José Miguel
Candia | La construcción de las formaciones políticas
de izquierda y de una corriente del pensamiento marxista que explicara la
realidad social latinoamericana debió cruzar por un campo minado de tensiones y
dilemas. Un puñado de dirigentes sociales y estudiosos de los
presupuestos teóricos establecidos por los autores clásicos del socialismo, se
dieron a la tarea de afrontar la enorme labor de responder un amplio abanico de
preguntas, entre otras, y ocupando un lugar preponderante, se encuentra la
denominada “cuestión nacional”. Consciente de la magnitud de este desafío el
historiador y militante revolucionario Rodolfo Puiggrós – verdadero paradigma
del intelectual crítico - se involucró en la búsqueda de un camino original
para la transformación de la realidad social de los países de la región. Su
vasta obra escrita está cruzada por dos interrogantes principales: ¿Cómo
entender desde el marco socio-cultural y económico del sur, la constitución y
el comportamiento político de los actores sociales que integran el campo
popular?; ¿Cómo explicar y resolver la vinculación entre los objetivos
históricos de carácter socialista y las tareas antiimperialistas propias de la
izquierda en sociedades dependientes o semi-coloniales? En este ensayo se
reflexiona acerca del aporte de este autor y militante social, sobre esas
dos grandes interrogantes.
La izquierda latinoamericana y el estudio de los llamados
procesos “nacional-populares” han escrito una historia plagada de desencuentros
y sinsabores. Algo no ligaba en las caracterizaciones y lecturas que las
formaciones políticas de base marxista hacían de la realidad social
latinoamericana. Dicho en otras palabras, desde que perspectiva debían
afrontarse dos interrogantes sustantivas: a. ¿Cómo entender desde la periferia
y desde el marco socio-cultural del sur, la constitución y el comportamiento
político de los trabajadores y de otros actores sociales del llamado campo
popular?; b. ¿Cómo explicar y resolver con propósitos políticos la vinculación
– y desencuentros - entre los objetivos históricos de carácter socialista y las
tareas antiimperialistas propias de la izquierda en sociedades dependientes o
semi-coloniales?. En ese abanico de preguntas – y otras que omitimos por
razones de espacio - ocupa un lugar preponderante la denominada
“cuestión nacional”, sobre ese obstáculo fueron a chocar buena parte de
las izquierdas latinoamericanas. Este es, precisamente, el tema que se
aborda en este ensayo a partir de la vasta obra escrita por el historiador y
militante revolucionario Rodolfo Puiggrós, un paradigma del intelectual
crítico, comprometido de principio a fin con la búsqueda de un camino
original para la transformación de nuestras sociedades. Cabe señalar, que en
esta tarea la producción teórica de Puiggrós coincidió con el esfuerzo de otros
intelectuales antiimperialistas de época que pensaron la realidad de los países
de la región con igual preocupación, así lo muestra la obra monumental
del peruano José Carlos Mariátegui y del socialista argentino Manuel
Ugarte.
[1]
Desde las filas del Partido Comunista primero y después como
un pensador y militante social marxista “sin partido”, Puiggrós emprendió –
casi en solitario - la dificultosa tarea de reexaminar con detenimiento y
fuera del dogmatismo ideológico establecido en los marcos conceptuales
impuestos por la Tercera Internacional, fenómenos como el “yrigoyenismo” y la
posterior emergencia en el escenario político argentino, de un vigoroso
movimiento nacional-popular: el peronismo.
[2] En una polémica carta abierta al Dr. Arturo Jauretche
(de origen yrigoyenista y promotor del grupo FORJA) Puiggrós relata su paso por
el comunismo y el proceso de ruptura con ese partido: “Ingresé muy joven al
Partido Comunista, impulsado por el irresistible anhelo de justicia y
fraternidad entre los hombres […] Al terminar la Conferencia Nacional del
Partido Comunista de diciembre de 1945, después de cuatro días de
deliberaciones que dieron por muerto y enterrado al histórico movimiento
popular nacido el 17 de octubre de ese año, demostré desde la tribuna […] la
traición de la secta codovillista […] Fuimos desterrados de la vida partidaria,
mientras Codovilla y Ghioldi preparaban en la trastienda sus mezclas
repulsivas. Al producirse en enero de 1947 nuestra ruptura definitiva con la
secta, los siervos y las brujas se arrojaron sobre nosotros para
despedazarnos.”
