- “La Religión es el suspiro de los oprimidos, el corazón
de los descorazonados, el espíritu de los abatidos. La Religión es el opio del
pueblo” | Marx
|
Karl Marx ✆ Chris Haberman
|
Rafael Silva | En
muchos de los artículos de [mi] Blog, hemos abordado el tema de la Religión y
de la moral desde un punto de vista crítico, pero sin entrar a fondo en nuestra
opinión, en nuestra creencia, desde la izquierda, esto es, desde la filosofía
marxista. Nos hemos limitado a exponer o a criticar ciertos aspectos que no
compartimos en cuanto a la manifestación de la Iglesia Católica en nuestra
sociedad, pero sin abordar a fondo nuestros propios pensamientos al respecto.
Sobre todo, hemos insistido en la necesidad de implantar un verdadero Estado
laico en nuestro país, y hemos criticado la visión estrecha e hipócrita de la
jerarquía eclesiástica ante algunos problemas sociales que nos acucian. En el
presente artículo, el primero de una serie de dos, por fin, vamos a exponer
nuestra idea de la moral y de la religión desde el punto de vista de la lógica
marxista.
Comenzaremos por lo más general, como es la moral. La moral,
tanto pública o social como privada, es un producto del Hombre, a lo largo de
las diferentes civilizaciones que históricamente se fueron desarrollando. No es
por tanto un mandamiento divino, un mandamiento sobrenatural, que nos venga
dado desde una instancia superior. Por tanto, mientras exista el ser humano
existirá una moral, cualquier tipo de moral. Y la moral humana va
evolucionando. El tiempo y las diferentes culturas van forjando
diferencias en
cuanto al alcance y la manifestación de la moral. Moral y ética distinguen
básicamente el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto. Por tanto la moral no
es absoluta, no es inmóvil, no es un producto estático del raciocinio. Pero
mientras dure la especie humana, la moral se expresará de una u otra forma. La
moral evoluciona con el hombre, con la especie humana, y con las diferentes
culturas y civilizaciones que con el tiempo han habitado el planeta. Desde este
punto de vista, debemos aceptar la existencia de lo que pudiéramos llamar
“relativismo moral”, en el sentido de que no existe una moral superior, única,
verdadera, auténtica, sino diferentes morales que a lo largo de la Historia y
las culturas se han ido manifestando.
Sobre la moral marxista, nos dice José López en su texto “El Marxismo del siglo XXI”:
“Quienes acusan al
Marxismo de amoral, en verdad lo que le critican es que su moral no sea la misma
que la suya, que la burguesa, poniendo en peligro la moral de la clase
dominante, uno de los sustentos ideológicos de la sociedad burguesa. El
relativismo moral es atacado porque pone en peligro el absolutismo moral de la
clase dominante, la moral dominante. La moral marxista compite con la moral
burguesa. La primera se nutre del Hombre, de la Razón, de la realidad, de lo
material, de lo concreto, de lo visible. La segunda, de Dios, de la Fe, de la
imaginación, de lo inmaterial, de lo abstracto, de lo invisible. La segunda
pretende negar a la primera, ya sea negando directamente su existencia, ya sea
negando el relativismo moral, que pudiera dar pie a que hubiera otras morales
distintas a la dominante, a la que se desea imponer o perpetuar”.
¿Y cuál es por tanto el origen de la Religión? ¿Cuál es el
motivo que la causa, y que provoca que se expanda y se mantenga en la mente
humana durante miles de años? Han existido muchos autores que han intentado
explicar este origen y esta expansión de la Religión (en sentido general, y de
la católica en particular) a lo largo de los siglos. El Barón de Holbach ya
afirmaba:
“Si nos remontásemos
al principio encontraríamos que la ignorancia y el miedo crearon a los Dioses;
que al capricho, el entusiasmo o el engaño los adornaba o desfiguraba; que la
debilidad los veneraba, la credulidad los preservaba y que el hábito, la
costumbre y la tiranía los respaldaba”. Y quizás haya sido Friedrich Nietzsche
uno de los filósofos que más y mejor ha tratado el tema. En su obra “Ecce homo”
nos cuenta: “El concepto de Dios fue inventado como antítesis de la vida:
concentra en sí, en espantosa unidad, todo lo nocivo, venenoso y difamador,
todo el odio contra la vida. El concepto de “más allá”, de “mundo verdadero”,
fue inventado con el fin de desvalorizar el único mundo que existe, para no
dejar a nuestra realidad terrenal ninguna meta, ninguna razón, ningún quehacer.
