- Este artículo fue escrito en 1987, como aportación al
debate en Gran Bretaña. Es una síntesis de la introducción de Alex Callinicos a
la obra ‘The Changing Working Class’, 1987. Apareció en castellano en la revista
Socialismo Internacional, No 3 (enero/febrero 1995). Aún y el tiempo
transcurrido, este trabajo puede representar una contribución relevante a los
debates sobre el carácter de la clase trabajadora hoy, cuando la crisis
económica vuelve a poner en el centro la cuestión de quién tiene la fuerza para
hacer frente a la oleada de ataques sociales. Parte de la izquierda argumenta
que la tradición revolucionaria y el marxismo quedaron superados porque
respondían a condiciones y a realidades ya caducas. Se postula que la clase
trabajadora se ha aburguesado, ha perdido su consciencia o, directamente, que
ha desaparecido.
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Alex Callinicos | Director del Centro de Estudios Europeos en el King’s College de Londres |
Alex Callinicos | La
cuestión de las clases sociales ha sido uno de los principales temas de debate
político de la última década. Se ha planteado, sin embargo, de una forma
paradójica: gran parte de la izquierda sostiene que, en general, los
antagonismos de clase ya no constituyen la división fundamental de la sociedad
y, en particular, que la clase trabajadora está en declive y no se puede
esperar que juegue el papel de agente de la revolución socialista que Marx le
asignó.
El telón de fondo de estos debates son las derrotas sufridas
por el movimiento obrero desde finales de los años 70, sobre todo en Gran
Bretaña y en Estados Unidos, pero también en el resto del mundo capitalista
avanzado. La cuestión se planteó por primera vez durante el primer gobierno de
Margaret Thatcher, con la publicación, en inglés, de un libro del escritor
francés André Gorz. El menor número de huelgas, el aumento del paro y de los
cierres de fábricas, junto con los avances electorales de los partidos
conservadores, otorgaban credibilidad a la idea de que la clase trabajadora ya
no representa una fuerza social y política.
Creo que es esencial cuestionar la idea de que los cambios
ocurridos en la estructura social del capitalismo contemporáneo hagan necesario
que las y los socialistas dejen de considerar la lucha de clases como el
elemento indispensable para entender el capitalismo, y como el medio
fundamental para remplazarlo por una sociedad sin clases.
Esta idea se ha propagado con relativa facilidad entre la
izquierda, debido, entre otras razones, a la confusión reinante, incluso entre
mucha gente de izquierdas, acerca del concepto de clase. Los conceptos de clase
fundamentados en el sentido común que a menudo sirven para sustentar teorías
sociológicas aparentemente sofisticadas, son un obstáculo para entender cuales
son las divisiones reales en la sociedad. Que sean éstos los conceptos que
prevalecen es reflejo de la influencia ideológica que ejerce la clase dominante
sobre mucha de la izquierda.
Entre apariencia y
realidad
Estos conceptos de sentido común se asemejan entre sí porque
identifican las apariencias superficiales existentes en la sociedad con la
clase social. Las apariencias más importantes son, probablemente, el estatus,
la ocupación y los ingresos.
El estatus refleja, sobre todo, de qué manera las personas
perciben su propia posición social y como la perciben los demás. Estudiar el
estatus requiere dilucidar las sutiles diferencias en los niveles del prestigio
social (entender su jerarquía y el esnobismo que éste conlleva).
Cuando se dice que Gran Bretaña es una sociedad “de clases”,
en general, se piensa en el estatus (en la monarquía, en la aristocracia, en
las relaciones forjadas en los colegios exclusivos, etcétera).
Hacer hincapié en el estatus significa centrarse en los
estilos de vida de las personas y en sus pautas de consumo. En términos
generales, desde 1945, los ingresos reales de los obreros manuales han
aumentado significativamente. En ciertas cosas, las pautas de consumo de muchos
obreros manuales y las de aquellos que tradicionalmente han sido considerados
profesionales de clase media, han llegado a parecerse: miembros de ambos grupos
tienen coche, compran en los mismos supermercados, viajan más, tienen
hipotecas.
