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Karl Marx ✆ Josh Siegel
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Alain Bihr | En el
artículo
La recesión mundial:
el momento, las interpretaciones y lo que se juega en la crisis,
aparecido en el número 39 de ‘Carré Rouge’, François Chesnais discute los
elementos de análisis de la reciente crisis financiera y bancaria mundial, que
no es más que la última fase en la evolución de la crisis estructural en la que
el capitalismo entró en el curso de los años 1970; análisis que tuve la ocasión
de desarrollar en el número 199 de À Contre-Courant bajo el título de “Sur la
crise (1): Le triomphe catastrophique du néolibéralisme” [“Sobre la crisis (1):
El triunfo catastrófico del neoliberalismo”]. Chesnais apunta especialmente
contra la tesis según la cual esta crisis tendría su fuente en un exceso de
plusvalía. Por una parte, esta tesis le parece claramente herética desde un
punto de vista marxista; y, por otra, ella no es, a su entender, capaz de dar
cuenta del proceso que condujo a la reciente crisis financiera. Es sobre estos
dos puntos que yo quisiera responderle aquí.
¿Exceso o falta de
plusvalía? ¡Los dos, mi capitán!
Según François Chesnais, al plantear la tesis de un exceso
posible de plusvalía en el curso del ciclo de reproducción del capital, yo estaría
proponiendo nada menos que una inversión del paradigma, una ruptura con los
cánones del análisis marxiano. Lo cito: A. Bihr nos propone una alteración
considerable de la comprensión del capitalismo que heredamos de Marx. Uno de
los hilos conductores centrales del análisis presentado en los Manuscritos de
1857-58 y en El capital es la noción de un sistema en el que el capital,
implicado en un movimiento de valorización sin fin, se choca con una
insuficiencia crónica de plusvalía, cuya raíz se encuentra en las relaciones de
producción capitalistas mismas. La tendencia recurrente a la baja de la tasa de
ganancia es una de sus manifestaciones. Alain Bihr nos invita en este artículo
a operar una inversión completa. Ya no considerar al sistema como sediento de
plusvalía, sino como disponiendo de ella en exceso, y en cantidades tales que
no sabría qué hacer con ella. Se trataría de tomar como referencia analítica ya
no la escasez de plusvalía, sino su exceso. (pág. 11).
Es concederme demasiado… y al mismo tiempo olvidar lo que
precisamente nos enseñó Marx. Pues es en Marx mismo donde se hallan motivos
para defender mi tesis. Para demostrarlo, necesito recordar los principales
elementos de su análisis del proceso de valorización del capital y de las
contradicciones con las que él se choca. Me disculpo ante aquellas y aquellos
que ya los conocen; pero, visiblemente, ciertas revisiones no son inútiles… Me
disculpo también ante aquellos y aquellas que no los conocen y que, sin duda,
encontrarán las líneas siguientes un poco arduas.
Para Marx, el valor V de toda mercancía se mide por la
cantidad de trabajo social necesario para su producción. Esta producción
consume ella misma una cierta masa de medios de producción (materias primas,
materias auxiliares, energía, medios de trabajo diversos : herramientas,
máquinas, locales, etcétera) –así como trabajo muerto, pasado, materializado en
estos medios de producción–, cuyo valor no hace más que transmitirse a la
mercancía creada y reaparece, pues, como tal en V. Por esta razón, Marx llama,
a la fracción del capital adelantado bajo la forma de estos medios, su parte
constante o capital constante; y la denomina c. Al mismo tiempo, esta
transformación de los medios de producción en un producto nuevo corresponde a
un gasto suplementario de trabajo vivo y, por lo tanto, a la formación de un
valor nuevo, que en mi artículo denominé ‘valor agregado’, desviando así esta
expresión del sentido en el que es habitualmente empleada en economía y
contabilidad (razón por la cual le añadí comillas). En este ‘valor agregado’,
una parte no hace más que restituir otra fracción del capital que debió ser
adelantado para apropiarse de la fuerza de trabajo; esto es lo que Marx llama
la parte variable del capital y que denomina v ; ella es, por definición,
igual al valor de la fuerza de trabajo, puesto que Marx presupone que esta
última se intercambia por su valor, como cualquier otra mercancía; y, como el
de cualquier otra mercancía, este valor es medido por la cantidad de trabajo
necesaria para su reproducción –lo que Marx llama trabajo necesario–. En tanto
la otra parte del ‘valor agregado’ corresponde al trabajo excedente que el
empleo productivo de la fuerza de trabajo proporciona gratuitamente al capital:
por la duración, la intensidad y la productividad de su empleo, la fuerza de
trabajo proporciona de esta manera más trabajo del que se necesita para su
propia reproducción: tal es, como se sabe, el origen de la plusvalía, que Marx
denomina pl.
