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Eric Hobsbawm ✆ Walter
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Matari Pierre | Este
ensayo analiza las grandes transformaciones de la historiografía contemporánea
a partir de la obra de Eric Hobsbawm, fallecido en octubre de 2012 a los 95 años;
unos cambios que son escudriñados a la luz del auge y la crisis del marxismo
como método de análisis y herramienta de transformación sociopolítica en el
siglo XX. Tras considerar la derrota de la historia narrativa y el intento de
construir una historia global con un enfoque universal hasta los años 70, el
artículo concluye con un balance del pesimismo tardío de Hobsbawm ante la
historia neodescriptiva y relativista en boga en las últimas décadas, que para
él constituyen una «gran era de mitología histórica», al calor de las políticas
de la identidad actualmente en boga.
Como reflejo de los tensos vínculos entre historia global e
historia intelectual, los trastornos de la historiografía contemporánea no
son inteligibles sin considerar la evolución del marxismo como método de
análisis y como «instrumento para cambiar el mundo a través del conocimiento» 1.
Esta era al menos la opinión de Eric Hobsbawm. Consideraremos esta problemática
en tres tiempos: a) la derrota de la historiografía narrativa; b) la
construcción de un punto de vista global que supere el eurocentrismo; y
finalmente, c) el pesimismo y la crítica
del autor ante la historia neodescriptiva y relativista hoy predominante.
Contra la historia
narrativa
Entre finales del siglo XIX y la década de 1970, el campo de
la historiografía fue el teatro de una lucha épica. Georges Lefebvre resumió
los resultados del nacimiento de la historiografía contemporánea de la
siguiente manera: «la historia dejó de
limitarse a los hechos políticos, a lo que interesaba a las clases dominantes,
al noble o al cura, para extender su curiosidad al conjunto de la vida, a los
hechos de civilización, a la economía, a todas las clases sociales» 2. Pero
más que expresar un desdén por la historia de los acontecimientos, la
extensión del territorio del historiador pretendía arraigar los hechos
políticos, militares, diplomáticos, etc., en el marco de las fuerzas y tendencias
profundas que moldean todo proceso histórico. La apuesta consistía en realizar
síntesis y deducir ciertas conclusiones generales 3. La historia dejó de ser
la «política del pasado», como la definía Edward A. Freeman, para convertirse
en «historia de las estructuras y de las transformaciones en las sociedades y
las culturas» 4. Esta revolución epistemológica o transición de una historia
narrativa a una historia-problema se plasmó metodológicamente en amplios
debates sobre la integración de las ciencias sociales a la disciplina. Y pronto
las dimensiones económicas y sociales de la vida humana fueron colocadas en el
centro de la discusión. Ahora bien, las nuevas tendencias historiográficas –el
materialismo histórico, las diversas corrientes de la escuela de Annales y de la antropología histórica,
así como la más tardía escuela de Bielefeld en Alemania– no dejaron de ser
heterogéneas tanto en sus métodos como en sus posiciones políticas. A
diferencia de los británicos, y con excepción de algunos especialistas en la
Revolución Francesa como Lefebvre o Albert Soboul, la mayoría de los franceses
no se apoyaban directamente en Karl Marx, mientras que los alemanes se inspiraban
en Max Weber.
No obstante sus diferencias, las distintas escuelas
coincidieron en un objetivo fundamental: la modernización de la disciplina.
Sus verdaderos enemigos fueron el positivismo y la predilección de los
historiadores por los grandes estadistas, las batallas o los tratados
diplomáticos. De esta manera se formó una alianza implícita entre las
diversas escuelas modernizantes, en una lucha por la redefinición de la
historia. En 1946, en su primer número, la revista Past and Present, entre cuyos miembros estaba Hobsbawm, rindió un
homenaje a Annales. Recíprocamente,
Jacques Le Goff, de Annales, comparó Past and Present con su propia revista.
Por su parte, Hans-Ulrich Wehler, el fundador de la nueva historia sociológica
en Alemania, consideró que el impacto mundial de la historiografía inglesa se
debió esencialmente a la generación de historiadores marxistas. Para finales
de los años 60, la integración de las ciencias sociales a la historia y la
victoria de este «frente popular» de historiadores modernizadores parecían
consumadas 5.