Pero las semejanzas han sido, a menudo, exageradas. Una
definición de clase que exagere la importancia de las pautas de consumo
probablemente conduzca a creer que los antagonismos de clase han desaparecido y
que ha habido una fusión entre la clase trabajadora y la clase media. Después
de la tercera derrota electoral consecutiva sufrida por el Partido Laborista
británico en los años 50, quienes sostenían que la clase trabajadora estaba
“aburguesándose” (tornándose clase media) se basaban en la mayor opulencia y en
los cambios en el estilo de vida de los obreros manuales.
Las similitudes en las pautas de consumo, sin embargo,
pueden esconder posiciones muy diferentes en la estructura general de las
relaciones de poder y privilegio en la sociedad. En general, el estatus es, por
definición, subjetivo y refleja las actitudes de los individuos hacía la
sociedad y hacia los otros individuos. Por consiguiente, es poco útil para
explicar los cambios sociales, sobre todo cuando éstos afectan a diversos
grupos de personas que adoptan actitudes diferentes. ¿Cómo puede el concepto de
estatus ayudar a comprender las razones que llevaron a los maestros y a las
enfermeras (que se consideraban a sí mismos como “profesionales humanitarios”),
a fines de los años 60 y en los 70, a aceptar una cada vez mayor participación
en las organizaciones sindicales colectivas, en movilizaciones sindicales y
hasta en huelgas? Se mire como se mire, no puede darse mucha credibilidad a un
concepto de clase según el cual los Estados Unidos son una sociedad menos
clasista que la de Gran Bretaña, debido a que en ese país los rituales de
privilegio de los ricos y poderosos no son tan visibles, ni están tan
desarrollados. El estatus es un concepto totalmente idealista que no sirve para
analizar la sociedad.
La ocupación es otro factor que el sentido común identifica
como útil para la definición de clase. En este caso, la clave para determinar
la posición de clase del individuo es el tipo específico de trabajo que
realiza. El mejor ejemplo de este enfoque son las investigaciones oficiales
sobre la estructura social. En Gran Bretaña estas investigaciones utilizan la
clasificación de las ocupaciones establecida por el Registro General, según la
que se identifican amplias categorías ocupacionales tales como ocupaciones
manuales y de “cuello blanco”. Gran parte de los datos empíricos sobre la clase
social identifica a ésta con la ocupación. Este enfoque merece nuestra
atención, entre otras razones, porque los estudios que lo adoptan tienden a
identificar a la clase trabajadora con quienes realizan ocupaciones manuales. Debido
a que, en las sociedades capitalistas avanzadas, el número de personas en
ocupaciones manuales constituye una proporción cada vez menor de la mano de
obra, puede fácilmente pensarse que la clase trabajadora está desapareciendo.
El definir la clase social según la ocupación tiene, por lo
menos, el mérito de contemplar las realidades materiales del mundo laboral. No
obstante, este enfoque obvia los antagonismos intrínsecos que enfrentan a los
diferentes grupos sociales dentro del sector productivo. Es así que algunos
expertos en Ciencias Políticas consideran que uno de los mayores éxitos de los
Tories ha sido recabar el apoyo de los trabajadores manuales cualificados.
Después de las elecciones de 1987, Ivor Crewe compiló las estadísticas acerca
del creciente número de votantes del Partido Conservador entre este grupo de
trabajadores: en 1974, 31%, en 1979, 45% y en 1987, 43%, lo cual daba al
Partido Conservador una ventaja de 9 puntos sobre el Partido Laborista. La
conclusión a la que llegó Ivor Crewe fue que: “Éste es el testamento más
apabullante del Thatcherismo que pueda haber”. Pero la categoría de
“trabajadores manuales cualificados” abarca a los capataces, a los trabajadores
manuales autónomos y a los pequeños empresarios. Es decir que se sitúan en una
única categoría a grupos de personas cuyos intereses son diferentes, e incluso
antagónicos, a los intereses de aquellos trabajadores manuales quienes,
independientemente de su nivel de cualificación, dependen de la venta de su
fuerza de trabajo para su supervivencia.
Para que esta amplia categoría sea útil es necesario
establecer cuales son los diversos grupos que la constituyen, ya que es
probable que éstos difieran mucho en su conducta social y política.
Algo similar ocurre con la categoría “trabajadores de cuello
blanco”. ¿Qué tienen en común el consejero delegado y el personal auxiliar
administrativo de una gran empresa?
