producto
del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, si es una fuerza
que está por encima de la sociedad y que ‘se divorcia más y
más de la sociedad’, resulta claro que la liberación de la clase oprimida
es imposible, no solo sin una revolución violenta, sino también sin la
destrucción del aparato del poder estatal que ha sido creado por la
clase dominante y en el que toma cuerpo aquel ‘divorcio’.”
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Winthrop Publishers, Inc., pp. 1-37.
Notas
1 Es
interesante observarla relación entrela sociedad civily el
discursopost-marxista. SegúnPetras(1997), uno delos argumentos
delpost-marxismo contra el marxismoes la siguiente:“El énfasismarxistaen
la clase sociales ‘reduccionista’ porque las clases se están
disolviendo; lospuntos políticosprincipales departidoson culturalesy
arraigado enlas diversas identidades(raza,género, étnicidad, preferencia sexual).”
2 Según Fernández (2003: 240), la sociedad civil no está
“sistematicamente opuesta” al estado.