[3]
En las primeras tres décadas del siglo XX las izquierdas latinoamericanas
habían pagado un tributo demasiado caro a los postulados teóricos y a las
cambiantes estrategias políticas de la Segunda Internacional Socialista y desde
1919, a la Tercera Internacional Comunista, gestada y promovida por el naciente
Estado Soviético. Ambos agrupamientos multinacionales de la izquierda de la
época, fueron el referente ideológico para todas las fuerzas políticas que
asumían el marxismo como marco conceptual y proyecto de sociedad futura. De la
consigna de guerra de “clase contra clase ” en los años veinte, a la propuesta
de los “frentes populares antifascistas” durante los años treinta, la
“cuestión nacional” y el papel de las emergentes burguesías locales, sectores
campesinos y productores rurales, quedaban entrampadas en caracterizaciones
“utilitarias” que respondían a las necesidades de los partidos de
izquierda de contar con aliados – o prescindir de ellos- según las
necesidades de cada coyuntura y de acuerdo a las condiciones que la correlación
de fuerzas imponía para cada momento.
[4]
Las directivas y orientaciones generales recibidas desde el
movimiento comunista internacional y también desde las organizaciones
socialistas no vinculadas a la estrategia establecida por la Unión Soviética,
giraban en torno a por lo menos seis ejes fundamentales. Entre otros y sin
hacer en este ensayo un repaso exhaustivo de las orientaciones más relevantes
de la izquierda de aquellos años, es posible identificar los aspectos medulares
a partir de los cuales se leía la realidad social de los capitalismos
periféricos:
Se reconocía como tarea universal de la izquierda, el
impulso a la descolonización de los territorios que las potencias europeas
poseían en África y Asia así como la plena incorporación de esas colonias al
mercado mundial y al libre comercio;
La inexistencia o debilidad de sectores empresariales locales
con la suficiente pujanza como para desarticular formas tradicionales de
producción y librar de ataduras el desarrollo de las fuerzas productivas
planteaba la necesidad de aceptar la constitución de bloques sociales en los
que convergieran capitales nacionales y extranjeros, recursos públicos y
aportes tecnológicos foráneos;
El carácter minoritario de una clase obrera industrial en
condiciones de ser portadora del mandato histórico del proyecto socialista
establecía otras prioridades para las fuerzas de izquierda de los países
semicoloniales. Si en Europa la revolución anti-capitalista y la hegemonía
obrera eran los deberes de la hora para todas las organizaciones marxistas, en
las sociedades menos desarrolladas el socialismo no podía ser la misión prioritaria
de la izquierda hasta tanto las tareas de las llamadas “revoluciones
democrático-burguesas” no se hubiesen cumplido a cabalidad;
Las prioridades establecidas en el programa de las fuerzas
políticas y sociales de izquierda y del llamado “progresismo” en sentido más
incluyente, debía resolver primero las tareas agrarias “anti-feudales” y
desatar las relaciones monopólicas y de economías de enclave dominantes en la
mayoría de las naciones que iniciaban su proceso de liberación del yugo
colonial;
La consolidación de sociedades capitalistas modernas, ya sin
ataduras ni obstáculos estructurales que bloquearan el desarrollo de las
fuerzas productivas, crearía las condiciones propicias para las constitución de
un proletariado urbano mayoritario con respecto al resto de las clases
subalternas (campesinos; pequeños productores urbanos y rurales; artesanos y
comunidades indígenas dedicadas a actividades de subsistencia; etc.);
A partir de la expansión del trabajo asalariado y la
constitución de una clase obrera moderna adquiría pleno sentido la conformación
de la organización política de vanguardia, desde el mismo momento en el cual
las relaciones capitalistas de producción subordinaban a todas las formas de
producción preexistentes, el programa socialista adquiría entonces, un
verdadero sentido histórico.
La atipicidad de las
sociedades latinoamericanas: La constitución del sujeto nacional-popular
¿Y América Latina que papel ocupaba en el contexto de la
estrategia establecida por el movimiento comunista internacional? ¿Cómo se leía
el proceso de constitución de las formaciones sociales latinoamericanas,
políticamente independientes desde las primeras décadas del siglo XIX pero con
un papel subordinado en el mercado mundial como productoras de materias primas?