Este es un tema importante debido a que el incremento de la
proporción de trabajadores de “cuello blanco” en la población activa se ha
visto acompañado por un aumento de la actividad sindical de estos sectores. En
el período posterior a la derrota de la gran huelga de los mineros en 1985, los
maestros y los funcionarios se opusieron más activamente a las políticas del
gobierno, encabezado por Margaret Thatcher, que grupos de trabajadores manuales
con una tradición de mayor militancia, tales como los trabajadores de la
industria mecánica o de la automovilística. En palabras del marxista
estadounidense Stanley Aronowitz, “la etiqueta ‘cuello blanco’ presupone que
existe una diferencia esencial entre la estructura laboral de la fábrica y la
de la oficina. Se trata de una categoría derivada de la ideología social y no
de las ciencias sociales”. Toda clasificación de la mano de obra por tipos de
ocupación esconde los conflictos fundamentales que existen en la sociedad
capitalista.
El tercer concepto de sentido común identifica la clase por
los niveles de ingresos. A menudo, esto conduce a esgrimir argumentos
sorprendentemente ingenuos y torpes, tales como que el aumento del nivel de
vida socava la militancia de clase. Es así que Gavin Kitching declaró hace poco
tiempo que salarios brutos de sólo 30.000 pesetas por semana para un trabajador
manual, y de 24.000 pesetas para un trabajador no manual representan “una
significativa participación material en el sistema” (!). En Trabajo asalariado
y capital, Marx argumenta que el análisis de clase no contempla los niveles
absolutos de ingresos sino los ingresos relativos que son los que reflejan cual
es la distribución de la riqueza en la sociedad. En 1985, por ejemplo, los
ingresos semanales de una familia perteneciente al 10% de las más pobres en
Gran Bretaña eran de 10.000 pesetas, mientras que los de una familia
perteneciente al 10% de las más ricas eran de 84.000. La “participación
material en el sistema” de estos dos grupos es, claramente, muy diferente. Los
conflictos de intereses, que se derivan de esta situación, quedaron reflejados
en el período de 1979-1985. En esos años, los ingresos netos de un quinto de
los asalariados mejor pagados aumentaron 11,6%, en tanto que un quinto de los
asalariados peor pagados sufrieron un recorte de 2,9% en sus ingresos netos.
Sin embargo, incluso la distribución de los ingresos no es
una guía perfecta para entender las razones del conflicto de clases. Los
ingresos relativos de un individuo no explican de qué manera accede a su
proporción del producto social. Hay, en primer lugar, una diferencia
fundamental entre diferentes tipos de ingresos, y sobre todo, entre los
salarios y los beneficios. Un gran accionista de una empresa cuyo salario son
los dividendos que recibe de los beneficios obtenidos por la empresa, y un
trabajador manual semicualificado, viven en mundos diferentes. Incluso entre
los asalariados hay diferentes posiciones de clase. El trabajador manual, cuyo
salario es alto gracias a la organización sindical en la fábrica, es un
empleado; también lo es el licenciado universitario que ocupa un puesto
directivo, y cuyos altos ingresos reflejan su posición en la jerarquía por
encima de los trabajadores manuales y del personal auxiliar administrativo.
Pero, ¿pertenecen a la misma clase?
Marxismo y lucha de
clases
Para responder a esta pregunta hay que abandonar los tres
enfoques de sentido común que hemos señalado. En los tres casos se considera la
estructura social como una escalera en la que los diferentes grupos sociales
tienen una posición social, por encima o por debajo de los otros grupos, según
su estatus, ocupación o ingresos (algunas ambiciosas teorías sociológicas
consideran que los tres factores juntos son determinantes). El marxista
estadounidense Erik Olin Wright sostiene que los conceptos de clase que se
basan en estas “detalladas diferenciaciones son ‘estáticos’”. Wright agrega
que: “tales conceptos pueden servir para clasificar a las personas en términos
de la distribución de las recompensas materiales que reciben, pero no son
válidos para identificar a las fuerzas sociales dinámicas que determinan y
transforman esa distribución”.a1
La teoría marxista de las clases sociales, por el contrario,
es parte de un intento más amplio dirigido a entender los procesos a través de
los cuales los seres humanos construyen y transforman las sociedades en las que
viven. Los cambios históricos dependen del desarrollo de las fuerzas
productivas, de los medios materiales de producción y del elemento humano que
las pone en marcha para satisfacer las necesidades sociales. Las relaciones de
producción y las relaciones sociales que los seres humanos establecen a partir de
ellas estimulan o restringen el crecimiento del poder productivo de las
personas.