En definitiva, según Marx, el valor V de toda mercancía (o
lote de mercancías) producida de manera capitalista puede de este modo
descomponerse en tres elementos (c, v y pl) y escribirse: V = c + v + pl. Todas
las dificultades que el capital va a encontrar en el curso de su proceso de reproducción
pueden reducirse en definitiva a las evoluciones de las diferentes relaciones
entre estos tres elementos que componen el valor de las mercancías, a través de
cuya producción y circulación se valoriza. Dos de estas relaciones van a
interesarnos particularmente aquí. Conviene, pues, detenerse en ellas.
La primera es lo que Marx llama la tasa de plusvalía. Ella
se define por la relación pl/v y Marx la denomina pl’: es la relación entre la
parte no pagada (pero apropiada bajo la forma de plusvalía) y la parte pagada
(bajo la forma de salario) del ‘valor agregado’. La tasa de plusvalía es la
medida en valor de la relación entre el excedente de trabajo y el trabajo
necesario. Señalemos que, si se denomina e la relación pl/(v + pl), que mide la
parte de la plusvalía en el ‘valor agregado’, puede escribirse e = pl’/(l +
pl’). Como pl’, e constituye un índice en valor del grado de explotación de la
fuerza de trabajo que relaciona la plusvalía, ya no con el capital variable (el
salario) considerado aisladamente, sino con el conjunto del ‘valor agregado’.
La segunda relación que nos interesa aquí es lo que Marx llama la composición
orgánica del capital. Es la relación c/v que, para una tasa de plusvalía dada,
es el índice en valor de la relación entre la cantidad de trabajo muerto
empleado (la masa de los medios de producción consumidos) y la cantidad de
trabajo vivo (pagado y no pagado) que moviliza a la anterior.
Independientemente de la tasa de plusvalía, la medida en valor de esta última
relación nos es proporcionada por la relación k = c/(v + pl) que relaciona el
capital constante con el ‘valor agregado’.
Cuando Marx pasa al análisis de la dinámica del proceso de
reproducción del capital, muestra sucesivamente que una reproducción simple del
capital es imposible (se trata de una mera hipótesis escolar): el capital debe
necesariamente acumularse por conversión de una parte de la plusvalía en
capital adicional; y muestra además que la acumulación del capital no puede ser
puramente extensiva: no puede producirse por simple extensión (espacial y
social: a otros territorios y otras ramas de la producción) de los modos de
producción existentes; le hace falta volverse intensiva, es decir, apuntar a
aumentar la productividad del trabajo. En estas condiciones: - Por una parte,
la tasa de plusvalía tiende a aumentar, lo que no es en ningún caso más que el
índice en valor del aumento del trabajo excedente en relación con el trabajo
necesario. Es el mecanismo mismo de producción de lo que Marx denomina la
plusvalía relativa. Dicho de otra manera, la parte de la plusvalía en el ‘valor
agregado’ aumenta, mientras que la parte de los salarios disminuye: con pl’ en
aumento, e aumenta asimismo tendiendo asintóticamente hacia 1.
- Por otra parte, la cantidad de trabajo muerto empleado por
el capital tiende a aumentar en relación con la cantidad de trabajo vivo que lo
emplea. En consecuencia, tanto la composición orgánica del capital como la
relación k tienden, ellos también, a aumentar.