Para la mayoría de las fuerzas políticas de la izquierda y
de los pensadores marxistas de la época, el eje articulador de las clases y
sectores sociales capaces de impulsar las tareas antioligárquicas y
antiimperialistas giraba en torno a la conformación de un frente policlasista
en el cual el papel de las izquierdas era ser garantía de cumplimiento del
“programa democrático”.
En este enfoque acerca de los compromisos de las fuerzas
políticas y sociales progresistas subyacía cierto lastre conceptual de la
sociología positivista y del marxismo entendido como “filosofía de la
historia”. Cada actor social tenía una “misión histórica asignada” y la
humanidad estaba destinada a recorrer un mismo camino que partía de las
comunidades primitivas hasta la liquidación de la sociedad burguesa y la
instauración del reino de la libertad.
¿Dónde se produjo entonces el punto de ruptura de lo que
parecía un guión de cumplimiento inexorable? Esta pregunta solo puede
responderse desde la especificidad del proceso histórico que dio lugar a la
conformación de las sociedades latinoamericanas y a las particularidades de los
sujetos sociales. El peso de las culturas pre-colombinas y la cosmovisión
heredada de los pueblos originarios – en el caso de las naciones andinas-
así como la simbiosis, no siempre bien lograda entre lo “tradicional” y lo
“moderno”, fueron factores que no se diluyeron con la expansión de las
relaciones capitalistas de producción. Por el contrario, la impronta que marca
a la mayoría de los procesos sociales está fuertemente determinada por el peso
de relaciones históricas y de horizontes culturales, que resultan un tanto
extraños cuando solo se los lee desde el prisma de la constitución de los
“sujetos populares” en los países centrales. De esta forma, el conglomerado
“nacional-popular” y los referentes discursivos, simbólicos y culturales en
torno a los cuales se aglutinaron los grupos y sectores de trabajadores, no se
nutrieron solo de las tradiciones heredadas del pensamiento socialista y de los
postulados “obreristas” del sindicalismo europeo. Son tributarios también de
las tradiciones criollas y prehispánicas que pudieron sobrevivir y generar
espacios y expresiones organizativas propias, aún en el marco de la expansión
de las relaciones capitalistas de producción y de la llegada de los primeros
contingentes de trabajadores migrantes europeos a finales del siglo XIX.
Puiggrós y la
interpretación de la cuestión nacional
En el caso argentino, Rodolfo Puiggrós fue uno de los
precursores de la gestación de una lectura “nacional” de la emergencia de
movimientos populares que impulsaban consignas antioligárquicas y demandas
democráticas sin estructurarse ni contar entre sus filas – al menos como
corrientes hegemónicas – a fuerzas políticas identificadas de manera explícita
con las bases ideológicas del marxismo.
Por razones de espacio no es posible hacer referencia, en
este ensayo, a toda la obra de este autor, por lo cual tomaremos aquellos
textos y caracterizaciones, en los que marcó un verdadero punto de ruptura
con los enfoques de la izquierda socialista y comunista acerca de los dos
movimientos populares de mayor relevancia en el escenario político argentino
del siglo XX: el yrigoyenismo en la segunda década y el peronismo a mediados de
los años cuarenta. La fuente bibliográfica de la cual tomaremos los
aspectos interpretativos más relevantes, fueron sistematizados por Puiggrós en
la colección que tituló Historia Crítica de los Partidos Políticos
Argentinos, dentro de las cinco obras que integran esta serie haremos
referencia al tomo (II) El Yrigoyenismo, el (III) Las Izquierdas y el Problema
Nacional y el (V) dedicado al estudio sobre el surgimiento del movimiento
peronista, El Peronismo.Sus Causas.
