|
Barricada de la rue Soufflot ✆ Horace Vernet |
Michael
Löwy & Olivier Besancenot | Londres 1864. La
Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) -conocida hoy como I
Internacional- fue fundada exactamente hace 150 años, en 1864, en Saint-Martin’s
Hall en Londres por un Congreso obrero europeo convocado por los sindicatos
ingleses. El Consejo Central elegido en aquella ocasión pidió a Karl Marx
redactar su Llamamiento inaugural, discurso y documento fundador del movimiento
obrero moderno. Texto que concluye con la célebre fórmula: “La emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores
mismos”. Las corrientes libertarias, en particular proudhonianas, formaron
parte de la AIT desde el principio, y sus relaciones con los socialistas
marxistas no fueron solo conflictivas. Entre los partidarios de Marx y los
representantes de la izquierda del proudhonismo, como Eugène Varlin y sus
amigos, se llevaron a cabo algunas convergencias contra los proudhonianos más
de derechas, partidarios del “mutualismo”, proyecto económico fundado en
“intercambio igual” entre pequeños propietarios. En 1868, en el Congreso de
Bruselas de la AIT, la alianza de estas dos corrientes condujo a la adopción
-bajo la égida del militante libertario belga César de Paepe- de un programa
“colectivista”, es decir que defendía la propiedad colectiva de los medios de
producción: la tierra, los bosques, las minas, los medios de transporte y las
máquinas /1.
Retrospectivamente, la resolución sobre los bosques aparece como
una de las más actuales:
“Considerando
que el abandono de los bosques a particulares conduce a la destrucción de los
bosques;
que esta destrucción en ciertos puntos del territorio dañará la conservación de
las fuentes, y por consiguiente, a la buena calidad de esas tierras, así como a
la higiene pública y a la vida de los ciudadanos;
El Congreso decide que los bosques deben ser propiedad de la colectividad
social” /2.
Tras la adhesión de Bakunin (1868) y la
victoria de las tesis libertarias en el Congreso de Basilea de la AIT celebrado
en 1869, las tensiones con Marx y sus partidarios se intensifican. Sin embargo,
durante la Comuna de París las dos corrientes cooperan fraternalmente; es la
primera gran tentativa de “poder proletario” en la historia moderna. Desde
1870, Leo Frankel, militante obrero húngaro establecido en Francia, amigo
cercano de Marx, y Eugène Varlin, el proudhoniano disidente, trabajan juntos en
la reorganización de la sección francesa de la AIT. Tras el 18 de marzo de
1871, los dos están a la cabeza de la Comuna, el primero como delegado de
trabajo, el segundo como delegado para la guerra, en una estrecha colaboración.
Los dos participan, en mayo de 1871, en los combates contra los versalleses:
Varlin es fusilado tras la derrota de la Comuna, Frankel logra emigrar a
Londres.
A pesar de su carácter efímero -apenas algunos
meses-, la Comuna de París es un modelo sin equivalente en la historia de las
revoluciones sociales: ejemplo a la vez de un poder revolucionario de los
trabajadores, democráticamente organizado (delegados elegidos por sufragio
universal) que suprime los aparatos burocráticos del Estado burgués y de una
experiencia profundamente pluralista, que asocia en un mismo combate a
“marxistas” (el término aún no existía), proudhonianos de izquierda, jacobinos,
blanquistas y republicanos sociales. La Comuna de París inspira la mayor parte
de los grandes movimientos revolucionarios del siglo XX, pero esta cualidad
democrático/revolucionaria y pluralista estará mucho menos presente en los
movimientos que le sucederán, salvo muy al comienzo de la Revolución de Octubre
de 1917.
Ciertamente, los análisis respectivos de la
Comuna dados por Marx y Bakunin estaban en las antípodas. Se puede resumir las
tesis de uno en los términos siguientes:
“La
situación del pequeño número de los socialistas convencidos que formaron parte
de la Comuna era excesivamente difícil... Tuvieron que enfrentar un gobierno y
un ejército revolucionarios al gobierno y al ejército de Versalles”. Frente a
esta lectura de la guerra civil en Francia, el punto de vista antiestatal del
otro prima:
“La
Comuna de París fue una revolución contra el estado mismo, ese monstruo
sobrenatural producido por la sociedad”.