Evidentemente, en uno y otro caso, existen tendencias
contrarias. En el primero, la principal es… la lucha del proletariado por
ampliar y enriquecer la norma de consumo, que define la cantidad de trabajo
socialmente necesario para la reproducción de su fuerza de trabajo, y, por lo
tanto, por combatir la desvalorización de esta última, por contrarrestar la
baja de la parte correspondiente a los salarios en el ‘valor agregado’. En el
segundo caso, los progresos de la productividad del trabajo tienden a
desvalorizar, tanto los elementos que entran en la composición del capital
constante, como aquellos que entran en la del capital variable, limitando otro
tanto el alza de la composición orgánica. Pero si estas tendencias contrarias
pueden frenar las tendencias anteriores, desacelerar y postergar sus efectos,
no pueden bloquearlos y, menos aún, revertirlos. Pues estas tendencias conducen
necesariamente a erigir una doble barrera en el camino de la prosecución de la
reproducción del capital.
Por una parte, cuando aumenta la productividad del trabajo
y, como consecuencia de ello, aumenta también la cantidad de trabajo muerto
empleado en relación con el trabajo vivo que lo emplea, la tasa de ganancia
tiende necesariamente a disminuir. Esta tasa de ganancia p’ es la relación de
la plusvalía con el conjunto del capital adelantado: p’ = pl/(c + v). Si se
dividen el numerador y el denominador de esta fracción por v + pl, puede
escribirse bajo la forma: p’ = e/(k + l – e). Y se constata que, en las
condiciones aquí planteadas, e tendiendo a 1 mientras que k aumenta, p’
disminuye necesariamente: la tasa de ganancia cae debido al aumento del capital
constante en relación con el ‘valor agregado’, sea cual sea, por otra parte, el
alza de la tasa de la plusvalía, o, dicho de otra manera, de la relación entre
las dos partes (pagado y no pagado por el capital) del ‘valor agregado’. Pues
la tasa de ganancia mide el grado de valorización del capital y sirve de
aguijón a la acumulación de este último; concretamente, constituye el motivo
esencial de las decisiones de inversión, de no inversión e incluso de
desinversión. Toda baja continua y prolongada de esta tasa conduce a una
desaceleración y, finalmente, a un bloqueo de la acumulación del capital.
Pero la otra incidencia del aumento de la productividad del
trabajo no deja de dar, por su parte, el mismo resultado, aunque a través de
otros rodeos. En efecto, cuando la parte de los salarios en el ‘valor agregado’
disminuye, es una de las fuentes esenciales de la demanda final la que poco a
poco se extingue: es una parte cada vez menor del valor V del producto social
(que se reducirá aquí, por hipótesis, a una sola y única mercancía y que se
podrá, pues, escribir: V = c + v + pl) cuya realización puede obtenerse
mediante el cambio por los salarios v, mientras que una parte siempre mayor
debe ser cambiada por capital constante c o plusvalía pl (ya sea ésta gastada
como renta o convertida en capital adicional). En estas condiciones, es
inevitable que los equilibrios entre las dos secciones productivas que Marx
distingue en sus célebres esquemas de la circulación y de reproducción del
capital social expuestas en la sección III del Libro II del Capital, terminen
por hallarse perturbados; más precisamente, la acumulación en la sección II
(productora de medios de consumo) no logra seguir el ritmo impuesto por la de
la sección I (productora de medios de producción): la acumulación en la sección
II se encuentra frenada por la insuficiencia (relativa) de las salidas y esta
desaceleración no puede sino repercutir, más o menos rápida y brutalmente,
sobre la sección I. La prosecución de la acumulación del capital social
tropieza esta vez, ya no con la insuficiencia de la plusvalía en relación con
la masa del capital a valorizar, sino con la insuficiencia de la demanda final
en relación con la masa del capital-mercancía a realizar debida a la
disminución de la parte de los salarios en el ‘valor agregado’. Pero decir que
los salarios están en falta (relativa) en la distribución del ‘valor agregado’
entre trabajo y capital equivale implícitamente a decir que la plusvalía está
allí en exceso, en tanto la distribución del ‘valor agregado’ se realiza
rigurosamente entre los dos. Resumamos. No hay contradicción alguna al hablar
de la existencia simultánea de una falta y de un exceso de plusvalía. Por tres razones.