Un aspecto clave de la lectura de Puiggrós sobre la
aparición en el escenario político argentino, de un caudillo de fuerte arraigo
popular como Hipólito Yrigoyen y de la corriente que encabezó dentro de su
partido – la Unión Cívica en sus comienzos a fines del siglo XIX y después la
Unión Cívica Radical – es la ponderación y el rescate de las particularidades
de un movimiento de amplias bases ciudadanas, con capacidad de agrupar a vastos
sectores populares y confrontar, desde ese mandato surgido de capas medias urbanas
y de importantes núcleos de trabajadores, a las instituciones de la República
conservadora. El bloque político-social que se aglutinó en torno a un líder
carismático que ni en las formas organizativas ni en el discurso, era
equiparable al perfil ideológico de las direcciones de la socialdemocracia
europea, desconcertó a las fuerzas de la izquierda nativa las que optaron por
buscar un atajo conceptual que resolviera el entuerto teórico. Si la realidad
política del país mostraba que el avance de las luchas democráticas y los
reclamos por mejores condiciones de vida para la naciente clase trabajadora
transitaba por caminos que parecían usurpados por liderazgos y agrupamientos
políticos ajenos a los partidos de origen marxista, no quedaban dudas de que se
estaba ante la evidencia irrefutable que confirmaba la existencia de un
proceso de copamiento de las organizaciones sociales por parte de líderes
advenedizos. Para esta visión conspirativa, se trataba de un despliegue
destinado a establecer la implantación de direcciones partidarias surgidas en
las usinas de obscuras “fuerzas oportunistas de origen burgués” con el fin de
engañar a las masas y desvirtuar la lucha de los sectores populares detrás de
programas “electoreros”.
[5]
Esta lectura, incapaz de apreciar en toda su magnitud la
especificidad de un fenómeno nacional surgido de la lucha contra la institucionalidad
oligárquica emanada de los acuerdos sellados por las clases dominantes en las
últimas tres décadas del siglo XIX, acudió al recurso fácil de asimilar al
movimiento “yrigoyenista” con los partidos conservadores europeos de base
campesina y pequeño-burguesa. El equívoco fue más grande cuando unos pocos años
después (1916-1922) - siendo ya Yrigoyen presidente de la República - la
izquierda comunista caracterizó al gobierno, surgido de las primeras
elecciones en las que se aplicó la legislación que establecía el voto
universal, obligatorio y secreto, como una réplica grotesca del naciente
fascismo italiano.
Puiggrós responde a este doble error – teórico y político –
con argumentos que ofrecen una mayor riqueza argumentativa y ayudan a situar en
sus justos términos la aparición de una emergencia ciudadana de enorme
relevancia para la época como fue el yrigoyenismo. Entre otros factores que
contribuyeron a enturbiar el análisis, Puiggrós destaca la actitud personalista
y el manejo sinuoso y enigmático de los asuntos públicos, dos características
que eran frecuentes en las alianzas que tejía Yrigoyen como líder partidario y
después como presidente, y que contribuyeron a difundir la leyenda negra que
rodeó muchos pasajes de su vida política. Estos rasgos eran para la
izquierda la confirmación de la adscripción del veterano caudillo a la
cosmovisión esotérica del devenir histórico y a ciertas corrientes del
pensamiento conservador europeo. Socialistas y comunistas fueron incapaces de
leer y descifrar las verdaderas fuentes de las cuales se nutrían los discursos
y bases doctrinarias del presidente Yrigoyen, la mayoría de las cuales
provenían de la misma práctica partidaria y de corrientes teóricas y
tradiciones políticas criollas que poco o nada tenían que ver con el arsenal
ideológico de los camisas negras del dictador Benito Mussolini. No había en los
referentes simbólicos del presidente Yrigoyen, ni en los postulados
doctrinarios que le daban soporte a su discurso, nada que se asemejara a la
exaltación heroica de un pasado imperial, ni a la supremacía cultural de razas
o etnias, ni al fundamentalismo religioso que caracterizó a otros regímenes
conservadores de la época. Con toda certeza Puiggrós señala:”Yrigoyen apeló a
una confusa espiritualización, a una especie de recogimiento místico que lo
evadía de las maneras corrientes de expresarse y provocaba el desprecio y la
burla de los intelectuales a la última moda”.
[6]
Puede reprochársele a quien ejerció el gobierno en dos ocasiones, un
período completo (1916-1922) y otro inconcluso (1928-1930) no haber
profundizado la remoción del andamiaje institucional heredado de la República
oligárquica, en esencia, Yrigoyen conservó el dispositivo jurídico formulado en
1880 por el pacto entre el presidente Julio A. Roca y los jefes políticos de
las burguesías provinciales. Y este titubeo, que también dejó en el camino un
acuerdo más sólido con las nacientes organizaciones obreras, lo pagó más tarde
con los costos trágicos del golpe de Estado mediante el cual una cúpula
de oficiales filo-fascistas lo derrocó en septiembre de 1930. En las palabras
de Puiggrós está puntualmente señalado el flanco débil que propició el derrumbe
del segundo gobierno de Yrigoyen, al respecto afirma el autor:”…la política
yrigoyenista, respetuosa de la Argentina modelada por la colonización
capitalista, no clausuró la etapa precedente y dejó abiertas las entradas a las
viejas y nuevas corrientes liberales, que si bien nunca tuvieron mayor
ascendiente sobre las amplias capas del pueblo, orientaban la conducta política
y económica del país”.