La sociedad de clases surge cuando una minoría adquiere un
control suficiente sobre los medios de producción como para obligar a los
productores directos (esclavos, campesinos o trabajadores) a trabajar no sólo
para si mismos, sino también para la minoría explotadora.
De esta concepción de la historia se desprende que la
posición de clase de las personas está determinada por el lugar que ocupan en
las relaciones de producción. La mejor definición de clase que adopta este
enfoque es la del historiador marxista Geoffrey de Ste Croix:
La clase (que es
esencialmente una relación), es la expresión colectiva de la explotación, de la
manera en que la explotación está enraizada en una estructura social. La
explotación es la apropiación por parte de unos de una porción del producto del
trabajo de otros…
Una clase (una clase específica) es un grupo humano que
dentro de una comunidad se identifica por la posición que ocupa en el sistema general
de producción social. Este grupo se define, sobre todo, por su relación con las
condiciones de producción (fundamentalmente por su grado de propiedad o de
control de los medios de producción y del trabajo productivo) y por su relación
con las otras clases.2
La definición marxista de la clase social tiene una serie de
características que la diferencian de otras definiciones.
En primer lugar, se define a la clase social como una
relación. La posición de clase del individuo depende de su relación, como
miembro de un grupo social, con los otros grupos sociales y no, como sugieren
los conceptos de sentido común mencionados anteriormente que se basan en otros
factores (en el estatus, la ocupación, etc.), de la posición que ocupe el
individuo en la jerarquía social.
En segundo lugar, esta relación es antagónica: la clase
dominante minoritaria que controla los medios de producción se beneficia de la
plusvalía del trabajo los productores directos. Por consiguiente, el concepto
de clase es inseparable del de lucha de clases, una lucha que enfrenta a
explotadores y explotados. En tercer lugar, la relación antagónica se
desarrolla en el proceso de producción: la explotación y la lucha de clases son
el resultado de los intentos realizados por la clase dominante para controlar
los medios de producción y el trabajo mismo de los productores directos.
Por último, la clase es una relación objetiva. Al contrario
de lo que sostienen quienes se valen del estatus para definir la clase social,
ésta no depende de actitudes subjetivas por parte del individuo. La clase
depende de la posición que ocupe el individuo en las relaciones de producción,
independientemente de sus opiniones al respecto. Aunque un obrero de la
industria automovilística considere que pertenece a la clase media, no deja de
ser un asalariado explotado por el capital.
Wright lo resume así: “las clases en la teoría marxista
(...) se definen por la posición que ocupan en las relaciones sociales de
producción, la producción se considera, sobre todo, un sistema de explotación”.3 Con
esta definición de clase social se puede analizar mejor los procesos mediante
los cuales los seres humanos transforman la sociedad. En otras palabras, la
concepción marxista de las clases forma parte de una teoría dinámica. Su
objetivo no es etiquetar las posiciones existentes en unas jerarquías sociales
inmutables, sino comprender como las relaciones que mantienen grupos humanos
con las fuerzas productivas y con otros grupos, les otorgan el poder para,
colectivamente, escribir la historia.
El antagonismo fundamental que rige las relaciones entre las
clases en la sociedad capitalista es el que existe entre el capital y el
trabajo asalariado. Este antagonismo se deriva de la extracción de la plusvalía
del trabajador en el proceso de producción. En El Capital Marx explica que la
clase trabajadora está compuesta por aquellos que, al carecer del control de
los medios de producción, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo a la
clase capitalista que es la que posee los medios de producción. La cuestión
ahora es saber si las transformaciones del capitalismo, en el siglo que ha
transcurrido desde la muerte de Marx, hacen que el antagonismo de clase en la
estructura social del mundo moderno, entre el capital y el trabajo asalariado,
sea cada vez menos relevante.
Hay dos temas de suma importancia para tratar esta cuestión.
Primero, desde el comienzo del siglo XX, se advierte una tendencia a largo
plazo al incremento del número de trabajadores de “cuello blanco”, y a la
disminución del de trabajadores manuales en la composición de la mano de obra.
