◆ “El gobierno del
Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de
toda la clase burguesa.” — Karl Marx y
Friedrich Engels, Manifiesto Comunista (1848)
◆ “El instrumento
político de su sumisión no puede servir de instrumento político de su
emancipación [de la clase obrera] — Karl
Marx, Borrador II de La guerra civil
en Francia (1871)
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Karl Marx ✆ René Le Honzec
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Ariel Mayo / Es casi un lugar común identificar al
pensamiento de Karl Marx con el estatismo. Así, se afirma una y otra vez
que Marx consideraba al Estado como el remedio para los males sociales. Por lo
general, los defensores de la tesis del supuesto estatismo de Marx se basan en
las experiencias del denominado “socialismo real”, desde la difunta Unión
Soviética en adelante. Al hacerlo, pasan por alto un detalle: la Revolución
Rusa se produjo en 1917, mientras que Marx falleció en 1883. Independientemente
de la valoración que se haga de los “socialismos reales”, resulta poco serio
achacarle a Marx la responsabilidad por el devenir de la Revolución Rusa. Este
tipo de argumento recuerda al idealismo de los Jóvenes Hegelianos, contra
quienes polemizaron Marx y Engels en su juventud. Para aquéllos eran las ideas
las que determinaban el curso de la historia; de este modo, el desarrollo de un
proceso histórico no era más que el desenvolvimiento de las ideas expresadas
por un pensador o un grupo de intelectuales. Desde esta perspectiva, es
razonable plantear que el curso de la Revolución Rusa ya estaba implícito en el
pensamiento de Marx. Lo curioso del caso es que se olvida que Marx fue un
crítico feroz de este modo de concebir la historia.
En otras palabras, se
pretende vapulear a Marx utilizando una forma de pensar los procesos históricos
que fue expresamente rechazada por el autor de El Capital. Si fuera una
discusión exclusivamente científica, cabría decir que los críticos que recurren
a estos procedimientos son deshonestos en el pleno sentido del término; sin
embargo, el debate trasciende lo científico y forma parte de la lucha de
clases, en la que, guste o no, todos los recursos son válidos.
En este ensayo (1) discutiré un caso particular de la
posición de Marx frente al estatismo, pues es preferible exponer las
concepciones de éste que perder el poco tiempo discutiendo las tesis de quienes
tergiversan adrede al marxismo. Hacer lo primero conlleva lo segundo, y ahorra
el tedio y el fastidio.
El conjunto de escritos de Marx y Engels conocido
genéricamente como Crítica del Programa de
Gotha (2) es una buena puerta de entrada a su concepción sobre el
Estado y la política. Aquí tomaré la cuestión de la educación pública,
como muestra de la concepción de Marx sobre el Estado.
Ante todo, es preciso tomar como punto de partida la
caracterización del Estado como instrumento de dominación, como aparato
destinado al sojuzgamiento de las clases explotadas (3). Lejos de ser un
apologista del Estado, Marx remarcó en todo momento la necesidad de la
organización autónoma de los trabajadores, partiendo de la certeza de que “la
“emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos” (4).
Además, la experiencia de la Comuna de París (1871) lo convenció de que la
clase obrera no podía servirse del Estado burgués para lograr su liberación.
(5) En 1871, cuando redactó el manifiesto de la 1º Internacional sobre la
Comuna, (conocido como La guerra
civil en Francia), Marx había llegado a la conclusión de que el Estado
moderno no sólo era un órgano de opresión de clase, sino que también oprimía al
conjunto de la sociedad. La centralización del capital en manos de un número
cada vez más reducido de capitalistas iba de la mano con la centralización
política a cargo de un Estado capaz de ejercer un control cada vez más profundo
sobre el conjunto de la sociedad.
Llegados a este punto, corresponde introducir el problema de
la educación estatal. El sentido común, tanto el académico como el político,
considera que Marx era un partidario acérrimo de la educación a cargo del
Estado. Sin embargo, en la Crítica
del Programa de Gotha sostiene una opinión diferente de lo esperado.
El proyecto de los socialistas alemanes decía lo siguiente
respecto a la educación:
“1. Educación popular
general e igual a cargo del Estado. Asistencia obligatoria para todos.
Instrucción gratuita.” (p. 343).