El concepto de “alma”, de “espíritu”, y en fin, de “alma inmortal”, fue
inventado para despreciar el cuerpo, enfermarlo – volverlo “santo” --, para
contraponer una espantosa despreocupación a todo lo que merece seriedad en la
vida, a las cuestiones de la alimentación, vivienda, régimen intelectual,
asistencia a los enfermos, limpieza, clima”.
Parece estar, por tanto, muy claro, para la moral marxista,
o en un sentido más general, para la moral no creyente, atea, incluso
agnóstica. Lenin, el genial revolucionario ruso, lo expresó en los siguientes
términos: “Dios es (histórica y
cotidianamente), sobre todo, un complejo de ideas engendradas por la
bestialización del hombre y por la naturaleza que lo rodea, así como por el
yugo de clase, ideas que sirven para afianzar esta opresión y para adormecer la
lucha de clases”. Desde esta óptica, parece que está muy clara la
motivación, que no es otra que obrar como un instrumento de la clase dominante
para perpetuar su poder, e instrumentalizar unas creencias y una moral que
hayan de estar pendientes de algo divino, sobrenatural, para así poder explicar
y justificar buena parte de la realidad, de los hechos y acontecimientos que
ocurren en la vida, según la moral dominante. No es posible demostrar la
existencia de Dios (ya lo intentaron San Agustín, Santo Tomás de Aquino, y
muchos otros), pero sí es posible demostrar que la Religión es un producto
histórico de la Humanidad. Un producto intencionado, con un fin muy concreto,
como vamos a explicar a continuación.
La naturaleza dialéctica de la materia y de todo lo que de
ella depende “creó” a Dios, y la comprensión de la dialéctica materialista lo
destruirá. Una vez que la madurez intelectual del ser humano esté preparada, lo
destruirá. Y con ello destruirá todas las Religiones, que han actuado y actúan
como principal elemento de alienación para la Humanidad de todas las épocas,
desde que fue inventada. Dios no creó el Cosmos, por el contrario, fue el
Cosmos quien creó a Dios. El Cosmos creó materia (bajo unos principios y
procesos físicos que aún no hemos podido comprender ni delimitar en su
totalidad), tal vez sólo la transformó a partir de energía pura, la materia se
hizo consciente, y esta materia consciente, incapaz de comprender que la
materia pudiera llegar a ser consciente por sí misma, se inventó un creador.
Pero no podía ser un creador cualquiera. Había de ser un creador especial, todopoderoso
y omnipotente, invisible e irracional, superior al Hombre, fuente de toda
creación. Y con ello, inventó la moral de la Fe. El dominio de la Fe. La moral
de la creencia y de la superchería. La moral infundada. La moral insólita. Pero
también la moral protectora. Una moral que nos enseñaba a distinguir entre el
mundo terrenal y el mundo celestial.
II
- “La Religión no es más que un reflejo fantástico, en las
cabezas de los hombres, de los poderes externos que dominan su existencia
cotidiana. Un reflejo en el cual las fuerzas terrenas cobran forma de
supraterrenas” | Friedrich Engels
De este modo, el ser humano se inventó a Dios ante la imposibilidad de
comprender, no sólo el mundo a su alrededor, sino también a sí mismo. Al
principio fueron el sol, la lluvia, el rayo, el mar, los animales, las plantas.
En última instancia la vida, y también la muerte. Seres y fenómenos que el
Hombre conocía, pero cuya existencia no podía explicar. Y necesitaba una
explicación… ¿Y qué mejor explicación que delegar la creación y la existencia
de dichos seres y fenómenos a un ser superior? Un ser que nos había creado a
todos, un ser sobrenatural, que siempre había existido, y que siempre
existiría. Aquí las diferentes Religiones mantienen diferencias, pero la
esencia es, en el fondo, la misma. Y el Hombre creyó que todo aquello que
trascendía lo material provenía de otro sitio. La incomprensión de las
profundas, complejas y numerosas interrelaciones le impidieron ver que las
causas de lo inmaterial estaban, allá a lo lejos, en lo material, en la propia
realidad, y no en otros mundos superiores o imaginarios.