Por una parte, en la medida en que los dos constituyen fenómenos relativos,
todo depende del término con el que la plusvalía se relaciona y en relación con
el cual la falta o el exceso de plusvalía se define y se mide. En un caso, la
plusvalía se relaciona con el conjunto del capital bajo la forma de la tasa de
ganancia; y se encuentra, entonces, en falta. En el otro caso, se relaciona
sólo con el capital variable (el salario) bajo la forma de tasa de plusvalía;
o, también, se relaciona con el conjunto del ‘valor agregado’ (capital variable
+ plusvalía); y entonces está en exceso.
Por una parte, una y otra de ambas relaciones proceden de la
misma causa fundamental: tanto la falta de plusvalía en relación con el
conjunto del capital en función, como el exceso de plusvalía en relación con el
capital variable únicamente (con la masa de salarios distribuidos), no son sino
dos maneras propias del modo de producción capitalista (de las relaciones
capitalistas de producción) de expresar y medir los progresos de la
productividad del trabajo social y, más ampliamente, el desarrollo de las
fuerzas productivas. En el régimen capitalista, los progresos de la
productividad del trabajo se traducen necesariamente, de manera periódica, en
una falta de la plusvalía formada y realizada en relación con la masa del
capital a valorizar, tanto como en un exceso de la plusvalía (y por lo tanto,
una falta en los salarios) en relación con la masa del capital-mercancía a
realizar. Dicho de otra manera, en el régimen capitalista, los progresos de la
productividad del trabajo conducen necesaria y periódicamente a una
desproporción entre trabajo muerto y trabajo vivo, así como a una desproporción
entre trabajo necesario y trabajo excedente. Se trata de dos expresiones
diferentes de la misma contradicción fundamental entre el desarrollo de las
fuerzas productivas y las relaciones de producción (que son necesariamente
relaciones de valor, relaciones entre diferentes fracciones del valor formado y
a realizar) en las que el capital pretende ceñir este desarrollo.
Por último, tanto uno como otro de los dos fenómenos aquí
estudiados, falta y exceso de plusvalía, conducen en definitiva a la misma
consecuencia: la crisis de la producción capitalista, la dificultad de
proseguir la reproducción (acumulación) del capital. Crisis que es siempre una
crisis de sobreproducción, de la que los dos fenómenos en cuestión no hacen más
que representar dos facetas diferentes. Por una parte, la sobreproducción de
capital productivo, esto es, la sobreacumulación de capital en relación con la
plusvalía destinada a valorizarlo, insuficiente por ello, lo que provoca una
baja tendencial de la tasa de ganancia, en suma, una crisis de valorización.
Por otra parte, la sobreproducción de capital-mercancía, el exceso de
mercancías en los mercados, la obstrucción de los negocios por falta de salida,
debida, en definitiva, a la insuficiencia de la demanda final surgida del
salario, consecuencia del exceso de la parte de la plusvalía en el ‘valor
agregado’. O sea, en definitiva, una no menos clásica crisis de realización.
Agregaría simplemente que, según las fases de la crisis
capitalista, es uno u otro de estos dos aspectos (dificultades de valorización
o dificultades de realización) el que domina, sin que el otro desaparezca, no
obstante, jamás, puesto que, lo repetimos, los dos aspectos expresan siempre
conjuntamente la misma contradicción fundamental. Y que la tesis que sostuve en
el artículo de À Contre-Courant de la que aquí se trata es que la reciente
crisis financiera y bancaria es la expresión de una fase de la crisis
capitalista en la que predominan las dificultades de realización.
[1]
Una
crisis de realización
Si François Chesnais no parece rechazar este
último punto, al menos piensa que yo carecería de argumentos para sostener la
lectura que de él propongo, centrada en la tesis de un exceso de plusvalía en
la distribución del ‘valor agregado’:
De hecho, Bihr
simplemente remite sus lectores a Michel Husson y al ‘hecho singular’ que
habría establecido: la tasa de acumulación ha pasado a ser inferior a la tasa
de ganancia. En suma, las ganancias exceden lo que las empresas necesitan para
financiar sus inversiones: más exactamente, lo que ellas pueden invertir dadas
las condiciones creadas en la producción por la insuficiencia de salida debida
a la contracción de la parte de los salarios en ‘el valor agregado’ (ibídem).