Las medidas exigidas parecen irreprochables desde el punto
de vista adoptado por el progresismo y/o el reformismo. Pero Marx no era
progresista en este sentido. Su punto de vista era del de la lucha de clases,
no el de la evolución gradual. Por eso interpretó las consignas de los
socialistas alemanes a partir de la lente del reconocimiento del doble papel
del Estado como órgano de dominación de clase y como parásito del conjunto de
la sociedad. Veamos cuál es su respuesta.
En el principio, la lucha de clases:
“¿Educación popular
igual? ¿Qué se entiende por esto? ¿Se cree que en la sociedad actual (que es la
de que se trata), la educación puede ser igual para todas las clases? ¿O lo que
se exige es que también las clases altas sean obligadas por la fuerza a
conformarse con la modesta educación que da la escuela pública, la única
incompatible con la situación económica, no sólo del obrero asalariado, sino
también del campesino?”
Con su realismo implacable Marx fustiga la idea de que la
educación puede aportar igualdad a una sociedad basada en la desigualdad. Y no
se trata por cierto de una desigualdad abstracta. El niño que nace en alguna de
las innumerables barriadas populares de la Argentina es completamente desigual
al niño que ve la luz en alguno de los numerosos barrios cerrados que
florecieron en las últimas décadas, tanto con el neoliberalismo como con el
modelo “nacional y popular”. Sus oportunidades son radicalmente distintas
porque pertenecen a clases sociales distintas. Decir que la educación puede
zanjar este abismo de desigualdad equivale a hacer lo que Thomas More
(1478-1535) criticaba a la clase dominante de su época:
“Permiten que estas
gentes crezcan de la peor manera posible y sistemáticamente corrompidos desde
su más tempranos años. Al final, cuando crecen y cometen los delitos que
estaban obviamente destinados a cometer desde que eran niños, los castigan. En
otras palabras, ¡crean ladrones y después les imponen una pena por
robar! (p. 73; el resaltado es mío – AM -) (6).
Por el contrario, la educación en una sociedad capitalista
es desigual. El empresario recibe una educación diferente a la del obrero.
¿Puede ser de otro modo? Es claro que no, pues la distribución desigual de los
medios de producción exige una distribución desigual de los saberes. En estas
condiciones, abogar por la igualdad en la educación sin cuestionar las bases
del orden capitalista es, en el mejor de los casos, una ingenuidad casi pueril.
Guste o no, la realidad de las clases sociales se impone tanto a los educadores
como a los políticos progresistas.
En las condiciones del capitalismo, la defensa de la
igualdad por el Estado da origen a hechos curiosos. Marx indica uno de ellos:
“El que en algunos
Estados de este último país [Estados Unidos] sean «gratuitos» también los
centros de instrucción media, sólo significa, en realidad, que allí a las
clases altas se les pagan sus gastos de educación a costa del fondo de los
impuestos generales.” (p. 344).
De modo que la educación gratuita, esa panacea del
progresismo de todos los tiempos y lugares, se convierte en las condiciones del
capitalismo en algo bien diferente a las intenciones de sus defensores. Marx
apunta aquí a la educación secundaria, reservada en su época a las capas medias
y a la clase dominante. Lo mismo podría decirse, en las condiciones de la
Argentina actual, respecto de la educación universitaria. Mientras que sólo
algunos individuos de la clase trabajadora pueden acceder a ese nivel
educativo, las clases medias y los sectores dominantes se ven favorecidos por
la gratuidad de la educación.
Pero Marx va más allá de señalar el carácter de clase de la
educación bajo el capitalismo.
“Eso de «educación
popular a cargo del Estado» es absolutamente inadmisible. ¡Una cosa es
determinar, por medio de una ley general, los recursos de las escuelas
públicas, las condiciones de capacidad del personal docente, las materias de
enseñanza, etc., y velar por el cumplimiento de estas prescripciones legales
mediante inspectores del Estado, como se hace en los Estados Unidos, y otra
cosa completamente distinta, es nombrar al Estado educador del pueblo! Lejos de
esto, lo que hay que hacer es sustraer la escuela a toda influencia por
parte del Gobierno y de la Iglesia.” (p. 344; el resaltado es mío).
Marx dice todo lo contrario de lo políticamente correcto.
Para él, poner la educación en manos del Estado implica, en las condiciones del
capitalismo, fortalecer la dominación de la burguesía y el control del Estado
sobre el conjunto de la sociedad. Apostar por el Estado como herramienta de
liberación significa, en los hechos, reforzar la dominación del capital, con el
plus de que a esa dominación se le agrega la dominación de los burócratas.