Hobsbawm perteneció a la generación de marxistas que creció
al calor de esos debates y que, tras la guerra, iba a contribuir a la
formación de la historia social británica. Tuvo por maestro a Michael Postan.
«Aunque apasionadamente anticomunista, era el único hombre en Cambridge que
conocía a Marx, Sombart y Weber y al resto de los grandes de la Europa central
y oriental, y tomaba suficientemente en serio sus trabajos para exponerlos y
criticarlos» 6. Hobsbawm le debe a la historia económica su iniciación y, en parte,
su precoz lanzamiento a la vanguardia de los pioneros de la historia social 7.
Esta se interesaba por «el movimiento obrero, las clases, los fenómenos de
sociedad, así como [por] las influencias recíprocas entre los hechos
económicos, políticos, jurídicos, religiosos, etc.» 8. El apelativo «historia
social» era «vago» y fue más bien una etiqueta política que podía federar a
todos los historiadores modernizantes 9. En realidad, el papel que Hobsbawm
atribuía a la historia no se distinguía del programa de historia total de
Fernand Braudel, es decir una integración de las contribuciones de todas las
ciencias humanas 10.
La metodología de Hobsbawm, marxista ortodoxo, se
singulariza por su plasticidad. No debe confundirse con la historia económica y
social muy en boga entre los años 40 y 60, que muchos críticos asociaron a la
influencia marxista. Si bien no negó esta influencia, para Hobsbawm el
ascendiente real de Marx en la historiografía fue mucho menor. «La mayor parte de lo que consideramos influencia
marxista en historiografía ha sido en realidad marxista-vulgar. Consiste en
la acentuación general de los factores económicos y sociales en la historia,
que ha predominado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en todos los
países» 11. Para Hobsbawm, el marxismo es una teoría funcional-estructuralista
que estriba en dos grandes pilares: la insistencia en «una jerarquía de los
fenómenos sociales (base y superestructura) y la existencia de tensiones
internas (‘contradicciones’) dentro de toda sociedad que contrarrestan la
tendencia del sistema a mantenerse a sí mismo como una empresa en pleno
funcionamiento» 12. Este doble prisma moldea el tratamiento de las
diversas problemáticas de su obra magna: la historia de los siglos xix y xx.
Mientras su trilogía sobre «el largo siglo XIX» (1789-1914) se despliega a
partir de las consecuencias de «la doble revolución» (Revolución Industrial
inglesa y Revolución Francesa) 13, su trabajo sobre el «corto siglo XX»
(1914-1991) se estructura en torno del ciclo del movimiento comunista abierto
por la Revolución Rusa 14. Todos los fenómenos estudiados –la formación de
clases sociales, de nacionalidades y de Estados, las transformaciones de las
ideologías y de las religiones, así como de las relaciones familiares y
sexuales, o la evolución de la literatura, de la arquitectura y del arte–
testifican esta doble preocupación por descubrir la naturaleza de las
interacciones dialécticas con el sustrato socioeconómico, así como los puntos
de tensiones antagónicas. Para definir su relación con Marx, el omnívoro que
fue Hobsbawm gustaba de emplear una imagen marcial: es mi sensei, decía.
La construcción de un
punto de vista global y el eurocentrismo
A diferencia de la historia política, que puede ampararse en
los límites nacionales sin demasiados escrúpulos, la historia económica
conduce necesariamente a la adopción de un punto de vista global. En ese sentido,
la globalización de la producción capitalista y su correlato, la creciente
importancia del mercado mundial, determinan la necesidad de concebir la
historia como historia global 15. Hobsbawm advierte justamente que la historia
extraeuropea solo surgió como campo de estudio sistemático con la
descolonización posterior a la Segunda Guerra Mundial y con el auge de Estados
Unidos como superpotencia superpotencia, y la historia mundial entendida
como historia del planeta surgió en los años 60 con los progresos de la
globalización.
Esta producción de un punto de vista global constituyó un
primer paso hacia la superación de una visión eurocéntrica de la historia.
Hasta la Segunda Guerra, la historia mundial estudiada en las universidades se
reducía a la historia de la expansión europea, y el estudio de las regiones
no occidentales era el terreno predilecto de «los geógrafos, antropólogos, lingüistas y administradores de los
Imperios coloniales» 16. Salvo excepciones, solo los marxistas se interesaban
por la historia extraeuropea, orientados en ese sentido por la tradición
antiimperialista dominante en el movimiento socialista desde la II Internacional.
