◆ Si pensamos unos
minutos, nos daremos cuenta de que en toda obra de ficción, como en todas las
cosas de la vida, se halla metida la economía como agua necesaria. Y no puede
ser de otra manera. Aquí van algunos casos para entender dicha relación.
José Luis Garcés González | A
raíz de la publicación del libro de Thomas Piketty El capital en el siglo XXI, varios analistas han señalado su
sorpresa por la claridad de la prosa en que está escrito y por la utilización
en él de novelas de la literatura europea del siglo XIX. En efecto, lo que hace
Piketty es poner de ejemplo entre la riqueza por patrimonio y la riqueza por
trabajo, la trama y varios personajes de Papá
Goriot (1835), de Balzac, y Sentido y
sensibilidad (1811), de Jane Austen, fundamentalmente.
Muchos creen que no hay, que no
puede haber relación entre la economía y la literatura. Se ven, en apariencia,
tan antípodas. Y que una persona vinculada a la escritura de ficción aborde un
tema como la economía, puede parecer un despropósito; o que un economista use
personajes literarios en la que se considera una disciplina seria, ha provocado
cierto escándalo. Un poco de información y de pensamiento nos lleva a descubrir
o a concluir que entre las dos disciplinas hay bastantes proximidades. Si
pensamos unos minutos, nos daremos cuenta de que en toda obra de ficción, como
en todas las cosas de la vida, se halla metida la economía como agua necesaria.
Y no puede ser de otra manera.
Entrando en materia, el
anecdotario universal de la relación entre economía y literatura nos informa de
casos muy precisos. Miremos algunos. Por ejemplo, se le atribuye al economista
Karl Marx la afirmación de que él había aprendido más leyendo al novelista
francés Honorato de Balzac que a los economistas clásicos ingleses. También a
Marx se le adjudica la frase incendiaria que pregona que no se sabe quién es
más ladrón, si quien funda un banco o quien lo atraca.
Franz Mehring, en su muy conocida
biografía de Marx, nos informa de la amistad estrecha del pensador alemán con
el poeta Heinrich Heine, hasta el punto de ayudarle a editar sus textos Cuento de invierno, Canción de los tejedores,
y “sus sátiras contra los déspotas alemanes”. Además, Heine era su poeta
favorito. Como lector, Karl Marx disfrutó las obras de Goethe, Shakespeare y
Dickens, entre otros, según nos cuenta el mismo biógrafo.
Sostiene también Franz Mehring que
en su juventud Marx quiso convertirse en un creador de versos y que sentía “una viva simpatía por el gremio de los
poetas y una gran indulgencia para sus pequeñas debilidades. Entendía que los
poetas eran seres raros a quienes había que dejar marchar libremente por la
vida y que no se les podía medir por el rasero de los otros hombres…”.
Vemos, pues, que para Marx el tema
poético y literario no fue extraño. Su estudio complejo de la economía no le
imposibilitó para abordar la literatura y bordear el filo del texto poético.
Para incluirnos en Colombia,
recordemos que en 1980, asumiendo como seleccionador Guillermo Martínez
González, Trilce Editores publicó en Bogotá un breve libro titulado Marx y los poetas. En él reúne textos de
21 vates de diversos países. El libro, precisamente, se abre con El violinista, un poema del mismo Marx,
publicado en 1841, en una revista de Berlín, la Axhenaum. De él podemos leer
dos estrofas:
“Toco para el mar embravecido que se estrella contra el acantilado para
cegar mis ojos y que arda mi corazón y que mi alma resuene en el fondo del
infierno”.“Oh, violinista, ¿por qué desgarras tu corazón con esta burla? Tu arte
te fue dado por un Dios radiante para elevar tu mente hasta la armoniosa música
de las estrellas” (…)
En los poemas del libro reseñado, el trato de los poetas
hacia Marx es diverso. “Abuelo gigante / con barbas de Jehová”, lo llama el
alemán Hans Magnus Enzensberg.
Guillermo Martínez González lo nombra “querido
Carlos Marx, y le dice: “eres mi amigo”. Jorge García Usta lo señala como
“profundo viejo, rumoroso y terco”. Armando Oroulo lo “imagina entre libros y
papeles”. Luis Vidales cree que “en los ojos de Marx ya fue lavado el cielo”.
El cubano Luis Rogelio Nogueras, inventa que “Jean Nicolás Arthur Rimbaud y
Karl Heinrich Marx / se han vuelto a encontrar este verano en Londres”. “Dios
sin leyenda”, lo denomina el chileno Pablo de Rokha. El salvadoreño Roque
Dalton dice que tiene “los ojos nobles de león brillando al fondo de tus
barbas”
.
