► "Hoy, el asunto no es si el capitalismo
podrá sobrevivir o no a esta crisis terminal. Si en poco tiempo no logramos
poner freno a esta maquinaria de destrucción sistemática, lo que está en juego
es la supervivencia de la Humanidad frente al colapso final del
capitalismo" | Edgardo Lander
Rafael
Silva |
Ah, pero...¿existe ética en el capitalismo? Veamos: según la Wikipedia,
la Ética es "una rama de la Filosofía que se ocupa del estudio racional de
la moral, la virtud, el deber, la felicidad y el buen vivir". Muy poco de
estas cosas existen dentro del capitalismo, a no ser que nos refiramos a la
moral de los defraudadores, a la virtud del expolio, al deber de hacerse rico,
a la felicidad sustentada en lo material y al buen vivir a costa de los más
débiles de la sociedad. Si podemos llamar ética a todo esto, sí, podemos
concluir que el capitalismo está sujeto a cierto tipo de ética. ¿Acabamos aquí
ya con todo el repertorio? No, esto podría ser el corolario, pero a su vez el
capitalismo se despliega en otras características, propiedades y cualidades que
lo definen. Vamos a comentar a continuación algunas de ellas, intentando
fijarnos en la dimensión globalizada del sistema capitalista, que ya no afecta
sólo a la propia estructura de los medios de producción, sino que se ha extendido
también, gracias a la fuerza del pensamiento dominante, en todo un imaginario
colectivo en torno a las actitudes, los objetivos y los comportamientos
sociales.
Básicamente, la ética de este capitalismo globalizado se nos
presenta centrada en una competición constante. La competitividad es la propia
razón de ser del sistema, que manifiesta y centra todas las actividades humanas
pensadas en función de la competencia sin fin. La vida se nos muestra como una
pura competición en todos los ámbitos, donde siempre existen vencedores y
perdedores. El capitalismo hace descansar la responsabilidad de todo cuanto
ocurra al individuo en él mismo, como motivación personal para su propia
superación, y su predisposición a esa competencia de la que hablábamos. Cambian
los sujetos políticos, se desvanece la democracia, se centra la actividad
humana sobre el consumo, y todo se reduce a la evolución creciente de unas
pocas variables macroeconómicas, que lo controlan todo. El dinero representa la
materialización del bien común e individual. Todo se consagra a la posesión de
bienes, riquezas y servicios, y se expresa a través del inmenso poder de las
empresas, que cada vez controlan más la propia evolución de la economía.
El mercado domina toda la actividad económica, y se desplaza
hacia actividades especulativas sin fin, que provocan el deterioro de la
economía productiva, y contribuyen a la implantación de grandes desigualdades
sociales. Todo es cuantificable, todo es canjeable y todo es medible en
parámetros de coste y beneficio. Y sólo el crecimiento económico, manifestado a
través de las grandes variables de la macroeconomía, importa de cara al
progreso y al bienestar social. Al capitalismo no le importa el mundo de la
legitimidad, del bien y el mal, de lo más o menos peligroso, de aquéllo que se
destruye, de aquéllo que es público y común para toda la sociedad, sino que
basa sus leyes y su comportamiento en la legalidad sustentada en los intereses
de una minoría social que controla en su propio beneficio los destinos de la
inmensa mayoría. Desde este punto de vista, todo es posible, todo puede
llevarse a cabo mientras esté dentro de la legalidad, aunque vaya en contra de
la moralidad y de la legitimidad. Se cierra el círculo a favor de los intereses
de la clase dominante, ya que ella es la que tiene el poder de cambiar las
leyes para favorecer sus propios intereses.
Se enfrentan dos mundos antagónicos, resultantes de este
planteamiento llevado a sus últimas consecuencias: de un lado, el de aquéllos
que sufren hambre, necesidades perentorias que tienen que cubrir, agua,
medicinas, vivienda, etc. De otro lado, el de aquéllos que, estando dentro de
la inercia del mercado, no pueden dejar de consumir para mantener la dinámica
del sistema. Se extiende el estado del miedo, y la sociedad es entendida como
un conjunto de individuos aislados, atomizados, amenazados por el propio
sistema capitalista, esclavos de su actividad laboral, con los mínimos recursos
para poder sobrevivir, sin garantías de satisfacción de sus derechos fundamentales.
El pensamiento dominante despliega más poder que nunca, recurriendo no sólo a
las viejas herramientas de alienación mental, como las religiones, sino además
a nuevas técnicas de enajenación masiva, como las redes sociales, los medios de
comunicación, y el culto a la frivolidad, a la inmediatez, a la banalidad,
provocando la ausencia de reflexión y mentalidad crítica.