«Mi propio interés por la historia
extraeuropea nació de mi participación en la sección colonial del PC»,
confesará Hobsbawm 17; una afirmación que atesta la naturaleza de su primer
trabajo académico formal: un estudio de las estructuras agrarias de África del
Norte.
Pero la superación del eurocentrismo era mucho más que una
cuestión de horizonte geográfico. Quedaba abierta la cuestión del enfoque
adoptado para estudiar las sociedades no occidentales, así como la
peculiaridad de la formación y el desarrollo del capitalismo en estas.
Probablemente influenciado por André Gunder Frank, hacia el cual expresaba cierta
deferencia, Hobsbawm adoptó una posición muy crítica respecto a la aplicación
del «cuadro gradual de sustitución del feudalismo por el capitalismo a
regiones fuera del corazón del desarrollo capitalista» 18. Ello es muy notable
en su estudio sobre las formaciones sociales no capitalistas, publicado como
introducción a la edición inglesa de los Grundrisse de Marx. El estudio de este
manuscrito, entonces inédito, llevó a Hobsbawm a revisar el sentido del
evolucionismo de Marx, tal como se entendía comúnmente a partir del prólogo a
la Contribución a la crítica de la economía política de 1859: «la afirmación de
que las formaciones asiática, antigua, feudal y burguesa son ‘progresivas’ no
implica, en consecuencia, ninguna visión lineal simple de la historia, ni el
sencillo punto de vista de que toda la historia es progreso, simplemente dice
que cada uno de estos sistemas se aparta cada vez más, en aspectos cruciales,
de la situación originaria del hombre»19. Esta conclusión condujo a Hobsbawm a
criticar la «ley fundamental de desarrollo del feudalismo» desarrollada por
historiadores soviéticos en los años 50 y que, de cierta manera, constituía
uno de los pilares teóricos de una concepción lineal de la historia, así como
de los programas de los partidos comunistas en la mayoría de los países del Tercer
Mundo 20.
Pero tampoco bastaba rechazar la visión lineal de la
historia. Era menester formular una solución positiva a un problema que,
pretende Hobsbawm, Marx no había desarrollado. Encontró el inicio de esta
respuesta en Antonio Gramsci, «el pensador
más original de Occidente desde 1917» 21. La influencia de Gramsci en el
pensamiento de Hobsbawm fue muy notable. Se puede decir que, con los Grundrisse de Marx, los Cuadernos de la cárcel constituyeron las
fuentes teóricas más importantes de sus análisis.
Por las características generales de la formación social
italiana y por ser oriundo de una de sus partes «arcaicas y semicoloniales»
(Cerdeña), Gramsci «se encontraba en una posición insólitamente buena para
comprender la naturaleza tanto del desarrollo del mundo capitalista como del
‘Tercer Mundo’ y de sus interacciones» 22. Por consiguiente, más que el fundador
del «marxismo occidental», Gramsci fue para Hobsbawm el primer marxista en
abordar la especificidad de la historia social de sociedades subdesarrolladas
y, como dirá el boliviano René Zavaleta, abigarradas. Si bien Hobsbawm nunca
se consideró miembro del contingente de «latinoamericanólogos» que se
multiplicaron a partir de los años 60, en gran medida a partir de la realidad
de ese continente puso a prueba esta dimensión de su análisis de la historia
mundial.
Hobsbawm recorrió la casi totalidad de los países de
Sudamérica en el año 1962 y en 1971 emprendió un viaje –financiado por la
Fundación Rockefeller– que lo llevó de México a Perú. «De la misma manera que para el biólogo Darwin, la revelación que me
aportó este continente como historiador no fue de orden regional, sino
general» 23. Hobsbawm pudo observar una región en la cual la evolución
histórica se producía a un ritmo acelerado y desembocaba en una combinación de
relaciones sociales y «fenómenos variados y contradictorios», una tensa
coexistencia de diferentes tiempos históricos. Este espectáculo trastornó su
perspectiva sobre la historia mundial 24. El propósito de Hobsbawm consistía en
profundizar su trabajo Rebeldes primitivos
(1959) a partir de los mundos campesinos latinoamericanos.