Pero a medida que el Hombre evoluciona, a medida que las
diferentes civilizaciones son capaces de ir explicando todos los fenómenos
antes incomprensibles, la Religión va poco a poco perdiendo peso, perdiendo su
radio de acción, su poderío, su razón de ser, su credibilidad. El círculo de la
Religión se va quedando cada vez más pequeño. El Hombre va comprendiendo y
evolucionando, y lo va haciendo, curiosamente, mucho más en el campo científico
y tecnológico, que en el campo social. Avanza más en el conocimiento de su
realidad, de la realidad que le rodea, que en los modos y formas de organizarse
socialmente de una manera libre y justa. Y descubre que las ideas no son más
que materia bajo otra forma. Energía que nace de la materia que a su vez
proviene de energía. Tal vez, un ciclo infinito. Negación de la negación.
Dialéctica pura. La distancia entre lo material y lo inmaterial le parecía tan
grande al Hombre que se inventó un mundo irreal, inmaterial. La dialéctica
materialista nos permite comprender que todo aquello abstracto, tan alejado de
lo material, tan elevado por encima de él, en realidad proviene también de la
propia materia.
El materialismo dialéctico, uno de los paradigmas del
pensamiento marxista, le permite al ser humano reubicar el origen de todo
aquello que él achacaba a lo divino. La ética, la moral, tienen su origen en el
propio ser humano, en sus necesidades materiales. La Razón, la comprensión del
mundo y de sí mismo, le permite al ser humano ir poco a poco eliminando a sus
Dioses. Quitándoles responsabilidad. Restándoles funciones. Y de esta forma,
los Dioses (en plural, religiones politeístas) son sustituidas por un solo Dios
(en singular, religiones monoteístas). Incluso surgen religiones más
evolucionadas, no teístas, que niegan u obvian a Dios, a cualquier Dios, y sólo
establecen ciertas reglas de ordenación y cultivo espiritual, como el Budismo.
Y mientras, en nombre de las Religiones, se van cometiendo a lo largo de la
Historia los más cruentos crímenes contra la Humanidad. Algunos Imperios
antiguos consideraban la tarea “evangelizadora” como una cuestión de Estado, de
tal forma que emprendieron contra los “infieles” tremendas cruzadas de
colonización, reconversión, muerte y destrucción. En palabras de William
Howitt:
“Los actos de barbarie y los
inicuos ultrajes perpetrados por las razas llamadas cristianas en todas las
regiones del mundo y contra todos los pueblos que pudieron subyugar, no
encuentran paralelo en ninguna era de la Historia Universal y en ninguna raza,
por salvaje e inculta, despiadada e impúdica que ésta fuera”.
Campañas de imperialización y colonización que continúan hoy
día, aunque más y mejor disfrazadas, bajo otros eslóganes, con otras
estrategias. Lo ha expresado muy bien Moisés Rubio, cuando ha afirmado: “Hoy,
como antaño, la cruz sigue acompañando a la espada en la colonización del
mundo”. Pero como decíamos, el ser humano necesita creer en otra vida para
combatir la idea de la muerte, aunque va dejando progresivamente de necesitar a
los Dioses. Pero se rebela ante la muerte. No la acepta. La muerte supone un
reto demasiado complejo de explicar, y sobre todo, de aceptar. En el fondo,
quien mueve los hilos es el miedo. El miedo a la muerte, a aceptar que después
de la muerte no existe nada. Sólo la reconversión de la misma energía, de la
misma materia. Un miedo y una cobardía que le hacen aferrarse a la explicación
religiosa de la muerte, a la aceptación de otra vida distinta, superior,
eterna. Dios le servía para explicar todo aquello que no comprendía, empezando
por sí mismo. Pero a medida que comprende se va olvidando de Dios, Dios le va
sobrando, le va siendo prescindible. A medida que la necesidad de un Dios va
disminuyendo, Dios va desapareciendo. Dios no puede exterminar al Hombre, pero
éste sí puede exterminar a Dios. Y ello porque, en el fondo, simplemente, Dios
es un producto de la mente del Hombre.
Poco a poco, la ciencia va poniendo en grave peligro a Dios,
porque le permite al Hombre comprender, entender y explicar los grandes
fenómenos que observa. La dialéctica pone en serio peligro a Dios porque
muestra su origen humano, material. El materialismo dialéctico, y todo lo que
se deriva de él, finiquita a Dios, lo anula. El relativismo moral pone en serio
peligro al propio Dios. Pone en serio peligro el orden establecido de las
élites dominantes, que se parapeta en el orden divino y eterno. La moral
burguesa (heredera de las anteriores morales oligárquicas) pretende eternizarse
usando el concepto de Dios, o de cualquier sustituto absolutista que le sirva
para eternizarse, como el “eterno” capitalismo. La Ilustración, en base a la
cual la burguesía se emancipó respecto de la aristocracia, a su vez, pone la
primera piedra para que la propia burguesía sea superada por el proletariado.