¿Significa esto que se hay producido un aburguesamiento (es decir, un aumento
de la clase media)?
Nosotros sostenemos que, una vez establecido que el lugar
que el individuo ocupa para definir cuál es su posición de clase, es necesario
distinguir entre tres grupos de trabajadores de “cuello blanco”: 1º, un grupo
minoritario de estos trabajadores que son miembros asalariados de la clase
capitalista y que participan en la toma de decisiones de la que depende el
proceso de acumulación de capital; 2º, un grupo mucho más amplio de
trabajadores con altos ingresos, la llamada “nueva clase media”. La mayoría de
estos trabajadores desempeñan cargos directivos o de supervisión, y ocupan una
posición intermedia entre la clase capitalista y la clase trabajadora. 3º, el
resto de los trabajadores de “cuello blanco”, la mayoría, que desempeñan cargos
administrativos auxiliares, y cuyo control sobre su propio trabajo es tan
limitado como el de los trabajadores manuales y sus ingresos, a menudo, más
reducidos. La conclusión fundamental a la que llegamos mediante este análisis
es que el aumento de este tercer grupo representa una expansión, y no una
disminución, de la clase trabajadora.
Otro tema que ha incidido en la discusión acerca de la
naturaleza del trabajo de “cuello blanco” es el de la “desindustrialización”.
¿Han desatado las continuas recesiones económicas que se han producido a nivel
mundial, desde principios de los años 70, un proceso de “desindustralización”
que esté eliminando a la clase trabajadora de Occidente?
La clase trabajadora
vive y lucha
La distribución ocupacional específica de la clase obrera
siempre ha reflejado la estructura de acumulación de capital. En los tiempos de
Marx, el grupo mayoritario de trabajadores asalariados lo constituían los
sirvientes domésticos. Incluso en el sector industrial, la manufactura
mecanizada, método capitalista por excelencia de producción a gran escala
mediante la utilización generalizada de maquinaria, que Marx analizó a fondo en
el primer volumen de El Capital, estuvo poco extendida durante gran parte del
siglo XIX. Este método lo utilizaban, sobre todo, las industrias más avanzadas
de la época, en particular la industria algodonera de Lancashire. Raphael
Samuels observa que: “gran parte de las empresas capitalistas en el sector manufacturero,
así como en la agricultura o en la minería, se organizaban con tecnologías
manuales más que con las de energía a vapor”. La producción mecanizada no se
generalizó durante el período de la Revolución Industrial, sino después, a
finales del siglo XIX y a comienzos del siglo XX, con el desarrollo,
especialmente en los Estados Unidos, de la producción en cadena.
La clase trabajadora nunca ha tenido una estructura
ocupacional fija, sino que ésta ha cambiado conforme han cambiado las
necesidades de la acumulación de capital. Las crisis pueden considerarse
períodos de reorganización y de reestructuración durante los que se abandonan
los sectores ineficientes, se absorben y los capitales más eficientes ocupan su
lugar. La clase trabajadora misma participa en este proceso en el que
desaparecen ciertos trabajos y se crean otros. Con frecuencia, se deduce que
estos cambios significan la destrucción de la clase obrera, en lugar de
interpretarlos como una reorganización que responde a los cambios producidos en
el sistema capitalista. En la crisis actual únicamente se ha producido una
nueva reorganización de la clase trabajadora. Es particularmente importante
acabar con el mito, ampliamente propagado por comentaristas burgueses de los
que se hacen eco sectores de la izquierda, de que una brecha profunda e
irreversible está abriéndose entre un “núcleo” de trabajadores permanentes y
privilegiados y una “periferia” de trabajadores eventuales y a tiempo parcial,
identificados como la nueva “clase de servidores”.