Fue, probablemente, a partir de los análisis de Marx sobre
el robo de madera en Renania y, con toda certeza, a partir de los trabajos de
Lefebvre sobre los campesinos franceses y de las anotaciones de Gramsci sobre
la imbricación entre el bandidaje y la lucha de clases en Cerdeña, que
Hobsbawm inauguró y desarrolló el campo de estudio sobre el bandolerismo social
y las formas del bandidaje en el mundo rural en general. Su interés en el
bandidaje residía más en el estudio de las estructuras sociales del fenómeno
que en el impacto de los bandidos sobre el curso más amplio de los
acontecimientos de su época 25. El desarrollo de una agricultura capitalista y
su correlato –la contradicción entre los trastornos de las estructuras
económicas y sociales y la conservación de un sistema de valores orgánico al
antiguo mundo campesino– constituyen la matriz de las múltiples formas de
bandolerismo social. En este sentido, los países latinoamericanos ofrecían un
interés tanto más importante cuanto que sus estructuras agrarias acusaban
peculiares transiciones al capitalismo, así como una intensa irrupción del
fenómeno del bandolerismo desde finales del siglo XIX.
Hobsbawm se interesó especialmente por las relaciones entre
las estructuras políticas y el fenómeno del bandidaje en particular donde el
aparato de Estado es ausente o ineficaz y ahí donde los centros de poder regional
se equilibran o son inestables 26. Mientras que la integración del bandidaje al
sistema político ilumina ciertos aspectos del gamonalismo 27, su perduración
puede desembocar en una instrumentalización en periodos de crisis políticas,
como la amplia utilización de bandidos por parte de los liberales de Benito
Juárez durante las guerras civiles mexicanas del inicio de la segunda mitad
del siglo XIX o, caso contrario, el rechazo de José Martí del dinero que le
ofreció el bandido Manuel García 28. El caso de Pancho Villa constituye el
extremo de la participación política del bandido: su integración a una revolución
social 29. El material latinoamericano de Hobsbawm no solamente le sirvió para
ilustrar las diversas formas de bandolerismo social o para confirmar dos de
sus proposiciones principales, o sea la idealización del bandido social por las
comunidades campesinas y el carácter «prepolítico» de su conciencia y praxis.
También lo ayudó para corregir ciertas formulaciones un tanto románticas y
relativas a las relaciones asimétricas entre terratenientes y bandidos, como
se lo reprochó Anton Blok, su principal crítico 30. Otros materiales sirvieron
para ampliar el abanico de las formas de bandolerismo o analizar las
relaciones complejas entre el bandidaje y las guerrillas modernas, un problema
que estudia a partir de los casos de Colombia y Perú; el primero tras la
violencia desatada en 1948 y el segundo tras la ocupación masiva de tierras por
campesinos a finales de los años 50 31.
En todos los casos, la combinación de tiempos históricos que
Hobsbawm descubrió en América Latina desbordó la sola dimensión estructural.
Se reflejó en la imbricación compleja de luchas campesinas prepolíticas y otras
vanguardistas. De ahí sus penetrantes y polémicos análisis sobre la naturaleza
de las guerrillas rurales de los años 60, estudios que tienen por eje una
acérrima crítica a la estrategia foquista y al «sueño suicida» de Ernesto
«Che» Guevara 32.
La historiografía
neodescriptiva y la crisis del marxismo
Además de poner de relieve su carácter universal, los
análisis comparativos sobre el bandolerismo social y el bandidaje
contribuyeron indirectamente a iluminar las trayectorias específicas de la
formación del capitalismo en diversas regiones del mundo. Estos estudios eran
un ejemplo de la aplicación sistemática de los nuevos métodos de investigación
histórica a diferentes aspectos de la vida social. La década de 1970 marcó el
apogeo de la influencia intelectual del marxismo en las ciencias sociales. Las
condiciones concretas de esta revitalización del marxismo, ampliamente
asociada a la Nueva Izquierda, eran a priori paradójicas. A diferencia de lo
ocurrido en el periodo de entreguerras, dominado por la crisis del capitalismo,
el fascismo, la industrialización soviética y el impacto de la batalla de
Stalingrado, el nuevo ascendiente del marxismo intervenía durante un periodo
marcado por una relativa estabilidad del capitalismo, el «aplazamiento de la
esperanza en el movimiento comunista ortodoxo» en los países desarrollados y
las profundas secuelas del vigésimo congreso del Partido Comunista de la
Unión Soviética (PCUS) 33. El contexto favoreció la proliferación de complejas
e iconoclastas reflexiones sobre la crisis del sujeto revolucionario y su
superación, a menudo inspiradas en (re)lecturas de textos inéditos u otrora
«heréticos» como los Manuscritos de 1844
de Marx. Lo cierto es que este maelstrom
se convirtió en crisol del desarrollo de nuevos temas como la alienación de las
formas de vida existentes, el rechazo de un «sistema» sin rostro, así como el
surgimiento de una miríada de reivindicaciones que Alain Touraine llamó
«comunismo utópico» tras Mayo del 68 34. Pero más allá de sus implicaciones
políticas inmediatas y de la crítica voluntarista de la Nueva Izquierda a las
viejas organizaciones obreras 35, la proliferación de estas tesis era
sintomática de un giro historiográfico más profundo.