François Chesnais parece haberme leído mal. Pues, en este
punto, además de este argumento, tomado en efecto de Michel Husson, propongo
otros cuatro que parecen habérsele escapado, o que en todo caso no menciona. Y
es una pena, tanto más cuanto que estos argumentos remiten, todos, a cada uno
de los rasgos principales de la evolución socioeconómica del capitalismo en sus
últimos decenios, y es mi objetivo mostrar que la tesis del exceso de plusvalía
(en el sentido expuesto anteriormente) se halla en condiciones de dar cuenta de
estos rasgos. Dado que no fueron puestos a disposición del lector de Carré
Rouge por François Chesnais mismo, me veo obligado a retomarlos aquí
rápidamente y a desarrollarlos en ciertos puntos.
El primero de estos rasgos es la marcha singular que
presentó la acumulación del capital, especialmente en las formaciones
centrales, desde mediados de los años 1980; marcha caracterizada por una
sucesión de reactivaciones que fracasan rápidamente bajo la forma de
recesiones, de estancamientos, incluso de minidepresiones, en suma, una
seguidilla de stop and go, como dicen los anglosajones. Recordemos: la
recuperación de los años 1985-1987, que finaliza con el crack de Nueva York de
octubre de 1987; la recuperación de los años 1988-1991, que desemboca (además
de hacerlo en la primera Guerra del Golfo) en el estallido de la burbuja
inmobiliaria japonesa, la última gran crisis monetaria europea de 1992 y la
recesión de 1993; la tímida recuperación de los años 1994-1997, que se cancela
con la crisis financiera asiática (Corea, Indonesia, Malasia, Filipinas)
prolongada por las de Rusia, México y Brasil al año siguiente; la viva
recuperación de 1998-2001 (la supuesta “nueva economía”) que conducirá al
estallido de la burbuja Internet en 2001-2002 y a los escándalos de Enron y de
Vivendi-Universal; finalmente, una nueva recuperación en 2003-2004 bajo el
efecto de la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos, que sabemos adónde ha
conducido. Marcha caótica que explico por el hecho de que el obstáculo con el
que ha venido chocando cada vez la recuperación de la acumulación no es la
insuficiencia de la plusvalía en relación con el capital a valorizar (la
propensión a la acumulación es clara en cada caso) sino, más bien, el exceso de
plusvalía en la distribución del ‘valor agregado’, lo que conduce a una
insuficiencia de las salidas por subconsumo de los asalariados. En este
sentido, el éxito de las políticas neoliberales empujó al capital de Caribdis a
Escila: si la puesta en competencia sistemática de los trabajadores (a fuerza
de la expansión del desempleo y la precariedad y de la ‘liberalización’ del
movimiento de capitales), pero también la puesta en marcha de nuevas formas de
subordinación del trabajo al capital (“la fábrica fluida, flexible y difusa”) permitieron
recuperar la tasa de ganancia, las mismas acumularon, además e inversamente,
las condiciones de dificultades estructurales en la realización del valor
formado. En este sentido, la trayectoria de la actual crisis estructural nos
hizo pasar de una crisis de valorización a una crisis de realización (sabiendo
–repitámoslo– que esa es una manera cómoda de expresarse, designando
simplemente el aspecto dominante de la misma contradicción que hace que
persista siempre también el otro aspecto).