Otras cercanías
La economía, como realidad
cotidiana y tangible, se riega en todo el corpus de la literatura, y esto no
debería extrañar a nadie medianamente informado. Pues si esta nos habla de la
realidad social y de la condición humana, es normal que en las páginas de las
grandes obras se aparezcan circunstancias políticas y económicas. Penetremos un
poco más en el asunto. Hesíodo, en Los
trabajos y los días, en el siglo VIII a. de C., recomendaba a su
despilfarrador hermano las virtudes de la prudencia, el ahorro y el trabajo, y
señalaba las fechas aptas para la agricultura.
Don Quijote, por ejemplo, era un hidalgo decaído y sus menguados
ingresos los gastaba en comprar libros; en la novela, El Caballero del Verde Gabán, valga señalar, poseía suficientes
recursos para fungir de mecenas e invitar al de la triste figura a su casa y
obligarlo así a escuchar los versos de don Lorenzo, su hijo; Sancho Panza,
práctico como era, tenía como objetivo la ganancia económica y la posesión como
dueño y señor de una ínsula, y su acompañamiento a Don Quijote no implicaba nada de altruista ni de filosófico. El lazarillo de Tormes es una crítica al
estado parasitario en que se había convertido la España de la época. Emma
Bovary, el inolvidable personaje de Gustave Flaubert, al no saber controlar sus
préstamos y sus gastos, cae en la desesperación, hecho que contribuyó a su
suicidio. El viejo Karamázov, en Dostoievski, era poseedor de bienes, pero los
usaba, en forma egoísta, para la lujuria y el alcohol. Oliver Twist, de Charles Dickens, delata la situación de las clases
pobres en la Inglaterra del siglo XIX, y la tragedia la encarna en Oliver, el
huérfano y desgraciado niño, perseguido y pordiosero.
Como han apuntado muchos críticos,
Cien años de soledad, de Gabriel
García Márquez, narra la historia de un pueblo que comenzó siendo una sociedad
de economía patriarcal, pasó luego a una sociedad feudal y arribó a la
contextura de una sociedad capitalista cuando llegó la Compañía Bananera a
Macondo, y produjo la matanza y trajo varias puticas tristes. Esto, sin
mencionar demasiado a El Coronel…, en
quien su lánguida economía, motivada por el incumplimiento estatal, produce
dolorosos estragos. En cuanto al Sinú se refiere, la novela Tierra mojada, de Manuel Zapata
Olivella, es paradigmática: cuenta el drama de los campesinos del Bajo Sinú,
encabezados por Gregorio Correa, que luchan, en medio del aún no resuelto
problema de la tierra, contra las inundaciones inclementes del río y la
voracidad de los terratenientes.
En el libro del profesor Piketty
hay un excelente resumen de la temática que Honorato de Balzac aborda en su
libro Papá Goriot, El tío Goriot o El pobre Goriot (que de las tres maneras lo titulan los
traductores), y Jane Austen en su volumen Sentido
y sensibilidad. Pero lo que convence del trabajo de Piketty en su incursión
en la literatura es que no se queda en la mera o distante referencia; utiliza a
Vautrin, a Rastignac, a Elinor y Marianne Dashwood, entre otros, para
establecer un múltiple estudio que delata las ambiciones de esos personajes para
señalar las características económicas que primaban en las aproximaciones
personales o afectivas de la época, y nos posibilita una valiosa explicación de
la relación entre la herencia, el trabajo, la dote como aspiración personal y
la riqueza. Piketty no referencia estas novelas, incursiona seriamente en sus
tramas y extrae de ese análisis sus conclusiones económicas.
Y en lo que a Papá Goriot se refiere, la novela nos permite recordar la mala
crianza de los hijos, máxime en un tiempo en que muchos padres creen que para
ser buenos progenitores tienen que complacer cualquier capricho de sus vástagos
–como lo hizo Goriot volcando todos sus bienes hacia sus hijas, que después lo
abandonaron–, sin saber que están educando a unos pequeños tiranos, plagados de
derechos y escasos de deberes, que tratarán cuando adultos de implantar el
poder de sus deseos por cualquier medio, incluyendo los ilegales. Y en cuanto a
la novela de Austen, hay un personaje que ejerce la misma estupidez, Lady
Middleton, madre dedicada por completo a complacer todas las pretensiones de
sus cuatro maleducados hijos.
José Luis Garcés González es catedrático
de la Universidad de Córdoba, Colombia, y es coordinador de ‘El Túnel’, grupo cultural
de la ciudad de Montería. Su más
reciente libro es “Luis Striffler en el Sinú y otras narrativas históricas”