La burguesía se niega a sí misma intelectualmente, frena el avance de las ideas
que ella provocó, sabedora de que en sus ideas se encuentra el germen del fin
de la sociedad burguesa, de cualquier sociedad basada en la explotación.
¿Cuál es por tanto la visión marxista de la moral y de la
ética? Hay que comenzar reconociendo que el Marxismo, al negar la Religión, se
convierte en el medio de que la Humanidad tome conscientemente las riendas de
su propio destino. Marx intenta (y lo consigue en el campo teórico) enterrar la
Religión atacándola en su propio corazón: la moral. Marx le quita el
protagonismo a Dios y se lo da al Hombre. No reniega de la moral, al contrario,
demuestra que la ética es posible y necesaria, pero que ésta está enraizada en
la Tierra, en lo material, en lo humano, y no en el Cielo, en lo inmaterial, en
lo divino. El Marxismo demuestra que no es necesario recurrir al opio del
pueblo para construir una sociedad distinta, siquiera para soñarla, demostrando
que, en verdad, la Religión, como tal opio, como tal droga, como tal elemento
alienante, imposibilita un mundo mejor, que prescindiendo de la Religión es
como realmente tenemos posibilidades de construir un mundo mejor, realizar
nuestros sueños, que el paraíso es posible en la Tierra, que somos los propios
seres humanos quienes debemos y podemos hacerlo, que podemos construirlo, que
no es una utopía. En el Marxismo la conciencia y la materia se abrazan. La
Moral y la Razón también. Y todo ello sin recurrir a los propios sueños o a las
abstracciones mentales, sino partiendo de nuestra misma realidad tangible.
No es de extrañar, por tanto, ante estas credenciales, que
el Marxismo, a lo largo de su historia, inclusive en la actualidad, haya sido
sentenciado, condenado, “excomulgado” y “quemado” en la hoguera intelectual por
la Iglesia más poderosa del planeta, por la más poderosa de la historia, como
es la Iglesia Católica. La cruzada contra el anticomunismo es una realidad
histórica. Y ha estado presente como blasón en prácticamente todas las grandes
dictaduras que ha sufrido la Humanidad. Porque desde el momento en que la
doctrina del Marxismo nos ofrece la liberación, la emancipación intelectual de
las ataduras religiosas, de la irracionalidad de la Fe, las fuerzas de la moral
dominante comienzan a actuar contra ella. De esta forma, la lucha anticomunista
se ha convertido en una lucha internacional, desde todas las instancias del
fascismo de todo el mundo y de toda la historia reciente, y de ahí también se
deduce la complicidad de la Iglesia con todas ellas, con todos los regímenes
que han implantado el totalitarismo intelectual, la instauración por la fuerza
de la moral dominante. No es de extrañar que algunos de los más fieles
seguidores del Marxismo, de su razón de ser, de la defensa del pobre, de la
lucha contra la explotación, contra la injusticia, contra el mal, contra el
sinsentido, contra el absurdo, contra la irracionalidad, hayan surgido de las
capas y facciones más honestas de las Religiones. No es, por fin, casual, que
la llamada Teología de la Liberación fuese rápidamente condenada por el
Vaticano.
Tarde o temprano, el Hombre buscará inexorablemente su
emancipación intelectual sobre Dios, tenderá a romper definitivamente sus
ataduras para con este invento ancestral. Tenderá a explicarlo todo bajo el prisma
de lo racional, tenderá a eliminar cualquier ligazón con esa moral absurda y
anacrónica de la Fe. Para finalizar, vuelvo a retomar las palabras de José
López:
“El relativismo pone en peligro
ese absolutismo, pone fecha de caducidad a la moral dominante, y por tanto, a
las clases dominantes. Pero este relativismo, como todo relativismo, tiene sus
límites. No se puede relativizar “ad infinitum” porque esto nos llevaría al
absurdo, a contradicciones insalvables. El relativismo puede sucumbir ante él
mismo si se lleva demasiado lejos. El relativismo extremo, ilimitado,
posibilita el triunfo del absolutismo”. Y concluye: “Aunque el hombre no pueda prescindir todavía por completo de lo
absoluto, éste toma otras formas. Ya no hace falta Dios, éste puede ser sustituido
por la Naturaleza, el Cosmos, la Razón, la Verdad suprema”.