Siempre habrá quien lo proclamará, en periodos en que la
clase trabajadora misma está a la defensiva, que se está produciendo la
desaparición de esta. Tales argumentos los esgrimen quienes pretenden
justificar su propia capitulación política ante el orden existente. Thomas
Cooper, uno de los líderes de los Cartistas, el primer gran movimiento
trabajador que se produjo entre los años 1830 y 1840, dijo en 1872 que el gran
boom económico de mediados del siglo XIX había transformado completamente a la
clase trabajadora:
Cierto es que antaño, en la época de los Cartistas, miles de
trabajadores de Lancashire iban cubiertos de harapos y que, a menudo, muchos no
tenían que comer. Pero su inteligencia se demostraba por doquier. Se veían
grupos de trabajadores debatiendo la importante doctrina de la justicia
política según la cual todo adulto, en su sano juicio, debería tener, derecho
al sufragio en la elección de los hombres que debían establecer las leyes que
los gobernarían; o se debatía con suma seriedad acerca de las enseñanzas del
socialismo. Grupos así ya no se ven en Lancashire. Pero si se ven trabajadores
bien vestidos, con las manos en los bolsillos, que hablan de las cooperativas y
las acciones que en ellas poseen, o de las cajas de ahorro para la construcción
de viviendas.4
Para entonces, Thomas Cooper había dejado de ser parte del
movimiento obrero revolucionario y había abrazado el liberalismo gladstoniano5.
La mezcla de nostalgia y auto complacencia con la que Cooper describe la muerte
de la clase trabajadora es idéntica a la que utilizan publicaciones de la
izquierda actualmente. Ahora se dice que los temas de conversación son las
acciones en la compañía de telecomunicaciones de Gran Bretaña, o los videos,
mientras en los años 50, los sociólogos y el ala derechista del partido
laborista dieron gran importancia a la compras a plazos y al incremento en el
número de coches en propiedad. A menudo han sido los mismos trabajadores
supuestamente “opulentos”, producto de un periodo de restauración, los que se
han convertido en líderes de un nuevo resurgimiento de la lucha de clases. La
“aristocracia obrera” de Cooper (los mecánicos cualificados de la era
victoriana en Inglaterra), se transformó a principios del siglo XX en la
vanguardia del movimiento obrero organizado y militante. Otros movimientos
obreros más avanzados existían entre los obreros de la industria del metal en
Petrogado, Berlín y Turín. En los años 30 y 40, los mecánicos semicualificados
de las nuevas fábricas de automóviles y de aviones estructuraron la poderosa
organización de representantes sindicales que entre 1970 y 1974 derrotó al
gobierno conservador de Edward Heath.
Es imposible pronosticar qué formas adoptará el nuevo
resurgimiento de las organizaciones, de las luchas de la clase trabajadora. No
obstante, es indudable de que la lucha de clases se acentuará. Las profundas
contradicciones en las que se debate el capitalismo mundial desembocarán,
inexorablemente, en convulsiones sociales. Sin embargo, no es seguro que el
resultado de las luchas sea la derrota del capitalismo. Eso dependerá de cuales
sean las políticas que tengan influencia en el movimiento obrero cuando se de
el enfrentamiento. Es también indudable que la socialdemocracia derechista,
para la que la lucha de clases no es ni posible ni deseable, conducirá al
movimiento obrero a nuevas derrotas, si mantiene su predominio entre los
trabajadores.
Por consiguiente, a través de nuestro análisis llegamos a
una simple conclusión práctica: es esencial que exista una organización
socialista revolucionaria, que considere las luchas colectivas del movimiento
obrero como la base para la derrota del capitalismo y para la construcción del
socialismo, a fin de salir de la crisis actual.
Notas
1. E. O.
Wright, Class structure and income determination, Nueva York, 1979, pp. 7-8.
Ver también G. E. M. de Ste Croix, The Class Struggle in the Ancient Greek
World, Londres, 1981, pp. 90-91.
2. Ste
Croix, pág. 43.
3. Wright,
pág. 17.
4. Citado
en T. Rothstein, From Chartism to Labourism, Londres, 1983, pp. 183-184.
5. Doctrina política que propugna el libre mercado y la
mínima intervención del gobierno. El nombre proviene de Gladstone, líder del
Partido Liberal en la segunda mitad del siglo XIX. [N.E.]
Alex Callinicos es miembro del SWP y escribe habitualmente en su periódico, Socialist Worker. Es Director del Centro de Estudios Europeos en King’s College London. Sus publicaciones en castellano incluyen Racismo y Clase y Estados Unidos: Imperialismo y guerra (disponibles en www.enlucha.org), además de Un manifiesto anticapitalista, Contra el postmodernismo y Los nuevos mandarines del poder americano.