El lector atento e informado habrá corregido
por sí mismo: la primera opinión es la de... Bakunin, en su ensayo La Comuna de
París y la noción del Estado /3. La segunda es una cita de... Marx, en el
primer ensayo de redacción de La Guerra Civil en Francia /4 (1871). Hemos
invertido las citas a propósito, para mostrar que las divergencias -ciertamente
muy reales- entre Marx y Bakunin, marxistas y libertarios, no son tan sencillas
y evidentes como se piensa.
Por otra parte, Marx se alegró de que en el
curso de los acontecimientos de la Comuna, los proudhonianos olvidaran las
tesis de su maestro, mientras que algunos libertarios observaron con placer que
los escritos de Marx sobre la Comuna olvidaran el centralismo en beneficio del
federalismo. En efecto, La Guerra Civil en Francia: 1871, texto en caliente que
Marx redactó a demanda de la AIT y el conjunto de los borradores y materiales
preparatorios de su libro, testimonian el antiestatalismo feroz de Marx.
Definiendo la Comuna como la forma política al fin encontrada de la
emancipación social de los trabajadores, éste insiste en su ruptura con el
Estado, ese cuerpo artificial, esa boa constrictor, esa pesadilla asfixiante,
esa excrecencia parasitaria /5.
No obstante, tras la Comuna, el conflicto
entre las dos tendencias del socialismo se agrava, concluyendo en el Congreso
de La Haya, en 1872, con la expulsión de Bakunin y de Guillaume, y con la
transferencia de la sede de la AIT a Nueva York -de hecho, con su disolución.
Como consecuencia de esta ruptura, los libertarios deciden formar su propia
Asociación Internacional de los Trabajadores, que sigue existiendo hoy: es el
vínculo entre los movimientos anarquistas de los diferentes países.
Más que intentar contabilizar los errores y
las faltas de unos y otros -las retahílas de acusaciones recíprocas no faltan-,
querríamos plantear el aspecto positivo de esta experiencia: un movimiento
internacionalista diverso, múltiple, democrático, en el que opciones políticas
distintas pudieron converger en la reflexión y en la acción durante varios
años, lo que permitió a esas alianzas efímeras o más duraderas jugar un papel
de vanguardia en la primera gran revolución proletaria moderna. Una
Internacional en la que libertarios y marxistas pudieron -a pesar de los
conflictos- trabajar conjuntamente y emprender acciones comunes.
Es ésta pues una experiencia que no puede
evidentemente repetirse, pero que nos interesa hoy, al alba del siglo XXI.
La II Internacional, fundada en 1889, estuvo
desde su origen bajo la hegemonía de la corriente marxista. Sin embargo,
corrientes anarquistas tuvieron su lugar en ella hasta el Congreso de Zúrich en
1893, en el que se produjo la expulsión de Gustav Landauer y de los libertarios
alemanes, pronto seguida de una escisión. Entre los disidentes que rompieron en
Zúrich se encontraron no solo anarquistas como Fernand Pelloutier, sino también
socialistas holandeses -Domela Nieuwenhuis- y franceses -Jean Allemane- de
tendencia antiparlamentarista.
Traducción: Faustino Eguberri
para VIENTO SUR /6
Notas
1/ Sacamos estas informaciones histórica de la
excelente obra de síntesis de Gaetano Manfredonia, L´Anarchisme en Europe,
Paris. PUF, coll. “Que sais-je?”, 2001.
2/ Amaro del Rosal, Los congresos obreros
internacionales en el siglo XIX, México, Grijalbo, 1985, p. 159.
3/ Mijail Bakunin, De la guerre à la Commune,
textos editados por Fernand Rudé, Paris, Anthropos, 1972, p. 412.
4/ Marx, Engels, Lénine, Sur la Commune de
Paris, Moscou, Éditions du Progrès, p. 45
5/ Karl Marx y Friedrich Engels, Inventer l´inconnu.
Textes et correspondances autour de la Commune, precedido de Politiques de Marx
por Daniel Bensaid, Paris. La Fabrique, série “Utopie et liberté”, 2008. Ver
también el esclarecedor comentario de Miguel Abensour, Le Démocratie contre
l´État. Marx et le moment machiavélien. Paris. Le Félin. 2004, p. 137-142.
El anterior extracto, es el primer
capítulo del libro ‘Affinités
Revolutionnaires. Nos étoiles rouges et noires -pour une solidarité entre
marxistes et libertaires’ de Michael Lowy y Olivier Besancenot.