[7] Pero aún así, nada de esto justifica la lectura que la
izquierda quiso heredarle a las futuras generaciones, acerca del yrigoyenismo
como el primer intento de imponer desde las estructuras del Estado, el régimen
de un “caudillo” construido a imagen y semejanza del “fascio” italiano.
El Peronismo: una
nueva identidad para el campo nacional-popular
En poco menos de tres años (1943-1946) el panorama político
argentino se vió sacudido por la confluencia de un amplio y heterogéneo
movimiento de masas que se aglutinó detrás de un oficial nacionalista del
ejército encargado, en ese entonces, de un despacho que todos despreciaban: la
Secretaría del Trabajo y Previsión Social. Sin episodios graves de violencia,
ni de confrontación armada entre fracciones de los partidos tradicionales, la
figura del entonces coronel Juan Domingo Perón se constituyó en el punto de
referencia para el movimiento obrero, para importantes franjas del empresariado
nacional vinculadas al mercado interno y para las corrientes industrialistas
del ejército.
¿Qué extraño fenómeno echó por tierra antiguas estrategias y
desplazó del escenario político a los viejos partidos para dar lugar a una
confluencia de fuerzas políticas y sociales que pasó a identificarse con el
apellido de su líder y hacer suyas las propuestas de igualdad, democracia y
justicia social? Para las viejas dirigencias políticas, conservadoras o de
izquierda, se trataba de los manejos maquiavélicos de un oficial advenedizo, en
esencia de un demagogo inescrupuloso y oportunista que especulaba con las
demandas históricas de justicia social de amplias capas de las clases
trabajadoras. Por este camino, parecía fácil entender que el fenómeno social
emergente se reducía a los manejos astutos de quien representaba la nueva
expresión de la “política criolla”, algo así como la versión doméstica de un
“príncipe florentino” capaz de cautivar a un auditorio de ingenuos
trabajadores y gente desposeída, que se rendía ante las prebendas de un coronel
taimado de discurso fácil y gestos coloquiales. La caracterización tuvo cierta
eficacia mientras el movimiento de masas no pasó de ser un público
fervorosamente entusiasta de los programas sociales impulsados desde la
Secretaría del Trabajo. Pero todo se complicó a partir de las jornadas de
octubre de 1945 cuando los trabajadores ocuparon la emblemática Plaza de Mayo
para reclamar la libertad de su líder –detenido por sus propios camaradas del
ejército – y al calor de las consignas callejeras el nuevo movimiento adquirió
formas políticas y decidió postular, poco después, la candidatura del
coronel Perón para la presidencia de la República. Se había constituido un
nuevo bloque de poder que disputaba la hegemonía política y el control del
Estado a la antigua alianza conservadora.
[8]
¿Cómo interpretar un fenómeno un tanto atípico y de
crecimiento vertiginoso en las masas trabajadoras y, al mismo tiempo, que
explicación ofrecer a quien se suponía era el sujeto portador del mandato
histórico revolucionario y base social de la izquierda socialista y comunista?
Puiggrós describe, con lenguaje transparente, la desazón de intelectuales y
políticos de izquierda frente a la consolidación de este nuevo conglomerado
social, al respecto señala: “Los políticos y la intelligentsia,
desconcertados por un fenómeno social que desbarataba sus planes y ambiciones
del futuro, desfiguraron lo que sucedía y dijeron que se trataba de un pasajero
renacimiento del caudillismo o de un trasplante del régimen imperante en Italia
y Alemania que los ejércitos aliados no tardarían en derrumbar.”