Entre más se consolidaban las escuelas modernizantes, sus
éxitos se tornaban en su contrario. La disciplina se aventuraba cada vez más
hacia nuevos campos, como lo indicó la tercera fase de Annales o la Nueva Historia. Fue a partir de los años 70 cuando
Hobsbawm, retomando a Braudel, advirtió que se empezaba a perder la distinción
entre lo «importante» y lo «esencial». Proliferaba una serie de estudios que se
reclamaban de la historia y que exploraban todos «los recónditos del pasado»
para poner en relieve aspectos «cuyo interés era exclusivo de amateurs de
curiosidades» 36. Más que una extensión del territorio del historiador, la
dilatación del continente historia empezaba a ser una amenaza para la
disciplina misma. Para Hobsbawm, el problema de la mayoría de estos estudios
es que no planteaban ninguna pregunta significativa y negaban la posibilidad de
establecer explicaciones causales. A partir de entonces, se trataba de dar
cuenta de sentimientos y ya no de hechos: «la descripción volvió a tomar el
paso sobre el análisis, la cultura sobre la estructura económica y social, el
microscopio sobre el telescopio» 37. En migajas, la historia se alejaba de los
modelos históricos y de las explicaciones profundas sobre el por qué de las
cosas. Hobsbawm señaló el momento que simbolizó el giro neodescriptivo y
culturalista de la historiografía contemporánea: el impacto de Interpretaciones
de la cultura, de Clifford Geertz (1973), sobre las generaciones posteriores a
1968. Con todo, el rechazo de la historia estructural y el auge de una
historia neodescriptiva y relativista no eran un retorno hacia la vieja histoire événementielle. La tendencia
cobró a menudo la suerte de una «crítica posmoderna» que consideró la historia
como disciplina incapaz de reconstruir el pasado objetivamente. Con la
desconfianza creciente hacia las ciencias naturales –una actitud que rompió
con la preocupación totalizante de los marxistas de viejo cuño–, se iniciaba
una nueva crítica de la «razón histórica». En suma, «la historia ya no era una
manera de interpretar el mundo, sino una herramienta para descubrirse a sí
mismo o adquirir un reconocimiento colectivo» 38. En adelante, el subjetivismo
se convertía en horizonte epistemológico tanto de la nueva y arrogante derecha
neoliberal como de la mayoría de las nuevas corrientes del «pensamiento
crítico». Contrariamente al búho de Minerva que emprende su vuelo a la caída de
la noche, no es de extrañar que para estos historiadores, aliados del poder o
no, el crepúsculo del comunismo y el triunfo del capitalismo neoliberal solo
confirmaran la inexistencia de cualquier razón o sentido en la historia.
Pero más allá de los problemas que plantean la génesis del
neoliberalismo, el retorno de la subjetividad y del solipsismo como horizonte
de visibilidad de las ciencias sociales o las dificultades actuales para
realizar síntesis –todas cuestiones que desbordan los límites de este ensayo–,
las preguntas de Hobsbawm a las nuevas tendencias historiográficas son las
siguientes: ¿de qué es indicador este nuevo giro de la historiografía? ¿Cuáles
son sus perspectivas heurísticas y sus implicaciones políticas?