[2]
Un segundo rasgo singular del curso socioeconómico reciente
del capitalismo –especialmente, pero no de manera exclusiva, en las formaciones
centrales– fue el desarrollo considerable que conocieron los sectores de la
industria de lujo en el curso de los últimos dos decenios. Signo del
enriquecimiento manifiesto de todas las clases y capas sociales que viven de la
plusvalía (bajo sus diferentes formas: ‘salarios’ fantasiosos de los
dirigentes, stock options, dividendos de los accionistas, intereses de los
prestamistas, renta de los propietarios de tierras o de los poseedores de
títulos, etcétera), el auge del consumo de lujo fue asimismo el signo más
espectacular (en el sentido propio e inmediato del término) de un formidable y
dramático agravamiento de las desigualdades sociales: mientras que los que
viven de los salarios (directos e indirectos) vieron disminuir de manera
significativa su parte en el ‘valor agregado’ (dicho de otra manera, en la
riqueza social recientemente producida, en el aumento neto de la riqueza
social), aquellos que viven de la plusvalía vieron allí, en contraposición, su
crecimiento. Lo que significa que hemos asistido a una pauperización relativa
del sector asalariado en su conjunto, acompañada, ciertamente, por fenómenos de
pauperización absoluta para algunas de sus capas y categorías.
Ahora bien, esta explosión del consumo de lujo es, también,
una manifestación de la crisis latente de realización, en tanto se supone que
el consumo de lujo de las capas pudientes toma el relevo, como motor de la
demanda solvente, del consumo de productos ordinarios en caída debido a la
pauperización relativa de los asalariados. Ella era también, sobre todo, el
signo de que una parte cada vez mayor de la plusvalía ya no estaba en
condiciones, por falta de un crecimiento suficiente de las salidas, de
convertirse en capital adicional, de pasar a financiar la acumulación del
capital, de que ya no podía sostenerla última más que convirtiéndose en renta
para ser dilapidada bajo la forma de gastos de lujo por las clases poseedoras.
Otro índice del carácter ‘rentista’ asumido por una parte creciente de la
burguesía y de otras clases que viven de la plusvalía. Pero todavía concedo
atención particular a un tercer rasgo del reciente desarrollo socioeconómico
del capitalismo, en tanto que efecto e índice de este exceso de plusvalía que
diagnostico en el centro de la fase actual de la crisis. Y es muy sorprendente
que François Chesnais no lo haya mencionado, dado que concierne a un elemento
al que, a justo título, por otra parte, él mismo acuerda gran importancia: se
trata de la fantástica acumulación de capital ficticio a la que se ha asistido
no menos periódicamente en el curso de los últimos lustros. Pues, por no poder
valorizarse bajo la forma de capital real, invirtiéndose (directa o
indirectamente) en la industria y el comercio, la parte ‘excedente’ de la
plusvalía no absorbida por el consumo de lujo buscó valorizarse bajo la forma
de capital ficticio. La misma vino a tentar suerte en el gran casino de unas
finanzas dopadas y, sobre todo, engañadas por las medidas de ‘liberalización’
neoliberales: vino a alimentar el juego especulativo consistente en comprar o
vender divisas, títulos de crédito o propiedad, derivados de todos estos tipos
de activos y “productos financieros” cada vez más sofisticados que sobre ellos
se asientan, no tanto por las rentas que en principio garantizan, sino para
apostar sobre su variación (al alza o a la baja) a la espera de embolsar, de
paso, suntuosas ‘plusvalías’. Y a riesgo de sufrir desastrosas ‘minusvalías’
cuando la apuesta se comprueba perdida.
Del mismo modo que la expansión del consumo de lujo, este
signo aparente de riqueza que han sido las orgías de la especulación
financiera, saludadas por todos los grandes sacerdotes y lamentables bedeles de
la Iglesia neoliberal como la manifestación de la salud rebosante de una
“economía de mercado” liberada de las presiones de la reglamentación estatal,
no era, pues, sino el signo de una profunda enfermedad de “la economía real”,
refrenada por el estrangulamiento del poder adquisitivo de los asalariados,
roída por una crisis solapada de realización. Por un lado, una acumulación de
capital real jadeante y caótica por la insuficiencia de las salidas debido a un
subconsumo relativo de los asalariados; por el otro, una acumulación de capital
ficticio dopado por una plusvalía que se desvía, por la razón precedente, de
“la economía real”, para librarse a los juegos y a los tormentos de la
especulación financiera, convertida si no en la única vía abierta a su
valorización, al menos, aparentemente, en su vía real; y como mediación entre
ambas, una sobreproducción de capital-dinero potencial incapaz de invertirse y
valorizarse en “la economía real” debido a los límites impuestos a esta última
–y es la última forma de sobreproducción del capital la que necesariamente toma
lugar al lado de las otras dos anteriormente mencionadas en el curso de la
crisis capitalista–. Sin este ‘desvío’ de una plusvalía en exceso en relación
con las posibilidades de acumulación del capital real, sea bajo la forma de
capital activo (industrial o comercial) o de capital pasivo (capital de
préstamo), nunca se habría asistido a una tan fantástica acumulación de capital
ficticio. Ésta se nutre esencialmente de este ‘desvío’, y el desarrollo del
“ahorro salarial” (especialmente bajo la forma de fondos de pensión) no le
sirve sino como coadyuvante.