[9]
Desde la izquierda troskista hubo intelectuales que hicieron
un esfuerzo de interpretación más elaborado y mejor fundado, según estos
autores el peronismo podía entenderse como un agrupamiento social policlasista
de carácter “bonapartista”. De acuerdo a este concepto, desarrollado por el
propio Trotsky unos años antes, los rasgos que le daban un carácter particular
a las expresiones sociales en las que convergían obreros, pequeños productores
del campo y de la ciudad, gestores de las antiguas dirigencias políticas y
representantes de la burguesía industrial, eran la manifestación de un “empate”
transitorio en la correlación de fuerzas entre esos sectores sociales que
delegaban en un líder carismático, el arbitraje del conflicto social a través
del manejo de un Estado que se colocaba “por encima de las clases”. A partir de
esta lectura se propusieron ciertas alianzas con el peronismo y se buscó
profundizar “desde dentro”, las reformas sociales más audaces del gobierno que
asumió Perón después del triunfo electoral de febrero de 1946.
[10]
La posición adoptada por la izquierda comunista fue más
patética, repitió los argumentos que ya habían aplicado para definir al
gobierno de Yrigoyen pero ahora potenciados por los horrores del fascismo
alemán y la secuelas terroríficas de la Segunda Guerra. Para el Partido
Comunista ya no existían dudas de que se estaba en presencia del surgimiento de
una modalidad local de dictadura conservadora con tintes propios del fascismo
europeo. El liderazgo, marcadamente personalizado – en este caso por Perón – y
la consolidación de una poderosa central única de trabajadores, como base de
organización social y apoyo al nuevo gobierno, constituían para los dirigentes
comunistas, la evidencia irrefutable de que el peronismo expresaba el intento
encubierto, por parte de ciertas franjas de la burguesía y sectores del
ejército, de instaurar un régimen corporativo de perfil “mussoliniano” con
apoyo de masas.
[11]
Si esta era la naturaleza del régimen - pese a que asumió el
gobierno por la vía constitucional - no había márgenes para alianzas ni
acuerdos ni siquiera en aspectos puntuales referidos a las políticas sociales
del gobierno de Perón: pago obligatorio del aguinaldo; regulación de la jornada
de trabajo; legalización de los cuerpos de delegados por empresa; promoción de
las viviendas para familias obreras; extensión del sistema de seguridad social,
entre otros programas de beneficio para los sectores populares. La relación de
la izquierda comunista con el gobierno de Perón fue de permanente confrontació
n y la revisión de la caracterización del peronismo como “fascismo” fue
tardía y ya derrocado el régimen peronista por el golpe de Estado de septiembre
de 1955.
Por su parte, Puiggrós entendió que un fenómeno social que
nació al amparo de una coyuntura internacional particular marcada por las
consecuencias del triunfo de las potencias aliadas en la guerra y bajo
condiciones locales definidas por la postergación de demandas obreras de
antigua data, requería algo más que el simple ejercicio de reflotar conceptos
ya cristalizados. Después de renunciar a su afiliación al Partido Comunista,
orientó su trabajo intelectual a identificar los componentes novedosos que
confluían en la constitución de un nuevo movimiento político-social. Como parte
de esta tarea de reflexión focalizó su análisis en cinco aspectos principales:
a. Sostuvo que era necesario rechazar ciertas lecturas que sostenían la
“pasividad” de las poblaciones criollas e indígenas, indiferentes a las luchas
sociales y manipulables por caudillos oportunistas. La mayoría de los estudios
históricos y sociales eran herederos, en buena medida, de la filosofía
positivista del siglo XIX y se inscribían en el paradigma civilización o
barbarie. La influencia de este referente conceptual, derivó en una
lectura lineal de la historia que culminaba con el triunfo de la “racionalidad
científica” traída de la mano por la inmigración europea y el desarrollo de la
industria. La impronta de esta corriente filosófica contaminó a no pocos
intelectuales marxistas de la época que suscribieron el enfoque que atribuyó a
los pueblos originarios, a las poblaciones criollas y a los habitantes de los
primeros suburbios urbanos, una especie de “incapacidad congénita” para generar
una clase de artesanos emprendedores, embrión de una futura burguesía
industrial;
b. El despegue de la economía urbana y la extensión de las