Para la primera interrogante, el autor propone una
explicación de tipo político-cultural. La década de 1960 develó las sordas e
intensas mutaciones socioculturales acaecidas en los ámbitos familiares y
sexuales, así como en los sistemas de valores dominantes en general 39. Ello
introdujo una compleja amalgama entre revolución social, revolución cultural y
emancipación individual. Este quid pro
quo, en un contexto de profundas transformaciones de los procesos de trabajo
y de la composición de las clases sociales, configuró la problemática de las
luchas sociales en su forma actual. De ahí, para los marxistas, el origen de
las dificultades para articular teórica y prácticamente el torbellino de
movimientos sociales heteróclitos, en especial desde la segunda mitad de los
años 90. A su vez, la orientación hacia la historia cultural, en el contexto
de una globalización capitalista desprovista de contrapeso, no solo reflejó la
especificidad de una multiplicidad de «nuevos movimientos sociales», sino que
hizo evidente la crisis de los proyectos emancipadores de la izquierda
construidos entre 1789 y 1917. Es lo que indica el surgimiento de temáticas
relativamente nuevas en las ciencias sociales, como la etnicidad, la identidad
o la política de identidad 40. Hobsbawm señala el sustrato casi exclusivamente
negativo de estas temáticas originadas en el contexto estadounidense de los
años 60 y que se globalizaron merced a la situación de desamparo que resultó
de la disgregación de vínculos sociales tradicionales (familia, clase, nación)
41. Pero más que una crítica a la futilidad intelectual o al carácter esquivo
de estas temáticas, Hobsbawm plantea la cuestión de la incompatibilidad teórica
entre el universalismo de la izquierda y las llamadas «políticas de identidad
y de etnicidad», así como sus riesgos para la humanidad 42. Lo mismo vale para
los diversos modos de idealización de formas culturales asediadas por la globalización,
en particular en el Tercer Mundo. Esto se refleja en la reificación de ideas y
prácticas consuetudinarias de mundos precapitalistas, amparada en una crítica
ambigua y solipsista al eurocentrismo, y que encuentra su mayor eco teórico en
los estudios subalternos, tránsfuga del marxismo de la India. Para el autor,
el problema radica menos en los descubrimientos de esta corriente que en su
subestimación de las transformaciones económicas y de sus consecuencias sobre
las clases sociales, así como en las implicaciones políticas de las posturas
defendidas y las formas de militancia que derivan de ello 43.
De lo que precede deriva la respuesta a la segunda
pregunta. Las nuevas tendencias historiográficas ocultan un doble riesgo. En
primer lugar, atacan la universalidad del enfoque que constituye la esencia
misma de la disciplina histórica. En segundo lugar, destruyen el paradigma
según el cual la investigación histórica «debe distinguir los hechos de la
ficción, lo que es averiguable y lo que no, y la realidad de los deseos». La
abolición de estas distinciones abre la puerta a todo tipo de
instrumentalización de la historia por Estados, grupos de identidad e
individuos «que reinventan la historia en función de sus propios objetivos» 44.
Para el inmenso historiador fallecido a los 95 años, vivimos en una «gran era
de mitología histórica». Y ello transcurre, paradójicamente, en el momento en
que la humanidad dispone más que nunca de los medios y herramientas para
construir, transformar y escribir la historia a escala global.
Notas
1. E. Hobsbawm: «El diálogo sobre el
marxismo» en Revolucionarios [1973], Crítica, Barcelona, 2010, p. 173.
2. G. Lefebvre: La naissance de l´historiographie moderne, Flammarion,
París, 1971, p. 321. [Hay edición en español: El nacimiento de la
historiografía moderna, Martínez Roca, Barcelona, 1974].
3. E.
Hobsbawm: Franc-tireur. Autobiographie [2002], Ramsay, París, 2005, p.
343. [Hay edición en español: Años interesantes. Una
vida en el siglo xx, Crítica, Barcelona, 2003].
4. Ibíd.
5. Ibíd., p. 348.
6. Ibíd., p. 340.
7. Ibíd., p. 345.
8. Ibíd.
9. Ibíd.
10. Ibíd.
11. E. Hobsbawm: Marxismo e historia social, Universidad Autónoma de
Puebla, México, df, 1983, p. 88.
12. Ibíd., pp. 89-90.
13. E. Hobsbawm: La era de la
revolución (1789-1848) [1962]; La era del capital (1848-1875) [1975];
La era de los imperios (1875-1914) [1987], Crítica, Barcelona, 1998.
14. E. Hobsbawm: Historia del siglo xx (1914-1991) [1994], Crítica,
Barcelona, 1995.