El último hecho significativo de los años recientes al que
presto mi atención, porque me parece que constituye otro índice de este exceso
de plusvalía del que aquí se trata, es el desarrollo del crédito al consumo,
destinado a paliar una vez más la insuficiencia de la demanda final debida a la
participación insuficiente de los salarios en el ‘valor agregado’ y, por ende,
a sostener el consumo de los trabajadores asalariados a pesar de su
pauperización relativa (e incluso absoluta), permitiéndoles especialmente
continuar accediendo a medios de consumo durables (en particular los
equipamientos domésticos, el automóvil y la vivienda). Que esta expansión del
crédito al consumo haya sido al mismo tiempo un medio de valorización para el
capital financiero, bajo su doble forma de capital de préstamo y capital
ficticio, es totalmente evidente. Y aquí aparecen de una sola vez los dos
ingredientes fundamentales de la crisis actual, en particular, de su detonante,
la crisis de los préstamos hipotecarios subprime. Por un lado, modestos asalariados
obligados, por la insuficiencia de sus ingresos salariales, a endeudarse en
proporciones excesivas para intentar acceder a la propiedad de su vivienda, y
una proporción importante de los cuales se encuentra en definitiva incapaz de
afrontar las cargas del reembolso de su deuda, como era previsible. Por el
otro, capitales financieros a tal punto ávidos de valorización que llegan,
unos, a olvidar toda discreción y toda prudencia a la hora de prestar a los
anteriores, y otros, a aceptar ser invertidos en títulos oscuros, guiados por
creencias también dudosas. Dicho de otra manera, en el corazón de la crisis de
los subprime, encontramos una vez más la distorsión en la distribución del
‘valor agregado’: la falta de salario por un lado, y el exceso de plusvalía por
el otro. Los lectores y lectoras de Carré Rouge están ahora en condiciones de
juzgar si, como escribió François Chesnais en su artículo, dispongo o no “[de]
un material empírico importante y [de] un marco analítico muy sólido” (ibídem)
para defender mi tesis.
Notas
[1] Aquellos y aquellas
que no se hayan visto expulsados por la aridez de las páginas anteriores
encontrarán una exposición metódica de las contradicciones del proceso
inmediato de reproducción del capital en La reproduction du capital [La
reproducción del capital], Lausanne, Page deux, 2001, tomo II, capítulos XV a
XVIII. El análisis aquí resumido se encuentra más ampliamente desarrollado en
el capítulo XVI, donde se hallarán especialmente todas las referencias a los
textos de Marx en los que me apoyo.
[2] Desarrollé más
ampliamente esta tesis en otro artículo: “Sur la crise (2) : A la croisée
des chemins “ [“Sobre la crisis (2) : En el cruce de caminos”], en: Á
Contre-Courant, n° 200, diciembre de 2008.
Alain Bihr es Profesor de
Sociología, Universidad de Franche-Comté, profesor de filosofía en Estrasburgo,
Francia. Es doctor en sociología y autor de diversas obras como: La farce
tranquille, Spartacus, 1960. Entre bourgueoisie et prolétariat, L'
Harmatta,1989. También es colaborador de Le Monde Diplomatique y de varias
otras publicaciones francesas.
Traducción de María Guadalupe Marando
Nota del Editor
El título original es : "A propósito de un exceso de plusvalía". El agregado: "El aumento del trabajo excedente en relación con el trabajo necesario es el mecanismo de producción que Marx denomina plusvalía relativa" se incluye solo con un propósito de orientación pedagógica para nuestros lectores.