actividades industriales y de servicios, demandó nueva mano de obra que fue
cubierta por contingentes llegados del interior del país, se trataba de
trabajadores ligados a tradiciones locales y ajenos a la prédica de los
partidos de izquierda implantados en los grandes centros urbanos. Este dato
sociológico de enorme relevancia, no fue percibido o no fue valorado en toda su
dimensión, por las dirigencias de la izquierda que centraban su prédica en la
lógica de la confrontación internacional: fascismo-antifascismo;
c. La situación
política nacional fue enmarcada en los parámetros europeos, que habían regido
la relación entre las naciones “democráticas” y las potencias del “eje” hasta
el fin de la guerra, se perdía, según Puiggrós, un aspecto fundamental de la
política antiimperialista en América Latina, el papel dominante de los
capitales británicos y la creciente injerencia de Estados Unidos en el mundo de
los negocios y en la política de la región;
d. El arribo de un flujo
significativo de población trabajadora que provenía de las zonas más pobres, a
los centros urbanos de mayor desarrollo industrial (Rosario, Avellaneda, el
área metropolitana de Buenos Aires, entre otros) trajo consigo dos fenómenos
que no fueron apreciados en toda su magnitud: el crecimiento acelerado de una
clase trabajadora “joven” bajo régimen salarial pero escasamente sindicalizada
y la conformación de un sujeto obrero con referentes culturales y simbólicos
que guardaban mayor relación con los valores regionales de origen que con la
prédica partidaria de las fuerzas de la izquierda convencional;
e. Sobre el
perfil de este nuevo actor social, Puiggrós fincó buena parte de su reflexión
acerca de la constitución de un vigoroso movimiento popular con banderas y
consignas que se sistematizaron a partir de los discursos del propio líder más
que del arsenal teórico que inspiraba la práctica de los partidos de izquierda.
El reconocimiento que la clase obrera hizo del liderazgo carismático de
Perón, fue entendido por la intelectualidad marxista como una muestra de la
“inmadurez” y atraso político de las masas trabajadoras y como una versión
tardía de la “política criolla”. Por este camino la izquierda no tardó en
encontrarse, pocos años después, compartiendo ideas y tribuna, con los
representantes académicos de la denominada sociología “de la modernización”,
cuyos conceptos fundantes fueron sistematizados por Gino Germani, el gran
pensador italiano radicado en Argentina.[12] Aunque “desarrollistas” y marxistas terminaron en malos
términos al derrumbarse el gobierno de Arturo Frondizi en 1962, la afinidad en
el plano teórico se mantuvo y la lectura del peronismo como una expresión del
“paternalismo populista”, conservó su vigencia en franjas importantes de la
intelectualidad argentina.
Terciando en el debate de los años cincuenta, y sin
abandonar el referente teórico marxista, Puiggrós dio forma a otra lectura y a
otra manera de explicar la emergencia política y el fuerte arraigo del
peronismo en la clase trabajadora. Rescató la presencia fundamental de los
migrantes internos y el valor del proceso de movilización social que trajo
aparejado, pero negó de manera radical la presunta “inmadurez” de las masas
peronistas y replanteó el fenómeno del liderazgo a partir de una concepción que
vinculaba el surgimiento de personalidades políticas de perfil carismático con
antecedentes históricos que venían del siglo XIX. Ya las luchas políticas
durante la etapa de las guerras civiles y por la unidad nacional habían gestado
liderazgos regionales de fuerte anclaje en los sectores populares, el
surgimiento del peronismo expresaba, de alguna manera, la búsqueda de una personalidad
que interpretara el sentir nacional y abriera cauce al reclamo de los “nuevos y
viejos” trabajadores y pueblos olvidados de las regiones más pobres de la
República.
Al referirse al desconcierto de las dirigencias partidarias
por la aparición de un liderazgo que parecía surgido para negar el concepto
construido por la izquierda acerca del “partido obrero de vanguardia”, Puiggrós
reseña, en un párrafo de su libro El Peronismo. Sus Causas, las
dificultades de la intelectualidad marxista de la época, para comprender los
rasgos “atípicos” de este nuevo liderazgo popular. En palabras del propio
autor:
"Con la aparición de Perón, el caudillo que parecía sepultado para
siempre por la mediocridad liberal resucitaba y se modernizaba en el líder.