15. «Cuando más vayan extendiéndose,
en el curso de esta evolución, los círculos concretos que influyen los unos
sobre los otros, cuando más vaya viéndose el primitivo aislamiento de las
diferentes nacionalidades destruido por el desarrollo del modo de producción,
del intercambio y de la división del trabajo que ello hace surgir por vía
natural entre las diversas nacionales, tanto más va la historia convirtiéndose
en historia universal». K. Marx y Friedrich Engels: La ideología alemana,
Cultura Popular, México, df, 1974, p. 50.
16. E.
Hobsbawm: Franc-tireur. Autobiographie, cit., p. 350.
17. Ibíd.
18. E. Hobsbawm: «Del feudalismo al capitalismo» en Rodney Hilton (ed.): La
transición del feudalismo al capitalismo, Crítica, Barcelona, 1977, pp.
229-230.
19. E. Hobsbawm: «Introducción» en
K. Marx y E. Hobsbawm: Formaciones económicas precapitalistas [1965],
Siglo xxi, México, df, 1971, p. 37.
20. Ibíd., pp. 41-42. Si bien
desborda el marco del presente ensayo, es menester subrayar que esta adopción
de una concepción lineal de la historia no se explica únicamente por el
«dogmatismo» de los partidos comunistas, una afirmación trivial que se ha
convertido en reflejo pavloviano de las apreciaciones de las tesis económicas
del comunismo oficial. Hobsbawm señala justamente la importancia de la
dimensión política y diplomática de esta concepción lineal de la historia
defendida por los partidos comunistas.
21. E. Hobsbawm: «Gramsci» en Cómo
cambiar el mundo. Marx y el marxismo 1840-2011, Crítica, Barcelona, 2011,
p. 321.
22.Ibíd., p.
322.
23. E.
Hobsbawm: Franc-tireur. Autobiographie, cit., p. 448.
24. Ibíd.
25. E. Hobsbawm: Bandidos [1969],
Crítica, Barcelona, 2001.
26. Ibíd.
27. Basándose ampliamente en el
estudio clásico de Enrique López Albujar: Los caballeros del delito, Compañía
de Impresiones y Publicidad, Lima, 1936.
28. E. Hobsbawm: Bandidos,
cit.
29. Ibíd.
30. Hobsbawm contesta a esta crítica
en un capítulo suplementario («Los aspectos económicos y políticos del
bandidaje») y en un epílogo añadidos en la última edición de Bandidos (2000).
31. E.
Hobsbawm: «Peasant Land Occupations» en Past and Present vol. 62 No 1, 1974; “Murderous Colombia”
en New York Review of Books vol. 33 No
18, 1986.
32. E. Hobsbawm: Franc-tireur. Autobiographie,
cit., p. 452.
33. E. Hobsbawm: «El diálogo sobre
el marxismo», cit., pp. 158-159; «Reflexiones sobre el anarquismo» en Revolucionarios,
cit., p. 127.
34. E. Hobsbawm: «Mayo de 1968» en Revolucionarios,
cit., p. 342.
35. Sintetizada en la popular
consigna italiana «Tutto e súbito» y en la napoleónica «On s´engage et puis on
voit».
36. E. Hobsbawm: Franc-tireur. Autobiographie, cit., p. 352.
37. Ibíd.
38. Ibíd.
39. E. Hobsbawm: «Revolución y sexo» en Revolucionarios, cit., p. 304; Historia
del siglo xx, cit., pp. 322-340.
40. E. Hobsbawm: «La izquierda y la
política de la identidad» en New Left Review No
0, 2000.
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Matari Pierre |
41. E. Hobsbawm: Historia del
siglo xx, cit., p. 343.
42. E. Hobsbawm: «La izquierda y la
política de la identidad», cit.
43. Nicolas Delalande y François Jarrige: «Où sont passés les révoltés?» en La
Vie des Ideés, 21/9/2009, <www.laviedesidees.fr/Ou-sont-passes-les-revoltes.html?lang=fr>.
44. E. Hobsbawm: Franc-tireur. Autobiographie, cit., p. 354.
Matari Pierre es un
investigador haitiano y doctor en Ciencias Económicas. Actualmente es profesor-investigador
de Historia en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Sus
campos de investigación incluyen la historia económica y social de América
Latina y la teoría del capital financiero.