Como reforzamiento del mundo privado en detrimento de lo
público, se instala incluso una perversa lógica capitalista sobre los ingresos
y las rentas personales. Como trabajador público, como representante de los
intereses generales, los ciudadanos han de cobrar un sueldo moderado, más bien
escaso, ya que su sueldo lo pagamos entre todos. Mientras, como trabajador de
una empresa privada, los ciudadanos pueden ganar sin límites. De esta forma, lo
privado se pone por encima de lo público, en una cruel escala de valores
sociales que enfocan la rentabilidad privada sobre la pública, y desprestigian
lo público en favor de lo privado. La conclusión es que lo público se presenta
como medio para el desarrollo y fortalecimiento del interés privado, como son
buena muestra de ello los innumerables casos de puerta giratoria, es decir, de
personas que utilizan la tribuna pública para favorecer a empresas de las que
luego formarán parte.
En su artículo "La
concentración del poder", Gregorio Ubierna afirma lo siguiente:
"Pero hay todavía
otra nefasta medida que enriquece más a los más ricos e impide cualquier
realización democrática: me estoy refiriendo a la legalización y fomento de la
especulación. Todo se compra y se vende: papel (acciones), monedas (divisas),
derechos, empresas, e incluso lo que no existe. La economía global ha
convertido el mundo en un gigantesco casino en el que poder enriquecerse
mediante la especulación con todo tipo de bienes y servicios, con la salud y
con la misma vida de las personas...Todo se ha convertido en mercancía: las
personas con su fuerza de trabajo o mano de obra que genera plusvalía; las
monedas se compran y venden, con lo cual su valor queda en manos de los
especuladores y no de los gobiernos; las propias empresas son objeto de
compra-venta con fines especulativos y no productivos. Hay banqueros y
especuladores de alto nivel que obtienen beneficios de miles de millones en
operaciones realizadas en segundos, provocando previamente una situación
favorable de manera artificial, utilizando informaciones privilegiadas mediante
abuso de poder. Operaciones que están por encima del poder de los gobiernos o
que incluso éstos mismos desconocen".
En todo ello se basa la ética del capitalismo globalizado, la era del terror
impuesto por el gran capital. El gobierno de la sociedad capitalista gobierna
para esas élites, para esa oligarquía económico-financiera, explotadora, que preconiza
el desmantelamiento del Estado del Bienestar por inviable, secuestra la
democracia, la vende al mejor postor, y legitima y perpetúa las desigualdades
sociales. Se elevan en progresión geométrica la pobreza, la inseguridad, el
desempleo, los embargos inmobiliarios, los recortes presupuestarios, y la
mercantilización de la salud y de la educación, en un ataque sin fin a los
derechos de la clase trabajadora. El capitalismo globalizado arrasa con la
soberanía nacional, con los derechos humanos, con la ética, con la moralidad,
corrompiendo y aniquilando todo lo que pueda estorbarle en su expansión global
sin límites. En la esfera de la psicología social, se crean falsas necesidades,
se tiende hacia un consumismo compulsivo, se convierte la miseria humana en
entretenimiento colectivo, las guerras y las catástrofes causadas por los
fenómenos naturales en programas de difusión masiva, se deforma la opinión
pública, se banaliza la realidad, se da culto a la estupidez colectiva, lo que
contribuye a instalar una especie de parálisis social mundial.
Con la eliminación de las fronteras comerciales, y mediante
los Tratados de Libre Comercio, se ha convertido al mundo entero en un inmenso
mercado, sin límites, para que circulen libremente todas las mercancías, servicios
y productos, a bajo coste, donde los productores e industriales de los países
del Tercer Mundo no pueden competir, y sus ciudadanos quedan fuera del sistema,
abandonados a su suerte, en una especie de neocolonialismo esclavizante. Es una
lucha que ha traspasado las fronteras nacionales, porque la expansión por todo
el globo del capital financiero y de las empresas transnacionales garantiza que
se imponen la injusticia mundial, ayudados por los organismos internacionales
que lo apoyan, como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. No
sabemos dónde nos llevará esta antiética globalizada del capitalismo
transnacional. Seguramente, si no somos capaces de revertir la expansión
capitalista desde los ámbitos nacionales, y en foros internacionales después,
la defunción del capitalismo será provocada por una Tercera Guerra Mundial
(entendida, esta vez sí, como una guerra global) o por una crisis financiera
internacional, de mayor envergadura que las anteriores. El único interrogante
es saber cuándo ocurrirá.
► Rafael Silva