Vino a llenar la oquedad de los partidos y a suplantar a dirigentes enajenados
a una concepción colonial […] superada por las masas trabajadoras. Había que
explicar de alguna manera la presencia casi repentina de ese advenedizo
de la política. Pocos tuvieron el coraje de mirarse a sí mismos y reconocer que
marchaban a contramano de la historia. Los más se abroquelaron en su
infalibilidad y decidieron que el nuevo movimiento de masas y su líder
reproducían […] al fascismo italiano. No los juzgaban desde la historia y la
realidad argentina. Hicieron del líder una individualidad en sí, dominada por
pasiones subalternas, y de las masas trabajadoras un rebaño dócil a los manejos
del mefistofélico conductor”.[13]
Puiggrós no agotó en su obra la formulación de un marco
conceptual que rescatara desde las categorías marxistas, la especificidad de la
cuestión nacional, pero abrió una brecha sobre la cual otros pensadores
contribuyeron con aportes sustantivos a la tarea de definir la relevancia del
nacionalismo popular en los países periféricos. Es justo recordar la obra
pionera que realizaron en los años cuarenta los fundadores del grupo FORJA y de
otros estudiosos y militantes como Eduardo Astesano, John W. Cooke, Juan J.
Hernández Arregui, Rodolfo Ortega Peña, Rodolfo Walsh, Roberto Carri y el grupo
docente que integró las Cátedras Nacionales en la Universidad de Buenos Aires,
quienes contribuyeron a buscar la síntesis superadora de las divergencias que
separaban a las distintas corrientes de la izquierda argentina.
[14] Es preciso apuntar que la tensión entre la
resolución del tema “nacional” y las “reivindicaciones de clase” se
vinculó a la caracterización que cada vertiente política hizo del papel que
podía jugar el peronismo en el proceso revolucionario. Por un lado se
agruparon quienes entendían al peronismo como la expresión más sólida del
nacionalismo popular, paso necesario para impulsar desde esa experiencia
histórica, la construcción de una alternativa socialista. Por el contrario,
desde otro polo la izquierda no-peronista postulaba la construcción de una
organización obrera de vanguardia sobre un campo político externo al fenómeno
histórico que marcó el peronismo. Solo a partir de la ruptura con los
referentes simbólicos y la liturgia heredadas del “populismo”, los
trabajadores podrían acceder a un nivel de conciencia y organización política
verdaderamente capaz de representar sus intereses históricos.
El debate sigue abierto, pero sin duda todo intento de
aporte en esta materia, cualquier sea la perspectiva teórica o la adscripción
política de los autores, no podrá prescindir del camino abierto por la obra
pionera y fecunda que nos legó el intelectual y militante comprometido, que fue
Rodolfo Puiggrós.
Notas
[1] Melgar, Ricardo, (2012) “Entre resquicios, márgenes y
proximidades: notas y reflexiones sobre los siete ensayos de Mariátegui”,Pacarina
del Sur, No.11, abril-junio,
www.pacarinadelsur.com,
México.
[2] Acha, Omar, (2006), La Nación Futura. Rodolfo
Puiggrós en las encrucijadas argentinas del siglo XX, Eudeba, Buenos Aires.
[4] Puiggrós, Rodolfo, (1965), Las izquierdas y el
problema nacional, Editorial Jorge Álvarez, Buenos Aires, pp. 73-100.
[5] Puiggrós, Rodolfo, (1965), El Yrigoyenismo,
Editorial Jorge Álvarez, Buenos Aires, pp. 15-33.
[8] Portelli, Hugues, (1976), “Hegemonía y bloque histórico”,
en Gramsci y el bloque histórico, Siglo XXI Editores, México, pp. 65-89.
[9] Puiggrós, Rodolfo, (1965), El Peronismo. Sus Causas,
Editorial Jorge Álvarez, Buenos Aires, pp. 15-33.
[10] Ramos, Jorge A, (2005), “La era del bonapartismo
1943-1970” en Revolución y Contra-revolución en la Argentina, Editorial
Distal, Buenos Aires.
[11] Puiggrós, Rodolfo, (1965), El Peronismo. Sus Causas,
Editorial Jorge Álvarez, Buenos Aires, pp. 15-33.
[12] Germani, Gino, (1968), Política y sociedad en una
época de transición, Paidós, Buenos Aires.
[13] Puiggrós, Rodolfo, (1965), El Peronismo. Sus Causas,
Editorial Jorge Álvarez, Buenos Aires, p. 32.
[14] Carri, Roberto, (1973), Poder imperialista y
liberación nacional, Efece Editores, Buenos Aires.
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