Muchas veces se pierde de vista que el proyecto político de Marx, anudado en
torno a la organización política autónoma de la clase obrera, va dirigido a la
emancipación del conjunto de la sociedad y no sólo de los trabajadores. En ese
proyecto, la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y la
transformación radical del Estado son los pilares fundamentales. Esta última
transformación es concebida como el empoderamiento de la sociedad, como la
asunción por parte de la misma de las funciones administrativas que en la
actualidad se encuentran a cargo del Estado. A diferencia de los liberales,
Marx sostiene que esto solamente es posible eliminando la propiedad privada en
beneficio de un régimen de propiedad comunitaria (¡no estatal!). A diferencia
de los progresistas, Marx afirma que esto solamente es posible transformando radicalmente
al Estado burgués (eliminando en una primera etapa el aparato represivo), hasta
lograr su extinción.
Lejos de ser un defensor del fortalecimiento del Estado,
Marx comprendió, como ningún otro pensador del siglo XIX, la naturaleza de
clase del Estado y su creciente poder sobre la sociedad.
Notas
(1) ¿?
(2) Para las citas de la Crítica del Programa de Gotha utilicé la siguiente
traducción española: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1981). Obras
escogidas. Moscú: Progreso. (pp. 325-353). No indica el nombre del traductor.
La obra está constituida por una serie de manuscritos y cartas en los que Marx
y Engels discuten con la dirección del Partido Socialdemócrata Alemán. Los
socialistas alemanes estaban divididos en dos corrientes principales: una de
ellas, liderada por August Bebel (1840-1913) y Wilhelm Liebknecht (1826-1900),
se encontraba cercana a los planteos de Marx; la otra reunía a los seguidores
de Ferdinand Lassalle (1825-1864). Lassalle abogaba por la colaboración entre
el movimiento obrero y el Estado prusiano para obtener mejoras en la condición
de los trabajadores. Lassalle y sus seguidores (Lassalle murió muy joven en un
duelo) preferían negociar con el Estado y conseguir concesiones antes que
desarrollar un movimiento obrero políticamente autónomo. Hay que decir, para
complicar un poco las cosas, que Lassalle cumplió un papel significativo
en el desarrollo del movimiento obrero alemán luego de la derrota de las
Revoluciones 1848-1849. En 1875 ambos grupos del socialismo alemán, marxistas y
lassalleanos, emprendieron negociaciones tendientes a la unificación. En este
marco, los marxistas elaboraron un proyecto de programa para el partido
unificado; en el documento estaban contempladas muchas de las posiciones de los
lassalleanos. Marx, quien no participó de las negociaciones ni de la redacción
del proyecto, se indignó ante lo que consideró una claudicación inconcebible e
inútil frente a los lassalleanos. Para la vida y obra de Lassalle, puede
consultarse a modo de introducción: Cole, G. D. H. (1980). Historia del pensamiento socialista: II.
Marxismo y anarquismo, 1850-1890. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.
(pp. 75-89). Recomiendo la misma obra para una presentación de las
negociaciones entre ambas corrientes del socialismo alemán. (Cole, 1980:
230-239).
(3) Esta concepción no es novedosa. Adam Smith sostuvo la
misma opinión desde el liberalismo: “El gobierno
civil, en cuanto instituido para asegurar la propiedad, se estableció realmente
para defender al rico del pobre, o a quienes tienen alguna propiedad contra los
que no tienen ninguna.” (Smith, Adam, Investigación sobre el origen y causas de la riqueza de las naciones,
México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1958, p. 633).
(5) El texto del segundo borrador de La guerra civil en Francia no deja
espacio para las dudas: “Pero el
proletariado no puede, como lo hicieron las clases dominantes y sus diversas
fracciones rivales inmediatamente después de su triunfo, tomar simplemente
posesión del cuerpo del Estado existente y hacer funcionar ese aparato para sus
propios fines. La primera condición para conservar el poder político es
transformar el mecanismo actuante y destruirlo en tanto que instrumento de
dominación de clase.” (Citado en Rubel, Maximilien y Janover, Louis, Marx anarquista, Buenos Aires,
Madreselva, 2010, p. 61).
(6) More, Thomas. (2007). Utopía. Buenos Aires: Losada. (Traducción española de María
Guillermina Nicolini).